Observatorio.

Comprendía sus palabras, si bien no acostumbraba a hacer aquel tipo de cosas. Yo también tenía formas especiales de confiar en la gente, aunque antes solía pensar que las personas eran buenas si lo parecían. Los años me habían enseñado que había algunas que se disfrazaban de buenas personas, y que había que ser algo más cuidadoso, pero Aloe era, sin duda, una buena persona.

-¡Si ello te hace confiar en mí, no dudes en repetirlo cuanto quieras! -exclamé, ensanchando la sonrisa. Luego callé, dándome cuenta de cómo de innoblemente violento podía haber sonado aquello, pero demasiado tarde, y me mordí la lengua para no decir más.

Me tranquilizó un poco saber, por otra parte, que no me había notado sucio. Me aseaba a diario las veces necesarias, y al ir a ver a personas delicadas como ella, en mayor medida.
Ya relajado, tranquilo, sonreí a sus palabras, mirándola con cierta satisfacción.

-Creo quequedan muchas más cosas que conocer en Aloe Mion, sin embargo -objitecé a sus palabras, como desafiante-. Y estaré encantado de descubrirlas.

Ya era tarde, pero puesto que ella no parecía querer marcharse todavía y yo no deseaba inoportunarla, terminé contándole alguna historia más, historias más alegres, más simples, cuyos finales no la entristeciesen.
Allí nos quedamos, entonces, un rato más.

*fin de escena*

He oído gritos en los pasillos. Es verdad que soy curioso, pero no me gustan las discusiones, y como no estaba seguro de a quién pertenecían las voces, y visto que parecía un tema personal... Yo mejor...
Me metí en el primer desvío que vi y di con las escaleras. Ahora estoy aquí, y no veo por qué no aprovecharlo. Me gusta mucho el observatorio, y hoy no llueve. Supongo que cada vez hará peor tiempo, así que es un buen día para disfrutar del cielo, que el invierno es cómo es...

He tomado un libro de las estanterías para ir comprobando constelaciones, mientras, que aunque sepa algunas no me las sé todas, y por aquí en esta época nunca he probado a ver...

*se queda*

Podría decirse que Ben entró por la ventana o podría decirse, más bien, que cayó al suelo desde ella y rodó por la habitación. Se puso de pie en seguida, con aspecto jadeante y tembloroso y se sacudió la ropa y las manos. Había trepado desde los tejados, pero quizás no había sido la mejor idea del mundo. Llegada cierta altura, el suelo parecía magnético, y las piedras no daban mucho espacio donde agarrarse. Había sido una experiencia que no pensaba repetir próximamente.

Al mirar alrededor, aún algo alterada, se encontró con una figura conocida. Soltó una carcajada nerviosa, visiblemente alterada.

-¡Ey, mira tú por dónde! -comentó, aún frotándose las manos, con una sonrisa temblorosa.

Cuando me habla me sobresalto. Más que nada porque no la he oído entrar... Y la puerta estaba cerrada, y...
Me doy la vuelta y le echo un ojo. Sí, sí que lo está. Entonces...
La vista se me va a la ventana abierta, pero no tiene sentido, así que será que no la he oído. Tampoco es que estuviese muy atento.

Miro a Ben y esbozo una sonrisa, saludando con la mano. Hacía tiempo que no la veía ya. Supongo que a estas horas es más normal verla a ella que a mí.

Después de un momento de tomar aliento, Ben se sentía un poco más relajada. Se acercó algo a Jun, mirando alrededor con curiosidad. Aquel sitio era un tanto extraño, la verdad. Ben no acababa de entenderlo muy bien.

-Y... ¿vienes mucho por aquí? -preguntó, entretenida-. Bueno, más que nada, ¿dónde leches estamos?

Daba vueltas sobre sí misma. Parecía una especie de librería, aunque no entendía bien qué era aquella escalera en el centro, ni por qué aquella forma tan particular. Cualquiera sabía con los sabios. Lo que una podía llegar a encontrarse...

