Enfermería

Suelto una media sonrisa algo cansada cuando escucho como responde con la voz ronca y pesada. Parece estar medio grogui todavía.

—¿Voy a darte un masajito a ver cómo se siente? —Le digo, irónico, para luego dejar reposar la cabeza en la almohada. Lo miro de reojo. Así sin las alas parece tener la espada más ancha. Sigue siendo una extraña visión.

Tomo aire ante su pregunta.

—¿Yo? No me quejo. Para estar herido por amor... —Bromeo soltando una risilla.

Parece que intenta seguir la conversación a pesar de que le resulta costoso. Es una buena forma de mostrar su buen humor.

—Sólo pretendía hacértelo más creíble —Replico con tono entre divertido e indiferente, mirando al techo con el cuello relajado. Noto un escozor fortuito en el cuello y, aunque me muero de ganas por rascarme, tengo las manos vendadas y doloridas con lo que trato de mover el cuello para aliviarme un poco. Es muy molesto y, de entrada, imagino que será alguna reacción de alguna de las quemaduras. Pero cuando noto un aguijonazo en ese mismo sitio y aprieto ojos y dientes, me doy cuenta de que no. No quiero hacer ningún ruido. Tomo aire y me miro de refilón, siendo consciente de como la tinta asciende sobresaliendo por mi hombro.

La respuesta de Cierzo -que ya no esperaba- es bastante oportuna. Alzo los ojos hacia él, como si temiera que hubiese estado mirando todo el rato. Luego relajo el gesto cuando miro que sigue descansando como antes.

—Sí... —Respondo más para mí que para él. Vuelvo a mirarle y se me escapa otra media sonrisa. Vuelvo a mirar al techo con la cabeza hacia atrás en la almohada, como un bucle cerrado en mis acciones.

—Parece que ya no tenemos nada en común —Le digo al cabo de un rato.

No me muevo a su respuesta porque no tengo mucho más que decir. Sí lo hago cuando empiezo a escuchar como se esfuerza en moverse. No digo nada, no obstante. Me quedo mirándolo simplemente. Parece una tortuga tratando de recuperar la estabilidad. Sus movimientos son lentos y patosos y parece que no vaya a conseguir girarse en todo lo que queda de la noche. Por un momento me imagino a una mujer echándole una mano al igual que se hace con los niños que nunca aprenderán a hacer las cosas por sí mismos. Pero poco a poco, consigue darse la vuelta y la visión vuelve a ser algo extraña, porque falta algo, hay una distorsión extraña. Sé lo que es, pero es como si me cerebro no lo supiese.

Así tumbado boca arriba y tan calmado parece ciertamente vulnerable. Como un poderoso hechicero al que han arrebatado sus poderes y ahora no es más que un tipo incapaz de conjurar magia básica. Tiene gracia porque Cierzo es un gran mago.

—Ogh, espero que ahora no seas más alto que yo... —Me quejo, caprichoso, mirando al techo. —Yo soy el guapo y esbelto, recuérdalo —Le recalco, manteniendo un tono serio pese al diálogo cómico.

Una nueva media sonrisa se me asoma a la cara. Tiempo, sí. Yo nunca he sido nada paciente. Muevo los hombros un poco, queriendo quitarme el entumecimiento. Me miro la venda en la mano izquierda. Parezco un golem o algo así sin dedos y muy inútil.

—Tranquilo, la cara no te la han tocado —Respondo, jocoso, a su comentario sobre asustar niños. Me acuerdo de los enanos del pueblo. Y eso me hace acordarme de Cerces. No he vuelto a pesar de que podría haberlo hecho y supongo que tanto ella como yo lo sabíamos.

Me acomodo en mi camilla, echándome hacia abajo para volver a acostarme por completo, apoyando sólo la cabeza en la almohada.

—No hagas mucho ruido con la bacenilla —Le digo a modo de buenas noches, dándome la vuelta en mi cama para disponerme a dormirme. Estoy ya bastante cansado y creo que será mejor que duerma algunas horas.


*se duerme*


Me despierto, supongo que al cabo de unas horas y entreabro los ojos en medio de la penumbra y el silencio de la enfermería. Es de madrugada.
Tomo aire un par de veces en la cama y al final decido levantarme de ella. Estoy cansado de estar encerrado aquí. Echo un vistazo a Cierzo mientras ronca y acabo por abandonar la sala. Quiro saber cómo están mis cosas, acordarme de lo duro que es mi colchón, estar solo, con mi espacio vital.

