Biblioteca

Por Mithos... Me da igual la composición de los músculos. No es un tema adecuado para pasar una aburrida tarde de lluvia y truenos en una butaca que recordaba más cómoda. ¿No hay algo mejor aquí? ¿Castración? ¿No habla este libro sobre la castración? ¿No tiene procedimientos detallados, incluso ilustraciones? Podría encontrar entretenimiento en esa clase de temas ahora mismo.

Avanzo algunas páginas, sin muchas expectativas. De hecho, efectivamente, no hay nada sobre eso. No sé qué esperaba de un libro como este cuando lo cogí. Voy, por lo menos, a una parte que trata el riego sanguíneo, que al menos me podrá ser útil. Conocer con exactitud la localización de las venas y arterias más importantes del cuerpo nunca es información sobrante.

Al encontrarse leyendo por tercera vez el mismo párrafo, tras haber avanzado apenas un par de páginas, el chrysos decidió que seguir con el libro era una genuina pérdida de tiempo. No iba a conseguir nada deteniéndose cada dos por tres salvo, tal vez, volver a tener que leer ese mismo apartado. Por eso mismo, cerró el libro, dejándolo apoyado en la mesa que tenía enfrente, y se arrellanó en el sofá, descarado. De reojo, miró a la chrysos, que sí parecía más concentrada en el libro que él, y esta vez, decidió hablar:

—¿Es interesante?

Qué poco aguante, Lyam ¿O es que ya sabes demasiado sobre Aqua? ¿No necesitas más conocimientos? Aunque por cómo lleva llovido, parece que Aqua esté viniendo a nosotros.

Su pregunta me hace alzar la vista, seria, como tomada por sorpresa. Incluso me tomo un par de segundos para pensar, dirigiendo la vista al texto una vez más.
No. Esto no es nada interesante. Es demasiado básico. Parece un libro de medicina para niños. No voy a mirar la portada, de hecho, por si llega a serlo y no me he dado cuenta. Sería un poco decepcionante.

-Por supuesto -respondo, relajada-. El conocimiento del cuerpo humano resulta de lo más útil en cualquier situación.

Por supuesto. No es ninguna mentira. Y no alcanzarás ese conocimiento con este libro. Ni leyéndolo veinte veces.

Asintió, esbozando una sonrisa.
La miró de reojo.

—¿Entonces supongo que debería callarme para dejarte disfrutar de la lectura, no?

La observó durante unos segundos, expectante por su respuesta, y luego estiró los brazos, todavía sentado en el sofá. Contempló entonces el techo, en silencio, desinteresado, y después bajó la vista a las estanterías que estaban al otro lado de la mesa. Parpadeó. Y finalmente, se puso en pie. Ya que no quería leer, podía pasear.

Ante su pregunta esbozo una sonrisa tirante. Me contengo para no enarcar una ceja, también, que daría un matiz un poco desagradable a mi expresión. A veces, Lyam, puedes ser como un auténtico...
Supón lo que quieras.

-Disfrutar es mucho decir -murmuro, bajando la vista de nuevo a las letras.

El silencio vuelve. Puedo percibir cómo se mueve a veces, en el sillón. Termina por levantarse. Primero creo que va a venir, pero no. Parece que solo va a caminar. Primero creo que a buscar un libro en concreto, pero no. Por supuesto que no.
En el silencio, el sonido de sus pasos parece estar ampliado cien veces. Creo que ni un sordo podría leer con tanto escándalo.
Estoy siendo un poco histérica ahora mismo. Creo que va siendo hora de que me relaje.

-¿Buscas algo? -inquiero, tras mentalizarme de que el tono ha de ser relajado y monocorde, mirándolo un instante.

Porque esto es una biblioteca, Lyam.

El chrysos le dedicó un último vistazo, sonriente, antes de perderse entre las estanterías que conformaban la biblioteca, sin rumbo, observando el tomo de los libros sin demasiado interés. En algún momento, cuando el título le llamaba la atención, se detenía y lo ojeaba, pasando un par de páginas, pero nunca llegaba a coger ninguno y se limitaba a seguir avanzando.

Cuando escuchó la voz de Alehyss, negó con la cabeza, a pesar de que ella no podía verlo.

