Mirador de la Torre

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Johan, cabeza abajo, se pasea al borde, sobre las almenas, impulsándose con los brazos para pasar de una a la siguiente con los gestos elásticos de quien hace algo así a menudo. El sol está alto, aunque no le quema. Hay una brisa que le revuelve los cabellos que no le han quedado bien sujetos en el moño que lleva para evitar que el pelo le moleste. La ropa, floja, cae por su postura, revelando parte del torso y las piernas, pero Johan actúa como si no se percatase de ello.

Johan tararea una canción mientras entrena, o más bien juega. Por la sonrisa contenta que viste y el desinteresado canturreo, sería complicado determinar para alguien que lo viese en qué piensa, o con qué intención desafía a la gravedad y se asoma a un avismo lo suficientemente grande como para recordarle que su crianza en Ventus no le ha dado alas.

Subo las escaleras hasta el mirador con paso tranquilo, después de una mañana de entrenamiento intenso y una ducha refrescante. He pasado la mañana sola, y tampoco es que tenga mayores intenciones de hacer vida social en este momento. Solo quiero relajarme un rato antes de picar algo y bajar a los establos a buscar a Telma.

Después de una misión, siempre es la misma vuelta a la rutina. Es un cambio curioso, el paso de la tensión y concentración que supone el trabajo a la posibilidad de descansar, reorganizar el tiempo personal y continuar preparándose para el siguiente trabajo. Y, cuando el encargo ha salido fluido y sin sobresaltos, la satisfacción es inevitable.

Hace un tiempo me costaría haberlo dicho tan a la ligera, pero la realidad es la que es, y ni siquiera resulta ya tan inusual: hoy estoy de buen humor.

Cuando llego arriba, me encuentro con que, como siempre, algunos deciden entrenar en los lugares más absurdos. Suponiendo, claro, que esto pretenda ser un entrenamiento. No soy quién para juzgar las habilidades de nadie, y por extravagante que resulte, no interrumpo, intentando no molestar al piscis.

Si me ve, le saludaré, pero por mí puede continuar con sus intentos de salto al vacío, o lo que quiera que pretenda estar haciendo. Yo solo he venido a disfrutar un rato de la brisa y las vistas.

Quince.

Dieciséis...

La mirada de Johan se desvía a la recién llegada. Esboza una sonrisa, aunque por estar boca abajo bien podría ser justo lo contrario.

No detiene su labor ni le dedica un saludo de ningún tipo, solo la mirada y la sonrisa fugaz. Le queda poco para llegar a la esquina, solo unos masos más (masos, pues considera que son los pasos de las manos).

Diecisiete. Dieciocho. La brisa es más fresca ahora que una ligera capa de sudor cubre su frente.

Diecinueve.

Al contar veinte se siente feliz y, con escasa dificultad, dobla bastante los brazos sobre los que se apoya, casi como si su intención fuese hacer una flexión en esa postura. Y en cierto modo lo es, pero no se eleva de nuevo sin más, sino que se impulsa con energía y en vez de estirarse salta. Y su cuerpo se eleva y al mismo tiempo se desplaza, pero no al interior del mirador, sino al vacío, al aire. Y tras elevarse...

Tras elevarse Johan vuela.

El vértigo que le sube del estómago a la garganta es tremendamente estimulante. Nota el pulso acelerarse, y el tiempo, sin embargo, parece ir más despacio. No así su cuerpo, que enseguida se precipita, acelera, cae en picado como un ave rapaz en medio de la caza. Pero no hay otra presa mas que la estimulante sensación.

Rena aparece de pronto, justo a tiempo, y lo atrapa como han practicado. Johan no puede evitar reír al remontar el vuelo, atrapado en las garras del animal, extendiendo los brazos como si fuesen alas y él mismo la causa del ascenso. Y ambos juntos alcanzan de nuevo el mirador se posan y Johan respira hondo.

- Increíble... - murmura para sí.

