Balcones

Demasiado calmo para como es normalmente. Parece ascuas del fuego que es originalmente. Cuando baja la vista no me preocupo demasiado, o eso intento, porque no se lo he visto hacer antes. Un juguetón rayo de sol le ciega cuando el astro se decide a ser un poco más descarado, y ante eso ya me permito sentir algo de preocupación. ¿Le ocurrirá como a mi? No tiene los ojos muy claros, pero igualmente le puede molestar o doler el sol.

No le voy a proponer ir dentro porque sospecho que cuanto más cálido esté, mejor en general para él -por su herencia de raza y por sus alas-, pero quiero mejorar su estado. Desplegar las alas para taparle es egoísta, puede que le guste que el sol le acaricie. Y poca alternativa me queda.

- ¿Quieres que cambiemos sitios? A mi me protegería tu sombra y tu le estarías dando la espalda al sol-. Propongo, algo lentamente por si digo alguna palabra incorrecta. Por si acaso influye positivamente a que se decida, deshago el enlace de mis tobillos tras sus caderas, y simplemente mantengo las piernas en sus lados.

Intuyo que no le gusta mi propuesta por cómo frunce el ceño, así que simplemente sigo cómoda sobre la baranda. Me encojo de hombros suavemente cuando clama que le gusta y que no me preocupe, intentaré hacerle caso. No es como si no hubiera barajado la posibilidad. Pero cuando saca a conversación a Caligo no puedo evitar una sonrisa un tanto sorprendida.

- Supongo que estamos acostumbrados. ¿Te...?-. No sé muy bien cómo hacer esto, así que me muevo un tanto inquieta sobre la barandilla, a pesar de que estoy cómoda. ¿Acaso le interesará escucharme? No lo sé, pero si no lo intento nunca lo sabré. Además, quiero ser capaz de hablarle sobre lo que sea-. ¿Te creerías... si te digo que no ví el sol hasta los tres años de edad? Por lo pálida que era de pequeña, mi madre no me dejaba ir fuera.

>> Mi padre acabó harto de no poder verme correr, revolotear y caerme al sol como cualquier niño de mi edad, así que me llevó. Hizo su maleta y la mía y con unos amigos suyos me llevó a Ventus. Miré... Miré tanto tiempo fijamente al sol, que estuve ciega un par de días. Aparte de recibir quemaduras solares y que me llamasen rara como poco. Mi madre se enteró de la travesura, por supuesto. Y yo no dejaba de decir que algún día volaría para besarle cuando fuera mayor. O eso dice mi padre. La siguiente vez que lo vi, fue con dieciséis años, la primera vez que me escapé de casa. Creciendo, aprendí que por mis ojos claros me molesta si es muy brillante. Pero tienes razón. Es más... Cálido para el corazón cuando está presente. Es como... Tú.

He hablado lentamente, concentrada en contar cosas pero no contar demasiado, ni aburrirle, ni resultarle molesta. Ha sido raro contar en tan poco tiempo que crecí el Caligo, cerca de un río, la personalidad de mi madre y cómo la descomplace mi padre a veces. Me siento rara. Pero bien también. Eso es lo que cuenta. Así que trato de desfruncir el diminuto ceño que se me ha formado por intentar explicarme sin saber muy bien cómo hacerlo, y me encojo de hombros.

Bueno, es del continente del fuego, es obvio que no se pueda imaginar cómo es vivir en Caligo. Para mi sí que es posible pensar cómo sería estar en Ignis, puesto que creo que basta con imaginarme mucho más intensamente el calor de un buen fuego, sumado a una gran evolución de la luz solar. Pero en fin, tan sólo es mi creencia.

- Podrías... Podrías ir a misiones si tanto lo echas de menos. O simplemente volver a casa por un tiempo, aunque no creo que quieras. Una de las cosas buenas de las misiones es que puedes poner excusa para volver a palacio, si no te quieres quedar en un sitio-. Sugiero. En realidad estoy pensando en la misión que yo misma tengo que realizar pronto. Y en la promesa que le hice a mi madre. Creo que debería comentárselo, sólo por si acaso. Retiro las manos de su cuerpo aún a pesar de mi propio deseo, dejándolas en mi regazo-. Yo misma he ido ya a una, y voy a volver a ir a otra por más que mi madre... Se preocupe. No sé. Es una opción.

