Prado.

Me encogí levemente de hombros, con un gesto de cierta indiferencia.

-Diría que prefiero ir directo al grano -respondí, jocoso.

Entonces comenzó con su historia, y por su tono y su actitud me supuse que esperaba algo bueno. Pero, a medida que avanzaba en su relato, mi expresión pasaba del divertimento al asombro, y del asombro a la extrañeza. Llegado un momento, no tenía muy claro si creerme semejante disparate. Aunque, por una parte, me extrañaba que Gerald viniera a contarme semejante cuento porque sí, y hasta parecía que pudiera ofenderlo si no lo creía.

Cuando terminó su historia, me quedé un tiempo en silencio.

-Me parece que no se te puede dejar solo -acabé por decir al fin, aún masticando aquella historia disparatada.

Lo miré entonces con cierto aire burlón.

-Así que, ¿se te ha acabado la diversión? -pregunté-. ¿O simplemente se ha pasado ese efecto mortífero? Aunque morir en mitad de un polvo no me parece la forma más desagradable de pasar al otro barrio...

No quise hacer muchas preguntas al respecto, así que me limité a escuchar lo que él quisiera contarme. Por lo que decía, la solución a aquel "incidente" no había sido precisamente agradable, y tampoco es que me fuera a morir si no me daba los detalles.

-Prefiero no saberlo -murmuré, algo consternado-. Yo en tu lugar hubiera pedido que me durmieran. O alcohol, al menos.

Esbocé media sonrisa cuando, podría decirse que cambiando de tema, se declaró convaleciente.

-Bueno, entonces estamos en las mismas -respondí-. Aunque supongo que tú llevas menos tiempo. Yo supongo que tendré que darme el alta en breves...

La idea de unas cervezas me pareció bastante acertada, la verdad, así que asentí, conforme.

-Estaría bien -comenté-. Sí que se echa de menos algo así, la verdad.

No tuvimos tiempo de conversar mucho más. De pronto, Gerald se levantó balbuceando algo que no acabé de entender y echó a correr, dejando atrás incluso su chaqueta. Por su actitud, parecía que llegara tarde a algún sitio.

Me quedé allí sentado un rato más, en silencio, después de verlo desaparecer. Sin embargo, ya atardecía, y empezaba a quedarme frío, así que tomé el balcón y me levanté. Tal vez debería ir volviendo al palacio. No tenía muchas ganas de paseos nocturnos, y ya había caminado bastante.

*Se va*

Tras acudir al lago a comprobar las bajas, fui hasta la capilla a rezar un rato para los fallecidos. Luego salí a caminar.
La visión de tantos cuerpos jóvenes que no volverían a amar me había abatido. Había tantos nombres que no conocía, tantas damas a las que no podría liberar de los bandidos, tantos jóvenes que nunca hallarían a la mujer de sus sueños, y que no podrían vivir aventuras por el mundo... Y yo apenas había hecho nada. Incluso luchando, incluso ayudando con la reconstrucción hasta que se me agotasen las fuerzas, incluso tratando de mantener alta la moral de los compañeros... Pero ni todo aquello junto servía para cambiar más que una pequeñísima parte. Todavía no era el guerrero que deseaba ser, el noble que salvaría los corazones de cientos, ¡MILES! de personas.

Llevaba en el bolsillo la carta de mis padres y dos paquetes. No me había atrevido a abrir ninguno. Un día como aquel no podía, sin más, celebrar nada.

*se queda*

El lugar seguía hecho un desastre, pero con el paso del tiempo todo iba volviendo a la normalidad, dentro de lo posible. La reconstrucción del palacio seguía en marcha, y por lo que sabía se había identificado ya a la práctica totalidad de los muertos, algunos de los cuales habían sido devueltos ya a sus familias.

