Enfermería

Continúo forcegeando y mi primera reacción a la respuesta de Errald es querer darle una patada en esa bocaza que tiene. Pero luego me lo quedo mirando con los ojos crispados. Este maldito inútil... Si fui con él fue porque a mí me dio la gana, a ver si deja de atribuirse decisiones y responsabilidades. La electricidad se me escapa dándome calambres por el cuerpo a causa de la presión que tengo.

Escucho gritar al médico y entonces noto como me meten esa asquerosidad en la boca. Me sobreviene una arcada horrible que me obliga a toser, pero entre el peso de Errald y las manos cubriédome la cara se vuelve una tarea completa. Noto como me arde el pecho por el escozor y la molestia a causa de la falta de aire recorriéndome, tanto en su entrada como en su salida. Toso aogadamente bajo las manazas de ambos parvus. Todo esto me da un asco tremendo, pero ahora ya me resisto por llevarles la contraria. No hay nada que me saque más de quicio que el hecho de que me obliguen por la fuerza a cumplir con una decisión impuesta.

Finalmente miro de reojo al médico y luego a Errald de frente, con ceño fruncido y ampliamente disgustado. Dejo de revolverme y acabo tragando con desagrado, notando por fin como me sueltan la cara y me dejan coger aire. Lo primero que hago es toser un par de veces con ganas y escupir al suelo para sacarme el asqueroso sabor.

—Hmgh... ¡Chrysantae! —Le grito en un arrebato a Errald, agarrándolo por el pecho y lanzándolo fuera de la camilla. Siento una gran liberación haciéndolo y sintiéndome libre de nuevo, con lo que respiro con fuerza para normalizar mi respiración y mi pulso. La cabeza me duele de nuevo.

—Nunca más, ¡nunca vuelvas a creer que puedes tomar mis decisiones porque a ti te parece bien! ¡Y menos si es para sentirte mejor por haber metido la pata! ¡Aprende a hacerte cargo de tu maldita vida! —Le grito, desquitándome. Esto me ha superado y me ha irritado demasiado. Tomo aire nuevamente y me llevo la mano a la cabeza.

—Me duele la cabeza, dame algo y dejadme dormir —Le reprocho al médico, acomodándome en la cama. Ya me da igual quedarme aquí.

El muchacho parece resignarse y tragar finalmente. El médico suspiró aliviado tras toda aquella pantomima y se apresuró a acercarle un vaso de agua para que pudiese enjuagarse o beber y quitarse aquel desagradable sabor. Era consciente de que no habría sido agradable, pero menos agradables eran muchas otras cosas con lo que todo aquel jaleo le había parecido exagerado. El chico ya estaba fuera de peligro y aquello era todo.

Ayudó a levantarse al parvus, bastante sorprendido, cuando el chrysos lo atacó y luego escuchó sus reproches. Comprendió sus reproches y se dispuso a acercarle un brebaje relajante para ayudarlo a dormir.

—Creo que es todo por hoy. Le agradezco su ayuda —Indicó al parvus, pasando a su lado y retirándose a su antesala.

Escuchó con rencor y rabia las palabras del Chrysos y las aceptó en silencio. No podía evitar pensar en que visto desde su punto de vista, tenía un poco de razón, sin embargo... nunca podría dejarle actuar de aquel modo.

Decidió no hacer comentarios. Le dolían bastante las heridas y estaba muy cansado y lleno de rasguños. Sin embargo, no se quedaría a su lado compartiendo habitación, simplemente se iría a las termas o a algún sitio a descansar sus heridas.
Antes de salir por la puerta, le dedicó un ultimo vistazo antes de salir no sin sentir gran presión en el pecho. Se sentía realmente mal, pesado y, en vez de sentirse bien por haber acabado de salvar una vida, se sentía realmente triste y culpable.


*Se va*

Vuelvo a estar aburrido de este sitio.

Estoy sentado en la cama, con la palma apuntando al hierro de los pies de la camilla mientras repito una y otra vez Sakröm, convirtiendo mi mano en un imán que atrae o repele el extremo de la camilla, haciendo que las pequeñas ruedas se desplacen un par de centímetros alante y atrás, meciéndome. Espero que llegue pronto la enfermera o quien sea que vaya a cambiarme las bendas por última vez o a verme la cabeza o a lamerme las heridas. Un pensamiento lascivo se me pasa por la cabeza, pero se esfuma al acordarme de mis últimos tratamientos y de la bruja ésa. Necesito salir de la enfermería o me quedaré sin lívido.

