Balcones

Solté su mano y retrocedí un paso, mirándolo con desconfianza. Corrí hasta el ventanal para mirarme en el reflejo, y me palpé la cara con las manos, con inseguridad. Luego, con paso lento, vacilante, volví junto a él y lo miré, sin entender. Si no me había transformado, ¿por qué no me reconocía?

-Soy...

¿Quién era yo? Yo era yo. ¿Quién sino? Me miré las manos. ¿Era de verdad yo? ¿O era otra persona? ¿Era alguien, o ni siquiera eso? ¿Existía realmente?

Volví a mirarlo, un poco perdida.

-Yo... soy... ¿Ayne? -pregunté, más que dije.

FdR.: Momento Descartes XD

FdR.2: Siento la tardanza >.<

Zacharyas la observó hacer, inmóvil. Ella se palpó y buscó un sitio donde verse, como si hubiese olvidado qué forma tenían sus rasgos, o como si fuese a ver escrito su nombre en su frente. El caeruleus no se extrañó, pues Stalon solía hacer esa clase de cosas a menudo.
Cuando obtuvo la respuesta, su rostro descendió y se llevó una mano a él, cubriendo sus facciones, que ahora estaban en sombras. Al final Fier y él hablaban de la misma persona. Al final aquella era Ayne.
Cualquiera que lo viese pensaría, por su gesto, que a Zacharyas le causaba enorme pesar aquella noticia, puesto que su rostro hundido y cubierto por la mano semejaba oculto para esconder la frustración y el dolor.

Tras varios segundos en esa posición, los hombros de Zacharyas subieron y bajaron un par de veces. Entonces Ayne pudo escucharlo reír. Apenas fueron un par de carcajadas, suaves y recatadas.
El chico descubrió su rostro, en el que había una sonrisa algo avergonzada.

-Llevo todo este tiempo sin saber tu nombre...-dijo al fin, mirándola.

Al menos, pensó, ya lo sabía.

Al principio me asusté un poco, sin saber muy bien qué pasaba. El chiquillo se puso muy raro, y me quedé muy seria, tensa y nerviosa, conteniendo el aliento. Ni siquiera podía verle la cara, lo que lo hacía todo aún peor.

Entonces, de pronto, rió, y me pareció muy raro. No me inspiraba ganas de reírme yo, ni siquiera de sonreír. Zacharyas nunca se reía, y ahora que lo hacía no parecía contento. Cuando habló, abrí mucho los ojos y me rasqué una oreja, desconcertada.

-¡Hala! -murmuré.

Entonces me puse en cuclillas, muy seria todavía, y me llevé una mano a los labios, repasándomelos con el dedo índice. Creía que lo sabía. Creía que, simplemente, le gustaba más Stalon. Entonces me levanté y fui hasta él, cogiéndole de la ropa y tirando levemente de ella.

-¡Pero Stalon también es mi nombre! -protesté-. Es nombre de familia. ¡Y yo llevo todo este tiempo sin saber tu nombre de familia!

Zacharyas esbozó una sonrisa.

-Cuando te presentaste solo dijiste ese... -. Carraspeó.

¿Qué haría entonces? La cercanía que tenían lo instaba a llamarla por su nombre, pero hacía tanto que creía que su apellido era su nombre que descubrir esto ahora se le hacía raro.
Llamarla Ayne de pronto no solo se le haría difícil, sino que le daba cierto pudor...

Ella fue hacia él, quejándose de no saber su apellido, y Zacharyas se agachó hasta quedar cara a cara con ella, a la misma altura. Se quedó varios segundos callado.

-Blacksmith-dijo al fin, mirándola solemne.

Por fin, me atreví a sonreír. Le tendí la mano, divertida.

-Encantada, señor Zacharyas Blacksmith -saludé-. Soy Ayne Stalon, te quiero mucho y eres mi amigo.

