Prado.

Corbin estaba perfectamente concienciado de lo que suponía un combate. Podía esquivar golpes, podía aceptarlos, y seguiría en pie y sin retroceder hasta que su cuerpo no pudiera más con ello. Sin embargo, había algo que no esperaba, y eso era una risa. Un combate no era momento ni lugar para reír. Eso solo podía implicar que su adversario estaba jugando con él, lo cual era un tremendo insulto.

Vio venir el golpe a la cara y lo esquivó con esfuerzo, sintiendo cómo le rozaba dolorosamente la mejilla. No pudo hacer nada, en cambio, contra el hechizo que golpeó su estómago, lanzándolo por el aire hacia atrás.

Corbin cayó al suelo sin aliento. El hechizo había golpeado en el mismo punto que el primero que lo había alcanzado, solo que esta vez la distancia con el atacante era mucho menor, y la fuerza del hechizo era notablemente mayor.

Pese a ello, se levantó sin dudarlo, ignorando tanto como podía el dolor y dispuesto a arremeter de nuevo. Lanzó un clair ëm yäk a su oponente mientras buscaba tiempo para acercarse, dispuesto a descargar un nuevo puñetazo contra él.

Todo estaba tranquilo en lo oscuro. Como siempre. Había luz arriba y ceguera abajo, y yo avanzaba por abajo, acostumbrada a la ceguera. El aire, no tardé en descubrir, olía a esfuerzo. Olfateé un poco, pero fue otra cosa la que me hizo detener mis pasos.

Una risa. Cerré los ojos con fuerza y olfateé más. Una risa que sonaba bien y mal. Apreté los dientes en un gesto de desagrado y volví a abrir los ojos. Una luz me llamó la atención a lo lejos.

Tomé a Amatista en las manos y, con paso lento, avancé hacia la luz y la risa.

La sonrisa, mueca horripilante, no dejaba de crecer en el rostro de aquel hombre. Zacharyas, cada vez sintiéndose más envuelto en aquello, no hizo nada por detener aquel nuevo hechizo. Lo recibió, notando un pinchazo en la costilla al doblarse por el golpe. Aprovechó el rápido gesto para agacharse discretamente, amagando que ello era por el abatimiendo, y en un segundo había tomado una roca del suelo.

El mago miró fijamente a su adversario.

-Âchnam- pronunció

Lanzó la piedra al rostro del guerrero, a modo de hechizo, pero sin lanzar ninguno. En lugar de ello, lo preparo en la zurda, para lanzarlo cuando el claritas corrigiese su trayectoria para esquivar.

Zacharyas no veía más que dolor. Quería que suplicase y le pidiese que aquel dolor cesase. A él, sin embargo, no le preocupaba el entumecimiento de sus costillas.

Corbin pudo ver cómo el hechizo impactaba a su oponente, aunque no percibió ningún intento de este por esquivarlo. ¿Qué pretendía el caeruleus?

Vio venir un nuevo hechizo, esta vez muy claramente, y se desvió para esquivarlo, al tiempo que invocaba uno propio. Sin embargo, de pronto se encontró con un nuevo dirigiéndose hacia él. Pese a que no sabía de dónde había salido ni tenía pensando utilizar su clair ëm yäk para ello, Corbin se vio obligado a dirigir el hechizo contra aquella inesperada ofensiva.

El hechizo impacto cerca de él, causándole algunos daños en el cuello. Sin pararse a tomar aliento ni descansar del daño, se lanzó de nuevo contra el caeruleus, buscando, esta vez, su rostro.

Se oían ruidos y movimiento, y aunque no se veían más que sombras, las sombras que había se peleaban. Cuanto más percibía, más apuraba el paso, comida por la curiosidad. Ya no había risas, pero sí había luz. Al final, inquieta, acabé por echar a correr.

Me detuve a una cierta distancia, observando. No se veía mucho, o más bien nada. Olfateé. Había algo que... Fruncí el ceño y me acuclillé en las hierbas, acechando.

