Comedor

Demasiado calor, y demasiado contacto. Le aparté la mano a Gerald, que me estaba poniendo pinzas en la mandíbula. O lo intenté, bueno. ¿Por qué tenía pinzas en los dedos. Qué desagradable, por favor. Y encima tenía un montón de ropa encima, y se me iba a caer. A mí nadie me ponía ropa encima de esa forma. Cogí el montón y se lo pasé a Gerald. Encima, la ropa hablaba. Nada, nada.

-Será tu boda -sugerí a Gerald-. A mí me falta aún la novia. Tú coge a alguna de tus pelirrojas y organiza algo.

Me dejé resbalar por la silla y me quedé tumbado debajo de la mesa, boca arriba. Cerré los ojos y me los tapé por la mano, pero no me sirvió para dejar de ver formas y luces. Al menos, el suelo estaba fresco. Aunque se movía más de lo que desearía...

Todo me da vueltas. No sé bien qué pasa. Y esos dos hablan y hablan, y ya no sé ni en qué idioma. Será piscis.
No, piscis no. Mamá intentó enseñarme piscis, y aprendí un poco. Y eso no suena a piscis. Que por mal que se me dé, sé diferenciarlo. Faltaba más.

Tengo frío. Me castañetean los dientes, al menos. Aunque a la vez sienta que me aso y me derrito. Es extraño. Y hablan de bodas, ¿no? Sí, de bodas...
Va a ser la boda de Haken. Tengo que ir a verlo. Y me han comprado este vestido tan horrible... Y tan incómodo.

-No me quedan bien los volantes, ¿verdad que no? -les pregunto, levantando un poco la falta.

No, desde luego. Soy más de pantalones. Que son más cómodos. Aunque si tuviese que elegir un vestido, que al menos no tenga volantes. Me siento gorda.
¿Me han crecido las tetas?
Me las toco para comprobarlo. Pues no. Será el relleno del bolsillo.

-Chicos, por favor... Vámonos al lago. Hace frío aquí. En el agua se estará mejor -les pido.

Y no me gusta que me miren las paredes, con esas manchas que se multiplican.

El tiempo pasa muy despacio. Es como si llevase meses aquí, pero no habrán pasado más de unas horas. O menos. Minutos. Segundos.
Quizás no hemos llegado al comedor siquiera, y seguimos en...
¿En dónde? ¿Dónde empezó todo esto?

-¿Y Fera? -pregunto, mirando alrededor-. ¿Ya se ha ido?

Al final, la luz desapareció. Por fin. Estaba harto de la luz. Abrí los ojos, pero lo que veía no eran más que sombras, sombras ondulantes. ¿Dónde me habían metido? Estaba en el suelo. Encerrado...

Rodé a un lado para salir de mi prisión, pero di con unos pies y tuve que sujetarlos antes de que me dieran una patada. Tiré de ellos un momento y los mantuve sujetos, luchando contra... quien fuera, antes de soltarlos y rodar al otro lado. De nuevo, pies me cortaban el paso. Los agarré, pero resultaron ser pies muertos, nada más que fino hueso limpio. Otro preso, uno que no había conseguido salir. Me arrastré por entre sus piernas para salir. Me costó levantarme, pero cuando lo hice, me encontré dos caras mirándome. Me quedé helado.

-¿Qué hacéis vosotras aquí? -pregunté, sin entender. Una me hablaba, pero la otra era la que tenía información-. ¿Fera? ¿Fera Twinkle? No ha sido ella, ¿por qué iba a encerrarme ella?

Entonces me acordé de cuando había matado a Frikka. Y a Gerald, también había matado a Gerald. Él iba a matarme a mí, a fin de cuentas. Me apoyé en un saliente y las miré a ambas, muy serio. Resultaba difícil enfocarlas.

-Tenemos que salir de aquí -señalé.

Que dejen de hablar todos, por favor. Hablan demasiado alto, y son demasiado. Y eso que me he criado en una casa con cuatro hermanos más. El ruido que esos podían hacer no era poco. Pero aquí no son cuatro. Por lo menos son cuarenta, parloteando todos a la vez contra mi oído como cotorras.
Que paren, por favor. Me duelen los oídos. Así que me los tapo con los dedos. Entonces suena ese sonido a cerrado, a silencio, como si tuvieses la cabeza metida en un bote.
El sonido del cuerpo, dicen.

El tipo este se me arrima al cuello. Me deja llena de pringue en cuanto me lo toca.

-Pero no me escupas, tío -me quejo, apartándome. Ya me ha cortado el rollo.

