Mirador de la Torre

Asiento bruscamente, frunciondo levemente el ceño, pero sin mostrarme agresivo. Más bien, severo. No hago comentarios en relación a lo primero que dice. En su lugar, respondo a lo siguiente.

-Clarro que Dorrna me dijo que vendrrías, perro no me dijo en qué momento. Y me lo dijo hace tanto que llegué a crreerr que había sido una brroma o así.

Tomo el saco y observo su interior con curiosidad. Mis ojos se mantienen sagaces, cuerdos. Tras revisarlo todo, vuelvo mis ojos hacia Sendall y asiento.

-Esta todo, sí. Sé que te corrre prrisa, así que trratarré de darrme toda la que pueda, perro es un trrabajo lento.

Cuando me vuelve a abrazar, lo atraigo hacia mí, rodeándolo con mis fuertes brazos, pero sin hacer demasiada presión.

-¿Cómo está Dorrna? -pregunto con un matiz cariñoso en la voz.

Lo miro sereno, evaluando sus palabras. Quizás tenga razón. La verdad es que nunca he hecho esto y no estoy seguro, pero transmitirle inseguridad a él no está bien. No es lo correcto.
Revuelvo su cabello con cariño y una sonrisa sesgada, algo triste, asomando bajo la barba.

-No te prreocupes. Todo eslo adecuado. Es perrfecto. Va a salirr bien. Me veo perrfectamente capaz, y si necesitase ayuda Arren no tendrría prroblema en dárrmela.

Asiento, convencido de mis palabras. Luego lo atraigo de nuevo, hacia mí, abrazándolo esta vez con más seguridad. Parece el tipo de abrazo que darías cuando proteges a alguien.

Suspiro y cojo el saco. Tiene razón, y ya no tiene diez años. Ahora puedo dársela, y es capaz de rebatir mis argumentos. Ya no es un crío.
Creo que le debo una disculpa.

Por el momento, es un alivio saber que está bien. La próxima vez que lo vea intentaré ser un poco más amable. Me recuerda a Dorrna... Quizás por eso soy tan duro.

Lo mejor será que haga esto cuanto antes. Ya tendré tiempo luego de todo lo demás.

*se va con el saco*

No puedo dormir. Me he despertado dos veces desde que me acosté y al final he zanjado eso. Tras varias vueltas en la cama, más de las que me han resultado agradables y he podido soportar, la incomodidad y otros motivos diversos me han sacado de la cama y traído a este lugar en el que se respira un poco más de aire fresco. Estos días ha hecho bastante más calor y se agradece.

Me siento en el cielo, mirando hacia arriba, contemplando las estrellas y la luna, que está inmensa. No parece llena del todo... Le falta como un trozo, no muy grande. Parece menguante.

Enorme. Blanca. Inmensa y luminosa como un ojo gigante que me mira y me juzga. 
Y tumbado, concentrado, disfrutando de la belleza de todo, solo logro preguntarme cosas filosóficas y tristes.

*se queda*

Lluvia salió a dar una vuelta por Palacio. Había intentado dormir, pero las pesadillas que tenía no le dejaban descansar demasiado. Así pues, tras despertarse por tercera vez, había decidido que dar un paseo podría ayudarla. Hacía mucho que no tenía pesadillas, pero pensaba que, si se cansaba demasiado, no debería tener demasiados problemas después. O al menos eso esperaba. Además, la habitación ahora se le antojaba ligeramente temible, como si hubiese un monstruo debajo de alguna cama, o algún bandido escondido en algún baúl. 

Al girar por un pasillo, Lluvia se encontró con unas escaleras que no recordaba haber subido antes. Tras contemplarlas con curiosidad durante unos segundos, las subió, preguntándose adónde darían. 

El final de las escaleras dio paso a una especie de mirador. Lluvia, sorprendida, alzó las cejas. Se había imaginado que aquellas escaleras darían a un espacio cerrado, no a la zona descubierta de una torre. Pese a ello, la aether no bajó las escaleras, sino que se adentró en el lugar. No hacía demasiado frío y, además, estaba segura de que desde allí podía ver grandes paisajes. 

Tras dar un par de pasos, Lluvia descubrió que Jun, el claritas, también estaba allí. El muchacho estaba tumbado en el suelo, observando el cielo. Parecía pensativo. Lluvia se preguntó qué estaría haciendo allí a esas horas.

—Buenas noches...