El sudor recorría la frente de Zacharyas, que imbuido ya en todo aquello ni se paraba para limpiarse. Su estrategia había dado resultado, y aquello le parecía tremendamente divertido, aunque el hombre terminó por atacar de todas formas, atacando a su rostro.
Teniendo en cuenta el hierro que revestía sus nudillos, el caeruleus creyó que la mejor idea sería doblarse por la cintura, evitando el golpe al agacharse, y adelantar el hombro, preparado para placarlo cuando él terminase su movimiento. No buscaba golpearlo, sino aprovechar el movimiento del claritas para servir de punto de inflexión y, agarrándolo por la cintura, quizás conseguir desestabilizarlo, usando para ello el propio impulso de su adversario. Al menos, pensaba, mientras lo tuviese cerca podría lanzar un nuevo hechizo contra su vientre, a bocajarro.
El claritas, sin embargo, era más fuerte de lo esperado, impidiéndole por completo el contenerlo de ningún modo.

No era muy rápido, aunque Zacharyas tampoco se sentía mucho mejor en ese aspecto. De hecho, llegaba a sentirse más pesado que el otro. Además, cada nuevo movimiento le recordaba el dolor de sus costillas con un pinchazo.

El caeruleus esquivó el hechizo agachándose, y después se lanzó contra Corbin, dispuesto a llevárselo por delante. Corbin trató de clavar los pies en el suelo para impedir que lo moviese, y el caeruleus se quedó allí quieto.

Aprovechando aquel breve respiro, Corbin lo tomó por los pelos con la izquierda y tiró de él hacia atrás para separarlo de sí, al tiempo que con la derecha preparaba un golpe lateral, directo a las costillas que tanto tiempo llevaba atacando.

Probablemente, con un par de golpes más acabaría por atravesarle algún órgano, quizá uno vital, y entonces todo habría acabado.

Camuflada entre las hierbas, parecía invisible para las sombras, que se entremezclaban en la nada. Las observé un momento más, pero no podía aguantar quieta mucho tiempo.

Al final, me alcé con un grito y, dando un sonoro pisotón al suelo, invoqué un pervatia bajo ellas. Apenas un instante después, un terra der siguió al primer hechizo, con potencia pero poca precisión.

Me preparé para echar a correr hacia allí. ¿Sería yo también una sombra?

De nuevo aquel mismo golpe.
Zacharyas gruñó de dolor, pero aún así sonreía. Aquel hombre le resultaba extrañamente eficaz. No todos estaban tan convencidos de sus ataques. Le gustaba, pero no pensaba dejar que lo derrotase de aquel modo. Había soportado dolores mayores. Los recordaba. Y también hemorragias más grandes.

Lanzó su mano al vientre del hombre. Si le era posible, apoyaría la palma abierta sobre su diafragma y convocaría un nuevo âchnem. Necesitaba apartarse de él para rearmarse.

Aquel sonido lo distrajo un instante. ¿Un nuevo enemigo?
Zacharyas, de todos modos, no miraría a su alrededor hasta que se asegurase de que entre el claritas y él había una distancia suficientemente segura. Pero no pudo evitarlo cuando el suelo se alzó bajo sus pies, haciéndolo estar a punto de perder el equilibrio.

-¿Stalon? -inquirió, buscando la figura con los ojos.

Un grito resonó en la oscuridad, y Corbin maldijo el no haber sido más cuidadoso; tenía que haber supuesto que el caeruleus pudiera no estar solo. A aquellas alturas, sin embargo, no pudo hacer mucho para reaccionar.

Antes de que pudiera darse cuenta, el suelo se alzaba bajo sus pies, obligándole a soltar al caeruleus para mantenerse en equilibrio. Un equilibrio que no duró mucho, pues un fortuito terra der alcanzó apenas un momento después su sien, haciéndolo caer de aquella altura con tan mala suerte que perdió el sentido al instante.

*Ahí se queda XD*

Corría ya hacia las sombras, pero no tardé en detenerme, desconcertada. En primer lugar, porque una de las sombras se cayó y se quedó quieta. En segundo lugar, porque una voz más que conocida me hizo quedarme inmóvil.

Miré a derecha, izquierda y arriba, sin mover un músculo. Mi expresión era la propia de un niño al que han pillado en mitad de una travesura.