Me eché a reír, contenta. Aquello era bastante raro, aunque nunca me lo había planteado. De todas formas, lo hacía todo más nuevo, y así era más divertido. Crucé en dos pequeños pasos la distancia que nos separaba y lo abracé, dándole también un beso en la mejilla.

Se ruborizó de nuevo, pudoroso, pero fue capaz de estrechar su pequeña mano sin ningún inconveniente. Mientras lo hacía, el caeruleus se preguntó si, siendo la parvus tan pequeña, podría estrangularla solo con una mano. No era una niña, pero la diferencia de tamaños hacía que quizás si le bastase con una para quitarle todo el acceso al aire y observarla boquear, buscando vida sin obtenerla.

Cuando se dio cuenta, Zacharyas llevaba largos segundos con la mano de la pequeña agarrada mirando al infinito. Se apuró a soltarla, percatándose de lo extrañas que eran las pausas que a veces hacía, perdiéndose en pensamientos que para la mayoría tampoco eran demasiado éticos.

La pequeña lo abrazó de nuevo y Zacharyas le correspondió torpemente. Ella parecía muy cariñosa, más que de costumbre, y él no estaba, ni mucho menos, acostumbrado a semejante volumen de gestos de aprecio.

Abrió la boca, pero a medio camino decidió que no quería hablar y calló.

FdR- Pégale o así XD Algo que él encuentre normal XDDD

Volví a soltarlo y me alejé un poco. Me senté en el suelo, de cara al exterior, viendo caer la lluvia. Hacía cada vez más frío, pero eso era lo de menos. El agua era divertida, sobre todo la que caía del cielo.

-En muchas ciudades de Humus nunca llueve -expliqué, casi como un pensamiento en voz alta.

A veces había goteras bajo tierra, pero la lluvia era como un montón de goteras juntas cayendo a la vez desde un techo muy, muy alto, de color azul o gris. Y, por más agua que cayese, el techo nunca se te echaba encima. Por eso era tan bonita la lluvia.

-¿Nunca llueve? -la miró curioso.

Zacharyas nunca se había planteado algo así, pero al pensarlo fríamente, tenía mucho sentido. De hecho, eso le desvelaba nuevas preguntas que hacerle a la parvus sobre su procedencia.

-¿En Humus... vivías en el exterior? -. Carraspeó secamente-. ¿O eras de los que viven bajo tierra?

Zacharyas no dudó: a él le hubiese gustado vivir bajo tierra. Le gustaban esas sensaciones claustrofóbicas que daban los lugares oscuros y cerrados.

Me encogí de hombros, haciendo un puchero.

-Aquí y allí. A veces sí y a veces no. Pero la mayoría de las veces, sí.

Me rasqué la cabeza, pensativa. Bajo tierra me gustaba mucho, pero el cielo era muy bonito. La primera vez que salimos a la superficie, no quería entrar bajo techo para poder verlo más.

-¿No hay casas bajo tierra fuera de Humus? -se me ocurrió de pronto.

Zacharyas sonrió ante su pregunta, que parecía extremadamente inocente, pero al mismo tiempo era lógica. ¿Acaso un caeruleus nunca salido de Caligo no se extrañaría de que en otros lugares brillase tanto el sol? A él le había pasado la primera vez, y estaba seguro de que a muchos otros les pasaría. Incluso podía ser que hubiese personas que ni conociesen el sol.

Se rascó la cabeza, atravesando su abundante cabello.

-En Caligo hay algunas zonas subterráneas, pero no creo que sean del mismo tipo. Yo nunca he visitado ninguno de esos lugares.

A Zacharyas se le vino a la mente una de aquellas grutas. Era tan fácil que se inundase o se desplomase y matase a sus habitantes. Él, sin embargo, había vivido siempre en un lugar pequeño donde esas cosas no se daban.
Aunque suponía que tenían métodos para evitar aquello, prefería ese pensamiento.

-Donde yo vivía siempre era de noche -dijo él, a cambio, aunque suponía que ella ya lo sabía.

-Hum.

