Camino de entrada

Dejé de correr en el momente en el que vi el incio del sendero que conducía directamente al Palacio Brontë. Los árboles estaban dispuestos en línea como si alguien los hubiera puesto ya para decorar o delimitar el camino. Observaba continuamente mis alrededores, aqella flora me fascinaba por muchas veces que hubiera pasado por allí. Me sentía muy orgullosa de realizar un papel tan importante en este continente.

Alcé la vista un momento y observé que el palacio estaba mucho más cerca de lo que pensaba, no recardaba el camino tan corto. Continúe caminando, sólo que esta vez mi mirada únicamente se centraba en el castillo, hasta que por fin lo tenía en frente. Avancé un poco más y me dirigí a los portones, los cuales acaricié como intentando sentir las mismas sensaciones que había sentido la primera vez que los había tocado.

- ¡Ovrette! - Conjuré sañelando la puerta.

De repente, un crujido sonó al otro lado de la puerta. Rápidamente, empujé uno de los dos portones -el derecho-, desplazándolo hacia el interior y abriendo así la entrada al castillo. No antes sin mirar, entré dentro del milenario palacio.

*Entra*

Al fin caminar dio sus frutos. Pensé que no iba a llegar nunca pero al fina logré ver el camino de entrada al palacio. Me puse a caminar en dirección Brontë. Ver el camino era agotador. Tanto verde... mareaba bastante y además no se veía cuando acababa; así que comencé a correr. Veía como el verdín que me rodeaba pasaba fugaz por la vista periférica, ya que miraba siempre al frente. Estuve corriendo bastante tiempo, aunque ya estaba acostumbrada a aburrirme, así qu epuede que hubiera perdido la noción del tiempo.

Tras varios minutos de correr, llegué por fin a la entrada del Palacio Brontë. Nunca había entrado en él. ¿Estaría acaso decorado al más claro ejemplo de estilo Chrysos? Uno de los portones estaba entreabierto, asíq ue supuse que, por lo menos, una persona ya había llegado.

Avancé un poco más y toque la gran puerta de madera, la abrí un poco y observé a una chica pequeña y rubia, Jill. Estaba moviendo constantemente la cabeza como si estuviese buscando algo. Si estaba en el recibidor habría llegado hace poco.

*Entra*

El carruaje ya había llegado al camino interminable hasta la entrada del castillo y la sonrisa del líder caeruleus se había ensanchado hacía unos minutos.

A pesar de que iba apollado sobre una mano, no había conseguido dormir durante el viaje. Por una parte no podía dejar que la ropa se arrugase demasiado antes de presentarme delante de todos los líderes, qué imagen daría llegando en esas circunstancias... Otro importunio para su sueño era el sonido de las bestias de carga que tiraban del carruaje. Aquellas criaturas ciegas eran horriblemente insoportables cuando empezaban a quejarse y, por último, la excitación que sentía al pensar en el recuentro de los clanes le impedía relajarse hasta el descanso.

Una vez llegado frente a la puerta del castillo escuchó el burso "sooh" del cochero y esperó con las manos cruzadas sobre la rodilla de la pierta derecha que descansaba sobre la izquierda.

- Hemos llegado, Líder Darvenwish-. Escuchó al apuesto siervo que cargaría con su equipaje.

Salió con gracia y se quedó en pie esperando a que este le colocase bien el abrigo y el pelo y disimulara la pizca de cansancio de su cara para parecer lo más presentable que el viaje le permitía. Finalmente se acomodó los blancos guantes y, echando un vistado al enorme palacio, entró sin titubear.

*Entra*

Mientras recorría el camino que llevaba al palacio Brontë batía mis alas para acelerar, estaba ya harto de tanto aletear, los jefes también encesitamos nuestros descansos.
El césped estaba recién cortado y más para los lados se observaban árboles colocado en fila, lo que me hizo pensar que probablemnte la mayoría fuesen plantados por uno de sus antiguos dueños.
Pocas veces había salido de Ventus y realmente se notaba bastante, ya que no reconocía apenas una o dos especies de insectos.

Al fin llegué a la fachada del palacio, era como otra cualquiera que había visto ya anteriormente en la superficie de Mithos. Quizás sea porque nunca visité los palacio sureños o subterráneos.

