Prado.

Corbin llevaba varios días en el bosque, en un entrenamiento intensivo. Aunque había decidido darlo por finalizado aquella tarde, aún no había vuelto al palacio, pues prefería estar un tiempo más al aire libre antes de meterse de nuevo en el edificio.

Debido a esto, había salido del bosque para dar un último paseo por los alrededores. Iba descalzo y tenía los pies cansados, pero estos estaban curtidos debido a ese tipo de entrenamientos, por lo que no le daba demasiada importancia.

Llegando a cielo abierto, dio con una zona de hierba y flores. La luna apenas iluminaba, y Corbin no veía demasiado bien de noche, pero sí distinguió un par de figuras un poco más allá. En silencio, decidió dar un capricho a su curiosidad y acercarse.

El bulto más pequeño parecía un animal. El otro hablaba, y Corbin reconoció la voz. Si no recordaba mal, Rick no tenía muy buena vista, así que el claritas invocó un clair ëm yäk para facilitarle el reconocerlo.

-Buenas noches -saludó, con voz comedida.

Mi monólogo se vio interrumpido en algún momento por una luz repentina. Incliné la cabeza hacia atrás y vi una figura: Corbin.
El claritas saludó, manso, y yo me incorporé enseguida, poniéndome de pie y sacudiéndome el culo para librarme de aquellas hierbas secas que se me habían quedado pegadas. Telma enseguida fue a oler su ropa.

-¡Y tanto! -exclamé, con falso entusiasmo-. Creí que nadie me vería por aquí a estas horas. Estaba entrenando un poco, ya sabes... Cosas de machos: correr, flexiones, estiramientos...

Me peiné el pelo con la mano. Estaba algo húmedo. Tenía que cortármelo, desde luego...

-¿Y qué hace un hombre como tú en un sitio como este a estas horas?

Rick parecía entusiasta, y Corbin, aunque cansado, estaba de buen humor. Incluso se animó a sonreír un poco. Quitando la estúpida e inútil misión a la que habían asistido, hacía mucho que no veía al flamma, y le gustaba hablar con él. Bajó un momento la vista al animal, que se acercó a olfatearlo, aunque no le prestó demasiada atención.

Asintió a los comentarios de Rick, completamente de acuerdo.

-Me alegro -aseguró, mirándolo con respeto-. Desde luego, entrenar es importante. Nunca debe descuidarse.

Era exactamente lo que él venía de hacer, después de todo. Lo que hacía casi siempre, en realidad.

-He pasado varios días en el bosque, entrenando mi capacidad de supervivencia -explicó-. He terminado esta misma tarde, así que estaba dando un paseo para relajarme un poco.

Asentí con energía. Parecía que no se había dado cuenta de que estaba algo pocho. Mejor, la verdad. No me gustaba ir por ahí dando pena como un cualquiera. Si algo había que fuese importante era el demostrar en todo momento que uno estaba entero para que lo tomasen en serio.

-Entrenar es importante. Eso digo yo siempre. Ni que fuésemos gemelos tú y yo, eh. Aunque eso de irme al bosque nunca lo había hecho. Quizás un día lo pruebe, si me cuadra. Intentar entrenamientos diferentes... ¡Lo mejor del mundo!

Suspiré. ¿A quién pretendía engañar? Estaba tristón...

Telma volvió a mi lado y se puso a mordisquear la hierba.

-Vaya desastre de misión, eh... -comenté, algo más desanimado.

Corbin lo miró con aprobación. Desde luego, Rick tenía el ánimo de un héroe de épica. Quizás por eso casaba tan bien como protagonista.

-Siempre es bueno variar -coincidió-. Buscar aquello que te resulte más difícil para ponerte a prueba hasta el límite. Es la mejor forma de impedir que te sorprenda un enemigo y sirve para mermar tus puntos débiles.

De pronto, Rick pareció cambiar su actitud, como si estuviera muy cansado de pronto. Corbin lo observó con curiosidad. De repente, parecía abatido.

A su comentario, resopló. Eso lo explicaba todo.

-Y que lo digas -coincidió, con repentino enfado-. ¿A quién se le ocurre? Es indignante que pasen cosas así...

