Comedor

Débil… Aquel era un adjetivo difícil. Porque una persona podía ser débil de muchas formas diferentes. Pero, ¿ingenua? No pude evitar la sonrisa en aquella ocasión. Resultaba incluso tierno de imaginar.

-Soy un apasionado soñador, ¿no? –inquiricé, inclinándome un poco hacia delante, apoyado sobre la mesa, ladeando la cabeza ligeramente, risueño-. Por supuesto, creo que si algo no te gusta se puede cambiar. Quizás no pueda salvar el mundo, pero intentaré hacer mi pequeño aporte para mejorar las cosas todo lo que pueda. Y eso me incluye a mí mismo.

Sí… Aquella sería mi forma de ser un héroe. Era el primer paso, por lo menos. Y parecía mucho más posible que la idea que me había llevado a Brontë. Pero tampoco era tan diferente.

De pronto sentía un alivio inmenso. Hacía mucho tiempo que no hablaba a nadie de Rossel, y aquellas cosas que había dicho después…, ni siquiera estaba seguro de habérselas dicho a alguien alguna vez.

-Ahora temo no haberme decepcionado solo a mí mismo al decir todo esto –comenté luego, torciendo la sonrisa.

Me encojo de hombros. Al menos parece haberse relajado un poco. Parece. Ladeo la cabeza.

-Entonces quizá deberías evitar la justificación de "lo hago sin querer" -sugiero. Aunque sigo sin saber por qué le digo yo nada, la verdad.

Frunzo ligeramente el ceño. Luego lo relajo, y entonces alzo una ceja. Luego dicen que yo no me presento tal y como soy. Algunos deberían mirarse al espejo, desde luego. Suspiro y hago una mueca, torciendo los labios a un lado.

-Creo que no será la primera vez que te lo diga si te hablo de que no confío en las personas porque sé que tienden a mentir -comento-. Realmente importa poco cómo seas mientras no intentes esconderlo, desde mi punto de vista.

No diría que no importa en absoluto. Es solo que es secundario. Aunque nadie lo entienda.

Asentí con energía, recuperando cierta seriedad. No hacer aquello era importante. Quitándome la culpa no hacía más que escapar más de ello, realmente. Un ejemplo de nobleza era alguien que cumplía el propio ejemplo que proponía.

-Entonces acabo de demostrarte que soy tan poco de fiar como el resto –comprendí de pronto, frunciendo el ceño con cierta frustración. Me eché el pelo hacia atrás con ambas manos, mirando al techo-. Eso sí que resulta decepcionante. No he conseguido impresionar a nadie.

Y era de esperar, ¿no? Si no lo había logrado a aquellas alturas, y no lo parecía, era lógico pensar que lo había hecho mal desde siempre. Pero difícil de entender si no se pensaba en ello… Estaba demasiado acostumbrado a las otras damas, todavía.
Y, pese a todo, no me sentía especialmente deprimido al respecto. Sería por aquella sensación ligera en todos los músculos del cuerpo.

De nuevo, suelto un amago de risa, negando suavemente. Pobre ingenuo. Lo miro fijamente, tratando de hacerle comprender.

-No me has demostrado nada -explico con suavidad-. Era algo que ya sabía. Es la base de la que parten todos. No me impresiona, desde luego, pero tampoco lo llamaría decepción. Simplemente hecho confirmado. Nada más.

Incluso antes de decirlo, podía imaginar su decepción. Porque, realmente, él era el decepcionado, no yo. Pero no iba a adoptar otra actitud sin reconocer la que tenía.

-De todas formas, supongo que ahora mismo has hecho un avance al respecto, ¿no? -medito.

De modo que no decepción… ¿porque no esperaba más de mí? Aquello sí me ponía un tanto triste, pero no podía culparla. Al fin y al cabo, si ella dudaba de mí como de todos, yo había intentado ser especial y había acabado siendo como el resto. No se la podía culpar por desconfiar de mí si había hecho las cosas como ella esperaba: mal.
Un avance… ¡Un avance!
Me aferré a aquella palabra como a un clavo ardiendo. Aunque, tratándose de flammas, ardiendo no era lo peor imaginable. ¡Chispeando! Malditos chrysos… ¡Me agarré como a un clavo chispeando!, inclinándome algo hacia delante, asintiendo un momento.

