Comedor

Ante su pregunta, exageré aún más mi gesto de repugnancia. Me froté los dedos, como tratando de limpiarme del tacto pegajoso del pescado, y tomé una magdalena entera, bien empapada en chocolate, que me metí en la boca de golpe.

Miré al chiquillo, entrecerrando los ojos. Bajé la vista al pescado y de nuevo la volví a él. Tragué con gran esfuerzo.

-No es comida -rechacé.

Tomé la taza con ambas manos y me la llevé a los labios para dar un sorbo. Cuando la dejé de nuevo, mi boca contaba con una gran sonrisa y una gran mancha de chocolate.

-Esto, sí.

En respuesta a sus gestos de asco y sus palabras, Zacharyas, rebelde por una vez en su existencia, tomó un nuevo bocado de aquel pescado y lo saboreó, dibujando una sonrisa, quizás desafiante, en los labios.
Aquello sabía a muerte, y por tanto tenía un punto delicioso especial. Quizás otros no lo comprendiesen, pero para él aquel pescado, o un trozo de carne o cualquier alimento le resultaba más apetitoso cuanto más cerca estuviese de su forma viva.

Obviamente, por otro lado, se trataba de algo mental, pues su paladar no lo veía del mismo modo.

Acarició el pelo de la parvus con su enorme mano, que le cubría la cabeza entera. Podría levantarla solo con una, como si se tratase de un gancho.

FdR- Está algo callado hoy XD

Me pasé la lengua por los labios, saboreando los restos de chocolate, en respuesta a su desafío. Cuando me puso la mano en la cabeza, alcé la mía para agarrarle la muñeca y darle un pequeño apretón.

-Tú te mereces todo el chocolate del mundo -insistí, mirándolo.

Y, contradiciendo mis propias palabras, tomé de nuevo la taza y me la bebí entera. De nuevo, me lamí los labios.

Bajé la vista a la taza vacía. Con un dedo, repasé la pared circular, extrayendo algo de los restos. Extendí la mano hacia él, plantándole el dedo delante de la boca.

Las palabras de la parvus hicieron que Zacharyas enmudeciese un instante. Quizás acabase de recordar algo, pues eso parecía reflejar su rostro. Aunque enseguida recuperó una sonrisa, contemplando a la pequeña con lo que podría denominarse cariño, aunque en su ojeroso rostro parecía una especie de enfermiza aceptación.

-Tú también eres una buena chica -dijo, algo ausente, poco convencido de que aquellas palabras hubiesen sonado muy adultas.

El dedo de chocolate apareció frente a sus ojos. Lo miró un instante, curioso. Aquello no era sangre, y no provocaba en Zacharyas aquella sensación agresiva de querer probar. Sin embargo, luchando contra su retraída naturaleza, el caeruleus acercó los labios al dedo manchado y probó el chocolate con cierto reparo, pero tratando de mantener la compostura.
¿Sabría igual de dulce si se mezclase con sangre caliente?

Tras un instante, se apartó del dedo y la contempló.

-Tienes un bigote -dijo de pronto, entre sorprendido y divertido, dándose cuenta de la sombra chocolateada que había en el rostro de la parvus. Carraspeó.

Cuando retiró la boca del dedo, me lo llevé yo a la boca. Lo saboreé un momento y luego lo aparté.

-Hoy no es metal -comenté.

Arqueé las cejas cuando habló, sorprendida, y eché los labios hacia delante, poniendo cara de solemnidad. Luego me limpié el bigote con el dedo y volví a lamerlo.

Aparté la taza y las magdalenas que quedaban y me acerqué más a Zacharyas. Me recodé en las rodillas y lo miré con atención. Alcé una mano y le acaricié la mejilla.

-Te quiero -solté, de pronto, alegre.

Aunque atendía a lo que ella decía, y a sus gestos, lo cierto era que Zacharyas se había embarcado en lejanos recuerdos aquella noche, y por lo menos la mitad de su persona se mantenía alejada del comedor, de Fulmen y de Brontë en general. Era como si lo viese y oyese en segundo plano, comprendiéndolo, pero a la vez restándole importancia.

