Biblioteca

Zacharyas leía con avidez aquellas palabras que le resultaban, al mismo tiempo, conocidas y extrañas. Era, sin duda, un tema común en la medicina en el que nunca había profundizado. Y notaba cómo las manos le sudaban, sin poder evitarlo, mientras se sentía ansioso por encontrar algo que respondiese a sus preguntas.

-Óvulo...-murmuró, para sí, sin percatarse de haberlo dicho en voz alta.

De pronto, una voz lo hizo sobresaltarse y despertar de su ensimismamiento. Apenas giró el rostro, sin fijarse siquiera en el rostro de su interlocutor, y se apartó un par de pasos para dejarle vía libre, aunque sin levantar la vista del papel en ningún momento.

Corbin esperó sin mover un músculo, con la mirada fija en el caeruleus, a que este se hiciera a un lado. Cuando el otro se retiró, el claritas se acercó a la estantería, repasando los títulos con atención. Tomó un primer volumen, ocupando el lugar del caeruleus, y comenzó a hojearlo en busca del índice. Tras leerlo, suspiró y volvió a dejarlo.

Repitió este proceso varias veces hasta que, unos estantes más arriba, un título llamó su atención más que el resto. Alargó la mano y lo tomó. Iba a repasar el índice, pero el libro se abrió por la primera página del prólogo, y al momento las letras habían enganchado al guerrero en la lectura. Así pues, se sumergió en ella.

Zacharyas revisó varias veces cada una de las palabras que conocía, pero en las que nunca se había parado como aquella vez. Sus labios las leían, casi titubeando, mientras él memorizaba aquella información tan precisa, que incluso, lo que resultaba extraño en alguien como él, lo mareaba de alguna forma.

Matriz, construida por base, cérvix y boca. Istmo uterino. Trompas de falopio. Serosa, miometrio, endometrio...

Los ojos del caeruleus avanzaban entre las páginas, reflejando caos, estupor... Estrés. Apretaba las muelas, inconscientemente, pasando hojas hacia delante y hacia atrás buscando, quizás, algún dato más importante que resaltase por encima de los otros. Una explicación a algo.

Náuseas. Fatiga. Antojos. Mareo. Cambios de humor. Pesadez en los senos.
Zacharyas se ruborizó ligeramente, incómodo, frustrado, apartando la vista de las hojas por un instante.

Tras el prólogo, el primer capítulo hizo perder el interés a Corbin. Parecía que el libro no era lo que prometía, o al menos no era lo que Corbin hubiera querido. Con un suspiro, avanzó hasta el final del libro, de nuevo en busca del índice. Se detuvo en algunas páginas, en las que ilustraciones mostraban lesiones en puntos del cuerpo. Los pies de imagen, en muchos casos, explicaban lo que esas lesiones suponían. Y, pese a que muchas eran interesantes, Corbin prefería ir en orden.

Tras mirar el índice, avanzó hasta el capítulo tres, dedicado a lesiones en la cabeza. Corbin había sido obligado a aprender mucho al respecto, tanto en lo referido a los puntos más débiles del cráneo como a las lesiones faciales. Aún así, leyó el capítulo con interés; siempre le habían gustado aquel tipo de ataques, pues muchas veces eran los que más daños permanentes suponían. Los daños cerebrales eran un mundo que fascinaba al claritas, y buscar los puntos de muerte inmediata era una de sus mayores aficiones. Prefería dejar a un enemigo muerto antes que a uno agonizante.

Zacharyas continuó un tiempo más pasando las páginas de aquel libro, deteniéndose de forma aparentemente arbitraria en las páginas. Tras varios minutos en silencio, solo interrumpido por el pasar de hojas de ambos guerreros de razas opuestas, Zacharyas pareció volver en sí. Con un gesto rápido y nervioso, el caeruleus cerró el libro que tenía entre manos. Su mirada se cruzó en ese momento con el claritas, al que miró fijamente un instante, extrañado, dándose cuenta por primera vez de su presencia. Contrariado, de todos modos, decidió no molestar al moreno, de modo que, aferrando el libro, hizo una sutil reverencia.
Carraspeó.

-Buenas tardes -dijo, con voz seca y cierto nerviosismo.

No debía huir de la gente, pero a veces Zacharyas olvidaba aquello.

Zacharyas abandonó la biblioteca llevando aquel libro consigo.