Los portones eran de madera y estaban abiertos, por lo que Jillian Campbell ya habría llegado.

Sólo pude ver en persona a dos de los siete jefes actuales -Nagorr y Aren-. Me preguntaba como sería Jillian, Cynara, Blues o Svend; y si ya estarían dentro. Y para comprobar eso no tenía nada más que hacer qu eatravesar aquellas dos gigantescas puertas.

Plegué mis alas y me dispuse a entrar.

*Entra*

Había hecho el último tramo del camino a pie. Aunque las piernas de los parvus no son muy largas, pocas cosas más resistentes se podían encontrar. Me acomodo la enorme mochila -poco más pequeña que yo- y me detengo de pronto para poder contemplar el Palacio Brönte.

- Hace mucho que no vengo porrr aquí...

Sonrío para mí. Las cosas han cambiado mucho desde aquella última vez. Para empezar, ni siquiera la lider que nos ha hecho llamar, Jillian, es la misma persona que la que lo regía entonces. Suspiro, más por melancolía que por cansancio, y meneo la cabeza varias veces. Al menos podré encontrarme con un par de caras conocidas que me hagan recordar tiempos mejores.

- Allá vamos...

Y mientras hablo recorro los últimos metros que me separan del portón de la entrada y lo atravieso sin titubear.

*Entra*

El carruaje se detiene a unos metros de la entrada. Antes de que el cochero diga algo, salgo con tranquilidad del vehículo y, una vez fuera, estiro los brazos. El camino había sido largo y el hecho de haber dormido en una mala postura me juega ahora malas pasadas.

— Tsk... Deberían existir carruajes más comodos. Más, no sé, mullidos y con almohadas y eso...

Suspiro, y luego observo la imagen que tengo ante mis ojos. Las puertas del palacio son de madera y están cerradas. Resoplo y vuelvo a estirar los brazos. Reprimo un bostezo y me acerco al carruaje. El cochero está sacando la mochila en la que guardo mis posesiones del interior del vehículo. Con brusquedad, se la arrebato de las manos.

— Yo la llevo, ¿vale?

El hombre asiente y yo le dedico un amago de sonrisa. Me ahorro decirle gracias y luego me giro para contemplar una vez más el Palacio Brönte. Suspiro una vez más, y termino de recorrer los últimos metros que me separan del portón.

*Lo abre y entra*

El carruaje se detuvo a unos metros del portón. Observé, sin salir del vehículo, el paisaje, y dejé escapar un suspiro. Luego cogí la mochila, de pequeño tamaño, en la que guardaba mis posesiones, y bajé del carruaje.

Miré hacia atrás, pensando en el viaje que acaba de realizar, y luego volví mi vista al portón, que estaba cerrado. Me despedí, con sequedad, del conductor del carruaje, y después avancé hasta llegar al portón.

*lo abrió y entró*

Lo vi, el camino que llevaba directamente al Palacio de Brönte. Comencé a dar largos pasos con ligereza y una gran sonrisa en la cara.
La senda era realmente larga, y me esperaban varias horas de dura e intensa caminata, por lo que me puse a cantar las canciones que me había inventado cuando tenía 6 años.

Anduve y anduve, pero lo único que asomaba del palacio era el torreón más alto.
Saqué un mapa del bolsillo.

- ¿Seguro que éste es el camino? - Pregunté a mí mismo - ¡Bah! ¡Qué más da! ¡Si creo que llegaré, llegaré!

Comencé a correr, como si se tratara de una maratón.

- Voy a llegar... - susurré convencido de que llegaría -. ¡¡¡VOY A LLEGAAAAAAAAAAAR!!!


Me paré en frente del palacio. Apoyé mis manos sobre mis rodillas y no paraban de salir de mi boca constantes jadeos, pero lo importante es que ya estaba allí. Ya podía ingresar en el ejército de los siete colores.
Di varios pasos hacia adelante hasta que pude tocar la puerta de madera maciza. Sin pensarlo dos veces, golpeé tres veces la puerta con todas mis fuerzas, que no eran muchas.

Al fin veo a lo lejos el palacio de Brönte por el camino de entrada. Salir de Ventus ha costado lo suyo, me he pasado largos días planeando y caminando, pero ha valido la pena.