Le dedico una inclinación de cabeza en el breve momento en que parece sonreírme, y me acerco a las almenas, dejándole su espacio para hacer ejercicio. Es raro encontrar a este chaval haciendo algo que no sea llamativo. Quizás hasta haya estado en un circo. No sería de extrañar, vista su agilidad. No sé gran cosa de él, en realidad. Y, sinceramente, tampoco es que me interese lo más mínimo.

No me altero demasiado cuando lo veo saltar. En otro tiempo, probablemente, me habría alarmado. Pero Brontë es el lugar ideal para desarrollar nervios de acero. He visto a guerreros llevar a cabo acciones en apariencia suicidas antes. He visto a guerreros apuñalar a compañeros. Al cabo de toda una rutina de acciones absurdas y claramente perjudiciales, me he acostumbrado a mantener la calma. Así que me limito a enarcar una ceja y vigilarlo de refilón mientras empieza a caer.

No dura mucho. Un destello blanco y fugaz se cruza en su camino y lo recoge antes de que pueda hacerse ningún daño. Dejo escapar el aire que no sabía que estaba reteniendo y me reprendo internamente por caer todavía en esta clase de triquiñuelas. He de decir, al menos, que el espectáculo ha mejorado considerablemente con la llegada de la híbrido de las nieves.

Se pasean como quieren por los terrenos del palacio, al igual que hace Vilo. Es cierto que estoy más familiarizada con Lino, en adorable plumoso de Anna, pero su hermana no es menos impresionante. Se ve que sabe bien lo que hace. Ella, quiero decir. Del piscis no sé si podría decirse lo mismo. No es que me sorprenda su falta de raciocinio, al fin y al cabo. No me ha dado motivos para esperar otra cosa.

Me permito acercarme a admirar al animal cuando aterrizan sobre el mirador. No puedo evitarlo. Es innegablemente magestuosa.

-Está preciosa -comento, conteniéndome para no alargar la mano y acariciarla. No quiero distraerla, y me resulta difícil predecir la línea de pensamiento de él. No quiero problemas. Y, de todas formas, ya estoy con ella todo lo que me apetece cuando me la encuentro de paseo por los alrededores de Palacio.

Con el corazón acelerado, Johan contempla a la guerrera mientras se acerca. Le dedica una sonrisa formal, pero con aún el deje de emoción y adrenalina que no puede esconder.

- Y eso que en verano siempre la noto más incómoda-. Johan acaricia a Rina, pensativo, con aire ensoñador-. Y aún queda lo peor... Quizás deberíamos buscar una misión en lugares más fríos para que pases mejor el calor, eh.

Luego se palpa inconscientemente la camisa en varios lugares hasta dar con lo que busca, e introduciendo la mano en la abertura de la camisa que lleva extrae un cigarro ya liado del paquete que siempre lleva encima.

- ¿Te molesta? -pregunta a la flamma. E inmediatamente después, con la mano apoyada todavía en el nacimiento de las alas del animal, añade-: ¿Quieres volar un poco?

Y bien pensado... ¿Quién no va a querer hacerlo?

Sonrío, como siempre, educada. Aunque en este caso no se trata de eso sin más. Me alegra ver que la impresionante híbrida está en buenas manos. No hace falta oírle hablar a él para confirmarlo (oírle hablar a él, en realidad, no suele ser nunca buena guía para confirmar nada); basta con contemplar lo lustrosas que tiene las plumas y el pelaje, el brillo cazador de su mirada, el vigor de sus movimientos. No hablo en vano cuando afirmo que está bien cuidada.

Niego cuando me pregunta si es un problema que fume. Es una pregunta un poco estúpida, realmente; he crecido rodeada de fuego, calor y humo, cortesía del taller de mi padre. Claro que eso él no tiene por qué saberlo. Y admito que el humo del tabaco tiene unas cualidades particulares. Es un simple gesto de cortesía por su parte, supongo.

Sí me sorprende su propuesta a continuación. No tengo ningún reparo en jugar con Rina o en pasar tardes enteras con ella. No se lleva mal con Vilo, tampoco. Pero siempre me he guardado de cabalgar animales que no he criado personalmente.

