Habitación del pasillo

Asiento, con deleite. Lo cierto es que me gustaría burlarme, pero una mujer como yo debe mantener un nivel intelectual alto. Mi posición me permite mofarme de quien yo quiera, pero es mi responsabilidad el no hacerlo. Simplemente se me hace divertido. ¿Acaso es eso un crimen?
Aunque lo fuera, estoy segura de que he cometido crímenes mayores dormida apaciblemente en mi cuarto, sin moverme. Sin lugar a dudas.

-Eso puedo apreciar -. Me vuelvo ligeramente, sutil, acomodando ligeramente mi boa de pelo, cubriéndome el escote con ella adrede, resaltando entonces la sonrisa, casi maliciosa-. Deberías dejar de ser tan directo siempre, Lyam. Vas a dejar de sorprenderme. Ya no hay día que no me espere una ligera insubordinación.

Los ojos me brillan un instante, entretenidos. Me acerco con pasos lentos hacia su asiento. Los tacones restallan en el suelo, escuchándose claros, a falta de lluvia y truenos. Es música para mis oídos.

-Aunque, por supuesto, no soy nadie en este palacio para exigir obediencia, ¿cierto?

Excepto a Alehyss. Alehyss es de mi propiedad. ¿No es así, Lyam? ¿Qué opinas?

Una sola risa, delicada y musical, burlona, se me escapa. O eso parece, por supuesto. hace falta más que eso para que algo "se me escape". Sin embargo, soy perfectamente capaz de hacer que parezca un acto espontáneo.

-No puede ser que seas así, Lyam -comento, con voz dulce, aproximándome todavía más. Termino por sentarme suavemente sobre el reposabrazos, a su derecha, muy casual-. Una mujer siempre busca ser sorprendida. ¿Acaso no lo sabes? -. Me miro las uñas, con disfrute, distanciando una frase de la siguiente por esos agradables segundos de silencio-. Somos unos seres enormemente caprichosos, por lo general, ¿no crees?

Observo sus muestras de debilidad con curiosidad. Has de sentirte muy cómodo, o simplemente sabes que independientemente de que lo ocultes o no, no podrías defenderte de mí.

-Importante... -pronuncio esa palabra con sumo placer, paladeándola, como si su sonoridad fuese más dulce que el más delicioso de los alimentos. Adoro ese sonido-. Supongo que podría decirlo así -. Asiento suavemente, congratulada-. Existe gente muy injusta que no sabe apreciar mis cualidades -añado luego, con delicado tono de mofa.

Massen Dew, por ejemplo... Una pena.

Enarco ambas cejas con delicadeza, casi insinuante, repitiendo sus últimas palabras como si fuese un eco.

-¿A otras...? -. Como si no lo supiera, Lloyd-. Decir delante de una señorita como yo algo así podría considerarse casi ofensivo, Lyam -murmuro, jocosa, desafiante-. No te lo tendré en cuenta por esta vez.

Extiendo la mano hacia él, llevándola a su barbilla, alzándola con el índice y el corazón, desde el mentón, mirándolo fijamente a los ojos con una sonrisa entretenida. Puede sentir, en cuando mis dedos lo tocan, cómo una especie de chispazo caliente se extiende, como una prolongación de mi cuerpo, e inunda su cabeza, deteniendo el dolor que siente casi al instante. A cambio se sentirá un poco como flotar, con la cabeza ligera, como en una especie de sueño.

Los dedos se deslizan, y al final de mi caricia el dolor ha regresado a él.
¿Alguna vez has fumado opio, Lloyd?

-Es lo más probable -coincido, desapareciéndome y reapareciendo de nuevo junto al ventanal, jugando con uno de mis mechones, de espaldas a él.

Desde luego, Lloyd. Sé que no pretendes ofenderme. No pasa nada. No has de preocuparte. Incluso creo que tendrías que esforzarte mucho para lograr ofenderme, si eso llegase a ser posible. Podría castigarte si te propasases, pero de ahí a ofenderme todavía habría un buen trecho. Tendrías que pinchar en ciertos puntos que están muy fuera de tu alcance, por suerte para ambos.

