Mirador de la Torre

Aunque había llegado hacía un par de noches, el lugar seguía haciéndoseme inmenso y laberíntico. Por si no bastase con aquello, me costaba hacerme a la idea de que estaba allí para luchar. Lo que me costaba, realmente, era ponerme a hacer esfuerzo físico. Ni siquiera había vuelto a bailar desde lo de Altan. Era como si me hubiesen absorbido toda la energía y el buen humor.
Al menos los dormitorios estaban separados. Había tenido tiempo de ver ya a una buena cantidad de guerreras, aunque usaban el lugar más para pasar que para quedarse, en las habitaciones, por las mañanas y las noches.

Aquel día no llovía, aunque no había dejado de hacerlo desde nuestra llegada. Propuse a Pris que subiésemos a una de las torres para verlo todo desde arriba y, de aquella forma, localizar dónde estábamos. Ella se iría pronto, y yo estaba demasiado aturdida para funcionar con normalidad, aunque a veces le dijese que ya era momento de que regresase y que todo estaba bien.

-Parece que pasaré frío en invierno -comenté, asomándome un poco al muro y mirando abajo. El suelo estaba embarrado.

Pris estaba encantada en el palacio, a pesar del frío terrible que hacía. Todo era enorme y exótico. Pris estaba deseando explorar por su cuenta, pero tenía sus responsabilidades y debía mantenerse junto a su hermana, con una sonrisa y ánimos de sobra para las dos. Se asomó a las almenas y miró abajo, todavía asimilando la altura.

Volvió la vista a Zaih.

-Con todo el ejercicio que hay que hacer aquí, no tendrás tiempo de tener frío -respondió, con voz enérgica y entusiasta-. Deberíamos buscar guerreros para empezar a conocerlos. Seguro que no saben decir mejor cómo funciona todo, y así ya tenemos por dónde empezar.

Llevaba dos días... ¡todo el viaje! con esa insistencia en el plural. Yo sabía que quería quedarse, pero también que era una irresponsabilidad. Pris era una niña. Se había empeñado en acompañarme, pero a mamá le daría un infarto si se quedase. Y a mí misma, por supuesto. Ya bastante locura era todo aquello.

Moví la cabeza con resolución, volviéndome hacia ella. No era que no tuviese razón, porque hablar con los que llevaban más tiempo allí sonaba como la mejor opción, pero...

-Está bien, es cierto -admití-. Pero en cuanto tenga algo más claro cómo funciona todo buscaremos un transporte para que regreses.

Al menos ya había escrito a papá y mamá explicando que el viaje había sido concluido con éxito.

Pris se apoyó en una almena, mirando al exterior mientras repasaba con los dedos la rugosidad de la piedra. Hizo un gesto vago, como quitándole importancia a lo que su hermana acababa de decir, y se echó para atrás el pelo. Gesto inútil, porque los rizos volvieron a colocarse como les dio la gana al momento.

-Bueno, tampoco hay prisa -rechazó alegremente-. Lo primero es instalarse.

No iba a echarla tan rápido, ¿no? Además, tenía que cuidarla. Quizás tendría que buscar una manera de permanecer a escondidas. No iba a marcharse sin más, después de tantas complicaciones y semejante viajecito.

Suspiré y pe aparté uno de los mechones que me enmarcaban la cara. Al final me acerqué a ella y la abracé desde atrás, por los hombros, apoyando la barbilla en su cabeza, atrayéndola con un gesto firme. Miré hacia adelante, hasta donde me dejaba la vista y, tras dejarle un beso en el pelo, la solté.

-Bueno, podemos buscar a alguien -acepté, a regañadientes-. Si no es un guerrero, que sea un líder o algo así, ¿no?

Me crucé de brazos, pensativa.No sabía hasta qué punto tenía ganas de presentarme, tampoco, como "la nueva". No estaba en mi mejor momento para hacer amigos. Aunque aquello era un lugar de trabajo, y esperaba que aquellos con los que me relacionase lo tuviesen en cuenta.

Cuando Zaih la abrazó, Pris sonrió y se inclinó ligeramente hacia atrás para hacer mayor contacto. Cuando se separó, se volvió ligeramente hacia ella, animada.

-Podemos... Bueno, no es tan importante por dónde empezar, ¿no? -concluyó-. Cualquiera puede servir. Alguien que encontremos en el comedor, o en la habitación... Podemos preguntar a cualquier criado por dónde suelen andar los guerreros. Están por todas partes, y seguro que los tienen controlados.

Sí, probablemente, los criados tenían más información que nadie. Bueno, o quizás no, pero sí mucha más de lo que parecía. La gente solía pasarlos por alto, pero...

Asentí despacio y elevé la vista, cerrando un momento los ojos. El sol de aquel lugar era una patraña, insuficiente. Si aquello era el otoño... Aunque en el desierto también hiciese frío por las noches, era un frío diferente a aquel. Aquel era húmedo, y entraba en el cuerpo, en la ropa, haciéndose más desagradable.