Asiento. Con su espíritu y su personalidad me parece totalmente lógico que quiera esperar a alguna en concreto que le guste más, o le convenza más. Así que no hay mayor reacción por mi parte, puesto sé que se las apañará bien. Estoy más preocupada de cómo decirle lo siguiente sin parecer una niñita de mamá del todo... Seguro que me acaba perdiendo algo de respeto.

- Sólo para que lo sepas... Sólo por si acaso, quiero que sepas que le prometí a mi madre que si en alguna de las misiones salgo herida, he de ir inmediatamente a verla. No creo que me pase nada. De hecho, no me ha pasado nada hasta ahora, así que no sé. Pero por si acaso. Si ocurre, seguramente intente hacerme de enfermera-carcelera o algo.-. Vuelvo a encogerme de hombros, mirando a un lateral, por lo visto el paisaje está de lo más interesante ahora mismo. Me resigno a que piense lo que quiera, pero o aceptaba esos términos o me veía a mi madre personándose a las puertas del castillo para presentar guerra. Literalmente.

No me resulta demasiado difícil cuando parece que lo acepta con tanta naturalidad, y todo se me relaja por dentro cuando incluso se acuerda de lo que estuvimos hablando no mucho más allá de dos días atrás. No puedo evitar una pequeña carcajada, sonrojándome levemente por lo que su petición implica.

- ¿Querrás... Que te escriba?-. Pregunto en casi un murmullo inaudible, sin poder evitar sentirme como un sol diminuto dentro de mi misma. El suspense de la respuesta, que espero afirmativa ilusionada, para qué mentir; me tiene en el borde de la baranda.

Y el sí viene por sí solo, haciéndome sentir por dentro como si quisiera aplaudir para celebrarlo. Supongo que puedo aventurar que soy la más feliz del palacio en este momento sin error ni equivocación. Asiento, tratando de tragarme todo el entusiasmo hacia dentro y controlarme, pero no puedo evitar cogerle la cara y besarle.

- No serán muchas cartas. Lo prometo. Las justas y necesarias. Te he visto la cara cuando recibes correspondencia.

Ni siquiera sé si podré escribir más de tres, si mi madre no me quita ojo mientras salgo de esa supuesta herida mortal mortalísima que su hija sufrirá de las peores maneras posibles y que la afeará para siempre y le impedirá encontrar un marido con el status y la nobleza suficiente para satisfacerla. Ese pensamiento me amarga un tanto, así que de inmediatamente lo ignoro premeditadamente. No sé cómo decirle que se lo agradezco, pero creo que no debo decírselo. Así que simplemente le dedico otro pequeño pico, esta vez más suave y femenino.

Oh, bueno. Creo que no debería sorprenderme de que, como persona importante que es, parte de su correspondencia no sea de seres queridos. O al menos, no literalmente queridos, aunque estén relacionados por sangre. Supongo que sí que recibirá cartas de negocios o propiedades o algo así. Me encojo suavemente de hombro.

- No tendrías por qué hacerlo si no quieres-. Aclaro, algo culpable. Claro que quiero que me escriba de vuelta, pero no que lo convierta un una obligación más. Pensar que en mi cumpleaños le pedí que me convirtiese en uno de sus quehaceres, me hace llegar al hecho de que pasó mi cumpleaños conmigo, al menos una parte. Y yo ni siquiera sé cuándo es su cumpleaños, ni cuantos cumplirá. Aunque... Pensándolo en lo peor. ¿Y si pasase el verano fuera? ¿Me perdería su cumpleaños? Con lo fogoso que es, podría haber nacido en verano, aunque una cosa con la otra no tengan nada que ver de manera racional.- Cierzo... ¿Cuándo es tu cumpleaños, y cuantas plumas te tendría que poner?

FdR: Aquí Fier no da ni recibe tirones de orejas, hace coronas de plumas y se ponen el número de años. Why not.

Camino por los pasillo tras ducharme después de un día de entrenamiento. Estiro los brazos con pereza y bostezo abriendo mucho la boca. Ya que en este palacio no es necesaria tanta disciplina aprovecho para desquitarme, oyes.

Paso al lado de un par de boros y me quedo mirando a un sirviente cuando pasa a mi lado. Antes de alejarse por completo se gira para comprobar que todavía que sigo con la mirada. Su respuesta es un gesto de molestia para luego continuar su camino. Por mi parte le sonrío y continúo. Cómo se pone la gente...

Al pasar cerca de los balcones encuentro unas tenebrosas alitas que me resultan familiares y sonrío ampliamente.

