Mazmorras

Nuevamente, pasos de alguien que se acerca. Ya me he acostumbrado a no mirar a los que se acercan, pues la mayor parte de las veces son enfermeras que vienen a atender a Bocanegra, personas del servicio que vienen a traerme la comida o visitas, las cuales casi nunca son bien recibidas. Heylel, por ejemplo, me puso de muy mal humor cuando vino. Y Nille... No tengo nada en contra del chrysos, pero no me encuentro de humor para juegos y flirteos. Tengo muchas cosas más importantes en las que pensar ahora mismo.

De nuevo, los pasos se detienen ante mi celda. Aunque me resisto a alzar la vista, manteniéndome sentada contra una esquina, la voz que surge me obliga a hacerlo.

-Lyam -digo, algo sorprendida, aunque con tono apagado y seco.

Parece que ya puede moverse. Sé que se lo habían llevado a la enfermería, pero no me preocupé en ningún momento por averiguar qué tal estaba. Pensar en él y en su estado tampoco me ayuda demasiado a solucionar mis problemas.

Me mantengo en silencio, incómoda, mirándolo. No esperaba que quisiera verme, aunque supongo que tendrá preguntas que hacer. Así pues, espero a que hable. Yo no me siento capaz de iniciar ninguna conversación con él ahora mismo.

El chrysos tomó aire cuando la chica lo miró y curvó ligeramente los labios, incómodo. Alehyss parecía sorprendida por su presencia, aunque su tono de voz también denotaba cierta apatía. Suponía que era comprensible. Recordaba aquellos tres días que había estado en las mazmorras. Habían sido horribles.

—Hola... —repitió.

Curvó un poco más los labios, nervioso. No sabía qué decirle. O, mejor dicho, no sabía cómo dirigirse a ella: sabía qué era lo que quería preguntarle, pero no sabía cómo.

Aquello hizo que se sintiese más estúpido.

Dio un paso adelante, acercándose más a la celda, y observó las paredes durante unos segundos. Luego bajó la vista para mirar a la chrysos. Carraspeó.

—Yo... Quería hacerte algunas preguntas.

Tomó aire y se pasó las manos por la cabeza, echándose el flequillo hacia atrás. Miró a su alrededor, para cerciorarse de que sólo estaba Bocanegra, y se acercó más a la celda, hasta quedar a un par de centímetros de los barrotes.

Se acuclilló.

—Yo... Eh... —Frunció levemente el ceño—. Aquella noche... ¿Qué escuchaste...?

Clavó sus ojos en los de ella. Aquella no era la pregunta realmente importante, pero decidió no darle importancia a ese detalle.

Lo miro, inmóvil, silenciosa, hasta que dice lo de las preguntas, lo cual me hace asentir levemente. Es lo más obvio. Lo preocupante hubiese sido que hubiese a venido a verme solo para saber qué tal estoy y hacerme un poco de compañía, o proponerme un plan para salvar a Jager y a los otros.

Cierro los ojos, pensativa, un instante. Al abrirlos no lo miro a él; aparto la vista, mirando el suelo que se encuentra a mi derecha por el rabillo del ojo.

-Hablasteis de lo que pasó en Ignis, de que querías dejarlo... Tu nombre... Que escapaseis juntos -. Alzo la vista, mirándolo de nuevo-. Confesar y uniros a Brontë.

¿Qué decirle que él no sepa? No necesito darle más que puntos sueltos, espero, porque él presenció todo lo que ocurrió mejor que yo, que solo tenía lo que podía oír desde los árboles, y apenas tenía ángulo para ver sus gestos, sus rostros, sus expresiones...

Bajo la vista de nuevo, seria. Aprieto la mano derecha con fuerza, notando las uñas clavarse en la carne. Por suerte la capa de Nille la oculta de la mirada de Lyam, por lo que parezco completamente inexpresiva. Quizás algo abatida, pero nada más.

