Comedor

Observó los movimientos de la chrysos, de soslayo, sin decir nada. Cuando tomó asiento al lado del aether, curvó ligeramente los labios y le tendió uno de los platos que había pedido el aether.

-Tú nunca molestas -respondió, jocoso. Luego ensanchó la sonrisa y señaló el plato-. Sírvete.

Apartó la mirada.

Esbozo una pequeña sonrisa, también algo tensa. Cualquiera diría que no molesto, eh.
Niego lentamente frente al ofrecimiento de Lyam, declinándolo con suavidad. Justo en ese momento aparece el chico del servicio con mi manzana, que acepto y limpio con mi ropa.

-Lo cierto es que apenas comeré, aunque gracias. Me basta con esto. No me encuentro con muy buen cuerpo.

Y si consigo lo que planeo... Tú tampoco.

Lyam rió con suavidad al escuchar el comentario de Heylel.

-Toda la razón.

Y ensanchó la sonrisa. Luego volvió la vista hacia la chrysos. Cuando esta se negó a comer, se encogió de hombros. Cogió de nuevo el vaso y bebió.

-Mejórate... -murmuró, clavando sus ojos en los de ella. Después apartó la mirada y frunció levemente el ceño-. A lo mejor necesitas dormir o algo...

Frunzo levemente el ceño, esforzándome más aún en que la sonrisa no se borre. Finalmente consigo parecer de buen humor, pese al gesto. Giro la manzana ante mí, observándola, como buscando alguna imperfección.

-Ya he descansado suficiente -. Clavo los ojos en Heylel-. Por cierto... El tipo del otro día nos mintió. No se llamaba Ánor, sino Nille.

Guardo silencio. Doy un pequeño mordisco a la fruta.

La miró de reojo.

-Ah. -Parpadeó. Después chasqueó la lengua y se encogió de hombros-. Sólo era una propuesta...

Alzó un poco las cejas. Curioso, observó al aether y a la chrysos cuando esta mencionó a un tal Ánor. O Nille, mejor dicho. Se preguntó quién sería, aunque suponía que era un guerrero recién llegado.

Miró a Alehyss durante unos segundos, interrogante. Luego resopló y se pasó una mano por la nuca. Se echó hacia atrás y observó el comedor, sin interés. No sabía qué decir.

Me encojo sutilmente de hombros. Luego trago la manzana y contemplo a los dos guerreros. Mis ojos terminan de nuevo en Heylel.

-Podría decir que no, pero lo cierto es que cuando se alteró hizo explotar las lámparas -murmuro, señalando con la mirada una de las susodichas, ya arregladas-. Era un tipo extraño, pero por el momento no parecía tener intenciones negativas.

Nuevamente, muerdo la manzana y mastico con la boca cerrada, pensativa. ¿Cómo puedo sacar a Lyam de aquí sin levantar sospechas?

Lyam alzó las cejas, sorprendido. ¿Había hecho explotar una lámpara? ¿Cómo? Curioso, observó las lámparas que iluminaban el comedor. Frunció levemente el ceño.

-¿Cómo hizo explotar las lámparas? -preguntó, curioso. Volvió a observar a los dos guerreros. Alzó las cejas y sonrió levemente. Miró a Alehyss-. ¿Tú serías capaz de hacerlo?

También se preguntaba por qué el tal Nille había ocultado su nombre. Pero no lo dijo. A fin de cuentas, ¿quién era él para preguntar aquello?

Niego lentamente, recordando el suceso de las lámparas. Lo cierto es que ni yo misma podría explicarlo, pero parecía totalmente accidental. El chrysos estaba completamente contrariado mientras sucedía.

-Lo cierto es que no sé cómo hizo aquello, pero no parecía poder controlarlo.

Muerdo la manzana por una tercera vez, pero entonces veo a Heylel disculparse para ir un momento a la cocina. Es el momento. Es el momento...
Miro a Lyam un instante. Enseguida, sin decir nada, me levanto y salgo apresuradamente del comedor, con pasos largos.

*se va*

Lyam frunció el ceño, confuso.

-Qué... -Parpadeó- raro.

Alzó ambas cejas. Suponía que si quería averiguar cómo había logrado hacer eso, tenía que encontrar al tal Nille. Se preguntó cómo sería. Sería mucho más sencillo encontrarle si sabía cómo era físicamente.

Observó a sus compañeros. Cuando Heylel se levantó, lo miró y asintió, sonriendo levemente. Luego volvió a mirar a Alehyss. Carraspeó.

Antes de que pudiese decirle algo, la chrysos abandonó el lugar, veloz. Lyam frunció el ceño, confuso. ¿Por qué huía? ¿A qué venía aquello? Rápidamente, él también se levantó y la siguió. No entendía por qué había hecho eso.

*se va*

Si existe una verdad absoluta en este mundo es que una tarde de baño abre mucho el apetito. Fue por eso por lo que, nada más llegar al palacio, me dirigí sin dilación al comedor.

No quería, sin embargo, entretenerme. Así pues, pedí un buen plato de arroz con carne para mí y un cuenco de champiñones para Tristán. Ambos comimos con ganas y bastante rapidez, y una vez terminada la cena (y tras pedir una buena taza de leche) nos fuimos.

