Observatorio.

-¿Cómo que no?-digo algo azorada, por el rechazo, de modo que me separo un poco.- Pero si tú... el otro día... en la fiesta de cumple... te besé y... ¡te gustó un montón! O eso parecía.- Digo algo contrariada y confusa.
Sin embargo, ahora no puedo echarme atrás. Cojo aire y hablo, antes de abalanzarme de nuevo contra él. -Verás como te gusto de nuevo...- digo con ansia, acercándome peligrosamente a sus labios.

Estábamos solos. ¿Qué había de malo?
Yo sólo quiero alguien que me quiera y esté a mi lado... aunque sea un rato...

Corbin llevaba varias semanas buscando la inspiración, pero esta parecía haberse esfumado, al igual que el hombre en que basaba a su protagonista. Ya no encontraba rimas ni argumentos que hicieran florecer su historia, y marchaba de un lugar a otro como un leanidus enjaulado. ¿Cómo continuar?

Había llegado a la conclusión de que, quizás, un cambio de ambiente lo ayudaría. Así pues, vagó por el palacio sin un rumbo concreto y llegó hasta unas escaleras, por las que decidió ascender. Estas resultaron desembocar en una sala circular, repleta de libros y con un telescopio coronando unas escaleras en el interior. A Corbin le brillaron los ojos.

Avanzó un par de pasos, embelesado por la visión, por aquel paraíso recién descubierto. Absolutamente interesante. Tomó un libro al azar de una estantería cercana a la puerta y, cuando iba a abrirlo, se dio cuenta de que había alguien más en la sala. Se giró y los miró, alzando las cejas, sorprendido.

-Oh. Buenas noches -se limitó a decir.

Me llevo las manos al pecho y trago saliva. Rehazada de nuevo...
Me humeezco los labios, nerviosa. Pero... Si aquella noche...
Estaba hiperventilando. ¿Es que no había ningún hombre dispuesto a quererme aunque fuera un poco? ¿Qué coño? ¿No había ningún hombre dispuesto a follarme aunque fuera una vez?

Me siento fea, desdichada e infeliz.
Bajo de las escaleras con impulsos de salir corriendo de aquel lugar, pero Gerald saluda a un chico que, si he visto antes, no me acuerdo ni por asomo.

Firme, me dirijo a él y lo miro con algo de desprecio sin saber muy bien por qué. Ahora estoy dolida y no quiero conocer a nadie nuevo. -Ya es que ni lo intento contigo...- digo al borde del llanto, completamente frustrada, sin querer siquiera darle una oportunidad.
¿Dónde están los hombres de este palacio?

*se va*

Corbin observó al chrysos con extrañeza. Sí, lo conocía, no era fácil olvidar a alguien así. Y, ya que lo pensaba, la parvus también le sonaba, aunque más de refilón. De todas formas, no recordaba sus nombres, así que no le dio demasiada importancia a su error.

-Corbin -corrigió, con tono que indicaba que no era realmente importante.

Iba a preguntar por su nombre, pero la reacción repentina de la parvus lo obligó a callar. La observó en silencio, poniéndose algo tenso cuando se acercó, aunque sin responderle. Alzó ambas cejas. ¿Intentar qué?

Cuando ella se fue, se volvió hacia el hombre, con cara de absoluta incomprensión.

-Parece que... no es tan buena noche para ella -murmuró, sin saber muy bien qué decir al respecto. De pronto, se sentía incómodo, como si hiciera mal en estar allí. Y eso no era algo a lo que estuviera acostumbrado.

Como un rayo, entró por la ventana de la cúpula. Cubierto con una enorme capucha y capa negra que no dejaba entrever nada.
Pasó por delante de los chicos a una velocidad pasmosa y se quedó oculto bajo una mesa, rascando con un cuchillo el suelo, como si estuviera destripando a alguien.

