Biblioteca

Asiento, con un entusiasmo moderado, pero varias veces. Por supuesto, sonrío.

-Claro que lo haré, descuida. Tenía pensado dedicarme a ello un día de estos -le aseguro, con tono firme, animado, dentro de lo que cabe.

Y una puta mierda, vamos. Me voy a poner a cazar ahora, cuando si lo pido me ponen lo que quiera en el plato. Sé que dicho así es irresponsable, lo sé. Lo tendré en cuenta cuando esté a punto de morir de hambre, lo prometo. Ya en Memphyis lo pasamos algo mal.
Pero vamos. Aprendí de aquello, también. Y no me iba a comer a Thor...

Miro alrededor.Pluma y papel, como él. Pronto me hago con ello.

-Tengo que escribir a casa -le explico, sin muchos detalles.

Corbin la miró con seriedad, fijamente, poco convencido de lo que decía, aunque sin dejarlo ver. Asintió de nuevo.

-Claro -murmuró, volviendo la vista a la pluma y tomándola de nuevo, sin tener muy claro si seguiría escribiendo.

El comentario de ella le hizo decidir que sí. Asintió una vez más, aquella vez con más seguridad que la anterior. Eso explicaba su presencia, pero no el motivo de aquella conversación. Así que Corbin decidió que solo pretendía saludarlo.

-Entiendo -respondió, volviendo a su trabajo.

¿Entiende? Bueno, supongo que no hay mucho que entender, de todas formas. Está tan seco y soso como siempre. Si fuese una comida, le faltaría salsa.
Me sonrío. Esa ha estado bien.

Enseguida empiezo a escribir. Un par de palabras y lo miro, curiosa.

-¿Y tú qué haces? -inquiero, sin cortarme.

Si algo he aprendido, es que la vergüenza sobra.

No tardó en volver a hablar. Corbin volvió a preguntarse si solamente venía a ocuparse de sus asuntos. No lo tenía nada claro, pero tampoco se le ocurrió qué podía querer de él. Hacía mucho que no se veían, después de todo.

-Escribo -respondió, escueto como de costumbre. Pero pronto se dio cuenta de que aquello no serviría-. Un relato -añadió entonces.

Quizás debería hablar en pasado, dada la presencia de la caeruleus.

Alzo las cejas.
Un relato, dice. ¡Un relato! Y mira que yo no leo demasiado, pero ahora mismo pagaría por poder hacerlo. De hecho, se me van los ojos un momento. Pero no, no debo. No debo ser tan puto cotilla.
¿No?

-Un relato. ¿Y de qué?-. Imposible. El interés atraviesa mis sentidos. ¿Qué decir? Es que no imagino lo que Corbin puede escribir. Quizás con relato solo se refiera a relatar un día de entrenamiento...-. ¿Puedo verlo?

Con dos cojones. Di que sí.

Corbin llegó a fruncir el ceño, no ofendido, sino sencillamente extrañado. No tardó en relajarlo, sin dejar de mirarla fijamente.

-Ficción -respondió con voz calma-. Preferiría que no. Tampoco tiene especial interés.

No volvió a bajar la vista al papel. El interés de la chica lo llamaba a mantenerse alerta. No era bueno ser el centro de atención de nadie, y menos cuando no estaba claro el motivo para serlo.

¡Ficción! Oh, venga, hombre. No te hagas de rogar. Quiero saber qué cosas inventa esa cabeza tuya. Desde luego, no me lo imagino inventando un romance apasionado o la historia del odio de dos familias. ¿Quizás algo autobiográfico? O algo más... sorprendente.

-¿Y eso?-. Lo intento, amigable-. No me digas que eres tímido... No pasa nada, eh. No me voy a reír. Solo es curiosidad.

Desde luego, de humor no creo que sea. No es al que más me imagino haciendo un libro recopilatorio de anécdotas graciosas. Sería un poco...

Corbin supo que no se libraría de ella fácilmente. Volvió un momento la vista a su escrito, calibrando las posibilidades. Luego volvió a mirarla.

-No es una cuestión de timidez -explicó entonces-. Es una cuestión de confianza. Lo que a cada uno le pasa por la cabeza suele ser privado.