*Se van*

Zacharyas entró en el comedor con pasos sinuosos. Acababa de despertar de su letargo y se sentía maravillosamente, lleno de energía y relajado. Pensó que lo mejor sería comenzar la noche con algo de comer, pues no recordaba haber comido en el último día, para luego realizar alguna actividad más o menos amena. Le encantaría toparse con otra de aquellas mujeres, pero no sabía si le sería posible.

Tras sentarse a la mesa uno de los del servicio se le aproximó, ofreciéndole una variada carta. Sin demasiados quebraderos de cabeza, el mago ordenó algo de pescado y se sentó a esperar su cena pacientemente, repasando en su cabeza actividades o acontecimientos interesantes. Ese día le apetecía variar un poco, y no simplemente vagar, pensar y leer, como acostumbraba. Pensó que quizás encontrase algo que hacer, como otras veces, sin siquiera planteárselo.

Pronto una joven le entregó su plato y con calma el caeruleus comenzó a comer.

*se queda*

Me senté frente al chiquillo sin rodeos, apoyando ambos codos en la cabeza y sujetándome la cabeza con las manos. Sin mirarlo, observé fijamente su plato, pensativa.

-Peces. Aquí es donde acaban los peces. Empiezan en agua y acaban al fuego.

Me puse de pie en el banco, inclinándome sobre su comida. Fruncí los labios hacia un lado, frunciendo el ceño, pensativa.

-Como la niña pez de hoy, que hablaba con peces. Este le contaría cómo le dolían los pulmones y cómo se retorcía hasta quedarse sin aire, desesperado por notar cómo se secaba al sol. Cómo lo abrieron en canal para sacarle las tripas y cómo luego lo echaban al fuego y lo hacían arder hasta que cambiaba de color -. Alcé la vista-. Espera. Sodeth dice que los peces no tienen pulmones -. Volví a mirar el plato y solté una risita-. Qué raros son.

Volví a echarme hacia atrás para sentarme. Cuando vi acercarse a un chico, le hice un par de muecas de burla para espantarlo. Él, sin embargo, vino de todas formas a preguntar qué quería.

-Chocolate con magdalenas -declaré, tratando de no reír. Él me atendió y se fue.

Mientras Zacharyas saboreaba el cadáver de aquel animal un rostro conocido se plantó frente a él, haciéndolo volver en sí. Sonrió discretamente a Stalon, procurando ocultar a la perfección el contenido de su boca. Su madre siempre había sido muy estricta en cuanto a modales, y dado que había sido una de las pocas colaboraciones que había hecho en su educación, Zacharyas le tenía una estima especial.

Mientras Stalon hablaba, Zacharyas imaginaba a aquel pez sufriendo. Y, de haber estado aún vivo en su plato, asfixiándose, sufriría también el dolor de su carne al res arrancada y desgarrada por sus dientes. El bello dolor de la alimentación, al fin y al cabo.

-Si tuviesen pulmones sufrirían al respirar agua, como nosotros -razonó Zacharyas tras tragar el contenido de su boca, justo antes de beber un pequeño sorbo de agua-. Buenas noches.

Asentí, aún sin mirarlo.

-Claro. Eso decía Sodeth. Como si yo aspirase debajo del agua. Luego quise probar y se enfadó -. Me encogí de hombros.

Hice un gesto con la mano a modo de saludo. Luego me giré hacia la puerta de la cocina, justo a tiempo para ver venir mi tazón y mis magdalenas. Sonreí y, cuando me sirvieron, tomé en seguida una de las magdalenas y la sumergí en el chocolate con ojos golosos. La extraje y di un mordisco, mirando por fin al chiquillo.

-¿Este habrá muerto de aire o de falta de tripas? -pregunté, señalando el pescado.

Aunque Zacharyas no solía ser curioso, al menos no en conceptos no sangrientos, cuando Stalon repitió aquel nombre sí sintió cierta extrañeza. La parvus no solía hablar de terceras personas, y mucho menos referirse a estas por nombres. Así pues, pese a lo inestable que se sentía al preguntar sobre esos temas, se atrevió a, con una amable sonrisa, inquirir.

-¿Sodeth? -. Sus cejas se arqueaban, interrogantes, curiosas, pero su expresión se mantenía serena, como la de quien no pretende hurgar más de lo necesario.

Tras aquello, la comida de la chica llegó. Se abalanzó sobre ella con deleite, dando tiempo al caeruleus para relajarse. La siguiente pregunta fue dirigida al pez muerto, al cual el mago miró.

-Seguramente de falta de tripas -respondió tras dudar un instante. Creía, al menos, que era lo primero que se hacía al pescarlos, aunque quizás ese no hubiese tenido esa clase de suerte.

Tras pensarlo detenidamente un instante, Zacharyas zanjó que él prefería morir por falta de tripas. Así, pensó, podría ver su gelatinoso interior antes de desaparecer.

