Comedor

Sonreí, levemente ruborizada por su cumplido. No parecía molesto con mi acercamiento. Eso o fingía muy bien.

—Soy yo, soy yo... Bueno. —Fruncí levemente el ceño—. Eso si hablas de mí, claro, que imagino que sí, porque has dicho que no... Quiero decir, que no sé si habrás visto a mucha gente en la fiesta, pero si hablas de una pelirroja que te habló, sí, esa soy yo... —Me pasé una mano por la nuca. Luego le sonreí—. Inger.

Observé la mesa, preguntándome si podía acompañarle o no. Tras unos segundos en silencio, lo miré y me animé a preguntarselo.

—¿Te... Importa si te acompaño? No... No te sientas obligado a decir que sí sólo porque lo he preguntado, porque no me molestaría si dijeses que no ni nada... —Bajé la mano al cuello—. Yo... Eh... Bueno... Que si no te importa...

Sonreí ampliamente. ¡Sí que era yo!

—Bien entonces. —Fruncí levemente el ceño—. Supongo.

El chrysos se echó a reír y durante unos segundos me pregunté si se estaba riendo de mí. No obstante, al escuchar sus siguientes palabras, decidí dejarlo estar. El chrysos era agradable, y dudaba que se riese por maldad. Simplemente, supuse, mi actitud le hacía gracia. A la gente solía parecerle muy divertido escuchar cómo me liaba yo sola al intentar explicarme.

Me sonrojé un poco al escuchar su nuevo cumplido y, con cierta timidez, me pasé una mano por la nuca.

—Gracias... —murmuré. Luego tomé asiento, frente a él, y le sonreí. Cuando un chico de servicio se acercó para preguntarme qué quería, le pedí que me trajese un chocolate caliente y pan. Después de hacer el pedido, miré a Gerald y, rápidamente, me apresuré a aclarar:

—Aún no he desayunado...

Escuché con curiosidad lo que el chrysos decía. ¿Había vivido en Caligo? ¡Eso sí que no me lo esperaba! Me preguntaba en qué zona había vivido y qué partes de Caligo conocería.

—¿En serio? —inquirí, casi emocionada. Hacía tanto que no hablaba con alguien de Caligo. Mejor dicho: hacía tanto que no me encontraba con alguien que hubiese vivido en Caligo. Era casi como encontrarse con un caeruleus—. ¿Y qué zonas conoces? ¿Dónde viviste?

Inconscientemente, me incliné hacia delante, sonriente. Cuando mencionó al "grandullón" (que, deduje, debía ser Rick), esbocé una mueca.

—Pues... No. Aún no, pero bueno... —Me encogí de hombros—. Ya hablaremos.

No entendía muy bien por qué lo preguntaba.

Ensanché la sonrisa, atenta a sus palabras. Conocía ambos sitios. Vivía en una ciudad próxima a la capital, así que normalmente íbamos de visita (porque siempre hay más cosas que comprar en la capital que en otras partes). Al bosque de Lith habíamos ido algunas veces, de visita. A mi madre le gustaba mucho, así que nos arrastraba a todos cuando tenía ocasión. A veces mis padres contaban, en una de esas historias largas y aburridas de padres, que una de las primeras cosas que mi madre le enseñó a mi padre fue el bosque. A mí, personalmente, me parecía un sitio bonito.

—Oh, yo también conozco ambos —respondí, sonriente—. Mi familia vive cerca de la capital, así que a veces íbamos a comprar. Tenemos una herrería y, bueno, en la capital se pueden encontrar más y mejores cosas. —Lo miré, contenta—. El bosque es uno de los sitios favoritos de mi madre, que es caeruleus, así que también lo he visto. Aunque yo sólo conozco una zona porque es muy grande y porque a mi madre le da algo de cosa que nos perdamos.

Me encogí de hombros. Cuando el chico del servicio vino con mi pedido, observé, golosa, la taza y bebí un poco. Luego corté un pedazo de pan.

—¿Quieres...? —pregunté, sonriente, tendiéndole el pedazo que había cortado—. El chocolate está rico.

Asentí enérgicamente, todavía sonriendo. ¡Claro que tenía una buena espada! ¡Y claro que ayudaba en la herrería! Tal vez no tanto como mi hermano, pero sí que sabía hacer cosas. Aunque no lo pareciese.

—¡Claro! —exclamé, echándome de nuevo hacia delante—. Tengo una espada genial. No tiene nombre, pero es genial. Me la hizo mi hermano. —Con cuidado, me incliné hacia atrás y desenfundé parte de la espada, mostrándosela a medias para que no creyese que mentía. Luego la enfundé y volví a mi posición original, sonriendo con una pizca de orgullo—. Y sé que no tengo pinta de herrera, pero sí que ayudaba.

