Biblioteca

—No más Gabriel. Entendido —zanjamos el tema y saltamos al siguiente. Soy un tipo práctico y tengo la experiencia suficiente como para no insistir en un tema si así se me pide. Hacer que la gente se sienta cómoda contigo no es tan sencillo como la mayoría de la gente se cree. Basta con escuchar a la persona que tienes delante.
—Mñe... en cuanto pude, me dediqué a hacer marionetas, que es lo que me gusta. No hacen pis, no lloran, no hay que bañarlas... no he sido el hermano más diligente del mundo. Cuando nació, yo estaba en plena adolescencia, maldiciéndome por quedarme dormido sin control y de lo que menos tenía ganas era de aguantar a un enano. Mis padres siempre estuvieron muy pendientes de mi por mi condición y de pronto, toda esa atención tuvo que ser redirigida hacia otro. Reconozco haberle cogido manía. Conforme fui creciendo, me dediqué a lo mío y... la verdad —suspiro mientras me veo las manos sobre la mesa— no he sido el mejor hermano del mundo. No me escondo. En fin, ¿te apetece ir a dar un paseo a fuera?

Escucha con atención la respuesta del parvus, acomodándose en la mesa para que su lenguaje corporal le indicase que estaba atenta.

—Menuda sorpresa, no me esperaba eso. Con lo atento que eres ahora. Aunque es una mala época esa, es verdad. Yo tampoco fui el mejor ejemplo —Sopla un mechón de su flequillo, distraída al hablar de sí misma. Mira al parvus cuando le pregunta.

—Pues... No es que no me apetezca, pero ya casi es de noche y...pff ya viste lo patética que soy cuando está oscuro... Es algo que no puedo controlar y, no te enfades, pero si te duermes y me quedo sola en medio de un sitio oscuro pff no quiero pensarlo —Se frota los brazos como si corriese viento helado en la biblioteca— pero si vamos al comedor o así pues me vale —Añade, animada.

Ambos se ponen en marcha finalmente, dejando la sala vacía.

*se van*

El líder aether entró por la biblioteca con varios volúmenes en la mano, sabiendo que encontraría al chico allí, pues había visto que últimamente rondaba mucho el lugar junto a la sala de entrenamiento.

Animado por la repentina concentración de su pupilo se acercó para ver cómo llevaba sus progresos. Procuró hablar en susurros para no perturbar demasiado el silencio del lugar.

—Hola, muchacho. ¿Qué tal llevas tus estudios? Ah, botánica, una de mis favoritas... Tenía una antigua canción para aprendérmelas "Glaucophyta, rhodophyta, chlorophyta, streptophyta..." —El líder detuvo sus canturreos al ver que el chico no parecía de muy buen humor. Agitó sus plumas un momento y tomó asiento.

—¿Te encuentras bien, Gabrielle? Creí que estarías emocionado por algo, te has estado dando unos bunos atracones desde que te recuperaste delas heridas —Preguntó con inquietud e interés.

—Ah, no. No me cantes nada. No quiero saber nada más de Glaucopitas, Rodopitas, Cloropitas ni nada que tenga que ver con planturrias revienta cerebros. Me rindo con eso —dejo caer el cabezón sobre el texto de historia.

—Gabriel, es Gabriel, Abo —le recuerdo con voz taciturna y cara de cansancio—. Gabrielle, así con ese acentito de ventus no me pega nada —le aclaro con la cabeza pegada al libro mientras veo por el rabillo de ojo un mapa con más nombres que tierra.
Me palpitan las sienes.

—¿A mi? ¿pasarme algo? Yo siempre he sido muy aplicado desde el primer día —giro la cabeza para el otro lado y q

—Bueno, no tienes que sabértelo todo el primer día. Es cuestión de ir poco a poco y con el paso de los años y la repetición se irán quedando —Le explicó el líder con calma. El chico era demasiado ansioso y así se acabaría frustrando muy rápido.

—Ah, perdona, uno no puede evitar que se le escape el acento de su tierra —se disculpó con una risa divertida, como solía suceder, de forma que no se supiera si realmente era un error o algo hecho a propósito.

Pero el chico no estaba ni para los juegos más mundanos y giró la cara sin querer prestar atención al líder aether. Abaddom, sentado muy recto como de costumbre, se tomó un momento para pensar en cómo abordar aquella situación.