Aquellas extrañas palabras, que para él resultaban de lo más inusuales, apenas escuchadas, y más propias de libros que él ni siquiera acostumbraba a leer que propias de la vida real lo tomaron por sorpresa. Avergonzado, pasmado, la miró fijamente, como si esperase haber oído mal. Aquel tipo de situaciones le resultaban de lo más incómodas.

El caeruleus carraspeó.

-¿Qué debo responder a algo así...? -preguntó con un hilo de voz rasposa, realmente implicado en la cuestión, suplicando con la mirada que alguien le explicase cómo funcionaban esa clase de conceptos.

Zacharyas sabía querer, e incluso había deseado muchas cosas desde pequeño. Sin embargo, el expresar aquellos diferentes matices que parecían tan importantes para los demás era algo muy complejo para él. Poco a poco entendía que si Rick le decía eso no era lo mismo que si lo hacía Stalon, pero no surgía de él una respuesta verbal natural para igualar a aquellas repentinas expresiones de afecto de las personas. Pero realmente quería aprender a comprender.

Le sudaban las manos.

Fruncí el ceño de pronto, dejando de mirarlo. Fijé la vista en el banco de la mesa contigua. Comencé a mover los labios, repitiendo lo que él había dicho, como analizándolo, masticando las palabras, tratando de buscarles algún sentido.

Me mordí el labio. Qué difícil.

Finalmente, me volví de nuevo hacia él y alcé una mano para darle un capirotazo en la sien. Después, me encogí de hombros, aún con el ceño fruncido, entre confusa y desconcertada.

-No lo sé -reconocí.

Volví la mirada otra vez al banco, aún moviendo los labios, repitiendo en silencio la pregunta.

-¿Hay que responder?

Zacharyas se dio cuenta enseguida de que aquella pregunta no había sido acertada, aunque no sabía precisar exactamente el motivo. De hecho, no tenía claro si había sido un error preguntar aquello a Stalon en concreto o si cualquier otra persona hubiese reaccionado igual.
El capirotazo, sin embargo, le proporcionó nueva y agradable energía, despejándolo un poco.

Stalon tampoco parecía muy segura de qué responderle. Zacharyas, desconcertado, cerró los ojos. Comprendía la mitad de las cosas, y la otra mitad... Se le escapaba un poco. En momentos como ese el caeruleus deseaba más que nunca el no ser cómo era, pues lo dejaba enseguida en evidencia. Era un ser bastante asocial, y nadie podría negárselo.

Zacharyas abrió de pronto los ojos, mirando a la parvus. Su voz dudó un instante, pero habló con bastante firmeza.

-Ayne -llamó sin más, cerrando luego los pálidos labios y callando.

De repente, mi rostro entero se relajó. Dejé de fruncir el ceño y de mover los labios, y como movida por un resorte, volví la cabeza hacia él, mirándolo con atención. Tardé un momento en entender, y cuando lo hice alcé un momento las cejas, sorprendida.

Sonreí.

-Eso está muy bien -aprobé.

Bajé de la mesa al banco para sentarme otra vez en mi sitio. Me moví un poco a un lado, arrimándome hacia él y, cruzando los brazos sobre la mesa, me recosté sobre ellos, semiocultando la sonrisa.

Por debajo de la mesa, le di una suave patada, y al momento desvié la vista a otro lado.

El mago sonrió con alivio, relajando un poco el gesto, al ver que aquello había servido. En el fondo una parte de él pensaba que no era tan complicado. Quizás él no supiera hacer las cosas como estaba establecido, pero mientras se hiciese entender, esperaba, sería suficiente y nadie lo tendría en cuenta.

Stalon había recuperado su asiento y parecía relajada. Zacharyas encontró aquel momento ideal para cavilar un poco, pero una patada de la parvus lo hizo mirarla, confuso. Ella, sin embargo, evitaba su mirada.
Con saña, Zacharyas clavó un dedo bajo las costillas de la parvus, a la altura de los riñones. Las cosquillas, si es que tenía, solían parecer inofensivas, pero Zacharyas había escuchado que algunas personas habían llegado a perder el conocimiento con ellas. Quizás podrían llegar a morir de aquel modo.

