Hall/Entrada

Escuché con atención las explicaciones del soldado, notando cómo mi ira aumentaba a medida que hablaba. Ellos otra vez. Apreté la mandíbula con fuerza. Otra vez. Y lo peor era que, tal y como decía el soldado, aquello parecía una provocación, una llamada de atención, como si estuviesen diciendo que eran más poderosos que nosotros, como si se estuviesen riendo de nosotros. Que hubiesen dejado su marca solo podía ser por un motivo semejante.

Miré al soldado durante un instante, y luego asentí. Los líderes restantes no tardaron en aparecer, pero pronto Fera se llevó a la débil Flavia. Cuando se recuperase, iría a hablar con ella. Los dos últimos ataques habían empezado con sus muchachas. Si tenía algún tipo de relación con aquella banda, ella o cualquiera de sus ayudantes...

—¿Había algo más en la escena que te llamó la atención? —Miré al soldado—. ¿Habéis investigado las calles, el pueblo?

La explicación no tardó demasiado en llegar, ni tampoco el resto de los líderes. Tras la denigrante escena de la líder Flamma, aunque comprensible desde un punto de vista humano, escucho lo que dicen mis compañeros sin añadir nada. No tardo en mirar a Aren, de reojo, ceñudo, con gesto grave.

-Me encargarré de hablarr con Chriselle. Puede que ella sepa más que nosotrros -le indico, concretamente a él-. Luego irré yo mismo al pueblo a examinarr el escenarrio. Quierro que se rastrree la zona, que los mejorres hombrres investiguen, y que nadie toque nada sin que yo lo haya visto antes. El juego ha terrminado. Estoy harrto de todo esto.

Antes de que nadie responda, asiento a mi amigo, y un segundo después me he fundido de nuevo con el suelo y ya no me encuentro presente.

*se va*

- Señora, nosotros únicamente recogimos la información del lugar donde ellas aparecieron. Sin embargo una vecina afirmó ver una ventana rota en una casa cercana, pero no nos atrevimos a investigar sin antes traerles los cuerpos y pedir su ayuda. Lo siento, no hemos tenido tiempo a saber nada más... Quizá lo mejor sería que alguno de ustedes fuese o... quizá mandar a alguien unos días allí hasta que todo esto se calme. El rumor se ha corrido por las calles y la población está algo -por no decir muy- nerviosa. La presencia del ejército quizá calmaría las cosas y/o ahuyentase a los malhechores.

El soldado estaba nervioso. - Creo que deberían enterrarlas rápido antes de que este lugar se convierta en un lugar de paso obligado para chismosos. Si me permiten la sugerencia, por supuesto.

Hizo una reverencia.

Escuché las palabras del líder y de mis compañeros en silencio, sin participar. Cuando todos ellos terminaron de hablar, asentí, seria. Al igual que Aren, yo también veía esto como una declaración de guerra, y uno nunca ignoraba esa clase de declaraciones.
Nunca.

A diferencia del líder aether, yo no le reproché nada al caeruleus. Esperaría a la reunión antes de pronunciarme sobre su silencio. Tal vez tuviese motivos.

—Buenas noches —respondí, cuando ambos líderes se fueron. Miré entonces a Svend, que asintió. Entonces ambos desaparecimos.

*blues y svend se van*

Por fin llevaba el pelo suelto; me había acostumbrado a recogerlo en un moño mientras estudiaba en el laboratorio por si ocurría algún accidente. Estaba de estreno: nuevo vestido –de color rosa pálido, casi blanco-, nuevos zapatos –a juego con el vestido- y un colgante que había adquirido durante mi estancia en la universidad. Y es que la ocasión era especial, y me apetecía sentirme especial aunque fuera por un día.

Decidí llegar dando un paseo por el camino de entrada, pudiendo así comprobar la fachada del gran mastodonte que era el palacio y disfrutar del hermoso paisaje de mi infancia. ¿Qué habría sido de todos? Sabía que yo no era la única líder en dejar el palacio por una temporada, pero todavía quedaban otros.