*se va*

Estaba en una habitación bastante oscura, de piedra podía decir. No tenía ventanas. Estaba tumbado, o de pie. No lo tenía muy claro, pero apenas podía moverme, mis movimientos eran enormemente torpes y las piernas no me respondían. Escuché un grito y me giré, viendo un pasillo también oscuro, ¿ése pasillo estaba ahí antes? Me quedé mirándolo y vi pasar a un par de personas. Traté de agacharme y estar muy callado para que no me vieran. No sabía quiénes eran, pero tenía una horrible sensación de no poder estar aquí.
Cuando me levanté al pasar el ruido, de pronto estaba en los lavabos del palacio. Seguramente había estado aquí todo el rato y no me había dado cuenta. Era un día corriente y, ¿me estaba vistiendo o bañando? Me mojé las manos en la pila y me lavé la cara.

Cuando la alcé me miré en el espejo y me estremecí. Mi cara y mi cuello estaban llenas de esas marcas negras, simétricas de ambos lados y el blanco de mis ojos era completamente negro. Solté un grito y sentí como me caía hacia atrás.

Abro los ojos de golpe, aspirando el aire con fuerza a causa del susto y me agarro a la cama. Tras tomar aire por la boca me doy cuenta de que estoy despierto y me duele la cabeza. Lo primero que veo son las marcas de mi brazo que llegan hasta el dorso de mi mano y me pillizco la cara con apremio para comprobar que no siento nada raro en ella. Me asomo a todas partes buscando reflejarme en algún sitio y me doy cuenta de que no estoy solo. Errald está sentado cerca de la cama.

—Un espejo. ¿Dónde hay un espejo? —Le pregunto, bastante nervioso. Aunque lo cierto es que su presencia me calma un poco. No por ser él, sino porque el hecho de que alguien esté aquí y sea testigo de que me he despertado me devuelve a la realidad. Incluso agradezco la ligera vergüenza que me da mi comportamiento. Pero quiero asegurarme.

Me llevo las manos a la cabeza, ahora noto una punzada bastante fuerte, pero parece que se aleja poco a poco. Me doy cuenta de que la luz me molesta bastante.

Ante las peticiones del paciente, Errald le vio con sorpresa y, sin decir nada, se levantó, fue al baño de la enfermería y trajo un pequeño espejo.- Toma.- Dijo con un tono forzosamente amable, pues no estaba en su naturaleza (o por lo menos le costaba de buenas a primeras) ser dulce.
-Veo que ya estás bien- Dijo apretando los labios y poniendo una mano en su rodilla, seco.
...
Al demonio.

Se levantó de la silla y le dio un fuerte abrazo, aplastándolo con fuerza entre sus brazos, en silencio. Si le hubiese pasado algo grave, nunca se lo habría perdonado. -Perdóname.- Dijo con voz ronca y tenue, aún sin separarse de él.

Me quedo quieto y sentado, agarrándome la cabeza mientras Errald va -supongo- a por lo que he pedido. En cuando vuelve, agarrol el cristal y me veo la cara. Tomo aire y me relajo al fin, está normal. Aprovecho para verme el hombro, bajándome un poco la camisa. La punta más abanzada me llega al inicio de la clavícula. No puedo verme bien hacia la espalda, pero tras algo así no me sorprendería demasiado que estuviera tan o más crecido. Acabo por dejar el espejo en la mesilla y me doy cuenta de que Errald ha comentado algo, poniéndome una mano en la rodilla.

—¿Qué? —Le pregunto, algo desconcertado. No le he prestado atención mientras me revisaba.

Entonces se echa sobre mí y me aprieta en un fuerte abrazo -algo doloroso por el traqueteo-. Sinceramente sorpresivo. Se disculpa -y por el tono parece de corazón-.Le doy unas palmadas en el hombro como respuesta.

—Bueno, no pasa nada. Estas cosas pasan. No creas que pensaba que iba a morirme o algo —Respondo con risa graciosa. Esperará que esté cabreado o resentido con él por pedirme que le acompañase para ofrecerme a esa bruja comepenes, pero la verdad es que no siento nada al respecto. Ya sea por mi optimismo o porque en ningún momento confié en que no fuese a traicionarme. Ni él, ni nadie.

—Venga, hombre. Aunque si sé que te pones cariñoso cuando me hago daño, me hubiese flagelado antes —Bromeo.

Parecía que su sentido del humor seguía intacto, lo que alivió a Errald bastante. Sin embargo, aquello no fue suficiente como para devolverle la sonrisa al parvus.
Se separó y descendió de la silla para dirijirse a la puerta de atrás y llamar al médico. - Señor, Ha despertado. - Dijo serio.
No sabía si quería estar presente o no llegado cierto punto de la conversación. Si las cosas se ponían tensas o privadas, abandonaría la enfermería sin dudarlo. - Gerald, tranquilo. Todo está bien.- Le dijo como comentario animoso. O eso pretendía ser.