—Sabes que si algo te preocupa, puedes contármelo —Empezó. Dejó un espacio por si el chico se arrancaba a hablar —Pase lo que pase, si no descansas en condiciones y no te tomas algo de tiempo libre, no podrás seguir el ritmo. Ventus no se estructuró en un día —Añadió con un tono más docente.

Escucho en silencio lo que dice. Tomo una buena cantidad de aire y de repente, saco el cuchillo de los entrenamientos del cinto y lo pongo con lentitud sobre la mesa.
Todavía no veo a Abaddom.
—Ya lo sé. Pero no quiero descansar. No quiero tener ni un minuto libre.
Lanzó el lapicero hacia el techo. Expulso todo el aire de mi interior y un brillo azulado de concentración se dibuja durante un segundo en el fondo de mis ojos, indicando que la técnica de concentración instantánea de puntería está lista. Al lapicero le sigue el cuchillo y el metal consigue atravesarlo en el aire. Salto sobre la mesa, ruedo por ella tirando todos mis apuntes y capturo el cuchillo al vuelo con la boca justo antes de que toque el suelo, quedando yo de rodillas al otro lado de la mesa.

Recojo el cuchillo de entre mis dientes apretados y me acerco a Abaddom para entregárselo por el mango. Ya no lo necesito. Al fin y al cabo, es de las cocinas. Yo ni si quiera tengo un arma.
—No puede imaginarse lo agotador que ha sido no concederme ni un segundo de descanso desde que salí de la enfermería y sin embargo, pese a no darle a mi mente ni un respiro, el que mi hermano haya sido la puta de Aren Darvenwish no se me borra de la cabeza —escupo sobre mi manga.
Los nervios por efectuar mis movimientos delante de Abaddom me han jugado una mala pasada y me he cortado un poco la comisura del labio.

Estoy enfadado. Molesto. Y lo peor es que no puedo volcar todo esto en nadie porque nadie es culpable al fin y al cabo. Bueno, sí que hay un culpable, pero estoy a años luz de darle una soberana paliza.

El líder escuchó al muchacho y le dejó su espacio para que pudiese expresarse. Cuando sacó el cuchillo el líder se quedó mirándole con la misma cara de preocupación, esperando sus argumentos. Sin embargo, Gabriel empezó a lanzar objetos y con precisión y se abalanzó sobre la mesa para coger el cuchillo con los dientes. Sin duda era una muestra de habilidad, pero el líder aether no entendía bien qué pretendía con aquel numerito.

Dio unos suaves aplausos ante la demostración del chico.

—Está claro que has sabido aprovechar el tiempo, enhorabuena. Estoy asombrado —Habló con seriedad para no pensara que estaba bromeando al respecto.

Entonces escuchó al chico, que empezó a abrirse poco a poco. Se había enterado de algo, probablemente de una forma nada contextualizada, y volvía a estar rabioso con el tema de su hermano. El líder aether comprendía su frustrante situación, pero también sabía que debía enfrentarse a ello.

—¿Quién te ha dicho eso? —Se mantuvo en su lugar, recto, sereno y amable. Lo mejor sería ir tanteando al muchacho para dejarle desarrollar su punto de vista y tratar de ir desmadejando lo que tuviese dentro.

No respondo a su halago aunque siento algo de calorcillo alrededor del pecho. Como una gominola que necesitaba mi ego. El halago me hace relajar un poco los hombros y destensarme. No suelen darme muchos de esos. Ni si quiera cuando nadaba. Era el mejor porque era el mejor, simplemente. Ser el mejor era mi trabajo y eso el entrenador lo sabía bien. "Recompensar a alguien por cumplir con sus obligaciones no hacen más que volverte débil". Eso solía decir bastante a menudo. Sin embargo, Abaddom parece ser generoso con los cumplidos y, a pesar de ser implacable a la hora de repartir las pastas de fresa, no parece tener problema en compartir estas chucherías conmigo que me relajan y me hacen sentir recompensado.