Tragó saliva y asintió levemente. Entonces lo había escuchado todo. Lyam frunció un poco el ceño. Que la chrysos hubiese escuchado toda la conversación, que él no se hubiese dado cuenta de que estaba ahí, era una muestra de ineptitud enorme. Suspiró.

—Entiendo... —murmuró.

Se sentó en el suelo, dándole la espalda a la otra zona de las celdas. Miró a la chrysos y chasqueó la lengua, sin saber, de nuevo, qué decir. Permaneció unos segundos más en silencio, observándola, pensando qué debía hacer.

—Me cambié de nombre cuando me uní a la organización —murmuró, bajando la vista—. También renuncié a mi apellido. —Rió entre dientes—. Fue sorprendente que tú me llamases así.

La miró. Curvó ligeramente los labios.

—¿Alguien más lo sabe?

Se sienta en el suelo, pero eso no me hace levantar la mirada. La mantengo fija en mis pies, esta vez, como si todo lo que no fuese él me resultase enormemente interesante. Cuando lo entregué no esperaba que las cosas acabasen como acabaron, y esto está siendo bastante incómodo, además de muchos otros adjetivos en los que no quisiera estar pensando, pero que no puedo evitar.
Comienza a explicarme el motivo de su cambio de nombre. No es un motivo extraño. Resulta de lo más comprensible.

Ante su pregunta, me encojo de hombros levemente.

-Solo ellos -. Alzo la vista un instante, como si acabase de darme cuenta de alguna obviedad-. Y Heylel tiene que saber bastantes cosas también, aunque no sabría decir cuánto.

El maldito aether...

Frunció el ceño.

—¿Heylel? —inquirió, volviendo la vista a la chrysos, confuso.

¿Heylel? ¿Por qué mencionaba ella al aether? Él había hablado con él, le había contado algunas cosas, así que sabía que conocía parte de la historia. ¿Pero ella? ¿Por qué decía aquello?

—¿Por qué Heylel?

No lo entendía. No entendía que ella diese por hecho que Heylel supiese cosas.

Lo miro completamente seria. Así que no sabe nada... Quizás Heylel no le dijo nada, al fin y al cabo. ¿Por qué tendría que haberlo hecho?

-La mujer que encabezaba el grupo que apareció en el río aquella noche era Gabrielle -murmuro, contemplando al chrysos, serena-. Su mujer.

Ella también vino al palacio con nosotros, formando parte de nuestra escolta. Supongo que tendría cosas que hacer aquí, como ver al aether, aunque no sé si a estas alturas se habrán ido.
Y pensar que hubo un tiempo en el que deseaba que Heylel y Gabrielle pudiesen verse y ser felices. Ahora, sin embargo, la rabia me obliga a desear todo lo contrario, aunque llego a comprender que mi ilegalidad no debió de poner las cosas fáciles a nadie.

Me pregunto si Heylel habrá dicho a Gabrielle lo que le pedí...

Parpadeó.

—¿Qué...?

Frunció nuevamente el ceño. ¿Aquella era su mujer? Entonces... Entonces él lo sabía todo. Bajó la vista al suelo. Recordaba el día en que Alehyss lo había entregado. Antes de hacerlo, los tres habían estado juntos, y el aether los había dejado solos durante unos segundos. Parpadeó de nuevo. Entonces por eso había llegado aquel escuadrón: el aether los había avisado.

—Pero...

Se calló. De pronto, sentía una angustia en el estómago, como si le hubiesen pegado un puñetazo. ¿Entonces Heylel llevaba todo ese tiempo enviándole informaciön a su mujer? ¿Llevaba todo ese tiempo investigando a la chrysos? Parpadeó. Entonces, cuando no los vio en el comedor, debía saber qué planeaba hacer Alehyss.

—Yo hablé con él... —balbuceó.

Parpadeó nuevamente, más rápido que antes.

Niego lentamente, casi más para mí que para él. Creo poder llegar a entender cómo se encuentra. Yo no me sentí muy bien en el momento en el que descubrí lo del aether...

