Prado.

Su abrazo me pilló por sorpresa. El suave cuerpo de una mujer pegado al mío... ¿Hacía cuánto no sentía aquello? Lea era una buena mujer... Seth estaría encantado de conocerla, sin duda.

-Gracias -murmuré cuando se apartó de mí, recuperando un poco la compostura. También asentí a su propuesta-. La encontraremos...

No sonaba muy convencido, pero al menos ya no lloraba.
Inspiré profundamente para tomar aire. Luego lo expulsé, tratando de relajarme al echarlo.

-¡La encontraremos!

Rick Dehnel no se venía abajo por nada. ¡¿Qué cantarían sino los bardos?!

Ella había comenzado a caminar. La seguí, decidido.

*se van*

El invierno estaba cerca, y cuanto más pasaban los días, más desesperada se volvía la situación. Cora lo sabía, pero, o tal vez precisamente por ello, permanecía tercamente en los alrededores de Brontë, esperando alguna señal de la capitana.

Hacía ya tiempo que se había quedado sola. Gran parte del grupo se había disuelto, y los pocos que quedaban, dirigidos por Kane, habían dejado de esperar señales de Bocanegra. Aunque al principio habían pensado que podría ser una poderosa aliada, dada su desaparición habían decidido buscar otra solución en algún otro sitio, preferiblemente lejos de la figura de Brontë y sus líderes.

Ella, sin embargo, permanecía. Había discutido mucho con Kane al respecto, pero este había acabado por dejarla hacer. Según él, ya se cansaría y volvería a buscarlos. Y, si encontraba a Bocanegra, eso que salían ganando. Sin embargo, pese a su convicción, la niña se veía incapaz de entrar en el palacio, así que se limitaba a rondar los alrededores, esperando. Y Bocanegra no aparecía.

Un día más, decidió comenzar su ronda, blasfemando y farfullando sin parar.

*Se queda*

Hace ya tiempo que sabe que está ahí, que ronda la casa como un carroñero que espera su turno para comer. La ha estado vigilando, aunque no con demasiada atención, pues no parece peligrosa. Aún así, tiene en cuenta que de nada puede una fiarse, y por tanto no la deja sin vigilancia.

Su idea no era intervenir, aunque tampoco creía encontrarse ante alguien tan perseverante. Ante una temporada de poca actividad y la creciente curiosidad que le inspira, ha acabado por cambiar de opinión. Dispues a destapar el misterio, aparece cerca de ella, a unos pasos por detras, con los brazos cruzados y una postura relajada. La observa un momento en silencio antes de decir nada.

-¿Buscas algo, cielo? -pregunta por fin.

Su instinto le había ordenado correr, pero a ella no le gustaba cumplir órdenes, así que se limitó a ponerse rígida y girarse lentamente. Sabía mucho de encuentros con seres peligrosos, y la primera norma que se le había inculcado era que no debía parecer asustada. Y una cosa era cumplir órdenes, y otra seguir las normas. Sobre todo, si de ello dependía su vida.

Se mantuvo, pues, seria, tan tranquila como podía, tratando de mantener la vista fija en los ojos de la recién llegada. Era de las suyas, eso era evidente, pero el poder que rezumaba no era algo que Cora hubiera visto antes en ningún sitio. Aún así, a pesar de aquellos ojos helados que la traspasaban, no se permitió mostrar debilidad.

-Joder -fue lo primero que dijo, con más voz de enfado que de susto-. Ahora resulta que a los ricachones no se los enseña a saludar como las personas, ¿o qué? Que no tengo ojos en la espalda. A lo mejor tú sí, aunque daría bastante grima, bien te llegara con los dos hielos esos de delante, ¿verdad, pelopaja?

Aspiró fuertemente con la nariz, produciendo un desagradable ruido al hacerlo, y escupió con fuerza en el suelo. Después, con un gesto algo altivo, se echó el pelo hacia atrás y se cruzó también de brazos.

