Sala de baile

Tampoco se movió cuando recibió la bofetada del líder caeruleus. Lo miró de reojo, con el ceño ligeramente fruncido. El caeruleus no le miraba con tanta seriedad como al principio. Se preguntó por qué.

- Mi madre es de Fulmen, señor - dijo -. Y no sé de dónde es mi padre.

No dijo más. Esperaba que al líder le sirviese esa respuesta.

El muchacho respondió esta vez de forma que al líder le pareció correcta, sin embargo, tuvo curiosidad sobre la razón por la que, en un principio, no había establecido una respuesta clara.

- ¿Quién era tu padre entonces? -Preguntó manteniendo el tono, ahora con un deje de sarcasmo, pero apenas apreciable.

Al líder pareció satisfacerle su respuesta. Permaneció en silencio, pensando que, tal vez, podría irse. Pero no. El líder hizo otra pregunta. Y esta, volvió a estar relancionada con su pasado. Dejó escapar, entre dientes, una pequeña risa irónica. Miró al lider, de reojo. Y esbozó una sonrisa torcida, sesgada.

- No lo sé.

Pensó que se ganaría otra bofetada por su respuesta.
Ensanchó la sonrisa.
Pero le dio igual.

Fdr. jajaja le van a zurrar jajaja ^^U

En cuanto el líder Darvenwish escuchó la respuesta del muchacho y observó su sonrisa, la suya también se amplió. Esperó unos segundos observando como al muchacho le entraba la risa y casi "compartiendo" un risueño momento con él. Entonces soltó otra bofetada hacia el mismo lado.

- Eso es por ser un buen embustero -. Comentó. Luego dio otro tortazo hacia el lado contrario. - Y eso por tener el valor de serlo-. Indicó con tono calmado y casi divertido. Miró al muchacho de arriba a abjo y se quitó el guante para pasar la mano por su cantoso pelo, comprobando su tacto e, indirectamente, su hábito de higiene. Entonces tiró ligeramente y acercó su cara a la del chico, ya con su habitual sonrisa.

- No me disguta tu carácter "Lyam de tu madre", pero te recomiendo que lo guardes para los inútiles de tus compañeros -. Soltó el tirón con cuidado y pasó una última caricia por su colorida cabellera.

Se separó de él, le dedicó un saludo con un gesto de cabeza y, simplemente, desapareció.

*Desaparece*

FdR: ¡Lyam ha pasado la prueba de sangre! XDD todo por decir lo justo y necesrio

No se ganó una bofetada, sino dos. Frunció ligeramente el ceño cuando el caeruleus le tiró del pelo. Y cuando acercó su cara a la suya, lo miró, con seriedad, a pesar de que el caeruleus sonreía. Lo escuchó en silencio, y, cuando terminó de hablar, ensanchó una amplia sonrisa (torcida, eso sí). No respondió a su comentario y, cuando lo soltó, retrocedió un par de pasos.

Lo miró de reojo y, antes de que pudiese darse cuenta, el caeruleus desapareció. Parpadeó varias veces, ligeramente confuso, antes de sonreír.

- Buenas noches...

Se pasó una mano por la mejilla derecha. Luego se la llevó a la mejilla izquierda. Ensanchó la sonrisa.

- Cabrón... - murmuró, casi siseando, para sí.

Le dedicó un rápido vistazo a la habitación antes de irse.

*se va*

Qué sala más enorme. Y tan vacía... Tan... Tan extrañamente atrayente. Miré a los lados (asegurándome de que no había nadie, antes de entrar de puntillas). Mi atención se centró casi de inmediato en el conjunto de instrumentos que había al fondo de la sala. Me acerqué con cierta timidez hacia ellos, y, tras una breve vacilación, me atreví a tocar la tapa del piano, durante un instante, con la punta del dedo. En seguida me arrepentí: la marca de mi huella había quedado grabada en la reluciente superficie negra. Fruncí los labios con disgusto. Decidida a no volver a tocar nada, me dediqué a pasearme entre ellos, estudiándolos con la vista, dándole vueltas en mi cabeza a cómo eran capaces de emitir música.

