Hall/Entrada

Al final, todos los días eran iguales desde que no podía salir fuera. Entrenaba, saludaba a un par de personas, charlaba con el servicio un rato, entrenaba de nuevo, comía, me duchaba y todas aquellas acciones nobles y repetitivas. Pero empezaba a ser frustrador no poder salir ni un segundo, ni un instante. A veces me asomaba, entonces, como aquella, para respirar un poco el olor a lluvia y aire fresco, aunque no me atrevía a lanzarme bajo aquellos rayos y hielos gigantes a ir un rato con Telma, aunque me moría de ganas.

Me llevé las manos a la cintura, viendo llover desde mi posición, con la puerta entreabierta a mi espalda. El agua llegaba a salpicarme un poco a veces, penetrando en la parte más de afuera del edificio por culpa del viento. Pero no estaba mal del todo. Al menos era de verdad, no como el interior de Brontë, cálido y protector, pero mentira.
Había personas, en aquellos momentos, que debían ser protegidas. Me necesitaban. ¡Necesitaban a un héroe! Y yo estaba allí encerrado...

*se queda*

Llevo varios días sin pasar a ver a Telma porque estaba ocupándome de buscar a Rick para devolverle la tabla. He pensado en hacérsela llegar a través del servicio, pero me parece un encargo tan ridículo que no he llegado a hacerlo. El caso es que, ya que no aparece, he decidido que iré a verla de todos modos. Esta vez, eso sí, con mi propia tabla. De hecho, pienso quedarme con ella esta noche.

Así pues, me abrigo en condiciones, tomo algunas provisiones (a pesar de que sé que Rick ya lo ha hecho en su momento) y me dirijo a los establos.

Y hete aquí que decide aparecer el aludido, en el peor momento posible. ¿Qué es esto, ganas de marear? ¿Lo hace a propósito? ¿Y qué hace tan cerca de la entrada? No será tan estúpido de pretender salir así, ¿no?

Con un suspiro exasperado, pongo los ojos en blanco y me acerco hasta donde está. Le planto la tabla delante, apoyándosela contra el pecho.

-Ten -murmuro.

Y, tras ello, me doy media vuelta. Esa es la que he hecho yo, en realidad, pero aquí lo que importa es que cada uno tenga una. Y, ahora sí, iré a por la otra y a ver a Telma.

*se va*

Me volví para ver qué loco guerrero o suicida quería aventurarse en aquellas tierras locas de hielo y lluvia. Lo que no esperaba aceptar como respuesta era, como en el caso de Massen y el cuchillo, que "lo tenía todo controlado". Nadie saldría a partirse el cráneo bajo aquel granizo asesino como si cayesen unas gotas. Por muchos hechizos de curación que se supiese y demostrase.
No.

Pero entonces vi a la única persona que tendría una protección y podría salir. Lea.
Su suspiro hubiese resultado ofensivo de no ser yo un hombre poderosamente capaz de ignorar aquel dolor. Y su gesto no era mejor. ¿Acaso planeaba escapar para siempre de Brontë y la había detenido? ¡¿Huía por culpa de mis duras palabras en la sala de entrenamiento?! Porque parecía equipada para un viaje...
Pero antes de que pudiese pedirle que no se fuese, me estrelló la tabla que llevaba en las manos contra el pecho, obligándome a cogerla en un gesto reflejado, y enseguida la vi marcharse. Me quedé un poco con cara de bobo, y eso que mi madre siempre me había dicho que era un chico espabilado para mi edad.

-Buenas noches... -terminé por decir, extrañado, sorprendido, no supe bien si como saludo o despedida.

¿Había evitado su renegamiento? ¿Había sido un salvador o un egoísta?
Miré la tabla, extrañado, para descubrir que no era la que yo había hecho. La suya no parecía un trozo de puerta.
Entonces comprendí... ¡Era nada más y nada menos que un regalo hecho con sus propias manos! Un regalo para mí.

Fruncí el ceño. Aquello no quedaría así.