-Yo, buscar, no busco nada que a ti te incumba -soltó, resuelta-. Y tú, si buscas algo, no me incumbe a mí tampoco. Así que bien puedes largarte por donde has venido, que no tengo tiempo yo de aguantar chorradas ajenas. Hala, preciosa, y que la pases muy bien.

Hizo un gesto, como indicándole que se retirara, pero lo detuvo a medio camino. Entrecerró entonces los ojos, mirándola con desconfianza. Bien pensado, llevaba mucho tiempo buscando como para dejar pasar la oportunidad de obtener algo de información. Se frotó la nariz con el dorso de la manga y aspiró de nuevo con fuerza.

-Aunque, si sabes algo de Bocanegra, a lo mejor tenemos algo con qué negociar...

Arquea una ceja ante la respuesta de la niña. Lo cierto es que semejante actitud la pilla por sorpresa, pero no por ello resulta menos interesante. Contiene una sonrisa divertida. Así que un polluelo que cree que ya tiene plumas. Una pequeña joya todavía sin pulir. No, no era menos interesante.

Desde luego, si se siente ofendida o incómoda con alguno de sus comentarios, lo disimula a la perfección. Se limita a observar la lograda actuación de la pequeña, sin un gesto, sin un simple movimiento. En ningún momento sonríe, pero sí tiene una sonrisa en los ojos. Espera como una estatua hasta la última línea, y entonces dibuja una pequeña sonrisa en los labios, mirando a la niña con cierto aire de dulzura... y desaparece.

Vuelve a aparecer al momento, pero esta vez mucho más cerca de ella, lo suficientemente cerca como para poder tocarla con tan solo extender el brazo. No deja de sonreír, al contrario, su sonrisa se ha ampliado. Ahora sí está interesada.

Bocanegra. Hace tiempo que está trabajando en ese asunto, pero no esperaba a ninguna niña. Suelta una suave risa.

-Oh, claro que sé de Bocanegra, corazón -afirma, cariñosa-. Tal vez entre las tres podamos... llegar a un acuerdo, ¿eh?

Y, mientras habla, sin dar tiempo a reaccionar a la niña, alza una mano hacia ella en una rápida caricia. Y, cuando el reverso de sus dedos entra en contacto con la mejilla de la pequeña chrysos, ambas se desvanecen en el aire.

*Se van*

Un frío de mierda, un día de mierda, unas nubes de mierda... Para esto madrugo, Mithos... Vaya asquerosidad. Lo único bueno del invierno es que las noches son más largas, porque, por lo demás, odio enfundarme en ropa gruesa. Me siento como si pesase el doble y fuese una de esas gordas con la autoestima baja que terminan viviendo rodeadas de mecñas en casas apestosas esperando a que se acerque algún hombre a llevarles la compra y tratar de abordarlo sin éxito.
Qué asco...

Recorro el prado con las manos en los bolsillos. Algo hay que hacer, aunque sea estirar las piernas un poco. Y me entretengo observando las volutas de vaho que se forman cuando echo el aire fuera.

¿Debería... escribir a casa?

*pasea*

Vaya, algo de compañía. Hacía mucho que no me encontraba a alguien conocido. Espero que esto no sea el presagio de una muerte por aburrimiento, o algo así. Me vendrá bien charlar un poco y rajar de alguien. Eso siempre sienta de maravilla.

-¡Katty! -exclamo, dibujando la sonrisa burlona más grande que me cabe en la cara. Va a ir a llamar Bibi a su madre-. ¡¿Qué tal?! No te veía desde la "misión" aquella. ¿Te perdiste en el bosque?

Por suerte es él, y no el otro rarito. Ese sí que me daría repelús encontrármelo. Con su máscara y sus aires de que le faltó oxígeno en el embarazo.