-Le hacéis daño... -dijo con una voz algo grave, pero no mucho.- No le hagáis más daño del que ya le ha tocado sufrir... -dijo con voz tenue, algo etérea.
Como un fantasma, salió corriendo impresionantemente rápido por la habitación para subirse al enorme telescopio.
-Mi existencia no tiene sentido alguno... -habló.- Sólo existo para ella... Una falta de respeto más. Una negativa más y no respondo de mis actos -dijo amenazador.

Debido a un gesto, su capucha dejó de ocultar su cabeza durante un instante, en el que ambos hombres pudieron ver que aquel varón tenía el pelo negro y revuelto. Sin embargo, no pudieron adivinar nada más de él, pues ni una milésima tardó en taparse.

Sacó su puñal. -¿Lo habéis entendido?... -dijo respirando fuertemente.
De su capa sacó una aguja de médico y la lanzó con fuerza contra Gerald, clavándola en la escalera. -Ya sabes a dónde irá la próxima...





*huye*

No tuvo tiempo de decir mucho más, en cualquier caso. Una sombra entró en tromba en la habitación, y Corbin se llevó las manos a los bolsillos en un movimiento reflejo, buscando sus puños. En apenas un momento los tenía puestos, aunque mantuvo las manos escondidas.

No entendía absolutamente nada. Ni de la chica pelirrosa que acababa de salir ni del pequeño encapuchado que acababa de entrar. ¿Nadie iba a explicarle qué estaba pasando?

Ante las amenazas del pequeño, acabó por avanzar un paso, al igual que su compañero, poniendo ambos puños ante su rostro, cubriéndose con ellos. Si el pequeño lo atacaba, debía defender sus ojos, que eran probablemente el punto más débil en aquella situación. Para contraatacar, por otra parte, lo más útil sería la magia a aquella distancia.

No hizo falta nada de eso, sin embargo, pues tras la verborrea el joven salió huyendo. Cuando se sintió fuera de peligro, bajó los puños y metió las manos en los bolsillos, dejando allí sus armas.

Cuando el chrysos habló, se volvió hacia él, completamente serio.

-Ni a él ni a la otra cría -repuso-. Aunque a ella sí la había visto antes. ¿Se puede saber qué está pasando?

Corbin no entendió muy bien a qué se refería con que ella le había "entrado" (¿lo habría atacado?), pero decidió no darle más importancia si el chrysos no se la daba. Suspiró. ¿Por qué siempre pasaban cosas tan raras en aquel sitio?

Se encogió de hombros.

-En fin, tampoco parecía que fuera muy en serio. Aunque no me gustaría que me acertara una de esas agujas... -repuso.

Al siguiente comentario, esbozó una sonrisa, llevándose la mano al bolsillo.

-Gracias. Les tengo especial aprecio -respondió, bastante relajado-. Tu arma no se queda atrás. Me gustaría verte en acción.

Aunque Falace lo había intentado alguna vez, no había salido muy bien parado en entrenamiento con armas de aquel tipo. Sin embargo, le parecían elegantes.

Apartó la vista de la espada de pronto, volviendo a mirar al chrysos.

-Por cierto, he olvidado tu nombre -comentó con naturalidad.

El hombre volvió a sacar su arma, y Corbin la contempló con deleite. Sí, definitivamente, sería un placer verlo en acción. Se preguntaba hasta qué punto sabría usarla, aunque la facilidad con que la movía demostraba que no era un novato.

Contempló el corte limpio en la pata de la mesa con evidente interés, imaginando qué efecto podría tener un corte así en una pierna humana. Era probable que pudiera cercenar el hueso limpiamente. Aunque, en su caso, prefería golpes sucios, que clavaran los huesos en la carne y agravaran los daños.

-Sí que lo es -coincidió a sus palabras-. Yo de ti trataría de guardarle aprecio, aunque solo fuera por su utilidad. Seguro que la echarías en falta en seguida si un buen día desapareciera. Yo, personalmente, me pondría furioso si me pasara algo así.

Corroboró con un gesto sus palabras.