La verdad es que no debí perder los nervios por tal estupidez. Reconozco que en su momento estaba demasiado nervioso por todo lo sucedido. Yo no debo perder la calma. Pero todavía me irrita el comportamiento del parvus. Odio esa franja de confianza, cuando una persona cree que tiene alguna potestad sobre tus decisiones.

Me limito a no darle vueltas. No es mi estilo. Las cosas pasan de la forma que tienen que pasar según los acontecimientos, y no se pueden cambiar. Es absurdo lamentarse. Continúo repitiendo una y otra vez el hechizo, con la vista fija en un punto ilusorio, casi sin darme cuenta de que hablo en alto.

En el momento en que escucho un saludo levanto la cabeza como un resorte y busco con la mirada a la culpable, porque era voz de chica. Joven. Guapa.

Encuentro a una extrañada Inger cargada con una mochila, con el pelo recortado, resaltando su cara fina y volviéndola un poco más dulce y las curvas un tanto más marcadas, indicio de que ha ganado peso, pero también de que hab sido una buena opción, pues resalta su feminidad. Parece algo cansada, seguramente del viaje y lo cierto es que me pone de muy buen humor. Obviamente, con tanto cambio, uno está altamente obligado a dar cuenta ante la mujer de todas las novedades.

Dejo mi monótono comportamiento y le de dico una amplia sonrisa de emoción.

—¡Inger! ¡Cuánto tiempo! Supongo que estarás de vuelta, hacía mucho que no te veía. Te has cortado el pelo, ¿verdad? Te queda muy bien y te veo más guapa. Si cabe —Tras el alarde de obsevación, hago un gesto para que se acerque. —Ven, deja las cosas un rato, por favor. Eres lo mejor que me ha pasado en bastante tiempo —Le digo, alegre y animado. La verdad es que no esperaba verla por aquí. Casi me siento emocionado y todo.

Asiento alegremente a sus palabras. Las cosas familiares no me interesan.

—Pues te queda bien, es una pena que aquí no haya peluqueros. En el pueblo, quizá —Le comento, animado, acercando una mano a un mechón que se me escapa por ser demasiado corto.

Cuando pregunta, sonrío con picardía y muevo el cuello. Lueg bajo la cabeza muy dramáticamente.

—Buf... Estoy fatal, me queda poco de vida y necesito una mano amiga que... —Dejo el tono de melodrama y cambio el gesto a uno nuevamente divertido. —Nah, una misioncilla que se torció un poco, tonterías. Soy todo un guerrero fornido. A mí no hay nada que me pueda hacer daño, muñeca~ —Le explico con tono socarrón.

—Me alegra verte de vuelta, en serio. Estaba bastante solo y aburrido —Le digo.

—¿No? Es un lugar agradable, hay gente que da bastante conversación. Podríamos ir algún día —Le digo. Realmente yo sólo he ido un par de veces al pueblo, pero uno ganaba puntos para que viniera conmigo si parecía todo un experto en la materia.

Muevo la mano y niego con la cabeza en cuando me desea mejor suerte la próxima.

—No es nada, realmente estoy esperando a que me dejen libre —Digo, risueño. —Entonces tú ten cuidado también. Y no me desées tanta suerte, suena a perdedor —Bromeo.

Le dedico una sonrisa en cuanto responde a mi senda alegría con un tono más recatado y tomo aire.

—¿Y qué tal el viaje? ¿Ha sido aburrido o algo así? —Pregunto, interesado.

Alcé las cejas, casi indignaco, pero sin borrar la sonrisa.

—¿Crees que lo propondría si no quisiera ir contigo? Que poco me conoces... —Le reprocho, divertido. Aunque no puedo decir que no fuese cierto.

A su respuesta irónica me llevo la mano al pecho y alzo la cameza.

—¡Oh! Eso sí ha dolido... —Confieso, riéndome.

Atiendo al relato por el que he preguntado, aunque no obtengo nada que no esperase. Salvo la alusión a su hermano.

—Yo haría lo mismo si fuese tu hermano. Aunque me desilusionaría, seguro que no es ni la mitad de guapo —Añado, jocoso. El hecho de que se acerque me hace gracia y me agrada. —La próxima vez avísame y te acompañaré en parte del recorrido. Creo que debería moverme de este palacio alguna vez —Comento, estirando los brazos.

Recoloco las sábanas por hacer algo que no sea mirar a cualquier parte y río.

—Entonces mejor tenerte como aliada. Seguro que necesitaré una heroína en algún momento —Añado, mirándola divertido.