—¡Cierzoooooo! —Digo con tono alto y animado para llegar y pasarle un brazo por lo hombros y darle unas palmaditas en el pecho con mi otra mano —Llevo unos días muy aburrídos, colega. ¿Por dónde te metes? —Entonces dejo de mirarle y me doy cuenta de que está acompañado. Miro a la mujer alzando las cejas.

—Oh, estás acompañado. Buenas, eh... esto... Tú eres esa chica que perdió con la falcata... Ah, Fier —Tras mis primeras dudas digo su nombre con una media sonrisa y un tono que parece de lo más obvio. Libero a mi arbolillo y me recoloco el chaleco.

—Bueno, perdón por la intrusión entonces. Os dejo disfrutar de la lluvia y eso. Chao, parejita —Les guiño un ojo y me dirijo hacia el pasillo. Entonces me doy la vuelta un momento —Pero me debes otra cita —Señalo a Cierzo con el dedo y una nueva sonrisa divertida y desaparezco. La verdad es que me lo paso pipa con él.

Que no se extrañe por mi pregunta me hace extrañarme un poco a mí, pero en fin, prefiero no prestarle atención ahora a detalles o reacciones que, dentro de lo que cabe, no son tan importantes como lo puedan ser su fecha de cumpleaños y su edad. ¿Por qué no se lo habré preguntado antes? Me resulta totalmente curioso y maravilloso que ambos cumplamos años en fechas que coinciden en ser equinoccios. Entonces sólo nos llevamos tres meses.

De repente, una voz que no me suena pero no del todo desconocida, nos interrumpe. Un brazo se le pone en los hombros, lo que me hace inconscientemente retirar las manos para no molestar. Es Gerald, aquel de quien Cierzo me ha hablado. Cuando se da cuenta de que estoy delante y de que no sé muy bien lo que pasa, me mira alzando ambas cejas. Me reconoce tras pensarlo un momento, pero eso sí, lo primero que recuerda de mi es que perdí. No lo miro de ninguna manera, puesto que la inesperada intrusión me ha hecho cerrarme en mi rostro más neutro posible, pero no puedo dejar de mirarle desde mi asombro interior.

- Pues sí que sois amigos-. Admiro, en el primer comentario que creo que es seguro aventurar. Me alegro. Al principio, cuando conocí a Cierzo, ambos estábamos recién llegados. Conforme pasó el tiempo apenas le escuché hablar de nadie, así que es positivo que haya por fín encontrado a alguien que esté a la altura de él.- No ha sido muy caballeroso por su parte comentar de esa manera mi derrota, pero bueno. No todos pueden ser igual de nobles que tu. ¿Y qué es eso que ha dicho de la lluvia?

Suavemente, apoyo las manos en su pecho y le retiro hacia atrás. Bajo de la barandilla y me acomodo el vestido a mi pesar. Su subrepticia llegada e ida me ha recordado que no estamos solos en un castillo que contiene bastantes habitantes. Y no es que me importe que me vean con Cierzo de tal o cual manera. Supongo que es mero "saber estar" algo anticuado, heredado de mi madre. ¿Debería ponerme celosa que tenga citas con otras personas pero conmigo no? No lo sé. Sólo espero que no haga con él lo mismo que hace conmigo, no me gustaría tener que quitarle la bolsa escrotal a nadie, aunque si se debe hacer, se hará.

Vuelvo a mirar a Cierzo, tras haber estado turnando la mirada sin haberme dado cuenta. Suspiro, me pongo de puntillas y le doy un último leve y corto beso, y me voy. No estoy cómoda y ya está, tampoco es que tuviéramos mucho más de lo que hablar ni nada, creo. Suertuda ya debería considerarme de haberle visto dos veces en la misma semana. Recordando eso, finalmente no puedo más que tomarle de la mano y susurrarle un "ven conmigo" para que me acompañe a la puerta del dormitorio.

El líder caeruleus había dejado atrás a Barthemius para desprenderse un poco de la compañía y dejar que cuidase a solas de la pequeña carpa que ahora ocupaba el tamaño de un gran leño de madera y debía permanecer en el lago.

El calor se acercaba y los días crecían, mala época para los caeruleus. El líder tenía el presentimiento de que cada día dormía todavía menos y la noche le rendía demasiado poco. El calor, por su parte, empezaba a notarse demasiado. Había cambiado ya el armario para la nueva temporada. La tela más fina y vaporosa volvía a presentarse en sus atuendos y las largas chaquetas eran cambiadas por finas y detalladamente decoradas levitas de satén. Por mucho que el calor acuciase, su ropa no podía perder ni un ápice de gusto y refinería.