-No es fácil olvidar unos rasgos tan curiosos como los tuyos -replicó-. Gerald. Trataré de no volver a olvidarlo.

Corbin no estaba de acuerdo con el planteamiento. Por supuesto, no rechazaría un arma de mayor calidad que la suya si esta se ajustaba bien a él, pero le parecía motivo de preocupación perder un arma si la que conseguías a cambio era simplemente distinta, pero no necesariamente mejor. En cualquier caso, decidió no discutir. No era nadie para empezar a aconsejar al hombre sobre armamento; él mismo tenía pinta de saber bastante al respecto.

-Nadie ha dicho que vayan a usarla. Solo a evitar que tú la uses -repuso. En realidad, le parecía algo secundario. Aunque, por otra parte, le alegraba ver la seguridad de su interlocutor. Si era tan bueno como decía, sería, efectivamente, interesante verlo en acción.

No entendió los gestos ni últimas palabras de Gerald, pero tampoco hizo comentarios al respecto. Se limitó a mantener la vista fija en él, escrutándolo y preguntándose a qué se refería. Tampoco tuvo mucha oportunidad de formular su duda en voz alta, pues él se marchó en seguida.

Corbin, al fin solo en la sala, miró a su alrededor. Libros por todas partes. Abrió de nuevo el que aún tenía en la mano y se encontró con que se trataba de un estudio de la bóveda celeste. Interesante, aunque no era lo que buscaba en aquel momento.

Tras un tiempo de exploración de la sala, y viendo que con los contratiempos se le había hecho tarde, decidió retirarse. De todas formas, se dijo, volvería.

*Se va*

Corbin se detuvo ante la puerta con una ligerísima sonrisa. El lugar era tan impresionante como lo recordaba. Las paredes circulares estaban repletas de estanterías, con miles de libros perfectamente colocados. La presencia asidua de los boros impedía, además, que los volúmenes se estropeasen.

Dejó los volúmenes sobre una mesa y avanzó por la habitación, explorándola a su gusto. Subió las escaleras hasta el telescopio y lo contempló, maravillado. El aparato era complejo y estaba muy ornamentado, dándole un aspecto solemne, allá en lo alto, en el centro de la habitación. Corbin lamentó no saber usarlo, aunque sabía que poco habría podido hacer con él de día.

Bajó de nuevo las escaleras y se sentó a leer. Escogió el primer volumen, al que ya le había echado algún que otro vistazo, pero que nunca hasta entonces se había decidido a tomar en serio. Pronto estuvo absorto en la lectura, casi formando parte del grupo de estudiantes de la torre Szorshüvel'Ëm que protagonizaban el libro.

En unas horas, cerró el libro, que había terminado de un tirón. Lamentaba, tras haberlo cogido, haber esperado tanto tiempo para leerlo. Aunque la historia era insulsa, el maravilloso desarrollo de los personajes lo había cautivado.

Pensó que, aunque no era un libro de cuentos, sí sería la clase de historia que Inger disfrutaría. Decidió que, si la encontraba (cosa que llevaba mucho tiempo sin suceder) se lo recomendaría.

Observó el otro libro con indecisión, pero finalmente negó para sí. Ya se había atiborrado bastante, y debía dejar asentarse la historia en su cabeza si de verdad quería recordarla. Guardaría el otro para la próxima ocasión.

Descansado y de buen humor tras la lectura, decidió que debía marcharse. No debía descuidar su entrenamiento.