-Yo me enteré poco después de verla. Había visto un retrato suyo, y Heylel me comentó lo de su ala. Cuando Heylel vino a verme el otro día ya no cupo la menor duda.

Suspiro, cansada. No sé qué va pasarnos a ninguno de los dos a partir de ahora, ni la situación en la que se encuentra Lyam. Sinceramente, ahora mismo solo me importa conseguir salvar a Jager, Analyn y Kourt. Todo lo demás me resulta secundario.

Mientras escuchaba las palabras de Alehyss, el chrysos pensaba en las veces que había hablado con el aether. Recordó su conversación, cuando él le contó parte de su pasado y el aether le recomendó hablar con el líder caeruleus, y recordó también la conversación que habían tenido en la capilla, cuando Heylel admitió que no podía hacerle frente al líder.

Frunció el ceño, nervioso, y tomó aire varias veces, intentando calmarse. Había confiado en aquel hombre. Le había contado cosas que no le había dicho a nadie. Y ahora resultaba que él, el aether, lo había usado como cabeza de turco. ¿Entonces todo lo que le había dicho, todos los consejos que le había dado no tenían ningún valor? Notó cómo se le humedecían los ojos y cómo empezaba a temblarle el labio inferior. Había metido la pata hasta el fondo.

Bajó la vista.

—Gracias por decírmelo... —balbuceó de nuevo.

No parece muy contento con mi respuesta. Tampoco es muy sorprendente. Parece que Heylel va rompiendo corazones, pero no de la forma que suele resultar agradable.
Me encojo de hombros con sencillez, algo seca, evitando mirarlo de nuevo.

-Tienes el mismo derecho que yo a saberlo.

Me abrazo las rodillas, incómoda. Si va a llorar no me gustaría presenciarlo. Lo cierto es que podría comprender que sintiese la necesidad, pero creo que no le conviene hacerlo delante de mí. Yo lo traicioné.

El suelo, húmedo y sucio, sigue siendo una buena opción para contemplar.

Lyam tragó saliva y agachó la cabeza. Carraspeó. Todavía tenía los ojos húmedos y su labio seguía temblando débilmente. Probablemente si no hubiese hablado con el aether, si no le hubiese contado aquellas cosas, lo que Alehyss le había dicho no le hubiese afectado tanto. Pero había hablado con él, había confiado en él y había creído lo que le había dicho. Incluso lo relacionado con el líder caeruleus, al que hacía tan sólo un par de horas quería ver. Pero ahora no quería verlo, y una parte de él dudaba que Darvenwish no supiese nada.

Se pasó el brazo izquierdo por la cara. Y aun por encima, ahora estaba haciendo el ridículo delante de la chrysos y a unos metros de Bocanegra, haciendo aquella escena aún más incómoda.

—Joder...

Tragó saliva. Luego tomó aire y, de reojo, miró a la chrysos.

—Perdón...

Carraspeó de nuevo.

Por suerte para ambos, logra contenerse. Yo también llevo bastante tiempo sintiendo ganas de llorar de vez en cuando, pero no dejo que puedan conmigo. No puedo permitírmelo.
Veo cómo se seca las lágrimas y su disculpa me crispa los nervios. Era completamente innecesaria. Porque él, porque Lyam, Lloyd o como cojones se llame, no tiene motivo alguno para pedir disculpas a nadie ahora mismo. Heylel sí, yo también, pero él no. No fue más que una herramienta en manos de todos.

Bajo la cabeza con cierta brusquedad, impidiendo por completo el contacto visual entre ambos.

-¿Hay algo más que quieras saber? -pregunto, bajando algo el tono, seria, procurando mantener la calma.

Tampoco es fácil para mí.

Frunció el ceño. ¿Había algo más que pudiese preguntarle? El motivo de su visita era averiguar cuántas cosas sabía y con cuánta gente había hablado. Y ya sabía ambas cosas.

