Biblioteca

Puede mostrarse comedida, pero resulta evidente que la caeruleus estaba deseando verla. Hay un brillo en sus ojos que la delata. No es algo de lo que culparla, por supuesto. En un día tan gris, el color que tú aportas es algo que cualquiera anhelaría. Sonríes con dulzura ante su comentario; si bien dice mostrarse interesada por la lectura, es evidente que se aferra a esta oportunidad maravillosa de hablar contigo.

-Ah, bueno, hay que saber adaptarse al tiempo -concedes, siempre tan diplomática y agradable-. Aunque, personalmente, creo que sería mucho más divertido pasar el tiempo fuera, ¿no te parece? De no ser por esta lluvia... -Niegas suavemente, y tus bucles de oro bailan sobre tus hombros y pecho, siempre tan sugerentes. Con aire deliciosamente melancólico, vuelves los ojos hacia la ventana y suspiras-. Esperemos que dé tregua. No se puede volar aquí.

Asiento con más energía de la que podría haberse esperado por mis palabras.Estar fuera sería lo ideal, pero no bajo esa lluvia espantosa. Quizás alguien como Massen, presupongo, podría disfrutar de una tarde de mierda como la que estaos teniendo. Pero la pajarita piensa como yo, como la mayoría de la gente. Solo que ella podría volar de una forma más interesante de estar el día despejado.
O no. Thor es la caña.

-Ya te digo. Antes Thor intentaba volar por los pasillos, pero ahora apenas hay zonas en las que haya espacio para maniobrar. ¡No digamos ya conmigo encima!

Mi compañero sigue la conversación por su parte. Se acerca a ella con cautela, pero evidentemente divertido, serpenteando sobre la roca hacia la silla de la aether. Una vez a su lado se alza para ponerse a su altura y cacarea animado.

-Tranquilo, eh -le advierto, aunque sin mover un dedo. Luego le sonrío a ella-. No muerde... casi nunca. Tú ni te ralles.

Como cabía esperar, incluso el animalillo acaba hechizado por tu presencia. Le dedicas también a él una pequeña sonrisa, tan encantadora como todas las que puedes ofrecer. Todos los seres del mundo merecen disfrutar un poco de tu presencia. Incluso alargas una mano fina y perfecta hacia él, para concederle (envidia de tantos) una suave y momentánea caricia.

No dices nada con respecto a la capacidad de vuelo de la criatura, aunque tienes tus reservas. Te has visto coartada desde tu llegada en algo que es para ti tan básico como respirar, y que otros que ni siquiera vuelan por naturaleza sí puedan hacerlo aquí te resulta chocante. Por supuesto, tú eres todo luz y claridad, y no vas a enturbiar a nadie con un pensamiento así. Te limitas a negar suavemente con la cabeza, dejando que tus suavísimos cabellos te acaricien el cuello.

-Con suerte, parará pronto -insistes, con un encantador aire soñador-. Y habrá que aprovechar cuando así sea. Cuanto más se acerque el invierno, más difícil será encontrar un momento para disfrutar del buen tiempo.

Thor olfatea la mano antes de dejarse acariciar con toda la tranquilidad del mundo. Después rueda sobre sí mismo (un gesto muy mono, por cierto) y echa a correr hacia las estanterías, perdiéndose entre ellas. Me costó enseñarle a dejar los libros en paz, espero que lo haya memorizado bien. Al menos no es uno de esos lagartos escupellamas.

-No me hables el invierno... -murmuro, agitando una mano bajo la nariz, como si algo apestase-. Solo de pensarlo se me ponen los pezones duros. Quita quita. Mira que he ido a Aqua de pequeña, pero a mí eso del frío no me gusta nada. De hecho, una de las cosas buenas de haber aprendido a madrugar por aquí es que aprovecho el calorcillo.

Paso la página del libro que tengo delante con desgana. Frente a mí aparece una ilustración bastante buena de una guardia de espada. Tengo ganas de dar un poco de guerra...

-A ti no te apetece un duelo ahora, ¿verdad? -inquiero, mirándola de soslayo.

