Balcones

Mis ojos se iluminan al ver aparecer a la única persona que no melostaría en esos instantes. Me hacerco él y le doy una palmadita en el trasero animadamente.

- ¡¡Arren!! Justo estaba pensando en ti ahorrra mismo.-. Suspiro, pero mantengo la sonrisa-. Tenía la esperrranza de encontrrarrrte prrronto, y veo que ha salido bien. No sé qué iba a hacerrr sino aquí, que no llego a la barrrandilla parra asomarrrme AJAJAJA.

Dejo de reír, pero mantengo una sonrisa cómplice.

El líder Darvenwish ríe con ánimos renovados a los comentarios del líder parvus e incluso responde a su palmada con unos golpecitos en la espalda.

- Que bien me conoces... -Comentó entre sonrisas para luego apoyarse de espaldas en la barandilla, completamente relajado.

- Ah, Nagorr, este palacio va a acabar conmigo... Jillian me persigue y vigila como una rata con un telescopio, cada vez que trato de ordenar a los muchachos surgen nuevosincordios, mi futura mujer está enredada en sabe Mithos qué cosas y, aun encima, no se me permite encontrarme contigo todo lo que quisiera -. El líder dedicó una sonrisa al parvus y suspiró para luego darse unos golpecitos en el hombro izquierdo con el puño derecho. - En serio, unos achaques... -Comentó con un tono que finalizó divertido.

Después esperó unos segundos en silencio y tornó más serio.

-Pero últimamente hay cosas que me escaman más... -Comentó dirigiéndole una mirada al parvus. - Cuando apareció la bestia no vino sola, trajo consigo un regalo que sacó de algún lugar... -El líder caeruleus comentó al líder parvus todo lo que había podido sacar del encuentro del cadáver, dando, con cierta amargura, una pausa o un final a buen momento que cabía haber esperado.

Río ante sus palabras.

- Sigo sin crrreerrme que te cases AJAJAJAJA ¡Y que no sea conmigo! ¡¡¡AJAAJAJAJAJAJAJA!!!-. Me detengo a tomar aire y secarme una lágrima-. En cuanto a Jillian... Se lo toma muy en serrrio, sí, perro es solo una niña. No deberrría meterrse en asuntos de guerrras, perrro en fin... Supongo que es algo con lo que te toca lidiarr, carrriño.

Pese al ambiente bromista de un principio, pronto queda patente queda patente que hay asuntos más importantes que tratar. Escucho sus siguientes palabras con atención, tornándome serio de pronto, y no moviendo ningún músculo durante su turno de palabra salvo, quizá, el leve apretar de puños y mandíbula que surgen instintivamente al escuchar el tono de su diálogo.

- Eso no pinta nada bien...-. Bajo algo la voz, sonando de pronto más serio, y también más cansado-. ¿Lo saben los demás? - pregunto, refiriéndome al resto de los jefes, mientras alzo mis ojos para mirarlo.

El líder caeruleus, ya echando de menos las últimas carcajadas, negó con la cabeza a la pregunta de su compañero y se dio la vuelta para quedar mirando cl cielo nocturno sin apoyarse en la barandilla. Un brazo tras la espalda.

- Por suerte la bestia desvió la atención del cuerpo... Aunque también ha complicado su seguimiento. Me he citado con cada uno de los presentes por separado para tratar de esclarecer el asunto y comprobar si tiene algo que ver con la fuerza -Comentó con tranquilidad y tono sereno mientras diferenciaba los diferentes lugares en la oscuridad bajo su ojo prácticamente cubierto por su pupila.

Cedió unos segundos al silencio y finalmente dedicó una sonrisa triste al parvus.

- Lo siento, Nagorr -. Indicó con un verdadero tono perjudicado.

Asiento a cada una de sus palabras, como si todas ellas fueran verdades absolutamente innegables, aunque realmente no es más que una especie de tic que me sale solo mientras cavilo.