Por mi parte, dedicaba el día a participar en las obras, prestando mi ayuda allí donde era posible. Sin embargo, el trabajo era cansado, y hacia la hora de la cena me escabullí para relajarme un poco. Avanzaba en silencio, tranquilo, ignorando la lluvia y el frío, que hacía tiempo que habían dejado de importunarme. A lo lejos, en el prado, distinguí una figura y la escruté.

Tratando de ser silencioso, di rápidamente la vuelta, escapando del lugar. Tal vez debería limitarme a cenar y volver al trabajo. Sí, eso sería lo mejor.

*Se va*

FdR.: El regalo de Cierzo es hacerle un cierzo >.o

Tras un buen rato caminando sin ver a nadie, ni a una sombra, pensé que lo más apropiado sería descansar. El día había sido duro, y el anterior más todavía, por no hablar del anterior a aquel, que había sido el del ataque, pero que parecía tan reciente para mí. Sabía quienes habían muerto, pero no sabía cuáles de los guerreros habían sido heridos. Me pregunté, sin embargo, si una visita a la enfermería no sería desagradable para los que se estuvieran encargando de ella. Al fin y al cabo, tenían que estar bastante ocupados. Mi padre siempre me había dicho que en la guerra los que más trabajaban eran los médicos, y las que más sufrían las viudas. Por aquello mismo a mí me había tocado consolar a unas cuantas.

Quizás Telma siguiese en los establos, pero no me apetecía ir a aquel lugar, aunque no estaba demasiado lejos. Prefería andar un poco más, recogiendo algunos desperfecciosos.

*se va*

Atravieso el prado con paso ligero, trotando llena de barro hasta las cejas. Me he agenciado una capa, pudiendo evitar mojarme parcialmente, pero noto agua hasta en los jodidos pezones, por lo que supongo que al final no ha servido para tanto. De todas formas, ahora mismo eso no es importante. Tengo que entrenar, y ya está.

Correr a través del terreno, blando y asqueroso debido a las recientes lluvias, es más difícil que correr sin más. Eso es bueno, supongo. No solo es asquerosamente de día y la lluvia me da en la cara, obligándome a estrechar los ojos, sino que además tengo que tener cuidado de no pisar donde no debo y resbalarme como ya me ha pasado hace un rato. Todavía noto el sabor a barro. Qué asco, por Mithos...

Ya estoy bastante cansada, pero debo aguantar un poco más... Aunque los jadeos se me escapan... Y como pille un resfriado no voy a poder volver a hacer ejercicio por una buena temporada, la puta...

Tras considerar que he hecho suficiente, regreso al palacio, aún trotando. Estiraré un poco y me daré una buena ducha caliente.
Frikka, estás que lo rompes...

*se va*

La lluvia me caía noblemente sobre la capucha, salpicando mi cara heroica, pero sombría. Había visto un rosal por el prado hacía tiempo, uno grande y noble, de hojas fuertes. El año anterior no tuve la posibilidad de verlo florecer y, como si se tratase de un individuo especialmente poderoso, parecía querer adelantarse a la primavera, pasando por delante de sus congréjenes. Sin embargo supongo que con las lluvias no habría florecido ni uno de sus hermosos capullos. Teníamos una de rosas blancas al lado de casa, pero parecía imposible que viese pronto los colores de esta mata.

Cuál fue mi sorpresa cuando, al llegar, vi que quedaba una sola rosa, cerrada e intacta. ¡La planta había sobrevivido! Claro... Al fin y al cabo la rosa era la nobleza y el amor. No podía morir así como así. ¡Y menos aún a tan poco tiempo del día de los enamorados!
La rosa, como el amor, era fuerte.

Me acluiquillé junto al rosal y tomé un par de palos, que usaría, junto con mi capa, para proteger aquel pequeño árbol del viento y el agua. Debía proteger la última de sus flores. Debía evitar que nada ni nadie la hiriese. Al fin y al cabo, mi deber era proteger. No en vano era un noble Dehnel.