Pregunta de dónde he sacado todo lo que sé y el dulzor de mi pecho se repliega para dejar una mueca de dolor en mi rostro.
—¿Y qué más da eso? —doy una patada al aire con las manos en los bolsillos—. Lo triste de todo esto es que me lo pudo haber dicho cualquiera. Era un secreto a voces. Seguro que todos se han estado riendo de mí a mis espaldas. "Mira, mira, primero Silvanus y ahora Gabriel, siempre pegaditos a un líder". Seguro que soy el hazmerreir de este condenado lugar y lo peor es que te has visto involucrado sin comerlo ni beberlo —arrugo el morro—. A la gente le gusta hablar mucho, ¿sabes? Seguro que se rieron de mi hermano a sus espaldas. Todo el mundo dice que era insoportable, inaguantable, que no tenía amigos y que todo lo que consiguió fue mediante artes poco lícitas —continúo escupiendo todo el veneno que tengo sobre mi hermano en la cabeza. Tengo la voz temblorosa y los puños apretados—. Mi mayor miedo ahora es que esto trascienda de algún modo y mis padres y hermanos se enteren de semejante cosa. Por no saber, no saben ni que está muerto y visto lo visto, prefiero que así sea. Le mandé una carta el otro día. Les dije que todo estaba bien aquí que yo también iba a enderezar mi vida en el Palacio de Brontë y que no se preocupasen —miro a ambos lados. Me he ido por las ramas. Estoy nervioso. He hablado tantísimo y no le he respondido a Abaddom—. La cosa es que... —no quiero mentirle. Sé que Abaddom no se merece una mentira. Cualquier otro sí, pero él no. No así—. El servicio. Me lo dijo el servicio. Se lo escuché decir —trago saliva.

—El resumen es que una cosa es que mi hermano hubiese sido un mariq... homosexual. No tengo problemas con eso, bueno; a ver, lo típico. Algún chascarrillo y broma de hermano mayor, pero hasta ahí. Tú ya me entiendes —pongo mis palmas hacia Abaddom—, pero otra cosa muy distinta es que se hubiese pasado a medio palacio por la rabadilla, hubiese engañado, falseado y sido insoportable hasta límites insospechados. Y por si fuera poco, complacer al estirado de Aren Darvenwish que tanto tú como yo sabemos que ese señor no está bien de la azotea —me golpeo la sien repetidas veces con un dedo—. ¿En qué cabeza cabe llevarse a un muerto a Cáligo y no permitir que yo decida sobre él? ¡Es mío, por el amor de Mithos! ¡Lleva mi sangre! ¡Debería estar como mínimo, aquí! —alzo la voz—. ¡Quiero verle, joder! ¡Quiero llorar a mi hermano! ¡Exijo ese derecho! A saber el veneno que le metió en la mente al inocente de Silvanus. Me da igual que luego le vayas con el cuento a Darvenwish con todo esto. Al fin y al cabo sois compañeros de puesto, pero estoy seguro que ese... —me ahorro un insulto— tuvo algo que ver con el cambio de comportamiento de Silvanus. Era un crío maravilloso, no una zorra problemática cuando se fue de casa. Me lo dijo el servicio —recalco. Noto entonces como una lágrima aventurera quiere saltar al vacío, pero no se lo permito.

Cojo una silla en silencio y la pongo al lado de Abaddom. Me siento a su lado y apoyo mi cabeza en su hombro. Me quedo callado, viendo el desastre de libros y apuntes tirados que mi demostración de puntería ha provocado en la biblioteca.

Lo bueno del piscis es que no era necesario tirar mucho de la manta para que hablase de sus problemas. El líder aether agradecía aquello, pues había tratado con jóvenes que trataban de aprender un oficio durante muchos años y todo era mucho más llevadero cuando expresaban sus preocupaciones.

Le dejó hablar y divagar, sin importar hacia dónde iban sus palabras. Estaba claro que Gabriel tenía la cabeza llena de preocupaciones que formaban un ovillo enmarañado y ni siquiera él sabía cuál le parecía más importante. Esperó pacientemente, mirándolo con atención, haciéndolo ver y sentir que estaba prestándole toda su atención, hasta que el chico terminó su monólogo y se sentó a su lado, derrotado.

—Sin duda el servicio ha dicho muchas cosas. También dicen que en el lago hay un monstruo gigantesco y que hay guerreros a los que les gusta llevarse a los boros a su cama. ¿Cuánto de cierto hay en eso? Yo no lo sé. Posiblemente, como todo, haya una parte de verdad y una gran parte de fantasía. Pero, ¿qué es lo que te preocupa a ti en realidad? ¿Que tu hermano haya tenido una vida supuestamente reprochable o que sus chismes echen por tierra tus intentos de rehacer tu vida aquí? —Su tono fue suave y asertivo.

