Mirador de la Torre

Había acabado por cerrar los ojos. Sentía calor y hormigueo por toda la cara, una extraña sensación de mareo y sopor. Por otra parte, sentía latir mis sienes con fuerza, remarcando la cantidad de sangre que se me acumulaba. La parte de mi cuerpo en contacto con la almenara estaba entumecida, y había dejado caer las piernas muertas, sin siquiera patalear ya.

Al cabo de algún tiempo de extrema quietud, sentí de pronto un contacto que me empujaba un poco más hacia delante. El primer efecto que sentí a ese respecto fue mi cuerpo clavarse más contra la piedra, cortándome del todo la respiración. A continuación vino la sensación de caer y el subidón de adrenalina, ante el cual cerré los ojos con más fuerza y eché los brazos hacia el vacío. Por último, sobreponiéndose a mi falta de aliento, me invadió una extraña carcajada.

Zacharyas no ocultó una sonrisa al oír aquello que exhaló la joven, que pareció una risa, y acarició entonces su cabello con la mano libre. Se alegraba de que estuviese mejor que la última vez que la había visto. Aunque lo veía normal. Ya había llovido desde entonces.

-Buenas noches -le dijo con su áspera voz, retirando su huesuda mano de su cabello, pero no la otra de su espalda, que ya no la empujaba, pero estaba preparada para aferrarla si se precipitaba al vacío.

Una voz conocida me hizo mantener mi sonrisa, antes de darme la vuelta de un impulso. Por un momento, estuve a punto de perder el equilibrio y caer de espaldas, pero logré estabilizarme.

Observé desconcertada la figura que tenía delante. ¿Qué era aquello? Desde luego, no la sombra que esperaba encontrar, aunque apenas veía nada.

Desvíe la vista a la piedra de la almenara y la rasqué un momento con la uña, ignorando totalmente la figura que tenía delante. Pasé así algún tiempo, hasta olvidarme de su presencia. Fue entonces cuando la percibí por el rabillo del ojo y me volví, de nuevo entre sorprendida y desconcertada.

-Hablas como el chiquillo.

Ella, como muchas otras veces, se tomó su tiempo, realizando varias acciones antes de hablar. Hasta parecía que se había olvidado de él y, simplemente, seguía con su vida sin más.
Zacharyas esperó paciente hasta que fue su momento, pero lo que ella le dijo le hizo extrañarse. Con las cejas curvadas hacia abajo, desconcertado, la escudriñó.

-Soy Zacharyas -afirmó seguro, curioso, aunque con cierto tono de rareza.

Fruncí el ceño y entrecerré los ojos, desconfiada. Algo estaba raro.

-Cuchara -afirmé con rotundidad.

De un salto, me bajé de la almenara y avancé la poca distancia que nos separaba, abrazándome a su pantalón. Miré hacia arriba. Echaba en falta el techo de tela.

Tras soltarlo, alcé las manos, buscando la suya, y repasé su palma con la punta del dedo índice.

-Bueno, eso dicen todos -repuse, negando con la cabeza. Posé un suave beso en la palma y volví a la almenara, para subirme a ella y recuperar mi posición.

El caeruleus la miró con extrañeza, meneando un instante la cabeza, gesto solo reconocible por el rápido balanceo de su pelo.

-Ojo... -respondió, no muy convencido.

Las cucharas eran herramientas perfectas para arrancar ojos. Al menos las de postres, pues las de sopa eran demasiado grandes. Las de postre eran ideales... En tamaño, en forma, en dureza... De pronto se le ocurrió que le encantaría probarlo. Quizás con los ojos de la mujer del claustro... Así lograría, pensó, sacarlos intactos.

Ella se abrazó a sus piernas en lo que él pensaba, gesto al que el extraño hombre correspondió hurgando con sus huesudos dedos en el cabello de la parvus, como si enterrase la mano en la tierra.
Luego ella buscó su mano libre y le dio un beso en la palma. Él la cerró, atrapándolas ambas, aunque la dejó ir cuando ella quiso recuperar su posición.

-¿Qué dicen todos? -inquirió, curioso, observando su espalda.

Desde mi posición, balanceaba los pies al ritmo de una cancioncilla que solo existía en mi cabeza. Como un gesto reflejo a su pregunta, me llevé un dedo a los labios y comencé a repasármelos, con la mirada perdida en algún punto del cielo nocturno.