—No realmente. ¿Por? —Sonrió, jocoso—. ¿Quieres que vuelva contigo?

Frunzo el ceño y aprieto la mandíbula. Su respuesta ha sido como si me hubiesen echado una jarra de agua helada por dentro de la camisa. Sé que algunos individuos, generalmente pertenecientes al género masculino, creerían que, tratándose de una camisa mojada, es algo bueno. Pero a mí no me gusta nada el agua, menos aún el agua fría, y menos aún ese tipo de respuestas.
No te me pongas chulo ahora, Lyam.

-Para nada -respondo, tirante-. Es que parece que lleves botas hechas de hierro, Lyam.

Eso ha sonado demasiado malhumorado. Si no aprendo a tapar un poco mi carácter seré débil de nuevo. Esto en un combate hubiese sido como descubrirle al enemigo que te ha asustado su espada de seis metros que echa fuego.

Al escuchar la respuesta de Alehyss, malhumorada, borde, casi tensa, no pudo evitar reírse, no demasiado alto, pero sí lo suficiente para que se oyese.

—Mis disculpas presento, princesa.

La chrysos estaba graciosa cuando se enfadaba sin ningún motivo, casi apetecía seguir chinchándola, como si fuese una niña pequeña. A pesar de su respuesta, el chrysos sí volvió a la zona común, y esta vez sí se acercó al asiento de la chrysos, acuclillándose al lado de él.
La miró.

—Resultas graciosa cuando te enfadas sin ningún tipo de motivo lógico, Lester. —Sonrió—. O dime: ¿qué te he hecho hoy?

Su risa me crispa. Es mucho peor que el sonido de la tormenta. Y sus palabras... Bueno... Creo que podría haber cerrado la boca, pero de tener que eliminar tan solo una de ellas, creo que tengo claro cuál es la elegida.
Se me escapa un nuevo chispazo, y ya no tengo claro...

Al verlo venir me recompongo, pasando una página. Y esta vez sí se acerca, por supuesto. Y tengo que ser capaz de sonreír, o algo semejante.

-¿Enfadada? -inquiero, aunque hacerme pasar por inocente y sorprendida no es lo que mejor se me da. Me limito a ser inexpresiva-. No tengo noticias de ese hecho.

Si estuviese enfadada, Lyam, no tendrías cabeza ahora mismo.
Quizás estoy un poco tensa hoy. Es probable.

Rió entre dientes. Por supuesto, Alehyss Lester, Alehyss la perfecta Lester, jamás admitiría que está enfadada sin motivo aparente; ella sólo se enfadaría, en los escasos casos en los que llegaría a sentir algo semejante, porque ella es demasiado madura como para enfadarse por trivialidades, por un gran motivo lógico.

—Cualquiera lo diría. —Frunció el ceño, pensativo—. ¿Molesta, tal vez? ¿Crees que molesta va mejor?

La miró. Sonrió.

—Sea como sea, sigues estando graciosa.

Ensancho la sonrisa, con desagrado, mirándolo fijamente. Está tan cerca que podría meterle los dedos en los ojos. Me pregunto qué cara pondría. ¿Qué haría? ¿Gritaría?
Ya basta. Yo no soy así. Si no me calmo, terminaré por obligarme a mí misma a... No sé... ¿Comer con mucha sal y salsa? Qué insano...

-Ah -dejo ir, con aparente espontaneidad, como cayendo de pronto en la cuenta de algo-. Supongo que se debe a la menstruación. A veces me pasa.

Ladeo la cabeza, sin abandonar la tensa sonrisa. Incluso asiento, como agradeciendo su cumplido, que de cumplido no tiene nada.
Necesito una infusión. Creo que es el momento apropiado.

El chrysos sonrió, incrédulo, y junto las palmas de las manos. Negó con la cabeza, riendo entre dientes. Se encogió de hombros.

—Esa respuesta ha sido increíble. —La miró. Ensanchó la sonrisa—. ¿La menstruación? ¿En serio? Mithos, y yo que pensaba que lo de reducir todos tus cambios de humor a la menstruación era cosa de tíos. "Estás enfadada, ¿qué te pasa? ¿La regla? Ay, cómo se os nota". —Asintió—. Pero no. —Volvió a mirarla. Sonrió ampliamente—. Espero que sea leve, en serio, Lester. ¿Chocolate? ¿Quieres chocolate? ¿Te traigo chocolate? Dicen también que el chocolate hace mucho, a mí no me preguntes, sólo soy un chico. Pero si quieres, a tu servicio estoy, Lester.