*Se queda*

Entro en la sala de baile para despejarme. Necesit descargar la tensión acumulada, por lo que despejar mi mente durante unos minutos tocando una canción, me vendrá muy bien.


No estoy solo. La pequeña y dulce Massen está entre los instrumentos. Me río: entre ellos parece aún más menuda... que maja.

-Hola, señorita Dew.- digo frotándole el pelo, que lo tenía suelto- Y este cambio, pequeña? ¿que le ha echo a sus trencillas?- me fijo en sus ropajes... no son muy dignos de un diamante en potencia como esta niña... pero bueno... ya le compreré algo de ropa que le guste.- Olle, por cierto, Massen, cual es su color favorito?- digo mientras me siento en el taburete del piano, viendo hacia ella, no hacia el instrumento.

Estaba a punto de sucumbir a la tentación de coger uno de los instrumentos cuando vi entrar a Alexander. Me ruboricé, sintiéndome descubierta de pronto. Él se acercó y me saludó, mientras me tocaba la cabeza y preguntaba por mi cambio de aspecto. Le sonreí, contenta de volver a verle.

- Buenos días, señor Alexander -respondí a su saludo, animada. Llevé la mano a uno de mis mechones, recorriendo sus formas onduladas-. Bueno, yo... Me apetecía un cambio -me encogí de hombros, sin saber muy bien cómo explicarlo-. Hacía mucho que no llevaba el pelo suelto, y ayer decidí probar. Aunque, la verdad, las trenzas son más cómodas... Creo que volveré a recurrir a ellas -reconocí con una leve risa.

Me acerqué a él, que se había sentado en la banqueta del piano y seguía haciendo preguntas. Meditando qué responder, me llevé un dedo a los labios, con un suave murmullo.

- El verde -contesté por fin-. Pero verde oscuro. Verde bosque. Yo... Me gustan mucho las plantas, ¿sabe usted? Me parecen muy curiosas. Están vivas, pero calladas. A mí eso me parece muy difícil. Estar siempre callado. ¿No se aburrirán?

Ladeé la cabeza, con el ceño fruncido, pensando en lo que yo misma había dicho. Lo cierto era que se me acababa de ocurrir. Sacudí la cabeza, riendo.

- No me haga caso -hice un gesto para restarle importancia-. No tiene mucho sentido, creo... -lo miré de nuevo, dudando si preguntar sería lo correcto-. ¿Qué color le gusta a usted?

La chiquilla me respondió animada.

"Vestido de color verde oscuro... bien... ya sé que regalarle... espero que le guste"

Entonces me suelta una charlita sobre las plantas. Jajaja que graciosa es esta niña. Me río.

-Debería dejar los problemas filosóficos para otro momento, querida, creo que le dá muchas vueltas a la cabeza. Digo riéndome.- Bueno... si me permite darle mi opinión, a mi me gusta el pelo suelto... no lo tenga en cuenta, es solo mi punto de vista.

Entonces ella me pregunta por mi color favorito.
Frunzo el ceño y pienso...
-Pueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeees... quizas el amarillo... o el negro... si... amarillo o negro.

-Bueno, Massen, coja una banqueta y pongase a mi lado, que voy a tocar un poco. ¿Se apunta?- digo levantando la tapa del piano.

Sonreí, colorada, pero me sentí obligada a asentir. La verdad era que se me pasaban muchas tonterías por la cabeza...

Parpadeé. No esperaba opiniones sobre mi aspecto, pero parecía realmente interesado en ese tema... Lo cierto era que su aspecto dejaba ver que le preocupaba.

- Es más una cuestión de... comodidad -quería explicárselo, pero no me apetecía hablar de técnicas de combate-. Sencillamente, resulta más cómodo llevar el pelo recogido. Aunque debería dejarlo respirar de vez en cuando, o acabará estropeándose...

