Balcones

Como esperaba, esa clase de cosas no están entre sus gustos. De todas formas, tiene un encanto especial, quizás precisamente por eso.
Ante su pregunta, me encojo de hombros.

-No hago mucho para entretenerme. Me gusta leer y lo hago todo lo que puedo, pero el objetivo principal es aprender cosas. También entreno, como tú, y me relaciono en la medida de todo lo posible. Y, cuando puedo, salgo a examinar el terreno. Me gusta saber donde vivo.

Ensancho ligeramente la sonrisa.

-¿Conoces a mucha gente?

Escucho lo que dice en silencio, alternando mi vista entre ella y el paisaje. La chrysos morena parece hacer más cosas que yo que, sinceramente, nunca me he preocupado demasiado por examinar el terreno. Supongo que, cuando acabe el mal tiempo, podría probar. A saber qué cosas encontraba uno explorando las zonas.

Cuando me pregunta si conozco a mucha gente, niego con la cabeza. No sé cuántos guerreros hay o deja de haber en Brontë, pero estoy convencido de que hay muchos más de los que yo conozco.

—No demasiados —explico—. Conozco a Follow el ninja, a Massen Dew, a la coleccionista de tesoros, a Nagore, a Narbe o algo así... Aunque la mayoría de ellos son conocidos. Con los que más he hablado son Follow y Massen. —Me encojo de hombros. Luego la miro de reojo—. ¿Tú conoces a mucha gente?

Me dice nombres conocidos y otros que no lo son tanto. Al oír "Follow el ninja" no puedo evitar alzar las cejas divertida, pero lo dejo estar.

-¿La coleccionista de tesoros? Esa sí que no me suena -. Esbozo una sonrisa. No es el único nombre que me resulta desconocido, pero todo a su tiempo-. Y tampoco creo haberme cruzado con Nagore o Narbe... Parece que tengo gente a la que conocer.

Yo conozco a más de los que ha mencionado, aunque seguramente también él haya conocido a alguien más.

-No sé si son muchos o pocos, porque siempre hay alguien, como tú -. Lo miro fijamente- que me desvela nombres nuevos... Deberías conocer a Heylel. Seguro que te caería bien...

Esbozo una sonrisa. Tiene sentido que no sepa quién es la coleccionista de tesoros.

—A Narbe sólo lo he visto una vez, y a Nagore dos. —La miro de reojo—. La coleccionista de tesoros es una parvus muy peculiar que busca... Cosas. Y tiene muchos tesoros. No sé cómo se llama, así que por eso la llamo así.

Me vuelvo a encoger de hombros y la miro. A lo mejor con esa pequeña descripción es capaz de ponerle cara, y a lo mejor no. Pero, bueno, supongo que es más probable que si la conoce, no sea por ese mote.

Escucho lo que dice con atención. A diferencia de mí, ella no da muchos nombres. De hecho, sólo da uno: Heylel. No me suena de nada, pero supongo, por lo que dice, que será simpático.

Sonrío de nuevo.

—Tendré en cuenta lo de Heylel. A ver si lo veo.

Y vuelvo a observar la lluvia.

Su descripción me trae una imagen a la cabeza. La última vez que vi a esa chica fue en uno de los balcones, aunque no era este. No tenía mucha pinta de buscar tesosoros, pero lo de "parvus peculiar" sí que pega con la imagen que da.

-Creo que te refieres a Ayne -comento con voz distraída.

Nagore y Narbe. Dos personas más a las que investigar. Es todo un hastío, pero es mi trabajo. Espero que alguno de los dos, uno por lo menos, sea interesante, porque si no lo es será todavía más aburrido.
Alzo la vista hacia el flamma.

-Creo que regresaré dentro. Voy a ver si aprovecho un poco lo que queda de día.

Alzo las cejas. Ayne. No recuerdo haber escuchado nunca ese nombre, pero podría ser. A fin de cuentas, coleccionista de tesoros no se va a llamar (¿no?).

Miro a la chrysos morena. Ahora que lo pienso, tampoco sé cómo se llama ella, pero, a diferencia de la coleccionista de tesoros, creo que sí que me dijo su nombre en algún momento. Sonrío. Algún día sabré, de nuevo, cómo se llama, pero hoy no será ese día. ¡A saber qué piensa si se lo pregunto! Además, parece que ya se va.

—Pásatelo bien—le digo, sonriente. Luego vuelvo la vista al paisaje—. Yo imagino que también me iré en breves.

Esbozo una sonrisa y hago una leve inclinación de cabeza, a modo de saludo. Ha sido agradable charlar un rato con él.

-Un placer hablar contigo, Seth. Buenas tardes.

Tras la despedida, regreso al interior de palacio. No sé si realmente habrá algo que pueda hacer para aprovechar las escasas horas que quedan antes de que el día acabe, pero estaría bien comprobarlo.
Debería zanjar un encuentro con Jager... Y debería...
Debería hacer un par de cosas.

*se va*

Esbozo una amplia sonrisa y, al igual que ella, inclino la cabeza.

—Igualmente. ¡Hasta otra!

Realmente sí que ha sido agradable hablar con ella. Parece algo seria, pero de alguna forma también es agradable. O a lo mejor sólo pienso esto porque hacía mucho que no hablaba con nadie, quién sabe.

Suspiro y observo, de nuevo, la lluvia que cae. Me pregunto cuánto tardará en irse. Realmente, tengo muchas ganas de que haga buen tiempo; de que haga calor y de que salga el sol. La lluvia no me gusta.

