Prado.

Aún sonrío, y me encojo de hombros. La verdad es que no lo he visto con mucha frecuencia, pero aunque Ío sea una cabezahueca, parecía implicada con el asunto del mecña. Confío en que está bien; recuerdo cuánto empeño le puso en el camino de vuelta. Y, por lo que sé, es bastante constante.

-Lo tiene otra compañera -explico-. Se llama Ío. Fue la que me acompañó a esa misión. O más bien yo la acompañé a ella, en realidad -. Niego-. Supongo que eso es lo de menos.

Vilo, tras engullir su inesperada golosina, busca más. Se dedica a chupetearle las manos al chico, moviendo sin parar el rabo, como pidiendo. Será caradura... Pero no puedo darle más, o luego no cenará.

Ío... No creo haberla visto, así que niego, todavía risueño. Me alegra que el animalito esté bien, al menos. Supongo que tendré ocasión de conocerlo si algún día la encuentro, y nunca está de más conocer a otros guerreros. Todavía me siento como un poco perdido en este sitio tan grande.

Río de nuevo, silencioso, echando solo aire, al sentir las cosquillas provocadas por la lengua del vulpus. Aunque es algo asqueroso... Pero bueno... Ya luego me lavo las manos. De todas formas he sudado un poco de correr, así que tampoco podría decir que esté limpio, ni nada parecido. Es algo soportable, a fin de cuentas.

"Ha sido un placer.", indico, tras una breve duda, haciendo una sutil reverencia. "Creo que te estoy entreteniendo," "y voy a aprovechar para correr un poco más antes de enfriarme.", explico, mostrándole la pizarra con una sonrisa.

Estoy seguro de que en cuanto salga trotando no lo haré solo, por otra parte...

El chico no se demora mucho más, y no puedo decir que no me libere un tanto el hecho de que siga su camino. Lo despido con una sonrisa, tranquila.

-Házmelo saber si Vilo te molesta -advierto-. No creo que tenga la paciencia de dejarte irte sin más. Pero tranquilo: volverá aquí si ve que te alejas mucho.

Y, por mi parte, me dediqué a atender a Telma y los demás. Nos quedaba aún un tiempo por aquí. Después, ya cuando Vilo se hubiera cansado de correr y el día empezara a cerrarse, volveríamos a los establos.

*Se queda un rato más y luego se va con toda la tropa*

Asiento, animado, ya con las cosas guardadas en el bolsillo, y realizo una reverencia educada. Luego, por si no ha sido suficiente despedida, lo hago una vez más, esta vez con la mano.

En cuanto empiezo a trotar de nuevo, alejándome, el cachorro me sigue, como ambos predijimos. Disfruto un poco de su compañía, con cuidado de que no se me meta entre los pies y me tire al suelo, que no es que sea el colmo del equilibrio.

De todas formas, no me quedo demasiado más. Rondo un rato la zona, haciendo algunos cambios de ritmo, y luego ya decido estirar. Doy un par de palmaditas cariñosas al cachorro y busco a Lea con la mirada para despedirme una vez más, ya lejos, antes de partir hacia Brontë, donde me espera una buena ducha.

*se va*

Hacía un buen día. Me había tomado la vuelta con calma, y pese a ello, tenía bastante trabajo ya. Mi padre, que sabía que me encontraría de nuevo en Brontë, había vuelto a mandarme allí la correspondencia. Era una lástima no haber aprovechado para verlo en mi viaje, pero otras visitas urgían bastante más. Y menudos resultados...

Con el fin de relajarme un poco y disfrutar del tiempo, en lugar de encerrarme en la biblioteca como solía, me llevé las cartas al prado, dispuesto a leerlas mientras daba un paseo. Así era mucho más agradable.

Comencé a revisarlas, y no pude evitar fruncir el ceño, alzando una ceja, al encontrar una de ella. ¡¿Tan pronto?! Mithos, aquella mujer no tenía límite. ¿Cuándo pensaba dejarme respirar? Si acabábamos de vernos...

Con un suspiro exasperado, guardé la carta y alcé la vista. Ya la leería en otro momento, que no tenía ganas de ponerme de mal humor tan pronto. Al mirar al frente di con una figura desconocida que corría un poco más allá. Le hice un gesto de saludo, por educación, aunque decidí no acercarme para no molestar. De todas formas, tenía asuntos que atender.

Al parecer, todo seguía como siempre. En el tiempo que había delegado mis responsabilidades en otros nada parecía haberse salido de la línea de actuación que yo había marcado, más allá de algún pequeño incidente. En conjunto, la administración marchaba de forma satisfactoria, dentro de lo planeado.

Lo cual no me dejaba demasiado trabajo. Revisé algunas de las cartas que llamaron más mi atención, bastante satisfecho con lo que encontraba en ellas. Desde luego, mi hermano era bastante hábil.