Cuando me dijo que dudaba entre el negro o el amarillo como color favorito, no pude evitar imaginarlo como una avispa. Contuve la risa, pues era un pensamiento estúpido y no quería ofenderle. Con cierta indecisión, acerqué una banqueta al piano y me senté a su lado, sin saber muy bien como expresarme.

- Me encantará oírle tocar -aseguré, entusiasmada-. Pero lamento decir que no podré acompañarlo. Nunca he tocado el piano -confesé, con algo de vergüenza.

La chica acepta mi invitación.

-Vale, vale. ¿Esta vez solo escucha, vale? empezaré con algo suavito, ¿de acuerdo? Vamos allá - digo estallando los huesos de los dedos.



Mientras tocaba, de vez en cuando, veía su cara y esbozo una sonrisa.

Cuando termino, le pregunto:

-¿le gustó?¿quiere otra? Jajaja.- digo poniendo mi dedo indice en su naricilla.



FdR: gracias silvio por explicarme como poner la cancion y por recomendarmela

Tragué saliva, mirando sus manos, preparada para la acción. Sus dedos se movían con increíble fluidez por encima de las teclas, y yo observaba abriendo cada vez más los ojos, sin siquiera notarlo, con el rostro serio y concentrado. La música llenaba mis oídos cada vez más, y sentía mi respiración igualarse al ritmo de la música.

Desafortunadamente, era una pieza corta, y pronto terminó. Sin embargo, yo estaba maravillada. Me reí y me puse a aplaudir, entusiasmada, cuando se volvió hacia mí y, tocando la punta de mi nariz, preguntó si me había gustado.

- ¡Es increíble! -exclamé, encantada-. ¿Cómo es capaz de...? Es decir... Es... Es que es tan bonito... -bajé la vista, algo cohibida-. Yo... Sí me gustaría escuchar más... Si no es molestia...

Era la primera vez que veía a alguien tocar el piano en mi vida, y era una experiencia indescriptible.

La chiquilla me vé amaravillada y pide más.
-Por supuesto. Aquí va mi obra mestra... esta solo la toco en ocasiones especiales, ¿preparada para mover el esqueleto? digo gracioso- además así la practico, que hace mucho tiempo que no la toco.

Me pongo bién las mangas de la camisa y relajo los hombros a la par que suelto aire.

-Vamos allá.



Cuando acabo, tengo los dedos ardiendo y el sudor cae por mi cara.

-Te... ¿te ha gustado? digo casi sin aliento.



FdR: ya se que circus galop es imposible de tocar, pero bueno... haceos una idea de como pudo ser la canción... así, muy compleja

Asentí, recolocándome en mi asiento, dispuesta a seguir escuchando. Fijé de nuevo la vista en sus dedos, y cuando empezaron a moverse de nuevo una dulce melodía que inundó la sala. Seguía los dedos, ahora más apurados, pero igualmente ágiles, por encima de todo el teclado, a lo largo del tiempo que duró la pieza, que también fue más largo.

Cuando terminó, lo miré sonriente. Era increíble el contraste entre el esfuerzo que exigía en él la pieza y la sensación relajante que me envolvía.

-Desde luego, toca usted muy bien el piano -aseguré, todavía sin asimilar del todo aquella situación. Si alguien, unos meses atrás, me hubiera dicho que en algún tiempo estaría viviendo en un palacio, escuchando a un joven pianista tocar en una enorme sala de música, me habría dado la risa-. ¿Lleva muchos años tocándolo? No parece nada fácil.

Massen me alaba y yo le sonrío de nuevo. Esta pequeña hace que se me olviden todos los problemas. Es un gustazo.
-Pues desde que tengo uso de razón, creo- digo viendo al techo.- si, desde ls 7 y 8 años... me trevería a decir antes... con 6 incluso.

Bueno. Es el momento ahora o nunca. Debo pedirle si quiere ser mi pupila. Tengo ganas de enseñarle muchas cosas a esta pequeña... así ganamos los dos: ella aprende y yo me distrigo un poco. Tengo miedo a que me diga que no... puede que se asuste, o que piense mal o algo...