Medito la respuesta unos segundos.
—¿Sabes? Te voy a contar algo. Algo que no le he contado a nadie. A estas alturas, poco importa. —mi voz es un susurro. Únicamente tiene la fuerza suficiente como para llegarle a Abaddom a las orejas y poco más—. Hace diez años, estaba con Silvanus en el bosque. Buscábamos setas, maderas y piñas. Lo típico —me encojo de hombros con cuidado para no molestarle, pues mi mejilla descansa sobre su hombro y ya es bastante peso—. Esa tarde, regresando a casa, Silvanus me dijo que había escuchado una voz en su cabeza. Que había sido convocado en Fulmen para formar parte del ejército de Los Siete Colores. Recuerdo haberme burlado de él. Llegamos a casa y se lo contó orgulloso a nuestros padres y hermanos. Todos se quedaron muy preocupados. Sin duda no querían que el más pequeño de todos se fuese a la guerra. Sin embargo, nadie parecía dispuesto a acompañarlo, pues el resto de nosotros ya teníamos más o menos nuestra vida encauzada. Yo, sin ir más lejos, estaba en el culmen de mi carrera deportiva. No podía dejarlo todo para irme de viaje y acompañar a Silvanus hasta la otra parte del mundo. La cuestión es que, Silvanus se enfadó y esa misma noche se escapó de casa y ya no lo volvimos a ver jamás. Nadie. No volvió a casa ni una sola vez en todos estos años, aunque de vez en cuando sí recibíamos noticias de él por alguna carta esporádica diciendo que todo estaba bien —trago saliva para pensar en lo siguiente que quiero decir—. A partir de ese momento, las cosas empezaron a irme... no muy bien. Mi nivel deportivo fue en descenso, lo cual me generó bastante estrés y ansiedad por la presión de los entrenadores que no paraban de decirme que no tenía la cabeza puesta donde debía. Y no les faltaba razón. Al final terminé por dejarlo y me dediqué a deambular sin rumbo de ahí para allá hasta terminar en el negocio familiar. Entonces recibí la carta con la defunción de Silvanus y se me vino el mundo encima. La guardé, no dije nada y me vine aquí con la excusa de que "iba a visitarlo y con suerte, quizá hubiese un puesto en las cocinas para mí, que por lo menos cobraría algo y tendría vacaciones". Lo típico que Gabriel Kettleburn diría. El resto es historia.

Termino por ponerme en pie. Todavía no he respondido a ninguna de sus preguntas, aunque no las he olvidado.
—Lo que me preocupa, Abaddom, es que si mi hermano ha tenido una vida reprochable, yo debí haber estado a su lado para enderezarla. Y no lo estuve. Lo que me preocupa es que no pude hacer nada para alejarlo de Aren Darvenwish y estoy segurísimo que esa era mi misión —de espaldas a Abaddom y con la cabeza gacha, susurro lo que me he guardado en el pecho todos estos años—. Aquel día, en el bosque... yo también escuché la llamada de Brontë. Si durante la cena, cuando Silvanus dijo que se iba a ir a Brontë... si yo hubiese renunciado a mis objetivos y obedecido la orden de Brontë, a mi familia no le habría parecido tan mal, pues no iríamos solos. Silvnaus probablemente no se habría escapado y al llegar a Brontë, me tendría a mi para guiarle y... estar a su lado. No habría dejado que se pusiese en peligro nunca ni que se acercase a las malas compañías o influencias. No me quiero imaginar qué monstruos se le pegaron para usarlo como una marioneta y desde luego, no habría permitido que hubiese muerto. No lo habría consentido. Esto es lo que me quita el sueño, Abaddom. El remordimiento y las malas decisiones. Ojalá pudiese volver atrás en el tiempo y... ojalá haber estado más a su lado.
—Ahora ya es tarde. Me preocupa más lo que piensen de ti que de mi, la verdad. Al que se ría de mi o diga algo fuera de lugar, le parto la cabeza contra una mesa y listo. Pero tú ya estás mayor y... y siento que debo protegerte —me tiembla la voz al decir aquella mariconada, pero es lo que siento—. No voy a permitir que nadie del servicio —la cara de Alexander se dibuja en mi cabeza— vaya soltando chismes sobre ti que no son ciertos.

El hombre escuchó de nuevo al piscis, que parecía querer sacar todo lo que llevaba dentro. Escuchó sin interrumpir, sin juzgar y dejando que el muchacho se acomodase contra él.

