Prado.

Asentí, conforme. Igual que yo tenía mi propio aburrimiento, ella cargaba con el suyo. No había necesidad de molestar a nadie.

Su pregunta me hizo alzar una ceja de nuevo, bastante sorprendido. La verdad era que me pillaba bastante poco preparado.

-No recuerdo haber puesto uno nunca, la verdad -admití, sin entender el por qué de la pregunta-. Al menos, ninguno más allá de mi maldad natural.

Incluso mi maldad natural tuvo que pensarlo un momento antes de dar una respuesta. Examiné a aquel montón de plumas con patas, sin acabar de encontrar un nombre que le hiciera justicia. Con semejante abominación de la naturaleza, no resultaba sencillo.

-Pollo al horno. Saco de plumas. Bastardo -acabé por ofrecer. Negué entonces con la cabeza-. Temo que ni siquiera mi maldad natural está hoy demasiado inspirada.

Los bichos no eran precisamente una ilusión en mi vida, así que no me pedía algo sencillo. Independientemente de lo buena o no que pudiera ser su idea.

Asentí, permisivo. No contaba con que mis opciones fueran de mucha ayuda, evidentemente. No podía decirse que fueran la clase de nombre que nadie pondría con un mínimo de aprecio. Y, aunque parecía poco convencida al respecto, ella le tenía alguno a aquella cosa.

Asentí a su pregunta, alzando un momento la vista.

-Lo cierto es que empieza a hacerse tarde -admití-. No parece una mala idea.

Hecho el acuerdo, emprendimos la vuelta al palacio.

*Se van*

Para aquel entrenamiento busqué contar con la ayuda de Lea. A fin de cuentas, la clave de la técnica que buscaba conseguir estaba en poder usarla. La sala de entrenamiento no servía porque los golpes mortales se desviaban, aunque una parte de mía esparaba que Lea desviase los golpes mortales en caso de necesidad.

Había llevado conmigo un par de espadas, además de la que ella traía, para aprovechar el buen tiempo y echar un par de duelos, sin mucha presión. En lo que Telma pacía y Lis miraba o se metía entre los árboles los aceros chocaban fieramente. No era como si me hubiese acostumbrado por completo a enfrentarme a ella, pero me esforzaba más por no menospreciarla. En aquello consistía ser profesional.

No fue hasta al cabo de un rato que dimos aquello por finalizado y entonces ella cogió su espada de dos filos. Era otro punto bueno de enfrentarme a ella: era una variación en el arma, y me obligaría a esforzarme más.

-Vamos allá -le dije, o me dije, dejando las espadas de entrenamiento a un lado y mirándola fijamente, poniéndome serio.

Ella comencó con sus ataques. Habíamos acordado que comenzaría algo más despacio e iría subiendo el ritmo. Al fin y al cabo una herida era más peligrosa allí, aunque aquello no pareciese preocuparme. Concentrado, buscaba en sus gestos el corte final, y una vez veía el filo viniendo hacia mí me encargaba de ir a atraparlo, aprisionando la hoja con fuerza entre las manos. Al principio era fácil, tanto que parecía un juego, pero a medida que Lea incrementaba la velocidad y los amagos me fui encontrando con más dificultades. Tenía dificultades para no buscar esquivar, y muchas veces mis avances o mis retrocesos se veían cortados por el cambio de filo o de dirección. Me costaba atraparla especialmente, como siempre, si el corte venía en diagonal, y aunque en horizontal no fuese especialmente difícil hallar el ángulo parecía que mis manos perdían fuerza. No obstante, si notaba una mayor seguridad, pese a todo, y el ejercicio llegaba a resultar relajante. Me obligaba a centrarme en ella, en ella como guerrera, en sus amagos y sus fintas, tan comunes con aquella doble hoja.

Pese a que notaba la mejora con respecto a las veces anteriores, pronto me di cuenta de que los cortes, tan directos, resultaban más amenazantes. Muchas veces en las que mi agarre falló me encontré con el intento de frenar el filo a tiempo, aunque no siempre le era posible, y acabé sembrado de pequeños cortes, recuerdos del combate, allí donde me alcanzaba. En uno o dos algo más profundo tuve que felicitarla por ser tan seria y atacar sin miedo, aunque también agradecí que tuviese a bien curarme. Acabé por tener que prometerle, de todos modos, que me esforzaría todavía más por parar sus golpes cuando me dijo que no seguiría con aquello si pasaban aquellas cosas.
¡Ni que desease mi propio dolor! ¡Ni a sus manos!