-Jajaja- me río por lo que dice y me llevo las manos a la nuca.- No, bueno, he estado buscando hierbas, pero poca cosa he encontrado.- Hablo contento- No me hables de esa misión. El viejo ese aún por encima nos tuvo allí horas intentando aprender un hechizo. A mi me costó bastante pillarle el truco... aunque bueno, creo que lo he hecho bien. Mira: ¡Benri!- Digo justo antes de desaparecer y aparecerme un poco más a su izquierda. -Jajaja tendré que practicar algo más mis capacidades mágicas si quiero desplazarme más. Pero bueno. Aren seguro que se pone muy contento al ver que he aprendido ese hechizo.- Digo echándole la lengua.

Tristán sale de mi chaqueta y bosteza.

Me sorprendo al ver lo lejos que llega. Yo apenas puedo desplazarme... ¿La mitad? No sabría decirlo con exactitud. En distancias pequeñas suele ser más difícil evaluar ese tipo de cosas, pero... No me puedo creer que este enano sea un mago poderoso. Le pega más ser la doncella a la que salvan.

Asiento, arrogante, al instante siguiente, cruzándome de brazos.

-Yo también he estado practicando, por supuesto. Ya me sale casi sin darme cuenta. En el fondo fue una suerte haber ido allí.

No le encuentro más utilidad que esquivar un ataque por los pelos, pero cualquiera lo fliparía en una situación como esa. La verdad es que puede acabar siendo vital para mí. Debería entrenar un poco más...

-Sí.- Digo contento, balanceándome hacia delante y hacia atrás con las manos en la espalda.- Bueno, dime Bibi~- canturreo.- Hablemos de cosas serias.- Comento echandole una mano por encima del hombro y poniendo cara de pillo mientras le pincho una mejilla con el índice.- ¿Quién te gusta de palacio? ejejeje- Pregunto curiosón. - Yo conozco a casi todos los chicos. - Me explico.- Puedo presentarte a quien tú quieras.- Hablo lleno de seguridad y chulería.


FDR: Sí, es Silvanus y puede hacer estas cosas.

Su cambio de tema me resulta de lo más innecesario. Lo miro de reojo, frustrada, dudando entre si soltarle alguna burrada o contenerme. Maldito sea el estúpido. ¿Ha venido a Brontë a ligar o que demonios le ha dado? Maldito sea...

-¿Gustar? -inquiero, con tono algo arisco-. ¿Por qué coño tendría que gustarme ninguno de los chicos de palacio? -gruño. Saco pecho de pronto, con gesto altivo-. Yo estoy muy lejos de temas como ese, pequeño Katty. Soy superior a ese tipo de cosas.

Evito mirarlo. Por favor... ¿En serio doy ese tipo de imagen? Si ese tipo de chicas débiles que solo saben perseguir braguetas abiertas es lo que más odio en este mundo...

-Pueees...- Me llevo un dedo a la boca. ¿Qué clase de absurdo es ese?- Pues... ¡Porque son todos muy guapos!- Digo dando una vuelta sobre mi mismo y apoyando sólo una pierna.

FDR: *Introduzca canción tipo Disney en la que Silvio cante sobre los chicos guapos*

-Bueno entonces.- Digo chasqueando la lengua. - Me los quedaré yo todos.- Aclaro. Suspiro entonces y hago mi confesión.- Gerald es taaaan sexy...- suspiro.- Por supuesto no tiene nada que hacer contra el líder de Caligo, pero... es taaan guapo~ Al principio me daba un poco de miedo... pero ahora... Es mono.- Río enganchándola del brazo y comenzando a caminar juntos.

No puedo evitar ponerme algo tensa. Lo miro de reojo, todavía así, rígida. No puedo evitar que varias preguntas estúpidas se me crucen por la mente.
¿De verdad es un desviado? Bien pensado, le pega bastante... Es más dulce que una cucharada de miel. Pero de ahí a que le gusten todos los hombres del palacio... A ver, no me he relacionado con demasiados, pero ya empezando por el Buscador...