Y qué le va a apetecer, si acaba de entras en la biblioteca...

Pese a que intenta concentrarse en el libro, es evidente que no puede evitar relacionarlo contigo. Estás demasiado cerca como para que pueda centrarse. Pobrecilla, ¿y si tu presencia la está perturbando más de lo debido? Pero su petición parece esperanzada, y no puedes negarte a pasar algo de tiempo con una admiradora así. Diriges una mirada de duda a la ilustración, un gesto lleno de gracia, y luego vuelves tus preciosos ojos de oro líquido hacia ella, con una línea de deliciosa travesura en los labios.

-No soy muy de espadas, en realidad -adviertes, con voz atrayente-. Pero quizás sería interesante ver cómo nos movemos en espacios cerrados, cada una en su estilo.

No podrás disponer de tus magníficas alas, por supuesto, pero tienes otras armas y habilidades. Y, desde luego, el frío y el mal tiempo no son razón para no ponerlas en práctica.

Hago un pequeño mohín. Que no es de espadas podría jurarlo por su aspecto. O no, de hecho. Esa figura estilizada suya bien podría ser la de una maestra del florete, ahora que lo pienso. Creo que hasta puedo imaginarla y queda bastante majestuosa...
Pero bueno, ¡¿esto a qué viene?!

-No tiene que ser con espadas. Me puedo adaptar a lo que tú quieras. Una carrerita, un pulso... -. Ladeo la sonrisa, divertida-. Es solo por no quedarme de piedra. Como no me mueva se me van a quedar las articulaciones calcificadas. Aunque si prefieres hacer algo a tu rollo ya me invento algo-. Enarco una ceja y la evalúo de nuevo-. ¿Y tú con qué te manejas? ¿Eres maga o así? Lanzando ráfagas de aire desde los cielos... Sería un digno espectáculo en combate. ¡El ángel de la muerte que cae atrozmente sobre sus enemigos!

Contienes una suave risa, limitándote a una sonrisa que no por ello es menos deliciosa. Bueno, resulta una imagen terrible, pero también bella, a su manera. Quizás es, precisamente, la imagen que deberías imponer a sus enemigos, llegado el momento. Es un detalle que te planteas con cierta frecuencia. Después de todo, es importante.

De yergues con suavidad, llena de elegancia en cada gesto, invitándola a hacer lo mismo.

-Podemos ir a la sala de entrenamiento y decidirlo allí -propones con voz cristalina-. En realidad, la magia no es algo a lo que preste mucha atención. Cuando te dedicas al mundo del espectáculo, muchos opinan que la magia le quita mérito a la actuación. Sin ánimo de ofender a ningún mago, por supuesto. Cuando se trata de luchar, normalmente utilizo jabalinas. Oh, pero no es necesario que nos dediquemos a eso. Seguro que hay muchas maneras de enfrentarnos que den fe de toda esta habilidad.

Seguro que no se espera mis muchas virtudes. He de decir que yo también engaño bastante, pero, para qué negarlo, soy obscenamente poderosa. Aunque no es la primera vez que por venirme arriba terminan dándome en los morros. No soy ninguna diosa.

-¿Jabalinas?-. Dejo ir un resoplido, divertida. Por un momento he pensado en la aether lanzando animales contra sus enemigos-. Eso querría verlo. Yo soy buena con la espada y con... Bueno-. Alzo las cejas, poniéndome en pie-. Mejor no te lo digo. Que sea una sorpresa, que así es más divertido-. No sé si para ella o para mí, pero para alguien seguro-. ¡Vamos Thor!

El falso dragón no se hace de rogar, y pronto corre hacia nosotras animado.

Así que la chica esta tampoco quería leer. Si es que los días de lluvia son una mierda.