En lo que duró el entrenamiento pude mostrarle, de paso, mis avances, al fin, pues no había más que hablado de aquello que llevaba tiempo haciendo. Las manos, cada vez más precisas, solían ser capaces de interceptar los golpes recibiendo daños mínimos, y cuando me veía incapaz de hacerlo solía ser consciente a tiempo para tratar de evitarla, cubrirme de otra forma o, al menos, enviarle una mirada de advertencia que la hiciese parar. No obstante, llegué a sentirme satisfecho al final de todo aquello. El ejercicio sentaba bien, y la buena compañía era la mejor para entrenar.
Para todo.

Con un resoplido satisfecho di por finalizada la jornada. Nos quedamos poco más antes de decidir volver dentro. Primero había que llevar a Telma a los establos, y luego un buen baño sería perfecto.
Quedamos para vernos después, en el comedor, una vez limpios.

*se va(n)*

Al final Thor estaba por aquí. Me acerco a buscarlo, con una sonrisa cansada.

-Mira que me haces dar vueltas, eh. Venga, vamos, que tengo hambre.

Las termas... Había pensado en ir a bañarme alguna vez, pero ahora no me apetece mucho. No es que sea muy higiénico, eso. Porque estará lleno de sudor, y de saliva y de semen... Porque cuando ella se la coma y él termine en su boca lo escupirá al agua. No creo que tenga la decencia de escupir a un lado si se pone a montárselo en el agua. A lo mejor hasta se lo traga, pero no me fío yo tan fácil.
Dicen que es amargo. Yo es que no lo he probado nunca. No llegué a hacerlo.

No puedo evitar acordarme de mi primera misión. Allí vi una escena similar en concepto, pero completamente distinta. No es, a fin de cuentas, la primera vez que me topo con algo así. Pero tengo la sensación de que con esto podría soñar. Por suerte aún queda un poco para que amanezca y quizás se me haya olvidado para entonces.
Claro que sí.

Tras un suspiro echo a andar. Thor me sigue, contento. Supongo que ya ha aprendido la palabra comer. Es muy listo cuando quiere, pero no quiere muy a menudo. Aunque eso es de ser listo, también. No me sorprendería que creyese que se llama "comida", o que Thor significa "comida". Y para comida la que le...

La luna está muy grande hoy, aunque ya no está llena. Es desagradable porque hace que la noche brille más de lo normal, pero es bonita, de todas formas.

*se va*

FdR- He tenido que encender el ordenador otra vez, pero todo sea por tu felicidad, Ger XD

No es una noche de verano, pero es una noche que, como todas, sabe ser perfecta a su manera. La luna se esconde y asoma entre nubes y claros, una tímida joven, mientras tú, la auténtica luz en la noche, te dejas mimar por la brisa.

Te has abrigado, por supuesto. No conviene exponerse a temperaturas que puedan hacerte algún mal. Debes estar perfecta y reluciente, siempre. Pero, dentro del abrigo, has escogido algo adecuado, algo que te permita seguir luciendo tu figura, que resulte mágico en la oscuridad de la noche. Con las alas ligeramente extendidas y el pelo recogido sobre un hombro, tu silueta será el centro de cualquier mirada que tenga la fortuna de encontrarte.

Y, en silencio, paseas.

*Se queda*

Hacía tiempo que no salía a buscar flores. No hace mucho era una práctica habitual en mi, o bien para poner en cajones libros o bien para adornar mi rosado cabello.
Ahora tendré que buscar nuevas que conjunten con el marrón. Me he decidido por las margaritas, por lo que repaso el prado recogiendolas, aunque no en exceso. Otro día querré más.

Cuando alzo la vista, el sol practicamente ha desaparecido, aunque no es lo único que aprecio. Una figura desconocida a lo lejos aparece también.

Me tenso. ¿Será un enemigo? Yo de este lugar me espero cualquier cosa. Brontë parece un imán de bandidos.