La miró de reojo. La chrysos tenía la cabeza gacha, así que sólo podía verle el pelo y parte de la cara. Tragó saliva.

—¿Por qué me defendiste? —murmuró finalmente. Frunció el ceño—. No es necesario que respondas, pero me sorprendió en su momento y...

Negó con la cabeza. Rápidamente, formuló otra pregunta:

—¿Esa capa es tuya?

Su pregunta me hace fruncir el ceño y apretar ambos puños. Creo que no es necesario meternos ahora en esa clase de temas. Es absolutamente innecesario. Me niego a responder a algo así por ese motivo. ¿Qué quiere que le diga? No quería que le cortasen la cabeza en dos, efectivamente. ¿Tiene eso importancia? Realmente no. No la tiene.

-Es de otro guerrero. Nille -. Acaricio la capa, distraída-. Vino a verme ayer y me la dejó. Hablé de él con Heylel, no sé si lo recuerdas.

Él también ocultó su nombre, como tú.
Aprieto la mandíbula, incómoda.

Asintió. Recordaba el nombre de Nille. Observó, antes de hablar, la celda, recordando, de nuevo, aquellos tres días que había pasado con Alexander.

—¿Quieres que te traiga algo? —murmuró, volviendo a mirar a la chrysos. Imaginaba, por algún motivo, que Alehyss se negaría (él, en su lugar, probablemente también lo haría), pero aún así lo propuso. Tampoco tenía mucho más que decir.

Un taconeo le hizo apartar la vista de la chrysos. Curioso y expectante, Lyam observó el camino que daba a la celda de Alehyss, preguntándose quién sería. A lo mejor, pensó, se trataba de una visita para Bocanegra. Desde que él había llegado, no había visto a nadie, así que podía ser.

Sin embargo, la dueña de aquel sonido no se detuvo en el calabozo de la piscis, sino que se paró frente a ellos. Lyam alzó las cejas, sorprendido. Conocía a aquella mujer. El líder parvus les había ordenado que la fuesen a buscar. Frunció levemente el ceño. No la había visto desde entonces y, por algún motivo, se había imaginado que no estaría en Palacio. Miró de reojo a Alehyss. Se preguntaba qué interés tenía la caeruleus en verla.

Cuando la mujer habló, el chrysos volvió a mirarla, todavía sentado en el suelo. Le sorprendió un poco que mencionase lo de sus costillas.

—Buenas noches... —murmuró. Curvó ligeramente los labios y, con cuidado, se pasó una mano por la zona herida. Todavía le dolía bastante al caminar, pero eso no iba a decírselo—. Bien. Estoy bien. —Ensanchó la sonrisa—. Además, sigo lo que me ha dicho el médico, así que...

Se encogió de hombros.

Lyam comienza de nuevo con su desagradable amabilidad. ¿Acaso vive en un feliz mundo ideal? ¿No se da cuenta de que iban a matarlo por mi culpa? Yo lo entregué, lo golpearon porque yo lo llevé allí, y aún ahora estoy buscando salvar a Jager, y no a él.
Unos pasos me permiten evitar responder. Sé de quién se trata antes de alzar la cabeza y descubrirla junto a Lyam, entretenida, preguntando por su estado.

Hay dos opciones: que haya venido a verme por algo importante o que él le interese. ¿Tendrá noticias sobre Jager y el resto? ¿O quizás algo relacionado con mi encierro?

-Buenas noches -murmuro.

Sea lo que sea, me conviene ser educada.
La herida del costado me escuece un poco.

La respuesta del chrysos me hace dibujar una complacida sonrisa. Alzo ligeramente la cabeza, altiva, soltando una risa contenida algo presuntuosa. Seguro que el médico le ha recomendado pasarse por las mazmorras.

-No me cabe la menor duda -. Con suavidad, aproximo una mano a las costillas del joven, rozando su costado por encima de la ropa con las yemas de los dedos. Susurro unas palabras por lo bajo, de forma que ninguno de los dos pueda comprenderlas-. Así debería estar mejor.