*entra XD*

Daba vueltas en los pasillos, intranquila, expectante, con la mirada fija en una de las ventanas desde las que se podía ver el camino de entrada. La lluvia caía con fuerza, los relámpagos, truenos, rayos rompían el cielo. Nada había cambiado desde hacía semanas, y aún así, aquello no era lo que me preocupaba. Hacía días que había leído el tablón de anuncios, y desde ese momento, había estado vagando por el hall: cuando me levantaba, antes de desayunar, antes de siquiera vestirme, me acercaba ahí, en pijama, y observaba el exterior, esperando a algún mensajero, alguna carta. Algo. Por las tardes volvía, y ahí permanecía, dando vueltas, moviendo las manos de un lado a otro, observando la lluvia, hasta la noche, incapaz de concentrarme en la lectura, incapaz de arrastrarme a la sala de entrenamiento. Pero siempre esperaba en vano; nunca llegaba ninguna carta. La última que había recibido era la de Heylel, y aunque en su momento me alegré de tener noticias del aether, ahora preferiría que el remitente de la carta fuese otro, que quien me diese noticias fuese otra persona.

Por supuesto, no vino nadie, ni llegó ninguna carta, y yo, tras dedicarle un último vistazo al exterior, volví a la cama.

*se va*

Según entró por la puerta, Ben soltó un silbido de admiración. Vaya, vaya. Al parecer, los peces gordos se habían encargado de mantener impoluta la entrada de su humilde morada, a pesar de que el aspecto exterior pudiera hacer pensar lo contrario. Lo observó todo con detalle, preguntándose qué impensable fortuna valdría todo aquello.

En cualquier caso, no tenía de qué preocuparse. Por ser ella, gratis. Era una oferta difícil de rechazar, desde luego.

Como quien entra en su casa después de un paseo, se internó por los pasillos del palacio, dispuesta a curiosear aquí y alla.

*entra más fuerte*

La salida de Gerald de las mazmorras me había pillado de improviso. Después de haber bajado tantas veces, aquello me parecía tremendamente repentino. Ni un aviso, ni una señal, y de pronto nos marchabámos. Hubiera agradecido un poco de tiempo para preparar el viaje en condiciones, o por lo menos para tomar conciencia del mismo. No me gustaba la falta de planes; de hecho, ni siquiera tenía muchos datos de hacia dónde nos dirigíamos. Y, pese a todo, no me quejé demasiado. Teníamos prisa, eso era un hecho innegable.

Por fin con el equipaje al hombro, me dirigí hacia la entrada, donde esperaba la rubia. Antes de llegar di con la niña gruñona, que pronto se puso a mi altura sin mediar palabra. Tampoco yo dije nada. Por su aspecto, sombrío pero poco sorprendido, debía estar al tanto de la situación. Al final tampoco la dejaba Gerald tan al margen como ella decía.

Nos presentamos en la entrada, donde ya nos esperaba el interesado. Para la racha que llevaba, tampoco tenía un aspecto deplorable, aunque su impaciencia era evidente. Me acerqué hasta su altura, con Frikka pisándome los talones, y me recoloqué la bolsa de viaje.

-Todo listo -gruñí, serio.

Al final las cosas se han retrasado un poco. Egoístamente, podría decir que me alegro, que me alegraría que se quedasen un mes más, dos, para siempre... Pero hay que ser responsable y consecuente, coño. Luego pasan cosas malas y una se lleva las manos a la cabeza.
Cuanto antes se vayan antes volverán.

He tenido la suerte de encontrarme al desalado-desalmado y pegarme a él como una lapa. Mientras sea un apéndice suyo podré despedirme de Gerry sin temor a que el puto impaciente se largue antes. Está bien.

-Parece que el tiempo está de vuestra parte -comento, estrechando los ojos para mirar al chrysos a la cara.

Al final es solo decir una chorrada porque si no hablo tengo la sensación de que me quedaré callada para siempre mientras se marchan. Siento una desazón extraña, nada agradable.

-Bueno...