Suspiré, empapado, una vez acabé de taparla y contemplé mi obra. ¿Sería acaso roja, como la pasión? ¿O tal vez violeta? Seguramente "verde" no sería la respuesta...

Con aquella pregunta en mente, chapoteando en el lodo, regresé al palacio.

*se va*

FdR- Que nadie me robe el regalo, eh e.e Comprad pulseras o algo

Al agacharme junto al rosal vi que la rosa ya no estaba. Seguramente el frío la había destruido... Vaya vida más triste la de una rosa premastura en invierno. No llegaba ni a nacer, atacada por la nieve. Quizás la había protegido mal, y por eso ya no estaba.

Tomé mis cosas y eché una última mirada al rosal. Luego, cabizbajo, regresé en dirección a Brontë. Al fin y al cabo, las cosas no siempre iban bien.
No había logrado protegerla del frío...
Quizás nunca lograría conocer cuál hubiera sido su color.

*se va*

Troto desanimadamente por el prado. Los pies se me hunden en el lodo y me da un asco terrible. Además, apenas puedo ver debido a la luz, ni entre bostezo y bostezo. No sé ni cómo estoy despierta, creo que es mi récord, pero supongo que es normal. Con el rollo del ataque de asma llevo un par de días acostándome pronto, y al final estoy consiguiendo cambiar mi horario.
¿Para qué? Para que si vuelvo a casa de visita alguna vez pierda todo el esfuerzo que estoy haciendo en un par de días.
Tócate los huevos.

Eso sí... Si mi padre me viese corriendo, incluso bajo la lluvia, practicando con la katana y haciendo deporte a diario no se lo creería. Cuando haya hecho algunos méritos más, supongo que iré a casa a saludar. Por ahora, con la carta les llega y les sobra.

Aprovechando que el claro no tiene demasiados desniveles, escojo una zona especialmente lisa y me pongo a practicar esprints. Los pies me resbalan en el barro cada vez que intento hacer un giro cerrado, pero es agradable. Siempre me gustó corretear por el monte, manchándome de barro. A veces, al cumplir años, una olvida esas buenas cosas.

Dedico un buen rato a correr, primero en línea recta, luego en zig zag, probando algunas fintas, agachándome, saltando, como si tratase de evitar a un enemigo que pretende agarrarme. Cada vez que me siento fatigada, troto un rato, para recuperar el ritmo cardíaco.

Tras un buen rato me encuentro jadeando, pero de mejor humor. Si aún va a ser que al final, por encima de mi vagancia, me gusta hacer ejercicio.

Estiro un poco y me voy a dar una ducha. Huelo a rayos.

*se va*

Llueve un poco, pero no me importa. Aunque ahora ya no sé para qué cojones me he duchado. De todos modos, trotar un poco me vendrá bien para bajar la comida, calentar y no ir al entrenamiento a hacer el puto ridículo.
No me esfuerzo demasiado, pero mantengo un ritmo constante, sin parar, durante varios minutos. Mi asma ha mejorado, lo noto. Sé que no es algo que pueda curarse, pero con mejor forma física parece que me desenvuelvo con más normalidad. Aunque sigo siendo una enclenque.

Me aburro de correr a los quince minutos, momento en el que me da por subirme a un árbol, a una rama baja. Me cuelgo boca abajo, doblando las rodillas para hacer de tope, y extiendo las manos, tratando de alcanzar el suelo. La gravedad ayuda a estirar las vértebras. Después de eso, aún colgada, hago una serie de cincuenta abdominales y me bajo.

Hoy debería practicar algo nuevo. Quizás alguna finta... Aunque esa clase de cosas no quiero hacerlas con testigos. Mejor, entonces...

*se va*

Ya estamos cerca de la puerta, y la verdad es que la misma idea que le parece a Rick tan apetecible empieza a tentarme a mí también. Hace unos cuantos días que no como un buen plato de carne, y no puedo negar que lo echo de menos. Voy, por tanto, pensando en qué pediré.

