Prado.

La historia de la fiesta le resultaba algo ajena a Zacharyas, que no entendía cómo las personas podían meterse en semejantes embrollos. Quizás él se encontrase lejos de ese mundo romántico, pero tantas discusiones y problemas... Se suponía que si Rick salía con Inger era porque se gustaban y, entonces, no comprendía el origen de tanta discusión. Él no discutía nunca con Stalon, por ejemplo, aunque en su caso no eran una pareja. Pero era la persona de palacio con la que más se llevaba, por lo que supuso que la comparación era la más correcta.

-Yo que tú -. Carraspeó. Se quedó largos segundos mirando algo que creyó ver moverse, abstraído, antes de darse cuenta de que debía acabar la frase- hablaría con ella sin más.

La última afirmación de Rick Dehnel trajo vergonzosos recuerdos al caeruleus, que apartó la mirada algo ruborizado, haciendo como que buscaba por otra parte.

Dejé salir una forzada carcajada sarcuástica. Por favor... Solo parecería más inocente si tuviera tres años y un caramelo.

-¿Hablar con ella sin más? No me hagas reír, Zacharyas. El mundo romántico no es tan sencillo como pedir perdón sin más, hablarlo y punto. Estoy seguro de que Inger, para perdonarme, querrá que le lleve alguna criatura mágica, o algo así, como debe ser.

Me crucé de brazos, negando suavemente. Era duro ver a un hombre como aquel tan echado a perder, la verdad.

Zacharyas suspiró. Por una vez, podía afirmar con rotundidad que no estaba de acuerdo con el flamma, pero lo veía tan convencido, y conociéndolo..., que no tenía muy claro cómo debía hacérselo ver o, incluso, si discutirle su visión sería buena idea.

-Pues yo creo que hablar es...

Zacharyas dejó de hablar, pensando en la forma de evadirse de esos temas que tenía siempre. Le parecía más normal lo que Rick decía ahora que había tenido un par de extrañas experiencias. Al fin y al cabo, era difícil hablar de ciertas cosas. Quizás no tenía razón él, sino el flamma, pensó.

Pero qué cabezota era. Lo peor es que los que menos sabían siempre eran los que más querían demostrar su sabiduría. Menudos tontos. Menos mal que estaba yo allí para hacerle entrar en razón, porque él no tenía ni idea.

-Hablar es menos importante de lo que parece -dije, acabando su frase-. También es importante besar, o el sexo, o los regalos. No solo hablar. Eso son historias que se cuentan a los niños para que no dejen embarazadas a sus novias de pequeños, nada más.

Me crucé de brazos mientras hablaba, asintiendo a cada palabra, completamente seguro de lo que estaba diciendo.

Zacharyas observó confuso a Rick. De pronto no sabía si solo decía sandeces o sus palabras eran pura sabiduría recopilada a lo largo de los años y las experiencias. A fin y al cabo, no era la primera vez que oía a hombres dar más importancia al sexo que a nada.

-¿Qué...? -. Carraspeó avergonzado, volviéndolo a intentar-. ¿Qué hace tan importante al sexo o a los besos?

Realmente no lo entendía, pero todos parecían estar tan de acuerdo que Zacharyas creyó que preguntando al fin saciaría su curiosidad.

Puse los ojos en blanco. ¿Pero de dónde había salido aquel tipo? Como todos allí fuesen como él, lo raro era que naciesen más... Por Mithos. Era de lo más increíble.

-Se nota que eres virgen... -le dije apenado, dando palmaditas en su hombro huesudo-. Por Mithos... ¿No tienes calor con tanta ropa? Vaya loco...

Suspiré y me rasqué la barbilla.

-A ver que te explico... Los besos levantan pasiones, no sé si me entiendes, y luego viene el sexo y...

*se van*

Era ya noche cerrada en Brontë, pero Corbin, con sus extraños y cambiantes horarios, había decidido que era una perfecta ocasión para entrenar al aire libre. Así pues, se dirigió con decisión a una zona abierta y despejada, donde pudiera realizar ejercicios con total libertad.

Empezó con ejercicios de calentamiento, tanto de articulaciones como de músculos, realizando actividades diversas, desde correr a repetir breves movimientos de forma continua. Siguió a esto una intensiva sesión de estiramientos, empezando por las extremidades inferiores y subiendo hasta el cuello.