*se van*

[justify]Hacía más de quince años que no veía el amanecer, por lo que me tomo la licencia de dedicar unos minutos a apreciar la salida del sol desde el ventanal de la biblioteca. El cristal está completamente empañado por la condensación y la humedad de la época del año y en el exterior, las gotas de rocío forman un entramado brillante que convierte mi vista en un cuadro engarzado con millones de joyas. Cómo brilla todo.
Por mi parte, tengo los ojos llenos de legañas y una manta por la cabeza. Paladeo el aire mientras espero a que Abaddom escoja la materia que vea oportuna. Tengo tanto sueño... ayer cené tarde y me quedé hasta la madrugada despierto. Creí que madrugar no iba a ser para tanto. No me acordaba de lo horrible que era hasta que me vi en situación.

Parece que la materia ya ha sido escogida y me acerco con recelo a la mesa. Hay un mapa enorme lleno de nombres minúsculos.
Dice que debo empezar a practicar mi concentración y mi memoria y que pasa eso no hay nada mejor que el dibujo.
Extiende delante mía un pergamino en blanco y me dice que dibuje el Mundo de Mithos lo más parecido al original. Según Abaddom, eso me servirá para concentrarme, relajarme y tomar contacto con la materia.
Es un dibujo de un mapa. No puede ser tan difícil.

Mapa:

Me ha quedado un poco chuchurrío... pero bueno es la primera intentona. Ya lo mejoraré.
Ahora debo colocar en el mapa, los lugares importantes de cada región, pero como son demasiados, hoy comenzaremos por Fulmen.

Miro el mapa original y coloco el Palacio de Brontë en su sitio, lo más certeramente que puedo. Luego, el Pueblo de Paso, al sur.

Abaddom me da una descripción histórica del Palacio de Brontë y yo tomo notas en unas hojas aparte. Mi letra es muy mala y escribo con lentitud, por lo que solo he podido coger lo más relevante.
Sigo con las Cordilleras de Catelor, enormes y que dividen Fulmen y Hummus por el oeste; al este, las Colinas revoltosas y la Chimenea de Zeus marcan los límites con Ignis. Abaddom continúa con sus explicaciones sobre por qué esos lugares se utilizan como fronteras y me cuenta mil y una cosas que no me da tiempo a escribir, pero que intento retener en mi memoria.
Me rasco la cocorota y continúo. Mojo la pluma en tinta azul y dibujo el Río Gadolph, que nace al norte y desemboca en un delta entre las Colinas Revoltosas, cerca de Ignis. Abaddom, de nuevo, añade nuevos datos sobre el río y su importancia en guerras del pasado. Nombra fechas y figuras históricas de las que yo no he oído hablar jamás y de nuevo, anoto lo que bien puedo y memorizo lo que mi acelerado cerebro puede almacenar. Voy a tener que dedicarle mucho tiempo a esto...

EL Templo de Fulmen, al suroeste. Entonces Abaddom comienza con la historia del Templo y yo levanto la mano, agotado.
—Necesito un recreo —mi voz se derrite y yo con ella.
Ya han pasado más de dos horas desde que empezamos. Esto es solo una milésima parte de lo que tengo por delante pero ugh... estoy mareado. No puedo asimilar nada más. Observo el mapa e intento recordar fechas o nombres, pero las tengo ya todas mezcladas.
—Vamos a tener que repetir esta clase... —entonces dejo caer mi frente contra la madera de la mesa, emitiendo un golpe seco que definitivamente provocará que las cosas en mi mente se entremezclen más, si cabe.
Maldición. No estoy hecho para estudiar.
Veo a Abaddom con ojillos de cordero degollado.
—No tendrás una poción para volverte listo, ¿verdad, Abby? —gimoteo como un cachorro. Observo mi mapa chuchurrío y bufo.

Necesito ánimos. Aún me quedan seis continente más y pongo la mano en el fuego que cuando llegue al último, habré olvidado todo sobre el primero.  

*Se queda estudiando con Abaddom todo el día hasta el fin de la jornada luego, ambos se van*

La biblioteca es una buena opción para aprovechar los días lluviosos como hoy. Además, he decidido que me vendría bien reforzar mis prácticas mágicas con un poco de teoría. Al final siempre que me encuentro en una situación complicada siento que me faltan conocimientos para frontarla, aunque, cómo no, la experiencia es un grado. No soy, ni de lejos, tan insegura cuando llegué.