-Massen... ¿le importa si le hago una pregunta?- digo pasándome una mano por el cuello- Sería tan amable de dejarse enseñar por mi? es decir... ¿querría que yo le enseñase... no se... normas de protocolo, a tocar algún instrumento que le guste, a bueno... ser incluso más educada de lo que ya es? Sería la envidia de palacio, además, una guerrera debe ser cortés y elegante y, pese a que tiene un vocabulario respetuoso y distante, no creo que impresione mucho vestida de esa guisa. Que no le parezcan mal mis palabras, simplemete quiero que sepa que es un diamante en bruto- digo poniendo una mano en su hombro- yo solo quiero ser el joyero que lo saque a relucir. -al decir joyero se me viene a a la mente el imbécil de Heylel...- ¿que me dice? ¿acepta? pregunto con una sonrisa.

Me quedé admirada. Llevaba prácticamente toda su vida tocando el piano. Con tantos años de práctica, era lógico que supiera tocar así de bien. Aunque eso no le quitaba méritos, desde luego. No todo el mundo tendría esa voluntad para seguir. Debía de gustarle mucho.

Entonces comenzó a hablar, y me sentí algo confusa por sus palabras. Hablaba acerca de enseñarme. Y el comienzo de su discurso me pareció de lo más tentador. Yo sabía mejor que nadie que tenía carencias de educación bastante importantes, aunque también estaba segura de que él no se refería a ellas, pues no sabía tanto de mí. Normas de protocolo, tocar un instrumento, cortés, elegante, diamante en bruto... Me sentía abrumada. Lo cierto es que yo había ido a Brontë en busca de algo que hacer con mi vida, pero no buscaba una vida que, a fin de cuentas, no podía permitirme.

Sonreí con tristeza.

- Verá, señor Alexander -intenté hablar, haciéndole ver mi punto de vista-. Considero que es usted una persona muy interesante, culta y con mucho que mostrar al mundo. Tiene talento, educación y la seriedad suficiente como para hacerse notar. Y estoy segura de que podría usted enseñarme muchas cosas, y hacer de mí una persona mucho más preparada para enfrentarse a todo. Sin embargo... Lo que usted me está proponiendo no es ninguna tontería. Necesito meditar al respecto -me levanté, haciendo una leve reverencia-. Espero tener una respuesta para usted en nuestro próximo encuentro. Ahora, si me disculpa, debo irme.

Me di la vuelta y me alejé, en dirección a la puerta, pero antes de salir me paré y me di la vuelta, con una sonrisa radiante y los ojos brillantes.

- Es usted un maestro del piano -aseguré-. Me encantaría poder volver a escucharle tocar alguna vez. Buenas noches, señor.

*Se va*

Me gusta su respuesta. Es razonada y razonable.

Sonrio.- tranquila es normal, pero pienselo, vale? no se preocupes por darme un respuesta. Estaré encantado de que me respponda más adelante.


Entonces se vá y me felicita. gracias, algún día quizá también aprenda jajaja.


recojo mis cosas y me voy

*se va*

Brincaba por los pasillos con Hoju cuando vi una puerta enorme entreabierta, dejando ver el interior de la sala. Esta solía estar cerrada, por eso me llamó la atención, así que frené y me quede contemplando desde mi posición. Era una sala enorme y con grandes ventanales. Ya había oscurecido, por lo que una enorme lámpara que colgaba del techo iluminaba la estancia.

Mire hacia mis alrededores por si había alguien por allí, ya que no estaba segura de si se podía entrar y quería preguntar... pero la curiosidad me pudo, así que entré en la sala con Hoju, y una vez dentro arrimé un poco la enorme puerta, para no llamar la atención.

Comencé a recorrer la sala lentamente, mientras oía como mis pasos resonaban con un ligero eco. Era realmente sobrecogedor. Todo el palacio era lujoso e impresionante en esencia, pero aquella sala tenía algo más... no se... era mucho más ostentoso... como si fuese lo elegante de lo elegante. Seguramente allí era donde se celebraban bailes y ceremonias entre la nobleza.