Muy a mi pesar la estancia en Brontë no sería muy larga, estaba ya cansada de encerrarme todos los días a investigar al mismo tiempo que entrenaba la magia. Por eso debía aprovechar al máximo, hablar con muchos de los guerreros, para los cuáles tenía alguna que otra sorpresilla. Llevaba una mochila de tamaño mediano sobre la espalda; y nada de ello era para mí. Algún que otro documento, artefactos… Seguía teniendo ropa en el palacio –no dejaba de ser mi hogar- y no había mucho más de lo que preocuparse al tratarse de una estancia más bien breve.

Entré por fin por la puerta principal, la que llevaba al hall –lo estaba deseando-, con una sonrisa de oreja a oreja. Ese olor, los muebles, la decoración, ¡estaba de vuelta en casa! Busqué rápidamente con la mirada a alguien; había hecho muchos amigos en el laboratorio, pero el tiempo que teníamos para conversar era escaso, y cuando lo hacíamos sólo hablábamos de nuestros proyectos. Estaba sola, ni si quiera había miembros del servicio. Sería entonces cuestión de tiempo de que apareciese Fera; ya la había avisado de que vendría hoy sobre esta hora.

*Se queda*

Aparece frente a ella, de la nada y con una ligera sonrisa en los labios. En un momento ya ha salvado la distancia que las separa, y con sus habituales gestos elegantes, le proporciona una suave caricia en la mejilla derecha.

-Jill, tesoro, qué bien que ya hayas llegado -murmura, con la voz tierna y melosa que le es habitual-. ¿Qué tal ha ido el viaje? ¿Estás cansada, mi amor?

Con un suave roce, hace desaparecer el ligero equipaje, enviándolo directamente a sus habitaciones.

En poco tiempo contemplé como Fera aparecía delante de mí, sonriente. Sentí un calor en el pecho de felicidad, hasta ese momento no me había dado cuenta de cuánto echaba todo de menos. Le correspondí con otra sonrisa más abierta, y caminé hacia ella del mismo modo que ella lo hacía hacia mí. Sentí como acariciaba mi mejilla y a cambio la recibí con un abrazo. A veces desearía volver años atrás para poder estar con todos...

- ¡Estoy genial! No hace falta que te preocupes por mí, pero gracias - no podía dejar de sonreír -. ¿Y tú, Fera? ¡Tenemos que hablar de muchas cosas! - Solté una pequeña risotada, cada vez que estaba con ella me sentía la Jill pequeña de siempre, pero me di cuenta de que aunque siguiera siendo menor, ya no era una cría.

Recuperé la posición inicial y me coloqué un poco más seria, intentando ocultar la sonrisa infantil; teníamos mucho de lo que hablar, de eso no había duda. Me sentía más ligera, ya no llevaba el equipaje.

- Quizás podamos hablar más cómodamente en otro sitio - sugerí aún escondiendo la emoción que sentía por dentro.

Ante el entusiasmo de su prima, Fera no puede sino dejar ir una pequeña risa, clara y fluida. Corresponde al abrazo con su característica suavidad, acariciándole dulcemente el pelo mientras este dura.

-Bueno, querida, ya te he dicho que han pasado muchas cosas en todo este tiempo -respondió, recuperando un momento la seriedad-. Seguimos intentando mantener el orden. Yo, por mi parte, estoy perfectamente.

Asiente suavemente, y sus rizos se desplazan ligeramente por sus hombros, en un elegante baile que apenas dura un segundo. Pronto, vuelve a envolverla en un cálido abrazo, con el cariño que le es habitual.

-Claro, mi vida. Vamos.

Y, sin más, ambas se desvanecen en el aire, como si nunca hubieran estado allí.

*Desaparecen*

Aún a aquellas horas, un par de empleados seguían trayendo materiales desde el almacén, pues al parecer había habido problemas de abastecimiento en las cocinas. En la puerta, se cruzaron con un chico que supervisaba la zona, asegurándose de que todo estaba en orden al comienzo de la noche. Uno de ellos sonrió.