Está muy mojado. ¿O soy yo? Es cierto, que me estaba derritiendo. Soy como una vela encendida. Quizás por eso no puedo moverme. O por eso pasa tan despacio el tiempo.
Eso no tiene mucho sentido.

Al lago. Vamos al lago.
Me levanto, apoyándome en la mesa. Me estoy tambaleando.
Me levanto.
Ah, ya me había levantado antes. ¿Entonces ahora que he hecho? Quizás asentarme. O alevantarme. Será eso, seguro.

-A saltar de la cascada -determino muy segura, buscando la puerta. Cada vez que la ubico se mueve a otra parte, pero está ahí, la veo-. Has perdido la apuesta-. ¿Y por qué me acuerdo de eso ahora?-. Tienes que saltar de la cascada. Solo así podrás volar.

Volar.
¿Podría volar ahora? Me siento muy ligera. Estoy casi segura de que podría volar.
Aunque para ir hacia la puerta tengo que ayudarme de las manos a cada poco, que me estoy tambaleando a ratos. Es porque hay un terremoto. Ya avisaban de que venía raro el tiempo esta temporada.

El lago. Sí, el lago podía ser una buena opción. Allí no nos encontrarían. Allí podríamos irnos. Asentí, convencido, y sentí cómo se me iba la cabeza. Pero entonces Fier puso sus objeciones, porque Fier siempre tenía objeciones, siempre algo que puntualizar, y solté un gruñido, impaciente. La miré, muy serio.

-Escúchame bien -le advertí-. No voy a poder volar nunca. Nunca, ¿me oyes? No sigas intentándolo. Ya he tenido demasiado. Habrá que ir andando.

Me eché hacia ellas... Ellos... ¿Gerald? Había que irse. Me eché hacia ellos y los cogí a los dos, a cada uno de un brazo, y tiré para hacerlos avanzas. Teníamos prisa.

¿Que no puede volar? ¡Pues claro que no! Él no ha sido el que ha perdido la apuesta. Parece que se lo tenga que explicar todo. Qué agobio, por el amor de una madre. ¿O éramos hermanos? Sea como sea, no puede enamorarse de mí. Tendré que dejárselo claro antes de que vuelva a intentar nada. Cierzo es muy cariñoso, pero hay que saber poner límites. El incesto no es una opción.
Y pese a todo dejo que me agarre para seguir adelante. Hacia la puerta, que se aleja y se acerca, adelante y atrás y así todo el rato. Tanto que no hay quien la agarre. Pero al final consigo abrirla. ¿O cerrarla? Cerrarla. Si no está cerrada no se puede salir. Pero además tendremos un solo segundo para hacerlo Todos a la vez.
Menos mal que tengo estas gafas que me permiten ver el momento exacto. Ya le dije a Retales que no valían solo para quedarse preñada.

-A la de tres hay que saltar -les indico, mirando hacia el hueco de la puerta, esperando a que aparezca el vórtice que nos llevará al otro lado-. Una...-. Me preparo-. Dos... y...-. El vórtice empieza a brotar. Es de todos los colores y más. ¡Y solo tenemos un segundo!-. ¡Ya, venga! -los apremio.

Hay que salir antes de que estalle la habitación. Los niños espora nos están buscando.

Los dos me seguían. Gerald (¿de verdad era Gerald?) se me echaba encima otra vez, así que trastabillé en un par de ocasiones. Encima, el terreno cuesta arriba era resbaladizo, así que cualquier paso en falso podía llevarnos a caer. A los tres, porque íbamos muy juntos, echados unos encima de otros. Esquivé un pájaro que se me echaba encima, y me dejé guiar por la voz de Fier, que señalaba la dirección a seguir.

Costó bastante dar con la salida. La puerta se abría y cerraba, y no parecía del todo dispuesta a dejarnos salir. Al final, sin embargo, dimos con la manera de escapar. Sí, escapar. Teníamos que marcharnos. Hacía demasiado calor en aquel infierno.

*Se van*

Es buena hora para venir a cenar. Solo espero que no lo hayan pensado muchas personas a la vez. No me molesta cuando alguno te saluda, pero no quiero que la cena de hoy se convierta en una fiesta multitudinaria.

En cuanto llego tomo asiento en una de las mesas que están pegadas a la pared y espero a que alguno de los miembros del servicio venga a tomarme nota. Tarda un poco, pero acaba por acercarse una chica que ya he visto varias veces, que sonríe cuando me ve. Intercambio algunas palabras, en una breve conversación, antes de pedir la cena definitivamente: una ensalada y un vaso de agua. A muchos les sonará escaso, pero no hace falta más, y menos por la noche.