El médico salió tras el aviso del parvus y, colocándose las gafas con el ceño fruncido como acostumbraba tener, se acercó a la camilla pasando junto al otro parvus que había estado en la enfermería aquellos días.

-Bien, bien, veo que ya está despierto. Eso es buena señal. Para lo de su cabeza. A quién se le ocurre achicharrarse las ideas… Debería salirle humo por las orejas, madre mía. Suerte ha tenido. Aunque no se ha hecho nada con esa marca, no ha habido forma de frenarla. Lástima –Cogió la historia de Gerald y le dio un par de vueltas, ya al lado de la camilla.

-Ahora debemos ver el otro problema. No podíamos hacer más mientras dormía. Esa magia era bastante extraña, yo no puedo hacer mucho más al respecto y creo que no hay muchas opciones. La magia no es hacer y deshacer al gusto, es algo complicado. Sobre todo en esto… Pero hay una forma. Es una forma desagradable. Pero la supervivencia está asegurada –Explicó a su aire mientras se acomodaba en el taburete al lado de la camilla, mirando al chrysos por encima de sus gafas.

-A ver, dejémonos de tonterías. Esa bruja ha hechizado el contenido de tus gónadas. Por suerte es un conjuro caduco porque se supone que su portador muere una vez se le sustrae el semen. La opción más simple y práctica es recoger tu contenido y hacértelo tomar. Los años que se te hayan sustraído volverán a ti como poseedor y el hechizo se romperá. Sería una gran estupidez por tu parte poner pegas al respecto –Explicó seriamente. No solía hacer valoraciones sobre sus terapias, pues sabía que cuando las tomaba como mejor solución era porque no había otra mejor.

-Será tan desagradable como cualquier otra medicina –Explicó sin dar opción a negativas.

Errald no dice nada y se aparta, lo que agradezco bastante porque me apetece volver a tumbarme y dormir. Sin embargo, en lugar de irse, llama al médico y luego me dice que no me preocupe. Algo que hace que me preocupe, de hecho.

—¿Eh? ¿Qué es lo que pasa? —Le pregunto entornando los ojos con suspicacia. Hay algo que no me han dicho, ¿no? Me acuerdo que esa bruja me hechizó con sus cosas raras, pero la chafarle el plan y seguir con vida había asumido que esto estaba resueto, ¿no?

Miro llegar al médico sin perder detalle de su cara y escucho lo que tiene que decir sin creérmelo del todo. Su explicación es un tanto difusa al principio, lo que hace que mi mente genere ideas un tanto desagradables, pero cuando se sienta y me lo explica más claramente esas ideas se confirma. Lo primero que hago es echarme a reír.

—Ajajajaja... Ya, bueno, venga. Éso no suena muy médico que se diga, ¿no? —Miro alternativamente al médico y a Errald y, a juzgar por sus caras, parece que esa tontería es en serio. Se me borra un poco la sonrisa.

—Oh oh oh oh... Mira, paso de esto. ¿Sabes? Me gusta vivir al límite. ¿Qué es la vida si no riesgo a fin de cuentas? ¿Qué mejor manera de palmarla que en pleno orgasmo? Bueno, iré preparando las maletas y me buscaré alguna buena moza pronto. Buenas noches, gracias... —Mientras suelto la retahila me voy intentando poner en pie. Algo que se hace un tanto complicado ya que me escuce la piel de la cara y la cabeza por las pequeás quemaduras, la cabeza me duele como un aguijonazo y siento el cuerpo pesado además de estar mareado. Echo una pierna fuera de la camilla y me apoyo, algo tambaleante.

Escuchó con atención lo que ya sabía y le mantuvo la mirada a a Gerald cuando este buscó desesperadamente la broma en sus ojos.

Errald entornó los ojos al ver el intento de huida de su compañero y con rapidez puso su enorme hacha en el cuello del Chrysos, con temple, sujetándola con una sola mano. - Casi te pierdo una vez al comportarme como un irresponsable. No te dejaré morir.- Añadió simplemente, con la mirada echa piedra. - Te perseguiré a donde quiera que vayas. Seré tu sombra.- Añadió, con voz ronca.- Es mi deber salvarte la vida pues ha sido mi falta la que te ha dejado en este estado.- Gruñó.- Tranquilo, médico.- Le habló sin quitar la mirada de Gerald.- No debe preocuparse por él. Estaré ahí cuando se corra.- Habló sin tapujos.- Le cortaré la cabeza a la zorra que se esté follando, meteré la mano en su coño, recogeré su semen y le meteré mi puño hasta la garganta. Pero no permitiré que se muera.- Dijo apretando algo más el hacha contra el cuello de este, de un modo amenazador.

