Camino de entrada

Me aparezco en el camino, en una zona donde la tierra es más estable, para evitar manchar de barro mis maravillosos tacones de color verde oscuro, que son un auténtico milagro de artesanía trabajados sobre piel de dragón. A veces me permito caprichos como este, siempre que quiero, realmente. Son más bajos que de costumbre, por otro lado, aunque mi altura no palidece debido a ese detalle, ni tampoco mi porte.
Con una sonrisa ladina, contemplo trabajar al servicio, y al claritas con ellos. Clavo las pupilas específicamente en él, aguardando a la sombra de un árbol, con el pelo suelto, peinado en bucles, apartado de mi rostro con un trenzado elegante hacia atrás, que solo abarca algunos mechones. Hago girar, entretenida, mi parasol violeta entre los dedos, un momento.

Ver a otros trabajar es una delicia, incluso si las órdenes no vienen de ti. Por supuesto, no me siento, ni mucho menos, obligada a cooperar. Eso es más de lo que se espera de mí, y hacerlo sería rebajarse. Aunque he tenido la educación de ceder a un par de mis chicos para ayudar en la reconstrucción del poblado, para mostrar mi buena fe al líder parvus y, por qué no, a los demás si quieren darse por aludidos.

Ahora mismo, simplemente, aguardo, alejada pero visible.

Obediente, eficaz... Oh, Corbin, ve con cuidado si no quieres que me plantee sinceramente el hacerte mío. Aunque, por desgracia, tu forma de ser haría que una insubordinación fuese de lo más sencilla, y no sería algo que yo estuviese dispuesta a tener que soportar.
Ensancho la sonrisa a su llegada, consciente también de las miradas de los del servicio, que son obvias aunque se esfuercen por ocultarlas. Y no me refiero a que lo sean para alguien como yo, que se ha entrenado para identificar ese tipo de detalles. Supongo que nadie les ha enseñado el arte de la discreción; una pena de progenitores, la verdad.

-Por supuesto -respondo, ladina, asintiendo suavemente, con mi calma habitual-. He podido averiguar que el hombre del que te hablé sigue vivo y activo, si bien las comunicaciones se han visto cortadas hasta que los caminos que llevan hasta allí vuelvan a ser abiertos.

Una pena, por supuesto. Retrasará tu viaje, pero no tanto como para que me resultes inservible; lo justo.

Me acomodo la ropa con pulcritud, aunque realmente sigue en la posición que deseo. Es mas un gesto arrogante que me otorga un poco más de clase, como debe ser. A unos metros, por el camino, veo avanzar al flamma, a Rickiard Dehnel, que parece que ha regresado antes de sus labores. No puedo evitar una sonrisa entretenida al verlo caer, un leve disfrute en mitad de mi trabajo, pero no tardo en volver los ojos a Corbin en cuanto este hace su pregunta, lista para responder antes de que la formule.

-Los caminos son lo primero en restablecerse, de modo que a lo largo de esta semana estará todo listo. ¿Sigue en pie tu interés? Porque en ese caso, en cuanto llegue el momento te haré llegar la información y, cómo no, mi petición.

Hablo tranquila, como si lo hiciese del tiempo. Por supuesto, todo va como me gusta. Al menos lo relacionado con este tema, si bien hay otro que me tiene más preocupada.
Los ojos me brillan con interés. Con un delicado gesto, cambio la sombrilla de hombro, apoyándola entonces sobre el izquierdo.

Asiento, conforme. Entonces no le daré más detalles que la ubicación y los demás que sean pertinentes para la realización del trabajo. Si encuentro alguno negativo que no deba dar lo atribuiré enteramente a las circunstancias, un contratiempo o cosas semejantes. Por lo que yo sé, no debería tener problema alguno con la consecución de su objetivo. Es sencillo.

-Te haré saber la ubicación exacta cuando todo esté esclarecido. No tardaré demasiado. Luego será asunto tuyo.

Hago un ligero asentimiento, dejando la cabeza abajo, a modo de imperceptible reverencia. Cuando el momento llegue, nos volveremos a ver. O tal vez no. Si me siento desganada, haré que la información le llegue de otra forma.
De todos modos, ahora que ya está todo listo esto no va más conmigo. Hasta que tenga en su poder lo que deseo, me resulta indiferente.