Ladeo la cabeza. La tentación me supera.

-¿No le importará?

Me da igual la opinión de él, en realidad. La única que debería tener derecho a darme permiso es Rina.

Johan la mira con curiosidad, dejando unas palmadas en la espalda de su compañera. Enseguida su sonrisa se ensancha, y se encoge de hombros con simpleza.

- Pues puede que le importe -admite, tranquilo-. Es algo dominante. Yo le caigo bien y no le importa. Pero bueno, si le importa lo dejará ver antes de que estéis volando, eso seguro. Probablemente.

Por otro lado, tras la negativa de la mujer, Johan se lleva el pitillo a los labios. Palpa de nuevo los bolsillos buscando la caja de cerillas que (casi) siempre lleva consigo. Al abrirla cuenta dos. Alterna momentáneamente la mirada entre la chica y la caja, dubitativo. Finalmente se decide a encender una de las cerillas, no sin pesar.

- ¿Tú qué opinas, Rina?

El animal suelta un graznido y se rasca la cabeza con una pata.

Bueno, en eso tiene razón. Rina es de lo más expresivo. Así que me acerco un poco a ella, tanteando el terreno. No tengo miedo de que me haga nada (nunca ha reaccionado mal a mis acercamientos) pero me aseguro de que me reciba de buen grado. Quizás en presencia de él actúe de otra manera. O quizás ya está harta de que la mareen esta mañana.

Así que no hago más amagos de acercarme si no acepta mis caricias. Si es así, puedo probar a acercarme más a su costado y tentar la posibilidad de montar sobre ella. Siempre y cuando no le moleste. No puedo negar que me encantaría dar un paseo antes de reunirme con los míos.

Rina observa a la flamma con sus enormes ojos, sin pestañear. Se muestra curiosa e imponente, pero no tensa. Se deja acariciar, aunque se sacude un poco tras los primeros contactos. Está nerviosa. O, más bien, emocionada. Johan sabe que dejará montar a la mujer siempre que le permita volar más. Ya que ahora mismo quiere seguir jugando. Siempre ha tenido mucha energía, más que su hermano. Es casi imposible cansarla. Eso o que Johan se toma la vida de otra manera.

La híbrido de las nieves parece aceptar la posibilidad de que alguien la monte, como el piscis esperaba.

- Llévala bien alto, Rina. A que toque las nubes -la anima con tono despreocupado, tras soltar una nube de humo.

Me sigo acercando con calma, aunque veo que empieza a animarse. Es casi como si me estuviera esperando, impacientándose por momentos. Cuando subo sobre ella, me encuentro perfectamente cómoda, y le acaricio el cuello desde arriba, sin hacer gestos bruscos en ningún momento.

-Muchas gracias, Rina -arrullo, sujetándome con firmeza, pero asegurándome de que no le hago daño.

Parece seguir la invitación del piscis sin dudarlo. Casi se diría que no espera a la invitación, y que las palabras de él justo en el momento en que despega han sido pura coincidencia. El viaje en sí no es exactamente cómodo, pero sí emocionante. Rina no se contiene, toda acelerones y quiebros, aunque en ningún momento parece que sea con la intención de dejarme caer. Sencillamente, juega en el aire.

Yo, con el pulso acelerado y el viento cortándome el rostro, río sus juegos.

Johan contempla el vuelo mientras su cigarro se consume lentamente con cada calada. A veces le es imposible verlas, porque el ángulo y algún obstáculo se alían para ello, pero incluso en esos momentos escruta el cielo y si alguien lo encontrase en esa situación quizás llegase a pensar que realmente las veía.

Tras un rato, con gesto pausado, apaga el pitillo contra la piedra, guardándolo en otra de las cajitas que siempre lleva encima después. Luego deshace el moño hecho para entrenar y sacude un poco el pelo, peinándolo con las manos para deshacer los nudos, o las zonas apelmazadas. Finalmente, empieza a atarlo de nuevo, esta vez en una coleta baja que cae sobre su espalda. Y entonces es cuando ve ascender a Rina de forma especial, con Lea a cuestas, como si buscase perderse entre las nubes y desaparecer.