-¿Sí? -pregunté finalmente, como si la cosa no fuera conmigo.

Al ver caer al claritas, Zacharyas frunció el ceño. Le hubiese gustado haber sido él el que lo derribase. Sin embargo ver allí a la parvus le daba a todo un nuevo punto de vista.

Zacharyas descendió de aquel muro con cuidado, notando aquel incisivo dolor en el costado. Le resultaba cada vez más obvio que algo había sufrido más daño de lo esperado, aunque no creía que hubiese llegado a romperse, pues seguía pudiendo respirar con cierta entereza.

Zacharyas caminó primero hacia el claritas y le tomó el pulso, comprobando que vivía. Por suerte. Quería volver a enfrentarse a él. Le había resultado un encuentro de lo más interesante, y esperaba que también él pensase aquello cuando despertase.

-¿Qué hacías aquí? -inquirió de pronto, volviéndose hacia ella, curioso.

Tragué saliva, aún quieta. Poco a poco, muy despacito, casi como si no tuviera claro si me estaba permitido, comencé a moverme, caminando hacia la sombra-chiquillo. Llegué a su altura, junto a la sombra caída, y la miré un momento, curiosa.

No tardé en desviar la vista, poco interesada. La fijé entonces en el chiquillo. Adelanté el labio inferior, abriendo mucho los ojos y encogiéndome de hombros.

-No sé -respondí.

Con cautela, extendí una mano para agarrar la tela de su ropa. La apreté con fuerza, cerrando bien el puño. Volví a mirar a la sombra del suelo.

Zacharyas no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver aquella expresión en la pequeña parvus. Parecía una tierna niña. Seguro que, pensaba, su carne sería más blanda y fácil de penetrar que la de otro de piel más gruesa y dura. ¿Podría clavar una espada en sus huesos, dejándola allí enterrada por siempre?

-Lo has dejado inconsciente -informó, caminando hacia ella con pesadez, deteniéndose un instante para toser.

El claritas lo había machacado. Poco a poco el cuerpo del mago se enfriaba y dejaba más patente aquel dolor. Debería, sin duda, ponerse alguna pomada o algo frío para evitar que fuese a más.

Al alcanzar a la muchacha, Zacharyas apoyó una mano sobre su cabeza y se acuclilló, sonriendo algo pálido. Hacía ya tiempo que no la veía.

Sintiéndose satisfecho, seguramente por aquel enfrentamiento, Zacharyas tuvo una extraña sensación que tiró de él, haciéndolo buscar un instante los labios de la parvus. Tras el leve roce de un beso superficial, el caeruleus carraspeó con nerviosismo, apartándose y recobrando su posición erguida, llevándose una mano al costado herido.

-Habría que... llevarlo a la enfermería -dijo algo incómodo.

Carraspeó.

Parpadeé un poco, bajando la vista otra vez. Me rasqué distraídamente la oreja y me encogí de hombros. ¿Yo?

Torcí un poco los labios y me volví al chiquillo. Los relajé de golpe al notar que se inclinaba sobre mí, sintiendo un escalofrío al recibir el beso, al que apenas tuve tiempo de corresponder. Acabé por sonreír.

Se me borró la sonrisa cuando volvió a hablar. Soltándolo, me acuclillé ante la sombra caída y, con un dedo, le di un par de toquecitos en la cabeza.

-No se mueve -murmuré.

Lo agarré por el cuello de la ropa y me incorporé, tirando un poco de él hacia arriba. Miré al chiquillo y alcé una mano hacia él, reclamando la suya.

-¿Y tú?

Le sonreí.

Zacharyas ayudó a la parvus, todavía algo incómodo consigo mismo, pasando el brazo del claritas alrededor de sus hombros e irguiéndose de nuevo por completo. La chica podía de sobra con él, pero su corta estatura podía ser un engorro para llevarlo. El mago pensaba que sería más cómodo si colaboraban entre los dos.

-Quizás yo también -. Carraspeó, notando un nuevo pinchazo -deba pasar allí la noche...