Era bueno saber que Rick estaba de acuerdo con él. Una misión que no casaba en absoluto con ellos; impropia de unos guerreros.

Asentí levemente, dándole la razón. Si es que... ¡Todo aquello había sido terrible!

-Sabía que tú me entenderías... Fui a la misión con mucha ilusión, pero... No sé si notaste cómo me iba cabreando... Y cuando volví...-. Negué varias veces con la cabeza, frustrado-. No sabía dónde meterme. Casi hubiera preferido quedarme tumbado en los jardines sin hacer nada... No me siento como si hubiera sido de utilidad para nada.

Suspiré con pesadez. No sabía si él estaría de acuerdo o no, pero yo me sentía de lo más decepcionado conmigo mismo.

Telma mugió, como tratando de animarme.

Corbin asentía, sintiéndose perfectamente comprendido.

-Sé exactamente a qué te refieres -respondió con solemnidad-. Yo me sentía exactamente igual. Es en parte por eso por lo que he estado estos días en el bosque. He decidido que, la próxima vez, podré hacer algo que sea realmente de utilidad. Y cuando llegue ese momento, estaré preparado para afrontar lo que sea.

Había tomado aquella determinación, y nada conseguiría apartarlo de su objetivo. Miró a Rick fijamente.

-Te animo a que hagas lo mismo -propuso-. No debemos permitir que se repita algo como esto.

Si demostraban que eran útiles en misiones reales, dejarían de proponerles farsas como aquella.

Las palabras de Corbin me animaron bastante, la verdad. Podría decir que incluso me emocionaron. Se notaba que tenía un arte con las palabras.

Asentí con sentimiento, apoyando de ese modo sus palabras.

-Gracias... Creí que nadie más opinaría lo que yo y me sentía algo abatido... No es fácil ser fuerte siempre, ¿sabes? Y se suponía que esa misión repondría mi nobleza, pero no me siento más noble... No creo que esa misión demostrase mi verdadera nobleza.

Me senté aparatosamente en el suelo y comencé a acariciar algunas briznas de hierba, algo ausente.

-Al llegar aquí creí que haría grandes cosas, pero siento que no soy más que un patán... ¿Qué he conseguido?

Corbin negó con la cabeza. Desde luego, aquella no había sido una misión con la que demostrar ninguna habilidad, y menos aún valor o nobleza. De hecho, no había habido valor ni nobleza por ninguna parte. Ni tampoco ninguna clase de enfrentamiento que supusiera medir las fuerzas.

Rick parecía realmente decepcionado, y Corbin lo comprendía. Aunque, desde luego, no creía que el flamma tuviera la culpa del desastre que había supuesto la misión.

-La vida y la fortuna son difíciles de entender -repuso, serio, mirando al horizonte-. Cambian constantemente sin que podamos hacer nada por evitarlo -. Bajó la vista a Rick-. Tal vez ahora no sea tu mejor momento, pero ten por seguro que volverán los buenos tiempos. La fortuna volverá a recompensarte, y te traerá de nuevo tu nobleza.

Corbin estaba seguro de ello. Todos los héroes tenían sus crisis, pero salían de ellas siempre y cuando se resistieran a rendirse.

Se me anuevaron los ojos en lágrimas al oír aquellas palabras tan bellas. ¡Cómo hablaba aquel hombre, por Mithos! Aquello era animar de verdad, desde el corazón, como un buen y verdadero amigo haría, y no como alguien falso o interesado.

-Tienes que tener a todas las mujeres a tus pies -dije mientras me frotaba los ojos con el puño para evitar llorar-. Eres un buen hombre, Corbin. Gracias. Cuando consiga demostrar de verdad lo que puedo ser pensaré en ti, te lo prometo.

Telma, como sintiéndose falta de atención, trató de meter su cabeza bajo la mano con la que acariciaba la hierba. Toqué su pelo con mimo, aún contemplando a Corbin.

Corbin no acababa de entender a qué se refería el hombre exactamente, pero no le dio demasiada importancia. Parecía que necesitara una voz de apoyo, y aquello era algo que él podía darle.

-Se cantarán tus hazañas, Rick Dehnel -vaticinó, completamente serio.