Johan mantiene el rostro enfocando al cielo, de manera que su barbilla casi continúa la línea de su cuello. Contiene el aliento, esperando el picado, y deseando que la flamma se agarre bien.

Sé que no es lo mismo cabalgar que volar. No es que sea experta, pero probablemente haya tratado con más monturas que la mayoría de los guerreros de Brontë. Una parte de mí está habituada adaptarse, detectar las tensiones en el cuerpo del animal, dejarme llevar por sus movimientos con los míos propios para dificultar sus movimientos lo menos posible. En cierto modo, es una suerte de instinto que he desarrollado con el tiempo. Aunque cada montura tenga su carácter, hay ciertos patrones que tienden a repetirse.

Rina deja de manifiesto que no se define por cualquier cosa. No puedo ni compararlo a correr con Vilo. Su intención parece ser buscar el extremo, y su vigor no parece tener límite. No intento detenerla ni guiarla ni imponerme a sus decisiones. Me limito a convivir con sus giros y piruetas, aferrada a ella, casi fundiéndome con ella.

Pero no es tan caótica que resulte impredecible. Cuando empieza a ascender a grandes golpes de ala siento que una chispa de adrenalina me estalla en la base del estómago y se empieza a extender por todo mi cuerpo. No contengo la sonrisa. Me aferro con fuerza, clavando los talones en su lomo y me tumbo completamente sobre ella.

Y entonces caemos.

Contemplarlas es como si en cierto modo fuese él el que vuela a lomos de Rina, como tantas veces ha hecho. Johan casi puede sentir el vértigo mezclado con la emoción. Incluso siente ganas de exalar un grito, y por un momento llega a pensar que si gritase su cuerpo oiría el sonido desde el mirador, como si, en efecto, él fuese la mujer al gritar y al tensarse.

Abruptamente, silba de manera especial, un silbido corto y uno largo, y al oírlo Rina modifica su rumbo picado, cuando ha bajado ya un buen tramo, realizando un ágil tirabuzón con el que enseguida cambia de rumbo, volviendo a ascender, ahora en una pendiente suave. Y con otro sonido distinto, la híbrido de las nieves comienza a hacer movimientos en zig zag, quiebros en el aire que bien le servirían para evitar a posibles enemigos o adversarios.

Finalmente, con un gesto teatral, Johan extrae un trozo de carne de una bolsa que lleva prendida del cinto y lo alza en el aire, risueño.

- ¡Rina! -llama.

La atención del animal se posa en él de pronto, y comienza a virar para ponerse en camino. Johan lanza la carne al aire con fuerza, y Rina caza, lanzándose presta para hacerse con ella antes de que regrese al suelo. Al atraparla, finalmente, se posa en el suelo de nuevo para poder sujetarla con las patas mientras la desgarra con el pico.

- Vaya pelos -indica Johan a Lea, risueño, sin malicia.

Todo parece limitarse al pleno capricho de Rina... hasta que deja de hacerlo. Siento cómo cambia su actitud tras oír los potentes silbidos, y me hago una idea de lo que está pasando. Casi me decepciona verlo intentando controlarla de esa manera. No es que supusiera que no tenía siquiera un mínimo de control sobre ella, pero es tan diferente a Lino, tiene una actitud tan resuelta y dominante, que casi me hace llegar a creer que no hay manera de domarla. Evidentemente, no es así. Como mínimo, ha llegado a un acuerdo tácito con su criador.

Todavía realiza unos cuantos quiebros y maniobras más en el aire antes de que él reclame su atención definitivamente a través del estómago. El instinto es el instinto, supongo. No bajo la guardia ni siquiera cuando se posa sobre una almena antes de bajar definitivamente al mirador. Entonces me separo mínimamente, incorporándome despacio, asegurándome de que podré reaccionar ante cualquier movimiento brusco de la híbrida.