- Habrrrá que investigarr en serrio... Las cosas se están poniendo feas y parrrece que apenas hayamos abanzado... Tal vez... -. Lo miro-. Deberrríamos prroponer alguna expeedición o así. Prrrefierro el trrrabajo de campo. Lo de los librrros también me gusta, perrro crreo que es más del estilo de Svend...

Niego suavemente ante sus últimas palabras.

- No te prreocupes por mí -. Frunzo el ceño-. No es el momento parra algo así. Ya habrrá tiempo parra lamentarrse, amigo mío. Eso... Eso es lo peorr de todo.

Con pasos lentos, dándole la espalda, camino hasta la puerta y abandono los balcones. No es que no quiera estar con Aren. Es solo que parece que de pronto hace algo de frío fuera.

*se va*

El líder caeruleus escuchó las templadas palabras de su compañero en absoluto silencio, dedicándole una mirada de interés y dándole la razón en cuanto sugiere lo de la expedición.

Entonces Nagorr se despega de la barandilla y se dirige dentro con lo que el líder Darvenwish lo sigue con calma y silnecio.

- Ah, por cierto, Nagorr, ¿qué tipo de minerales abundan por Fulmen? ... - Prenguntó el líder caeruleus abriendo una nueva conversación de un interés mayor del que el parvus podía pensar.

*Se va con Nagorr*

Llegué a los balcones por casualidad, pues no tenía intención de salir del castillo, ni tampoco de asomarme fuera. Sin embargo, al pasar por delante del ventanal no pude evitar el repentino impulso de abrir las puertas acristaladas y asomarme fuera. Ante mí se extendían los Jardines, y un poco más allá, el Bosque. Era una vista bonita.

Escudriñé el entorno en busca de algo, animal o persona, que poder observar, pero lo cierto es que todo estaba desierto. De no ser por la suave brisa que silbaba entre los árboles, agitando sus ramas, habría podido afirmar que se trataba de una fotografía. Distraída, empecé a tararear.

"Hay una casa roja
con un jardín rojo
en la montaña roja
frente al cielo rojo.

Hay una hoja roja
sobre la hierba roja
que mueve el viento rojo
hacia un muchacho rojo.

Es un muchacho rojo
que cae al césped verde,
derrama sangre roja,
todo tiñe de rojo."

Mientras tarareaba, me dí cuenta de que ni siquiera sabía dónde había aprendido esa canción. A veces, la memoria juega malas pasadas. Escudriñé una última vez el paisaje antes de dar media vuelta e internarme de nuevo en el Palacio.

*Se va*

El líder Darvenwish propinó un sonoro y espeluznante grito con una agudeza poco habitual en su voz. Sus ojos, desorbitados, trataron de buscar la realidad mientras sus manos tanteaban la barandilla de su habitación. Tenía el pulso desacompasado y la espalda húmeda de sudor frío.

Se tomó un tiempo para volver a la realidad pasándose una mano por el pelo y agarrándose con determinación a la piedra. Había sido un sueño. Una pesadilla. Lo que fuese ya no era real.

Se puso en pie con cierta debilidad y se agarró el ceño al tiempo que apretaba los ojos. Debía calmarse y centrarse. Estaba en Brontë, en Fulmen, había abandonado su radiante Caligo en el que él era la única ley y justicia porque era un gobernante adulto y poderoso al que nadie podía tocar. Era Aren Ferenc Darvenwish. Era el tipo más temido de la élite gubernamental.

Se miró la palma de la mano. Hacía tanto tiempo que no... definitivamente Brontë lo estaba desquiciando.

Miró a su alrededor en busca de Barthemius, pero este no estaba en la habitación en ese momento. Tomó aire de nuevo, no importaba. Miró a la penumbra del balcón y se retiró de aquel lugar. Tenía cosas que hacer.

*Se va*

El líder sostenía la copa de su tinto favorito mientas miraba por uno de los balcones del palacio. El disgusto del día anterior lo había mantenido de un humor un tanto susceptible y había preferido estar a solas haciendo cualquier tipo de cosa salvo soportar a guerreros lloricas o jefes insufribles.