Esbozo una sonrisa y asiento un momento. Entonces pregunta... Y me extraña, claro. ¿No sabe lo que es un observatorio? Bueno, bien pensado, no sabe leer. Supongo que eso indica que ha vivido una vida dura...
La agarro de la muñeca con suavidad, tirando un poco, indicándole que me siga. La llevo entonces hasta el telescopio, y le indico con un gesto que mire. Supongo que no habrá mucho que explicar después de eso.

Me pregunto cómo ven los caeruleus el cielo por la noche... Quizás haya alguna forma de comprobarlo. Tiene que ser una sensación muy rara eso de ver en la oscuridad... ¿Y en la completa oscuridad?
No sé bien cómo funciona eso...

Ben siguió a Jun con cierta curiosidad, subiendo las escaleras, aunque seguía sin entender qué hacían allí. El hecho de que subieran, antes de nada, a aquella escalera con aquella máquina tan extraña no explicaba demasiado tampoco. De hecho, no hacía más que confundirla más. Pero Ben no dijo nada al respecto, sino que se limitó a seguir las indicaciones del claritas.

Agachándose ligeramente, guiñó un ojo y apoyó el otro en la mirilla. Frunció el ceño. Al otro lado, lo que parecía un trozo de cielo. ¿Qué demonios...?

-Vale, no sé qué leches es esto pero es muy raro -acabó por informar, tanteando el aparato mientras miraba a través de él-. ¿Es algún tipo de arte abstracto de esos? ¿Por qué está aquí dentro?

Hoy no he traído el amuleto. Solo iba del baño a la habitación cuando me encontré la discusión. No esperaba encontrarme a nadie, porque siempre que me baño intento que no pase, pero ahora es un problema. Y manejarme con gestos con ella de más difícil.

Niego con suavidad. Señalo el telescopio y luego la llevo hasta la ventana, señalando el cielo. Intento explicarle con gestos que... Bueno, que las lentes del telescopio tienen el foco ajustado para que la imagen del cielo se vea mucho más cercana. Bueno, vamos, que el cielo se acerca, o algo así. Es un poco confuso, pero espero que lo entienda.

Esbozo una sonrisa de disculpa, por no saber expresarme mejor, y me encojo de hombros. La verdad es que es bonito. Puede ser útil, pero es bonito también... Depende.

Jun acabó por apartarla del aparato, tratando de explicarle con señas en qué consistía aquello. Ben, al principio, fruncía el ceño, sin entender. Sí, ya había visto que era como una especie de cielo, pero... Un momento, ¿era el cielo? Pero si ella miraba en una dirección en la que... Aunque con aquella cosa enorme quizás...

Parpadeó.

-Vale, creo que lo he pillado, pero... no tiene mucho sentido, ¿no? -comentó, completamente seria, incluso con el ceño algo fruncido-. Para ver el cielo miras arriba. Y además ves más que mirando por esa cosa, que parece que te lo recorte.

Se rascó la cabeza, algo confusa. La gente ya no sabía ni qué inventar, desde luego...

Arrugo el ceño, torciendo un poco la boca. Es que no entiende lo magnífico que resulta poder tenerlo tondo tan cerca... El estudio desde una distancia tan corta resulta tan útil. No podemos llegar al cielo, pero podemos acercarnos más que nunca, y entonces comprender el universo que nos rodea, y no solo nuestro planeta. ¡Todo!

Vuelvo a arrastrarla al telescopio. Esto ya es algo personal. Pero me pongo yo, esta vez, y busco una nebulosa especialmente bonita, o algo así. Lo primero que encuentre, y la enfoco, apunto perfectamente, y entonces se lo cedo.
Contémplala. Eso no puedes verlo simplemente mirando al cielo.

Y como esa, muchas cosas.

Ben se sentía un tanto extrañada, pero más le extrañó aún ver a Jun tan agitado. Se le había ocurrido preguntar por el colgante, pero por algún motivo, había decidido no hacerlo. Jun era bastante posesivo con aquella cosa.