-¿Tú también por aquí a estas horas? Creía que éramos de los últimos del turno... Últimamente parece que tengamos mucho más trabajo -comentó, saludándolo con un cabeceo.

El otro se encogió de hombros, con aire más serio, casi digno.

-Es de esperarse, la señorita no puede estar desatendida -respondió con aire altanero.

El segundo de los recién llegados frunció el ceño.

-¿La señorita? ¿Qué tiene que ver la señorita Fera?

Su interlocutor le dedicó una mirada de reprobación. Soltó un suspiro.

-Supongo que no os habéis enterado. Hablo de la señorita Jillian, no de la señorita Fera. Ayer a la tarde volvió al palacio. Deberíais avergonzaros de no saberlo aún.

Los otros dos cruzaron una mirada, sorprendidos. Uno de ellos sonrió y soltó un silbido.

-Así que esa señorita... Vaya, hacía tanto que no pasaba por aquí... Yo ya creía que había delegado definitivamente en la señorita Fera. Supongo que aún se acuerda de nosotros.

Y, comentando la novedad, se alejaron por el pasillo.

*Se van*

FdR.: En los próximos días, será una cuestión de conocimiento general que la líder Jillian Campbell está de vuelta en Brontë.

Con Lyo atado a la espalda en una sábana y con un panecillo en la boca, me dispongo a abandonar Brontë al amparo de la noche. No es que tema a nadie, pero quiero evitar cuchicheos de cualquier tipo.
Llueve...

Tapo bien a Lyo... espero que no se moje mucho y que mucho menos se constipe.
Tomo aire, dispuesta a abandonar Brontë.

Me aparecí delante de la mujer con el ceño fruncido y los brazos cruzados, torciendo una sonrisa. Hacía mucho que no nos veíamos, desde que permitimos que abandonase Brontë por unos meses, y lo cierto es que tenía ganas de encontrarme con ella de nuevo. Sentía curiosidad por ver cómo había intentado cambiar, inútilmente, por supuesto. La gente como ella no cambiaba nunca, solo fingían hacerlo. En el fondo seguía siendo una pirata, sucia, indeseable, despreciable, y yo lo sabía.

—Cuánto tiempo —murmuré, sibilina, acercándome a ella, ensanchando mi sonrisa, torciéndola un poco más—. Bocanegra.

Retrocedo y ahogo un grito para no despertar al pequeño. El mayor de los demonios se interpone delante de mi. Quizá debería atravesar con mi arma su abdomen ahora que parece relajada. Sin embargo lo pienso en frío durante un segundo a mayores, por lo que me contengo. Tengo un niño en la espalda.

-No se dirija a mi en esos términos. Soy la hija de Alain Babineaux, Coronel de la flota naval de Aqua.- Digo, intentando disimular el asco que todavía me profesa la imagen de mi padre.- Y eso será así siempre.- Explico seria.- He vuelto de mi emplazamiento a por mi hijo.- El corazón me late acelerado. Como este monstruo se entere de que cerca tiene a unos piratas asentados, acabará con todos ellos y conmigo. - Sin embargo...- Mi mente trabaja rápido.- Durante mi viaje he... meditado.- Me explico. Debo pensar una argucia para que me deje marchar.- Y había pensado que... quizá iba siendo hora de apartar a mi hijo de todos estos follones y que... sin duda...- Rápido piensa...- Ir a Aqua y dejar al pequeño con su abuelo sería lo mejor. No quiero verle involucrado en todo esto. Si... me disculpa... - Digo intentando pasar para irme.

No pude evitar romper a reír al escucharla. Hacía mucho que no me reía, porque en Brontë nunca encontraba motivos para reírme, pero ahora me reía con fuerza, una risa aguda, clara, jocosa, hiriente, extrañamente femenina para mí. Y mientras me reía contemplaba a Bocanegra, que se acercaba.