Me desvanezco, dejando que siga con sus tareas o haga lo que le plazca.

El carro me ha dejado en el pueblo que hay cerca de aquí, y he venido desde ahí cargando con mis cosas. Las ruedas de la maleta no giran tan bien por los caminos de tierra, pero de todos modos se hace más fácil que ir cargando con ella a peso. Y por deber llevar un paso más lento he podido pararme más a contemplar el paisaje cambiante. En primavera es cuando los colores son más vivos y todo se ve más reluciente y bonito. Y más aquí, en el campo. Vivir en la ciudad hace que una se acostumbre demasiado a los grises.
Por desgracia, la lluvia ha empañado un poco mi llegada. Me veo obligada a sujetar el paraguas con el hombro y la mano del bolso de viaje, intentando que no se me escape. Llevo demasiadas cosas.

Me detengo cuando los ojos se me topan con el palacio, risueña. Me recoloco bien el gran bolso de viaje al hombro y dejo la maleta estar un momento para tomar un respiro. Pronto empiezo a caminar de nuevo con el equipaje a rastras, ya con el palacio en el punto de mira. Parece que al final me han dado las indicaciones correctas.

Camina con paso tranquilo pero ligero mientras no pierde de vista el palacio. Su gesto es serio, pero no puede evitar el apremio de la emoción latiendo en su pecho. Hoy lleva un vestido rosa hasta la mitad de los muslos que amenaza con volar en exceso con cualquier oleada de viento mal intencionada. Pero no lo hace. Se cubre con una capa algo ajada por el uso, de un tono verde pastel que ahora se acerca más a un blanco por desgaste. Las sandalias no cubren del todo el frío en sus pies, pero son cómodas para la larga caminata.

Se gira hacia el hombre de su lado manteniendo la expresión mientras agarra la pequeña y ligera mochila a su espalda. Quizá debería hacer algún comentario, pero no lo hace, se limita a observar su gesto para saber qué se le pasa por la cabeza a él ahora que ya están tan cerca. Con un lugar tan grande ya está deseando empezar a hacer cosas interesantes.

Cuando llegan a la puerta, se detiene, admirando a los soldados, las estatuas y el enorme portalón.

Por fin de vuelta a Brontë. Estoy muy nervioso y ansioso al mismo tiempo. El camino se me ha heco muy corto y la despedida de Gabrielle menos dura que la primera vez. Aunque despedirme de Masslow si ha sido difícil.

Es curioso y me agrada al mismo tiempo el haberme encontrado con esta chica claritas que se dirige también hacia el palacio. Estoy deseando ver a los chicos y conocer a los nuevos guerreros y, el hecho de haberme encontrado con ella, resulta un adelanto a todo este cúmulo de deseos y sensaciones.

Es callada, pero muy amable y resulta enormemente adorable pese a su edad. Bueno, su edad, lo cierto es que es bastante cría y eso siempre me deja una sensación extraña y desagradable pensando en la finalidad de Brontë.

En cuanto llegamos frente a la puerta, respiro hondo y la miro. Parece que ella también duda en entrar. Le doy una palmada en la espalda.

—A mí también me impresionó la primera vez. Pero no temas, hay muy buena gente. Vamos —Ante su asentimiento, saludé a los guardas y entramos en el hall.

Salió tras su demora de palacio con aires renovados. Una maleta a la espalda llena de cosas, un vestido hasta los pies de verano y Korvas muerta de aburrimiento en la cadera.
Tendría que ir a Ignis, pero antes debía ir al pueblito marinero donde Xilo guardaba su barco.

[...]

Una vez llegó allí, el hombre tardó cierto tiempo en reconocerla, pero la abrazó de inmediato en cuanto la reconoció. Le puso al día en cuanto a las últimas noticias y recogió unos cuantos hombres de confianza y rápidamente zarparon. Desde luego Xilo era un buen amigo. Se había establecido como marinero local y gozaba con una recién construída familia, aunque no dudó ni un momento en ayudarla y echarse a la mar junto a ella.