Suspiró.

fdr. ahihihi

Me esta costando mucho contenerme en estos momentos. Ya ni puedo sonreír tensa. En su defecto, estoy seria. Seria y tensa. Tengo miedo de que se me note la vena latente del cuello, de la furia.
Culpa mía. Sí. Por eludir el tema me merezco esta humillación. Pero no pienso soportarla.

En un instante he agarrado la muleta y me estoy incorporando. A ver si puedo conservar algo de orgullo y no me tropiezo con una tabla fuera de lugar y me caigo. Sería un bonito final.

-Creo que puedo conseguir mi propio chocolate, gracias -gruño, dirigiéndome hacia la puerta.

La abro y salgo.
Una infusión. Sí. Sin duda. Lo mejor que me podría pasar ahora mismo.
Porque si pudiese moverme bien...

*se va*

FdR- XDDDDU

El chysos frunció el ceño cuando vio cómo la chica cogía la muleta. ¿Se estaba yendo? ¿De verdad se estaba yendo? ¡Mithos, sí, se estaba yendo! Era cierto que había sido un tocapelotas, un gilipollas de alto nivel, alto rango, pero ¿en serio se estaba yendo?
Sí, efectivamente, se iba. Se iba sin responderle, se iba sin tan siquiera gritarle por imbécil. ¿De verdad solucionaba todos sus problemas huyendo? ¿Terminaba así con todo lo que no le gustaba? Porque, francamente, preferiría que le clavase la muleta en la frente a que se fuese así, claramente molesta y guardándose todo el rencor para la próxima vez que se viesen. Tampoco le extrañaba que se fuese, eso era lo que hacía a fin de cuentas. ¿Decía algo que la entristecía? Se iba. ¿Algo que la incomodaba? Se iba. ¿Decía algo que denotase lo preocupado que estaba por ella? Se iba. ¿Algo que la molesta? Se iba, evidentemente. Mithos, era de lo más estresante. ¿Tanto le costaba usar las palabras? Estaba convencido de que sabía unas cuentas, de que sabía expresare, así que simplemente ¿por qué se iba sin más?

Gruñó algo por lo bajo, y siguiendo a la muchacha, abandonó la biblioteca.

*se va*

Hoy ya he hecho suficiente. Es tarde y me duele todo. Es un día adecuado para buscar más información sobre objetos hechizados, o cosas semejantes. No quiero dejar lo de Lluvia de lado, que es un tema importante, al fin y al cabo. En cuanto pueda, también, volveré al pueblo a ver si encuentro algo por allí, y si tengo que viajar más lejos para buscarlo... Bueno, ya veré qué hago... Por ahora la biblioteca está bien.

Al menos, sentado en este sillón con un libro en las manos no me duelen las piernas. Aunque juraría que hasta me duele pasar página...

*se queda*

Cuando se hace tarde decido irme, dejando el libro en su sitio y con las notas en la mano. A ver si me sirve para algo.

*se va*

Por mucho que mire, no hay forma alguna de que esto funcione... La manera de canalizar la magia no es circular, y entonces el poder terminaría por agotarse enseguida: no hay forma humana de que funcione, no hay retroalimentación. Maldita sea.
Tacho los bocetos y un buen número de cálculos. No del todo. Me gusta conservar los documentos erróneos, de todos modos, para poder volver a ellos si hiciera falta, o simplemente para no recaer en los mismos errores. Eliminar estas pruebas sería un error poco profesional.

Si hasta se me escapa un suspiro. A ver cómo hago yo esto... La última vez creí que el diseño del ala sería válido, pero no había contado con los factores de desgaste mágico. Esto es muy frustrante. Incluso diría que estoy de mal humor.
Hay que saber controlar esas emociones, Jun.

Y me duelen tanto los fémures hoy...