—Oh. Claro. —Me acerqué a ella, cortándole el paso, sonriendo, mostrando todos los dientes—. Hija de Alain Babineaux, dime, querida, ¿desde cuándo te viene bien usarlo? Creo que es la primera vez que utiliza esos términos, pero no importa. No te preocupes. A mí me da igual como te llames. —Me encogí de hombros—. Seguirás siendo una pirata aunque te llames, no sé, Minerva, por ejemplo, qué más da.

Volví a reírme. Ladeé la cabeza hacia un lado, contemplándola un segundo.

—Por supuesto, Bocanegra, la seguridad del pequeño es importante. No seré yo quién lo niegue, por Mithos, no. —Dirigí una mirada al crío—. Una lástima que esté con usted, ¿no cree? Dime, ¿cuánto tardará en convertirse en un deshecho? Pobre Lyo. Pobre Dehnel, también, ¿no? —Sonreí—. Y qué afortunada usted, que pronto recibirá ayuda de ese pobre noble. Sin duda, ha mejorado en esto de robar. Ahora ya casi parece, parece que no lo hace, que simplemente ocurre. Mis felicitaciones.

Ensanché la sonrisa. Luego me acerqué a ella, amenazante, hasta quedar a escasos centímetros de ella. Alcé el mentón, sonriendo, y clavé mis ojos en los suyos. Le agarré una muñeca, con fuerza, llegando a clavar las uñas.

—¿Crees que puedes engañarme, a mí, Bocanegra? —gruñí. Alcé las cejas—. ¿En serio lo crees?

Apreté su muñeca.

Su risa me provoca un escalofrío por todo el cuerpo.
-Nunca es tarde si la dicha es buena.- Respondo con rapidez. Sin embargo sus palabras continúan y me hacen alzar la voz.- YO YA NO SOY PIRATA.- Chillo, con el cuerpo en tensión y los puños apretados. Al menos no lo era el cien por cien del día...


-Lyo no sabrá nada... de este mundo... me aseguraré que no empuñe nunca un arma.- Le desafío con un tono grave. Sus palabras me hieren y no puedo evitar alzar un puño contra ella.- Rick es el hombre más bueno y noble de la faz de este Mundo y no permitiré que se le insulte. Y a mi tampoco.- Mi pecho respira agitado, mientras mi puño permanece en alto, mientras me muerdo el labio inferior con fuerza. Contrólate...
Por el amor de una madre... Contrólate.
-Ni te imaginas las ganas de matarte que tengo...- le escupo.- Y podría hacerlo.- Asiento, con el puño tembloroso a la altura de mi cara.

Su mano me sujeta y yo le mantengo la mirada.- Te mataré... Algún día, Blues Splash... te mataré...- Siseo, loca y desquiciada por tener en frente a aquella mujer tan ruin como mi padre.- Sin embargo... hasta que ese día llegue...- Continúo con el puño alzado.- Hasta que ese día llegue seré tu perra.- Siseo.- Ya juré devoción a Brontë. Ahora la juro a ti. Pero debes saber que te asesinaré. Te mataré, te rajaré. Algún día... en cuanto pueda... romperé esta promesa- Aprieto los labios.- Hagamos un trato...- Digo descendiendo lentamente el puño para convertirlo en una mano amiga, mientras la suya me continúa aferrando con dolor.- Dime qué tengo que hacer para que me dejes marchar esta noche.


Espero que le gusten los retos...

Solté una nueva carcajada al escuchar su respuesta, más controlada que las anteriores pero igual de jocosa. Ella no era pirata, el chrysos podía cambiar y ayudar a Brontë. La gente, a veces, podía ser muy ilusa. Era un poco trágica la fe que tenían algunas personas en que podían cambiar, como si aquello fuese algo posible, como si de verdad creyesen que el mundo las perdonaría solo porque se arrepienten, como si de verdad creyesen que les iban a tender la mano y darles una nueva oportunidad, disculparles de sus errores pasados.
No había nadie tan bueno en el mundo.
Nadie.