-¿Hay alguien?

Miré por encima de mi hombro las vistas oscurecidas por la noche. Apenas se distinguía nada más allá de alguna luz encendida. De pronto, como movida por un resorte, me volví hacia Zacharyas.

-¿Dice quién?

Zacharyas, confuso, la escuchó preguntar, sin saber a qué se refería en ninguna de las dos ocasiones, sintiéndose algo perdido. Contrariado, decidió no preguntar nada, pues parecían estar en un bucle de caos y no quería llevarlo más allá.
Negó suavemente.

-No sé. Nadie, supongo -murmuró, casi para sí.

Se acercó entonces también al borde y se inclinó hacia adelante para observar el abismo. Enseguida sintió esa urgencia por saltar y estrellarse contra el suelo que a veces lo asolaba.

¿Miraba ella algo?

Atraje el labio inferior hacia el interior de la boca, chupeteándolo distraídamente mientras seguía los movimientos de Zacharyas. Cuando se acercó a las almenaras, me giré hacia fuera para observar el espacio.

-Es muy negro. Parece que te caes y nunca llegas abajo. ¿Abajo tampoco hay nadie? Arañitas...

Arrastrándome sobre mi "asiento", me fui acercando a él, hasta que decidí ponerme de pie en la piedra y agarrarme a su hombro, asomándome más para mirar abajo. Era una sensación curiosa.

-Abajo vivo yo.

Zacharyas torció una sonrisa algo triste al escuchar las palabras de la parvus. Cualquiera hubiera podido ver, si pudiese ver en aquella negrura, una huella melancólica en su expresión. Casi parecía envidia.

-Yo veo perfectamente el suelo -dijo, no supo bien si para él o para ella, sin dejar de mirar hacia abajo-. Me gustaría ver a través de tus ojos.

Sintió su contacto en el hombro, viéndola de pronto (no se había dado cuenta del movimiento) puesta de pie sobre la piedra. Entonces, aunque poca relación tenía lo uno con lo otro, recordó las palabras que había tenido con Rick Dehnel en su último encuentro y miró esta vez hacia el cielo.
Carraspeó.

-¿Te gusta hablar? -preguntó. Se le notaba algo inseguro al hacer la pregunta.

Me eché un poco encima de él y le tapé los ojos con las manos.

-Yo veo así -expliqué-. Y es negro.

Aparté las manos de sus ojos, echándolas hacia atrás y dejándolas en su pelo, usando así su cabeza como punto de apoyo. Volví a mirar abajo, fascinada.

-Hablo. Hablo. Hablo. Ayer vi un niño que era negro y no hablaba y tenía la lengua bonita y su tesoro no le dejaba hablar. Era un buen tesoro. Yo hablo y tengo calorcito aquí -me señalé la garganta-. Él tenía el tesoro.

Sonrió al sentir las manos cubriendo sus ojos. Como con la cuchara, ella seguramente podría introducir sus pequeños dedos en las órbitas del caeruleus y quitarle los globos oculares. Aunque luego Zacharyas pensó que le gustaba ver, así que prefería seguir teniendo ojos. ¿Cómo iba a disfrutar de la visión de la muerte sin ellos?

Cuando la parvus habló al caeruleus del niño él no pudo evitar pensar en la mujer extraña. La chrysos sin nombre... Y su extraña actitud.

-Yo vi a una mujer que me resultó escalofriante... -murmuró, de nuevo casi para sí, extrañándose de pronto al ser consciente de que usaba el miedo como algo malo, por una vez.

Carraspeó, nervioso.

Me separé de él, aún en pie sobre las almenaras, y extendí las manos hacia él por encima de mi cabeza, con una extraña sonrisa y moviendo los dedos individualmente. No pude evitar una pequeña risa.

-¿Y yo? -pregunté.

Sin esperar una respuesta, me giré y me senté de nuevo, con los pies colgando hacia el vacío.

-A Ayne le gusta hablar. A Zacharyas le dan miedo las mujeres.

Zacharyas se notó enrojecer ligeramente, avergonzado, pero fue capaz de negar con cierta entereza. Pese a todo, no estaba seguro de que ella pudiese identificar correctamente el gesto.