*se queda un rato y luego se va*

Observo la ventana un instante. Es cierto que el sonido de la lluvia contra el cristal puede llegar a tener un efecto relajante, pero a mí comienza a frustrarme que el tiempo haya recaído, y las nubes que nos rodean no son el mejor de los presagios. Al final, por mucho que incluso Lyam me haya invitado a ir al pueblo, dudo que tenga oportunidad de salir de estos muros para el ocio, ya sea con Massen o con él, durante algún tiempo. Llega a resultar frustrante. No es que sea algo que me quite el sueño, pero me apetece realmente desentumecerme un poco y salir de palacio para algo que no sea cargar piedras.

Dejo el libro a un lado y me pongo en pie, llevándome las manos a la cadera y curvando la espalda hacia atrás. Después bajo a tocarme las puntas de los pies, sin doblar las rodillas, con suma facilidad. Procedo, en tercer lugar, a pasearme un poco por la bibioteca, buscando un libro complementario al que estoy leyendo. Sinceramente, es una excusa para estirar un poco las piernas: ya llevo aquí algunas horas y estoy algo cansada.

De pronto, un desagradable sonido se superpone con la lluvia. Trato de ignorarlo por un rato, pero termina por cabrearme. Supongo que se trata de Cassandra con su bebé (espero que no haya más por aquí, sinceramente), y lo mejor que puedo hacer es pedirle amablemente que se busque otro sitio para pasearlo que no sea la puerta de la biblioteca.
Suspiro, voy hacia la puerta y la abro.

*se asoma fuera*

Tras el breve encuentro con Dehnel he de admitir que, pese al mal humor inicial, hasta me siento satisfecha. Quizás haya sido por el niño, pero no ha empezado a comportarse como un energúmeno, por lo que he podido mantener mi humor estable.

Tomo asiento de nuevo, ante el libro y lo retomo. La última vez también se comportó con bastante entereza. ¿Será que está enfermo?

*se queda*

Tenía cosas. Tenía un farolillo. Tenía a Amatista. Tenía al chiquillo. Tenía un montón de tesoros y el pelo mojado. ¡Era rica!

Contenta, avanzaba en silencio por las estanterías, buscando qué hacer. Al final di con una chica, una oscura pero que no era como el otro chiquillo, y decidí acercarme. Sonriente, tomé una silla y me puse de rodillas en ella, a su lado. Entonces empecé a sacar tesoros.

En primer lugar, puse un pelo blanco que no era del otro chiquillo. También puse uno negro del chiquillo y una pluma blanca del ángel. Después coloqué, en la misma fila, la pulsera de la chica del pelo bonito, que había desaparecido. Y, a continuación, la piedra de calor que me había dado Aren. Ladeé la cabeza, observándolos. Luego asentí, eran buenos tesoros.

Me volví hacia la oscura que no era como el otro chiquillo, aún sonriente.

-¿Tú tienes algún tesoro? -pregunté.

Ayne Stalon, la parvus. Hace mucho que no la veo. Cuando pasa esto, llego a pensar que la gente ha desaparecido, aunque supongo que cuando horarios y costumbres no coinciden es fácil que los cuerpos tampoco. Y, de todas formas, es igual de posible que se haya ido y ahora haya vuelto, de modo que no tengo más información sobre ella que que ahora mismo está aquí.

Viene junto a mí, pero continúo con la lectura, sin hacerle mucho caso, revisando lo que hace de reojo. Cuando habla, sin embargo, dejo el libro un instante, descendiendo la vista a todo lo que ha desplegado. No varío la expresión, si bien me extraña lo que encuentro. No obstante, siempre me ha parecido una chica algo desequilibrada, de modo que no diría que estoy exactamente "sorprendida".

-Buenos días -digo, primero, con un leve asentimiento. Quizás ya sea tarde para ese saludo, pero todavía no he comido-. ¿Un tesoro como esos? -inquiero, señalando su despliegue con un gesto de barbilla, con tono tranquilo.

Por no tener, no tengo ni arma. Debería buscar a Fera. Parece la solución más válida.

La miré fijamente a los ojos, expectante. Luego asentí, entusiasta. De un bolsillito saqué un nuevo pelo, esta vez naranja, que le mostré con aire travieso.

-O como este -repliqué, riendo por lo bajo.