Alzo las cejas al sentir la fría hoja del hacha del pequeño guerrero en mi cuello y escuchar lo que dice. Parece que se lo ha tomado a pecho. Dejo salir una media sonrisa y llevo una mano a su hacha, tirando un poco de ella hacie mi cuello.

—Entonces esta es una amenaza un poco absurda, ¿no? —Le pregunto, hilarante, mirándole a los ojos durante un momento y apartando después su arma de mí. Suspiro y me siento en la cama mientras el parvus sigue hablando. Al rato vuelvo a tener una sonrisa graciosa.

—Diciendo eso vas a hacer que me "muera" aquí mismo, Erri —Continúo bromeando. Estoy bastante cansado todavía, que lata.

—Bueno, pues ya si eso cuando la cosa vaya para alante me lo pienso y esas cosas. Ahora, si me dejáis en paz os lo agradeceré enormeme- ¡agh! —Me llevo una mano a la cabeza al sentir un dolor agudo y me apoyo en la cama. Quiero seguir durmiendo.

El médico observó la discusión de ambos hombres y, a pesar de que generalmente permitía a sus pacientes auto flagelarse si su estupidez así lo deseaba, el hecho dejar a un tipo con altas posibilidades de morir suelto por ahí no le resultaba aceptable. Suspiró con resignación e irritación, cruzando los brazos y frunciendo el ceño y acabó por bajar de un salto de la silla y poner una mano en el hombro del parvus para que apartase su arma.

—En este área no se permiten armas. Es más, yo no permito armas en mi presencia. Retire eso inmediatamente y venga, tengo que revisar su herida —Le advirtió el parvus, mirándolo a los ojos con ceño y esperando a que su compatriota comprendiese su petición.

Una vez ambos se alejaron del paciente y se situaron tras unos biombos utilizados durante las cirugías, el médico se quitó las gafas y las limpió para comenzar a hablar en tono bajo.

—Está claro que su amigo no piensa colaborar. Créame, por lo que sé no parece un tipo muy preocupado por su vida. Antes de dejarle ir me gustaría que me ayudase para hacer un último intento —Le explicó, colocándose las gafas de nuevo. —Conozco un conjuro para obtener su semilla, es algo que se emplea mucho en veterinaria con los sementales. El caso es que servirá, pero obviamente no dejará que lo haga por voluntad propia y mucho menos accederá a lo que viene después. Si quiere ayudar a su amigo, creo que sabrá lo que tiene que hacer —Lo miró fijamente, con el ceño permanentemente fruncido, esperando la respuesta del hombre.

Escuchó en silencio al médico. Parecía conocer las tretas de Gerald bastante bien. Sin embargo, parecía tener un plan efectivo. Prestó atención.
-De acuerdo.- asintió sin más.

Arrugó la nariz y salió de detrás del biombo.- Oye Gerald, tendrás que quedarte aquí algún tiempo. El médico dijo que las heridas de tu cabeza son graves.- Se sentó en la silla a su lado y le vio en silencio.

Como no se le ocurrían más excusas para entretenerle o dar un rodeo, simplemente se encogió de hombros y le soltó un fuerte puñetazo en la cara para, acto seguido, saltar sobre él y rodearlo con las piernas y brazos y apretar con fuerza el colchón, dejándolo atrapado entre la cama y su pesado cuerpo.- ¡Ahora! ¡Apúrese!- Dijo con esfuerzo.

El médico parece intervenir y se lleva a Errald apartando su arma. Al parecer también tiene alguna herida. La verdad es que no me ha parecido verle herido, pero estoy demasiado cansado como para pararme a pensar en nada. Me froto la cara con las manos mientras decido qué hacer. No quiero quedarme más tiempo aquí porque el médico no me cae demasiado bien y no quiero que me toquen más las narices, pero ahora sólo me apetece dormir y todavía sigo algo mareado. Bufo un momento y entonces escucho como Errald vuelve.

—Ese médico es un poco exagerado, ¿no? —Protesto con una nueva media sonrisa. Entonces Errald me atiza un puñetazo que hace que me caiga hacia atrás. —¡Joder, Errald! ¿Qué coñ-? —Le grito, molesto por el golpe. Pero antes de poner terminar noto su peso como una roca caer sobre mi tronco haciendo que tosa bruscamente. Rápidamente me dispongo a apartarlo de mí, pero parece que se ha quedado soldado a la cama.