Cuanto más tiempo permanecía allí más comprendía que alguien como yo no debería vagar a sus anchas en aquel lugar, pero entonces fijé mi mirada en un montón de instrumentos... y no tardé en dirigirme hacia estos.

Eran preciosos... y tenía muchas ganas de tocarlos, así que luchaba por contenerme y no tocar nada mientras los observaba con ganas... pero entonces Hoju, que ya estaba cansado de revolotear a mi lado, decidió posarse justo sobre las teclas del piano, haciendo que unas notas apelotonadas resonasen en toda la sala.

"¡Hoju!", dije alterada mientras me acercaba corriendo a él y lo cogía en brazos.

Permanecí quieta un rato, mientras esperaba que viniese alguien a llamarme la atención, pero no pasó nada.

Entonces alcé a Hoju hasta mi cara y le dije a modo de reproche: "Menudo sitio para sentar el culo, bichín"

Él me respondió con uno de sus ruiditos, y entonces lo solté y me volví a fijar en los instrumentos. Como no había pasado nada, decidí animarme a tocarlos, procurando no hacer mucho escándalo.

Después de estar varias horas tocando y aprendiendo a tocar un poco bien cada instrumento decidí irme de allí, porque ya era tarde y no era oportuno seguir haciendo ruido.

"Y yo sin enterarme de este lugar...", pensé mientras cogía a un dormido Hoju en brazos, y entonces me fui de allí.


*se va*

Llegó a la sala de baile. Le gustaba ese sitio. A pesar de que no supiese tocar ningún instrumento, solía pasarse por ahí para, simplemente, observarlos. Una vez dentro de la sala, observó los diferentes instrumentos. Se acercó a los instrumentos de cuerda. Toqueteó las cuerdas de un violín, luego las de la viola y, finalmente, las del violonchelo. Luego observó los instrumentos de percusión y las flautas, sin llegar a tocar ninguno.

Suspiró. Se volvió hacia el piano y lo contempló, en silencio. Volvió a suspirar. Le hubiese gustado saber tocar algún instrumento.

*se queda*

Caminaba con mi botin de galletas oculto hacia las habitaciones cuando oí las cuerdas de algún instrumento resonar por el palacio. Por lo que decidí ir a la sala de baile, que posiblemente allí estuviera el origen.


Abro la puerta y veo a... Lyam... voy a darme media vuelta para no verlo, pero ya es demasiado tarde.

Hago un gesto con la cabeza y me doy media vuelta, como fingiendo no haberlo visto.

El sonido de unos pasos lo sacaron de sus pensamientos. Frunció ligeramente el ceño y se giró, para comprobar quién era el dueño de las pisadas.
Sus ojos se encontraron con Kettleburn, que le dedicó un gesto con la cabeza que Lyam le devolvió. Lo observó durante unos segundos en silencio. Pensó que, probablemente, Alexander ya le había dicho que no podía hablar con él. Suspiró. El piscis se había dado la vuelta, como si estuviese dispuesto a irse.

El chrysos puso los ojos en blanco y resopló.

- Oye, Kettleburn, aquí no está Alexander. Podías, al menos, decir algo. Un ¿qué tal? por ejemplo. - Crujió los nudillos -. Pero, como veo que no puedes, lo preguntaré yo. ¿Qué tal, Kettleburn?

Me di la vuelta ante su desparpajo. ¿como se atreve? ¿como se atreve si quiera a dirigirme la palabra? Después de lo que le había prometido a mi señor, no entendía su comportamiento.
Estuve a punto de lanzarle un Acuaerum en toda la cara, pero me contuve y caminé solemnemente hasta quedarme muy cerca de el.

Entonces, lentamente fui señalando cada uno de los moratones de mi cuerpo. Los cortes y las contusiones. Mis ojos morados y, por último, mis manos cortadas.

Al finalizar, entorné los ojos y moví la boca, sin pronunciar sonidos, pero de modo que se me podían leer los labios.

-TO-DO ES-TO ES TU-YO - dije poniéndole una mano en el pecho a el fuertemente.

