Observatorio.

Contuve el aliento un instante al verle extender las alas en todo su esplendor, sintiendo cómo el corazón se me aceleraba un poco. Las vi cernirse sobre mí con asombro y cierta incredulidad, maravillado por aquella majestuosa exhibición de plumas. En un movimiento reflejo, intenté abrir mis propias alas, que ni siquiera temblaron. No podía evitar sentir el hervor de ira de mi sangre, consumido como estaba por la rabia y la impotencia, aunque traté de dominarme y no exteriorizarlo. Se me escapó un minúsculo estremecimiento algo siniestro.

Me vi obligado a erguir levemente la cabeza, separando los labios de su pelo, al sentir cómo intentaba alzar la cabeza. Apenas fue un pequeño movimiento, lo suficiente para mirarme con el ojo que no apoyaba contra mi torso, un ojo azul brillante que parecía expresar mil cosas y ninguna en concreto. Lo estudié un momento, frunciendo levemente el ceño en un intento por descifrarlo, mientras llevaba mi mano a su mejilla para acariciar con un dedo el borde inferior de aquel ojo profundo. Finalmente, volví a llevar mi mano a su espalda para abrazarla y posé los labios en su lisa y blanca frente, con cierto cuidado.

Su afirmación me pilló por sorpresa, y tuve el impulso de alzar una mano y mirarla, sin entender demasiado bien. Sin embargo, no lo hice, sino que me atreví a estrecharla con algo más de fuerza, aunque alerta, aún con miedo a hacerle daño, mientras ella correspondía arrimándose más contra mí. Sentí, muy superficialmente, un mordisco en el pecho, y a continuación la noté estremecerse en una pequeña risa secreta. Por una vez, me permití a mí mismo relajar el rostro y esbozar una pequeña sonrisa, divertido por su repentina actitud inquieta.

Solté una mano de su espalda para llevarla a su cuello, y lo acaricié en dirección a la mandíbula para hacerle alzar la vista, sin deshacer mi sonrisa. Besé de nuevo su frente, y fui recorriendo con los labios un lateral de su cara hasta llegar a su boca, donde me posé con más suavidad que la última vez, espirando con algo de fuerza, en un beso calmado pero igualmente intenso. Mi mano volvía junto a la otra, rodeando su espalda para atraerla un poco más, sintiendo cómo la sangre me quemaba en las venas.

Me encontré con que, esta vez, su reacción era bastante diferente, y sentí un cosquilleo cuando cambió su postura para inclinarse hacia mí con mayor libertad. Yo también se lo facilité inclinándome levemente hacia ella y asegurándome de mantenerla bien sujeta contra mi cuerpo. Percibí, más que vi, cómo sus alas bajaban de nuevo y dejaban de rodearnos, y cada gesto de ella, cada indicio de entrega me hacía hervir con más fuerza. Aquella sensación fue in crescendo hasta el momento en que se le escapó la voz, en que creí que perdería de nuevo el control.

Ella no permitió que así fuera, pues el inesperado sonido la hizo detenerse y separarse un poco, con lo que la imité. Abrí los ojos y la miré fijamente, sintiendo aún el calor que me envolvía y la respiración acelerada, pero con la suficiente calma, por el parón repentino, como para tomar el control sobre mí mismo.

Me llamó entonces, casi como una petición, y la miré un momento más a los ojos, buscando lo que aquella solicitud contenía. Sonreí nuevamente un instante y tomé aire antes de volver a buscar sus labios con los míos, recobrando el entusiasmo del beso interrumpido, pero controlándome a mí mismo para no dejarme llevar por completo, temiendo asustarla. Me resultaba cada vez más complicado, y como recurso para mantener la lucidez llevé una mano una de sus alas y la acaricié suavemente, de forma casi temblorosa. La concentración en la suavidad de la caricia me impediría excederme en el beso.

FdR.: Roleo pausado, seguiremos mañana u.u

Ante el nuevo beso, pareció volverse todavía más frágil, lo que me hizo tomar mayor conciencia de la necesidad de reprimirme un poco. Comenzaba a sentir su calidez cada vez más evidente, confundiéndose un poco con mi propio calor, que se revolvió bajo mi piel con fuerzas renovadas al sentir sus dedos enredarse en mi pelo. Al cabo de un tiempo, y tras una ardua lucha interna, conseguí serenarme, y fui bajando la intensidad hasta que el beso pareció volverse una caricia. Di un último mordisco a su labio inferior antes de alejar un poco mi cara de la suya, y llevé mi mano derecha a su cuello para recorrerlo desde la mandíbula a la clavícula, en una dulce caricia.