Las constelaciones, estrellas que forman figuras, cuentan miles de historias que el hombre ha creado a lo largo de los siglos, mirando a las estrellas y recopilándolas, tratando de entenderlas. Mis ávidos ojos las recorren, ubicando de cuando en cuando algunas de las susodichas, y hallando en el recuerdo una de esas historias que alguna vez me han contado, o he leído, o simplemente mi mente se inventa para salir del paso.

Una voz me hace volver en mí.

Me incorporo y veo a Lluvia. Le sonrío y la saludo con la mano. No la he visto más de una vez, pero se me hace, en cierto modo, familiar, y no me siento excesivamente tímido en su presencia.

Lluvia sonrió ampliamente y dio un par de pasos hacia delante, acercándose al claritas. Sólo lo había visto una vez, pero Jun le caía bien. Le parecía simpático, agradable. Hablar con él se le hacía más sencillo que hablar con su maestro, por ejemplo. 

—¿Qué tal estás? —inquirió. Luego ensanchó la sonrisa—. ¿Qué haces aquí? 

Realmente le intrigaba el motivo por el que el claritas estaba ahí, más que nada por lo tarde que era. A lo mejor, pensó, Jun tampoco podía dormir. Lluvia frunció levemente el ceño. ¿Tendría él también pesadillas?

A su pregunta, a la primera, asiento energético, ensanchando la sonrisa. No es que sea mi mejor día, pero ver a alguien me anima bastante, por lo que puedo decir sin reparo que estoy bien.
Para responder a la segunda, señalo al cielo, observando de nuevo el manto de nubes y de estrellas, y no pudiendo evitar sonreír un poco más, repentinamente cautivado por lo hermoso de las vistas.

Mis ojos se cruzan de nuevo con los de ella. ¿Qué pensará de las historias de las constelaciones? ¿Le gustarán las estrellas?

Hago referencia a ella, adelantando rápidamente la barbilla, interrogante. Pensándolo bien, si ha venido a estas horas, especialmente por no ser caeruleus, quizás venga a hacer algo importante y la esté estorbando.

Lluvia ensanchó la sonrisa. Parecía que el claritas, a diferencia de ella, sí que estaba animado. Entonces, pensó, no podía estar ahí por las pesadillas. La gente feliz no tenía pesadillas. 

Alzó la vista al cielo cuando Jun lo señaló y, sonriente, contempló las estrellas. Sin duda, las vistas desde ese punto eran bonitas. Lluvia no sabía demasiado de constelaciones, pero le gustaba ver las estrellas. Aunque, por otro lado, también le asustaban un poco, tan grandes y distantes. Se preguntaba qué había más allá, si alguien lo sabía o si era imposible saberlo. Realmente, le parecían enigmáticas. 

—Son bonitas —murmuró, bajando la vista para mirar al claritas. Luego, cuando él las volvió a señalar, asintió y volvió a observarlas. Curvó ligeramente los labios—. A mí me gustan. Aunque a veces me asustan un poco... Pero son bonitas. —Miró a Jun y se encogió de hombros—. Aunque tampoco sé demasiado de ellas...

Sus palabras, he de admitir, me despiertan cierta curiosidad. Es interesante descubrir cómo ve el mundo cada guerrero. Todos son personas tan diferentes que sorprende, y como ellos, sus propias percepciones también cambian.
Saco velozmente mi pizarra y escribo en ella, mostrándosela al acabar, haciendo casi más preguntas mis ojos que los propios signos gráficos diestramente dibujados en la tabla con tiza.

"¿Te asustan?"

Lluvia se encogió de nuevo de hombros. No estaba segura de que fuese capaz de explicar por qué le asustaban. Simplemente, le asustaban. Ni tan siquiera le asustaban las estrellas en sí mismas, sino algo diferente, aunque no tenía muy claro el qué.

—No sé explicarlo muy bien —admitió. Luego suspiró—. Realmente las estrellas no me asustan, es decir, lo que es la estrella en sí. Pero me asusta que haya estrellas. —Frunció levemente el ceño—. No. Eso tampoco. No. Lo que me asusta es no saber por qué hay estrellas, o qué hay dónde están las estrellas. 

Alzó la vista al cielo. Las estrellas le recordaban a los ojos, a unos pequeños puntitos que lo observaban todo. Aunque eso, evidentemente, no tenía ningún sentido.

—Y me recuerdan a unos ojos o así.