Carraspeo. Termino dejando ir un hondo suspiro y esforzándome por esbozar una sonrisa algo tristona. ¡Un poco de sangre, hostia!

Desde luego, estaba de lo más animado. Tanto que el contraste con Frikka llegaba a resultar incómodo. Yo, por mi parte, me mantenía entre medias, limitándome a una mueca ante sus comentarios pero manteniendo una cierta seriedad, aún preguntándome qué íbamos a hacer una vez hubiéramos salido de Brontë.

-Lo siento, rubia, me he olvidado de pedir el carruaje con flores, va a tener que ser un poco más humilde de lo que querías -respondí a su entusiasmo, con cierto sarcasmo.

Di un paso más hasta ponerme a su altura, y luego me volví hacia Frikka, dirigiéndole una mirada significativa. Desde luego que parecía casi que le hubieran chupado el alma, pero tampoco era para tanto. Después de todo, cuando había hablado de mantenerla informada no lo decía por decir. El viaje no evitaría que tuviera que encargarme de algo de correo, y ella no tendría por qué ser una excepción. Me ayudaría a poner en orden las ideas a medida que nos acercáramos a nuestro objetivo.

De nuevo, me volví hacia Gerald.

-Cuando quieras -gruñí.

El buen ánimo de Gerald no se me contagia, pero me hace más fácil el fingir que sí. Ensancho la sonrisa, mostrando mis limpios y brillantes dientes de chica macarra.
Hay que hacerse ver como la chica fuerte que una es.

-Claro que he cumplido. Ya puedo vivir a sol o a sombra. Soy un ente todopoderoso.

Mi mirada se cruza con la de Cierzo y me sereno un poco. Ya viene a cortarme el rollo máscara con esa cara de circunstancias. Aunque al menos me queda un resquicio de sonrisa más auténtica. Si no confío en él no lo voy a hacer en el otro, desde luego, así que no me queda otra.
Pronto lo que queda de sonrisa se apaga, aunque queda un resquicio, cuando Gerald me pone la mano en el hombro. Se creerá que suena muy a entrenador diciendo esas cosas en estas circunstancias, pero no, eh... Inconscientemente, me llevo la mano derecha al brazo izquierdo, apoyándola por encima del codo. Si mi madre me viese ahora se sentiría orgullosa de, al fin, tener una hija.

-Cuando vuelvas te arrepentirás de no haber meneado más el culo por el mundo. Bueno, el culo seguro que lo meneas -corrijo, con una sonrisa desafiante.

Aprieto un poquito la mandíbula. Ya queda poco. Ya no queda nada. Esto se aguanta así de fácil. Joder, qué fácil.

-Venga, largaos antes de que me ponga sentimental.

Pretendí que me sonase muy serio y malote, casi irónico, pero me ha flaqueado un poco la voz ahí al final y... Nada, Fi, tú sonríe y haz como que no te has dado cuenta y si preguntan los insultas.
Mierda ya, joder...

Estrecho los ojos, esbozando una sonrisa desagradable, burlona. Venga, di algo y no pierdas la fachada, que es todo lo que te queda.

-Tú sí que eres una lengua -le espeto, por eso, por decir algo.

Y ya está. Frivolidades, muchos chistes, y menos palmaditas en la cabeza de las que, admito, me hubiese gustado recibir. Al final esto será uno de esos momentos en los que pensaré dentro de unos años, cuando los dos hayan muerto en extrañas circunstancias durante su misión. Iré al entierro y lloraré sobre sus cuerpos, y gritaré al cielo "lo último que les dije fue tú si que eres una lengua", y no podré repararlo porque las mierdas se corrigen en el momento o ya no se pueden arreglar.
La vida es así. Una jodienda. Tienes años para ir encaminando tus decisiones, pero luego apenas dos segundos para decidir qué camino elegir, en los momentos tensos. Y cuando la cagas te arrepientes y torturas. Y piensas "si le hubiese dicho otra cosa, y no tú sí que eres una lengua, ahora no me sentiría tan mal".
La vida es una mierda. No te dejan probar a hacer las cosas antes de hacerlas, por ver qué sale, y decidir luego.