No era capaz de imaginarme una forma distinta a las de Humus, sobre todo porque en Humus ya había demasiados tipos de construcciones subterráneas. ¿Existían más de las que los parvus tenían? Habría que hacer una visita a Caligo, a ver qué era aquello que habían inventado...

Me volví a mirarlo, alzando las cejas, cuando volvió a hablar. Me vi obligada a sonreír, tratando de imaginar algo así. Parecía magia.

-Qué cuento tan bonito. Háblame de él.

¿No lo conocía?
Zacharyas sonrió y asintió. Hablar de su tierra le producía cierta nostalgia, así que no tenía problema en hacerlo.
Se echó una de las capuchas por la cabeza.

-De acuerdo -. Carraspeó. ¿Por dónde debía empezar? -. ¿Te parece que hablemos dentro?

Llevaban ya bastante fuera y empezaba a sentir frío. Pese a la ropa que llevaba, Zacharyas tenía tendencia a no entrar en calor con facilidad, y en esos momentos no llevaba la ropa suficiente para enfrentarse a las temperaturas del exterior.
Debía haberse puesto alguna capa más gruesa, pensó, pero claro... Él había salido de las habitaciones simplemente pensando en dar una vuelta por los pasillos...

Me puse en pie con una sonrisa radiante, y asentí con entusiasmo.

Corrí hacia él y lo tomé de la mano con cierta impaciencia.

-¡Vamos, vamos! -lo insté, tirando de él hacia el ventanal.

Y, tarareando una canción, lo arrastré hacia los pasillos.

*Se van*

Observo el exterior, monocorde. La lluvia ha vuelto. No es muy fuerte, pero con ella vuelve a no agradarme la idea de salir. Casi hasta me da dolor de cabeza.
Suspiro. Vaya desastre de tiempo. Tampoco me gusta el calor, y eso es lo peor. Si esta lluvia acaba, lo que vendrá será calor.

-Vaya mierda... -gruño, para mí.

Con la lluvia vuelve mi hastío. Me apetece salir, pero no puedo. No quiero pasarme el día encerrada en este sitio, pero no quiero mojarme, y eso me cabrea.
Supongo que todo ello se resume a que soy una amargada. Vaya desastre, Ale...

*se queda*

Camino por los pasillos cabizbajo. La lluvia, que parecía haberse tomado un respiro, ha vuelto, y este mal tiempo me amarga. Yo, por lo general, suelo ser bastante risueño, pero, ¡Mithos!, estoy cansado de la lluvia. Quiero que salga el sol, que haga calor, que haga buen tiempo... En general, quiero que esto se parezca un poco a lo que vivía cuando estaba en el desierto. No pido que haga un calor abrasador, pero un poco de sol nunca viene mal.

Suspiro y giro a la derecha. Además, llevo tanto tiempo sin ver a nadie. Imagino que la gente tendrá sus cosas que hacer, yo, de hecho, también he estado ocupado entrenando, pero mentiría si dijese que no añoro hablar con alguien. Además, no me he olvidado de que hice llorar a la coleccionista de tesoros ni de Nagore, que también estaba triste la última vez que la vi. ¡Mithos! Aquello me entristecía aún más que la lluvia en sí. Yo llevo fatal eso de que la gente llore. Cuando alguien llora, está triste o algo parecido, siento una especie de empatía que hace que yo también me sienta mal. Y lo peor es que ni tan siquiera sé por qué me pongo así, pero en este caso creo que es porque siento que tuve algo de culpa. ¡Y eso de la culpabilidad también lo llevo muy mal! Sentirse culpable y no poder disculparse hace que mi humor decaiga, y es una sensación horrible porque no quiero estar triste pero estoy triste y, claro, no puedo sonreír, y sonreír me encanta porque hay mil motivos en el mundo para hacerlo pero no puedo. Y como no puedo, me siento mal porque parece que estoy rompiendo con mi filosofía de vida. Y las filosofías de vida no se rompen: como mucho, se modifican y se adaptan un poco, pero nunca se destruyen.