Mientras la escucho miro de nuevo al cielo. Si supiera más de estrellas le podría dar una respuesta, quizás, aunque dudo que sea lo que quiere oír y, además, poco sé de ellas más allá de alguna historia o de las constelaciones más importantes, o de las que hay que seguir si te pierdes.

Realmente parecen ojos. No puedo evitar sonreír al imaginar el cielo como una manta llena de ojos que nos miran, como si fuésemos sujetos de experimentación.
La sonrisa se desvanece al pensar esto último.

La miro de nuevo, tratando de apartar eso de mi cabeza.

"¿Por qué no duermes?"

La miro, intrigado.

Lluvia suspiró y observó, de nuevo, el cielo. Pese a que no tenía ningún sentido, no podía evitar pensar en miles de ojos al ver las estrellas. Se preguntó, en ese caso, si les parecería interesante lo que verían. Sería, en caso de que realmente las estrellas fuesen ojos, como leer un libro que se está escribiendo. Esbozó una mueca. No era un pensamiento realmente agradable. 

Volvió a bajar la vista para leer lo que Jun había escrito. 

—Tengo pesadillas —susurró, mirando al claritas. Luego se encogió levemente de hombros—. Pensé que dando una vuelta luego me costaría menos dormir.

Su respuesta me preocupa un poco. AL fin y al cabo, es una guerrera, pero también una joven. Seguramente habrá visto cosas horribles en sus batallas y por la noche el cerebro le juegue las malas pasadas de recordárselas, convertidas en sueños espantosos en los que ve repetirse cientos de veces esos momentos que despierta quisiera olvidar por encima de todo.

"¿Qué pesadillas?"

Me atrevo a escribir el mensaje, aunque mostrarlo me cuesta un poco, pues me preocupa incomodarla o recordarle cosas indeseables, pero la curiosidad también me llama. Intento, por lo menos, poner cara de bueno.

Lluvia esbozó una mueca. No le gustaba recordar sus pesadillas. Para empezar, porque eran pesadillas; para seguir, porque no esperaba que la gente entendiese por qué determinadas cosas le daban miedo; y para finalizar, porque le costaba explicarlas, poner en orden las imágenes que había visto.

Suspiró y frunció levemente el ceño, intentando recordar los sueños tal y como pensaba que habían sucedido. Lo único bueno que le veía era que tenían puntos en común, así que no le costó demasiado reconstruirlos en su mente. 

—Soñé con monstruos muy grandes que me perseguían. Yo estaba sola, y no podía defenderme, así que me limitaba a correr, pero ellos eran más rápidos y al final acababan cogiéndome. —Miró al claritas—. Y cuando me cogían por los pies, me despertaba. En el primero no me daba tiempo a correr mucho, pero en el segundo y en el tercero sí. —Frunció levemente el ceño. De pronto, se había acordado de un detalle—. De hecho, en el tercero no me despertaba justo cuando me cogían, sino que me daba tiempo a intentar dar un golpe, pero sin éxito. Al final, supongo que me comerían o así...

No puedo evitar que se vea la pena en mis ojos. La pena por ella, que seguramente se haya batido con tantos monstruos que hasta en sueños la persiguen, solo que en ellos no va armada y la derrotan. En la realidad, sin embargo, parece bastante sana. De todos modos, tomo su mano un instante y la aprieto cariñoso, tratando de animarla, soltándola luego. Una sonrisa me acompaña en todo momento.

Si a mí me persiguieran monstruos sí que tendría miedo, tanto en sueños como en realidad. Menos mal que no puedo gritar porque seguramente no dejaría de hacerlo hasta quedarme mudo, como ahora.
Al final es como un pescado que se muerde la cola.

La observo.

Lluvia observó al claritas en silencio, esperando algún tipo de reacción por su parte. Imaginaba que Jun le diría que aquello sólo eran tonterías; que un guerrero no debía temer a esa clase de cosas, porque los auténticos guerreros saben defenderse y no van nunca desarmados. Sin embargo, el claritas, en vez de escribir algo, se limitó a tomarle la mano durante unos segundos, apretándola ligeramente, cariñoso. Lluvia no pudo evitar que un leve sonrojo acudiese a sus mejillas y, ruborizada, apartó la vista. Se le hacía extraño que le cogiesen de la mano. Durante unos segundos, se acordó del piscis que había visto en la huerta, Follow, pero no tardó en borrar aquel recuerdo de su mente. Aquello, a fin de cuentas, no había terminado bien. Al menos no para ella. 

Carraspeó. 

—Gra... Gracias...