*se va*

Un ligero carraspeo y unas breves palabras, sumados a la sensación de estar siendo observado, sacaron a Corbin de su enfrascamiento en la lectura. Para cuando alzó la vista, se encontró con que el caeruleus que hasta hacía poco leía a unos pasos de él se estaba marchando de la biblioteca.

Corbin volvió la vista al libro, pensativo. Parecía que podría sacar algo interesante de él, así que no tenía mucho sentido quedarse allí de pie. Mejor sería buscar un lugar cómodo para leer. Y, aunque normalmente hubiera tomado asiento en la misma biblioteca, en aquel caso prefirió buscar otra sala. Sabía que, si se quedaba mucho tiempo allí, el aburrimiento lo tentaría a tomar otra clase de libros, dejando de lado su estudio.

*Se va*

¡¡¡El mundo es maravilloso!!! La biblioteca de este antro burgués está llena de información que usaré en la paradójica revolución que derrocará su decrépito sistema: existen plantas que, si se saben tratar, pueden ser la base de explosivos. Sería perfecto: la madre Naturaleza apoyando a sus hijos revolucionarios en la lucha definitiva. Un final digno y poético.

Afuera se oyen gritos y ruidos, ¿qué demonios estará pasando? ¿Habrá comenzado la revolución sin mí, mientras me preparaba? Me arde la cara de rabia. ¡Eso no puede ser! Me escondo uno de los libros que consultaba debajo de la camiseta y salgo como una tromba al pasillo, buscando la dirección de los gritos.

Tras encargame de atender a algunos heridos y tras derrotar a un par de bichos, aparezco en la puerta de la biblioteca, en el pasillo. Serio, observo a mi alrededor, buscando más seres. Toso. Los pájaros de Flavia recorrern el Palacio eliminando las esporas, las tóxinas, pero respirar es algo más complicado que antes. A mí, por supuesto, no es algo que me preocupe, pero me pregunto cómo podrán los guerreros hacer frente a todo esto.

Una claritas a la que no he visto nunca está en los pasillos, corriendo en busca de, deduzco, los gritos. Rápidamente, me aparezco a su lado.

—¿Has visto algo? ¿Hay algo en la biblioteca?

La miro.

Cuatro de ellos irrumpieron en la biblioteca mientras un par de chicas caían inconscientes a sus pies. Dos de ellos se introdujeron en su cuerpo. Ahora las controlaban.

Los otros dos, escupieron una masa pegajosa a Svend y a Ío, mientras las dos chicas, poseídas, arremetieron con sillas y libros.

No.Puede. SER. Por fin, tras largos meses de espera y búsqueda infructuosa. Él. El maldito vástago de la monarquía. Mi objetivo. Ante mí, al fin.

Siento que no puedo pensar con claridad, la ira me ciega. Eso, o es que el aire pesa más...


- ¡TÚU!- me lanzo sobre él con las uñas por delante, pero de pronto siento que algo nos ataca. ¡Unos niñitos verdes adorables quieren jugar conmigo! La juventud es la base de la revolución. Nos lanzan libros, lo cual no es demasiado considerado por su parte con los bienes del castillo. ¡Tienen madera! ¡Así, destruyendo su capital material! Un par de chicas también quieren jugar también, así que saco el que escondo y se lo lanzo a la cabeza a una de ellas. Después corro al interior de la biblioteca, para hacerme con más munición y comenzar a atacarlo. Prepárate, príncipe, la Revolución llama a tu puerta.

No entiendo qué le pasa a la chica, pero en vez de respoderme, lo primero que hace al verme es ¡intentar atacarme! ¡A mí! ¡Su líder! Si no estuviésemos en la situación que estamos, le diría un par de palabras y consejos a la muy maleducada, pero ahora mismo los bichos son la prioridad.

Son cuatro. Antes de que pueda hacer nada, dos de ellos se introducen en el cuerpo de dos muchachas, que, deduzco, estarán poco menos que muertas ahora mismo. Los otros dos me lanzan una masa pegajosa, pero yo me defiendo haciendo una barrera que nos cubre tanto a mí como a la muy maleducada guerrera. Después, conjuro un nuevo hechizo y ataco a los bichos, tanto a los que controlan a las mujeres como a los que no.