Suspiró. Rick necesitaba ánimos, pero también entrenamiento, y él le estaba robando su tiempo. Por otra parte, debía descansar bien si quería ponerse de nuevo a entrenar al día siguiente, así que tendría que acortar su paseo.

Observó al flamma y su proyecto de montura. Con su buena fe y su perseverancia, llegarían lejos.

-Debo retirarme -se despidió-. Espero verte pronto, Rick. Te habrás hecho más fuerte para entonces.

Y, tras despedirse, echó a andar hacia el palacio.

*Se va*

Cuando quise darme cuenta, Corbin se estaba marchando. Sentí cierta pena, aunque confiaba en verlo pronto. ¡Sí! ¡Lo vería pronto y para entonces tendría muchos más ánimos!

-¡Claro que me haré más fuerte! ¡La próxima vez seré tan fuerte que no podrás creerlo!- exclamé, lleno de orgullo, sonriendo ampliamente.

Tras ver partir al claritas me puse en pie y eché una ojeada a Telma.

-Tú y yo deberíamos descansar si queremos aguantar un entrenamiento de esos en el bosque, ¿qué te parece?

Telma no dijo nada, así que hice lo que me vino en gana y me fui, y como ella me siguió supuse que no tenía nada en contra.

*se van*

Zacharyas salió un rato de los muros del castillo, encaminando sus pasos hasta el prado, donde halló un lugar solitario y vacío en el que dar rienda suelta a sus ideas y cavilar, sin más.

Su vida había cambiado bastante en los últimos meses, y en aquellos momentos el caeruleus veía en su interior una nebulosa que le costaba desentrañar. Así pues, mientras sus pies avanzaban por la hierba, calzados con oscuras botas, su cabeza viajaba a mucha distancia de ellos, pensando en quién sabía qué oscuras y profundas ideas.

*se queda paseando calladito, vamos*

Corbin paseaba en silencio por la oscuridad, guiándose principalmente por el oído en la noche. No estaba propiamente entrenando, pero de alguna forma también le servía como práctica. No todo era la lucha; saber moverse en un ambiente en el que fuera más difícil orientarse era algo tremendamente útil, y aunque Corbin tenía buena vista, no pensaba confiarse tan fácilmente.

Se detuvo, extrañado, y buscó alrededor. Había algo extraño... Sí, allí estaba. Una figura en mitad del prado. Era difícil escrutarla en aquellas condiciones, pero Corbin intentó hacerla. Por su altura, era probablemente un hombre adulto. No había mucho más que pudiera decir de él a aquella distacia. Por otra parte, su ropa se camuflaba con el ambiente oscuro, haciendo más difícil distinguirlo.

Se mantuvo alerta, serio, aunque sin acercarse.

Zacharyas vio aquella figura tan perfectamente en la oscuridad que tardó en darse cuenta de que no era lo mismo para el otro, que pronto le fue identificado, por su piel oscura, como claritas. Sonrió para sí, pensando en un principio en acercarse, pero pronto otra parte de él, más siniestra, lo dominó. Desde allí el claritas se veía tan inofensivo...

-Garves... -siseó Zacharyas, apuntando al hombre.

Aprovecharía aquella ocasión para escabullirse entre los escasos árboles, ocultándose de su mirada antes de que volviese su visión. No quería dañarlo, pero en cierto modo sí quería sentir su miedo.

Corbin no esperaba un signo tan rápido de enemistad, pero, de alguna forma, tampoco le sorprendió. En el momento en que sintió que su vista terminaba de perder sus facultades, invocó un ebrain aitchbrëa a modo de defensa. No recuperó la visión, pero al menos, supuso, afectaría en algo a su enemigo.

Acto seguido, llevó ambas manos a los bolsillos, en busca de sus puños. Parecía, por la fuerza de su hechizo, que el hombre era buen mago, o al menos mejor que él. No retrocedió, pues eso podía ser señal de debilidad. Trató de, escuchando en la oscuridad, encontrar algún sonido que le indicara qué hacía su contrincante, y comenzó a moverse en esa dirección.