Alcé las cejas y le dirigí una sonrisa apagada a mi hermana. Me eché el pelo tras el hombro.

-Entonces vamos a buscar antes de que empiece a llover. Quizás haya algo interesante que ver fuera-. Me asomé de nuevo a las almenas, con expresión escéptica-. Algo que no sea barro...-. Suspiré-. No sé si podré acostumbrarme a este lugar.

Desde luego, habíamos ido en el peor momento. El cambio en verano hubiese sido menos duro.
Y todo por culpa de Altan. Hubiese preferido... no tener que ir nunca.

Pris en seguida estuvo lista para ponerse en marcha. A pesar del tono de su hermana, mantenía la sonrisa y el ánimo, como se había propuesto. Ella sería la que sonriese por las dos, y no flaquearía ni un momento. Tenía que cuidarla.

-Bueno, también es bonito -señaló-. ¿Has visto qué bosque más enorme? Me recuerda un poco a Lumen... Bueno, quizás no tenga tanta luz, pero... Si los árboles crecen así, será por algo. Quizás es que nos ha pillado mal tiempo. Seguro que no es así siempre, ya verás.

La acompañó al interior del palacio. Ojalá encontrasen a alguien interesante en seguida. Pris tenía muchas ganas de explorar.

*Se van*

No podía decirse que hiciera mal tiempo. Un poco de frío, que Ben podía soportar a la perfección, pero nada más. El cielo estaba tranquilo, al igual que los ocupantes del palacio. A veces hasta llegaba a hacerse aburrido, pero Ben no iba a quejarse de aquellas extrañas vacaciones. Pronto encontraría algo que hacer, o esa sensación tenía. La calma no podía extenderse mucho tiempo más...

Sentada en las almenas, contemplaba entretenida el paisaje nocturno. Nunca le había gustado demasiado el invierno, porque la gente se volvía más hostil, la comida escaseaba, y el frío le calaba en los huesos. Pero en Brontë no era así, y no podía evitar agradecer lo rápido que se hacía de noche. Incluso para alguien de horarios cambiantes como ella, la oscuridad resultaba agradable.

Entre suaves silbidos, jugaba con la gorra que llevaba en las manos.

*Se queda*

Un movimiento a su espalda detuvo los silbidos de la mestiza, que se giró para ver de qué se trataba. Se le escapó un nuevo silbido, entonces de admiración, al ver que era Lino, que había echado a volar. Y eso solo podía significar...

Localizó a Anna todavía cerca de la puerta, un poco más allá. Era raro ver al híbrido solo. Sonrió a la chica y la saludó con un gesto informal.

-¿Qué hay? -preguntó-. Ya le ha cogido el tranquillo, ¿eh? Hay que ver cómo ha crecido...

Ben se sorprendió un tanto con la afirmación de la chrysos. ¿Algo? ¿Le había pedido algo? No que recordara. Y tampoco se le ocurría un motivo por el que pudiera regalarle algo. ¿Qué...?

Abrió los ojos como platos al ver la bufanda que le mostraba, pero no se movió. Se señaló a sí misma y consiguió volver en sí lo suficiente como para parpadear lentamente.

-¿Para mí? -No se atrevió a tocarla, ni siquiera a alargar la mano hacia ella. Se sentía confusa-. ¿Pero po-por qué...?

Una bufanda. Preciosa, por cierto. Demasiado preciosa para Ben.

A medida que Ben iba reuniendo el valor que necesitaba para tomar el regalo, su cara se fue poniendo como la grana, hasta que la misma punta de sus orejas quedó de un rojo brillante. Sintió el tacto de la lana suave y blandito, y su trato con ella era el que la mayoría de la gente habría tenido con un recién nacido. Estuvo muda un momento.

-Pe-pero es tu trabajo -balbuceó, sintiendo la lengua extrañamente torpe.

Ben no era buena recibiendo regalos, y menos regalos sin un motivo claro para ella. Además, aquella bufanda parecía demasiado amorosa para que ella no la acabase estropeando. Pero no usarla sería una ofensa hacia Anna, que le había dedicado su tiempo y esfuerzo. Ben se encontraba en una tesitura complicada.

Ben trataba pocas cosas con tanta delicadeza. Pero, desde luego, un regalo era algo que tratar bien, y tal y como lo cogía, parecía que tuviera algo muy frágil en brazos. Tras dudar un poco, se atrevió a hundir la cara en la blanda lana. Miró a Anna desde abajo, sintiéndose extrañamente tímida.

-Es tan blandito... -murmuró apenas, todavía con voz insegura-. Eh... pues... gracias...

Se quedó un momento quieta, sin saber qué hacer. Entonces, más tarde de lo debido, se le ocurrió que no seria mala idea probársela, y procedió a envolverse el cuello con la lana. Volvió de nuevo la vista a Anna, tímida y algo encogida.