Se llevó la copa a los labios para saborear el licor con calma mientras tomaba aire con la izquierda apoyada sobre la baranda. Los días pasaban y los cabos sueltos que en un principio le habían parecido insignificantes le impedían ahora labrar su perfecto mapa de ideas. Resultaba irritante.

De alguna forma pensaba en que quizás estuviese esperando algo o a alguien. Desde hacía un par de meses tenía una extraña sensación, un especie de corazonada alejada del palacio, los guerreros y el problema a tratar. Simplemente era una sensación vacía de toda lógica a la que había dado poca importancia precisamente por la falta de veracidad. Pero ahora empezaba a escamarle. Miraba al horizonte y esperaba llegar algo, cualquier cosa, algo que rompiese la rojiza línea del horizonte antes de devolverse a su territorio.

*Se queda*

Después de dejar el paquete en mi habitación, debajo de la cama, rondo el palacio sin nada mejor que hacer. Estoy bastante crispado: Kettleburn lleva casi dos días fuera de mi alcance... ¿donde estara? que cabrón... cuando lo coja se va a enterar.

Entonces veo de refiló al lider de mi raza en un balcon, por lo de me aclaro la voz con una tos forzada y me dirijo a el.

-Buenas noches lider. ¿Puedo acompañarlo? digo quedándome en la linde de la puerta hacia el balcón.

El líder caeruleus ignoró en un principio los pasos que resonaban a su espalda pero, en cuanto se dirigieron a él, giró levemente la cabeza y dio con un joven Alexander a la espera de permiso. El líder caeruleus volvió su vista al frente por unos segundos antes de dejar su copa sobre la baranda y darse la vuelta hacia el muchacho.

- Por supuesto. Siempre que no vengas por algún tipo de queja insignificante -. Indicó con un deje de sonrisa retorcida que pronto se borró para volver a un rostro serio. Definitivamente no estaba de humor para soportar a críos, pero hacía ya tiempo que no veía al caeruleus y la inutilidad del piscis no le había aportado nada demasiado interesante.

- Di, si no vienes por alguna reclamación, ¿llevas una estancia tranquila en el palcio?- Preguntó con desaire sin dejar de mirar al muchacho.

Ignoro su primer comentario por completo.

-Mi vida es bastante buena. La verdad, no me quejo... tengo una rutina saludable, como bien, duermo también, entreno con Kettleburn... no me quejo, la verdad- digo encogiendo los hombros.- por cierto, ¿lo ha visto? lleva dos días desaparecido, y eso es extraño... Brontë está demasiado tranquilo sin el.- digo dibujando una sonrisa de complicidad.

-¿Y usted?,- digo apoyándome en el alfeizar y viendo su copa de vino- ¿como le va? está todo bien por nuestra querida Cáligo? hace tiempo que no tengo noticias de allí, y se me hace extraño, porque a mí siempre me ha gustado la política... la suya, en concreto

El líder observó al muchacho desenvuelto en su conversación como si en frente tuviese a un primo lejano con el que compartir las nuevas de la familia con lo que dejó ver una media sonrisa retorcida que poco decía en favor a la impresión que estaba llevando del chico.

- Las algaravías que tengais por el castillo poco me importan. Bien saben los que han venido aquí que deben cuidarse solos. Por otra parte, desconocer el paradero de un lacayo es signo de poca imposición. Quizás el respeto ya no cala en la mente de los jóvenes como antes -. Indicó colocándose una de sus mangas de forma despreocupada y recogiendo su copa.

El chico se aproximó y preguntó desvergonzadamente. el líder miró a algún lugar perdido de la noche y respondió de forma casi automática.

- No es de tu incumbencia -.Y se llevó la copa a los labios.

Su comentario me asquea. Me asquea muchísimo.