Me acerco sigilosa, cargando una rama de unos veinte centímentros en mi derecha, alzada, mientras camino hacia su espalda. -Despacio... despacio...- susurro.

Estás acostumbrada a sentirte observada. El público bebe de ti por los ojos, y tú te ofreces entera a él. Siempre ha sido así, desde que tienes uso de memoria. Pero eso no quiere decir que el público te pase desapercibido. ¿Qué podrías hacer si así fuera? ¿Cómo complacer a aquellos que son invisibles? Por supuesto, a tu lado lo parecen, pero tú, con tu don, debes hacer el esfuerzo de reconocerlos.

Así pues, al oír un suave murmullo, te giras con tu característica elegancia, dejando que el vestido y le pelo vuelen a tu alrededor, fascinación hecha movimiento. Y tú miras a tu pequeña expectadora, que se acerca despacio, como tratando de distinguir si es tu magnetismo lo que la atrae o si ha decidido ella misma que eres lo más bello que ha visto jamás.

-Buenas noches -saludas con tu melodiosa voz y una dulce sonrisa.

El público pequeño suele ser encantador.

Aprieto los labios y una sonrisa nerviosa se me planta en la cara, mientras noto como palidecen mis mejillas poco a poco.
Rápidamente escondo el palo en mi espalda y me pongo recta como si ahora yo fuese el palo.- Ho-hola.- Comento moviendo rápidamente la mano llena de margaritas rápidamente de un lado a otro.
Parece tan inmensa que directamente me siento una piedrapulga a su lado. La veo de arriba abajo lo más rápido que puedo.- ¿Quién eres y qué haces en este lugar?- Venga Nagore: echa a los intrusos.- Aquí solo puede haber guerreros de Brontë.- Vuelvo a verla detenidamente. Una chica tan... todo no puede ser guerrera. ¿Con qué lucha? ¿Con su perfecto cuerpo? Entorno los ojos.

Guarrilla.

Me echo una mano a la cabeza, echando de menos mi pelo rosa. Seguro que se quedaría impresionada bajo mi belleza suprema y me rendiría pleitesía. Como todas hacen. Hacían.

El caso: hay que echar de aquí a esta... farandulera.
- Venga, venga, largo. Tsk tsk tsk...- La voy empujando poquito a poquito.- Sigue el río y vuelvete por donde has venido. No queremos mujerzuelas teatreras por aquí. - Ni tan guapas, maldición. Fuera, fuera. Ni verte quiero.
-Fus.- Repito.

Ah, la primera pregunta, la pregunta perfecta. Tu encantadora sonrisa se hace todavía más amplia. Ya está bajo el hechizo.

-Soy Curtis Ginger, sé que es un placer -saludas con una pequeña reverencia, gentil y delicada. Ríes con gracia a su comentario-. Oh, eso soy ahora. He llegado hace poco, desde luego, pero ya estoy aquí, no hay nada que temer.

Y entonces algo comienza a ir mal. Lo notas. Algo está fallando. Ha caído en desgracia. ¿Cómo es posible que...? ¿Pero qué...? Si piensa que va a quitarle el papel principal una vez más está muy, pero que muy equivocada. Pequeña insolente.

Con tu elegancia natural, esa de la que tanto partido sabes sacar, saltas ágilmente hacia atrás, aleteando con suavidad. Puede que no puedas volar aquí, pero aún tienes la ocasión de darte algún pequeño impulso.

-Estás muy confundida. He venido del palacio. Estoy en pleno derecho a dar un paseo, y lo hago por bondad hacia todo el que pueda encontrarse conmigo. Si no eres capaz de entenderlo, eres tú la que se ha metido en el camino equivocado -declaras, consciente de lo aterradora que puede volverse tu arrebatadora belleza-. Acepto tus disculpas, niña dulce, no temas. Espero un trato mejor de ahora en adelante.

No pides nada extraño. Solo el trato que mereces. El que le corresponde a una auténtica estrella. Y si una cría andrajosa cree que puede cambiar tu realidad, está muy equivocada.