Se despiden. "Hasta pronto", respondo, repito. Me hace ese saludo, reitero, tan frívolo. Gerry está tan animado... Y entonces se vuelve. Ambos lo hacen. Dan el primer paso. Y lo único que se me pasa por la cabeza es que me gustaría que se girasen una vez, por lo menos. Como para sentir que necesitan mirarte una vez más, que eres su colega.
En estos momentos el cerebro puede funcionar mucho más rápido de lo que podamos imaginarnos. Piensa en decir algo tan increíble que se quede en la memoria de todos para siempre. Piensa en usar la frase ideal para cerrar la conversación. Piensa que un abrazo estaría bien, aunque quizás ya es tarde; sería algo arrastrado a estas alturas.
Ni siquiera son unos segundos. He tenido toda mi vida para simular este tipo de escenas, como todos. Llevo tiempo sabiendo que se irán. He podido darle vueltas y vueltas a este momento, pero ahora mismo... ¿Qué?
Ey, Fifi, reacciona. Dilo ya, que se acaba el tiempo. Di algo increíble que los haga volverse asombrados por tu ocurrencia. ¡DILO YA, HOSTIA!

¿Para qué?
Soy la menor de cinco. Siempre he tenido que abrirme paso, que gritar más que el resto, que llamar la atención sobre mí. "Ey, miradme, soy Frikka Njorthbiartr, la pequeña de la casa", "mira mamá, me subo a la mesa", "mira, papá, juego con tus armas".

-Ey, miradme todos -digo, como prolongación de mis pensamientos, aunque están tan lejos que, por suerte, no pueden oírlo.

Siempre hubo tanto ruido en casa que si no gritabas nadie te miraba.
Qué cosas...

Ya está. Ya se han ido.

*se va*

El chrysos entró corriendo en Palacio, con la ropa, mojada, pegada al cuerpo, y el pelo apelmazado, despeinado. Estornudó. Estaba empapado.

Haber salido al pueblo no había sido una gran idea, mucho menos con la lluvia que llevaba cayendo desde hacía unos días. Volver tan tarde, a pesar de que lo interesante que había acabado siendo la escapada, había sido sin duda una pésima idea. En unas horas, cuando se despertase para prepararse para su entrenamiento con Alehyss, se maldeciría a sí mismo por idiota. Ya lo hacía, de hecho: llevaba maldiciéndose desde que había salido del pueblo, y conforme se había ido acercando a Palacio había ido aumentado la dureza de sus insultos.

Sacudió la cabeza, pasándose luego una mano por la frente, apartando los mechones que tenía pegados a ella y que le estorbaban, y luego movió ambos brazos. Se rascó el cuello. Suspiró. Era un imbécil con todas las letras, de eso no había duda. Si acababa constipándose, cosa que no le sorprendería, no podría hacer otra cosa más que decir que se lo había buscado.

Comenzó a adentrarse en Palacio, todavía maldiciéndose por idiota, pero de pronto, y durante apenas un instante, se olvidó de los insultos y pensó en otras de las brillantes ideas que había tenido a lo largo de los años y en Dena; se la imaginó ahí, plantada en el pasillo, en pijama, con el ceño fruncido, los ojos llorosos y los brazos cruzados, esperándole desde hacía horas.

Aquella imagen solo duró unos segundos, pero sirvió para que el chrysos bajase la vista y se detuviese. Lyam parpadeó. ¿Cómo le iría? ¿Qué estaría haciendo? Hacía tanto que no pensaba en ella...

Negó con la cabeza. Pensar en la flamma era estúpido, una pérdida de tiempo. ¿Ganaba algo con ello? No, entonces no había motivos para pensar en eso. No quería estropear su buen humor.

Miró de reojo una de las ventanas, y tras unos segundos observando el exterior, continuó su camino.