Sumido en mis pensamientos, no me doy cuenta de que he salido de las paredes de Palacio hasta que noto una especie de brisa. Sorprendido, alzo las cejas y observo a mi alrededor para orientarme. Estoy en los balcones. La chrysos morena está aquí también, observando la lluvia que cae. La observo durante unos segundos y, finalmente, me animo a saludarla.

—Buenas tardes.

Un saludo me hace volverme. No me lo esperaba aquí. Aunque, bien pensado, lo normal es que no lo esperase. Ya apenas recuerdo la última vez que lo vi, y la conversación no dio para mucho, pero bueno... Quizás haga que este día mejore un poco.

-Hola, Seth. ¿Qué tal?

Me vuelvo por completo hacia él. Este chico siempre me ha evocado una especie de pureza e inocencia ciertamente graciosa.
Decido añadir un comentario sobre el tiempo para sacarle algo de diálogo.

-El que hizo llover de nuevo nos desea lo peor...

Me encojo de hombros. Luego esbozo una sonrisa.

—Pues... La lluvia no me gusta, así que menos contento que de costumbre.

Suspiro. Este tiempo me hastía, me quita energía o algo así. Cuando llueve, se me quitan las ganas de entrenar y no se me ocurren temas para hablar, por muchas ganas que tenga de charlar con alguien (quien sea). Por suerte para la conversación, la chrysos morena hace una mención al tiempo que hace que me ría un poco.

—¡Sin duda! Debe gustarle muy poco este sitio. A saber qué opina de nosotros, él, que todo lo ve.

Espero que Mithos no haya visto que aquí hay gente mala, porque me niego a pensar que en un lugar como este haya gente con malas intenciones. Aunque eso explicaría por qué nos castiga con tanta lluvia. Frunzo ligeramente el ceño. A lo mejor inundarse es el destino de Brontë. Me pregunto si Follow sabrá si el destino se puede aplicar a una construcción.

Enarco una ceja. Realmente mi comentario no pasaba de una broma, pues la lluvia es un proceso natural que poco tiene que ver con ningún tipo de deidad. Simplemente, por desgracia, ha salido un año lluvioso.
Quizás su comentario también vaya por ese camino y sea solo una broma.

Me encojo de hombros.

-A mí tampoco me gusta mucho la lluvia. Lo malo es que hay que salir igual, así que al final tendré que mojarme...

Mi expresión y mi voz denotan la poca ilusión que me hace la simple idea de salir.

Alzo las cejas, sorprendido. ¿Hay que salir igual? Yo no creo que sea necesario que salgamos del palacio si llueve. Para empezar, fuera lo único que podemos hacer es pasear, entrenar... Y eso también podemos hacerlo dentro. Pese a que es más aburrido que entrenar en el bosque, la sala de entrenamiento está, precisamente, para entrenar; los pasillos sirven para pasear, aunque no sean comparables con los exteriores de Palacio. Por la comida, nosotros ni tan siquiera tenemos por qué preocuparnos. Y, ciertamente, no se me ocurre ningún otro motivo que obligase a alguien a salir de palacio si no quiere.

—Yo no creo que haya que salir igual —confieso—. Si no quieres salir, no tienes por qué hacerlo. No creo que nosotros, como guerreros, tengamos importantes cosas que hacer fuera de Palacio.

Lo miro serena. Durante unos segundos, da la impresión de que esté haciendo un balance de sus palabras. Luego, hablo.

-Hace unas semanas vivieron unos mercenarios. Atacaron a eso del final de la tarde-. Me encojo de hombros-. Llovía a cántaros, pero hubo que ir igual. Siempre habrá un motivo, o una posibilidad de que lo haya, al menos, que te obligue a salir en algún momento.

No quiero, con esto, aburrirlo o sermonearlo, pero es importante que entienda a qué me refiero. Quizás él no necesite salir, pero yo he de hablar con Jager, he de investigar, y no soporto este encierro todo el día.
Cada uno tiene sus motivos.