Y peligroso, en muchos casos. Un espejo de traición.

Oh, vaya. Así que es una cuestión "de confianza". ¿Qué cree? ¿Que voy a ir por ahí contando lo que escribe? Aún va a ser que lo hace sobre temas autobiográficos y resulta tener unos fetiches muy raros.
Hago una pequeña mueca y sigo escribiendo. Tampoco me tiene que afectar, por supuesto.

-Bueno, pues escribe lo que quieras -le digo, mientras hago lo propio con la pluma-. No te lo pregunto, tranquilo. Tampoco es que me importe, ¿sabes? Era por sacar un tema de conversación.

Para empezar, era él el que estaba escribiendo misteriosamente, aquí, esperando a que alguien le preguntase. En todo caso, la culpa es suya.

Corbin se quedó un poco descolocado. Por lo visto, la había ofendido, o algo así. Porque se estaba contradiciendo.

-¿Has venido a pedirme algo? -preguntó con tono neutro, dejando a un lado los rodeos.

Porque supuestamente venía a escribir, pero quería leer. Y aunque tenía asuntos propios de los que ocuparse, pretendía mantener una conversación. Corbin llegó a mirar alrededor, preguntándose si la chica habría confundido la biblioteca con la sala común.

Alzo la vista y lo examino. ¿Pedirle algo? ¿Yo a él? ¿A cuento de qué?
Enseguida niego, segura.

-No, no. Venía a encargarme de mis asuntos, simplemente-. ¿Acaso me ve cara de interesada? Que no me toque los huevos con eso, eh. Yo soy buena tía. Que no una tía buena, dirían muchos... ¡Que me la suda!-. ¿Qué pasa? Solo te hablé porque me cuadró, eh. No te creas ahora que pretendo cosas extrañas -añado, ligeramente más arisca.

Calma, Fifi. Calma. No es para tanto.
Dejo ir un suspiro.

-Es que me aburro un poco, ¿sabes?

Corbin no dejó de evaluarla, ni se amilanó en absoluto por su reacción. Y, a pesar de que las contradicciones continuaban, hizo sus esfuerzos por no dejarse confundir por ellas. Y asintió cuando la chica dio su última explicación, a pesar de que no lo ayudaba mucho más que las anteriores.

-Entiendo -murmuró, tratando de buscar respuestas-. Lamento tener que decir que no soy una fuente demasiado buena de diversión.

Aunque, caviló, eso dependía del entretenimiento que buscase cada uno. A Alehyss, por lo visto, no le parecía que ese fuera el caso. De todos modos, Corbin dudaba que la caeruleus buscase el mismo tipo de diversión que la chrysos.

Apoyo la mano en el puño cuando habla, frunciendo un poco el ceño, examinándolo. No es que sea la única persona del mundo así. Gente sosa la hay a puñados. Y gente sosa que sabe que lo es... la hay a puñados. Hasta soy capaz de imaginarme a Cierzo diciendo algo parecido con ceño y tono gruñón. Pero, aún así...

-¿Y a ti te vale? No digo que seas un payaso, pero...-. Me encojo de hombros-. No sé. Todo el mundo tiene su chispa, su algo, digo yo. A ver-. Recuerdo una charla extraña que tuve una vez con aquella aether, Lluvia-. Prueba a... contarme un chiste. Ya verás. Todo el mundo se sabe algo gracioso.

Todo el mundo. Sin excepción.

Corbin no tenía la menor gana de contar algo gracioso. No era que tuviese nada en contra de chistes o risas; sencillamente, a él las bromas le parecían vacías, y lo hacían sentir desplazado. No compartía aquella cultura.

Aún así, buscó algo. Algo que, por supuesto, no apareció. Acabó por negar.

-Nunca he desarrollado un sentido del humor -explicó, completamente en serio-. No conozco ningún chiste ni nada que se le parezca.

Trató de pensar un poco. Sus entretenimientos eran escasos, pero estaban explotados. Quizá pudiera sacar algo de ellos. Dejó a un lado su relato y sacó un comodín del bolsillo.