Alzo una ceja cargada de escepticismo en cuanto se presenta.- Permíteme dudarlo...- Murmullo.
Mis sospechas poco a poco se confirman. Sobre todo cuando, al empujarla para que se vaya, mueve sus gallináceas alas hacia atrás haciéndome perder el equilibrio durante varios segundos, en los cuales muevo los brazos en círculos para evitar caerme.
Una vez recompuesta, roja de ira y vergüenza, la señalo con el palito.- Oye mira tu niña.- Digo sin respirar.- Soy Nagore Brumm, ¿te enteras? Grábate bien ese nombre en tu cocorota de cotorra de feria porque no lo repetiré.- Tomo aire, hinchándome como un globo, con el fin de aparentar ser más grande y, por qué no, simular más pecho.
-Seguro que acabas de llegar y ya caminas como Pablito por su casa.- Le recrimino, apuntandole con el palito entre ceja y ceja.- Pues que sepas que aquí quien maneja el cotarro soy yo.- Me señalo con gracia y estilo.- Y ninguna niñata cursi de pelos rayados va a quitarme el puesto a la primera de cambio.- Gozo de una gran convicción en mis palabras, aunque no noto que, en el fondo me tiembla un poco la voz.
Temo por mi hejemonía sobre la zona "guay" del Palacio. Sin duda, esta mujer-hayazgo ha sido un duro golpe. Voy a tener que lucirme para estar a su altura.
Debo informar a Massen Dew DE INMEDIATO sobre la existencia de semejante ser para que se aleje de ella cuanto antes. Era lo que me faltaba. Massen es M-I Massen Dew.
La abrazo en mi imaginación.

Chasqueo la lengua.- Maldición.- Digo en voz alta. Vuelvo a verla de nuevo y mil complejos me asaltan. Cierro los ojos con fuerza y chillo.- ¡Me caes fatal!

La veo ahí, perfecta. Seguro que ha tenido una vida maravillosamente fácil. Maltida sea. Estoy rabiosa. de ira. Envidia. Algo.

Es inadmisible. Es absolutamente inadmisible. ¿Cómo es posible que...? La ha enviado ella. La ha enviado esa arpía para arrebatarte tus sueños. Ya lo ha hecho una vez, ¿por qué no otra? Sí, tiene que ser eso, no existe otra explicación. Ha sido ese gusano con aires de grandeza.

Sientes las lágrimas en los ojos, pero no vas a ceder a ellas. Eso sería muy poco profesional. Te mantienes en tu sitio, con una mano sobre el pecho, tremendamente dolida por su desfachatez y falta de sensibilidad. Es lo contrario a la belleza. Lo contrario al arte. No entiende nada. Y, en esta ocasión, eres consciente de que no sirve de nada abrirle los ojos. No está preparada. Tendrás que trabajar con ella cuando esté en condiciones.

Ofreces una gentil reverencia, manteniendo tu papel. Sí, el espectáculo debe continuar. La naturalidad es absolutamente necesaria, y tú no vas a fallar en algo como eso. Despedirse del público en condiciones, independientemente de los contratiempos. Después habrá tiempo para poner las cosas en orden.

-Oh, pero qué tarde se ha hecho -señalas, ahogando el temblor de la voz con tu preciosa técnica, con toda tu capacidad. Nada puede dominar esa voz hermosa más que tú. No lo hará el desaliento ni el dolor. No lo permitirás-. Tendré que ir a descansar. Descuida, pequeñita, aprenderás a disfrutar del arte en el futuro. Yo te haré ver la realidad. Buenas noches.

No permites que una sola lágrima ruede hasta que ya te has dado la vuelta, con esa elegancia absoluta que te caracteriza. Y corres, corres como el viento, deseando poder volar de nuevo y alzarte, hermosa junto a la luna, eclipsándola con tu luz propia. Pero, por el momento, el eclipse se mantendrá a ras de suelo, mientras te apresuras a volver a tu cama. Debes descansar o tu cutis se resentirá. La salud es lo primero.

*Se va*

¡Y me deja con la palabra en la boca y se va volando como la gaviota que es!
-¡¿Pero será posible?! ¡Vuelve aquí ahora mismo!- Exclamo mientras agito el puño al verla volar.
Chasqueo la lengua.
Maldición.

Me quedo en silencio unos segundos para luego sonreír. Tengo que ir a ver a Massen y contarle todo esto. O sea: va a flipar con esta creída que va por ahí que parece que se come el mundo.

Corro cargada de flores y cuchicheos exagerados hacia el Palacio.