Por una vez, dejó a un lado los puños de acero para realizar ejercicios de combate. Por una parte, porque tenía un interés especial en realizar fintas y tipos de ataque a los que estaba menos acostumbrado; sus puños eran sin duda su punto fuerte, pero tenía presente que podían darse situaciones en que no pudiera contar con ellos. Así pues, entrenó su agilidad con movimientos rápidos y cambiantes, tratando de mejorar aquello que se le hacía más complicado, además de dedicarse a golpes con las piernas y posibles fintas que realizar en esas condiciones. Para hacer más realista su situación, mantuvo en todo momento las manos unidas tras la espalda.

Tras un tiempo de entrenamiento y un breve descanso, se puso en pie de nuevo, con otro objetivo: mejorar su magia. Conocía tan solo hechizos básicos, y aunque la magia no se le daba mal del todo, tampoco era su fuerte. Así pues, decidido a no dejar de lado tampoco ese aspecto, se dedicó a prestarle atención.

*Se queda*

Tras una larga sesión de entrenamiento, decidió dar por finalizado el ejercicio intensivo. Tenía más cosas que hacer. Como, por ejemplo, entrenar su capacidad de supervivencia. Sin perder tiempo, en descansos inútiles, tomó el camino hacia el bosque, donde pasaría la noche.

*Se va*

-Jo. Estoy hasta de esto- dijo dándole una patada a una piedra. -[color:c6b9=ff99ff] Todas han luchado ya y yo aún no. Pues como esto siga así, irrumpo en palacio y empiezo a tortas con el primero que vea... -masculló enfurecida.- Creo que me voy a poner tacones para que me vean... ajijí -rió divertida.


*se queda un rato*

-Ajijí- rió al escucharlo chillar.
Sin embargo, la luz la cegó bastante, pero pudo ver un filo acercarse. - Frregintior~ Ajijí- rió alzando las manos hacia la katana del muchacho, para reducirla al tamaño de un tenedor.
-Espero que no lo tengas todo así de grande... ajijí- rió, para luego dar un salto hacia atrás. -Me llamo Branne del Fuego Firme y estas son las Primeras Jornadas de Entrenamiento Intensivo. Soy la tercera guerrera de Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna. Aunque visto cómo te has dirigido a mí, veo que ya te han soltado la retahíla antes, ¿verdad? Ajijí.

Se sacudió el vestido de flores y se azuzó el corto pelo, para luego levantar los puños. - Lucha como un hombre, ajijí- dijo con una enorme sonrisa.

-Señorita... Creo que si me conocieras un poco más... te abstendrías de pronunciar tal apelativo, ajijí- rió enormemente, dejando ver todos sus dientes.

-¡Pervatia!- conjuró al ver cómo la izquierda enemiga le acosaba desde abajo.
Un muro de piedra se elevó bajo sus pies, de modo que ahora ella era la que le sacaba más de un metro de alto.- Ahora verás... ajijí- dijo lanzándose en picado hacia él, con el fin de clavar su derecha en su cabeza.

Aquello de ser pequeña era una mierda, pues aún su puño no había llegado a su cara cuando sintió su mano en su pierna y, cuando se quiso dar cuenta, estaba estampada contra el suelo.

Su pierna fue con fuerza hacia su estómago, el cual se resintió un poco. Era fuerte y una patada no la iba a parar tan fácil. Sin embargo, había dolido.
Se levantó, limpiándose un poco de sangre de una ceja y, con las manos en la boca, rió.- Ajijí.

-¿Esa es toda tu fuerza? ¡Venga! Que se supone- dijo con la voz cargada de rabia y furia- que los hombres sois unos... ¡machotes!- dijo clavando con todas sus fuerzas el puño en la tierra, abriendo una brecha de aproximadamente un metro de largo en el prado. - Te ha "molado", ¿verdad? Ajijí. Venga, ahora vamos a ponernos serios.

Corrió hacia él y lanzó un puñetazo a su pecho. Si este era evitado, intentaría una patada a algún sitio. Sólo uñas y dientes. Como debía ser.