-No me resultas escalofriante... -murmuró con vergüenza. Carraspeó, incómodo.

Stalon le resultaba extraña, confusa, compleja, energética... Muchas cosas. Pero no escalofriante. Escalofriante había sido la chrysos.
Se peinó el flequillo hacia delante, escondiendo sus ojos todavía nervioso. La siguiente afirmación de la muchacha lo dejó sin saber bien qué decir, por lo que no habló, en principio. Solo la miró fijamente, sintiéndose algo ridículo por no poder desmentirlo.

-Tenía un aura -. Carraspeó- extraña -dijo al fin, tratando de sonar resuelto.

"E invadió demasiado mi espacio", pensó, sin atreverse a decir eso.

-¡ERA UN DRAGÓN! -grité de pronto, con entusiasmo.

Seguía con la vista clavada en el vacío. Avancé un poco más hacia el borde, con creciente curiosidad. ¿Había algo allá abajo?

-¿Si te caes, qué pasa? ¿Luego flotas?

De nuevo, avancé un poquito más, sintiendo un cosquilleo de nerviosismo recorrerme. El vacío era divertido.

Zacharyas esbozó una sonrisa. Aquella chrysos difícilmente sería un dragón, pero no le sorprendería que se pudiese enfrentar a alguno con aquella mirada.

-Te hubiesen gustado sus ojos -dijo él, distraído, recordando que había pensado aquello mismo al haberlos visto.

Zacharyas observaba el cielo cuando esuchó las extrañas preguntas de Stalon. La miró curioso y notó que había avanzado un poco. Parecía tan fácil que cayera...
Desde el estómago, una especie de hormigueo ascendió hasta su garganta. Seguramente sería bello verla caer. Y empujarla parecía tan sencillo.

-No flotas. Te estrellas -dijo con un tono extrañamente encantado, como si la idea lo emocionase.

De nuevo, avancé un poquito más hacia el borde. Ya ni siquiera mis glúteos estaban totalmente apoyados en la piedra. Sentí correr una brisilla entre mis pies, sin dejar de mirar abajo.

Alcé la vista, de pronto, al cielo, al oír a Zacharyas. Señalé a lo alto.

-No. Estrellas ahí.

De reojo, miré de nuevo abajo. Negro.

Zacharyas observó hipnotizado cómo ella se acercaba más y más al borde. No hacía falta que la empujase, pensó excitado. Ella misma se acercaría más y más hasta que la superficie no bastase para sujetarla. Luego caería. Quizás, imaginó, sus uñas arañarían la piedra en pos de un agarre, percatándose del error, y se partirían, y sangrarían sus dedos, pero no encontrarían superficie a la que asirse. Quizás simplemente, como una inconsciente, ni siquiera tuviese el instinto de agarrarse a algo y cayese sin más, tal vez feliz, disfrutando del que sería su último paseo. Y, fuese cual fuese la opción, su cuerpo acabaría en el suelo, formando un charco de sangre, destrozado, con las vísceras brotando de sus nuevos agujeros y desparramándose sangrientamente. Y sus ojos abiertos y vacíos mirarían el cielo estrellado opacos y ausentes. Y cuando él bajase a comprobar su estado lo observarían a él, tristemente apagados. Y su pequeño cuerpo deformado tendría formas que él jamás había visto. Qué curioso.
Y no diría más cosas extrañas. Ni saltaría de un lado para otro. Ni tomaría su mano o agarraría su cabello.

La agradable sensación que el caeruleus sentía en el vientre se detuvo de pronto, volviéndose fría e incisiva como una puñalada. Cuando se quiso dar cuenta, su brazo había rodeado la cintura de la parvus y la había atraído firmemente hacia sí, pegándola a su cuerpo, sin bajarla de la roca.

Cuando se acordó de hacerlo, respiró.

Me sentí de pronto cogida y arrastrada hacia atrás, hasta dar con mi espalda con el cuerpo del chiquillo. Como un animalito, apoyé ambas manos en el brazo que me tenía sujeta y miré hacia arriba, interrogante.

Sonreí.

-¿Y un pájaro?

Apreté el brazo sobre el que se apoyaban mis manos y me recoloqué, acomodándome contra él.

-Los pájaros pueden volar -dijo él, sintiéndose enseguida algo cortante, al repasar mentalmente su tono.