Sacudo la cabeza ante el comentario de él, sin molestarme mucho más en prestarle atención a mi aspecto. Una de las ventajas del pelo lacio es que, por mucho que se alborote, no tarda en volver a su estado natural por sí solo. No creo que tenga ni nudos.

Bajo definitivamente del animal antes de que le dé por volver a alzar el vuelo. Resulta extraño volver a posar los pies en suelo sólido.

-Menuda energía -respondo, sin hacer más referencia a sus palabras.

Johan está de acuerdo con ella, de manera que asiente. Rina tiene energía incluso comiendo. Ataca la carne como si fuese una presa todavía viva.

- ¿Qué tal el vuelo? Cada vez que hago algo así pienso que sería genial tener alas-. Calla un momento, pensativo. Está seguro de que realmente podría conseguir una forma de volar sin alas-. O volar, a secas. ¿Sabes? Una vez vi a una mujer que flotaba. Cerraba los ojos, se concentraba tanto que aunque le hablases no escuchaba, y entonces los pies se elevaban del suelo. Y lo más extraño es que la mujer no podía utilizar magia, de modo que...

Quizás llega con esforzarse mucho.

Hago una mueca pensativa, considerando qué responder. No resulta fácil describirlo, pero, de todas formas, él ya sabe lo que supone volar con Rina. No se me dan tan bien las palabras como para decirle algo que pueda hacerle apreciarlo mejor.

-Nunca había volado así -me limito a responder.

No puedo decir que nunca haya volado en general, pero creo que nunca había sido una experiencia tan visceral como esta. Rina le da un sentido nuevo al hecho de volar.

Debo decir, de todas formas, que no es que volar sea lo que más me atrae de ella; los animales tienen muchos aspectos fascinantes como para fijarse en algo tan básico. Y solo porque «comparte con él esa habilidad». Mejor ni hacer comentarios.

Escucho su historia sin mayor interés. No es que tenga mucha relación con él, pero sé lo suficiente como para entender que todo lo que dice hay que tomarlo con pinzas. Una mujer que no puede usar la magia ¿existe gente así, siquiera?

-Hm... -asiento, más por educación que otra cosa-. En fin, hay gente muy diversa.

Johan deja ir un asentimiento ensoñado, intentando recordar la cara de aquella mujer. Pero es como si su cabeza solo fuese capaz de recordar la imagen estática de la mujer levitando con los ojos cerrados, en medio de aquella calle semidesierta. Intenta ver más de la escena, enfocar la cara del niño que lo acompañaba, pero termina por desistir, sintiendo que comienza un pequeño dolor de cabeza.

- Tengo que irme -dice de pronto, risueño pero con un tinte tenso en la voz, llevando una mano a la sien y apretando un poco-. Si quieres, te aviso cuando vayamos al prado. Va a venir mi hermana Dardo. Y a Rina le gustas, estará encantada. Podemos pedirle a Anna que traiga al hermano de Rina y comer disfrutando del buen tiempo.

Habla más rápido de lo que suele hacerlo, aunque no deja de ser un tono pausado. Después, en un gesto despreocupado de la mano derecha la despide y, con las manos en los bolsillos se dirige a la puerta sin volverse. Rina, que ha terminado la carne, enseguida va tras él.

Sonrío. No es que tenga especial interés en pasar tiempo con él, pero reconozco que tal y como lo propone suena a un encuentro interesante. He visto a Dardo antes, creo, aunque resulta más difícl interactuar con ella. Quizá sea una buena oportunidad para conocerla. A lo mejor hasta Vilo y Lis quieren unirse. O Telma.

-¡Claro! Yo también tengo un par de amigos a los que les podría interesar la idea -acepto con tono amigable.

Ya lo iremos hablando. Tampoco es que haya mucho que concretar ahora mismo.

En seguida se marcha, con la híbrida siguiéndole los pasos. Los despido con un gesto de cabeza, y cuando se van, me vuelvo hacia el paisaje y lo contemplo un rato más.