*corrre Secretaria*

No hacía un sol magnífico, pero la temperatura era de aquellas que te acariciaban como una amante dulce tras una noche apasionada. Era aquel calor templado de una noche acompañado, la brisa de un soplo cariñoso junto al oído, de un susurro suave, el murmullo del verano, que se acercaba y nos regalaba el buen tiempo.
Y un hombre como yo no debía estar solo en aquel tiempo. La primavera era para disfrutar de la buena compañía en el exterior. El prado era un lugar perfecto para disfrutar de, en aquel caso, los juegos de Vilo, al que me había encontrado algo más temprano, mientras entrenaba en el bosque.

Al final había cambiado mi entrenamiento por los juegos. El joven animal se movía como una centella, y hacía tiempo que había desistido de pillarlo. Pero cuando me buscaba él a mí, y no eran pocas las veces, para enfrentarme, podía demostrarle que aún tendría que dedicarse a recorrer el bosque un poco más si quería tumbarme.

-¡Tienes mucho que crecer! -me burlé, sacando pecho, jadeante-. Aunque lo cierto es que estás enorme...

Terminé por sentarme en la hierba, mullida en aquella zona, y aunque él volvió a mí con intenciones de atacar de nuevo pareció encontrar mi idea apropiada, porque acabó por sentarse también.
Lo declarábamos un empate, desde luego.

Acabé por tumbarme cuan largo era, cerrando los ojos, descansando un momento. Una pena que las nubes no dejasen que el sol me cubriese por completo. Pero era agradable de todos modos.

*fin de escena*

El tiempo acompaña para salir a entrenar fuera, así que no lo desaprovecho. Lo primero que hago es poner el cuerpo a punto, trotando un poco por el prado primero, calentando los músculos. Al cabo de un rato, cuando me siento más flexible, aunque de base ya lo soy bastante, intercalo algunos esprints y acrobacias, llevando algo más al límite mis capacidades, aunque sin excederme nunca. Si me hago daño durante el calentamiento este será inútil. No es hasta al cabo de un buen rato, tras detenerme a beber algo de agua que he traído, que me decido finalmente a probar algo nuevo.
Quiero mejorar mis habilidades, y hoy, como cualquier otro momento, es un buen día para hacerlo.

Se me da bien saltar y moverme en el aire, aunque no soy aether. Pero lo que aprendí en Ventus me hace querer ser capaz de hacer más cosas con el cuerpo en el aire. Nunca podré volar, evidentemente, pero sí puedo vivir en las alturas, que me gustan mucho. He escuchado que existe una manera de impulsar el cuerpo más allá del primer salto sin apoyarse en nada. Si incluyo esa habilidad entre las que ya poseo creo que podría llegar a ascender muy alto sin necesidad de alas. Lo que no tengo claro es cómo conseguirlo, y hoy tampoco está Buere conmigo, dándome consejos desde su experiencia. Pero debería ser capaz de sacarlo yo sola, con práctica.
Me concentro y me pongo con ello.

He seleccionado un árbol alto, donde el prado termina, tras probar a alcanzar las ramas de varios. A esta no le llego con un solo salto -es una rama gruesa y fuerte, elevada,- así que si logro alcanzarla será porque he hecho lo adecuado. O eso espero. No me servirá de nada engañarme a mí misma con trucos.

Comienzo con carrerilla. Siempre da la sensación de que así será más sencillo. Me impulso con fuerza y llegado el momento salto, y en mitad del salto trato de darle fuerza a mi cuerpo de alguna forma, pero al final queda en una suerte de acrobacia, o en un intento al menos, pero no noto ningún impulso extra, y caigo al suelo de pie. Retrocedo enseguida y comienzo el segundo intento, y luego el tercero. En cada uno intento elevar el cuerpo de una forma diferente, impulsarme de forma distinta desde el principio. Algunas veces termino dando una especie de voltereta, y me siento ágil en todo momento, pero nunca llego a romper las leyes de la física que me atan al suelo. Algo tira de mí hacia abajo cada vez, y es inevitable.
Al cabo de media hora de ejercicio fuerte el sudor me pega la ropa al cuerpo, y la rama sigue pareciendo inalcanzable. Bebo un nuevo trago de agua y con gesto algo sombrío pienso. Pienso en los movimientos del cuerpo. Tiene que haber algo con sentido para solucionar este problema.