-Por supuesto –aseguré, convencido-. Jamás había dicho esto a nadie -. Y si aquello no era un avance, nada lo sería. Y me negaba a pensar que no había avances posibles.

Apreté la mandíbula un momento, manteniendo una posición inmóvil durante un par de segundos, con los ojos fijos en ella. Estaba consiguiendo fuerza. Había tantas cosas que quería decirle o pedirle:
“Duerme conmigo”, “demuéstrame lo poco inocente que eres”, “cena conmigo”, “o deja que te cene”, “¡Sal conmigo!”, “¡Oh, por favor, conviértete en la madre de mis…!”… Bueno, quizás aquello ya era exagerado.

-Gracias.

Me relajé nada más decirlo. De verdad pensaba que iba a soltarle algo mucho más difícil, pero, de hecho, aquello era lo primero que debía decir.
Me recosté de nuevo contra el respaldo, repentinamente tranquilo y satisfecho.

Eso sí me sorprende un poco. No diría que muchísimo, ya que su actitud se corresponde con sus palabras, pero sí un poco. Alzo una ceja y ladeo la cabeza. Por último, molesta por esos pequeños restos que han quedado, pego a un dedo las raspas de jamón y me las llevo a la boca.

-¿Jamás? -pregunto-. Vaya, qué honores.

Supongo que tiene un punto a su favor entonces. Tampoco voy a ser rácana. No es que disfrute siendo el gran centro de confianza de todo el mundo, pero sí prefiero que si alguien intenta acercárseme me dé alguna muestra de que me considera de confianza.

Frunzo ligeramente el ceño. Eso sí me deja un poco descolocada.

-¿Gracias por qué? -preguntó, mirándolo.

Esbocé una sonrisa tensa, encogiéndome de hombros un momento, simple.

-Quizás alguna pequeña parte… Pero no todo, eso seguro.

A Rossel le contaba muchas cosas, mis preocupaciones más profundas, pero después de ella… No. Podría contar un fragmento, pero de confesar la verdad me vería obligado a actuar con nobleza. Lo mejor era mentir a todos, mentirme a mí, para seguir cobardemente seguro en un rincón.

-Por escucharme -. La miré fijamente, como si fuese obvio-. No creo que muchos lo hubiesen hecho. Quizás Heylel, pero no creo que su vida necesite este tipo de historias-. Bajé la vista a las manos, pensativo. Heylel… Ni siquiera tenía claro que hubiese sido capaz de decirle aquello al alegre aether-. Y a Inger no le gustaba demasiado hablar de cosas malas –murmuré, volviendo a mirarla, como dato.

Me froté la mejilla con los nudillos en una pasada, cavilante.

Me encojo de hombros, recostándome en mi asiento, sin más.

-Supongo que lo tomaré por suficiente -declaro con una ligera sonrisa.

La verdad es que parece que esté intentando dar pena. Niego con la cabeza. Sea así o no, sigue sin justificar nada.

-Digamos que esto es un intercambio -explico, segura-. Puede que no me haya explayado tanto, pero yo también he dicho lo que he querido, y tú también me has escuchado. Estamos en paz, no hay necesidad de agradecer nada.

No puedo evitar una risa incrédula ante la última frase.

-A ver, espera un momento. ¿Qué es eso de "no gustarte hablar de cosas malas"? -remarco, frunciendo ligeramente el ceño-. ¿A alguien le gusta? ¿Quieres decir que nunca hablabais de problemas por el simple hecho de que eran problemas?

En serio, este tiene un problema.

Asentí con una sonrisa más calmada. De todas las personas, a ella terminaba hablándole más que al resto, pero era, de todos modos, a la que menos quería aburrir de todas.
Aunque no tardé en tensarme de nuevo, ante su risa.

-Ah, bueno… No diría exactamente que nunca hablábamos de… problemas… -. Arrugué el ceño, pensativo. Lo que menos quería era hablar mal de Inger, ¡por Mithos!-. Simplemente, bueno… Cuando yo intentaba hablar de ciertas cosas ella no ponía muy buena cara e intentaba dejar el tema y yo -, que había sido un innoble bastardo,- no me sentía capaz de insistir cuando ella… ¡Tenía mis motivos! Para… Es que yo… -. Bajé la cabeza a la mesa, golpeándome la frente un par de veces contra la madera. Terminé apoyando el mentón sobre ella y mirando a Lea-. ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? –pregunté, serio.