Ante su agradecimiento me vuelvo, asintiendo levemente, con esa sonrisa irritante de suficiencia que me permito tener. El opio te ayudaría, por supuesto, pero no creo que sea tu estilo, y quizás no sepas dónde conseguirlo. También sería un favor que podría hacerte, pero no creo que quieras pagar por ello.

-Deberías acercarte por la enfermería a por unos calmantes, por lo menos -comento, con aire ausente y el mentón alzado, altiva-. No es necesario que te tortures.

Una vez pronuncio esta última frase camino hasta la puerta, que se abre con elegancia para dejarme paso.

-Que tengas una buena noche -me despido, casi irónica.

Hay que hacer caso a la gente con experiencia, pequeño Lloyd.

El líder entró tras el muchacho en la antesala de su habitación e hizo que la puerta se cerrase tras ellos con la misma protección que antes de ser abierta.

Con un nuevo gesto, le indicó que tomase asiento en uno de los butacones y, en cuanto lo hizo, el líder hizo lo propio en el butacón enfrentado.

Con la elegancia que le correspondía, tomó asiento cruzando las piernas y apoyó su brazo izquierdo completamente sobre el reposabrazos, mientras que el izquierdo quedaba alzado -apoyado en el codo- mientras sus dedos rozaban entre sí en un gesto concentrado.

—Habla —Ordenó en medio de la inmensa oscuridad.

Entro en silencio y obedezco a cada una de las órdenes que se me ordenan.
Me siento rígido en frente de aquel poder. A veces se me olvida el quién es y cuando me acuerdo de nuevo, las piernas me tiemblan. Si yo hubiese sido él, me habría mandado a la mierda hace ya muchos años. Sólo por eso, él es mejor persona que yo.

Silvanus, no es momento de que tu entereza flaquee con pensamientos inapropiados para este momento. Céntrate.

Agito la cabeza y tomo aire. Le demostraré... que soy fuerte.- Me ganaré el billete a Caligo, aunque ello me obligue a... - mi voz comenzó a temblar.- Le... demostraré que... soy fuerte. Más fuerte que todos los que aquí moran.- Digo con valor, poniéndome de pie.
-Permítame... permítame recordar.- Digo acercándome a su figura y cogiendo con sutileza su muñeca y oliendo su colonia. Ese olor penetrante.- Lo recuerdo. Usted... hace mucho tiempo, me regaló ropa nueva y un frasco de colonia. Era un bote... un bote claro.- Mi voz suena serena, llenando el vacío de la sala y, en mi mente, se dibujan imágenes olvidadas.
-Recuerdo que... me ponía esta colonia en ocasiones especiales. Sí... Aquella tarde recibí una noticia importante. Se me... ordenó vestirme con mis mejores galas... Era verano. Recuerdo el calor entrando a borbotones por la ventana del baño de los chicos mientras me duchaba. - Sonrío en la penumbra.- Recuerdo haberme echado gran cantidad de colonia y pegarme el pelo al cráneo. Muy bien peinado. Recuerdo mi imagen en el espejo. Estaba radiante. Rápidamente se hizo de noche, señor. Y entonces... el bosque... - Hablo con una sonrisa relajada en la cara. - Él... en el bosque...- mi voz tiembla.- Me asus-sté... - La voz se me rompe un poco.- De la nada aparecieron dos hombres. Uno de ellos... jamás podré olvidar su cara.- Rió, con hipocresía.
Alzo la vista y clavo mis temblorosas manos en las piernas del líder mientras clavo mis pozos verdes en los suyos, negros. - Alexander Price, señor.- Un temblor se apoderó de mi cuerpo.- El hombre que me hizo incluso más de él que usted. Las cicatrices de mi cuerpo y de mi mente no son ni suyas ni de misiones. Son todas fruto de su fría mano. Me vendió, señor. Me regaló. Me tiró a aquellos perros...- Sollozo hasta romper a llorar. - ¡Me escupía! ¡Me llenaba la boca con su saliva! ¡Me untaba el cuerpo con rosas y flores y luego me lamía! ¡ME MORDÍA! ¡Se me comía vivo!- Chillo agarrándome la cabeza, recordando de golpe la sonrisa macabra de su captor durante más de un año.- ¡Metía mis dedos en caramelo ardiente y luego los lamía hasta arrugarlos! ¡ Lamió mi pene hundido en azúcar!- Cada vez chillaba más y más alto.- ¡Escupía sobre mi pelo, me pegaba, me hacía heridas sangrantes y las rellenaba con lametones y vinagre! ¡NO TIENE NI IDEA!- Chillo dando un fuerte puñetazo al respaldo de la butaca justo a la altura de su cara, rozando su pelo para entonces, desesperado, caer de rodillas en frente de él. - ¡Me vendió! ¡ME MANDÓ AL MISMÍSIMO INFIERNO! - Lloro desconsolado. -¡ALEXANDER!