Pese a que la noche hacía la magia del caeruleus mejor que la del claritas, su hechizo lo cegó enseguida, haciéndolo llevarse una mano a los ojos, aunque el gesto no alivió el ardor de sus pupilas. Gruñó, pero se deslizó de todos modos a los árboles que había tenido tiempo de ubicar antes del ebrain aitchbrëa. Su paso torpe terminó acertando, y pronto su mano tocó la rugosa superficie.

Zacharyas no había imaginado que aquel hombre respondería de aquella manera, pero aquello lo alegró. Con una sonrisa macabra, llevó una mano al espadín, sin llegar a sacarlo. Esperaría a que sus ojos volviesen a ver y estaría atento a la llegada del otro. Seguía viendo mejor que él, y esperaba que su huida del campo abierto desconcertase al otro lo suficiente.

Apretó el pomo del arma.

Corbin avanzaba sigilosamente en la oscuridad, sin moverse demasiado rápido pero con cierta seguridad en sus pasos. En cuanto sintió volver la poca luz que la oscuridad de brindaba, buscó de nuevo a su oponente. Se había desplazado un poco más allá, hacia una zona arbolada.

El gesto del claritas no cambió. Ya con los puños de acerlo listos, avanzó con algo más de prisa hacia el lugar. Sabía que, normalmente, debía esperar a tener una distacia buena para atacar, pero en aquella situación no tenía sentido intentar contar con el factor sorpresa. Así pues, se decidió a conjurar un clair ëm yäk contra su oponente, como señal de advertencia.

Mientras tanto, avanzaba.

La oscuridad devolvió la visión a Zacharyas, que clavó las pupilas en el claritas que se acercaba. El clair ëm yäk hizo que el mago redspondiese con un âchanam, que también se mantuvo en su diestra, apuntando al otro, esperándolo, amenazándolo. Cuando el del oponente voló hacia él, Zacharyas lanzó el suyo propio, apuntando al otro hechizo. Esperaba que lo detuviese cuando ambos se encontrasen en el aire.

Zacharyas disfrutaba de aquello, aunque no sabía bien qué pensarían los otros guerreros mientras veían aquello. ¿Lo verían como un peligro? Quizás, pensaba él, aquel hombre tuviese ya una imagen maligna de él. A su parte social aquello le parecía terrible, pues era un paso atrás, pero por otro lado...

Zacharyas invocó otro hechizo en la izquierda. Si él atacaba, estaría preparado para responder con ese. No temía a los golpes, y no parecía portar ningún filo.

Corbin entrecerró los ojos, molesto. Su hechizo, interceptado por otro, fue deshecho, y aunque consiguió debilitar el de su oponente, este avanzó hacia él, de forma que tuvo que esquivarlo. Definitivamente, aquella magia era más fuerte que la suya.

La escasa luz le permitió percibir una sombra más oscura; el caeruleus había preparado un nuevo hechizo. El claritas se sabía en desventaja: la magia de su oponente, alimentada por la oscuridad, era superior; la propia oscuridad suponía un problema para él, mientras que el caeruleus estaba más cómodo; además, la distancia hacía imposible otra forma de ataque más allá de la magia.

Sin embargo, su oponente no se había alejado más, por lo que Corbin podía limitar esta última desventaja. Avanzó más, lanzando un nuevo clair ëm yäk. Sabía que era probable que corriera la misma suerte que el anterior, pero al menos le permitiría distinguir mejor por unos segundos.

Al ver el nuevo clair ëm yäk yendo hacia él, Zacharyas se impulsó hacia delante, extendiendo su mano izquierda y golpeando con ella el hechizo que venía, utilizando el âchnam que llevaba en la mano para destruirlo, como había pasado con el otro. Luego, sin detenerse, lo lanzó hacia el vientre de su oponente, invocando otro a la vez en la diestra. La oscuridad lo amparaba a él y a sus hechizos, haciéndolos más difíciles de ver, mientras los del claritas se hacían más notorios.

Zacharyas se lo pasaba bien de aquel modo. Su cuerpo disfrutaba mientras producía sustancias que le hacían sentir placer, interés, alegría... Estaba concentrado en disfrutar aquello.

Esta vez, el caeruleus esperó un tiempo más antes de detener el golpe. Cuando lo hizo, contra su mano, el hechizo de Corbin se deshizo sin demasiados problemas, aunque esto era algo que el claritas ya esperaba.