No entiendo muy bien el por qué de esa reacción tan tensa, pero quizás sea mejor dejar el tema. Tampoco voy yo a meterme en lo que hiciera o dejara de hacer con la tal Inger, que ni es asunto mío ni me interesa.

La pregunta me pilla un poco por sorpresa, y frunzo el ceño, mirando al techo, tratando de recordar. La primera vez fue... cosa de Telma, supongo, pero la verdad es que no sabría ponerlo exactamente en contexto.

-No muy bien -reconozco-. Creo que tengo una vaga idea. ¡Ah, sí! Creo... ¿No fue la noche que llegué? O si no fue entonces no pudo ser mucho después...

Callo, tratando de recordar. Acabo por sacudir la cabeza.

-¿Por qué?

Esperé a que respondiese. La verdad era que viéndola tan poco segura al respecto daban ganas de callarse. Pero había empezado a hablar y entonces ya… Ya había estropeado el momento. Vaya hombre más impuro… Y lo que peor me podía hacer quedar ante Lea era aquella historia cuyo significado ni siquiera entendía.

-¿Recuerdas que te dije que había estado viviendo en el pueblo? -. Arrugué el ceño, nervioso, evitando mirarla-. Pues digamos que… -. Negué varias veces-. ¿Sabes cómo conocí a Cassandra? Estaba bañándome en el río y ella se metió bajo el agua y me… -. Callé, sacudiendo un poco la cabeza. No quería contarlo. Mithos-. ¡Prometo que no colaboré en nada con ella! ¡Demonios, no! Pero a Inger no le sentó muy bien, y yo me sentía sucio e innoble y fui al pueblo durante unos meses a… vivir -. De mendigo-. Fue entonces cuando conocí a Telma… -. Aquello no me dejaba en buen lugar… Ni tampoco entonces-. Inger se enfadó porque me había ido, y porque dormía con Tel en los establos y no quería entrar en el palacio y… -. Bajé la vista, desolado. Ya casi hablaba solo-. Mithos, ¿cómo le iba a insistir en hablar de algo que no quería? Ya bastante mal me sentía solo con ver que tenía que mirarme… -. Resoplé. Vaya historia más decepcionante. La miré, con gesto arrepentido, como si aquello se lo hubiese hecho a ella, esperando la mirada fulminante por su parte.

La había perdido. Ya estaba. Con aquella historia.
Que alguien acabase con mi vida…

Cuesta un poco seguir toda la historia entre balbuceos y correcciones. Aunque creo que me hago una idea. Con el ceño fruncido, lo miro con cierta desconfianza. Desde luego que no hay quien lo siga...

-A ver, a ver, espera un momento -lo detengo-. ¿Estás seguro de que el niño de esa tal Cassandra no es tuyo? Porque tal y como lo cuentas, cualquiera diría que...

Sacudo la cabeza. Es que por más que intente cuadrarlo no le entiendo sentido. Primero se lo hizo con la tía esa y luego para ¿redimirse? se fue del palacio al pueblo, y en el pueblo estaba Telma y por eso no podía hablar con su ex de sus problemas. ¿Alguien puede explicarme dónde está el hilo conductor de esta historia? Me llevo una mano a la frente, cerrando un momento los ojos, tratando de organizar las ideas.

-Oye, Rick, ¿haces eso de buscarle debajo de las faldas a cualquiera muy a menudo? Porque entre lo de Cassandra y lo mío y... - Le quito importancia con un gesto-. Que bueno, aquello no fue nada, y además estabas borracho y... Pero dime, ¿lo haces muy a menudo?

A ver, que hay mujeres a las que les gusta el rollito del musculitos simplón, pero yo me estoy perdiendo un poco con toda esta historia.

Negué con velocidad, varias veces.

-No es mío, no es mío. No usó un método muy… para tener hijos -. Negué de nuevo, con fuerza. De verdad que no lo era-. Imposible -. Aunque llegué a temérmelo. Mithos…

Al menos no irradiaba furia profunda. Aunque, ¡claro! Su furia hubiese sido mi ilusión, pero no. ¿Por qué demonios iba a sentirse furiosa? No nos unía más que una relación de… eso.
Alarmado de nuevo, volví a negar.