Tras un breve descanso lo intento un par de veces más. A veces me impulso hacia arriba. Otras hacia arriba y hacia delante. Ninguna sirve. Al final termino por saltar apoyándome en el tronco y alcanzo de una vez la rama, aunque no de la forma apropiada.
Tendré que seguir esforzándome.

Ahora un baño en el lago me sentaría bien.

*se va*

Thor corre delante, muy contento, pero yo no he podido dejar de dar vueltas desde que recibí la nota de Cierzo con la gran noticia. Miento, he podido dormir un poco, pero no demasiado, y ahora bostezo cada dos por tres. Si pudiera me haría un ovillo y dormiría hasta que alguien viniese a darme un toque el hombre y me dijese "eh, ya puedes pasar". Pero cada vez que cierro los ojos y lo intento termino dando vueltas, así que, para hacer eso, prefiero dar vueltas de verdad.

Pruebo de todo. Como Thor quiere jugar lo persigo un rato. No es que sea rapidísimo, pero es tan escurridizo que me obliga a cambiar de dirección continuamente, y termina por ser un esfuerzo. Me distrae. Tengo que buscarlo entre las hierbas altas y lanzarme a la carrera, pero enseguida cambia de sitio, serpenteando y cacareando. Quizás si no hiciese lo segundo le sería más fácil escapar.
El ejercicio es agradable, me relaja un poco, pero no me quita todas las ideas de la cabeza.

-¡No huyas, cabrón! -rujo cuando se mete entre unos arbustos, en el límite del prado, y tengo que apurar la marcha para rodearlo sin perder al enano de vista.

Corremos un rato más, pero termino sentada en la hierba, callada, y él vuelve a mí, curioso, con esa expresión que parece una sonrisa.

Yo también hubiese querido ver a Gerald despierto. Aunque seguramente él no esté contento. No, él estará deprimido, o enfadado, y no querrá verme a mí. Yo no soy tan importante. He aprendido eso, y una acaba acostumbrándose.
Suspiro de nuevo y acaricio el lomo de Thor, desganada.
Esa mujer, Vest, estuvo con él todo el tiempo, mientras dormía. Yo creí que lo mejor era darle espacio, a él y a Cierzo, pero ella se mantuvo firme, estúpida, a su lado. Y yo, mientras tanto, me aleje como una intrusa.
Quizás él se alegró de verla al despertar, también. Cierzo parecía hastiado, pero Gerald...

Niego, para mí. No va a ser más importante que yo. En cuanto Gerald despertó la echaría a gritos. O la ignoraría. Seguro. Ella tampoco es tan importante, seguro que no. Solo Cierzo.

*fin de escena*

Ayer el tiempo no acompañaba, así que permanecí bajo techo. Sin embargo, a estas alturas sé cómo funciona el tiempo en Brontë cuando se acerca el invierno, así que no puedo permitirme esperar a que el suelo se seque antes de seguir con los ejercicios que planeaba. Embarrarse es lo de menos.

Hoy me he traído a tres acompañantes. Telma en seguida se ha puesto a pastar, ignorando a los demás. Lleva una vida demasiado relajada como para formar parte del grupo de ejercicio. Vilo, sin embargo, prefiere acompañarme. Y mi otro compañero es un caballo alazán, una montura de Brontë que he tomado prestada. Lo conozco bien, por supuesto. Es un caballo dócil y obediente, además de tranquilo. Es exactamente la clase de ayuda que necesito para lo que quiero hacer, así que me alegro de que me permitan trabajar con él.

En un principio pensé en ensillarlo, pero he decidido que no es tan buena idea como cabría pensar. Después de todo, no necesito un asiento firme, sino uno poco aparatoso. Así que, al final, me he limitado a acomodarle una manta en el lomo, para que no vaya más cargado de lo necesario y nos amoldemos mejor el uno al otro. Tengo la experiencia suficiente como para montarlo sin problemas, y también sé cómo guiarlo. Es un caballo bien acostumbrado, así que comprende mis indicaciones a la perfección. Me sujeto a las crines y le doy un leve toque con los talones para que eche a andar. Espero a que estemos bien acomodados, tanto él como yo, antes de aumentar la velocidad a un trote que, aunque suave al principio, va acelerándose paulatinamente. A cierta distancia, Vilo nos sigue, acorde a nuestra velocidad.