*se va*

Para cuando llegué a los balcones, Fier me esperaba ya allí. Me acerqué a ella despacio, en silencio, hasta ponerme a su lado. Había recibido su mensaje hacía algo más de una hora. Resultaba curioso pensar en cuánto se me estaba citando últimamente por cartas. Más que en una cama, parecía que estuviera durmiendo en un buzón.

Mantuve la vista al frente, serio. El sol acariciaba agradablemente, y la temperatura había subido. Era un alivio sentir el dolor disminuir de vez en cuando; la sola idea me relajaba. Por una vez, me había animado a salir sin capa. Parecía que aquel día podía permitírmelo.

Enarqué una ceja, con cierta extrañeza hacia su comentario. Tardé un momento en entender que se refería a mis alas, y casi maldije el haber dejado la capa. ¿Tanto llamaba la atención? Maldito engorro, lo que daría por librarme de aquel peso muerto...

-Se acerca el verano -repuse con voz suave.

Le di una suave caricia en el pelo cuando se acercó a besar mi hombro, pero no tardó en moverse y sentarse frente a mí, en la barandilla. Podría decir que se trataba de un gesto temerario por su parte, pero la visión de sus alas, perfectamente equilibradas con su postura, parecía querer llevarme la contraria.

Avancé un paso más, quedando apenas a unos centímetros de sus piernas.

-Buenas tardes.

La miré yo también, como esperando. Ella me había citado, a fin de cuentas.

Mithos, pero cuánta seriedad. ¿Por qué no era capaz de relajarse y entender que no era tan importante? Menuda obsesión con tomarlo todo al pie de la letra. Si lo hubiera sabido, me habría limitado a esforzarme con un gracias y dejarlo pasar.

-Cualquiera diría que temes que un buen día me esfume en el aire -murmuré, con tono un tanto irónico.

Suspiré, cruzando los brazos frente al pecho. Qué mujer más perfeccionista. Idéntica a mi madre. Casi daba miedo. Por suerte, estaba acostumbrado.

-Bien, me parece una buena solución -acepté, finalmente-. Tendré en cuenta esas palabras por cada halago que salga de esos labios.

Hice una levísima inclinación de cabeza.

-Lo entiendo. Y, como he dicho, me parece bien. Aunque, repito, no voy a desaparecer sin más. Tal vez sea lo habitual en las tabernas, pero no lo es en los palacios. Así que no te sientas insegura soltándome las cadenas.

No sabía muy bien si aquello lo decía para que no se sintiera obligada a tenerme vigilado o porque yo empezaba a sentirme como una mascota en una jaula. Ninguna de las dos opciones me agradaban, pero una me incumbía más que la otra.

-No deberías tomártelo todo tan en serio, Fier.

Y que yo le tenga que decir eso a alguien. Las vueltas que da la vida.

Acentué mi ceño con cierta extrañeza. ¿Una disculpa? ¿Y ahora a qué venía aquello? Decidí que prefería no saberlo. Intentar seguir el hilo de sus pensamientos era como pedir que te explotara la cabeza. Mejor vivía en mi ignorancia.

-No hay por qué disculparse -repuse con cansancio.

Entonces llevó la mano a mi camisa, y caminé la distancia que quedaba hasta ella, situándome entre sus piernas. Con suavidad, posé las manos en sus caderas, casi como una caricia. Me miraba fijamente, con ceño, como si estuviera muy concentrada en algo. Una vez más, alcé una ceja.

-¿Qué buscas con tanta insistencia? -pregunté en un leve murmullo, en referencia a su intensa mirada, devolviéndosela.

Reía. Aunque, para mí, sus preguntas eran incomprensibles.

-No creo que un dragón pueda llegar a reír -repuse. En realidad, no lo sabía, pero no parecía probable-. Quizá es más fácil atraparlos. Que tampoco es sencillo, pero de eso sí conozco casos. Aunque dudo que les haga mucha gracia la captura...

Con suavidad pero firmeza, tiré de sus caderas hacia mí, acercándola aún más, y posé un suave beso en sus labios.

-Aunque, desde luego, es mucho más bello un dragón en libertad. Con las escamas bien lustrosas y haciendo cabriolas y rizos en el aire.

Me encogí levemente de hombros.

-Sí conozco algunos casos -reconocí-. Unos cuantos de dragones criados en cautividad. Miserable. Tan solo uno de un dragón recién capturado. No era más que una lagartija con alas escupiendo fuego. Un bebé. Pero conservaba la dignidad de la libertad, y la diferencia era abismal.

Recordaba perfectamente las eternas peleas y berrinches de las niñas al respecto, que solían ganar voz a kilómetros a la redonda. Y la corte se llenaba durante largas temporadas de toda clase de personajes de lo más extraño, buscando ganar favores y una fortuna por aquellas pobres bestias. Un espectáculo lamentable.

Ya no añadió nada más, sino que se limitó a cerrar los ojos y a juguetear con mi pelo. Me pregunté qué estaría pensando. O, más bien, siendo ella, cuántas cosas tendría en mente a un tiempo. Me limité a contemplarla en silencio, sin moverme.

Entonces acercó los labios a mi nariz y alcé los míos para atraparlos, interceptándolos antes de que llegaran a su objetivo. Con suavidad, despacio, me obligué a mí mismo a recordarme. Durante apenas un instante mis manos ejercieron una leve presión sobre sus caderas, como reafirmándose.