—¡Joven! ¡Deje de arrojar los libros! —le ordeno a la muy maleducada guerrera. Deberían tratar mejor el material de Brontë—. ¡No se acerque a esos seres! ¡Y permanezca siempre detrás mía!

¿De verdad ese representante de un gobierno decadente se cree que tiene alguna autoridad sobre mí? ¡Se atreve a ordenarme que me refugie tras él, como si necesitara esconderme bajo esa gallina clueca! Lanzo los libros con más vehemencia, enfureciéndome cada vez más. Le lanzo un clair ëm yäk, con tan mala suerte que le da en la nuca a uno de los adorables mini revolucionarios verdes.

-¡Ups, lo siento! ¡Ese ataque iba dirigido al pérfido hijo de tiranos de ahí delante! ¡Atacad, hermanos! ¡Derroquemos al malvado!- y refuerzo mis palabras con una nueva salva de libros.

Uno de los jóvenes verde cae, mientas las dos chicas del servicio levantan una mesa y la tiran contra Svend mientras el otro joven, continúa la guerra de libros.

FDR: perdon por el cutrepost, pero estoy saturao xDU

Frunzo el ceño, increíblemente molesto. No entiendo qué pretende esta joven. En lugar de atacar a los bichos, a los bichos que quieren matarla, me ataca a mí, no sólo su líder de raza, sino el futuro rey de su país. No sé qué pretende.

Ignoro los ataques de la joven, que a fin de cuentas no pueden hacerme demasiado, y me centro en atacar a los tres oponentes restantes. Esquivo la mesa que me lanzan; luego, ataco con magia, intentando hacer un campo de fuerza que les afecte a los tres, que les lance hacia atrás.

Los libros me dan en la espalda y son molestos, pero más molesto será no acabar con esta situación. Así que decido ignorarla. Completamente.

Mis soldados caen bajo la magia del príncipe. Maldición, es más poderoso de lo que supuse en primer momento. Asqueroso déspota chupasangre, seguro que se nutre del poder de nuestro pueblo para fortalecerse. Arengo a mis compañeros.

-¡Vamos, hermanos! ¡No podemos flaquear ahora! ¡Seguid adelante! ¡Hasta la victoria siempre!- marco mis palabras golpeando con un libro en la cabeza de una de las chicas. La furia alimentará las llamas de la rebelión. Casi lo hemos derrotado, ya debe de estar cansado. Los niños buenos criados en palacios no saben aguantar la lucha como lo hacemos en los barrios bajos.

La magia del líder hace que las dos chicas salgan despedidas hacia atrás con fuerza, golpeando la cristalera del fondo y callendo al vacío.

El otro joven algodonoso saltó sobre la cabeza de la chica claritas y realizó su operación asesina pasándole las manos por la cara y nariz.- Muere negra. Mithos lo ordena.

Aquellas esporas eran mortales, pues hinchaban sus pulmones con hongos. Sólo existe un pequeño radio de acción. Unos minutos.
Felhlo no corrió tanta suerte al estar sola.

Me deshago de las dos sirvientas. Sin embargo, el otro bicho no tiene la misma suerte y se lanza contra la muy maleducada. Atacó al bicho con un conjuro, intentando apartarlo de la joven (y si de paso muere, mucho mejor) y, rápidamente, me acercó a la claritas para hacer que expulse, mediante magia, lo que sea que le haya pasado el bicho. Espero que, al menos ahora, la muy maleducada no me ataque.

Con las dos chicas fuera de combate, sólo quedamos el chic verde y yo. Aún podemos acabar con ese hijo de rata. Me armo para el ataque final pero entonces ocurre lo inesperado: se vuelve contra mí. No puedo creer. Supongo que forma parte del juego: no creo que un guerrero tan dispuesto a la lucha y con tan buenas ideas contra el usurpador del poder sea un traidor. Casi río cuando me ordena morir.

- Eh, no, hermano, atácalo a é...- extiende su mano sobre mi nariz y boca y siento que me ahogo. Creo que este juego no me gusta tanto como antes...
No sé si por fortuna o por desgracia el princíasco acaba con él y me ayuda. Siento cómo el aire vuelve a mis pulmones poco a poco y respiro.

-Esto... no cambia nada... principucho- le digo entre jadeos.

*La escena está limpia. Tampoco se ha conseguido capturar a ningún joven con vida*

El bicho muere, y la claritas pronto comienza a respirar con normalidad. Menos mal. Por maleducada que sea, no me gustaría que alguien de mi raza muriese delante de mis narices. Sería una deshonra.