—¿Qué es estás haciendo, enano de mierda? Sabes que tengo paciencia, pero no estoy para gilipolleces —Le digo, furioso, moviéndome bajo él. —Errald... Sal de encima o esto va a acabar mal... —Amenazo.

Erst asintió al tiempo que el otro parvus y dejó que saliese en primer lugar para recordar el conjuro y no alarmar demasiado al paciente. Al poco se acercó también a la camilla, en el momento justo para ver como el parvus se lanzaba sobre el chrysos.

—¡Pero bueno! —Se quejó al ver la forma de actuar del parvus. Luego suspiró con resignación. Al menos era una forma de retenerlo. Se apuró a acercarse con un bote de muestras y subir también a la camilla.

—Cuidado con sus manos. Espero que aguantes los calambres —Mencionó al parvus mientras removía entre las ropas de Gerald. Afortunadamente, sus ayudantes lo habían vestido con un pijama de enfermería a causa de sus días de internamiento con lo que el trabajo se le facilitaba en este aspecto. Guantes en ristre, el médico se colocó como pudo, haciendo frente a los movimientos del chrysos por soltarse y conjuró el hechizo colocando una mano sobre su puvis. Al momento pudo ver como los testículos del hombre brillaban un instante a causa de la maldición y pudo ver brotar el líquido hacia el bote de muestras.

—¡Esto está listo! —Anunció con desagrado y ceño fruncido. Ahora quedaba la peor parte.

Me revuelvo como puedo bajo esa pequeña mole, sintiendo como me voy poniendo cada vez más nervioso y furioso. Pocas veces pierdo los estribos de esta forma si no es dentro de un combate, aunque ya estoy considerando esto como uno. Mi fuerza parece ser insuficiente y mis gritos rabioso no parecen surtir demasiado efecto tampoco. Clavo los dedos en las piernas de ese pequeño cabrón y suelto un par de chrysantae a sus extremidades.

—¿¿Qué tal eso, capullo?? —Le grito, riendo con rencor. Entonces siento la mano del médico en mi vientre y me revuelvo.

—¡Maldito cabronazo! ¡Para! ¡No puedes hacer esto si no me da la gana! ¡Quieto! —Sin embargo, siento como una corriente me envuelve la entrepierna y hace que note un placer intenso y fugaz que me hace apenas senitr y acabar un corto e intenso orgasmo. Suelto un jadeo, ya que me pilla de imprevisto. —¡Mierda! —Maldigo con frustración apretando los ojos. Escucho a Errald, todavía sin mirarle y aunque pienso ignorarle acabo por irritarme demasiado.

—¡Moriré cuando me dé la gana, así que deja de meter las narices! —Le grito, lanzando luego un cabezazo aprovechando la corta distancia de su cara. Luego le escupo con rabia. Ya me están tocando mucho las narices metiéndose en mi vida.

Ignorando los gritos de los hombres, el parvus saltó de la camilla y se apresuró a subirse al banco cerca de la cabecera de la cama para agarrar la nariz del chrysos.

—¡Eres peor que un crío! ¡Acaba de una vez! —Gruñó el médico. Entonces acercó el bote a la cara del muchacho y forcejeó para verter el contenido en su boca y luego cerrársela con la ayuda del otro parvus. Cubriéndole ambos orificios de entrada de oxígeno, esperaba que el chrysos tragase su contenido. Aunque, si el muchacho continuaba con sus tendencias suicidas, probaría a incitar su deglución de cualquier otra forma. Aquellos minutos eran críticos, pues debían conseguirlo lo antes posible si querían que el muchacho no muriese de una forma, según el parecer del médico, bastante estúpida.

-¡Morirás cuando a ti te dé la gana pero no por mi culpa!- Le reprochó.
Soltó un fuerte grito al recibir los calambrazos pero su voluntad era más fuerte y se mantuvo recio, sin embargo, le escocían mucho.

Sonrió aliviado al ver cómo el médico le echaba aquello dentro de la boca. Sin embargo, fue una tranquilidad pasajera, pues no estaría relajado hasta que oyese el sonido de su garganta permitiendo el paso, por lo que con fuerza apretó su boca mientras la nariz le era tapada por el médico. - ¡Traga de una vez! - Dijo con desesperación. Como siguiera así, iba a volverse del color de algunos piscis...

Errald estaba sufriendo al verle así, pero era lo que tenía que hacer y, en un futuro, sabía que se lo agradecería.