De vez en cuando, alzaba la vista para localizar a la corredora, asegurándome de no meterme en su camino. Cuando la descubrí observándome, hice una leve inclinación de cabeza.

Al final, la joven chrysos acabó por dejar su carrera y acercarse. Tenía un cierto aire de corrección e inflexibilidad, que contrastaba con sus rasgos dulces y suaves. No quedaba muy claro qué estaría pensando o qué actitud pensaba tomar. Y, aunque no buscaba socializar en aquel momento, correspondí a su reverencia con una propia, fluida a base de la práctica, un simple gesto de educación.

Y allí comenzaba el juego de cortesías, claro. Porque ella parecía conocerlo.

-En absoluto -respondí, siguiendo el juego, como correspondía-. En cualquier caso, yo he llegado después. Cierzo Cogo, a tu servicio.

Negué con suavidad, vigilándola. Veía sus gestos y, aunque sutiles, podía reconocerlos. ¿Qué buscaba? ¿Riquezas? Parecía bastante segura de sus acciones y palabras, pese a que tratara de hacerlo todo casual. Estaba muy acostumbrado a aquellas actitudes. Dudaba que me reconociera, pero sí podía ver que me estaba tasando. Claro que mi papel era dejarla rondarme como un carroñero, estudiando qué podría obtener, mientras sacaba a relucir aquello que ella quería tasar. Fuera lo que fuera.

No era un papel del que disfrutara demasiado, pero eso no era lo importante. Siguiendo con mi rol, podía averiguar qué buscaba ella exactamente y actuar en consecuencia. Aunque, vista su actitud, por algún motivo, tenía la impresión de que ella misma me serviría sus intenciones en bandeja de un momento a otro.

-Hace ya tiempo que sirvo a Brontë -la corregí, calmado-. Pero sí es cierto que he estado fuera unos cuantos meses. Hace muy poco que he vuelto -. Negué con la cabeza, disculpando su "inocente intromisión"-. Sospecho que es entonces cuando tú llegaste, ¿cierto?

Algo en ella revelaba no solo que acabara de llegar, sino también que no era aquella su ocupación, ni de lejos, antes de su llegada. Quizá era ese aire modesto, sumiso, esa actitud suave y dulce, o esa corrección en sus gestos y preocupación por su aspecto. Nada en ella hubiera indicado que se tratara de una guerrera de Brontë. Eso, probablemente, indicaba buenas capacidades mágicas. Solía ser así; aquellos que a primera vista parecían débiles pero habían sido llamados al palacio eran los que revelaban una magia poderosa. No quería decir, por supuesto, que aquellos que utilizaran las armas fueran necesariamente malos magos, pero era la única forma de explicar que personas como ella hubieran llegado a Brontë.

Concedí con una leve inclinación de cabeza.

-Supongo que es un poco tarde para darte a ti la bienvenida -aporté, sin unirme, pero respetando, su intento de comicidad. No parece que tenga mucho carisma ni grandes habilidades sociales, pero se nota el intento por desenvolverse-. Se agradece la intención, en cualquier caso.

Seguía esperando alguna referencia, algún paso en falso que indicara qué interés había encontrado. Y, sin embargo, su falta de dialéctica, junto con su actitud cerrada, impedían que llegara a encontrar nada. Llegué a preguntarme si me lo habría imaginado. Quizás, después de haber visitado a mi madre, estaba demasiado a la defensiva con respecto a aquella clase de asuntos. Después de todo, en Brontë nadie daba demasiada importancia al origen o riquezas de cada guerrero, por lo que había tenido ocasión de comprobar.

-No creo que sea buena idea que te quedes aquí quieta ahora -apunté. En un gesto claramente asumido en mi educación, me deshice de la capa y se la puse alrededor de los hombros-. Vamos, te acompañaré dentro.

Al menos era consciente de que no sabía desenvolver una conversación, incluso si ella misma la había iniciado. Quizá era un punto que concederle. La ignorancia había que saber asumirla, y no esconderla. Negué con suavidad.

-Tampoco yo he ayudado mucho -apunté-. Disculpa mi sequedad. Debo estar distraído.

Seguía las normas, por lo visto. Tanto que hacía parecer aquello un galanteo. Yo tampoco hubiera dicho que me preocupaba por ella, pero no veía motivo para dejarla pasar frío si se quejaba al respecto. Por otra parte, su mención de la tela llamó un tanto mi atención. Aunque, tratándose de una mujer, podía ser simple afición por la ropa. Era solo que nadie solía fijarse en aquellas cosas en Brontë.

-No es una cuestión de responsabilidades -repuse, serio-. Sencillamente, yo no tengo frío y tú acabas de hacer ejercicio. Es simple conveniencia. De todas formas, lo ideal será volver dentro. No es solo que refresque; apenas hay luz ya.