Mi respiración era entrecortada, pero ella parecía más afectada. Además de su aliento jadeante, parecía temblar de arriba a abajo entre mis brazos, así que me preocupé de sostenerla mientras se recuperaba. La atraje de nuevo contra mi pecho, intentando regular mi respiración y mi pulso, con la boca entreabierta. Permanecí un momento en silencio, acariciando su pelo, en una postura similar a la que manteníamos antes de empezar. Finalmente, la llamé con voz ronca:

-¿Fier? ¿Estás bien? -susurré apenas.

Lentamente fue recuperándose, dejando de temblar y recobrando su fuerza. Se acomodó a su gusto, algo más tranquila, aunque todavía alterada y, al mismo tiempo, algo ausente. Poco a poco, fue bajando las manos de mi pelo a mis hombros y recuperando la estabilidad sobre sus propios pies, aunque parecía tener intención de separarse. Mis palabras parecieron devolver su mente también a su lugar.

No me miraba, escudada por la diferencia de altura, aunque pude ver cómo cerraba los ojos, tal vez intentando volver en sí del todo o tal vez dejándose llevar por el entorno. Recolocó sus alas en su lugar en la espalda, y sentí el roce de las plumas en mis dedos, entrecerrando los ojos mientras me recorrían sensaciones contradictorias. La mano situada en la base de su cuello recorrió el revés de su hombro buscando rodear de nuevo su cintura, y al pasar junto a las plumas las acaricié con la punta de los dedos, con un cierto instinto de curiosidad nunca satisfecha.

Recogió la cara contra mi pecho, impidiéndome del todo ver sus facciones, y la apreté un momento contra mí con fuerza, respondiendo con mi movimiento al suyo. Reflexioné sobre su pregunta un instante antes de asentir lentamente, acompañando el gesto con un sordo gruñido de asentimiento. Fui relajando poco a poco los brazos, dejando de ejercer presión de su cuerpo contra el mío, como ofreciéndole escapar de entre mis brazos si así lo decidía. Mantuve entre dos dedos, sin tirar, un mechón rubio, jugando con su tacto.

Miré al techo. El cielo seguía nublado y la lluvia golpeaba el cristal, pero la luz diurna había desaparecido ya por completo, probablemente hacía bastante rato. Me pregunté cuándo había perdido la noción del tiempo.

Bajé la vista de nuevo y su sonrisa me hizo parpadear un momento, como deslumbrado. Me limité a contemplarla con rostro serio. El silencio nos había inundado, y no parecía que hubiera muchas posibilidades de deshacerse de él. Sentí sus manos descender sobre mi pecho y y una de ellas subir hasta mi mejilla, y me mantuve inmóvil, a excepción del momento en que su mano rozó mi garganta, en que tragué saliva. La mano continuó hacia su destino sin detenerse.

Subí la vista lentamente desde sus labios, tal y como ella había hecho con su mano, pasando por su rectísima nariz hasta sus ojos, donde me detuve. Tensé un instante los labios, como queriendo decir algo, pero sin llegar a abrir la boca. Volvía a mi mente toda la conversación que habíamos mantenido, y me pregunté si, en caso de haber tenido lugar en aquel momento y no antes, el tono habría sido diferente.

Desvié la vista a sus alas y tensé los hombros, cerrando los ojos con fuerza, conteniendo el dolor e intentando transmitir algún movimiento a mis propias extremidades. Me mantuve rígido un breve lapso de tiempo, probablemente menos de un minuto, antes de emitir un gruñido y relajar mi espalda de nuevo. Por supuesto, cualquier esfuerzo era inútil, y eso era algo que tendría que haber aprendido hacía ya tiempo, pero que una parte de mí no era capaz de aceptar y contra lo que, de vez en cuando, me rebelaba. Aún con todo el cuerpo relajado, mantuve los ojos cerrados y fruncidos, luchando por no desmoronarme. No era algo que pudiera permitirme.

Sentí como se alzaba para posar sus labios sobre mis párpados en dos ligeros besos, para luego juntar su frente a la mía y contemplarme. Aún con el rostro algo contraído, abrí finalmente los ojos y los clavé en los suyos con cierto aire defensivo e inconformista. Entonces fue ella quien cerró los ojos, antes de pronunciar unas palabras que me hicieron desviar la vista a un lado, entre ofendido y furioso. No tardó en añadir algo más, esta vez más personal, pero que interiormente rechacé igualmente.

Aunque su comportamiento era diferente, aquella forma de alimentar absurdas ilusiones me hacía evocar a mi madre, que había demostrado que se mantendría en sus trece el resto de mi vida. A aquellas alturas, sin embargo, yo había comprendido que su esperanza no radicaba ya en mí, sino más bien en un posible heredero, un niño que naciera con alas y la capacidad de usarlas. Aquello era lo que explicaba toda su cabezonería; aunque mis alas fueran inútiles, seguía siendo el único aether entre mis hermanos, y por tanto, la última esperanza. Pero no la misma esperanza que yo intentaba apagar dentro de mí.

