Prado.

De nuevo, me veía obligado a forzar la vista para leer. Vaya un contratiempo. Aunque el pobre chaval no tenía la culpa, después de todo. No toda, al menos.

-Podría decirse que lo recibí como pago -respondí, encogiéndome de hombros a mi manera habitual-. Lo obtuve como recompensa a una misión. Si estás interesado, se están planteando otras relacionadas, y quizás puedas conseguir algún otro si te presentas. No responde más que órdenes precisas, ya que su entendimiento es limitado -. Asentí a su tercera pregunta-. Adelante.

Desde luego, se lo veía emocionado. Me preguntaba si podía ganarse uno con su trabajo. No lo veía muy centrado, sinceramente.

Anoto mentalmente los datos que me ofrece mientras acerco la mano al contacto definitivo, tenso. La verdad es que espero algo: una chispa, calor, un sentimiento de magia en el aire, una reacción, un ataque... Pero nada. Es como tocar un metal cualquiera. Es como tocar lo que parece ser su cuerpo, ni más ni menos.

Cuando lo miro, mi emoción es evidente. No puedo evitar que se me escape con los ojos. Ha sido verdadera pasión desde siempre, a fin de cuentas.

"Increíble", escribo, y esta vez lo ayudo a ver con un clair ëm yäk. A estas horas es difícil tener luz. "Estaría muy interesado en participar.", digo primero. Entonces lo pienso bien. "¿De qué tipo de misión se trata?", inquiero, más serio esta vez.

La expresión del chaval lo dejaba claro: necesitaba urgentemente una moza que le hiciera cambiar de intereses. Aunque, viendo su cara, parecía que preferiría casarse con el autómata. Poco más y me pediría su mano. Casi daba miedo hablarle de cómo conseguir uno...

-Se trata de una organización clandestina que trafica con ellos -expliqué, tranquilo-. Tendremos que trabajar en desmontarla. Son objetos peligrosos en las manos equivocadas, después de todo.

Aunque yo a él lo veía más para ponerles lacitos y sacarles brillo que para enfrentar a sus creadores.

Por mucho que admire el artefacto, lo cierto es que lo que dice suena muy serio. Tremendamente serio.
Lo miro, como sopesando mis opciones. Tengo lo de Ventus entre manos y no puedo cancelarlo por esto, claro. Aunque... El artefacto... Pero el arma de Alehyss... Me siento muy dividido ahora mismo.
Aunque el peligro...

Termino por mirar a Cierzo, como esperando a que me dé una repentina solución perfecta que lo englobe todo. Termino por tomar la tiza.

"Trataré de informarme al respecto." "No querría entorpecer, pero si pudiese" "ir para investigar me sentiría muy honrado." "De todas formas, quizás no sea" "el más apropiado para algo como eso."

Siendo sinceros...

Ah, lo que pensaba. Cuando se trataba de moverse un poco para conseguir las cosas ya no sonaba todo tan bien, ¿ah? Era de esperar. No sabía a qué dedicaba su tiempo el chico, pero no tenía mucha pinta de estar en primera fila de batalla cada vez. También había que decir a su favor que un arquero en primera fila resultaba un tanto inútil, pero la voluntad era importante.

-Ya se han abierto las inscripciones de voluntarios -lo informé-. Se ha estado investigando al respecto, y parece que ya se están preparando las estrategias. La decisión es tuya, a fin de cuentas. Basta con que te presentes si estás dispuesto.

Pero si contaba con entorpecer, mejor que se dedicara a otra cosa.

Asiento, pensativo, concentrado. Supongo que debo evaluar mis posibilidades y decidir en función a eso. Abarcar mucho no implica ser mejor. Generalmente implica hacer peor las cosas, de alguna forma.
Termino por dirigirle una sonrisa algo pesada.

"Haré lo que considere correcto tras informarme." "Muchas gracias por la información."

El agradecimiento es lo primero. Y más aún cuando ha sido tan amable. Ha parado cuando me acerqué, incluso. Lo he interrumpido.

Retrocedo un paso, dirigiendo todavía una mirada más al artefacto antes de volverme definitivamente hacia Cierzo. Lluvia me ha hablado de él varias veces, pero decir eso sería un poco raro, imagino.