Avergonzado, pronto se dio cuenta de que un chico del servicio los miraba desde la otra punta de la sala. Sonreía extrañamente.
Zacharyas bajó la vista, repentinamente tieso y avergonzado. Su comportamiento en sociedad ya debía de ser bastante extraño de por sí, y sentirse observado lo hacía sentirse más torpe y nervioso.

De pronto, una extraña sensación me recorrió. Sin poder evitarlo, abrí mucho los ojos, me erguí de un salto y pegué un grito. Duró apenas un instante, porque al momento Zacharyas se puso serio y rojo, mirando hacia abajo. El amago de sonrisa que se me había formado se borró, y lo miré con curiosidad.

Me puse de pie en el asiento y le revolví el pelo, recuperando la sonrisa.

-Qué susto -murmuré, riendo en bajito.

Le rodeé el cuello con los brazos y apoyé el mentón en su hombro. Le di un suave cabezazo.

-Eh.

Zacharyas la miró de reojo a ella y luego al muchacho, que, sin pretender siquiera parecer discreto, continuaba contemplándolos con curiosidad desde una de las mesas del fondo, seguramente descansando y encontrando en ellos un entretenimiento.
Un cabezazo lo hizo, una vez más, volver a Stalon. Giró un poco la cabeza hacia ella, enhiesto y tenso.

Con suavidad, casi con miedo, su brazo izquierdo se alzó y rodeó tímidamente la cintura de la parvus, haciendo presión un instante hacia sí, abrazándola. Quizás no fuese el abrazo de ensueño de las doncellas, pero para él aquel gesto resultaba complejo. Tanto que tras apenas un segundo de contacto su brazo cayó de nuevo, apoyándose en el banco.

Zacharyas carraspeó. No comprendía bien de qué parte del ser humano procedía aquella bochornosa sensación, ni su utilidad, pero la sentía en sus carnes.

Siguiendo la mirada de Zacharyas, di de lleno con un chico que sonreía. Le sonreí yo también, y lo saludé con la mano. El chiquillo se volvió hacia mí y de nuevo lo miré, manteniendo la sonrisa. Cuando me abrazó, le di un beso en la mejilla, que era áspera. Junté la mía contra ella y la froté, notando el tacto de la barba incipiente rascarme la piel.

Me separé un poco de él y le di un toque con el dedo en la nariz. Luego bajé del bando de un salto y me agarré a su brazo, tirando de él.

-El pescado está frío. Ven.

Zacharyas, mientras Stalon se frotaba contra su mejilla, imaginaba que su barba se transformaba en agujas afiladas que rasgaban su piel, penetrando en su carne y dejando surcos sanguinolentos en ella, que quedarían para siempre como cicatrices recordando ese momento.

Ella se bajó de pronto del banco y Zacharyas se dejó arrastrar, levantándose también. No tenía la más mínima idea de a dónde querría llevarlo Stalon, pero siempre que aquel chico dejase de mirarlo, como lo habían mirado tantas personas en el pasado, como si fuese extraño, estaría contento.

Asintió, dispuesto a seguirla a donde ella quisiese, lejos del comedor. Tendría que comer pronto, pues apenas se había tomado la mitad del pescado, y no debía descuidar su salud por irresponsabilidades.

FdR- Calladito

Zacharyas, obediente, se levantó, dispuesto a seguirme. Apreté con fuerza su brazo y le di un beso, y luego eché a andar hacia la puerta, tirando de él. Por una vez, parecía estar conforme con mi ritmo, porque caminaba algo más rápido de lo habitual.

Juntos, salimos del comedor.

*Se van*

Un enormísimo bostezo me arranca varias lágrimas, aunque ni me molesto en cubrirme la boca. El que quiera ver amígdalas, que mire, al fin y al cabo. Luego me froto los ojos con desgana. Esto no es madrugar, joder... Estas no son horas...
Me arrastro como un fantasma hasta una de las mesas y me siento, apoyando la cabeza sobre la misma como si fuera una almohada. Mascullo algunos insultos al aire, incomprensibles a causa de mi penosa vocalización.