*se queda*

Ben se había hecho con una toalla cuando había entrado en el palacio, pero eso no quitaba que tuviera todavía el pelo mojado y revuelto. De todas formas, para ser ella, estaba relativamente decente. Nada que fuera digno de mención, ni mucho menos de espantar a nadie, en su opinión.

Y, después de una tarde entera de hacer monerías, tenía hambre, y mucha. Sonrió al ver que no era la única que había decidido matar el gusanillo nocturno. Con un saludo pseudo-militar, se acercó a Alehyss, que ya estaba sentada a una mesa, y se sentó frente a ella con toda naturalidad y una sonrisa de oreja a oreja.

-Anda, tú por aquí -comentó con tono animado-. No molesto, ¿no? ¿Cómo va todo? ¿Ya de retirada?

Apenas se ha ido la chica y llega otra: Ben. No ha dudado un instante, por lo que he podido ver. Le dedico, de todos modos, una inclinación de cabeza, a modo de saludo.

-Tranquila, siéntate. Acabo de pedir. No me importa cenar con compañía -me limito a decir, aceptando que se haya invitado a mi mesa ella misma-.Algo así -comento-. Quizás haga algo antes de dormir, pero he dado el esfuerzo físico por finalizado-. A no ser que alguien venga a ofrecerme algo de sexo. La reviso entonces, curiosa, sin ser evidente pero sin ocultarla-. ¿Y tú? ¿Has estado entrenando bajo la lluvia? -inquiero-. ¿O solo era un paseo? Sea como sea, qué motivación...

Ben se lo pensó un momento. ¿Había estado entrenando o era todo pura juerga? No lo tenía muy claro, la verdad. Un poco a medias. Claro que no quedaba muy bien ir por ahí diciendo que una no entrenaba. De hecho, una entrenaba y estaba lista siempre para servir a Brontë. Siempre, siempre, siempre.

-Bueno, digamos que he estado haciendo algo de ejercicio en los tejados -lo atajó finalmente, encogiéndose de hombros-. Ah, se estaba muy bien a la lluvia. Como está buen tiempo, se hace agradable.

Era mejor que un sol demasiado brillante, y Ben era amiga de la lluvia. No tenía ningún problema con ella. Además, eso hacía los saltos por los tejados más emocionantes.

Llego a alzar las cejas, en una suave sorpresa. Temeraria, cuanto menos. Hace que me sienta un poco remilgada, así que termino por no decir nada sobre lo poco que me gusta la lluvia.

-Eso hará el ejercicio más interesante -comento, esbozando una sonrisa-. El terreno gana en peligrosidad cuando llueve. ¿No te has llevado ningún susto? -inquiero, pero sin preocupación. Más con curiosidad, entretenida, como quien espera sacar una buena historia.

En lo que hablamos se acerca la chica del servicio con mi cena y aprovecha para saludar a Ben y preguntar si quiere algo. Me mantengo a la espera. La ensalada se come fría, así que no tengo problema alguno en esperar un par de minutos antes de empezar a comer.

Ben iba a responder, pero entonces llegó la cena de su compañera. Cuando Matilda se dirigió a ella, y tras intercambiar un par de frases, Ben le pidió unas albóndigas con arroz para cenar. Pronto se quedaba de nuevo con Alehyss, a la que sonrió.

-¿Qué era lo que...? ¡Ah! Sí, lo de... eso -recapituló, un tanto ambigua-. Bueno, hoy no he tenido ninguno, que recuerde -. Se encogió de hombros-. Ya he tenido unos cuantos otras veces. Me acuerdo de cuando me rompí la muñeca -. Hizo una mueca de dolor-. Esa fue especialmente mala. Pero bueno, todo pasa -. Mostró la muñeca y la rotó, dejando oír un par de "clacs" al hacerlo-. Nada grave ya. Me han dicho que tú vas por allí también, pero nunca me ha cuadrado verte.

Se reacomodó en la silla y echó un vistazo a la cocina, por ver si venía su comida.

La muñeca. Hago una mueca leve, sin poder evitarlo. De heridas de guerra podremos hablar todos por aquí, imagino. O casi todos.

-Yo, por suerte, no me he roto nada. Aunque sí he tenido algún contratiempo por perder la agilidad dos milésimas de segundo. Y los resultados suelen ser peores cuanto mayor es la altura a la que una se mueve -comento, animándome un poco. Alzo las cejas, entonces-. ¿Te lo han dicho? -inquiero, extrañada-. ¿Quién? Es cierto que paso tiempo en los tejados, aunque yo soy más de ir cuando no llueve.