"Le deseo mucha suerte en la misión, por supuesto."

Le ofrecí una leve inclinación de cabeza, un amago de reverencia, como respuesta. Como si fuera hacerle un favor. Yo había descubierto aquello y no podía encargarme solo; necesitaba que la gente prestara atención a aquel asunto.

-No hay de qué -respondí.

Asentí. Dicho así, parecía que se estuviera retirando directamente, la verdad. Menudo éxito. Quizás debería pasarme por el tablón para ver quién estaba inscrito. Aunque la misión no daría comienzo hasta que los altos mandos así lo decidieran.

-Gracias. Espero que todo vaya como corresponde.

Bueno. Pues eso haré: me informaré y ya decidiré. Parece algo muy serio, de todos modos, y si es muy complicado quizás no sea el más apropiado. No querría estropear una misión difícil por obtener algo para mí. Eso es algo un poco pretencioso.

Dicho todo, aunque me cueste apartar los ojos del artefacto humanoide, lo cierto es que se ha hecho bastante tarde. Tengo que cenar y que acostarme. Me convendría pensar pronto también algo que regalarle a Massen. Quedan apenas unos días y...
Prefiero no pensar en eso de momento.

"Creo que voy a ir recogiendo.", le digo entonces. "Me cuesta mucho ver con esta luz." "Siento mucho las molestas," "pero ha sido un placer poder hablar con usted."

Le ilumino un poco las letras para que las vea.

Asentí al leer su mensaje. No tardé en reclamar el autómata, recogiéndolo en una pequeña bola que me guardé en el bolsillo. Desde luego, era un objeto práctico. Esperaba que no se le salieran los ojos de la impresión, al menos.

-Te acompañaré -decidí-. Puede que no esté tan ligado a ello, pero también prefiero el día.

No tardamos en echar a andar. No había sido un entrenamiento muy de provecho, desde luego, pero no era el momento de seguir. Recuperaría el tiempo al día siguiente.

*Se van*

A pesar de la hora, la noche no se presentaba desagradable, así que me permití un merecido paseo. El prado, una zona por la que me gustaba pasar, resultaba un lugar óptimo para medir mis capacidades mágicas, así que me dedicaba, en mi avance, a conjurar aethes que cortasen la hierba, calculando cuánta precisión y potencia podía imprimirles. Un hechizo a cada paso, iba caminando, relajado, concentrado exclusivamente en mi magia.

Hasta que una figura que llamó mi atención me obligó a detener mis hechizos. A cierta distancia, Anna, si no estaba confundido, también paseaba. Saludé con un gesto, tomando su dirección en mi paseo.

-Buenas noches -saludé, cuando me hube acercado-. ¿Cómo va todo?

No tardó en ofrecer una respuesta animada. Tanta docilidad en ella resultaba ya una costumbre, casi un gesto obligado.

Ofrecí una inclinación de cabeza en respuesta.

-Bien, gracias -respondí, más escueto-. Preparándome cada día para lo que está por venir. Parece que no falta mucho para ponerse de nuevo en marcha.

Apenas había terminado de hablar cuando mis ojos se fijaron en... aquello. ¿Qué pasaba últimamente con los bichos en Brontë? ¿Era una competición, a ver quién traía el más particular?

-Vaya, veo que tú has estado ya trabajando.

Porque, viendo el caso de Frikka, no era difícil deducir que el origen de aquella bestia sería similar.

No pude sino asentir, aunque ignoré educadamente el halago. No correspondía regodearse en aquella clase de comentarios.

-Yo también lo espero -apunté.

La actitud del... lo que sea resultaba curiosa. Llegaba a recordarme a la de ella, en cierto modo. Docilidad al límite y una timidez más que evidente. Me preguntaba si sería el efecto que ella había tenido en él o si, sencillamente, había ido a encontrarse con su alma gemela. Aunque había que reconocer que la chrysos había mejorado un poco.

-No, desde luego, para convivir con un ejército entero tiene mucho que aprender -coincidí-. Aunque no parece más que una cría, ¿lo es? Quizá con la educación adecuada pueda salir adelante.

Con esa actitud, desde luego, su muerte parecía algo esperable. Había tenido suerte.