Si se curaba aquellos golpes evitaría que fueran a más. Tenía mucha experiencia en empeorar sus heridas por no tratarlas como era debido.

Entre los dos no les fue difícil llevar al guerrero al interior de palacio.

*se van*

Una noche más, estoy desvelada. Suspiro, llevándome una mano a la cabeza. ¿Pero qué me pasa últimamente? No hay forma de dormir por la noche, por mucho que madrugue. Porque hoy, en concreto, me he despertado bastante temprano... Al parecer, no gasto la energía suficiente como para que me entre el sueño.

Es cierto que, viviendo en las cuadras, es habitual levantarse muy temprano y acostarse muy tarde. Por ello, estoy acostumbrada a dormir pocas horas y moverme mucho durante el día. Cosa que, últimamente, no estoy haciendo. Quizá necesite más ejercicio...

Con esa idea llego, ya de noche cerrada, a una zona algo alejada del edificio, sin árboles ni ningún elemento que pueda considerarse un obstáculo. He venido a este lugar para participar en una guerra y, al fin y al cabo, no podré hacer gran cosa si no estoy preparada.

Comienzo, pues, un calentamiento. En el ejército, incluso si no eras parte de la milicia, existían entrenamientos estrictos que había que seguir. En esos movimientos y ejercicios, aprendidos entonces, me baso ahora para concentrarme. Me dedico a poner en marcha los músculos, acomodando el cuerpo para sentirme más ágil moviéndome. Tras esto, realizo estiramientos con bastante cuidado, preparándome para pelear.

Saco entonces mi arma, que hasta el momento iba atada a mi espalda. Tomando la doble espada con ambas manos, realizo algunos movimientos básicos, como queriendo comprobar si mi cuerpo recuerda. No tardo en descubrir que sí. Empiezo, pues, a realizar distintos movimientos, técnicas de fácil práctica en solitario.

*Se queda*

Corría un poco sin rumbo, buscando tras arbustos y árboles, aunque allí no había muchos. Llevaba un flagrare en la mano, iluminando el camino con él como bien podía mientras buscaba, aunque no iluminaba lo suficiente, y comenzaba a cansarme de correr.

-¡¡TELMA!!

Jadeante, me detuve a recobrar el aliento, pero aún desde esa postura grité algunas veces más el nombre de la pequeña bismonte perdida. ¡¿A dónde había ido?! ¡¿Y si le había sucedido algo?! Tenía un mal presentimiento, y no podía evitarlo. La veía comida por alguna bestia o algo así... Quizás usada como diana para unas pruebas de tiro.

Los ojos se me llenaron de lágrimas...

-Telma... -dije para mí, entre jadeos.

*se queda recobrando el aliento*

En un giro, percibí a lo lejos una débil luz que me llamó la atención. Me puse en guardia, olvidando por un momento mi entrenamiento. Sin embargo, la voz que siguió a la aparición me aclaró al instante quién era el intruso. Y su voz, desesperada, me daba mala espina.

Guardé el arma a mi espalda e invoqué yo también un flagrare, para luego acercarme a él con paso rápido. Por una vez, no me entretuve en preparar una expresión agradable, sino que me mantuve seria.

-Rick -llamé, cuando estuve un poco más cerca y tuve claro que podía oírme-. ¿Qué ha pasado?

Una voz me hizo ponerme alerta. Lo que me faltaba: enemigos. Aunque quizás fuese esa hembra la que había capturado a mi Telma. Enseguida armé mi defensa, preparando los puños, pero el hecho de que supiera mi nombre me descoincertó un poco. A ver... Era cierto que yo había hecho muchas cosas importantes, y era normal que los malhechores me conocieran, pero... ¿Solo por la voz?

-¡Lea! -caí de pronto, al echarle un segundo vistazo, esta vez esforzándome más por reconocerla-. Pues... -. Apreté los puños, preocupado. No quería que creyese que era un tonto al preocuparme por un animal, o algo así. Muchos guerreros veían eso como algo afeminado-. No puedo encontrar a Telma. El otro día me desperté y no estaba. Creí que estaría dando una vuelta, pero todavía no ha regresado y...