Cerré un instante los ojos, con expresión ya relajada pero igualmente grave, y los abrí al momento. Posando mis manos en los costados de Fier, tiré levemente de ella hacia abajo, más guiándola que forzándola a estabilizarse de nuevo en el suelo y la solté definitivamente, dejando los brazos muertos a los lados de mi cuerpo.

Me costaba mirarla a la cara, pero me obligué a mí mismo a hacerlo.

-Ojalá fuera tan simple como eso -repliqué finalmente-. No intentes involucrarte en eso. Ya no hay mucho que hacer al respecto.

No dije nada, por supuesto. Todavía había algo que hacer, pero tampoco era algo de lo que ella pudiera encargarse, probablemente. Para un aether, cercenar unas alas, o siquiera ver cómo sucedía, se consideraba una de las vivencias más espantosas que uno podía llegar a presenciar.

FdR- Y este es el comienzo de la aventura de Fier en pos de que Cierzo vuele.

Pareció que volvía a retomar sus distancias, su posición defensiva y su frialdad. Lo acepté, considerándolo lógico, y teniendo en mente que esa era mi misma actitud. Sin embargo, sus palabras me hicieron comprender que me había malinterpretado, aunque era difícil explicarlo.

-No dudo de tus palabras ni de tus capacidades -murmuré apenas.

Entendía su visión de la situación, pues no era distinta a la de muchos. No habían faltado filántropos, médicos ni investigadores que creyeran en mí, que confiaran y que me dieran toda clase de consejos y muestras de apoyo. Había vivido rodeado de gente así, que por voluntad propia o por intervención de mi madre me había dedicado su tiempo inútilmente. Jamás, ni una sola vez, alguien había conseguido el menor progreso. La única reacción que algunos habían obtenido era un aumento de los dolores. Para mí, a aquellas alturas, no era una cuestión de confianza; era, simplemente, una cuestión de realismo.

No tardó en comenzar a recoger, devolviéndome a la situación, y la miré con algo de lástima. Tal vez había herido sus sentimientos, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. A sus palabras, clavé mis ojos en los suyos, intentando encontrar en ellos algún atisbo de... lo que fuera. Todo lo que topé fue una pared de hielo que impedía el paso más allá.

-No eres la primera, ni probablemente serás la última, que intenta cambiarlo. Todo lo que puedo decir es que las llevo a la espalda desde hace veintidós años, y jamás han temblado siquiera. No parece algo muy productivo dedicarle ya siquiera atención -tragué saliva, sin dejar de mirar aquellos ojos helados-. Buenas noches.

Cuando se acercó a mí con tanta decisión tuve el impulso de pegarme más contra el telescopio, en un intento por mantener la distancia, pero lo contuve. Craso error por mi parte. Sorprendido por la firmeza y rapidez de su acción, no tuve tiempo de contrarrestarla. Apoyó una mano en mi pecho y me rodeó. En el momento en que sentí cómo tomaba mi capa, un brillo de alarma -e incluso miedo- asomó a mis ojos, que quedaron tapados cuando la capa cayó sobre mi cara.

Me alejé de ella tan rápido como pude, tomando la capa para devolverla a su lugar, sobre mis alas, en un gesto furibundo y desesperado, dirigiéndole en cuanto mi cara estuvo al descubierto una mirada de orgullo herido y confianza rota, la mirada de alguien que se siente traicionado y vendido, una mirada casi de odio. Me sentía insultado, pisoteado, más ultrajado de lo que recordaba haberme sentido nunca.

-No sé lo que quieres, pero no tienes ni idea de lo que haces -siseé, con rabia infinita.

No fui tras ella, no intenté detenerla ni adelantarme en salir. La calma con que se iba me pareció casi tan insultante como lo que había hecho, pero me obligué a mí mismo a mantenerme inmóvil. Tan solo en mis ojos podía distinguirse el torbellino que sentía por dentro. Duró hasta que la perdí de vista. Sabía que aún podía oírme, que estaría todavía en las escaleras, bajando de la torre. Mi autocontrol había llegado a su límite, y si aún podía haber algún testigo era algo que no me importaba en absoluto.

Con un profundo grito, descargué mi puño sobre la mesa al tiempo que clavaba mis garras en ella, atravesándola. Repetí aquello varias veces, hasta clavarme trozos de madera en los puños, sin importarme en absoluto la sensación de dolor, ni el estar destrozando el mobiliario, ni que se escucharan mis gritos. Acabé por lanzar la mesa, o lo que quedaba de ella, por encima de la plataforma, empujándola contra la pared con ayuda de un aethes que terminó de destrozarla.