-Esta carta me la dio un mago -explicó, tras dejarla al alcance de la chica para que la examinara-. Un mago que no quería revelar sus trucos, pero a quien no le permitían mantenerlos en secreto. Estoy seguro de que él te habría parecido mucho más ocurrente que yo, pero por desgracia ahora mismo se encuentra... en Humus, si no me equivoco.

No sabía si una historia le serviría como entretenimiento. Pero, ya que quería su relato, era posible que así fuera.

Ay, qué infancia más triste. La verdad es que siempre que hablo con él de cosas un poco profundas acabo sintiendo que el pobre ha tenido que vivir muy mal. Al principio me reía, pero a estas alturas me da pena, la verdad. De todos modos, yo creo que incluso ahora debería poder desarrollar un poco de gracia, el chico. ¿No?
Digo yo.

Cuando saca la carta y habla llego a resoplar, entretenida.

-¿No le dejaban ocultarlos? No consiste en eso ser mago-. Vaya ironía. Pienso un momento-. ¿Sabes? Te voy a enseñar yo uno. Para que hagas colección-. Carraspeo-. ¿Sabes por qué hay tantos parvus bufones?

No en vano el humor parvus es conocido por todo el mundo.

Corbin concluyó que a la chica no le interesaba demasiado lo que le decía. No buscaba una historia, entonces. Recogió su comodín para guardarlo.

-¿En qué consiste ser un mago? -preguntó entonces.

Pero ella seguía con una idea fija, y Corbin concedió.

-¿Por qué? -preguntó, manteniendo su eterna seriedad.

Alzo las cejas. Bueno, no se puede decir que yo tenga mucha pinta de mago. No en el sentido divertido de la palabra, al menos. Mi magia no es mala, pero hablamos de trucos entretenidos.

-Supongo que en sorprender a las personas, ¿no?-. ¿Por qué pregunto? Ha preguntado él...-. Cuando era pequeña había un mago que venía por el barrio en el que vivo. Impresionaba a todos los niños adivinando lo que llevaban en los bolsillos o haciendo desaparecer a sus hermanos pequeños. Solo un momento, entiéndase-. O habrían matado a Armod cuando yo no hubiese vuelto-. Así que supongo que es una especie de persona que hace posible lo imposible.

Qué romántico. Me froto la nariz con el dedo, sonriendo un momento.
Entonces llega mi gran momento.

-Porque no pueden caer más bajo -le suelo, y sonrío, esperando su respuesta.

Corbin no estaba de acuerdo. Y aunque pretendía conceder, acabó por negar.

-Nada que haga un mago es imposible -replicó-. Solo lo suficientemente sutil como para parecerlo. Todo son trucos.

El comentario de ella no le hizo ninguna gracia, aunque lo entendió. Un juego de palabras. Corbin solía entenderlos, pero no entendía por qué otros veían un interés en ellos. Alehyss, por ejemplo, era aficionada a ellos, aunque los utilizaba de otra manera.

-Entonces -razonó-. ¿A mí no me hace gracia porque ya estoy quemado?

Asiento con fuerza, inclinándome un poco hacia él con una sonrisa. ¡Exacto!

-Claro que es posible. ¡Pero parece que no lo es! Eso es lo que lo hace fascinante. Además, esa gente tiene carisma-. Como yo-. Si son buenos, te enredas en sus historias sin darte cuenta. ¡Te haces uno con el espectáculo! Ojalá viniese un buen espectáculo por aquí...-. Quizás en el pueblo.

Lo miro.
¿No le hace gracia?
Espera... Dice algo más.

Resoplo y termino dejando ir una carcajada. Es especialmente gracioso cuando uno se burla de sí mismo. Tiene un encanto especial.

-Ha estado bien -admito.

A la chica parecía emocionarle la idea. Corbin pensó que quizás estaría bien comentárselo a Violeta en su siguiente carta. Probablemente podían venir por Brontë en algún momento. Y, aunque no fuera así, les interesaría oír algo al respecto.

A Corbin le sorprendió que ella llegara a reírse. A él le había parecido un comentario bastante tonto. Pero, a fin de cuentas, así solía ser. Estaba bien saber que, efectivamente, entendía la mecánica.

-No parece muy complejo, si se trata de eso -observó-. Aunque, personalmente, no creo que yo sea la persona más adecuada para esa clase de comentarios.