*Se va*

Zacharyas contemplaba el horizonte con rostro sereno, sumido en quién sabía qué profundos y macabros pensamientos. A ratos, el hilo de estos variaba, pasando fugazmente de uno a otro y sin detenerse nunca demasiado en el mismo, como si ello lo incomodase, aunque era su subconsciente el que realizaba aquel cambio sin pedir permiso. En aquel momento, por ejemplo, mientras observaba los vastos terrenos que se dejaban ver en la ya oscura noche, no podía evitar pensar que, de saltar de aquel lugar y caer al vacío, por alto y grande que pudiese parecer, una persona que se encontrase a un par de cientos de metros en un lugar en el que la pendiente tapase la vista del palacio, no podría verlo. Su muerte, hermosa y engrandecida por la satisfacción que le produciría, no sería conocida por nadie que se hallase un poco más allá.
Aquello era triste, pensó Zacharyas. El mundo era tan grande que un lugar como Brontë apenas era un punto en el mismo, y sin embargo para él era enorme, y ni en todo aquel tiempo había podido recorrer todos sus recovecos. Entonces... ¿Cómo podía existir tanto hermoso dolor que él no podía más que imaginar? En aquella enorme extensión, sus sentidos solo le permitían conocer una cantidad tan ínfima de cosas que no podía evitar sentirse triste e insignificante.

*se queda barallando XD*

He decidido que debo explorar un poco más los interiores del palacio. Pendiente como estoy de Telma y con mi gusto por el aire libre, al final paso muy poco tiempo en el edificio, y bien pensado solo conozco las estancias básicas. Así pues, me pongo a recorrer el lugar, admirando su estructura y explorando zonas del mismo que desconozco. Parece más grande por dentro que por fuera.

En mi recorrido, topo con unas curiosas escaleras, y al ascender por ellas me encuentro en una extraña sala circular con aspecto de rincón de estudio. Las paredes están forradas de estanterías repletas de libros, aunque parece que los únicos interesados en ellos sean los boros. En el centro de la estancia se alza un enorme telescopio que no tarda en reclamar mi atención. Es bastante impresionante, pese a que no sé mucho de estas cosas.

De pronto me doy cuenta de que no estoy sola. Hay una persona más en el lugar, un hombre alto y desgarbado que contempla el paisaje desde la ventana. Carraspeo para llamar su atención, preguntándome si lo estaré molestando.

Esbozo una amable sonrisa.

-Buenas noches -saludo-. Qué rincón tan interesante, ¿verdad?

Estoy harta, ¡har-ta!, de este maldito castillo. Todo estirado, todo tan rico y tan de gente bien. ¡A ellos querría verlos yo en una zona de esas suburbanas infectas y asquerosas! Lo único que deseo es encontrar al estúpido del príncipe y largarme de aquí tan rápido como pueda. Pero esta es una misión encubierta y tengo que adaptarme al medio si no quiero levantar sospechas. Por ahora, me limito a recorrer el palacio buscando lugares estratégicos para cuando lleve a cabo el Gran Plan.

Llego sin proponérmelo hasta el observatorio, donde encuentro dos figuras. No tengo muchos (o alguno) amigos en Brontë, así que me acerco, dispuesta a atraerlos a la causa revolucionaria. Cuantos más, mejor.

-¡Buenas noches, señores!

El caeruleus, abtraído como estaba, se sobresaltó al oír una voz a su espalda, pues no había oído entrar a nadie. Aunque supuso que podría añadir el fuerte sonido de la lluvia en el exterior a sus opacos pensamientos como causa de aquel despiste. Esbozando una sonrisa algo macabra, aunque él trataba de resultar agradable, se giró lentamente para contemplar a aquella flamma, a la que jamás había visto.

Carraspeó, asintiendo.

-Desde luego... Es tranquilo para practicar la lectura, aunque si deseas mirar por el telescopio -. Zacharyas se quedó unos segundos callado, como si buscase una palabra, inmóvil-. lo mejor será que escojas otro día. Hoy la lluvia lo empaña.

Justo entonces entró otra mujer, esta ver una claritas de cabello corto, y el caeruleus comenzó a sentirse un poco violento, pero no dejó que su macabra sonrisa flaquease. Aquella parecía más activa. La examinó también, preguntándose si habría una forma de conseguir matarlas a ambas sin que lograsen, entre las dos, plantarle frente...