- Ajijí -canturreó al clavar su puño férreo en su cuerpo.
El cuerpo del chrysos salió casi diez metros disparado hacia atrás. La chica se asustó por un momento, pues creyó que sería algo más resistente.
Si lo hubiese sabido, habría disminuído un poco su fuerza. Estaba preocupada, por lo que se desapareció y se apareció a su lado.

-Ajijí. Perdedoooor -le dijo sacándole la lengua, al ver que estaba bien. O por lo menos, no muerto.
Se frotó la mejilla, pues el golpe del chico le había alcanzado justo antes de que lo hiciera el suyo.

Le tendió una mano. -¿Seguimos? Ajijí.

FdR: Como no sé si la puede tirar o no la acción del codazo la dejo en intención.

FdR2: Rol pausado.

No quiso cogerle la mano, sino que prefirió echarle la mano al cuello y tirarla al suelo. - Ugh...- se le escapó cuando su cabeza golpeó el suelo.

Cuando vio sus intenciones, conjuró un Pelytera, con el fin de que su piel se volviese más dura y que el golpe le hiciese menos daño. - Ajijí.

Sin embargo, le agarró del cuello de  la camisa con fuerza y, con una enorme sonrisa, le propinó una enorme patada en la entrepierna, no tan fuerte como la otra, por supuesto. -Ajijí.

-Qué violento...- dijo con los ojos entornados, mientras la voz le salía áspera debido a la fuerza que ejercía sus manos sobre su cuello.

Dejó los ojos en blanco al recibir el chrysantae.

Entonces concentró su fuerza en la rodilla para clavársela repetidamente en el estómago- Te... voy... a... dejar un agujero. Ajijí.

-¡Ogh, cerdo!- dijo con asco, empujándolo.

Una vez nos pusimos de pie, alzó los puños y se lanzó, sin decir nada, hacia él, con los puños en alto para enzarzarse en una pelea que duró más de lo que ambos hubiesen querido.

Al cabo de un tiempo, ella decidió darlo por terminado.
-YA -bramó, extendiendo los brazos en cruz, con la cara un poco ensangrentada. -Ha estado bien, Gerald. Luchador y guapo. Eres todo un partido. - dijo echando la lengua fuera y haciendo un signo de victoria. Dicho eso, desapareció sin dejar rastro.

Era un joven muy entusiasta. Le hablaría de él a las otras chicas.

*se va contenta*

Atravesaba el prado con trote ligero, sudoroso, seguido por Telma, pensativo. Llevaba una toalla al cuello que recogía el sudor que lo recorría antes de que llegase a mi ropa.

Al llegar a un punto concreto me detuve, jadeante, y me sequé la cara y el pelo. Luego hice algunos estiramientos, levantando los brazos y arqueando el tronco hacia adelante y hacia atrás, intentando tocarme, sin éxito, las puntas de los pies y, finalmente, entrelazando los dedos de las manos y estirándolos hacia arriba, como si quisiera tocar el cielo.

El cielo estrellado...

Bajé al suelo, arrodillándome, poniéndome a cuatro patas y luego estirando las piernas, sosteniéndome sobre las puntas de los pies y con los brazos estirados.
Los flexioné, los estiré, los flexioné, los estiré... Mientras Telma me miraba sin saber muy bien qué hacía. Los bismontes no deben de estar acostumbrados a hacer flexiones... Así están de gordos y peludos.

Tras bastantes repeticiones me detuve y me volví, para sentarme y me tumbé, llevándome las manos a la nuca. Me erguí y volví a bajar, notando cómo los abdominales se tensaban. Lo repetí, volviendo a quedar tendido sobre la hierba.

Las estrellas brillaban. La luna menguante brillaba.

-¿Sabes, Telma...? -murmuré, sin mirar a mi compañera-. Estoy algo triste... Decepcionado con el mundo... No sé si me entiendes.

Realicé un nuevo abdominal antes de seguir hablando, distraído.

-No sé qué se supone que debo hacer... Yo estaba destinado a hacer grandes cosas, pero ni siquiera fui capaz de consolar a Sara o de hacer que Duncan se volviese un hombre honrado...

Telma se acercó a mí, tumbándose a mi lado. Parecía que mi ejercicio la cansara a ella más de lo que me cansaba a mí.
Estiré los brazos a ambos lados, en forma de cruz.

-¿Acaso no es ese mi verdadero destino? ¿Qué se supone que debo hacer...?

*se queda*