El caso fue que la hizo subir otra vez las escaleras y se puso frente al aparato. Ben observó, curiosa, cómo lo movía y calibraba, preguntándose para qué servían tantas manecillas y ajustes. Seguía sin entender la finalidad de aquello.

Entonces Jun le cedió el puesto, y cuando miró a través de la lente encontró algo extraño y colorido, y se preguntó qué era.

-Ahora ya no sé qué se ve -comentó, entre aturdida y divertida-. ¿Qué le has hecho? No lo habrás estropeado...

Sonrío. Eso es... La he dejado anonadada...
¿Estropeado? Frunzo el ceño y niego. Señalo hacia arriba, hacia el techo, hacia el cielo. Le indico que se coloque de nuevo y giro un par de cosas para que la imagen se aleje y pueda ver otra vez estrellas, supongo. Y tras un par de segundos lo acerco una vez más. Le coloco entonces una mano sobre el metal y la guío, desplazándolo, moviéndolo, para que vea cómo recorre la bóveda celeste, y cómo puede ver grandes cosas enormes y que por la distancia parecen pequeñas.

Esbozo una sonrisa, esperando su veredicto. Espero que entienda lo importante que es la belleza del universo. Es como... lo grande que es todo, lo pequeños que somos, y aquí estamos.

Nada, más aspavientos. Así no iban a ninguna parte. Algo debía estar pasando Ben por alto. Eso o se trataba de alguna de esas cosas estúpidas de la gente de bien como lo de tener dos baños o no hacer fiestas de pianos teniendo una sala con un piano.

Cuando Jun comenzó a cambiar cosas, la primera sensación de Ben fue de tensión y pérdida de equilibrio. ¿Pero qué...? Se agarró con fuerza al aparato y pegó más el ojo a la lente, hasta que le dolió un poco la presión. Y entonces, cuando se acostumbró a aquellas visiones tan extrañas (porque parecía que hubiera tomado alguna droga), empezó a entender algo. O eso creía.

Sonrió.

-Bueno, es una buena forma de ahorrarse un cigarro -comentó, divertida-. Es entretenido. Tiene su gracia. Aunque lo de tener que estar con un ojo ahí puesto y el otro guiñado es un poco incómodo.

Arrugo el ceño. Parece que, pese a todo, no lo encuentra espectacular.
Suspiro. La verdad es que... no sé. Quizás el no haber sido educada no la haya enseñado a apreciar la belleza del arte... No, no tiene sonido, porque ella toca. Entiende perfectamente la belleza del arte. ¿Pero entonces no le gustan las estrellas?

Me cruzo de brazos un momento, pensativo. Entonces le hago un gesto con la cabeza para que me siga, risueño. Quizás así...
Me acerco a la puerta, con intención de salir de la habitación. A menos que no venga, claro. Que hoy no es que me esté haciendo entender demasiado bien, claro...

Pero, al parecer, Jun ya se había cansado de aquello de jugar a cambiar el cielo. Ben ladeó la cabeza, preguntándose adónde la llevaba. Pero, de todas formas, no dudó en seguirlo escaleras abajo. Así, de paso, descubría de una vez en qué parte del palacio estaba, que tampoco estaba de más.

Y a ver en qué estaba pensando el chico.

*Se van*

Era agradable ver aquel tiempo tan espantoso desde dentro del palacio, donde no podía alcanzarme. También era agradable poder soportar algo de frío sin mayores problemas. Tanto que no me importaba subir hasta la torre, aunque estuviera algo peor guarecida y aunque no se viera gran cosa en el cielo. Las nubes lo tapaban todo.

Me acomodé junto al telescopio, en una silla que yo mismo había arrastrado hasta allí. Habría estado bien que se pusiera a relampaguear. Al menos así se podría disfrutar de algún espectáculo. Aunque las gotas de lluvia atrapadas en el techo de cristal tampoco eran desagradables. Sonaban de forma poco rítmica, pero relajante. Y el resto era puro silencio. Un buen lugar para relajarse.