Con más tranquilidad de la que tenía estos días por si me encontraba con demasiados problemas en el camino o me perdía -mi hermoso sentido de la orientación...- camino hasta la puerta del palacio.

Al llegar frente a ella la miro casi sobrecogido y me quito el sudor de la frente sonriendo. He llegado, al fin. Antes de entrar, a pesar de mi emoción, me llevo la mano al bolsillo izquierdo del chalecho -el que está a la altura del pecho- y saco la fotografía que siempre llevo conmigo.

-Te dije que llegaría con todas mis plumas -.Sonrio y beso la foto. Luego la vuelvo a guardar y entro al palacio.

*Entra*

Tras un largo día de caminata, medio perdida en aquel estúpido Bosque, llegué por fin al linde, y distinguí el Palacio en la oscuridad. La noche había caído hacía horas, y todos los habitantes del lugar debían estar ya durmiendo. No obstante, el cielo se había cubierto de forma que ni siquiera tenía a la luna como guía, y preferí buscar la forma de entrar que permanecer a la intemperie. Pronto me di cuenta de que no había puerta de entrada por aquel lado, así que rodeé el terreno del Palacio hasta dar con un sendero (para aumentar mi mal humor tras aquel fatigoso día, tuve que rodear el Palacio casi enteramente para dar con él).

Cuando estaba a mita de camino empezó a llover. Toda el agua que había tenido cerca aquél día era la de mi cantimplora, que llevaba en la mochila, así que mi piel reseca no pudo menos que agradecerlo. A pesar de mi cansancio y mal humor, aquel hecho me alegró de tal forma que empecé a danzar, dejándome mojar por el chaparrón con una sonrisa complacida.

Ya había llegado a la puerta del Palacio hacía un buen rato cuando la lluvia empezó a volverse demasiado agresiva como para resultar agradable. Pero eso no nubló mi humor de nuevo. Empapada y feliz, me dispuse a intentar abrir la puerta. No pensaba ponerme a explorar el lugar a aquellas horas, pero dormir bajo techo, aunque fuera en el suelo del recibidor, siempre resultaría más reconfortante. Por suerte para mi (y también cierta sorpresa, pues reflejaba la enorme confianza de los habitantes de aquel lugar) encontré la puerta abierta. La empujé un poco para entrar en la oscuridad del Hall.

*Entra*

Salí del Palacio por fin, con un suspiro animado. El sol me cegó al instante. Maldito desierto. Qué calor hacía en aquel lugar. Mi ropa no estaba hecha para aquello. Debía preguntar a alguien del servicio si había ropa de mi talla en alguna parte, porque sino lo iba a pasar muy mal en aquel lugar.

Eché a andar por el camino, y entonces vi, viniendo hacia el castillo, una silueta. No podía distinguirla bien, pero supuse que sería algún miembro del servicio. Aunque algo me decía que no era así.

*Camina alejándose del Palacio*

Por fin dejo los árboles atrás y la silueta del Palacio deja de ser confusa. Entonces puedo ver a alguien acercarse. Viene del Palacio. Como el sol está a mi espalda, puedo verla con relativa claridad a medida que se aproxima.

Cuando está pocos metros de mí, me extraño. Parece demasiado joven como para estar metida en esto, pero no parece tampoco ser del servicio del Palacio. Tal vez simplemente pasa por aquí.

Clavo mis ojos en ella, extrañada, y me detengo.

Efectivamente, no tenía ninguna pinta de ser del servicio. Cuando la tuve un poco más cerca, distinguí por fin que se trataba de una chica de unos dieciocho años. No estaba segura, y no podía verla bien, pero diría que se trataba de una Chrysos. Cuando estuvimos cerca, sentí sus ojos opacos clavados en mí, y su caminar se detuvo para analizarme. Iba armada. Parecía que por fin había encontrado a otro guerrero. ¿O tal vez, una vez más, un jefe?

Me detuve ante su mirada directa, pero no abrí la boca. Imponía un poco, y no sabía muy bien qué decirle.

No parece ser del servicio, así que doy por hecho que, efectivamente, por raro que pueda parecer, es... Una guerrera.