-¿Gerald? -me encuentro inquiriendo de pronto, alterada. ¿Por qué ese imbécil de todos los hombres que hay en Brontë? ¿O solo hay tres?-. Ese no es más que un pervertido que va detrás de las tetas y de las viejas... -mascullo, bajando la vista-. Deberías buscarte uno mejor.

Maldita sea. Solo de imaginarme a Gerald y a este tipo... No sé... Resulta como grimoso. Aunque no dudo en cuál de los dos daría al otro. Pero, de todos modos, el asqueroso chyrsos no tiene pinta de interesarse por anos peludos.
Clavo la vista en el suelo, frunciendo el ceño.

Me rasco una axila, asqueada solo de pensar en cosas como esa. De hecho, es como dice. Los tíos solo piensan en follar y en tetas, igual que las putillas esas que los persiguen.

-Bueno, ya encontrarás a alguien blablabla y esas cosas. Eres joven, ¿no? Tú tranquilo -. Me meto una mano en el oído, pensativa-. ¿Nunca has probado con mujeres? Ya sabes... ¿Siempre has sido así?

Cuando comenta lo del entrenamiento saco pecho, segura. La verdad es que algo así me vendría bien. Machacar a uno o dos antes de machacar al presuntuoso de Gerald. No estaría nada nada mal. Así aumento mi lista de patanes derrotados.

-Claro que acepto -digo, respondiendo a su beso con un capirotazo en la frente. Por favor, qué pegajoso-. ¡Y por supuesto que estoy por encima! Esa clase de relaciones no sirven para nada. ¿Quién necesita... sexo y babas?

Qué asqueroso... Por Mithos... De pensarlo... Buaj...

Callo ante las palabras de Frikka. Yo pertenezco a Aren. No a "alguien cualquiera". Es algo complejo. Por ahora con él estoy bien, así que no es algo que me preocupe demasiado.

En cuanto a su pregunta... Mi sonrisa se tuerce un poco. -Bueno... una vez hubo una chica... Hewina, se llamaba. Pero desde que... me fui del palacio, no la he vuelto a ver. Le he perdido la pista. Era una chica muy maja. Aunque creo que lo nuestro nunca podría funcionar. No... me siento cómodo metiendola en sitios... es... ¿como explicarlo? mucha responsabilidad. ¿Y si lo haces mal? ¿Y si se queda con ganas? Nonono... me estreso y... aparte de que no me atrae mucho... supongo que era necesario probar para saber que no te gusta.- Río. - Me pregunto dónde estará. Quizás se haya ido o... yo que sé. Era una gran chica. Si señor. - Recuerdo con nostalgia.

-¡Ay!- Digo frotándome la cabeza sonriente.- Ya verás lo bien que lo hace el discípulo de Aren Darvenwish.- Digo sacándome el título de debajo de la manga con el fin de quedar chulito.

-¡Claro que sirven! ¡Seguro que se te quitaría ese mal humor! ¿Tú me ves a mi? Jajaja.- Río alegre.- Y eso que hace tiempo que no...- Explico.

Así que el tipo este ha tenido mujeres y hombres a sus pies. El mundo está loco... Aunque no me extraña que alguien tan pegajoso como él acabe teniendo sus líos. La gente de ese estilo se atrae entre sí. Sus genitales son como malditos imanes. Qué asquerosidad.

El discípulo de Aren Darvenwish... Me resulta difícil de creer que un chico como él tenga un trato tan directo con el líder. No es como si fuese un amable hombrecillo al que le gusta hablar con las masas, y menos aún el meter su picha en hombres. No le pega demasiado.
O... Pensándolo bien...

Empieza a hacer frío, de modo que decidimos regresar a palacio mientras charlamos.

-Demasiada información -murmuro, llevándome las manos a los oídos, haciendo como si me los tapase-. ¡¿Pero eso no duele que te cagas? Ya sabes... Es un agujero de salida. No creo que...