La observo mientras va recuperando el aliento, esperando, tranquilo, por si surge algún problema. Por suerte, la claritas pronto se recupera del todo. Al lograr respirar de nuevo con normalidad, no tarda en volver a insultarme. Frunzo el ceño. Realmente no entiendo lo que ocurre. Pero ahora no tengo tiempo para preocuparme por ella. Hay mucho que hacer, mucho que pensar. Muchos heridos. El Palacio está destrozado.

Suspiro.

—Espero que hayas aprendido la lección para la próxima. —La miro—. Respeta a tus superiores. Ahora, descansa.

Y dicho esto, desaparezco.

*se va*

Toda esa arrogancia me enferma. ¿QUE RESPETE A MIS QUÉ?

-¡Solo respeto a quienes se ganan mi respeto, estúpido déspota amanerado!- grito a su ausencia. Todo ha salido mal. Era mi oportunidad para acabar con esa lacra y el error de mi compañero nos ha costado caro. Lanzo una mirada a su cuerpo, y me acercó a cerrarle los ojos.

- Has luchado bien. La Resistencia no olvida a quienes luchan en ella. Honraremos tu memoria el día que la rebelión triunfe- susurro apesadumbrada, y le tapo los ojos con un libro abierto. Salgo con paso solemne de la biblioteca. La caída de mis compañeros en la batalla siempre me deja un peso en el pecho muy difícil de aliviar. Será mejor que me vaya a dormir, ha sido una noche demasiado intensa.

*Se va*

La biblioteca es un buen lugar para mí, aunque también parece haber sido atacada. Ya casi no se nota, pero quedan pequeñas señales, pequeños resquicios... Y es extraño. No me parece que una biblioteca pueda ser, en ningún caso, el lugar ideal para un enfrentamiento. Sis estrechos pasillos dificultan la movilidad, hay muchos obstáculos de por medio y, sobre todo, una buena biblioteca siempre ha de tratarse de un sitio tranquilo sin hueco para la violencia...

Camino distraído, recorriendo el lugar, contemplando los desperfectos. También, sin darme cuenta, mis ojos se van aquí y allá, descubriendo libros interesantes para leer. No puedo evitarlo, incluso en mi situación...
Si estoy en un lugar como este tampoco necesito ir a la Torre...

*pasea*

Amatista en mano, custodiaba la biblioteca. No era que buscase nada, pero buscaba. Correteaba, paseaba, me paraba y caminaba otra vez. Los libros estaban muy altos, pero algunos no tanto. Aún así, no quería ninguno. No quería los libros.

Vi una figura aparecer por un lado del pasillo y me quedé quieta, mirándola con atención. Luego eché a correr hacia ella. Era un grande, como los demás, pero era un grande pequeño. Enarbolando a Amatista, corrí hasta su altura y me paré a una corta distancia, dejando el filo de la guadaña cerca de él. Después, de golpe, la retiré y sonreí.

-Bienvenido al reino de las hojas -saludé.

Enseguida me pego a la pared, al sentir que voy a ser atacado. Sin embargo, por suerte para mí, la parvus parece pensárselo mejor y no lo hace. Ya van dos veces en dos días... Si es a esto a lo que se refería el señor Brumm, no me gusta... Aunque ya no me sentía muy convencido antes de que me empezase a atacar la gente...
Suspiro, componiendo una sonrisa. Alzo una mano y la saludo.

"Cuánto tiempo", escribo, mostrándole la pizarra.

Es extraño regresar y ver que, obviando el ataque, no parece que nada haya cambiado demasiado. En fin... Es agradable, por supuesto, pero también de lo más extraño. Quizás esperaba otra cosa... Pero no es así.
Aunque, fijándome bien, noto algún matiz diferente en ella.

Asentí con entusiasmo, dando un par de golpes en el suelo con la base de Amatista. Luego alcé la mano yo también, imitando su saludo.

-Sí, sí -repetí-. Tiempo.

Di un par de vueltas a su alrededor, animada. Era gracioso porque era oscuro y blanco, pero al revés que el chiquillo. Aunque se parecía al chiquillo el algo. No sabía en qué. Le di un par de palmaditas en la espalda.

-¿Ya te has ido del agua? -pregunté.