Hall/Entrada

Cuando la puerta se abrió le estaba dando la espalda, por lo que me di prisa a girarme. Por tercera vez. Ya habían pasado varios miembros del servicio que se habían quedado algo sorprendidos con mi reacción.
Pero aquella vez era la buena...
Y tan buena.

No pude evitar quedarme mirándola un momento antes de saludar, siquiera. No llevaba un increíble vestido, desde luego, o un escote enorme, pero, de todas formas tiene un encanto especial. Daba esa sensación de haberse preparado especialmente, y no pude evitar erguirme ligeramente, como buscando parecer más grande.

-Oh, para nada-. Me apresuré a negar-. Acabo de llegar. Apenas he esperado.

Llevaba una trenza. Qué encantador... Sentía ganas de pedirle que me dejase tocarla o...
Recordaba cómo hacer trenzas. Hubo un tiempo en el que Nadia me pedía que se las hiciese a ella, y no estaba contenta si no era yo.

-Estás muy guapa -le dije luego, tras un leve carraspeo.

No, no llevaba un vestido increíble. ¿Y qué?
No lo necesitaba...

Estaba pensando en qué más decir, en cómo saludar, en todo, cuando ella propuso que nos fuésemos. No tardé en asentir, entonces, dándome cuenta de que no valía de nada perder el tiempo.

-Claro-. Asentí, risueño.

Una parte de mí, insegura, se propuso el ofrecerle el brazo, la mano... Algo. Pero no.
No.
Aquella no era la forma.

*se van*

Llego a la puerta de entrada. Tengo demasiadas cosas que hacer ahora que he sido liberado.
Sonrío de medio lado mientras simplemente comienzo a caminar hacia el exterior. Ahora mismo no tengo rival.

Un gorrión que se vuelve yo entra por la puerta.- ¿A dónde se cree que va ustéd?- Pregunto con una ceja alzada.- Por lo visto a los traidores de tu nivel no les detiene ni el metal. ¿Qué has estado, acumulando poder durante meses para largarte ahora de golpe? ¿Qué significa esto, parvus traidor?- Lanzo varias aves mágicas hacia él con el fin de amarrarlo.

Estoy preocupada. Mi viejo corazón late agitado ante esta fuga.

Pido ayuda mentalmente.

Las garras de las aves me aprietan la ropa y me inmovilizan. Rápidamente noto también dolor en los pies, pues ahora están aptrapados por completo.

Dejo a la lider vieja a un lado por ahora y me centro en el viejo que me desafía. Le desafío con mi mirada deformada y amarilla y con mi voz metálica.
- De acuerdo...- Río.- Te mataré. Te mataré ¡TE MATARÉ!- De un grave rugido, alzo mi puño derecho contra el líder, haciendo desaparecer un par de pequeñas aves que me sostenían.

Sin embargo, me freno justo antes de golpearle.- ¿Tienes miedo? juju... viejo. Porque deberías...

Cuando alcanza la entrada se encuentra con una situación, cuanto menos, extraña, pero de tal calibre que se ve enseguida fuera de lugar. Contempla a los tres en orden: a la mujer primero, por ser la que destaca en algunos aspectos, ya sea por género o altura, y luego al hombre envuelto en piedra y, en tercer lugar, al que parece estar generando el mineral en torno a este. Y entonces Johan se propone dar la vuelta y marcharse de nuevo, aunque no puede evitar quedarse mirando, sin embargo, curioso y divertido, a un par de metros de toda la acción con gesto tranquilo.
En su cabeza, incluso Dardo parece haber encontrado la escena como inusual, porque ha dejado su picoteo y también contempla el panorama, sin soltar ni un solo chillido.

-Buenas... ¿noches? -se atreve a decir, arrepintiéndose un poco nada más haberlo hecho, consciente de que la situación es, quizás, la idónea para tratar de llamar la menor atención posible.

Enseguida mira la puerta que da paso al palacio. Es, está seguro, mejor opción que la de quedarse ahí plantado, pero no tiene claro si conseguirá hacerlo sin que nadie se de cuenta, y acaba por decidir que si se queda quieto de nuevo es posible que vuelva a parecer que no se encuentra ahí.

Mi cansado corazón late a cien por hora al ver aquella amenaza a mi compañero. Vy a reaccionar cuando de golpe, una voz a mis espaldas me dan un susto terrible. - ¡AAAY!- Chillo, alzando las manos en el aire y abriendo mucho los ojos.
Me desconcentro y las aves que quedaban amarrando al prisionero se esfuman.