Es entonces cuando veo una figura un poco más allá. Mithos, sí que se da prisa la gente en salir. Aunque, bien pensado, es perfectamente comprensible, después de semejante estación de lluvias. Yo, por mi parte, estoy más preocupada por la cena.

Contengo una mueca al ver que el paseante es Gerald. Qué agradable coincidencia. Espero que, al menos, hoy no esté tan borracho como la última vez.

Lo saludo con un gesto de cabeza, sin decir nada ni hacer amago de acercarme.

Nos detuvimos al ver a alguien. El estómago tiraba de mí hacia dentro, pero llevaba mucho tiempo en los establos y la verdad era que por saludar al bueno de Gerald no iba a pasar nada malo. Hacía ya tiempo que no me lo encontraba (normal, por otra parte).

-¡Gerald! -exclamé, cruzándome de brazos, sonriente, y sacando un poco de pecho-. Buenos ojos te vean. ¡Por fin para, eh! Aunque esta noche fue dura.

Quizás querría acercarse al comedor, también. ¿No era su intención invitar a Lea a cenar aquel día? No era lo mismo conmigo, pero no estaban las cosas como para andarse con exigencias, después de todo lo que había pasado.

Si el ver venir a Gerald totalmente decidido en nuestra dirección no es suficiente para hacer que me resigne, pronto queda claro que no tengo otra opción, pues Rick lo saluda con entusiasmo. Si es que dan ganas de llevarse las manos a la cabeza. ¿Pero no le he dicho que no me llevo bien con el chrysos? ¡Al final va a ser que da igual que le hable a una piedra!

Esbozo una sonrisa evidentemente falsa cuando Gerald me saluda, y no hago más comentarios. Por supuesto, no pierde tiempo en empezar a tocar los ovarios, que es lo que le gusta. Me limito a un insulso encogimiento de hombros. Diga lo que diga, va a volverlo en mi contra, así que prefiero no responder. Tampoco es como si me importara demasiado su opinión respecto a mi vida.

Miré de reojo a Lea y entonces me di cuenta. ¡¡Por Mithos!! Creí que simplemente no eran amigos, pero aquella expresión... Sentí que algo en mi estómago se encogía. Quizás era el hambre. ¡¡Siempre siendo un innoble, Rick Dehnel!! Pero no podía ser desagradable con él sin más después de saludarlo así. Y a lo mejor Lea, simplemente... ¿Quería estar a solas conmigo? Podía ser... Había estado de bastante buen humor en los establos, los dos solos... Y entonces podía ser que...

El comentario de Gerald me hizo fruncir el ceño un momento. ¡Decir aquello delante de ella era como delantarme! Pronto sonreí de nuevo, sin embargo, avanzando un poco más hacia él, en la misma postura.

-No, para nada. Solo comprobando el estado de los exteriores, ya sabes. Apetecía salir a estirar las piernas un rato. Pero íbamos a entrar ya, que empieza a anochecer, así que supongo que nos veremos en otro momento, eh.

Gerald creería que simplemente quería estar a solas con Lea. ¡Era lo normal después de la conversación de la biblioteca! Y ella podría recuperar su buen humor. Y no habría metido la pata tanto. ¡Todo sería noble y perfecto!

Buen intento, Rick. O tal vez, mejor, intento a secas, porque de bueno no tiene mucho. Me fascina la completa tranquilidad con la que actúa, tan directamente. En su actitud hay algo que me sugiere que tal vez esté buscando otro puñetazo. Por si acaso, me voy concienciando al respecto.

Lo miro con gesto serio, imperturbable. Sí, sí, blabla, qué bonito y florido todo. Cuando intenta cogerme la mano, la aparto de un manotazo.

Afianzo mi sonrisa, que sigue siendo venenosa.