No he traído a Lino conmigo, ya que a esta hora y con el frío está bastante activo y no quiero tenerlo encerrado en un lugar lleno de libros. Se lo dejé a Johan, que iba a volar con Rina. A él no parece importarle demasiado mojarse bajo la lluvia, pero yo encuentro más reconfortante el interior.

Busco entre las estanterías hasta dar con el libro indicado. No es un libro en concreto, pero trata la magia chrysos, y con eso me llega. Al menos de momento. Sé que es la más inestable, sé cómo funciona porque puedo sentirla, pero tampoco soy una experta.

Con el libro en las manos, me acerco a una de las butacas, la más confortable que encuentro, y tomo asiento para, una vez acomodada, sumergirme en la primera página.

El día había sido lo que había prometido desde el primer momento: melancólico, húmedo y condenadamente anodino. Pese a ello, no podía quejarme; era inevitable recordar los tiempos en que un día de aquellas características prometía también, irremediablemente, dolores que podían llegar a ser incapacitantes. No todo el paso del tiempo iba a suponer desgracias y tragedias.

Aunque la lluvia no me siente tan mal como solía, eso no implicaba que un día tan lastimero me fuera a sacar de entre estas cuatro paredes, si podía evitarlo. Mejor dedicar días así a poner en orden las cuestiones burocráticas y administrativas de las que, pese a mis mayores esfuerzos no conseguía librarme. Madre seguía ideando artimañas absurdas que me requiriesen de vuelta a Ventus ─pese a que apenas hacía unos meses que había vuelto de allí─ y solo un esfuerzo activo podía refrenar sus impulsos de recrear una fantasiosa nueva dinastía aether... Bien pensado, quizá la lluvia era más atractiva que dedicar mi tiempo a prevenir tan yermos proyectos.

Ya con todo redactado, alcé la vista para encontrarme los escritorios sin lacre. Contuve un gruñido exasperado. ¿Era el nuevo aperitivo predilecto de alguien? ¿Cómo podía no haber lacre en ninguna de las mesas? Alcé la vista en busca de alguien que pudiera proveerme de los materiales que necesitaba, pero no vi a nadie, por lo que me decidí finalmente a levantarme y emprender una búsqueda más metódica.
Nadie.

Ya iba a dar por fracasada la empresa cuando topé con la costurera, que tomaba asiento justo en ese momento.

─Buenas tardes ─llamé su atención─. Disculpa que te importune. ¿No sabrás quién estaba hoy a cargo de la biblioteca? Sea quien sea, todo indica que se está saltando su turno.

La chrysos no consiguió ofrecerme mucha información... por no decir ninguna. Tampoco sabía qué esperaba. Alguna justificación lógica, quizás, aunque por lo visto era mucho pretender. Y la biblioteca, por lo demás, parece vacía.

Fruncí el ceño. En rigor, no solía fijarme demasiado en el personal de la biblioteca. No habría sabido dar sus nombres; quizá ni siquiera recrear sus caras. En mi defensa, la biblioteca no era un lugar en el que soliese requerir asistencia. Y así seguiría siendo si no se hubiese esfumado todo el lacre.

─Sí que lo sería ─coincidí─. Pero parece que así es. No le daría mayor importancia si no resultase que el material de los escritorios está incompleto. ¿No sabrás dónde puedo conseguir lacre? Quería enviar unas cartas mañana a primera hora, pero empiezo a dudar que estén selladas a tiempo...

Qué falta de profesionalidad.

FdR- Las bibliotecarias están dándose el lote en el armario de las escobas y esto es canon yo no pongo las normas

El señor Cogo me explica lo que necesita y me llevo una mano al mentón, asintiendo con suavidad. La verdad es que no me puedo quitar de la cabeza que ha tenido que pasar algo con las personas encargadas de la biblioteca. Y si además falta todo el lacre... No puedo imaginar, por más vueltas que le dé, una situación que explique algo tan inusual.