Cuando describe a su hermano no parece la típica hermana que se pase el día maldiciéndolo, más bien parece su fan número uno.

—De todos modos creo que no sería mi tipo —Le planto con una sonrisa pícara en cuanto acaba.

Cuando me dice que puedo acompañarla a Ignis vuelvo a alzar las cejas.

—Vaya, esa es una invitación mejor de lo que pensaba. Aunque no sé qué pensarán de mí tus padres —Digo, divertido y socarrón.

La miro con curiosidad cuando dice que todos seguiríamos a su hermano, casi parece un reto.

—Entonces no nos llevaríamos bien. Creo que nos pelearíamos demasiado por la popularidad —Le explico desairado. Me paso las manos por el pelo y vuelvo a mirarla.

Sigue hablando de su familia. Al parecer no iba a ser una persona muy grata en su casa. Por algo siempre me ha dado repelús éso de la familia.

—Así que nadie me querría en esa casa, por Mithos... Dejaré de intentarlo entonces. Aunque siempre me quedará tu madre —Comento entretenido, llevándome una mano a la frente con resignación.

Entonces un chico del servicio me llama, interrumpiendo nuestra conversación, y se acerca para decirme que el médico dice que ya estoy bien y que puedo irme a la mañana siguiente si quiero. La verdad es que quiero irme ya.

—Oh, fantásticas noticias. ¿Te apetece comer algo? —Le digo a Inger en cuanto e chico se aleja, apartando de mí las sábanas y sentándome en la cama.

Está claro que no puedo desbancar a su querido hermano, con lo que sólo me queda pasar de él y guardarlo para futuras conversaciones. Era ella la que me interesaba, él ni siquiera estaba en palacio.

En cuanto me levanto, Inger parece interesada en mi brazo. Yo lo miro un momento. Supongo que no lo había visto antes. En cuanto tartamudea para decir que realmente sus palabras se habían targiversado mágicamente cuando ella sólo quería mostrar su gran preocupación por mi salud, le sonreí pícaro y estiré el brazo del tatuaje.

—¿Te gusta? Ya te he dicho que soy un tipo duro —Añadí socarrón y divertido. —No tendrás tú ninguno, ¿no? —Me puse en pie y miré a lso lados y debajo de la camilla buscando ropa y armas. Al final sólo encontré la katana y el abrigo un poco estropeado. Me até las correas del arma al cuerpo y me puse el abrigo.

—En fin, no me has respondido —Recuerdo.

Escuchar su aprovación me genera una extraña sensación. Escucho sus excusas respecto a marcar su propio cuerpo y niego mientras vamos dirigiéndonos a la salida.

—Nadie ha hablado de tu padre, éso es sólo cosa tuya —Le replico como buen seguidor de la libertad individual —¿Nombre para tu espada? Si crees que necesita uno pónselo rápido o te estarás generando un problema gratuíto. ¿Qué tal "Fraternal"? O hermana —Bromeo, haciendo hincapié en su constante defensa a su hermano.

Asiento a su petición de dejar sus cosas.

—Perfecto. Te ayudaré con éso y así podré monopolizarte durante más tiempo —Agarré un asa de su bolsa para llevarla entre los dos a pesar de sus quejas y nos fuimos de allí en dirección comedor con parasa en habitaciones femeninas.

Llevo a la enfermería y tomo aire antes de entrar para no tener que respirar tan de pleno el olor a sangre y desinfectante que reina en el lugar. Enfermeros y ayudantes corriendo de un lado al otro junto al médico. Soldados y servidumbre tratando de respirar en las camillas o siendo operados de urgencia para eliminar las infecciones más agudas.

Sé que soy una molestia colándome entre tantos, pero tengo que aegurarme. Al fin encuentro a Ceirzo, cerca de una camilla, entre tanta gente. Me acerco y lo veo con una venda al cuello.

—Me alegro de verte —Le digo, dándole un par de toques en el hombro. Siento cierto alivio, aunque nunca pensé que le fuera a pasar nada. Es extraño que no me hubiera imaginado lo peor. O que no quisiera hacerlo.
Miro a la camilla que tenemos en frente, la chica aether que me encontré al llegar está tendida en ella. Una de sus alas estaba rodeándola, la otra... Contuve la inercia de mirar a Cierzo justo cuando me percaté y simplemente me lamenté por ella. No tenía ni un ápice de guerrera, ni uno de maldad.

—Menuda noche... —Acabo por generalizar.