*se va*

Surjo de la tierra, como si brotase como una planta, con el ceño fruncido y el martillo fuertemente asido en la mano derecha. Con la mandíbula apretada, proyecto un aura furibunda, incluso cuando contemplo a mi compañero.
Observo un instante el rostro de la que él mismo mira, y luego voy junto al otro cuerpo y lo miro de igual modo, volviéndome al fin hacia al aether y a todos los que aquí se encuentran.

-¡Quierro una explicación de todo esto! ¿Quién las vio con vida porr última vez? ¡¿Dónde fue eso?! ¡¿Porr qué fuerron al pueblo?!

Escruto a todos los presentes y termino de nuevo en Abaddom. Esta situación ya empieza a molestarme excesivamente. Estoy harto de estos juegos ridículos. Son vidas lo que llevamos a nuestros hombros, y parece que nos son arrebatadas con insólita facilidad.
Esta vez no han entrado en Brontë, sin embargo, y la burla ha sido menor, pero la cercanía sigue siendo inaceptable.

-¡Avisad al rresto de los líderres si es que alguno se ha quedado dorrmido y no está haciendo su trrabajo! -ordeno a un par de muchachos del servicio, con voz profunda y amenazante, grave-. Esto no va a quedarr así. Quierro rrespuestas.

Un joven acude a mi puerta y peta con fuerza. -¡Qué clase de interrupción es esta!- Exclamo con voz alta, colocándome con fuerza el camisón y sacándome la crema de la cara lo más rápidamente que puedo. - Por el amor de una madre, menudas horas de venir a molestar.

Una vez algo más adecentada, abro la puerta.- ¡Señora, los líderes han sido convocados en el Hall! ¡Dese prisa! ¡Ha llegado un carro con dos muertos!- Exclamó el muchacho casi a punto de agarrarla por la muñeca y tirar de ella. Sin embargo no lo hizo.

Palidezco. ¿Qué demonios? ¿Qu-...? Mi mente está confundida. Sin decir absolutamente nada me transformo en un enorme halcón de fuego que atraviesa al chaval por el pecho, proporcionándole una suave sensación mágica.




[...]


Un ave rapaz aterriza con una explosión en el suelo dando lugar a una furibunda líder.
Corro con pasos pequeños hacia la escena. -Para que la velocidad se premia con la edad.- Comentó seca al ver que los más ancianos habían acudido los primeros.

Me dirijo a los soldados.- Explicadme qué ha ocurrido aquí. Con todo lujo de det...

Mi rostro palidece. - No puede ser...- Tomo aliento y crispo los dedos, llevándomelos a las mejillas y esgrimiendo un chillido de dolor profundo.- ¡NO PUEDE SER!- chillo tan fuerte que me hago daño y en ese mismo instante agarro sus frías mejillas con mis manos. - ELD. DESPIÉRTATE. QUÉ CLASE DE BROMA ES ESTA.- La agito.- ¡¡ELD POR EL AMOR DE MITHOS!!- chillo con la voz rota de dolor.

Las lágrimas me llegan a la boca y se mezclan con mi saliva. Golpeo fuerte la camilla y el moño se me deshace.

Me echo hacia atrás, me duele el pecho y el aire no me llega bien. - ¡Ay!...Creo que...- gimoteo.- Creo que me esta... d... un... ansied... soc...- Me llevo las manos al pecho y caigo.


*Flavia cae desmayada*



FDR: :_D jalp

Aparecí en el hall, seria, con el ceño arrugado, los puños apretados y los labios fruncidos. El líder parvus y el líder aether ya estaban ahí, al igual que los dos cuerpos de las guerreras. La líder flamma, Flavia, dueña de una de las muchachas fallecidas yacía en el suelo, probablemente inconsciente por la impresión. Con esta ya iban tres de las cinco muchachas que tenía; si aquello no era una coincidencia, entonces la mujer tendría que explicar muchas cosas.

Di dos largas zancadas, acercándome a los cadáveres, inspeccionándolos durante un instante. Luego me volví a mis dos compañeros.

—¿Qué ha pasado? —gruñí.