Tampoco hizo ningún gesto cuando el chico se incorporó de nuevo, si no que lo dejó libre para que pudiese ordenar su mente. Aunque el líder aether escuchaba con atención, era consciente de que Gabriel necesitaba escuchar todo aquello en voz alta.

En cuanto terminó él mismo se puso en pie y se acercó al muchacho, poniendo las manos sobre sus hombros.

—Cuando se toma una decisión nadie puede saber el resultado, sólo nos limitamos a valorar lo que creemos que será la mejor opción. De la misma forma, no podemos juzgar nuestras decisiones una vez que conocemos el resultado, porque esa información no la teníamos en el momento de elegir. Tomaste una decisión que creíste correcta y Silvanus tomó las suyas propias de la misma manera. Si las cosas hubieran sido de otra manera, no podemos saberlo. ¿Estaría Silvanus vivo si estuvieses con él? La guerra es peligrosa y cruel, quizás habrías presenciado su muerte en lugar de leerla por carta. No podemos saberlo. Cuando hiciste tu elección no lo hacías pensando en que tu hermano moriría, no es algo que tú ni nadie pueda saber. Nadie en el mundo, ni tú, ni yo, nadie, puede controlar la vida, por eso no tiene sentido culpabilizarse por situaciones que nos sobrepasan. Sólo podemos aceptar las cosas como vienen, sobreponernos y seguir adelante —El aether apretó suavemente los hombros del chico, tratando de imprimirle fuerza y coraje.

—En lo que a mí respecta no debes preocuparte. Las palabras que se chismorrean por los pasillos son como las pavesas de una hoguera. Si te fijas en ellas pueden ser molestas, pero si las ignoras no hacen absolutamente nada. Es muy noble y amable por tu parte que quieras protegerme, pero este viejo todavía sabe arreglárselas —Sus últimas palabras delataban una sonrisa cariñosa, sonando más suaves y familiares. Sus alas se cerraron levemente para rodear al chico.

—Supongo que tienes razón, aunque me da que tendré que cargar con esto una buena temporada. Mientras no asimile esas palabras, seguiré castigándome por no haber tomado la decisión que consideraba correcta —me recoloco los hombros—. En fin —cierro los ojos con fuerza y estiro los brazos con energía para terminar bostezando y rascándome la barriga por debajo de la camiseta—. Soy un tiarrón —de nuevo, busco guarecerme bajo una apariencia de seguridad—. No puedo dejar que estas cosas me afecten tanto, ¿cierto?

—Nah, como oiga a alguien llamarte algo, le hundo el pecho de un pisotón —bromeo, mientras me acerco y le sacudo una pluma del hombro—. Con este vejete sólo puedo meterme yo —hago el amago de hacerle cosquillas en los costados pero sin llegar a tocarle, no vaya a ser que le de un ataque o algo y se me quede catatónico. Un homicidio imprudente es lo último que quiero.
Pongo los brazos en jarra y le sonrío dando un botecito en el sitio.
—¿Vamos a merendar? —le ofrezco uno de mis brazos para que se enganche—. Me he aprendido todos los condenados ríos de Aqua. Si te los digo todos, me das una pasta de fresa, que estoy de las de trigo solamente hasta la coronilla —le reto.


*si Abaddom quiere responder, que lo haga; sino, el rol se termina*

El hombre soltó los hombros del chico en cuanto este volvió a inflarse, satisfecho por sus palabras. El piscis era el tipo de persona que se desparramaba muy rápido, pero igual de rápido volví a replegar el ala.

—Me alegro de oír eso. Es difícil pasar página, dejar de castigarnos por los errores, pero uno debe tener claro cuáles son sus limitaciones. No podemos controlarlo todo, no tenemos tanto poder —Añade con un tono más amable.

El hombre se agitó y rió un poco ante el amago del muchacho de hacerle cosquillas y su comentario.

—Inténtalo, granujilla y verás como esa bocaza será lo único que te quede para agarrar las cosas —Bromeó. Luego volvió a reír frente a su ocurrencia.

—Me parece un trato justo, pero no puedes fallar ni uno solo —Comentó, retando al muchacho. Sin embargo, rebajó un momento el tono lúdico.

—Pero antes determinar, Gabriel, me gustaría saber quién te ha dicho todas esas cosas y por qué ni siquiera te has planteado si son ciertas o no —Su voz era paternal y preocupada. No le gustaba la idea de que alguien calentase la cabeza del muchacho hasta aquel punto, echando por tierra sus progresos.