Fruncí el ceño y alcé el mentón. Luego le mostré mi brazo derecho, haciendo fuerza para que notase el músculo. Realmente no era, ni me consideraba, demasiado fuerte, pero aquello se me antojó divertido.

—Mira, mira. Toca, toca. Ya verás qué fuerte.

Y luego me reí. Estaba de muy buen humor. Suponía que era porque, ¡por fin!, estaba hablando con alguien que venía de Caligo. En todo el tiempo que llevaba aquí sólo había conocido a una persona, Alexander, que había estado en mi país de origen, y encontrarse con alguien que conocía tu país siempre era una alegría.

Cuando aceptó el pedazo de pan, sonreí y moví la taza, poniéndola a una distancia media de ambos.

—Sírvete.

Alcé el mentón, orgullosa.

—¡Claro que puedo! —Luego me reí—. No lo parece porque tartamudeo mucho, pero no soy una guerrera horrible —aseguré, orgullosa. Realmente tampoco me consideraba un gran prodigio, pero sí creía que podía defenderme. O al menos eso creía antes del suceso con los mercenarios, pero no iba a dejar que un recuerdo desagradable me hundiese el desayuno.

Cuando tocó mi "musculoso" brazo, me reí, aunque no tardé demasiado en adoptar una expresión orgullosa, alzando de nuevo el mentón y sacando pecho, como si fuese un apasionado guerrero. Después, cuando habló de su arma, volví a sonreír con normalidad. Una katana. Había visto algunas y siempre me habían parecido curiosas, pero yo prefería las espadas. No tenía muy claro el porqué, no obstante.

—Mi espada también es especial para mí —admití, sonriendo—. Creo que todos los guerreros sienten un apego especial por su arma... Bueno... Eso ha sonado raro... Lo que, eh... Lo que quiero decir es que... —Fruncí levemente el ceño— las armas son especiales para los guerreros, como... No sé, algo importante para ellos o así... —Me pasé una mano por la nuca—. O al menos yo creo eso. Supongo que por las batallas que uno tiene que llevar a cabo y todo eso.

Me encogí de hombros. Luego, obedeciendo a sus palabras, mojé un pedazo de pan en el chocolate. Me acordé entonces de cuando había hecho lo mismo con una parvus muy simpática. No me acordaba de su nombre, pero sí que me había regalado algo (no tenía muy claro el qué). Me pregunté si estaría bien.

—Delicioso —dije, sonriente.

FdR: Siento haber asumido que Inger repite tan pronto, pero necesitaba hacer eso XD

Escuché lo que decía respecto a su arma con interés. Cuando había hablado de que era especial, había entendido que sentía apego por ella, no a que estuviese forjada de una forma especial. Su explicación me resultó curiosa. Me preguntaba cómo sería aquella katana.

—Pues entonces mejor que no le pase nada —murmuré, más tímida que antes.

Sonreí de nuevo y terminé el pedazo de pan que tenía en las manos. Luego cogí otro y, decidida, lo mojé en el chocolate. Al comentario de Gerald, sólo pude sonreír, divertida. No obstante, cuando me movió, haciendo que me manchase la cara de chocolate, fruncí el ceño, fingiendo más molestia. No me gustaba estar manchada, pero aquello, quizá por lo inesperado que resultó, me había hecho gracia de alguna forma.

—Qué mala persona —gruñí, todavía con el ceño fruncido. Tras unos segundos fingiendo enfado, sonreí, amigable y busqué servilletas por la mesa.

Fdr. cómo te atreves e_é

Lo miré de reojo.

—Cruel tú. Mira que manchar a una dama —respondí, fingiendo molestia de nuevo. Su siguiente comentario hizo que sonriese y el último que me ruborizase levemente. Con cierta timidez, cogí la servilleta que me tendía y bajé el rostro; luego me limpié.

—Gracias —murmuré, volviendo a alzar la cabeza. Coloqué la servilleta en la mesa y tomé un nuevo pedazo de pan, esperando que esta vez nadie me manchase. Tras darle un mordisco, me fijé de nuevo en el chrysos, que parecía observarme con una pizca de interés. Cuando me pregunté si podía tocarme las orejas, volví a ruborizarme, más que antes. Recordé, entonces, uno de mis primeros encuentros con Rick, hacía ya dos años, en los que él me había pedido lo mismo. Pero el chrysos, a diferencia del flamma, no me lo pedía borracho.

Lentamente, asentí y aparté un par de mechones que las cubrían. Luego lo miré.

—Pero no tires...

¿Qué tenía la gente con mis orejas? ¿Era porque no eran muy puntiagudas como las de los caeruleus? ¿Porque eran más pequeñas que las de una caeruleus normal?

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