La respuesta de los líderes es prácticamente inmediata. A los pocos minutos, dos de ellos ya están presentes y justo cuando uno de los soldados iba a comenzar a explicarse, una tercera apareció, seguida de una cuarta.

El soldado, convencido ahora que sí podría contar la versión de los hechos, se vio interrumpido por el mareo sufrido por la líder flamma. Mareo que rápidamente fue atendido por los chiquillos atemorizados del servicio.

Sin embargo, estos poco pudieron hacer, pues sus dos ayudantes restantes aparecieron. Primera y Segunda le realizaron un fuerte hechizo curativo y le dieron a oler un fuerte frasco para que espabilase.
Vieron en silencio el cadáver de su compañera, pero no hicieron ninguna alusión a ello. La salud de su Señora era más importante en aquel instante.
Trajeron una silla rápidamente y la convaleciente Flavia quedó fuertemente amparada por sus dos guardianas que no se separaban de ella ni un instante, aunque estaban dispuestas a recibir ayuda de cualquiera de los presentes si era bien intencionada.

Ahora que las cosas se habían calmado un poco y mientras Branne abanicaba fuertemente con un abanico la nuca de su Señora, el soldado pudo proceder.


-Supongo que estas reacciones confirman que ambas pertenecían a Palacio al fin y al cabo... - Comentó nervioso.- Las encontramos a las afueras, el cartero las vio en una zona algo sombría y abandonada de las callejuelas. Sinceramente, si quisieran haberlas escondido lo habrían podido hecho mejor. - Hizo una pausa y sacó un papel algo arrugado con grafito por encima.- Calqué con carbón esta marca grabada en el suelo en el lugar donde las encontramos.

Spoiler:

-Perdonen mi intromisión, pero tiene toda la pinta que aquellos que hicieron esta barbaridad querían que les encontrasen. Suena a... -si me lo permiten...- provocación.


Metió su mano en el bolsillo. - También había esto: un caramelo. Espero haberles sido de ayuda. - balbuceó.

- Si tienen alguna pregunta se la intentaré contestar de la mejor manera posible.

Ha notado el revuelo desde el primer momento. Después de todo, se trata de sus empleados. Empleados a los que, para su desgracia, tendrá que amonestar. Estas no son formas de dar las noticias. Pero eso no es el principal problema ahora mismo.

Aunque presente, se ha mantenido al margen de la escena hasta el momento. Después de todo, sigue sintiendo que no es del todo como los demás, y prefiere dejarlo en sus manos. Se dedicará a ayudar en aquello que sea necesario, tal y como un anfitrión debe hacer. Cuando la flamma cae desmayada, pues, decide acercarse por fin, dirigiéndose en primer lugar a los otros líderes.

-Yo me encargaré de ella -habla, y su voz, contrariamente a lo habitual, es fría como un témpano. Se vuelve entonces a uno de los encargados-. Sigue todas las instrucciones de los líderes al dedillo. Pide ayuda extra. Esta noche hará falta mayor eficacia de la habitual.

La chrysos ignora a las guardianas de la flamma. Una onda eléctrica levanta con suavidad a la líder, posándola en sus brazos. Se vuelve de nuevo a sus compañeros.

-Vendré si se me necesita. Al instante. Pero antes me encargaré de que esta mujer esté en condiciones de atender este asunto.

Y, sin más, desaparece.

*Se va y se lleva a Flavia*

Aparezco en la entrada tan pronto como puedo. Me he enterado de la noticia hace unos minutos, pero no he podido presenciarme hasta ahora (cuestiones de científicos). Cuando llego, no me sorprende encontrarme con todos mis compañeros, aunque la señorita Fera y Flavia no tardan en irse.

Me acerco al grupo, serio. Por lo que he oído, esto vuelve a ser obra de la banda del secuestro del piscis. Frunzo el ceño.

—Concuerdo contigo, Aren —murmuro, en respuesta a su segundo comentario. Me noto excesivamente malhumorado. No me esperaba algo así.