—Claro que lo eres, por supuesto que lo eres. —La miré. Sonreí—. Y por supuesto que tu hijo empuñará un arma, cuando lo necesites, cuando estés en peligro. Claro que Lyo lo hará.

Ensanché la sonrisa. Al ver cómo alza un puño contra mí, volví a reír, y con la mano libre apunté a su muñeca. Moví entonces los dedos, haciendo que su muñeca girase, dolorosamente, hacia un lado, con fuerza, mientras seguía clavándole las uñas, marcándola sin que ella se diese cuenta. Jamás sabría que la controlaba, que sabía dónde estaba, que la seguía sin necesidad de moverme de Palacio, porque era estúpida y no lo percibiría hasta que se sintiese a salvo, libre, y entonces yo aparecería, claro que aparecería, y la encarcelaría en Aqua para siempre, hasta que su cuerpo se pudriese en esa prisión y pagase por todos los crímenes que había cometido. Por todos, absolutamente todos.

—¿Matarme? ¿A mí? ¿Tú? —Volví a reír, y retorcí su muñeca hacia el otro lado, con la mano libre, en un movimiento veloz y doloroso—. ¿En serio crees que podrías hacerlo? No me hagas reír. —Apreté con las uñas, acercándome a ella, poniéndome de puntillas, quedando a escasos centímetros de su rostro, sonriendo—. No juegues con fuego, Bocanegra. No queremos que Lyo lo vea, ¿no es así?

Ensanché la sonrisa. Luego me aparté, soltando entonces su muñeca definitivamente. La marca, idéntica a un profundo corte, ya estaba; no necesitaba seguir sosteniéndola.

—Dime dónde está tu tripulación. —Sonreí—. Toda. Y el resto de los piratas de Aqua, todos ellos.

No esperaba que me lo dijese, realmente. Imaginaba que mentiría, de hecho. Pero no me importaba demasiado: ahora que estaba marcada, ahora que podía seguirla, ella misma le guiaría a sus compinches.

—Si lo haces, te dejo ir.

Sonreí.

Chillo y me retuerzo a pesar de los intentos por controlarme. Si quería de veras cumplir mis amenazas, sin duda debería mejorar más.

Intento responderle de cualquier manera pero la voz no me sale. Siento arder mi mano y el dolor me consume. Sin embargo, una vez que cesa, tomo aire de nuevo y me recompongo con lentitud, intentando procesar la información que me ofrece.

Lo tengo.

Alzo la vista y con una mueca algo tétrica escupo sin más.- En las Islas Menphyis. Si pone un pie en aquel lugar... ojojo...- niego con los ojos realmente abiertos...- Encontrarás el nido más grande que jamás haya visto. Ni tú eres rival...- La pico.

No digo nada más y simplemente echo a correr al exterior, sin molestarme a volver la vista atrás.

No sé si en ese lugar hay piratas o no. Lo que sí sé es que si Brontë elimina la amenaza que en su día echó a Kane de allí, todo podría volver a la normalidad.
Diablo: lo he conseguido.

*se va*

Sonreí ampliamente al escuchar su respuesta, asintiendo brevemente, en silencio, sin decir nada. Me eché hacia un lado y dejé que se fuese, corriendo como si le fuese la vida en ello. Antes de que desapareciese del todo, sin embargo, dije:

—Me has jurado devoción. Recuerdalo.

Por medio de un hechizo, me aseguré de que llegase a oírlo, de que resonase en sus oídos, una, dos, tres veces hasta finalmente desaparecer. No quería que lo olvidase, que olvidase que me había jurado devoción. A mí. No dejaría que lo olvidase, pero de momento, la dejaría tranquila.
No sabía qué había en las Islas Menphyis. Dudaba que me hubiese dicho la verdad, así que no me molestaría en enviar tropas allí. No ahora, al menos. Tenía asuntos más importantes a los que atender, pero también aquellos los pospondría. Un día, dos tal vez.
No mucho más.