El hecho de que el caeruleus esperara a tenerlo tan cerca para deshacerlo le ayudó, por otra parte, a distinguir sus rasgos. Corbin se sorprendió al descubrir que le resultaban familiares, aunque no supo ubicarlos.

Tras detener su hechizo, el caeruleus lanzó el suyo. Esto no tenía mucho sentido en la mente de Corbin; un hechizo usado de escudo no era una ofensiva demasiado potente. La cercanía entre ambos le impidió evitarlo, con lo que tuvo oportunidad de experimentar en sus propias carnes hasta qué punto era servible. Descubrió de esta forma que, pese a todo, no era un mal hechizo; el caeruleus era poderoso.

Corbin gruñó.

Pese a que el golpe, en el estómago, resultaba doloroso, el claritas no se permitió detenerse. Alzando desde atrás el puño derecho, se lanzó en la última distancia que lo separaba de su oponente y descargo un puñetazo en sus costillas. En la otra mano conjuró un clair ëm yäk, dispuesto a lanzarlo contra el caeruleus si tenía oportunidad y, al tiempo, a aprovecharse de su luz.

Zacharyas sonrió con satisfacción cuando su hechizo alcanzó al adversario. Sin embargo este no se detuvo. El caeruleus supo así que era poderoso, y no un cualquiera. Mejor, quizás, o peor, pensó luego, porque los poderosos tenían menos miedo, y él ansiaba arrancar el miedo de los ojos de aquel hombre. Quería quebrar su seguridad, sus huesos...

El puñetazo lo dejó sin aliento. El mago no se había fijado en lo que aquel guerrero llevaba en las manos, pero al recibir el golpe supo que se trataba de algo contundente. Apretó los dientes, aún así, no dejando que el dolor lo abordase, lanzando él su propio puñetazo a la mejilla izquierda del claritas, disparando su derecha, y siseando un sutil "âchnam" antes de alcanzar a rozar su piel.

Jadeaba, pero pese a todo podía aguantar aquel dolor. Mientras estuviese consciente Zacharyas no se dejaría llevar por aquel tipo de dolor para frenarse. Hasta que su cuerpo aguantase... Así había sido siempre.

El puñetazo alcanzó su objetivo. Corbin sintió cómo alcanzaba la carne de su oponente con enorme satisfacción. Le hubiera gustado romper algún hueso, pero nada señalaba que así fuera. Tendría que emplearse más para reducirlo.

Su propio clair ëm yäk le permitió ver venir la respuesta. Tal y como le habían enseñado, echó el cuerpo rápidamente hacia atrás, buscando, esquivar aquel puño, al tiempo que adelantaba la izquierda para detenerlo con el suyo propio. Aunque estaba perfectamente acostumbrado a bloquear aquella clase de ataques, no contaba con el hechizo que el caeruleus añadió a su ataque, y que hizo el golpe más potente de lo esperado. Corbin sintió un brusco dolor en la muñeca.

No se detuvo. No lo tenía permitido, y lo sabía. El combate había empezado, y no podía terminar hasta que matara a su oponente o este lo redujera. Descargó un nuevo puñetazo, también en dirección a las costillas. Teniendo al caeruleus tan cerca, le resultaba más sencillo encontrar los puntos que buscaba.

Aunque su acierto había alegrado a Zacharyas, pronto su relajación se vio interrumpida por un segundo puñetazo, que alcanzó el mismo lugar. El dolor fue intenso, sumándose al que ya sentía, arrancándole el aire de los pulmones. Como una raja, una repentina sonrisa le cruzó la cara, y una grave carcajada emergió de su garganta. Aquel dolor no era nada para él comparado con el que Aren Darvenwish le había causado. Carecía de aquel componente psicológico.

Zacharyas invocó dos nuevos hechizos. El primero, desde la izquierda, voló hacia el rostro del claritas. El segundo, conjurado apenas medio segundo después, lo hizo de nuevo hacia el vientre. Tendría que apartarlo de sí si quería rearmarse. Aquellos golpes en las costillas habían hecho auténtico daño a su cuerpo, aunque podía seguir de pie.