Vuelvo a enarcar las cejas, más sorprendido que antes. ¿Mercenarios? ¿Aquí? La idea me resulta difícil de creer, pero la chrysos morena no tiene ningún motivo para mentirme, así que termino aceptándola. Me resulta, cuanto menos, extraño. ¿Por qué un grupo de mercenarios aparecería por aquí? Y más importante, ¿qué estaba haciendo para no enterarme? De pronto me siento un poco inútil. Me imagino a mis compañeros combatiendo contra ellos mientras yo estaba haciendo Mithos sabe qué.

De todas formas, tampoco creo que esto justifique del todo su argumento. Tendrá que salir en algunos momentos, pero no siempre, y si no es necesario que salga todos los días, simplemente puede limitarse a esperar a que deje de llover.

—Bu... Bueno, por cosas como esa sí que es necesario salir, pero... —Me encojo de hombros—. No sé. No es necesario que salgas todos los días, así que siempre puedes esperar a que deje de llover si es que puedes. Aunque, bueno, si no te gusta estar encerrada, pues...

Me vuelvo de nuevo hacia el balcón, contemplando la lluvia caer en el exterior. Escucho sus palabras sin mirarlo más que un par de veces, que le dirijo relajadas miradas de reojo, no vaya a creer que no lo escucho.

-Supongo que será eso -concedo, cuando termina, haciendo referencia a su último comentario-. No me gusta la lluvia, pero estas paredes me agobian.

Tampoco soy una fan del paseo. Simplemente, cuando algo me quita la libertad de salir tranquilamente, me ofusco un poco. También estaré de mal humor cuando haga mucho calor, o cuando haga mucho frío. Pensado seriamente, quizás podría decirse que el tiempo es una muy buena excusa para descargar el mal humor, más que el motivo de su generación.

Me giro hacia el chico y me acerco hacia él, curiosa, esbozando una pequeña sonrisa algo maquiavélica.

-Dime, Seth. ¿Qué haces aquí para entretenerte?

Me encojo de hombros. Yo, sinceramente, prefiero las paredes a la lluvia. Pero yo no soy ella, así que, de alguna forma, puedo entender esa necesidad que tiene por salir a pesar del mal tiempo.

No respondo a su primer comentario porque no considero que sea necesario. En su lugar, me limito a observar la lluvia que cae, pensando qué puedo decirle. Por algún motivo, me cuesta hablar con la chrysos morena. Imagino que es la lluvia, que, eso, me cansa, pero a saber. Ella, por el contrario, sí que se anima a romper el silencio. Antes de responder a su pregunta, medito durante unos segundos.

—Entrenar —respondo finalmente. Luego añado—. También me gusta hablar con la gente, pero no siempre puedo.

Y vuelvo a encogerme de hombros.

Entrenar y hablar. Parece incluso más aburrido que mi vida aquí. Quizás él sea de mente más simple y con moverse un poco e interactuar le sea suficiente, pero yo hay algo que echo en falta en este lugar que no logro identificar.

-¿Lees? -inquiero-. Leer también ayuda a matar el tiempo. Y hay los que dibujan o escriben...

Mis ojos lo examinan, lentos y curiosos, con cierto deleite, como si fuese una depredadora que ha visto a su presa y, aunque disfrazada para no ser descubierta, no puede evitar dar alguna señal que la desvele.

Niego con la cabeza. Sé leer, pero no es algo que me llame mucho la atención. Tampoco dibujo ni escribo. Francamente, esas cosas se me dan muy mal. Sé escribir, pero no escribo relatos ni nada por el estilo porque, francamente, ¿qué pongo? ¿Cómo empiezo? ¿Para qué hacerlo? Y de dibujar ya no hablemos.

—Dibujo muy mal, y escribir y leer no están entre mis grandes pasiones. —La miro. Sonrió—. ¿Tú qué haces para entretenerte?

A lo mejor ella sí que leía y escribía. A lo mejor era una erudita o algo así.