-¿Y como cree usted, que debería imponerle respeto a ese cretino? Por si no lo sabe, ya no le caben más moratones en el cuerpo y el se sigue escapando. Aunque debo reconocer que la última semana se portó extremadamente bien, la verdad es que cumple sus tereas, pero a base de golpe, y eso es muy cansado para mi- digo acercando la oreja al hombro.


Su última frase es lapidaria, pero mejor no meterme más con el... ¿que clase de dictador es este que no mantiene a su pueblo infomado? joder, que asco de tio, de verdad... me jode que me haga sombra. ME JODE MUCHO.


-Bueno, pues vale. No me cuente nada. Ya me enteraré yo.- sentencio.

La sonrisa del líder se ensacha cuando el muchacho protesta respecto al trato con su criado.

- A veces es cuestión de la calidad. El arte de la educación no reside en el castigo desmedido sino en el bien dado. Tanto depende de la validez del vasayo como de la del amo -. Puntualizó haciendo desaparecer la copa de sus manos. -¿Qué son los golpes y gritos sin sentido sino una burda pelea popular? - El líder miró al frente y Barthemius apareció a su lado portando su arma. El líder, sin mirar a su vasayo, agarró con cariño el cuero con aleación y lo agarró a su cinto. - El mínimo gesto será suficiente para el trabajo bien hecho -.

Escuchó el desaire del muchacho y asíntió a Barthemius para que se fuera.

- Infórmate, como el resto de caeruleus -. Indicó con calma y despreocupación. - Pero ahora dime, ¿has venido por casualidad o solo buscabas una excusa para que te castigara?

-Bueno, usted dirá lo que quiera, quizás con el suyo las palabras amables hayan llegado, pero con ese cabezayunque, las palabras no bastan. Véase, por ejemplo: antes obedecía y punto. Ahora, lleno de golpes y miedo, obedece, es educado y me llama "mi señor" cosa que antes no hacía. ¿ve? mis esfuerzos están valiendo la pena.

-¿Informarme como el resto? No me compare con el resto, señor... no lo veo ni justo ni apropiado. Creo que usted y yo somos algo más que "el resto" - por lo menos en Brontë-

Entonces Barthemius aparece de la nada mientras porta el arma de Aren en brazos. Yo frunzo el ceño y escucho sus palabras. No creo que eso sea... necesario. digo con un tono solemne. Solamente me lo he encontrado por casualidad y he decidido saludarlo, habría sido muy descortes pasar de largo de usted.

Trago saliva y retrocedo un paso. No por miedo, sino por precaución y respeto.- No tiene motivos para castigarme, además. Digo viéndole a los ojos, intentando recordar alguna falta cometida.

El líder mantuvo su sonrisa maleficente, típica de su gesto e incluso llegó a generar un seco sonido gutural a modo de risa incrédula.

- Estoy al tanto de que el piscis es bastante escueto en pensamiento, pero no esperaba que tú también necesitases mayores explicaciones -. Indicó dedicándole una mirada zalamera al muchacho.

La palabra perdió al chico y enseguida comenzó a hacer comparaciones nada razonables. El líder se llevó dos dedos a la frente mientras sonreía enseñando los dientes. - ¿"Usted y yo"? ¿Acaso me estás comparando contigo? Ahora empiezo a entender porque mantienes el necio de Kettleburn a pesar de su inutilidad -. Indicó jocoso recordando en boca del estúpido piscis aquellas palabras. Aquel infame pensamiento, esa estúpida cabezonería, ese emperramiento en afirmar que una insignificante piltrafa podía estar a su altura.

El líder agarró su arma con rapidez y soltó un estruendo al hacer que el materil golpease contra el mármol del suelo y dio un paso al tiempo que alzaba la barbilla mirando al muchacho desde más arriba.

- Mírate, Alexander Price, temiendo mi ira con el simple tono de mi voz. ¿Acaso no crees suficiente ofensa el hecho de que siquiera pienses, no ya en equipararte, sino en aproximarte a mi persona? -Los ojos le refulgieron en un violeta destelleante durante un momento para dejar de nuevo visible al chico la pupila casi totalmente dilatada del hombre.