"Eeeh... ¿Desea algo?" escucho. Alzo la vista y veo a un chaval que me mira con cara de panoli.

-¿Te divierte verme sufrir...? -gruño, sin levantar la cabeza, mirándolo de lado-. Trae lo que sea.

Lo veo marcharse y cierro de nuevo los ojos, suspirando.

Sí. Estoy intentando adoptar un horario adecuado a todas las demás razas. Pero un par de días más madrugando y los mando a todos a la mierda. Nada merece tanto sufrimiento, joder...

Bostezo.

*se queda*

Una voz pide alegremente su comida. ¿Cómo puede existir gente tan alegre en este mundo preapocalíptico? Y, por si su tono no tocase los huevos suficientemente, se acerca a mí (puedo oír sus pasos, aunque mi cabeza esté de espaldas a él) y me esmaga la cabeza contra la mesa con el cariño propio de la patada que le voy a dar en los huevos como no pare.

Levanto perezosamente la cabeza de la mesa y lo miro, cayendo enseguida. ¡Pero si es el cabrón de Gerald!
Lo miro con desdén cuando hace la pregunta.

-Estoy acumulando hostilidad para mi nueva técnica definitiva -respondo con sorna.

Me yergo por completo y arqueo la espalda hacia atrás, asqueada, estirándome.

-¿Cómo cojones hacéis para vivir a estas horas?

Sus palabras me arrancan una mueca. No digo nada, sin embargo. Creo que solo empeoraría mi situación. Me la pensaré mejor la próxima vez, sin duda.
Junto a su pedido llega el mío: un par de piezas de fruta, pan, queso y una jarra con agua. Tomo una manzana sin interés y le doy un mordisco, masticando en silencio. Sin molestarme en tragar, lo miro de reojo y respondo a su pregunta.

-No es como si madrugase un poco... Es darle la vuelta por completo. Y no sabes qué difícil es dormir cuando es de noche. Acabaré mandando vuestro horario a la mierda y me dedicaré a maquillaros mientras dormís, malditos seres diurnos.

Trago el contenido de mi boca y suspiro. Estoy agotada. Tanto que casi no me salen comentarios mordaces que soltarle.

-Pero puedo con ello. En un par de días estaré como una rosa.

Enarco las cejas, algo sorprendida ante su comentario. Eso sí que no me lo esperaba.

-Ya decía yo que estabas paliducho -. Esbozo una sonrisa malvada-. ¿Te echaste una novia allí? ¿O es que creías que con luz no ibas a ligar? Mira que en Caligo funciona diferente, eh.

Ante su siguiente comentario... Bueno, algo teatralmente, me llevo las manos al pecho, dolida. ¿Piltrafa? Maldito bastardo...

- Claro que sí. Llevo entrenadas tantas jornadas que no podría contarlas -. Miento. No voy a permitir que me tome por una inepta tras haberme ninguneado así-. No he venido aquí a hacer el vago.

Tengo que ponerme a entrenar cagando hostias o voy a ser la más ridícula de todo el palacio...

Nuevamente sorprendida, enarco las cejas.

-Vaya vaya... Así que un soldadito de Caligo. Mis felicitaciones. Mi padre fue general en el ejército y siempre comentaba que era difícil ver a miembros de otras razas metidos en él.

Bien pensado... La visión diurna del resto de las razas, o sus formas de ver en la oscuridad, perjudiciales para nosotros, no ayudarían mucho al ejército. Quizás me halle frente a un fuera de serie. Aunque también pudo ser por amiguismo o por arrodillarse ante algunos altos cargos. ¿Quién sabe?

-Y descuida -. Doy un nuevo bocado a mi pieza de fruta, sonriendo pícara tras hacerlo-. Estoy deseando batirme contigo. Eres el guerrero más entretenido de los que me he encontrado por ahora.

Le doy una animada palmada en la espalda, con fuerza. Me ha despejado un poco.