Con sus nuevos conocidos, Cassandra se echó al mar de nuevo. Lucía una sonrisa de oreja a oreja y disfrutaba de la fuerte brisa y sal que embriagaba todo su cuerpo desde la proa de su viejo y ya no tan rápido barco.

*se va a Ignis*

Desde un principio sabía que estaba volando demasiado deprisa pero nunca pensé que sería un problema; nunca lo había sido antes. Dos cofres de monedas y una maleta eran una carga más grande de lo que podía soportar así que sólo volando deprisa podía avanzar un largo trecho antes de cansarme. Como ya he dicho nunca pensé que sería un problema, pero tampoco pensé que podría olvidarme de cómo volar de golpe. Cuando me di cuenta de que no controlaba el rumbo y de que caía en picado intenté encontrar una corriente de aire para planear, pero pronto vi que lo mejor era aceptar la caída y encajar el golpe de la mejor manera. Frené todo lo que pude y di un par de sacudidas con las alas y la ráfaga amortiguó el golpe. No lo amortiguó demasiado, pero podía haber sido peor.
-La hostia, jod...-Abrí los ojos, nervioso, esperando que nadie me hubiese oído.
Me incorporé un poco y revisé el entorno, cerca de donde había caído había un camino que conducía a un gran castillo así que decidí pedir ayuda. Mi maleta se había abierto por la caída y estaba a un par de metros con mis cosas desparramadas. Uno de los cofres estaba entre los arbustos en los que había caído, cerca de mi, y el otro estaba sobre mi pecho, perfectamente intacto y probablemente mejor que mis costillas.
Al ponerme de pie, no sin esfuerzo, noté que me costaba un poco respirar y que la cabeza me daba vueltas. Sin darme cuenta estaba en el suelo otra vez. Esperé un rato para sacar fuerzas y me levanté. Recogí las cosas como pude en la maleta y cargué con los dos cofres arrastrándome hacia el camino que conducía a la entrada del palacio.
No probé a volar, tenia miedo de darme cuenta de que de verdad me había olvidado. Además me dolía el ala izquierda y no me atrevía ni a estirarla. Esperaba que hubiera alguien en este lugar que me pudiera auxiliar, no pretendía quedarme mucho yo solo quería recuperarme y continuar mi viaje a ninguna parte. Llamé con toda la compostura que me permitió la conmoción del accidente. Me alegré de no tener un espejo cerca, menudas pintas tenía que llevar. Al no recibir respuesta me armé de valor y abrí la puerta, entera, las dos hojas. Me quedé un momento en el centro del umbral esperando que algún sirviente me viniera a recibir.
-Pues qué modales...- se me escapó. Pero yo no iba a ser menos, cogí aire y me decidí a entrar al recibidor.
*entra*

Llegas al palacio, algo cansado. Sin duda ha sido más que agotador. ¿Qué clase de infernal cuesta es esta? Aún a pesar de tu buena condición física, te cuesta llegar. Ojalá tu carga fuese más ligera.
Sin embargo, acabas por sonreír tímidamente ante el ansiado objetivo. - Espero que... no se hayan impacientado...- Comentas con una tímida sonrisa cansada.
Te limpias el sudor y continúas hasta entrar.

*va*

Al fin Brontë aparece frente a nosotros, aunque puede que "al fin" no sea del todo acertado. Resulta un descanso, el fin del camino que empezamos hace meses. Pero también vuelve de golpe el recuerdo de cómo dejé las cosas antes de irme y me entra un poco la risa, marcándose en una sonrisa ladeada.

Camino junto a Cierzo con cierto cansancio, parece que los achaques del viaje se acrecentan a medida que el cuerpo se relaja. Aunque parece algo molesto, no me arrepiento de haber hecho este viaje y haber podido viajar y luchar junto a él durante un tiempo. Miro un momento la caja que me entregó madame Desmarais cuando emprendí el viaje. No he podido cumplir con su encargo.

Aburrido del silencio nocturnos, estiro los brazos y bostezo entretenido.

—Bueno, hemos llegado de una pieza —Comento, mirándole de refilón con una media sonrisa.