Me apoyé en el comienzo del pasamanos de la escalera, jadeante, sintiendo como el calor de mi sangre, aumentado ahora por un motivo completamente diferente, comenzaba a volver a la normalidad. Empezaba a sentir el dolor de las heridas de mis manos, que había ignorado hasta entonces, y cerré los ojos, sintiéndome derrotado. Dejé pasar el tiempo sin preocuparme, sintiendo cómo me iba derrumbando hasta quedar reducido a ruinas.

Abrí los ojos de golpe. Con una calma siniestra, sin ver siquiera el estropicio, bajé las escaleras con paso lento, para dirigirme hacia la puerta, caminando como un autómata, sin ninguna expresión reflejada en el rostro. Cerré la puerta tras de mí con cuidadosa suavidad, casi con un mimo antinatural, y comencé a descender las escaleras.

*Se va*

Hace mucho que no subo a este lugar. Es hermoso, de algún modo, pero más por lo que se puede ver gracias a él que por la propia estancia. Aún así, la belleza no es realmente útil. Puede llegar a calmar los sentidos, a las personas, pero su utilidad muere ahí. No sirve más que para el disfrute. Sin embargo hoy, por algún motivo, ansío ese disfrute, por el que vengo a este lugar a contemplar el cielo como si se hallase más cerca de mí. Es un buen modo de relajarse y de pensar.
Tengo varias cosas que hacer ahora mismo: hallar al muchacho secuestrado y hablar con él, buscar información sobre el paradero de Silvanus, el cual espero que siga con vida, encontrarme con Jager, responder a una carta de Corbin, cuando este me la envíe...
Y, bueno, luego está mi misión: hallar al espía. Muchas veces la doy por resuelta, pero no acabo de atreverme a arriesgarme. Busco un último empujón para asegurarme de que mi presentimiento es verdad.
Además de todo eso, tengo ganas de ver a Heylel, a Massen y, extrañamente, a Gerald. En nuestro último encuentro me sentí como si se estuviera riendo de mí. También quiero aclarar eso.

De pronto parece que tengo cientos de cosas que hacer, pero ninguna me tienta ahora mismo. Quizás porque no son horas.
En estos momentos me contento con mirar el cielo, que parece más cercano desde aquí, y pensar.

*Se queda un buen rato. Luego se va*

He estado en las habitaciones pasando la tarde. A primera hora me encontraba muy mal, por lo que me tuve que tomar el último bote de medicina que Errst me había dado para mi febril estado.
Ahora el tiempo se acababa y el tío Nagorr aún no aparecía.
Sin embargo la medicina hizo ligero efecto y ya me encontraba mucho mejor.

Decido subir al observatorio más que nada para pasar el rato. La luna debe estar bonita y siempre me ha gustado mucho. En Humus rara vez la vemos. Yo, por lo menos. Vivir bajo tierra es un rollo.
-¿Qué tal, precioso?- digo guiñándole un ojo de forma picarona, acordándome la noche en la que me había besado con él.
Gran noche.
-Te veo bien- hablo contenta, apoyándome en la escalera, con garbo.

-Pues el aburrimiento- respondo algo asqueada.- Últimamente no hago nada en claro. - Explico.- Además estoy algo nerviosa. ¿Te puedes creer? Una zorra calva nos atacó a Massen y a mí el otro día en el lago. Y luego decían que Brontë era seguro...- me autoabrazo y me recorre un escalofrío.- Así no hay quien viva tranquilo.- Me excuso, molesta.

Sin embargo, cambio mi semblante rápidamente. No me apetece hablar de eso ahora. Comienzo a subir unos cuantos escalones para quedarme a la altura de su cara.- Así mejor, ¿verdad?- río, con tintes algo picarones.

Me ha gustado besarle.

-Sí bueno -comento encogiéndome de hombros.- Es un primor de niña, pero no deja de ser eso, una niña- suspiro resignada. -Tiene un novio súper guapo y atractivo y llevan muchísimo juntos pero ella ya sabes... parece que no se decide -digo interesante, como si fuera una experta en la materia. -Últimamente parece que nos hemos distanciado un poco, pero bueno. Nos queremos y esas cosas. Yo por lo menos.- Alzo el índice.- Lo que no quiere decir que no sea crítica con ella. Es un poco mojigata.- digo guiñándole un ojo y echándole la lengua. -Pero eso sí: muy maja ella -acabo.

-Pues espero no encontrarme con ninguna nunca más- le espeto, algo molesta.- Esa tía nos estropeó una merienda de amigas súper guay - exclamo, rencorosa.

Cuando hace su broma, lo miro agachando la cabeza y alzando una ceja. -Pues podías ahorrar saliva -le dijo con reproche.
Entonces pestañeo un par de veces... -Aunque, si quieres -digo apoyando las manos en su pecho, ya que ahora le llego a la perfección.- Puedes emplearla en otros... menesteres- río, pícara, acercando mi cabeza un poco.

Mi débil y frágil corazón latía eufórico, aunque al borde de un ataque de nervios.