-TE O-DIO - repetí en silencio.

Alzó las cejas al ver cómo el piscis se señalaba diferentes partes de su cuerpo. Moratones. Cortes y contusiones. Sus ojos rodeados de morado. Y, finalmente, las manos cortadas. Frunció el ceño, confuso, y clavó sus ojos opacos en el piscis.

Kettleburn empequeñeció los ojos. Movió los labios, sin pronunciar sonido alguno, y colocó una de sus manos en su pecho. Lyam apretó la mandíbula y observó cómo el piscis comenzaba a vocalizar. Pudo entender las dos frases: la primera, todo esto es tuyo; la segunda, te odio. Entre dientes, dejó escapar una risa sarcástica. Apartó, con fuerza, la mano de Kettleburn, y esbozó una sonrisa sesgada. Torcida.

- ¿Mío? - siseó -. ¿Mío? Para empezar, nunca te he puesto la mano encima, así que dudo mucho que sea el resultado de mi fuerza. Para seguir, ni tan siquiera sé cómo te hiciste eso. Y, para finalizar, tus problemas no son asunto mío. - Frunció el ceño -. Y, por tanto, tus heridas tampoco. No digas que algo es mío cuando no lo es. Y no intentes echarme la culpa de algo que no he hecho. Esas heridas son tuyas, no mías.

Tragó saliva. Se echó unos mechones del flequillo hacia atrás.

- Y en cuanto a lo del odio, vale. Ódiame. No tengo nada más que decir. No eres el primero que me odia. No serás el último. Así que me da igual. Ódiame si quieres.

Cada palabra ardía en mis tripas como acero fundido y me hacía sentir imbécil. ¿COMO QUE ESTO NO ES TUYO? QUIEN LE DIJO A ALEXANDER QUE YO RECIBIRIA TODO EL DAÑO QUE TE TENIA QUE HACER A TI? GILIPOLLAS!

Levanto la mano al aire, mientras me muerdo el labio inferior y se me llenan los ojos de lágrimas.

Voy a pegarle... pero no soy capaz... ¿porque? tengo ganas de darle...

entonces me doy la vuelta y respiro hondo. Vamos Sil, dale. Se lo merece. Mírate... estás echo trizas por su maldita culpa... no no te pelees dentro del palacio... espera a un lugar mejor... Sil, no lo hagas... hazlo... no... si... SI!

Entonces me doy la vuelta rápido y le doy un puñetazo con todas mis fuerzas en la mejilla.

No se esperaba el ataque del piscis. Tal vez por eso no reaccionó a tiempo y el puñetazo impactó en su mejilla. O tal vez había perdido parte de sus reflejos. Se llevó una mano a la mejilla. Apretó la mandíbula. Frunció el ceño. Clavó sus ojos en el piscis, furioso. Oprimió los puños, con fuerza.

- ¿De qué vas? - siseó.

Se acercó al piscis, hasta quedar a escasos metros de él. Agarró el cuello de la camisa del piscis, con ambas manos. Y lo acercó a él, hasta notar el aliento de Kettleburn en su rostro. Lo observó, en silencio, con la furia reflejada en el rostro. Torció una sonrisa, afilada. Deseó que esa sonrisa pudiese cortarle el rostro.

- ¿De qué vas? - repitió.

Pensó en devolverle el golpe, en asestarle un chrysantae. Pero sólo lo pensó.
No hizo nada.

Con fuerza, apartó al piscis de él. Y cuando este estuvo a unos metros, volvió a sisear:

- Que ni se te ocurra volver a pegarme, ¿entendido? Imbécil. No sé de qué demonios vas, pero, como vuelvas a pegarme, no respondo de mí mismo.

Guardó silencio durante unos segundos. Pensó que podía terminar su intervención ahí (y que, de hecho, eso sería lo más lógico), pero, como ya había hecho con anterioridad, se llevó la contraria a sí mismo.

- Tal vez tengas todas esas heridas por ir atacando como un demente a alguien que no ha hecho nada. Plantéatelo. Te irá mejor la vida.