-Oh...-. Se me ocurre de pronto-. Sí sé dónde puede haber lacre-. Cierro el libro que acabo de abrir y me pongo en pie, dejándolo a un lado-. Seguramente haya en el armario que hay en la biblioteca. Está un poco escondido, pero una vez Mirtha me llevó allí porque hacía falta tinta y...

No creo que vaya a pasar nada por coger un poco de lacre. Me parece innecesario ir a buscar a otra persona del servicio, distraerla y hacerla venir cuando puedo hacerlo yo misma.

-Es por aquí -le indico, poniéndome en marcha.

Lo cierto es que la primera vez que lo vi, hasta me sorprendió. Aprovecharon un hueco entre estanterías para enmascarar una puerta, de forma que el espacio es más aprovechable. Pero a primera vista solo es una estantería más, como cualquier otra, y nunca hubiese contado con que es corrediza. Sería incluso un buen lugar para esconderse si hubiese un ataque, aunque prefiero que se mantenga la calma de los últimos tiempos.

Me sorprendió positivamente su respuesta positiva, dada su nula muestra de información que pudiera ayudarme hasta aquel momento. Contaba con necesitar encontrar la manera de dar con el personal de bibliotecas, pero por lo visto no sería necesario. No tenía ni idea de quién podía ser Mirtha, pero eso era lo menos interesante de su exposición.

Asentí ligeramente con la cabeza cuando comenzó a guiarme.

─Te lo agradezco ─añadí.

La seguí por los pasillos hasta una estantería, sin ver nada de particular, y la miré, esperando algún tipo de explicación.

Necesito un momento para orientarme al llegar a un cruce de estanterías. Lo cierto es que solo he visto una vez ese armario, y me estaban guiando. Y además se mezclaba tan bien con el resto de estanterías que resultaba prácticamente encontrar las juntas incluso si estabas delante de él.

Trato de mover una de las estanterías que creo que es la susodicha, pero se mantiene firme. Arqueo ligeramente las cejas y me vuelvo hacia el señor Cogo. Parece que no es este.

-Es una especie de armario oculto -le explico-. Parece totalmente una estantería, pero es móvil. No tengo claro si lo hicieron para aprovechar el espacio o si tenía como fin estar tan escondido-. Miro alrededor de nuevo, como si por barrer el laberinto que es esta zona de la biblioteca fuese a ver una señal que me indicase su situación-. ¿Le gustan los libros de misterio, señor Cogo? -pregunto, reemprendiendo la marcha.

Libros de misterio. ¿Puede ser que estuviese en una zona relacionada con el misterio? No. Tenía algo que ver con ocultismo o... Continuó con la búsqueda, intentando hacer memoria. Realmente aquello le hacía darse cuenta lo enorme que era aquella sala.

-¿Dónde estaría si fuese un armario? -le preguntó, aunque era más una reflexión en voz alta.

¿Dónde estaría ella si fuese un armario? ¿Donde resulte tan evidente que nadie la buscaría o en un lugar tan complicado como para que incluso llegar a él fuese una odisea?

Dentro. Quizás dentro.

Llegado un momento, ya no tenía claro qué estaba haciendo. Fruncí el ceño, empezando a plantearme que aquello fuera un intento de broma sin gracia. Aunque nunca me había parecido que fuera una persona con un sentido del humor particularmente llamativo. Por fin, se puso a explicar qué se proponía y pude empezar a buscar con ella.

─No particularmente ─respondí a su pregunta─. Siempre he sido más amigo de los tratados que de la ficción. Aunque no le haría ascos a unos planos detallados de este edificio. Ha de haberlos por aquí, en alguna parte.

La pregunta de ella, además de absurda, me dejó bien claro que no tenía ni una idea aproximada de dónde buscar, a pesar de su aparente seguridad inicial. Y yo que pensaba que podría dejar este asunto zanjado a una hora decente.

─Me preocuparía más de qué pensaría quien lo colocó en su sitio ─murmuré, mirando en derredor con poca convicción─. ¿No recuerdas que tuviera alguna marca particular?