-No vas a convencerme, Gerald -replico, con tono similar-. Me consta que nunca has sido caballeroso, no vas a arreglar nada con semejante estupidez. Y al ritmo que vas, no tiene mucha pinta de que vayas a enmendar nada -amago un puchero, con gesto dramático-. Es más útil si te limitas a perderte por donde has venido.

Si vamos a jugar a ser directos, yo también quiero participar.

Lo vi venir hacia mí y pasar de largo. Me volví enseguida, acercándome un poco, más serio que antes. ¡Maldito Rick Dehnel! Sabría mucho de defender damas y derrotar dragones, pero a veces metía la pata de una forma bastante ridícula, la verdad.
Me tensé un poco al ver cómo iba a tocarla. Ella apartó la mano. Aquello era muy extraño. Él era simpático y ella lo rechazaba. Había tenido que suceder algo...

Miré un segundo a Lea, y luego de nuevo a Gerald. Tenía la sensación de no entender nada. Pero el ambiente no me gustaba demasiado. Y aquello de ser o no ser un caballero no me estaba sonando demasiado bien. De otra cosa podría no saber mucho, pero de caballeros... De caballeros Rick Dehnel sabía bastante.

Avancé hasta ponerme junto a Lea, dejando un leve espacio entre ambos, con gesto serio y calmado, aún con los brazos cruzados, estirado. Esperaba que lo que ella había dicho bastase para que Gerald decidiese despedirse. Así todos estaríamos tranquilos. Aquello era lo que hacían los caballeros, al fin y al cabo.

Arqueo una ceja. Hay que ser caradura. Ahora vamos a hablar en términos de amabilidad. Muy bien. Hago una exagerada reverencia.

-Oh, disculpe su alteza, creí que después de la última vez había quedado claro que tenía derecho a decidir cuándo admitía contacto -replico.

Veo venir por dónde va salir de un momento a otro, pero tampoco me importa mucho. No va a conseguir gran cosa con eso. Pese a ello, fuerzo una carcajada incrédula ante su siguiente comentario, tan previsible.

-Perdona, me he perdido, ¿las amenazas también forman parte del intento de disculpa? -satirizo. Es curiosa la rapidez con que consigue sacarme de mis casillas-. A ti tampoco es que te venga de perlas, Gerald, no sé si te has dado cuenta. Riesgos aquí los sabemos tomar todos, no tienes que intentar cubrirme las espaldas.

No entiendo muy bien qué pretende ganar. Porque, evidentemente, no gana nada en absoluto. Ponerme más en su contra no le da precisamente oportunidades de sobarme, que por lo que sé es lo que más le interesa, y en cambio le da opción a crearse enemigos con una facilidad pasmosa. No me pasa desapercibido Rick, a mi espalda. Me pregunto quién va a ser aquí el primero en saltar. Porque lo que es evidente es que alguno de los tres acabará saltando.

Fruncí ligeramente el ceño cuando Gerald habló. No me estaba gustando aquello. Me sentía culpable. Daba la sensación de que fuesen a golpearse o algo por el estilo, y aquello no debía suceder entre compañeros. Incluso me había contenido con aquella claritas, Ío, por algo. Por que era una dama, sí, pero no lo parecía. ¡Era porque no había que generar el caos entre compañeros! Mi espalda todavía me lo recordaba.

No sabía qué estaba pasando exactamente. Pero lo que sí estaba claro era que Lea no fingía aquella amabilidad hacia Gerald, aquella simpatía del principio, de las cuadras... ¿También le había dicho él que le gustaba y ella había abierto la puerta hacia la verdadera Lea?

Carraspeé, incómodo, reajando los hombros y el rostro. No quería ser yo el que hiciese aquello más incómodo.

-No tengo claro qué pasa -murmuré, sereno, clavando los ojos en el chrysos-, pero deberías ser más caballeroso con tus compañeros -. Sonaba algo frío y seco, sin quererlo. ¡Yo solo quería calmarlos, por Mithos! Pero aquella tensión me superaba.