Caminaba tranquilo y desairado, incluso una leve sonrisa adornaba su rostro. Había visto a Madame rondar a lo lejos entre los pasillos del palacio y, aunque no hubiera sido así, el olor que dejaba en los rincones por los que se movía embriagaba su olfato como si rociasen su cara con el perfume. Por otra parte, pensaba en la fiesta de cumpleaños de Nagorr y el regalo que llevaba preparado desde hacía meses. Una fiesta de cumpleaños de un líder en Brontë era algo inusual y curioso y más aun cuando ese líder era su más preciado amigo. No sabía qué podía esperar de aquella velada, aunque una parte de él sentía celos de no poder celebrar aquel importante día de forma particular. Él, Nagorr y una buena copa adornada con las buenas charlas de siempre.

Entre uno y otro pensamiento dio en cuenta de que, pasando por uno de los balcones, una pequeña amiguita suya estaba sentada pintándose los brazos, tan ausente al mundo como siempre. Su sonrisa se amplió, siempre le ponía de mejor humor encontrarse con su pequeña An. Quería saber cómo le iba por Brontë y cómo iba su recolecta de tesoros. Era tanta la dulzura que le transmitía que a veces creía que podría quedarse dormido acunándola. Algo mágico tenía aquella chiquilla, algo entre tierno e intranquilizador que le encantaba.

No tardó en acercarse y, en cuanto lo hizo, se fijó en que algo en ella no era habitual y no supo decir el qué. Frunció ligeramente el ceño todavía sin decir nada. Los detalles no eran algo que el líder caeruleus no supiese apreciar. Se fijó en que lo que desentonaba era la zona de su cuello, pero su pelo al ras no le permitía discernir demasiado. Sonrió de nuevo, relajado otra vez. Ahora mismo se lo preguntaría, nada más saludarla.

—Hola, mi pequeña, An. Tenía ganas de volver a verte... —Comentó con voz dulce, pasando levemente la mano por su cabecita, apenas tocándole el pelo.

FdR: LLORO

El líder abrió los ojos con sorpresa ante la extraña reacción de la muchacha y, tras quedarse estático durante los segundos en que ella se alejaba anteponiendo su arma, retiró la mano muy lentamente hasta mantener una postura erguida.

Su ceño se fue tensando sin dejar que la sorpresa y el desconcierto abandonasen su mirada. Su mente trató de analizar aquel comportamiento de forma rápida y acorde, pero por más que las diversas hipótesis venían a su cabeza no encontraba ninguna que le resultase lo suficientemente creíble.

Levantó ligeramente el mentón sin dejar de mirar a los ojos de la muchacha, observando en conjunto y de forma secundaria el resto de tu figura. La desconfianza se unió a sus pensamientos junto a una ligera punzada de molestia por aquel rechazo, de aquella forma.

—¿Qué pasa, Ayne? —Preguntó con seguridad y cierto tono de ordenanza. Su voz se oscureció ligeramente, pero no perdió el deje cariñoso que le guardaba a la chiquilla. Ayne, su An, era una de las pocas personas de las que había sentido un cariño sin ápice de interés y la posibilidad de que algo o alguien hubiese dado lugar a eso que ahora tenía delante de sí le resultaba muy desagradable.

El líder continuó inmóvil, observando la reacción de la chica y viendo como su diminuto cuerpo temblaba bastante, como el arma vacilaba pero intentaba mantenerse erguida y como ella apartaba su vista, como aquel que tiene un mandato doloroso que cumplir.

Como si la información corriese frente a sus ojos, vio pasar gran cantidad de opciones. ¿Una petición? ¿Una trama? ¿Una mentira? ¿Una mala conversación? ¿Un chantaje? ¿Un falso credo? ... El líder seguía sin dar solución a aquello por lo que la dulce y alegre Ayne se presentaba así ante él.

Pensó en dar un paso hacia ella cuando el arma se le calló de las manos, pero mantuvo el temple durante el tiempo suficiente como para ver como ella se acercaba por voluntad propia y, finalmente, corría para abrazarlo.

La aferró entre sus brazos y tomó aire profundamente para soltarlo en un suspiro ahogado y por fin relajada, cerrando los ojos. Sostuvo a la chica con firmeza pero delicadeza, acariciándole el pelo con lentitud y suavidad. Tras unos segundos hincó una rodilla para poder abrazarla bajo sus pequeños brazos y que ella pudiera aferrarlo con más fuerza.

—¿Qué ha pasado, An? ¿Qué te preocupa? —Preguntó con suavidad.