Realmente, como ella misma decía, parecía muy torpe. No necesariamente en sus gestos, sino más bien en sus palabras. Su actitud cerrada, probablemente tímida, no ayudaba a paliar ese defecto. No me quedaba, sin embargo, más remedio que disculparla.

-¿Llamar tu atención? ¿Por algo en particular? -pregunté, directo.

Sabía que no era decoroso evitar los rodeos, pero tanto misterio empezaba a ponerme nervioso. Parecía que le pasaban muchísimas cosas por la cabeza y, a la vez, que ninguna trascendía. Llegaba a hacerse molesto. Por otra parte, quizá no hubiera pedido disculpas si ella hubiera puesto un poco de su parte. Mithos, una cosa era la educación, pero tampoco hacía falta pedir perdón cada dos palabras. Así claro que no avanzaba nunca.

Por fin pareció acceder. Al menos, ya que íbamos a mantener una conversación de tan poco provecho, que fuéramos caminando hacia el palacio antes de que la noche se nos terminara de echar encima. Si es que no era tarde ya para pretender eso. Mejor era pensar que no lo era.

La escuchaba, atento y en silencio. Resultaba un tanto satisfactorio conseguir, aunque fuera por métodos tan poco elegantes, la información que había estado ocultándome. Así que costurera. Eso iba más allá de una simple afición, como yo le había atribuido. Llegaba a justificarlo más. Ya estaba todo claro.

-¿Por qué no lo sería? -pregunté, como acompañando su discurso.

Me incomodaba un poco lo fácilmente que podía sentirme identificado con lo que decía. Resultaba un tanto humillante. Por supuesto, en mi caso no rehuía el combate, pero era consciente de que no me empleaba tanto como otros. Gerald y su inagotable entusiasmo eran buena prueba de ello.

-Entiendo a qué te refieres -respondí, sin demasiado reparo en reconocerlo-. En mi caso, por herencia familiar, me dedico a la administración de nuestras tierras. Incluso aquí, en Brontë, recibo constante papeleo al respecto, y debo estar muy atento para asegurarme de que todo marche bien. Es más fácil verme con cartas en las manos que potenciando mi magia -. O con una jarra de cerveza, pero tampoco creía que hiciera falta sincerarme tanto. No era más que una desconocida, y encima, casi podría decirse, recién llegada-. De todas formas, considero que cumplo en condiciones cuando se trata de combatir. Voy a las misiones que se me asignen, o incluso me ofrezco voluntario, y trato de mantener una buena reputación para Brontë con mis acciones. Creo que eso es lo que se espera de nosotros.

Negué con la cabeza ante sus justificaciones. Ni eran necesarias ni tenía interés en oírlas.

Asentí, serio. Desde luego, la administración de tierras debía hacerse con cuidado, y podía llegar a ser un auténtico quebradero de cabeza. Si las cosas no se hacían correctamente, podía llegar a perderse mucho dinero. Por suerte, en mi caso, las carta solían ser meros trámites y formalidades. Aunque eso no quitaba que tuviera que prestarles atención.

-Reconozco que no es un trabajo que me dé muchos problemas -admití, seguro-. Cuento con un negocio bien organizado, y mientras cada parte cumpla con su función, todo va sobre ruedas. Resulta fácil enfrentarse a ello de esta forma, incluso en momentos de crisis.

De nuevo, asentí. Aquello explicaba su actitud insegura. De todas formas, ya llevaba bastante tiempo como para no haber cumplido.

-Deberías apresurarte -le aconsejé, aunque sin intención de presionarla-. Una vez veas cómo funciona todo comenzará a ir más deprisa. Comprobarlo es importante para poder trabajar en ello.

Siguiendo con la conversación, llegamos al palacio.

*Se van*

Al final ha costado traerlo hasta aquí, pero he decidido en algún momento que esta zona del prado, más llana y regular, era el mejor lugar para traer el invento, aún sin nombre. Y Massen se ha fiado de mi criterio, que ya es mucho, y me ha ayudado sin quejas. Me siento honrado. Desde luego, yo solo hubiese sido incapaz.

Con gestos, una vez hemos llegado al sitio, le pido que me ayude a ponerlo de pie. Es otra cosa que me asusta. Tumbado a lo largo es muy estable, pero espero haberle hecho una base lo suficientemente grande como para que lo sea de pie. Es cierto que si lo aguanto mientras ayudaré a que no se caiga, pero entre la altura, los golpes, el viento…
Quizás le construya una especie de soporte.

Cuando por fin está en posición erguida lo contemplo satisfecho. De frente sigue sin verse nada, pero en el lateral izquierdo tiene un hueco considerable para meter la mano y acceder a los mecanismos, y las dianas saldrían por el lado contrario y una por arriba.
La verdad es que no es muy bonito, pero espero que sea útil.

La miro, expectante. Aunque no sé bien qué espero que diga.