Ben ladeó la cabeza. Alehyss se expresaba de forma un poco rara. Debía ser estudiada, por las cosas que decía. De todas formas, asintió.

-Bueno, yo suelo intentar aprovecharme de eso -explicó-. Muchas veces trepo a las zonas más altas y voy avanzando hacia abajo. Así puedo aprovechar mejor la velocidad a medida que caigo. Funciona bien.

Las albóndigas llegaron en aquel momento, y Ben agradeció el servicio a Matilda con su habitual entusiasmo. En seguida atacaba al plato.

-Lyam -respondió, ya con la boca llena-. Dijo que él iba, y que tú también. Le dije que sería divertido reunir a los acróbatas alguna vez. Que a lo mejor hasta podíamos montar un número. Creo que no le hizo mucha gracia... En seguida me dijo que nadie hacía acrobacias ni números ni nada. Oh, bueno, me dijo que a ti te haría aún menos gracia. Yo lo decía un poco de broma, eh...

Eso desde luego. Las alturas me gustan. Me resultan excitantes, de alguna manera. Asiento, entretenida. La verdad, podría ser interesante ver esas habilidades suyas tan temerarias en acción.

Llega su cena y, por tanto, empiezo a comer. Al final la espera ha hecho que el hambre creciese, así que el tomate y la lechuga, frescos, me saben especialmente bien. Tomo, además, un pequeño trozo de queso, en el segundo bocado. Y cuando llega el nombre no puedo evitar una ligera sorpresa, y alzo las cejas.

-Vaya, Lyam... Entonces habrá sido hace tiempo, ¿no? -inquiero, relajada-. Lleva un tiempo fuera-. Quizás ella pueda decirme algo. Sonrío, entretenida, cuando termina de hablar. Siempre con esa publicidad tan optimista por delante-. Bueno, creo que tengo fama de ser demasiado seria -admito, tomando un sorbo de agua. Una fama merecida, supongo-. Pero aceptaría ver qué sabes hacer. Podemos practicar algún día en los tejados -propongo. No es una propuesta muy seria, pero lo suficiente como para aceptarla si se da la posibilidad.

Ben se encogió de hombros.

-Bueno, algo hace, sí -asintió.

No sabía que Lyam estuviera fuera, aunque tampoco le pareció extraño en absoluto. Por una parte, salir por ahí era algo que se suponía que debían hacer. Por otro, no llevaba precisamente la cuenta de los pasos de su compañero, pero sí era cierto que hacía algún tiempo que no lo veía. Otra explicación podría haberle parecido plausible, pero aceptó la de la chrysos con toda naturalidad.

En cambio, que accediera a lo que ya ni se había molestado en pedir, dadas las expectativas, sí la sorprendió un poco. Sonrió, al tiempo que atacaba una de sus albóndigas.

-Ah, ¿ves? -señaló-. Una chica de intereses interesantes, claro que sí. Bueno, pues cuando quieras. Supongo que cuando deje de llover. Salvo que quieras dentro, claro. A mí, en general, me parece que los alpinismos en los tejados tienen más chispa.

No me puede dar información, entonces. No he oído mucho de él, de o que pasó con él después de la última vez que lo vi. Dejó algunas cosas, o eso me dijo el servicio, así que no tengo claro si planea volver o no. No se ha despedido. No me sorprendería ninguna de las dos cosas, realidad. Ni que volviese ni que no lo hiciese.

-Bueno, me parece una buena idea. Estaré un tiempo fuera, así que en función de cómo sean los días quizás tengamos que posponerlo a mi regreso. Pero aquí somos personas ocupadas. Supongo que no dependerás de mí para estar entretenida. Y sí, mejor cuando no llueva.

Las palabras pueden sonar algo bordes, pero estoy tranquila, de buen humor. Sigo comiendo, con apetito pero despacio, e intercalando algún sorbo de agua de vez en cuando.

La sonrisa terminó de afianzarse en la cara de la mestiza. Asintió, conforme.

-Entonces preguntaré por ti cuando vea salir el sol -decidió-. Y si para entonces ya te has ido, pues ya volverás. Yo estoy pendiente también de moverme un poco, pero no creo que me vaya muy lejos. Aunque todavía no lo sé, así que no debería decirlo tan convencida.

Recordó, con su comentario, la extraña anécdota del bosque. Se inclinó ligeramente hacia adelante, al tiempo que acababa con otra de sus bolitas de carne.

-¡Buf! Si yo te contara... Últimamente me pasan unas cosas, que como para aburrirme -respondió, divertida-. Te cuento: El otro día salí a tocar un poco y...

*Fin de escena*

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