Aren habla y crepita su arma.
Retrocedo blanco con la luna, sin ser capaz de responder a su pregunta.

...


Trago saliva- si... no volverá a pasar... no osaré volver a compararme con usted yo... bueno, creo que la férrea admiracion que siento... bueno, creo que me ha llevado a actuar así, de esta forma irracional. Quizá no quiera que sea bruto con Kettleburn, o quizás no quiera que intente crecer como usted lo ha echo. Pero tenerle tan cerca... por Mithos... quiero ser su pupilo, Aren. No quiero provar su látigo, aunque si eso fuera necesario para que usted me enseñe y sea mi mentor, que es lo que más deseo en el mundo,- trago saliva- Adelante- digo dejando deslizar la camisa por mis brazos, dejando mi torso al aire y dándole la espalda.

Estaba preparado. Podría estudiar política, o algo por el estilo, y que manera de aprender mejor que de Aren Darvenwish? ¿Y qué si ello conlleva unos cuantos latigazos?

El líder apretó la mandíbula sin perder la sonrisa ya en parte enajenada. Estaba ansioso, hacía ya tiempo que nadie le daba razones para poner enarbolar su arma y dejarse llevar por el desquite en pos del respeto que otorgaba el temor. La arteria de su cuello palpitó con fuerza, pero la respuesta del muchacho lo sorprendió de forma similar a cuando Kettleburn se había arrancado una oreja. De forma mucho menos "dramática", claro.

Aflojó la presión e su arma y comenzó a reir con ligeras carcajdas. Deboción, admiración, sacrificio... Todo dirigido a él, hacia su magnánime persona. Guerreros, entes insignificantes atraídos por el dulce sonido de su flauta, por el embriagador aroma de su grandeza. Todos rogando a sus pies en busca de la atención dedicada en cinco segundos de gloria. Fascinante, excitante. Sentía la sangre correr de nuevo por sus venas y la adrenalina baño su mente mientras se regodeaba al sentirse alabado. Eran Aren Ferenc Darvenwish y cualquier gusaro rogaría por tener su escupitajo en la cara.

Recogió su arma sin dejar de reír y se aproximó al muchacho con pasos calmos.

- Alexander Price... Alexander. Eres un ser insignificante que se regocija en la poca clase que puede hacer aparentar el dinero. Alexander Price. ¿Cuánto sufriría esa piel de porcelana con el primer gesto de violencia sobre ella? - El líder puso una mano en la espalda del muchacho y acarició su piel unos segundos para luego dedicar un sutil arañazo que no dejó siquiera marca. - ¿Cuál será el precio para poner firma a tu carne? - El líder rodeó la cintura del muchacho con el brazo izquierdo y dejo la mano derecho apoyada en su espalda a pesar de aproximarse hasta poder hablarle al oído. - Alexander Price. ¿Qué ofrecerás a cambio de su crucifixión?-

Esperó unos segundos y luego alargó la derecha para agarrá el cuello del muchacho y hacerle levantar la cabeza. Adoraba manejar de aquella forma la postura de las personas, le hacían sentir que eran simplemente lo que sus conciencias ya deltaban, simples muñecos de trapo que bailarían más o menos bien acordes a su canción.

- Más que las meras palabras quiero hechos. Tu postura no es la más adecuada, así que no vuelvas a decepcionarme -. Indicó antes de pasar una mano por su cabeza hasta separarse del joven dejando caer sus últimos mechones de pelo.

*Desaparece*

Aren acaricia mi piel. Me rodea, me posee. ¿por qué tiene ese don? todo el mundo parece basura a su lado.

Me habla. No digo nada. Solo pienso en lo que dice.

-Lo que sea. La carne se regenera y las cicatrices ayudan a no olvidar.- musito en un susurro.


Hechos. Hechos. Hechos. ¿que clase de echos? ¿que tengo que demostrar? ¿acaso tengo que cambiar mi forma de ser? ¿tengo que dejar de imponer mediante la fuerza?...