Empezaba a pensar que aquello iba a ser una pérdida de tiempo. Aunque lo de estudiar unos buenos planos de la biblioteca de Brontë parecía una buena idea.

Sus palabras demostraban pocos conocimientos acerca de cómo mantener los secretos sin que resultase evidente que se estaba ocultando algo. En su defensa, no parecía haber vivido antes en una morada lo suficientemente importante para alojar pasadizos secretos.

─Bastaría con dejar a la vista una versión de los planos que camuflase lo que se quiere ocultar ─señalé la obviedad, ignorando su rubor─. Mantener la construcción envuelta en misterio es la forma más clara de anunciar que se tiene algo que ocultar. Sea como fuere, me imagino que la señora Twinkle tendrá cosas más importantes que guardar que reservas de lacre. Y mejores sitios que el armario de una biblioteca de uso público. Probablemente tenga su propia biblioteca privada en sus habitaciones.

Eso sería lo esperable, al menos. Y más proveniendo, como es el caso, de una familia tan académica como la suya. Aunque no formase parte de la rama Campbell...

Por suerte o por acierto, al final dio con el armario que buscaba. Debía reconocer que estaba bien ensamblado y disimulado, como una estantería más. No obstante, tomaría buena nota de su posición, por si en un futuro volviera a necesitarlo. Y, considerando que la llave no estaba echada, cabía asumir que, efectivamente, el lacre y demás utensilios que allí se guardaban no pretendían ser ningún preciado bien oculto.

─Te lo agradezco ─murmuré con un asentimiento, tomando un tubo de lacre bermellón─. Casi no me puedo creer que vaya a poder mandar mi correspondencia a primera hora. Me has sido de gran ayuda.

Finalizada la gesta, me despedí de mi compañera y puse rumbo de nuevo al escritorio para sellar mis cartas antes de retirarme.

*Fin de escena*

Si bien cuando llegué a Brontë por primera vez la biblioteca no me impresionó por su tamaño, ya que en la Torre siempre hubo tantos libros que me hubiese llevado más de un día contarlos, ahora que vengo desde Aqua me impresiona la enorme cantidad de tomos que se extiende ante mi vista. Recorro los pasillos, dejándome llevar por el olor a papel y a cuero, recordando tantas veces que he estado en este preciso lugar, cogiendo y ojeando algún volumen aquí y allá. No puedo evitar llevar esa sonrisa en los labios que no me abandona desde ayer. Y de alguna forma la nostalgia que me evoca cada sala de Brontë no hace sino ampliar esa emocionante sensación que me envuelve.

Es como si todo hubiese cambiado, pero al mismo tiempo siguiese tal y como lo recuerdo. Y yo, que sin duda he cambiado más que los muros del Palacio, recupero un poco del yo que fui en algún momento entre, precisamente, estos estantes.

*Se queda*

Al final, aunque siguiera teniendo una cierta sensación de desubicación, me había sentado bien salir a la nieve con Kris. Había conseguido que me pusiera un poco al día de la situación y me había devuelto un poco de sensación de pertenencia. Tampoco habían cambiado mucho las cosas desde que me había ido.

Antes recuperar del todo mis costumbres, me había animado a enfrentarme a mi correspondencia. Si bien llevaba fuera una temporada larga, Brontë seguía siendo el punto de referencia que dejaba. No era que tuviera muchísima correspondencia, pero la que tenía, salvo que se tratase de alguna urgencia que el palacio me redireccionase, se quedaba aquí esperando a que yo tuviera a bien venir a por ella. Y aunque no me carteaba demasiado, había acabado por acumular un pequeño montón.

Con un suspiro, dejé el paquete de sobres en una mesa. Estaba a punto de sentarme cuando me pareció ver una figura por el rabillo del ojo, paseando entre las estanterías. Un reflejo de pelo blanco. Mi corazón se saltó un latido y me quedé un momento en el sitio, sin reaccionar. Sabía que no podía ser, pero aún así dejé mi correspondencia abandonada y avancé a paso rápido hacia las estanterías.