Casi parecía una madre con su hijo. Ambos parecían muy convencidos del papel que desempeñaban. Desde luego, era evidente que las mascotas estaban de moda. Mascotas pequeñas y adorables que crecerían y se descontrolarían, exigiendo más de lo que sus devotas dueñas podían ofrecerles. Pero por el momento, el golpe de la realidad no había llegado.

No podía decir que tuviera un interés especial en acariciar al bicho. Por no decir que no tenía ninguno. Pero, de hecho, la forma entusiasta en que lo ofrecía casi hacía que rechazarlo fuera un gesto de mala educación. Así que, al final, acabé por alargar una mano y pasarla sobre su lomo, sintiendo el cambio evidente en el tacto del plumón y la pelusa.

-Cierto, es muy suave -concedí, con un deje de maldad en la voz-. Sería una fantástica piel para confección. Con tus habilidades, podrías hacer de él un precioso sombrero.

Era un pensamiento que normalmente me habría guardado, pero quizá convenía probar otras facetas de su carácter. Demasiado sosegada.

Por lo visto, tenía sentido del humor. Un punto a su favor, desde luego. Le hacía falta algo de frescura, porque tanto recato y formalismo acababa por resultar anodino. Asentí a su propuesta, aparentemente pensativo.

-Ah, está visto que sabes manejar el negocio. No podría esperar menos -respondí, con fingida formalidad.

Su observación rompió el juego de la broma, en cierto modo, pero lo acepté sin reparo. Le ofrecí una inclinación de cabeza, una suerte de reverencia, como respuesta.

-De la nobleza se dice que puede ser justiciera o taimada -apunté con total naturalidad-. A veces, incluso, que se confunde la frontera entre ambas.

Enarqué una ceja, sin poder evitarlo. Así que bajo aquel aspecto dócil e inocente se ocultaba la sed de sangre. Interesante, cuanto menos. También digno de tenerse en cuenta.

-¿Y a mí me llamas maligno? -objeté, claramente ofendido.

Tras una lucha con su protegido (o no tan protegido) en la que el pequeño obtuvo la victoria, no pude sino pensar que faltaba comunicación entre ellos. Estaba seguro de que, de saber que podía convertirse en unos zapatos, el cachorro no se empeñaría tanto en clavar las garras en su ropa.

Asentí a lo que decía.

-Por supuesto. El encanto de la nobleza debe calcularse al milímetro. De ello depende el éxito social, desde luego.

FdR- Pausa

Mantuve una ceja alzada, como dudando de su defensa. Sin embargo, acabé por consentir.

-No, desde luego el aspecto no ayuda mucho -coincidí, con una mirada crítica.

Las preguntas, esas que siempre parecían esconderse detrás de cada palabra, se manifestaron entonces, aprovechando la oportunidad. Siempre tenía algo de entretenido descubrir qué impresión tenía el pueblo llano de nuestra sociedad. Desde luego, había ocurrencias de lo más imaginativas.

-Depende de cada uno -respondí, consciente de las evidentes diferencias existentes ya solo en mi propia familia-. Desde luego, debe existir un permiso implícito y una confianza clara para que el ambiente sea distendido. Dentro de las familias, quien gobierna decide cuáles son las formas. En casa de mi padre, por ejemplo, hay una libertad y una complicidad evidentes, y la rectitud se limita a los eventos formales. Pero en casa de mi madre, donde yo me crié, el único descanso al protocolo se daba cuando uno estaba a solas en sus habitaciones. Aunque no tardé en descubrir que mi madre era un caso extremo en ese aspecto.

No pude evitar un bufido, fácilmente interpretable como una risa tanto como como un gruñido. Había fruncido ligeramente el ceño, y la miraba con ojos fijos.

-Ah, yo sí tengo un par de cosas contra mi madre, puedes estar segura -repuse, convencido-. Pero en fin, si nadie ha conseguido hasta ahora cambiar su forma de ver el mundo, dudo mucho que haya quien lo consiga. Lleva toda la vida atrapada en el pasado, y así seguirá. Supongo que podría considerarse parte de los problemas de la sociedad noble. Pero bueno, no pretendo aburrirte con asuntos familiares.

Ya me aburrían a mí más que suficiente.