Lo miro entretenida, casi diría, aunque es estúpido, que con cierto orgullo. Si lo entiende, al menos puede hacerlo. No es que tenga que hacerlo todo el rato, claro. Pero está bien saber que si hace falta...

-No pasa nada -lo excuso-. El que te conoce sabe cómo eres. Me caes bien así, no te ralles demasiado.

Bueno, bien. Que tampoco se crea que somos los mejores amigos del mundo. Pero oye... Me ha echado algún cable, hemos hablado varias veces... Y teniendo en cuenta que al principio lo despreciaba, ha ido de bien en mejor. No hay queja, creo yo. Espero que por parte de ninguno.

Corbin recordaba que no siempre había sido así. Asintió, pues, aceptándolo. Resultaba mucho más cómodo de aquella manera.

-Se agradece -respondió, con voz calma-. Estaría bien que se mantuviera de esa forma.

No dejaba de resultarle extraña. Era bastante habladora, y parecía buscar en él respuestas de la misma agilidad, lo cual era complejo. Pero, de todos modos, también parecía haber aceptado que no las conseguiría fácilmente. Así pues, Corbin seguía con su cautela, dejándola guiar la conversación sin alterarse, capaz de seguirla poco a poco.

*Fin de escena*

Paso las hojas con desgana. Thor descansa a mis pies, bajo la mesa, aunque ya le queda un poco pequeña. Ahora que empieza a hacer fresco, y los muros de piedra no ayudan, su idea resulta mucho más apetecible que la mía. Si no sé para qué me he despertado.
Echo un vistazo a la puerta por encima del libro de técnicas de espada que tengo entre manos. Ojalá entrase alguien de golpe, alguien divertido, y se me propusiese un plan mejor que el de pasarme aquí la tarde. Aunque con la que cae como para salir fuera.

-Uno, dos y... ¡tres! -anuncio, pero la puerta no se abre, claro. Thor deja ir una suerte de gruñido perezoso y yo apoyo los pies en su espalda-. Hoy poder volar estaría de muerte -comento, para ambos.

*se queda*

Pese a tus esfuerzos inagotables por hacer de este día una delicia, todo parece triste. Tanto como para llegar a afectarte, incluso. Pese a que tú, como siempre, brillas con la luz de mil soles, todo tu entorno parece apagado y frío, silencioso y vacío. Tras vagar por el palacio en busca de algún lugar en el que refugiarte, acabas por llegar a la biblioteca, donde, a pesar de que la animación no es evidente, sí parece haber alguien. Sonríes, mostrando de forma inconsciente todos tus encantos. Es hora de alegrarle a alguien el día.

-Buenas tardes -murmuras, acercándote con la elegancia que te caracteriza, hablando con una voz aterciopelada y suave perfectamente acorde al lugar en el que os encontráis.

Y, sin mayores ceremonias, estiras un brazo con delicadeza hacia el respaldo de una silla, acercándola suavemente a ti, al tiempo que estiras tus alas ligeramente para acomodarlas, dejando que cualquiera que pueda mirarte se quede embelesado ante la delicadeza de tus formas, para luego tomar con infinita exquisitez la falda de tu precioso vestido y sentarte delicadamente junto a la joven caeruleus.

Y hablando de volar...
No tarda mucho en entrar la aether de pelo bonito. Es una chica a la que ves por aquí y te preguntas a qué ha venido. Seguramente podría haber dedicado su vida a modelar para algún artista o a exhibirse en alguno de esos burdeles en los que bailan chicas atractivas. Pero no es la única "fuera de lugar" en Brontë, y en cierto modo eso es lo bonito de este lugar: la mitad de la gente parece más bien poco dada a la lucha, pero luego sorprenden.

-Ey-. La saludo con un gesto de cabeza. Thor, por su parte, se estira y sale de debajo de la mesa para observarla. No es la mejor de las compañías, pero menos da una piedra-. Nada mejor en un día lluvioso que leer, eh -comento, tratando de usar un tono que no refleje todo el asco que siento por el inicio de mi día-. Quién quiere acción teniendo papel, silencio y tranquilidad...