Sí había alguien. Detrás de la estantería encontré una figura alta, demasiado alta, unos hombros demasiado anchos. Demasiado diferente, pero no tanto como para no reconocerlo en absoluto, aunque fuera de espaldas.

─Jun.

Estoy tan embobado recorriendo los pasillos que me toma por sorpresa escuchar el hilo de voz que pronuncia mi voz tan cerca, a mi espalda. Me vuelvo alzando suavemente las cejas, curioso por ver de quién se trata. Pero en cuanto la veo es como si una sensación pesada me envolviese y me pegase los pies al suelo de repente, casi como si un imán me atrajese.

Massen.

Es imposible. Por lo que entendí, Massen no estaba. Era una de las personas a las que más quería encontrarme aquí, pero no estaba.

Me llevo una mano a la cara, cubriendo con ella la boca que se me ha quedado entreabierta. No me doy cuenta de que me está temblando, como la otra hasta que por fin, tras más de un par de segundos inmóvil, consigo ponerme en marcha. Se me ha apagado el cerebro por un momento.

<<Estás aquí.>>, consigo gesticular con las manos como verdaderos flanes.

Me he quedado en el sitio. Quiero acercarme, pero recorrer la distancia que nos separa parece super difícil. Es como que estoy sintiendo una emoción demasiado fuerte e inesperada como para gestionarla. Venga, acércate, hombre...

Me lancé a abrazarlo tan deprisa que casi lo dejo signando a medias. ¿Qué estaba pasando? Me quedaba altísimo. Me estaba sintiendo pequeñísima de pronto. Desde cuándo. Cómo, por qué.

─Eso tendría que decirlo yo ─murmuré como pude, con la voz tomada. Me estaba costando hablar. Casi diría que sería más cómodo que signase yo también, pero me temblarían las manos todavía más que a él. Y había perdido práctica.

Me separé un poco. Notaba las mejillas algo calientes. Me resultaba extraño mirarlo, mirar aquella cara que conservaba, en cierto modo, rasgos que conocía pero que al mismo tiempo se me hacía tan diferente. A mi mente le estaba costando asociar el recuerdo que tenía de Jun con el Juno que tenía delante.

Carraspeé un poco, tratando de recuperar la voz.

─Llegué hace un par de días, en realidad. O, bueno, un par de noches ─expliqué─. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Ya te has hartado de Loksass?

Ella se encarga de romper por mí la especie de sensación que me atenaza, y nada más sentir el abrazo correspondo con fuerza, extrañándome incluso de lo fácil que me resulta envolverla. No recordaba que Massen fuese tan pequeña...

Cuando se aparta un poco me seco uno de los ojos, que se me ha humedecido, con una mano. Pero no soy capaz de borrar una sonrisa enorme de mis labios. Es Massen, la misma Massen que recuerdo, aunque con pequeños detalles diferentes que no soy capaz de identificar. Quizás es simplemente imposible que recuerde su cara como era, pero al mismo tiempo encaja exactamente con la imagen que tengo en la cabeza.

<<Yo llegué ayer mismo>>, gesticulo con torpeza. Río, mudo, cuando pregunta por su padre. Después niego. <<Simplemente tenía ganas de volver. Ha sido muy interesante, pero quería volver a veros.>>

Ha sido una etapa maravillosa, pero en algún punto he echado demasiado de menos la vida en Brontë como para seguir ignorándolo.

Su sonrisa era contagiosa. Me sentía eléctrica de pronto, y como que no sabía qué hacer con las manos. No me podía creer que hubiera vuelto justo ahora. Acabé por encogerme de hombros.

─Pues menos mal que te he visto, porque estaba a punto de sentarme a poner en orden el correo ─bromeé.

Lo miré un momento más, pensativa. Había llegado ayer y lo primero que hacía era meterse en la biblioteca. Tanto, entonces, no podía haber cambiado.

─¿Te vas a quedar, entonces?

Quizá era una pregunta un poco agresiva para alguien que acababa de llegar, pero para cuando me di cuenta ya lo había dicho.