Sonrío y niego. No merezco para nada que me dé las gracias. En todo caso debería dárselas yo por ser tan valiente y luchar contra monstruos mientras yo estoy leyendo encerrado en una torre o soy rescatado de manos de unos mercenarios sin hacer nada.
Suspiro.

"Yo soy bastante cobarde." "Si soñase eso no me" "atrevería a salir de la cama."

Ni a eso ni a nada. Por suerte, no he visto apenas bestias peligrosas, de modo que me es difícil soñar esos hechos traumáticos, aunque a veces, por la noche, vienen los recuerdos del secuestro.

"¡Podíamos dormir aquí!"

La miro sin poder contener la repentina emoción. Si acepta sería como... La primera vez que duermo bajo las estrellas. No me atrevería solo, pero con un guerrero al lado qué podría pasar.
Luego mi sonrisa se borra un poco.

"Quizás mejor otro día."

Aquí no tengo mantas, ni nada que evite que me coja el frío. Y puede resultar hasta peligroso hacerlo sin prepararlo previamente.

Lluvia curvó ligeramente los labios.

—Seguro que no eres tan cobarde... Además, tampoco creas que soy muy valiente.

Realmente, ella no era valiente; había cientos de cosas que le daban miedo. Si el claritas lo supiese, seguro que la idea que tenía de ella cambiaba. Pero, claro, ella, de momento, no tenía interés en decirle cuáles eran todas aquellas cosas, aunque tampoco quería que descubriese que le daba miedo pelear durante un combate, por ejemplo.

La proposición de Jun hizo que Lluvia alzase las cejas, muy sorprendida. No entendía por qué le proponía aquello. Ni tampoco por qué parecía tan ilusionado. A lo mejor, pensó, le hacía ilusión dormir ahí. O a lo mejor los dormitorios le daban mucho calor.

—Si... Si quieres... —murmuró, cohibida, bajando la vista al suelo. De reojo, leyó las siguientes palabras del claritas y se encogió de hombros—. Co... Como quieras...

Mi mente ya está volando por lugares lejanos al que pisan mis pies. Si invito a Massen Dew, a Lyam, a Fier, a Lluvia y a todo aquel que pueda a cenar, o algo semejante, y luego todos dormimos bajo las estrellas, y las miramos, y contamos historias... Podría ser un buen modo de ayudar a los guerreros a no tener miedo pasando una agradable noche al raso todos juntos. Además, ahora no hace tanto frío y parece el momento ideal. Desde pequeño siempre me pregunté cómo sería dormir de ese modo.

Mi ilusionada sonrisa me delata.

"Tengo una idea." 

Le tomo la muñeca y tiro de su brazo, pidiéndole que me siga adentro de nuevo. Mientras la arrastro con delicadeza, le expongo mi plan, preguntándome si será factible.

*se van*

Desde la torre, las vistas eran impresionantes incluso cuando estaba tan oscuro que no se podía ver. Arriba, un par de nubes tapaban un poco el cielo, pero la mayor parte estaba despejado. Una minúscula rendija de luna asomaba, como si estuviera espiando a alguien. Le dediqué una sonrisa cómplice.

Con paso tranquilo, me dirigí hacia las almenaras y, tomando impulso, me subí a una de ellas, asomándome y dejando colgar la cabeza. La altura daba impresión, la sangre se me subía a la cabeza y la piedra se me clavaba en el pecho, dándome una falsa sensación de ahogamiento.

Me concentré en buscar movimiento allá abajo, pataleando en el aire distraídamente.

*Se queda*

En uno de sus paseos nocturnos Zacharyas había decidido subir al mirador. Iba allí a veces. Le gustaba mirar el cielo y sentirlo cercano y místico, enorme, pero al mismo tiempo mirar hacia abajo e imaginar que, de pronto, caía y al llegar al suelo sus huesos se quebraban, crujiendo terribles, astillándose y clavándose en su carne, arrancándole sangre, dolor y muerte.

Una figura llamó su atención al llegar al lugar. Al ver la posición que ocupaba, el caeruleus no pudo evitar pensar que quizás no era él el único que fantaseaba con saltar desde las alturas. Pero esta idea le duró en la cabeza lo que tardó en reconocer la figura, que no fue demasiado.
Sigiloso, trató de acercarse y poner una mano firme en su espalda, deseando sentir el miedo que Stalon sentiría si se veía caer, aunque preparado para sujetarla si había cualquier contratiempo.