La examino de abajo arriba, terminando en sus ojos. Parece algo impactada, aunque tal vez solo sea tímida. Decido, entonces, empezar yo.

- ¿Has venido por la llamada? -pregunto con tono monocorde.

Parece piscis. No tiene alas, ni orejas afiladas; su piel no tiene ese brillo extraño de los flamma ni tiene ojos de chrysos. Obviamente, no es parvus.

Su edad... Entre 11 y 15 años. Baja. No lleva armas a la vista. Su juventud no debe hacerme confiarme, así que mantengo una distancia de seguridad entre ambas. Me relajo un poco, sin embargo, pues mi misión no es asustar a la gente.

Vaya una chica rara. Me sentía analizada. Parecía como si no sintiera nada. Como si simplemente hubieran grabado datos en su cabeza.

Respondí a su pregunta:
- Sí, he venido a unirme al ejército. Me llamo Massen Dew. ¿Quién lo pregunta?

No me inspiraba mucha confianza, así que decidí mantenerme alerta. El ambiente era tenso.

Massen Dew...

Asiento.

Dudo en si dar o no mi nombre, pues mi misión es recoger datos, no regalarlos, pero, finalmente, opto por hacerlo.

- Mi nombre es Alehyss Lester.

La miro fijamente. Parece que mi actitud no le ha generado demasiada simpatía. No se me da bien tratar con niños.

Suspiro para mis adentros y pruebo con otro tema.

- ¿Vas hacia el bosque? Hay una bestia rondando. Yo llevaría un arma a mano.

De paso, tal vez la saque y me permita verla, si es que tiene.

Preguntas, preguntas, preguntas... Yo prefería estar sola.

Alehyss Lester. No me gustaban sus ojos. Sin embargo, y a pesar de que no me apetecía quedarme de conversación a pleno sol, parecía que a ella sí, y no iba a ser maleducada. Entonces me aportó un interesante consejo. Sonreí para compensar su información.

- Gracias por el dato, realmente será útil conocerlo -contesté-. Voy en dirección al Lago. Si consigo no perderme por el camino -reí levemente mi propia burla-. Pero espero sobrevivir sin problemas. Cuento con un oído muy fino y, por supuesto, con Loksass -señalé mi mochila, en la que llevaba mi adorada cerbatana.

La conversación no parecía llevar a ninguna parte, así que decidí despedirme.

- Debería marcharme, o no llegaré al Lago nunca. Y créame, me muero por un buen baño. Adiós, Alehyss Lester. Si no me equivoco, dormimos en la misma habitación, así que supongo que nos veremos por aquí.

E hice un gesto de despedida, esperando que se apartase para dejarme avanzar.

*Echa a andar*

Me aparto para dejarle paso, sin responder a su despedida, pero observándola alejarse. Supongo que Lokssas será su arma, aunque esto realmente no me aporta nada más que su tamaño: es suficientemente pequeña como para caber en una mochila.

Oído fino...

Observo su espalda alejarse, aunque el sol me lo dificulta.

Lago... No lo he visto aún. Aunque ahora no es el momento.

Su figura se va perdiendo en la distancia. Hasta desaparecer.

Observo un rato más el lugar en el que ya no hay nadie. Entonces me vuelvo y sigo con mi camino.

*se va*

Llevaba días caminando. Después de haber escuchado el aviso, me puse en marcha en dirección al Palacio de Brönte, dispuesta a formar parte de ese nuevo ejercito. El camino desde Caeruleus había sido muy largo. Tras abandonar la isla, llegué a Lumen, donde tuve que coger un barco para llegar a tierra. El barco desembarcó en Ignis, continente al que acudía con bastante frecuencia. Tras tomarme un pequeño descanso en el continente del Fuego, volví a ponerme en marcha y, un par de días más tarde, llegué a Fulmen, continente donde se encontraba el Palacio de Brönte.

Cuando encontré el camino de entrada, no pude evitar esbozar una sonrisa de satisfacción. Por fin, tras tantos días caminando, había llegado a mi destino. Recorrí el pequeño tramo que me quedaba con alegria, a pesar de mi cansancio. Me alegraba haber llegado. Al llegar a la puerta, me detuve durante unos instantes. Me pregunté si debía esperar a que alguien apareciese; si habría alguien encargado para recibir a los alumnos. Sin embargo, al comprobar cómo no se acercaba nadie, decidí entrar yo sola en el Palacio. A fin de cuentas, la puerta estaba abierta, por lo que, tal vez, no habría que esperar a que nos recibiesen.