Dudo. Hechos... que dificil.

Entonces Aren desaparece.

-Tendrá hechos. se lo juro- digo dejándome caer de rodillas al suelo, con la cabeza gacha.


*se queda*

Caminaba por los pasillos con Hoju en brazos cuando vi una puerta de uno de los balcones abierta. Cuando pasé al lado de ella miré durante unos segundos, procurando no ser descortes por si había alguien que no conocía, pero entonces vi a Alexander a cuatro patas, y con la cabeza tocando el suelo.

Frené debido a la impresión.

"Vaya... ¿le pasará algo? ... Bah, qué más da, no es de mi incumbencia. Como si lo parte un rayo.", pensé, decidida a emprender el paso de nuevo, pero dudé durante unos segundos.

"Bueno... quizás será mejor preguntarle. Pero como no le pase nada le doy su merecido por lo que le hizo a Silvanus. ... ... ...o no, pero me voy y lo dejo con la palabra en la boca", pensé, y entonces me acerqué a él.

"Oye. ¿Estás bien?", pregunté con un tono distante, pero cortés.

La cláritas aparece.

-Si gracias. digo poniendome de pié y recuperando la compostura.- buenas noches. que descanses. Ya ns veremos, guapa- digo con un semblante realmente serio.


*se va*

Alexander se incorporó y se fue, diciendome aquello de una forma que dejaba notar claramente que le pasaba algo, pero que no me lo iba a decir.

"Bueno... Adiós", le digo cuando se va.

"En fin... no era ningún daño físico, así que no es de mi incumbencia", pienso, sin poder evitar sentir un poco de curiosidad.

Entonces retomo la dirección que tomaba y sigo caminando


*se va*

Llegué a los balcones para tomar el aire mientras me comía un sándwich de tortilla con zanahorias. Esta semana es extraña, a Alexander parece haberselo tragado la tierra y yo: feliz que soy, oye.

La verdad es que no necesitaba el trabajo mas: tenía alrededor de 100 monedas de oro ahorradas y de momento serían suficientes para vivir durante años. puesto que estaba acostumbrado a vivir con una miseria al mes.

Le había mandado dinero a Ariel para que me comprase ropa... aunque no había sido una buena idea: me había comprado una camisa con chorreras bastante hortera y unos pantalones cortos por encima de la rodilla... era bastante estrambótico el modelito, pero bueno: era ropa.

-Quizás deba dejar de trabajar para Alexander... quizás Hewina y Heylel tengan razón al decirme que no es bueno que esté a su disposición... ¡PERO CARAY! ¿donde estaban ellos el día del picnic? Alexander fue el único que me entendió y ahora... y... ahora el también desaparece misteriosamente... ¿será que espanto a la gente que me rodea? ¿tan inaguantable soy? la primera fue Inger... Cero parece haber volado... parece que se haya molestado conmigo que ya ni lo veo... luego... Hewina y Heylel se han distanciado últimamente, Alehyss BUA! Alehyss hace siiiiglos que no la veo: quizás se esté escabullendo de mi presencia y Massen... parece huir de mí siempre... ¿COMO NO QUIEREN QUE ME REFUGIE EN ALEXANDER O AREN? pero claro... ahora Alexander parace haberse cansado de Brontë (por mi culpa, por supuesto) y se ha ido... solo me quedas tu: Aren Darvenwish...

*se queda pensando en sus cosas*

Caminaba por los pasillos y Hoju revoloteaba a mi lado, pero entonces comenzó a volar muy deprisa, hasta que se metió en uno de los balcones.

"¡Eh, Hoju!", le dije, y cuando logré alcanzarle estaba revoloteando frente a Silvanus, mientras miraba con ansia lo que estaba comiendo.

"Uy, Hola Sil", le dije sonriente.

"Y tú, ven aquí, que esa comida no es tuya y además ya has comido hoy", le dije a Hoju, regañándole mientras lo cogía en brazos.