Paso del largo, ignorando ya al chrysos, y acercándome a los barrotes de la celda de Alehyss. Condescendiente, curvo los labios.

-¿Cómo te encuentras hoy, querida?

El chrysos, al escuchar la risa de la caeruleus, torció ligeramente el gesto, pero no dijo nada. Imaginaba que cualquier cosa que añadiese haría que la condescendencia de la mujer aumentara.

Frunció el ceño cuando la mujer se acercó a él, y la observó, desconfiado. Intentó apartarse cuando acercó sus yemas de los dedos, pero finalmente la caeruleus hizo lo que quiso. Lyam notó entonces cómo el dolor que sentía en aquella zona disminuía hasta desaparecer. Sorprendido, alzó las cejas. ¿Qué había hecho?

Clavó sus ojos en la mujer, que ya se había acercado a la celda.

—¿Qué me ha hecho? —inquirió. Luego, cuando la caeruleus se dirigió a la chrysos, se calló y miró a otro lado. La forma con la que aquella mujer se había dirigido le llamaba la atención, le chocaba. ¿Querida? ¿Por qué la llamaba así? ¿Y por qué usaba ese tono?

Miró de reojo a Alehyss. Pensó en que debía irse, así que, ignorando en parte su curiosidad, se puso en pie.

Madame Desmarais roza a Lyam con su mano. Siendo como es, puede estar haciendo tanto algo bueno como maldiciéndolo a él y a toda su familia para toda la vida. Luego, sin hacer demasiado caso al chrysos, se acerca a la puerta y me mira. De reojo, la observo desde mi posición. Parece que al final sí ha venido a hablar conmigo.

-Bien, gracias -murmuro, cínica.

Sucia. Incómoda. Huraña. Así me encuentro, pero... ¿Qué le voy a decir que no sepa? Mentir o no hacerlo es irrelevante ahora mismo. Prefiero pasar de los puntos irrelevantes e ir al grano, que es lo que ha venido hacer y lo que estoy esperando, al fin y al cabo.

El chrysos alzó las cejas cuando la mujer volvió a mirarle. Había supuesto que, ya que se había acercado a la celda donde estaba Alehyss, simplemente lo ignoraría. Sin embargo, la caeruleus no sólo lo miró, sino que también se acercó y sostuvo su rostro con los dedos. Lyam torció una sonrisa, notándose ligeramente inquieto, y clavó sus ojos en los de la mujer, esperando algún tipo de respuesta.

No dijo nada cuando respondió a su pregunta, pero tampoco apartó la mirada, todavía con un amago de sonrisa en los labios. Pese a ello, no pudo evitar sentirse como un pequeño ratón frente a una enorme serpiente.

—No, no se ha equivocado—respondió finalmente, cuando la mujer lo soltó. Torció un poco más la sonrisa—. Gracias.

Miró de nuevo a Alehyss.

—Yo creo que me voy yendo... —Miró a la caeruleus—. Pero antes, ¿podría saber su nombre?

Después de que se lo dijese, aunque tuviese una pizca de interés por la conversación que pudiesen llegar a tener entre ambas, se iría. Aquella mujer sabía que le habían roto las costillas. Lo menos que él podía saber era su nombre.

Esbozó un amago de sonrisa cuando la mujer volvió a tocarle y asintió levemente. Ya que tenía la opción, se lo tomaría como un acto de buena fe. Tenía bastantes cosas en las que pensar como para devolverle el favor a la caeruleus.

No respondió a su comentario, pero sí habló cuando la mujer contestó a su pregunta. Madame Desmarilles. Le resultaba un apelativo curioso.

—Encantado —murmuró.

Observó, de nuevo, a Alehyss. Curvó ligeramente los labios.

—Buenas noches. —Volvió a mirar a la caeruleus—. Y buenas noches.

Y hechas las despedidas, se fue. No pintaba nada en aquellas mazmorras.

*se va*