*Se queda*

Una tarde más en la que el tiempo pasa despacio. Recuerdo cuando era una cría y me iba a saltar a los charcos bajo la lluvia. No sé qué me ha pasado que desde que estoy aquí ya no me apetece. Es como si me hubiesen caído cien años de golpe, o algo así.

En una de estas me dirijo al observatorio. Diría que simplemente vago y me apetece subir las escaleras de caracol, así que termino haciéndolo. Y al entrar, dispuesta a contemplar un rato la noche, que al menos por suerte ya es de noche, me encuentro con una figura familiar.

-¡Cierzo! -exclamo enseguida, acercándome a él en unas zancadas-. Mithos, no hay quien te encuentre estos días-. Y menos a solas. Desde que volvieron que se conjugase que estuviese solo y los dos ociosos...-. ¿Qué tal? ¿Qué haces?

Sí, la calma de la lluvia. La calma de la lluvia que no tardó en romperse. Y en cuanto lo hizo, dejó bien claro que seguiría así al menos por un rato. Volví la vista al frente, hacia la puerta. La niña de Gerald ya se acercaba por las escaleras con paso decidido.

-Buenas noches -saludé en un gruñido-. Nada de particular. Solo veo pasar el tiempo. Tampoco es que haya estado escondiéndome. Solo estoy volviendo a adaptarme al ritmo de Brontë. Relajándome un poco.

No había hecho, desde mi vuelta, mucho más que poner en orden mi correspondencia. Pronto tendría que empezar a trabajar, buscando alguna misión en la que ofrecer mis servicios. No estaba en Brontë de vacaciones, después de todo. Aunque, después de tanto tiempo fuera, tenía que hacerme a la idea de ello.

Asiento un par de veces con entusiasmo, frotándome la nariz con el puño en un gesto veloz. Quedaría un poco violento decirle "eh, oye, te he estado buscando, quiero hablar contigo", porque tampoco es que le haya puesto el empeño de mi vida, así que me toca buscar una forma de sacar el tema que quiero sin que resulte muy violento.

-Supongo que volver a un sitio siempre tiene sus consecuencias. Estuvisteis mucho fuera, además. Merecéis un respiro-. Carraspeo. Debería dejar de hablar todo el rato en plural-. Por cierto, quería darte las gracias por las cartas que me mandaste. O sea... -. Aparto la vista. Esto es difícil-. Lo digo de verdad. No tenías por qué hacerlo, pero lo hiciste. Siendo como es Gerald ya suponía que no tendría noticias, pero tú te portaste-. Carraspeo de nuevo, algo incómoda-. De verdad.

Enarqué una ceja ante su comentario, mirándola con gesto interrogante, pero acabé por asentir. Las cartas, claro. Tenía sentido.

-Bueno, tampoco es que me esmerara mucho con ello -repuse, encogiéndome de hombros de mi manera habitual-. No me costaba nada escribir un par de líneas alguna vez, y después de ver tu aspecto parecía necesario. Supongo que cumplieron su cometido, pues.

Cartas, por llamarlas de alguna forma. Más parecían notas, escritas sin mayor cuidado y sin ninguna estructura ni orden lógico de ideas. Pero si a ella le habían hecho ilusión, no había mucho que decir al respecto. Para eso habían sido, después de todo.

Aunque le quite hierro al asunto diciendo eso a mí me dieron la vida. No sabe hasta qué punto.
Me acerco un poco a él, amagando dos cosas: primero que voy a tenderle la mano, luego que voy a abrazarlo cortésmente. Finalmente, como me quedo a medio camino entre ambos, le doy una palmada en el brazo y que le cunda, que yo con él tampoco sé qué decirme.