Me doy la vuelta.- ¡Por el amor del cielo, jovencito! - Bramo exhasperada. -¿Te parece momento para interrumpir? ¡Qué mal educado!-Piscis tenia que ser.- Anda, pasa para dentro y ni te asomes!.- Le empujo por los hombros, colocándome detrás de él mientras le obligo a pasar cerca de Nagorr y del otro parvus traidor.- ¡A ese ni le mires!.- Le digo al piscis.- ¡Y ya hablaremos tu y yo. Esos no son modales!.

Santo Mithos qué sobresalto...

Ahora con el ambiente más sosegado, me acerco a Nagorr.- No quería utilizar esto pero...- Saco un bote de cristal.- Un Descondensador. En cuanto lo destape, quedará aquí metido hasta que a nos de la gana. Creo que es más seguro que unas mazmorras. -Le veo.- ¿Te parece, Nagorr?.- Le hablo, con profundo respeto.

Una presencia perturba a Flavia. Yo solo miro al recién llegado de reojo, pero pronto mis ojos están puestos de nuevo en Errald. Ni siquiera he pestañeado.

-Hazle caso, chico. Entrra y no salgas hasta que las cosas se calmen -le indico, y aunque no es literalmente una orden queda patente que debe hacerlo, que no admito una réplica.


Despues de eso puedo centrarme por completo en la situación que nos atañe. La roca va ascendiendo por Errald, sin detenerse, lenta pero inexorable, y pese a todo él no responde nada que nos sea útil. Sin embargo, en sí misma su respuesta sí es útil: ese tono, esa voz, no son los que le pertenecen.

-¿Miedo?-. No puedo evitar una sonrisa. No le digo nada más-. Enciérrralo, Flavia. No podemos perrmitirr que alguien con intenciones tan violentas campe a sus anchas porr los terrrenos de Palacio, ni porr ninguna parrte. Es nuestrro deberr. Además, ha agrredido a una guerrrerra.

Encerrarlo es lo primero. Lo siguiente será proceder. La reunión ya no podrá posponerse. Me da igual tener que ir hablando uno por uno o hacerlo con todos a la vez. Esto debe ser enmendado.
No me gusta que la gente se burle de nosotros. Aunque si de verdad creyeron que llegaría a escapar son verdaderamente estúpidos. Me asusta que esto solo sea otra declaración de intenciones. Pero, de hecho, ellos deberían temernos a nosotros ahora.

Tenemos su magia. Podemos estudiarlos. Y esta vez nada saltara por los aires. No pienso permitir que se repita lo del pueblo de paso.

Trago saliva, con gran preocupación.- De acuerdo Nagorr. Al fin y al cabo tu eres el más expeimentado con estos temas, por desgracia.- Acabo con un suspiro.
Miro con cierto asco al prisionero mientras voy desenrollando la tapa del Descondensador.- ¿Ves esto? De mi invención.- Fardo. De aquí no te escapas, traidor de Brontë. -Arranco el tapón de la botellita con un gesto muy teatral y apunto la boca de la botella hacia el parvus, el cual, como si fuese agua en un sumidero, se va desmaterializando hasta escurrirse por completo al interior del Descondensador.
Una vez está dentro, lo tapo con rapidez.- Gracias Nagorr.- Suspiro aliviada, mientras me guardo el objeto en la manga.

Me agacho y le doy un beso casto en la frente.- Supongo que tendremos que hablar de todo esto. Aunque hoy es demasiado tarde. Vámonos a denscansar.- Sonrío mientras le aprieto una mejilla con mis finos dedos. Siempre ha sido un hombre atractivo, a mi parecer. Aunque tiene un defecto: demasiado amigo de la culebra.




Un gorrión sale volando por el Hall.


*se va*

Presto atención a lo que Flavia hace, sereno. El artilugio que usa es extraño, pero útil, aunque ahora, desde luego, no es buen momento para pararse a hablar de esos tecnicismos. Me llega con que funcione. Y, a estas alturas, la simple visión de cómo se pone en marcha no me basta para asegurarme de ello.

-Te acompañarré. Quierro examinarlo un poco más ahorra -le indico, serio, a Flavia antes de que se retire.

Quiero ver que el artilugio funcione bien, que no tenga forma de huir. Y, por otro lado, la líder flamma tiene una salud frágil, como he podido comprobar. No puedo... No podemos permitirnos un error esta noche. Si ella saliese herida, si tuviesen otro as con el que atacar esta noche, sería una vergüenza.
Prefiero no dormir por ahora.

No hay tiempo para descansar. No en mi caso.

*se va con Flavia*

Cualquiera puede reconocerlo. Tú no vas a ser menos, ¿verdad? Cualquiera es una palabra que te incluye. Y es muestra de tu buen saber que aceptas y comprendes que a este lugar solo le falta flotar para ser digno de ti. Lo aceptas. Es señal de un buen comienzo, después de todo, ¿por qué no aceptar esa realidad?