Lo coloqué junto al resto, alineándolo con los demás. Luego lo pensé un momento y, por último, me descolgué el farolillo del hombro y lo coloqué también en la mesa, una fila por detrás de los otros tesoros. El farolillo era maravilloso.

Volví a mirar a la oscura no oscura.

-También tengo este, que es más grande -expliqué-. Es muy chulo.

Observo el nuevo mechón sin demasiado interés, aunque sin resultar despectiva, tampoco. Cuando deja el farol sobre la mesa, sin embargo, le presto atención, ladeando ligeramente la cabeza. No tiene dentro ningún tipo de vela, ni nada para encenderlo. Quizás esté siendo un poco precipitada, pero la veo capaz de utilizarlo como jaula para pájaros. Sin embargo, viendo el resto de sus "tesoros", este destaca, tanto por voluminoso como por tratarse de un objeto demasiado cotidiano y concreto.

-¿Por qué un farol? -inquiero, abandonando el objeto para mirarla a ella, serena. Me paso una mano por el pelo, a la altura del cuello, allí donde termina. Está notablemente más largo y es satisfactorio-. Yo tengo pocos tesoros -añado luego, dejando el libro abierto sobre la mesa, bocabajo, marcando así la página.

La miré un momento, seria. Luego miré el farolillo con la misma expresión. Por último, me volví hacia ella, encogiendo mucho los hombros y levantando el labio inferior.

-Es un tesoro -repliqué, segura-. Tengo muchos y ese es grande. Es un tesoro que ayuda. Como Amatista. Amatista es el mejor tesoro de todos.

Sonreí, orgullosa. Amatista.

Ladeé la cabeza.

-¿Y qué tesoros son pocos? -insistí.

Ladeo levemente la cabeza, pasándome, esta vez, las yemas de los dedos por el borde del flequillo, apartándomelo suavemente de las cejas. Me tomo un segundo para alcar la ceja derecha, interrogante.

-¿Amatista? -inquiero, reacomodándome un poco sobre la silla.

A su pregunta, contengo un suspiro. Introduzco la mano derecha en el bolsillo, palpando un instante, sacando de él una pequeña piedra blanca. No es que me haga especial ilusión enseñar por ahí los objetos que podrían serme útiles en combate, pero supongo que si no explico para qué sirve tampoco es especialmente negativo.
Se la muestro, tomándola entre el pulgar y el índice y el corazón, aprovechando el momento para mirarla también un instante, curiosa. El hecho de tener solo una hace más difícil el querer usarla. Siempre parece que habrá un momento mejor.

Amplié la sonrisa, encantada, enseñando los dientes. Con el pulgar, señalé a mi espalda, girándola hacia ella para que pudiera verla mejor. Luego me volví de nuevo.

-Es bonita, ¿a que sí? -indiqué, completamente orgullosa-. Es el mejor tesoro de todos.

Me incliné un poco hacia ella, emocionada, observándola con curiosidad. Asentí, comprendiendo al momento.

-Sí, es un buen tesoro -aseguré, convencida-. No hay muchas por aquí.

Su guadaña, comprendo al fin. La gente tiende a ponerle nombre a sus armas, por algún motivo. Me parece algo ridículo, teniendo en cuenta que son simplemente herramientas, pero también me he encontrado con hombres que ponían nombre a otras cosas que a veces ni a herramientas llegaban, de modo que no soy quién para poner pegas. Cada uno actúa como prefiere, al final, y si no me estorba...

-Es un buen arma -admito, asintiendo. No puedo evitar verla como una versión grande de mi kusarigama, de algún modo, aunque su uso no sea el mismo.

Su comprensión sobre mi piedra me hace enarcar las cejas, curiosa.

-¿Sabes lo que es? -inquiero, dejándola sobre la mesa, entre mis manos.

No es el objeto más extraño del mundo, pero tampoco tan común como una bomba de humo. No obstante, no llega a resultar tan curioso como para ser sorprendente. Lo justo para llevar por ahí la conversación.
Por extraña que sea, no llega a resultar desagradable. Supongo que en exceso sí terminaría por hastiar un poco, pero este encuentro podría hasta llamarse agradable.
Me distrae de la lluvia.