Zacharyas, usando su brazo, levantó a la pequeña y la depositó en el suelo, acuclillándose luego para mirarla fijamente a los ojos, como si quisiera estar seguro de que lo escuchaba. Lo cierto es que la idea de verla despeñada no se le hacía tan agradable al pensarla bien como en un principio.

-No quiero que seas un pájaro.

Carraspeó. Estaba algo incómodo. No quería darle ningún tipo de sermón, pero realmente le asustaba que hubiese pasado algo. Y eso era extraño, pues Zacharyas disfrutaba esas cosas.

Acarició su cabeza con una mano, esbozando una sonrisa triste.

-Me da miedo que seas un pájaro...

Me llevó al la zona interna del mirador, dejándome en el suelo. Aunque apenas veía su cara, la percibía cerca, enfocada en la mía. Lo miré, seria.

Como en un gesto de rebeldía, extendí los brazos y los moví repetidas veces arriba y abajo, imitando un aleteo.

-Pero vuelan -repuse.

En apenas un instante, mis manos volaron hacia la cara de Zacharyas, atrapándola. Inclinándome hacia delante, posé un rápido beso en sus labios, para luego recuperar la distancia inicial.

-Si no vuelo, caigo al negro.

Era cierto que él fantaseaba también con volar, y comprendía que una parte de Stalon quisiera ser un pájaro, o simplente volar... Ser aether, pensó, debía de ser increíble. Aunque quizás ellos no apreciaran tanto su habilidad, sino que la veían normal, como él veía normal que la noche no fuera tan oscura.

En un instante, mientras pensaba en volar, las manos de ella se habían encargado de capturar su rostro. Cuando pudo darse cuenta ella ya se estaba separando de él, tras rozarlo apenas un instante.

Sus ojos abiertos, como extrañados, la miraron. Luego, extraño, ajeno, como movido por un imán que tiraba de él desde la boca del estómago, se aproximó a ella también, rozándola en el mismo sitio, pero durante un instante más, llegando casi a medio segundo. Después se apartó, volviendo en sí, avergonzado, perdiendo la extraña iniciativa magnética que había tenido su vientre.
Se llevó una mano a la boca, como ocultándola, con pudor.

Parpadeé ante su inesperada respuesta, tremendamente sorprendida. Lo miré un momento, muy quieta, tratando de asimilarlo. Me pasé la lengua por los labios, como si así pudiera retener aquella sensación.

De nuevo, lo miré. Avancé un paso y lo tomé por la muñeca, apartando la mano de su cara. Una vez quedó esta libre, me acerqué de nuevo, con cautela pero firmeza, y repetí el gesto, esta vez con más fuerza y alargándolo mucho más tiempo.

Zacharyas trataba de mirarla, aunque le resultaba complejo debido al pudor que sentía. Realmente sabía que era casi ridículo que se sintiese así, pues no era la primera vez que hacía algo así, pero extrañamente sentía que cada nueva vez era la primera. Y, además, esa era realmente la primera vez que seguía un repentino instinto, aunque hubiese sido siguiendo a lo que ella había hecho, y no simplemente espontáneo.

Cuando ella le apartó la mano, aunque avergonzado, sintió que se encontraba más seguro. Sentía una gran vergüenza, pero al mismo tiempo encontró en algún lugar de sí mismo la templanza para no huir sin más.
La parvus presionó sus labios con más fuerza esa vez y pronto Zacharyas sintió un extraño mareo, como si la comida le hubiese sentado mal. Al mismo tiempo, se notó temblar un poco, aunque logró contenerlo.
Los labios de Stalon tenían una agradable temperatura, y estaban húmedos y suaves. Zacharyas sintió una sensación semejante a la que notaba cuando rasgaba la piel de su brazo con alguna cuchilla.

Zacharyas parecía adaptarse o dejarse guiar con cierta facilidad, con lo que continué. Cada vez con más fuerza, presionaba sus labios, moviendo los míos sobre ellos en caricias. Al tiempo, me acerqué más, hasta pegarme a su cuerpo, y rodeé su cuello con los brazos. Llegué a darle un suave mordisquito en el labio antes de separarme.

Cuando lo hice, me mantuve a una corta distancia, alzando la vista. Aunque no podía verlo, lo miraba, seria y curiosa.