-¡No te compares con ella! Ojalá jamás la hubiese conocido… ¡No de aquella forma! Incluso cuando me dio a Lyo me aseguró que si no lo cuidaba bien ella misma se encargaría de que no tuviese descendencia jamás -. Tragué saliva, tratando de no pensar en aquello. Aunque el niño era encantador, y la madre, quitando aquello...-. He de admitir que las mujeres tienden a parecerme hermosas, ¡pero jamás haría daño a ninguna! ¡Soy un hombre fiel! De verdad, te lo aseguro… -. Me detuve-. ¿Borracho? -. Palidecí-. ¿Entonces realmente aquella dama del pueblo eras tú?

No… No podía ser cierto… Aquello lo hacía mucho más difícil todo…
¡No! ¡Imposible! Si la había visto al día siguiente en la sala común! Incluso no había vuelto a probar el alcohol desde aquella noche, hasta aquella botella de vino con ella. Pero entonces…
Arrugué el ceño, mirándola.

-Espera, no. ¿Borracho? –repetí, mirándola de reojo.

Realmente, tal y como lo cuenta, da verdadero miedo. No. Ni siquiera es miedo. Es como... ¿Algo tan absurdo que no sabes ni cómo reaccionar a ello? Quizás. No tengo los detalles, así que tampoco quiero opinar demasiado, pero tal y como lo dice no tiene ni pies ni cabezas.

Alzo una ceja ante su pregunta.

-¿En el pueblo? -Esto cada vez da más y más vueltas-. Rick, ¿qué dices? ¿Estás seguro de que no te dedicas a...?

Pero insiste. La verdad es que, ahora que lo pienso, nunca se ha hecho mención al respecto, así que es lógico pensar que no se acuerde en absoluto. Pongo los ojos en blanco.

-Fue hace meses ya. Casi un año, probablemente. No fue mucho después de que llegara. Era de noche y yo estaba paseando por... ¿el prado? ¿El jardín? No me acuerdo. El caso es que llegaste medio tambaleándote y balbuceando y te me echaste encima -narro, con el ceño fruncido, en busca de detalles. Tampoco es una anécdota de la que me acuerde todos los días-. Al final acabaste lloriqueando no sé qué de Inger, así que deduje que simplemente estabas borracho y me habías confundido con ella.

De nuevo, negaba. Todo iba cada vez peor, y no quería que fuese de aquella forma.

-No, no, no –insistí, con agobio-. Lo prometo. Llevo aquí tres años y me he acostado únicamente con dos mujeres. ¡Y una tercera me hizo ser innoble! Pero prometo que no me dedico a esas cosas –rechacé, negando de nuevo.

Traté de hacer memoria, claramente azorado por sus palabras. Si me esforzaba mucho podía ver una escena muy borrosa e incompleta, y ni siquiera estaba seguro de si sería aquello. Terminé por suspirar, pidiendo piedad con una mirada.

-Lo siento mucho, de verdad. Ni siquiera lo recuerdo… Verás… Sé que suena a completa excusa, pero veo tan mal en la oscuridad que a veces confundo a las personas y… -. Negué, negué, llevándome una mano a la cara, apesadumbrado. Cada vez iba peor-. ¿De verdad hice eso? No puedo creer que… -. Apoyé ambas palmas sobre la mesa, haciendo una reverencia, apoyando la nariz y la frente sobre la madera-. Discúlpame, aunque haya pasado ya tanto, por favor.

Maldito bastardo…

Ladeo la cabeza. Esto empieza a ser hasta divertido.

-¿Y qué pasó con la "dama del pueblo"? -apunto, entretenida.

Aunque casi me siento un poco mal al verlo tan agobiado. De todas formas me limito a observarlo, con un amago de sonrisa. Supongo que en su momento, de haber podido, habría exigido esto y mucho más. Ahora mismo me resulta un tanto indiferente.

Aprovechando que tiene la cabeza a buena altura, avanzo una mano y le revuelvo un poco el pelo, dándole un pequeño tirón antes de retirar la mano.

-Vale, vale, estás muy arrepentido y ojalá nunca te hubieras atrevido a algo así. Lo capto -comento con algo de desdén-. Sinceramente, llegas un poco tarde para eso. No te voy a negar que en su momento me lo tomé a pecho, pero a día de hoy es un asunto que me resulta bastante indiferente. Puedes olvidarlo y ya está.


-------

https://elmundodemithos.activoforo.com/viewtopic.forum?t=556