-Mi nombre es Zacharyas -dijo, respondiendo con ello a la llegada de la segunda y, al mismo tiempo, entregándole su identidad a la flamma-. No te había visto antes -murmuró, inseguro, a la flamma. Sus ojos oscuros se volvieron entonces hacia la otra-. A ninguna.

El caeruleus carraspeó nuevamente, incómodo.

FdR- Demasiadas mujeres y claaaro XD

Una claritas irrumpe en el lugar, energética, y se une a nosotros. Me vuelvo hacia ella manteniendo mi dócil sonrisa.

-Buenas noches -repito esta vez para ella.

El caeruleus, que tiene un aspecto realmente enfermizo y perturbador, se mantiene calmo. Generalmente, tranquilidad es un término positivo, pero en su caso solo consigue enfatizar sus rasgos de sádico loco. Como sea.

-Perdona, no me he presentado -le digo. Miro a ambos-. Yo soy Lea.

Me vuelvo hacia la claritas, expectante. Tampoco yo la conozco, y es el único nombre que me falta.

El chico es uno de los más raros que he visto nunca, y mira que he visto chicos raros. Entrecierro los ojos y le lanzo mi súper-mirada-de-jucio-total y decreto que no me gusta. Tiene algo que me pone nerviosa y parece estar muy lejos de aquí. Además, tanta calma implica que no tiene sangre en las venas. Y sin fuego en las venas no se puede luchar.

La chica, sin embargo, es harina de otro costal. Es una flamma, y me gustan los flammas. Tiene una sonrisa bonita, lo cual es también positivo. Y parece dulce. Me gustan las chicas dulces. La miro exclusivamente a ella cuando me presento.

-Soy Ío Étoile. Un placer, Lea. No lo mismo en tu caso, fantasmico- le digo a él mientras le saco la lengua. Me vuelvo hacia ella de nuevo-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Conspiráis?

Lea... Un nombre corto, sencillo... No sería complejo ponerlo en una lápida, pensaba Zacharyas, ni aunque tuviese que hacerlo él, que jamás había utilizado un cincel para trabajar la piedra. Y la otra Ío, que no distaba del primero, llegando a ser más corto todavía. Eran, pues, cómodas de matar en lo que al grabado de la lápida se refería.

Fantasmico. Aquella palabra hizo fruncir el ceño a Zacharyas, que, aunque acostumbrado a que lo llamasen de formas varias, no comprendía por qué se refería a él de aquel modo. Aquello le traía recuerdos de su pueblo natal, en el que los sobrenombres que le ponían, aunque menos "dulces", no se alejaban demasiado de ese tipo de seres sobrenaturales. Algún "monstruo" también le había tocado.
De todos modos, incapaz de discernir si aquella mujer bromeaba o no, trató de mantener su imperturbable sonrisa, acomodándose un poco la capa.

-Acabamos de encontrarnos -respondió, algo cohibido, pero manteniendo las formas, a la claritas-. Yo simplemente contemplaba el exterior.

Carraspeó, clavándose disimuladamente bajo las largas mangas de la capa las uñas en la palma de la mano. Se sentía francamente fuera de lugar, pero tenía que ser fuerte y aguantar aquello si quería aprender a entablar relaciones.

FdR- Me lo han dejao todo cortao XD

Me quedo alucinada con la claritas. Su nombre es Ío, con lo que ya empieza fuerte. No me hace mucha gracia la idea. En parte, es mi nombre, pero no es a mí misma a quien suelo referirme por él. Trato de mantener la sonrisa imperturbable, pese a todo.

Por otra parte, resulta extremadamente directa. Tanto, que casi me causa algo de envidia. Quizás demasiado, de todas formas. En cualquier caso, me alegra no ser objeto de sus puyas, aunque incluso me da algo de pena el caeruleus. En fin, mejor él que yo.

Asiento a las palabras de este último.

-Así es -confirmo-. He entrado hace un momento. ¿No te parece bonito este lugar? Creo que nunca había estado en un sitio así.

Le dedico una sonrisa, y me vuelvo al caeruleus manteniéndola, con una mirada amable.