-Pues eso. Si alguna vez necesitas algo cuenta conmigo. En lo que a mí respecta, eres un gran tipo, Cierzo -le digo, retirándome de nuevo la distancia que he acortado.

Lo que sí, me cuesta tratar contigo. Tan serio siempre. Y como me has ayudado estoy yo como para rallarte, claro.

-Y con esto pongo fin a las formalidades -declaro, llevándome las manos a la nuca, algo más relajada, sonriendo.

La vi acercarse, haciendo un amago muy leve de responder a su gesto, sin tener muy claro cómo, principalmente porque no estaba siendo demasiado clara ella. Al final, como todo quedó en una palmada, reacomodé mi postura sin más. Pues a eso no había mucho con que pudiera responder. Porque no podía dejar de pensar que cualquier amago de palmada hecho a ella era lo mismo que tirarla al suelo. ¿Qué comía aquella niña, que era todo huesos?

Asentí. Dudaba que hubiera mucho que ella pudiera hacer por mí, realmente, pero ese no era motivo para rechazarla. Nunca se sabía de quién podría acabar recibiendo ayuda uno, y rechazar su oferta hubiera sido una auténtica desconsideración sin ninguna base. Como mínimo, que mantuviese la ilusión.

Nuevamente, asentí cuando se declaró libre de cargos. Mejor para ella, en realidad. Yo no esperaba formalidades de alguien así. De hecho, cada vez esperaba menos formalidades en Brontë.

-No necesitas formalidades conmigo -repliqué con voz sorda-. Ya pongo yo las suficientes. Demasiadas para ti, diría.

Que no necesito formalidades ya lo sé. No es que yo sea muy formal. Pero bueno... Es como un acto de educación o algo así, ¿no?
Me encojo de hombros, sin perder la sonrisa.

-Bueno, lo hecho hecho está-. Alzo la vista hacia el techo. Tuerzo la sonrisa un momento-. Ey, Cierzo. Te estoy molestando, ¿no?-. Frunzo el ceño, curiosa-. Es decir... No creo que hayas venido aquí a contemplar el paisaje, porque mucho no se ve, pero tampoco es que sea esto la sala común, ya me entiendes.

Hundo las manos en los bolsillos, balanceándome adelante y atrás, con una sonrisa entretenida.
Es buen tío. Debería hablar más con él.

La miré un momento, curioso. Tenía una forma de hacer las cosas un tanto particular. Una a la que no estaba demasiado acostumbrado. O acostumbrado en absoluto. Era demasiado directa. Era como si fuese incapaz de moldear las ideas en su cabeza, como si sintiera la necesidad de escupirlas tal cual llegaban.

Volví a encogerme de hombros y alcé la vista al techo.

-No sabría decirte -respondí tras pensarlo un momento-. Desde luego, no vine aquí buscando a nadie. Tampoco diría que me moleste que aparezca gente. Supongo que no rechazaría un plan mejor que estar aquí sentado mirando la oscuridad -. La miré-. ¿Se te ocurre alguno?

Pues sí que me había sentado mal el viajecito. Hubo un tiempo en que no era tan melancólico. Podía tener otras cosas, pero no eso. Quizás sentía que todo se había vuelto demasiado tedioso. Aunque tampoco era capaz de recordar demasiada diversión.

Alzo las cejas.
Claro que me esperaba lo primero. Es evidente que las fiestas no se montan aquí, y es por algo. De hecho, yo solo vine por venir a un lugar desacostumbrado.
Pero... Un plan mejor...

La sonrisa se me ha borrado durante un momento, pasando a curiosidad sincera. Pero no tardo en recuperarla. Una sonrisa de lado. Pero sin maldad.
Es que me sale el gesto solo.

-Bueno, sigo sin soportar la cerveza, pero me rugen las tripas, así que si me acompalas pediré una para ti y fingimos que te he invitado.

Bueno... No es que sea el mejor plan del mundo. Mayoritariamente es que tengo hambre, y luego que Cierzo es mejor compañía que muchos.