El líder permaneció en silencio, a la espera de que el muchacho comenzase a hablar. Sus primeras palabras le causaron cierto interés pues, tras los últimos acontecimientos, no imaginaba qué podía hacer el muchacho para ganarse de nuevo su respeto.

Sentía su perturbación, su intranquilidad. Lo vía a la perfección en aquella oscuridad que lo envolvía y que, posiblemente, lo perturbaba más todavía. El líder se preguntaba a veces cómo era aquella sensación ante la oscuridad, pues él llegaba a pensar que deberían sentirse arropados, con sus figuras ocultas a ojos de los demás de su raza. No distrajo su mente en esto, sin embargo. Se centró en las palabras del muchacho, que ahora se acercaba con su discurso.

Dejó que le tomase la mano sin demasiado reparo si así conseguía continuar mejor su historia. Y abreviarla, de paso, pues tal y como empezaba parecía bastante absurda.

No obstante, debido a la intranquilidad creciente del chico y la gran cantidad de datos que aportaba, entornó los ojos con suspicacia, empezando a sentir que aquella historia guardaba algo extraño, algo desagradable que poco tenía que ver con el aparente recuerdo feliz que el chico narraba.

Cuando mencionó el bosque el líder abrió algo más los ojos y se tensó, comprendiendo. No quiso hacer ningún movimiento ni sonido para no cortar el discurso del muchacho. Había dejado de presionarlo al respecto, pues su mente parecía haber bloqueado aquellos recuerdos. No obstante, ahora estaba relatando los hechos, estaba contando qué había pasado y al líder empezaron a arderle las arterias mientras se mantenía aparentemente imperturbable frente al chico.

A cada palabra que escuchaba, mil preguntase se formaban en su cabeza y debía controlarse para no escupirlas, para no agarrar al chico por los hombros y soltarlas una tras otra. Tomaba aire y seguía escuchando, con la tensión en el cuello y las sienes sobre todo el resto del cuerpo. Alexander Price. Su desaparición no había sido en vano. Había tenido noticias de que había vuelto con su familia, pero no podía tomar cartas en el asunto con una mera suposición de culpabilidad. Ahora, sin embargo, tenía una confesión.

"El hombre que me hizo incluso más de él que usted" Aquellas palabras hicieron crujir sus nudillos sobre los brazos del butacón. Aquellas palabras impensable, imposibles, lo enfurecían de sobremanera. Aquello era simplemente indignante e imperdonable. Nadie hacía nada más suyo que de Aren Darvenwish.

El chico comenzó entonces a elevar el tono, a perder los nervios. Parecía envuelto en un inicio de psicosis, una paranoia creciente mientras describía los abusos que había sufrido por parte de sus captores. El líder continuó sin moverse, sin interrumpirlo y sin calmarlo. Quería escucharlo todo, hasta el final. Ignoró cualquier tipo de reacción desquiciada del muchacho, centrándose en su propia integridad y contención, acumulando todo lo que él le explicaba, fuese coherente o inchoerente, y grabándolo fielmente en su cabeza.

En cuanto el chiquillo dio su último grito, el líder alzó la zurda y su levita pasó a transformarse en una gruesa capa de suave seda violeta. En un abrir y cerrar del ojos, el muchacho estaba arropado por el hombre, con la capa cubriéndolo como una protectora burbuja mientras su cabeza descansaba en su pecho.