Lo miré un momento con fijeza, como evaluándolo. Tuve el impulso de llevarme un dedo a los labios en señal de silencio, pero conseguí reprimirlo. Miré alrededor para asegurarme de que nadie andaba cerca. Entonces me incliné hacia adelante, con aspecto serio.

-No se dice su nombre -repliqué, negando-. Sodeth es mío, ¿eh? No lo busques.

Volví a mirar alrededor antes de decidirme a echarme atrás de nuevo.

Pasé a atender a mis magdalenas, devorando la primera con gusto. Tomé la segunda y la sumergí en el chocolate. La alcé antes de morderla.

-¿Y esta de qué habrá muerto? -pregunté. Sin esperar respuesta, me la llevé a la boca.

Zacharyas la miró, extrañado por su reacción, sintiendo cierta vergüenza enseguida por haber formulado aquella pregunta. Y cuando ella habló él bajó la vista, confuso e incómodo, contemplando su plato. No sabía de quién o qué hablaba ella, pero el caeruleus nunca la había visto atesorar tanto algo. Pensó que quizás se había metido dónde no debía.

-Lo siento... -murmuró con voz seca, carraspeando tras hablar, deshaciendo un poco el pescado de su plato con el tenedor en un intento por prestar atención a otra cosa.

Stalon, mientras tanto, seguía centrada en su comida. Ella no parecía tan afectada como el mago por el contratiempo, pese a haber sido la primera en objetar. Zacharyas pensó en ese mismo instante que verla alterada era difícil, aunque la situación la pusiese en peligro o la dañase. No era muy hábil comprendiendo a la gente y ella, aunque a veces le resultaba más sencilla, había otras tantas que le parecía completamente borrosa, como un idioma desconocido.

Carraspeó y se llevó un trozo de pescado a la boca.

Ladeé la cabeza. El chiquillo se había quedado callado. Alcé la vista para mirarlo, y lo encontré concentrado en su comida. Sí que debía de estar bueno.

Sonreí un poco. Dejé la magdalena a medio comer sobre el plato y me limpié con la mano los restos de chocolate de la boca. De nuevo, me alcé sobre el banco y empujé el tazón y las magdalenas hacia él, situándolos junto a su plato.

Me eché de nuevo hacia atrás y salté del banco al suelo. Luego, rodeé la mesa hasta situarme junto a Zacharyas, y me senté en el banco junto a él. Le di un suave cabezazo en el brazo, aún sonriendo, y volví a mis magdalenas.

Al ver cómo ella acercaba hacia él su taza, Zacharyas esbozó una sonrisa algo nostálgica. Tomó aquel trozo a medio comer que ella había dejado y lo sumergió en el chocolate, apenas manchando el bizcocho. Lo acercó a su rostro, observándolo de cerca, abstraído, como si nunca antes hubiese visto algo como aquello, buscando en aquella figura imposible nuevos y sorprendentes recovecos.

-De pequeño apenas comía chocolate -dijo de pronto, como si estuviese retomando una conversación activa-. Mi madre decía que solo era para los niños buenos, así que no me dejaba comerlo.

Una triste sonrisa acudió a su rostro. Aunque sus ojos oscuros estuviesen puestos sobre aquella masa, cualquiera podría notar que sus pensamientos se hallaban muy lejos de aquel comedor.

Durante un instante, la mandíbula de Zacharyas se apretó. Pronto la relajó de nuevo, sin embargo, recobrando aquella sonrisa tan extraña que a veces tenía, como una especie de mueca entre macabra y triste.

Solté una risita, divertida, mientras tragaba un trozo. Estuve a punto de atragantarme, pero al final no pasó nada. Le di un codazo.

-Pero Zacharyas es muy bueno -repuse, con cariño. Mojé un nuevo trozo-. Yo lo robaba y lo comía a escondidas. Eralt se enfadaba. Estaba guapa enfadada.

Me metí el trozo en la boca y lo engullí con ganas. Alcé la vista hacia él. Como era incómodo, me levanté y me senté en la mesa, dejando entre ambos el chocolate y las magdalenas. Redescubrí entonces su pescado, aún sin terminar. Lo señalé.

-¿Está bueno con eso?


Con los dedos, cogí un trozo de pescado. Lo miré, dubitativa, y me lo metí en la boca. Arrugué la cara con asco.

Zacharyas volvió en sí con el codazo, bajando la vista y cambiando un poco su sonrisa. En aquel momento ni él mismo comprendía bien cómo se sentía.
De nuevo un nombre. Eralt, esta vez. Aunque el caeruleus no se atrevió a preguntar de nuevo, dada la respuesta anterior.

Zacharyas se llevó la magdalena a la boca y saboreó aquella mezcla, extraña para él. Su paladar no estaba habituado al dulce, pero no le desagradaba. Simplemente no tenía costumbre de comerlo y, por tanto, no solía apetecerle o echarlo en falta.

Al contemplar la repentina expresión de la parvus, Zacharyas sonrió.

-¿No comías pescado en Humus? -preguntó divertido.

A él, realmente, le resultaba algo indiferente el sabor de la comida. Sabía distinguirlo, e incluso apreciarlo, pero un sabor desagradable no lo hacía reaccionar como a la mayoría. Simplemente comía sin darle importancia.