Uf...
¿Qué clase de enfermo quiere algo como eso?

*se van*

Un encuentro con Rick Dehnel. Casi había olvidado los riesgos de Brontë. Por supuesto, sigo yendo con capa a todas partes, y Dehnel no tiene muchas luces. Con un poco de suerte, ni siquiera se daría cuenta del cambio, pero no puedo permitirme confiar en la suerte. Ahora, evitarlo ya no es una cuestión de gustos; es una cuestión de supervivencia. Porque, si me ve en este estado, tendré problemas para evitar que algo como esto llegue a oídos de mi familia. No sé con qué frecuencia se comunica Dehnel con la suya, pero tampoco quiero averiguarlo.

En cualquier caso, en cuanto lo he visto he decidido alejarme todo lo posible de la zona del lago. No tengo tiempo para perderlo con él, y muchos menos para poner mi situación en un aprieto. Conociendo a mi madre, es capaz de presentarse en Brontë si se entera de lo que ha pasado. Cuanto más pueda tardar en tener que dar explicaciones, mejor.

Con tantas vueltas que le estaba dando al tema, casi se me había olvidado el ejercicio que estaba haciendo. Estaba claro que, mientras me mantuviera distraído, siempre me cansaría menos. Antes de darme cuenta había llegado al prado. Me gustaba aquel lugar porque me parecía un buen sitio para poner en práctica hechizos, pero en este momento no estaba de humor para ello.

Por segunda vez, me encontré con que no estaba solo, aunque en este caso la compañía era más grata. Las hierbas altas apenas me permitieron distinguirlo al principio, pero al cabo de un momento localicé a un relajado Gerald. Me pregunté si estaría dormido, pero al acercarme pude comprobar que no era así.

-Ya veo a qué se dedica un soldado experimentado del ejército -gruñí con sorna cuando ya estaba cerca.

No tardó en responder con su habitual tono despreocupado. Asentí una vez, con gesto que pretendía ser serio pero tenía algo de mofa, como dando por aceptada su explicación. Desde luego, tampoco yo era demasiado trabajador, así que no pensaba discutir sus necesidades de meditación más de lo necesario.

Resoplé, a modo de risa, cuando hizo su propuesta.

-Ya veo que no tienes intención de darme tregua, ¿eh? -respondí.

Bien pensado, pese a que aún tenía cierta inseguridad, estaba más dispuesto a hacer algo como aquello ahora de lo que había estado nunca. Era irónico pensar que me sentía más seguro saltando desde lo alto sin alas que con ellas. Por inútiles que fueran mis alas.

-Supongo que alguna vez tendré que concederte el honor.

No me hacía mucha gracia, efectivamente, la idea de sentarme en el suelo, aunque eso a él no iba a decírselo. No se trataba tanto de nobleza como de costumbre. Las alas siempre habían sido incómodas para sentarse a ras de suelo, pues ni siquiera podía recolocarlas a mi gusto sin sentir aquellos horribles pinchazos de dolor. Aunque, después de todo, aquello ya había pasado.

Pese a todo, le dediqué una mirada entre burlona y desafiante y, siguiéndole la corriente, me senté con total naturalidad encima de su abrigo sin pensármelo demasiado. Si quería ser un hombre servicial, yo no era quien para romper sus sueños.

-Si te digo la verdad, estoy bastante decepcionado -comenté, con fingido dramatismo-. Yo que creí que caerían todas a mis pies, pero siguen tan desaparecidas como siempre. Casi había llegado a creer, por tu ausencia, que tú también me habías rechazado.

Enarqué una ceja ante sus repentinas quejas, sin entender muy bien de qué me hablaba.

-¿En la enfermería acompañado de parvus? ¿Hay algo que tengas que confesarme? Algo me dice que han pasado cosas interesantes desde la última vez que hablamos... -comenté, esperando su historia.