Al final, suspiro. Yo había quedado, y se me va a hacer tarde.

*Se marcha*

—¡Ua! —brinco por los aires e intento recuperar la compostura al ver a semejante abejorro aparecerse a mi vera—. ¡Puaj! —escupo un par de plumas del ala que acaba de darme un sopapo y me repaso la cara un par de veces.
Estoy a punto de empujar a semejante impertinente tejado abajo y ver cómo llega al suelo más pelado que una gallina en un caldo, pero en cuanto proceso lo que dice y tras apreciar que es un tipo capaz de aparecerse donde le place, no tardo en reconocerlo como uno de los peces gordos del lugar -gaviota, en este caso-. Llevo suficiente tiempo aquí como para saber ciertas cosas sobre los "famosos líderes" y una de ellas es su innegable capacidad de la oportunidad: siempre están donde uno menos se lo esperan y, a falta de tranquilizarme, ese pensamiento me enerva, aunque supongo que vivir en un lugar como este exige cierta renuncia a la privacidad.
Suspiro, molesto por su aparición y por sus palabras. Así que ahora me toca currar.
—Se las voy a sacar porque soy lo suficientemente listo como para saber que es un tipo importante —refunfuño mientras me subo a la barandilla para ponerme a escoger las plumas viejas. Chasqueo la lengua. ¿Por qué tiene que ser un viejo? Hace tiempo escuché que la prima de Jill está como un tren. ¡Maldición! Primero el maldito Darvenwish y ahora, el avestruzo este. ¿Dónde están las titis mandonas?
—Felices fiestas —respondo con un buen manojo de plumas chochas en las manos—. ¿Qué hago con ellas? ¿Las tiro o me hago una almohada? —bromeo. Decido presentarme—. Supongo que ya sabrá quien soy, pero no me siento a gusto sin decírselo yo mismo. Me llamo Gabriel. Usted supongo que es algún aguilucho importante de Ventus. Perdone si no me sé su nombre —maldición, ya tengo las manos llenas de plumas, por lo que decido llenarme los bolsillos con ellas para poder seguir—. Oiga, si sigo así le voy a dejar las alas listas para la barbacoa... —¿Cuánta pluma suelta este tipo?

—Vamos que usted está aquí para firmar —sorbo por la nariz, torciendo una sonrisa. Seguro que mangonean al vejete este como quieren. Me doy cuenta entonces que no estoy en disposición de criticar a los líderes más jóvenes, pues mis hermanos y yo estamos haciendo lo mismo con mis padres: no contarle la muerte de Silvanus para que estén tranquilos y no den mucho la murga y ahorrarles un trago innecesario. Creo que a este señor le pasa un poco lo mismo. Lo tienen aquí un poco por tener. Al menos pinta de guerrero, no tiene. No creo que le cuenten de la historia la mitad, para no darle achaques.

—Je, no se preocupe. Antes aún triunfaba algo con algunas chiquillas del pueblo, pero hace una buena temporada que estoy en dique seco. Me dedico a comer, dormir y ver cómo los "guerreritos" ayudan a la gente. Cómo van y vienen en misiones por todo el mundo —miro las plumas—. ¿Sabe qué? Voy a quedármelas. Cuando estire la pata quizá valgan un buen puñado de mithones —le doy un codazo suave—. Es broma —añado rápidamente—. Está hecho un chaval todavía. En una competición de llevarse chatis al huerto estaríamos ahí ahí —me froto los riñones con ambas manos, exagerando mi edad para que el aether no piense en la muerte—. Si le deprime la edad siempre puede pensar en mi: más de treinta machacantes y no sé hacer la O con un canuto. Seguro que usted con mi edad ya era todo un "héroe".

—No anda desencaminado —me llevo las manos a la nuca y me apoyo contra la pared—. Pero no me diga que he vivido del morro. He estado criando una barriguilla la mar de maja —muevo la tripa de forma ondulante bajo la camisa mientras le alzo una ceja al aguilucho—. No me quite méritos hombre, que está feo.