Al final, inspiro hondo e impongo el galope. El prado, amplio, nos permite movernos con libertad, y dejo que el animal escoja su propio ritmo de carrera, al tiempo que yo me acomodo a sus movimientos y me pego a él para mantener el equilibrio y no poner resistencia a su avance. Permito que él mismo se dirija, escoja por dónde y cómo moverse, siempre y cuando mantenga la velocidad. Me preparo para lo que me toca...

Y entonces salto del caballo a un lado y ruedo por el suelo, tratando de encontrar la manera de ponerme en pie cuanto antes. El salto no está perfectamente medido, y sé que podría y debería haber ahorrado mucho más tiempo, pero es un comienzo. Vilo es el primero en detener la carrera y volver a buscarme. El caballo, por su parte, se aleja un poco más antes de reducir el ritmo y me observa. Imagino que intenta comprender, sin mucho éxito. Visto desde fuera, no debo parecer muy lógica.

Vilo, muy cerca, gruñe y da un par de latigazos con el rabo, algo tenso. Me agacho a acariciarlo y tranquilizarlo. Supongo que él tampoco entiende lo que intento. Lo animo a que me acompañe en busca del caballo, que ha acabado por detenerse un poco más allá, atento a mis movimientos. Llego hasta él y lo acaricio, tranquila, con una sonrisa. Parece aceptar que no pasa nada. Ni siquiera parece nervioso. Vuelvo a montar sobre él y ponerlo al paso. Poco a poco voy acelerando el ritmo hasta ponerlo al galope. Me siento cómoda galopando. Pero no he venido a eso, sino a practicar mis capacidades de reacción. Así que, cuando me siento preparada, salto de nuevo al suelo y trato de ponerme en pie cuanto antes. Sigo sin tener el dominio suficiente como para reaccionar con rapidez. Telma, un poco más allá, me observa mientras rumia. El alazán, que ha vuelto a salir al galope, se acerca a pastar donde está ella. Vilo, que se mantiene más cerca, gruñe, inquieto.

Lo miro, entretenida, y hundo los dedos en su denso pelaje para acariciarlo.

-¿Me quieres llevar tú? -pregunto, divertida.

Y lo he dicho en broma, pero la idea va cogiendo forma, de pronto, en mi mente. Vilo es más bajo que un caballo, así que sería más fácil trabajar con él. También es más robusto y resistente, y se adapta mejor a muchos terrenos. Me pregunto si lo aceptaría. Me fío más de él que del alazán, por buen animal que sea. Vilo, por lo que está demostrando, tendría más interés en venir a recogerme si llega a pasarme algo.

Me abrazo con fuerza a su cuello, le muerdo una oreja y tiro con suavidad. Él suelta un suave gruñido y busca mi cara para lamerla. Río con suavidad y acabo por montar sobre él, agarrándome directamente al pelaje y tratando de acomodar el cuerpo. Parece algo confundido.

-Llévame, Vilo -le pido, y lo animo como a un caballo, con un toque de talones.

No parece comprender al principio, pero acaba por echar a andar, y poco a poco va ganando velocidad. No está acostumbrado, y eso es evidente. Nunca ha llevado a nadie. Pero a mí sí me han llevado, aunque nunca un vulpus. Tengo una idea más o menos clara de cómo proceder, y consigo ir guiándolo según me conviene, con pequeños tirones o acomodando el cuerpo según cómo quiero que avance. Al cabo de ciertas pruebas, consigo que eche a correr, y me voy acomodando según lo que precisa.

Saltar de un caballo no es lo mismo que saltar de un vulpus, y no tardo en comprobarlo. El suelo está más cerca, y no requiere de los mismos movimientos. Ruedo sin remedio sobre la hierba, y Vilo, que al momento se da cuenta, frena y da media vuelta para volver hacia mí. Ponerme en pie rápido no es fácil. Quizás deba medir mis tiempos de reacción con los de Vilo. Él es rápido, y superarlo puede suponer un buen reto. Tendré que trabajar en ello.

*Fin de escena*