Agarré con fuerza mi mochila, que llevaba en un hombro, y luego entré en el Palacio.

*entra*

- ¡Estoy agotado!, necesito darme un baño...

Silvanus se quitó la ropa y la guardó en su enorme mochila marrón, zambulléndose en el lago cercano al Palacio. Se quedó mirando de forma casi hipnótica la fachada de Brontë: estaba ahí, después de tanto tiempo, de recorrer el camino más largo que había hecho en sus jóvenes dieciocho años, lo tenia delante, cerró los ojos y pudo sentir la energía y la magia que emanaban sus paredes.

Tenia miedo. Miedo a no dar la talla, miedo a fracasar... ¡Pero no se había recorrido medio mundo para acobardarse ahora!
Silvanus se había enterado de cosas, cosas malas y aunque odiaba luchar y le daba verdadero pánico ponerse en frente de un enemigo, quería demostrar a su familia y amigos (pero sobre todo a el mismo) que no era un cobardica como lo habían pintado desde que tenia memoria. Estaba dispuesto a superar sus miedos.
Al rato, salió del agua, se vistió, y recorrió los últimos metros antes de empujar la enorme puerta del lugar que cambiaría para siempre su vida.

*entra*

Pegaba pequeños saltitos seguidos de un aleteo y un planeo. Caía al suelo, nuevo saltito, y vuelta a empezar. Si no me había confundido de camino, que lo dudaba, pronto llegaría al castillo. ¡Allí estaba, a lo lejos! Una imponente mole de piedra que se elevaba hacia el cielo. Por mí me habría escaqueado fácilmente de venir al palacio, pero, gracias a mis queridos padres, aquí estaba yo, dando saltitos hacia el nombrado castillo. No dejaba de resultar interesante, pero...

Poco a poco me fui acercando, hasta que finalmente me encontré ante la puerta. De cerca, observé con interés que su altura resultaba aún más impresionante. ¿Qué se sentiría al saltar desde la torre más alta? Algún día tendría que comprobarlo.

La puerta, abierta de par en par, invitaba a entrar. Sin molestarme en llamar o en esperar a que alguien me franqueara el paso, me dirigí al interior.

*Entra*

El Palacio llevaba un par de días muy silencioso. No había vuelto a hablar con nadie desde mi encuentro con Heylel y Kettleburn. Lo que más me extrañaba era no haber visto a Alehyss. Hacía mucho que no hablaba con ella, y era raro, porque se suponía que dormíamos en la misma habitación. Aunque pensándolo bien, había notado la llegada de otras dos guerreras (dos personas habían dejado su equipaje en el Dormitorio hacía ya días) y tampoco las había visto.

Sumida en estos pensamientos, avancé por el camino principal en dirección al Bosque.

*Se adentra en el Bosque*

El camino había resultado muy arduo, pero eso no iba a poder conmigo, mi principal deber era llegar al palacio de Brontë.
Al atisbar ya indicios de lo que podría ser una construcción acelerá considerablemente el ritmo, o como lo llaman otros, me puse a correr.

No era muy veloz, ni tampoco muy resistente, así que al llegar a la puerta no pude parar de jadear.
Tras descanasar un poco, abrí el portón que, al parecer, se encontraba abierto.

*Entré*

Nada más llegar pude ver un camino que se extendía hasta donde me alcanzaba la vista. Me extrañaba que todo aquello fuese parte del terreno del palacio, ya que estaba totalmente inutilizado. Solo había ese camino, un montón de hectáreas de hierba concienzudamente cortada y dos hileras de árboles perfectamente alineados.

"Pues la verdad, yo creo que esto sería mucho más hermoso si hubiese crecido todo a su libre albedrío...", pensé.

Sin más dilación, me dispuse a recorrer ese camino dando pequeños saltitos y cantando una canción.

Cuando llegué a la entrada del palacio el portón estaba abierto, y no había nadie por allí, así que decidí entrar.

*entra*