*se desvanece*

Te sorprende el lugar. Es más bonito que la casa del abuelo sin duda. Con las manos fijando con fuerza la enorme caja que portas, te balanceas hacia delante y hacia atrás un par de veces para luego sonreír, calmado.
Metes la mano en el bolsillo y sacas un muñeco de trapo de color rosado.
-Al fin has llegado, so lento.- Te dice con aversión.- Me aburrí en ese apestoso bolsillo durante horas.- Te riñe.
-Lo... siento, Hebilla.- Te disculpas con un besito en la nariz de felpa.
-¡Que no se repita!- Lloriquea la marioneta.
-De acuerdo.- Ríes.- Te lavaré más tarde...- Bostezas enormemente y te secas una lagrima de pereza para continuar con el camino.

*va*

Dado: 2

El cambio de lluvia a lugar cálido y reconfortante es agradable, sin duda. Pero si soy Sirena debo apreciar el agua y ahogarme tierra adentro. Eso y estar muy muy enamorada de mi Rick.

-Ay, Rick, por fin alcanzo tu hogar- suspiro teatralmente. No ha quedado tan aliviado como debería, pero bueno, esto es un ensayo-. He caminado tanto tiempo por la tierra, casi olvido mi verdadera naturaleza. ¡Cuánto echo de menos el mar!

Miro a mi alrededor. No parece haber nadie cerca, esto así no es divertido. Necesito alguien que me admire, alguien que me dé el pie. O un Rick. El papel de enamorada no queda tan lucido si no aparece tu enamorado.

-¿Hola, hay alguien por aquí?- no, menos gritos de carretera y más de dulce dama. Así, con mi caída de pestañas número tres, gesto registrado-. ¿Pedrote, Don Daniel?- con un tono más necesitado añado- ¿Rick?

*Va por los pasillos*

Desde el umbral de la puerta, el chrysos, cubierto con una capa y cargando con un pequeño zurrón en el hombro derecho, observaba el horizonte, con el ceño fruncido, serio, pensativo. Al final el lunes había sido como se lo había imaginado antes de acostarse: lluvioso, frío. El cielo le parecía ahora pesado, plomizo, desagradable. Odiaba la lluvia, odiaba el frío y odiaba los lunes, así que el día de hoy se le antojaba ya ahora, que llevaba poco más de un par de horas despierto, como un mal día, uno molesto. Si pudiese quedarse en cama todo el día, lo haría, pero tenía cosas que hacer.

Suspiró, y se pasó una mano por el pelo, echándose varios mechones hacia atrás. Luego se puso la capucha y comenzó a andar, adentrándose en la lluvia, alejándose de Palacio.

Odiaba los lunes.

*se va de Palacio*

Llegué algo antes. Me adelanté para no hacerla esperar, por supuesto, así que cuando llegué no había nadie más. Me adecenté el pelo, asegurándome de que no se había cambiado de posición desde que había salido del baño, y traté de adoptar una posición segura y viril para dejar clara mi seguridad.

Estaba algo inquieto, la verdad. Me costaba no moverme de un lado a otro, aunque no por impaciencia. Sabía que no debía hacerme más ilusiones con aquello que con una cita normal. No debía pensar que el día era especial. Y, bueno… De alguna forma tampoco podía decir que hacer aquel tipo de cosas con Lea fuese algo habitual.

Una noche sin Telma y sin Vilo. Quizás aquello era lo que podía esperar que lo diferenciaba más de una cena normal en el comedor.

*se queda*

Por supuesto, para cuando llego a la entrada Rick ya está esperando. No es ninguna sorpresa, la verdad. Casi parece una norma no escrita.

-¿Llego tarde? -pregunto de todas formas.

Ya sé lo que dirá. "Oh, no, por supuesto, ha sido culpa mía, blablabla..." Pero no deja de ser educación, supongo. Una mínima muestra de que me importa, que no sobra, tampoco. En seguida estoy a su altura, y veo que lleva la botella. Bien, es un detalle importante.

-¿Vamos?