Apreté la mandíbula y callé. No iba a llorar.

El pobre alelado tarda un momento más de lo normal en reconocerme. Parece algo a lo que debo acostumbrarme, por lo visto. Pasándolo por alto, me centro en su explicación, que tampoco parece aportar gran cosa a lo que yo ya suponía.

Tuerzo el gesto con preocupación. Así que Telmita se ha cansado de este pelele. Porque, con lo inteligente que es, dudo mucho que se haya perdido. Aunque una parte de mí no puede evitar estar preocupada...

-¿No tienes idea de dónde puede haber ido? -pregunto.

No puedo evitarlo. Por supuesto, si la pequeña quiere abandonar a Rick, yo no tengo la menor intención de impedírselo. Sin embargo, queda patente por su actitud que lo aprecia, y tengo miedo de que le haya podido pasar algo. Sin siquiera darme cuenta, me he propuesto encontrarla.

Me encogí de hombros, preocupado.

-¡Cuando desperté ya no estaba! Creí que... ¡No estaba! ¡Y no ha vuelto hoy tampoco! ¡Siempre se queda comiendo hasta que me despierto, o durmiendo o...!

Me llevé las manos a la cabeza. Inger no aparecía... Ahora Telma no aparecía. La misión de Sara Elander me había hecho ver la cara cruel del amor...

-¿Por qué todo lo que amo desaparece...? -pregunté, triste, más al aire que a ella.

El flagrare se apagó y tuve que frotarme los ojos con el antebrazo para evitar llorar. ¡Últimamente me iba todo tan mal que costaba creer que no fuese cosa de algún envidioso que me hubiese echado alguna maldición, o algo semejante!

Nada. Ni el más mínimo rastro de información. ¿Es que este hombre no sabe hacer nada a derechas? O eso, o no ha prestado la suficiente atención a Telma como para entenderla. Aunque, por una vez, debo reconocer que esto último no me parece probable.

Lo cierto es que me dan ganas de gritarle, de abofetearlo, a ver si así consigo que espabile. Pese a ello, soy consciente de que conseguiré una mayor cooperación si no lo hago. Suspiro. Todo sea por Telma.

Me acerco un poco a él y pongo una mano en su hombro, sin apagar la luz.

-Vamos, Rick -hablo, con voz suave y dulce, tratando de sonar comprensiva y apoyarlo-. No seas demasiado duro contigo mismo. Sabes que no es culpa tuya.

Miro alrededor. ¿Dónde se habrá metido la pequeña? Le gusta meterse con él, eso ya lo ha demostrado, pero esto no parece una broma...

-Dime, ¿dónde crees que puede estar? Seguro que hay sitios a los que le gusta ir. ¿Se te ocurre alguno?

Sorbí, volviendo a secarme las lágrimas. Si Inger estuviera allí podría ver perfectamente en la oscuridad y encontrarla en un segundo. Además, Inger y Telma siempre se habían llevado muy bien. Casi parecían hermanas.

-Le gusta el agua -dije, recuperando un poco la compostura-. Pero no la de las termas... Es... -. Sorbí-. Demasiado caliente...

¿Qué me pasaba? Parecía un niño... ¡Hacía años que Rick Dehnel no estaba tan sensible! ¡¡AÑOS!! Pero no lograba dar con el motivo...

Contengo un suspiro exasperado. ¿Tiene que ponerse a llorar? ¿De verdad es necesario? Porque, por si no es evidente, con eso no va a encontrar a la pequeña...

Trago saliva sutilmente. Qué remedio...

Apago el flagrare y me acerco, abrazándolo con firmeza, tratando de infundirle ánimos. No tardo más de lo necesario en separarme, y le doy un pequeño apretón amistoso en el brazo. Por favor, haré lo que quieras, pero llorar, no.

Vuelvo a invocar el hechizo y lo miro.

-No debes derrumarte, Rick -afirmo, convencida-. Telma te necesita. Hay que encontrarla.

Hago amago de empezar a andar.

-Ven. Buscaremos en el río, o en el lago. No tenemos mucha luz, pero sí la suficiente.