—Silvanus. Ahora estás aquí, Silvanus. Estás aquí conmigo y has hecho lo correcto. Esos hombres ya no pueden ni podrán hacerte nada, porque mientras permanezcas junto a mí nadie podrá tocarte —Le susurró con tono calmo y seguro, guardando toda su ira y entusiasmo para sí. Lo primordial era que el muchacho pudiese recuperar esa información más adelante, e incluso completarla con más recuerdos. Pero para eso debía sentirse a salvo.

—Esas imágenes son inofensivas ahora que todo ha pasado. Mientras permanezcas en la oscuridad, no te pasará nada —Añadió, manteniendo al chico bajo su brazos, que sostenía la tela.

La respiración no estaba siendo armónica y los nervios se apoderaron de él. Los recuerdos bombardearon su mente como si un hachazo hubiese golpeado un barril de cerveza y ahora todo el líquido saliese a borbotones por la fuga y, era tanta, que era incapaz de expresar tantos recuerdos con palabras.
Sin embargo, la voz suave del hombre y su calor amortiguaron levemente su dolor y le hicieron respirar con algo más de normalidad.
Su mirada estaba perdida.



- No se veía nada... No sabía cuando era de día o de noche...- susurro entonces.- No tenía agua y... ese hombre... ese hombre... - mi voz se reduce casi hasta llegar al cero absoluto, por lo que decido dejar de intentar hablar.

Aprieto con fuerza la ropa de mi amado. - Llévame contigo...- gimoteo.

El chico parecía calmarse bajo el arropo del líder, pero aún así no conseguía recuperarse del todo de aquel momento de estrés. El hombre tuvo paciencia, aquella información era valiosa, tanto para él mismo como para Brontë.

—Shh... Calma, pequeño. La oscuridad que te rodea ahora es tu protectora. Tendrás todo aquello que necesites y no volverás a sufrir daños tales. No te preocupes por tus captores, podrás ver sus cabezas clavadas en cuanto sepamos lo suficiente —Indicó el líder con la misma voz clara y tranquilizadora mientras sus ojos se mantenían firmes y amenazantes en medio de la oscuridad. Su gesto y su tono parecían diferir en lo suficiente como para ser de una persona distinta.

Escuchó la súplica del muchacho, tirando de su pecho, y bajó la vista hacia él, refugiado en sus brazos. Relajó el gesto y llevó su diestra hacia el muchacho, acariciándole la cara. Luego se la alzó para besarlo suavemente.

—Te llevaré conmigo, mi pequeño guerrero. Has demostrado ser muy valiente —Lo halagó con un amago de sonrisa escondido en su comisura izquierda. —Mañana mismo podrás pisar las tierras más allá del sol —Le indicó.

Los minutos pasan y comienzo a recuperar algo la compostura y su noticia final hace que brote un poco de felicidad y tranquilidad en mi interior, aunque aún me cuesta dejar de sorber por la nariz.
Me enjuago la cara llorosa.- ¿Entonces me perdona?- Dijo amagando una sonrisa con los ojos tapados para que no me viese la cara roja del llanto.

Tengo ganas de abrazarle y estar con él, pero me da vergüenza decírselo ahora.

Poco a poco, recuperaba la compostura, animado por las muestras que el líder le daba. Arropando al muchacho de esa forma pudo visualizar una imagen muy distinta en su mente, pero cerró los ojos por un instante, apartándola y centrándose en él, que nada tenía que ver con ella. Volvió a besarlo suavemente. Luego tomó aire en profundidad y evitó un suspiro.

—Tendrá que ser así, pequeño. Pero tendrás que ser cuidadoso, no hay cabida a los errores en Caligo —Le informó, con el mismo tono amable y apacible que había utilizado para calmarlo, pero esperando que el muchacho comprendiese a la perfección sus palabras.

—Ahora descansa, pequeño, mañana será un día extenuante —Informó, apartando su capa y permitiendo que el muchacho se pusiera en pie. Luego él hizo lo propio y le puso una mano sobre la espalda, acompañándolo a su dormitorio para que durmiese mientras él daba comienzo a la noche de preparativos.