Puede que no puedas volar, pero eso no te impide abrir las alas mientras te paseas por la entrada. Hay espacio de sobra para ello, después de todo. Saben a quién han llamado. Eso los honra. El comienzo es excelente, sí, desde luego. ¡Incluso hay servicio! Maravilloso. Una siempre prefiere tener a quien la atienda. Es algo que siempre has echado en falta en tu vida. Será fantástico contar con sirvientes.

Ofreces una sonrisa encantadora, una de esas que causan un brillo de reconocimiento en los ojos, a la mujer que limpia el marco de la puerta. Puede seguir con su trabajo. No la necesitas por ahora. Una buena sirvienta, desde luego, aunque esperas más. Muchos más.

Sintiendo las energías renovadas ante tan buena llegada, decides lo lógico, lo adecuado, lo esencial. Tus habitaciones pueden esperar. Por ahora, es momento de conocer el hogar que te puede reconocer por fin como dama y princesa, como lo que siempre has sido en el fondo de tu corazón. Las cosas irán bien de ahora en adelante.

*Se va por ahí a explorar*

La posibilidad de entrar en el palacio le hizo soltar un suspiro de alivio. Se sentía calada hasta los huesos, pero el entorno seco la reconfortó un tanto. Se planteó deshacerse de la capa, pero solo un amago le sirvió para estremecerse. Y eso que en Brontë hacía más calor que en los exteriores. Quizás cuando estuviese más en el interior del palacio... Estaba deseando ver las chimeneas ardiendo.

Miró a su hermana, interrogante. Si le preguntaban a ella, propondría buscar una bañera caliente antes incluso de dejar el equipaje, pero prefería no decirlo. Después de todo, Zaih no estaba del mejor humor posible.

-Por fin... -comentó, por decir algo, con una sonrisa algo cohibida.

Asentí, quitándome la capucha con un suspiro. Tenía el pelo empapado, apelmazado, y sacudí levemente la cabeza para secarlo. No había nadie fuera. No hubiese envidiado al que estuviese, pero no parecía un lugar especialmente seguro a primera vista, más que por los grandes muros.
Miré a mi hermana con gesto algo cansado.

-Habrá que buscar dónde hospedarte... Espero que no pongan impedimento a que te quedes unos días, o al menos hasta mañana. Quizás prefieran que estés en el pueblo que hay cerca, mientras tanto -razoné en voz alta.

No sabía cómo de exigentes eran con aquellas cosas, pero no quería que Pris se hiciese demasiadas ilusiones. Las ilusiones salían caras...

Me estaba congelando. Miré alrededor, sin saber por dónde empezar, y terminé por avanzar. Alguien aparecería. No era un palacio fantasma.

Pris dudó un momento, sin tener muy claro qué responder. Zaih estaba tan tajante desde lo de... Bueno, desde que todo aquello había empezado. Trató de estirarse y mostrar una sonrisa más abierta, más confiada. No podía echarla tan rápido.

-Seguro que no hay problema -resolvió con voz rápida, apurando el paso para alcanzar a su hermana-. No tendrán todo tan ocupado, ¿no? Seguro que puedo ir a tu habitación y dormir allí. Ya verás como no pasa nada...

Llegó incluso a adelantársele, mirando alrededor. La verdad, aquello era enorme. Se preguntó si conseguirían llegar a la habitación por sí solas.

Asentí, algo pasiva, como si más que darle la razón la acallase con aquello. Seguí andado un poco más, incluso cuando me adelantó y miró el entorno, curiosa. Yo no saboreaba tanto las vistas, y me limitaba a avanzar sintiendo el peso del arma y el viaje en el cuerpo.
Dos jóvenes chrysos doblaron un pasillo, cargados con mantas. Torcí el gesto un momento y me acerqué a ellos, dirigiéndome a la chica para preguntarle por los dormitorios. Pronto obtuve la respuesta y, asintiendo, me volví hacia mi hermana.

-Vamos, estoy agotada -le dije, iniciando una marcha segura-. Es por aquí.

*se van~*

Asomo la cabeza por el humbral de la puerta y me la rasco dubitativo.- Así que este es el lugar.- Me digo a mi mismo, entrando y estirando los brazos con algo de pereza.


Doy una rápida visual alrededor y doy por sentado que aquí la gente no duerme en colchones de paja. Noto un brillo de interés en mi mirada.
Pestañeo un par de veces mientras observo al aether.- Hola.- Digo alzando la palma de mi mano a la altura de mi cabeza y quedándome algo quieto.
Los lugares nuevos no me gustan. A mi me gusta mi casa.