Balcones

Dejo que el aire me acaricie un poco la cara, meciendo el flequillo, apoyada sobre la barandilla con ambas manos, con la mirada perdida en ningún lugar concreto, en medio de la oscuridad. La noche es más fresca de lo que ha sido el día, más agradable, e incluso he tenido que cubrir mi fina blusa azul claro con una chaqueta de punto beige, también fina, que no arropa más que un poco.

No miro nada en particular. El día ha sido tranquilo, como lo han sido otros recientemente. La gente viene y va algunas veces, nada más. Pero, de alguna forma, no diría que la tranquilidad es absoluta. Siempre tengo la sensación de que muchas personas están alerta, como si se encontrasen al tanto de un peligro inminente, comi su fuese a estallar una presa cercana.
Hay que estar preparados para todo, he oído decir.

Me acomodo las gafas y compongo, de pronto, un gesto algo más serio, como si algo acabase de incomodarme. Pero no hago más referencia a ello. No hay nadie más, a fin de cuentas.

*se queda un ratín*

Ato una sábana más al extremo de la última. Creo que tal y como lo llevo ya debe de ser suficiente para llegar tres pisos abajo. Tiro de los extremos del último nudo con fuerza en dirección opuesta para comprobar que está bien amarrado y luego dejo la tela en el suelo.

Me aprocimo a la pequeña columna y hago un nudo de los que nos enseñaron a hacer para cazar presas grandes; esos que cuanto más tiras más se aprietan. Tiro un poco para afianzar y lo dejo listo.

Ahora toca colocarse bien la tela en las piernas para permanecer firme. Un primer nudo en la cintura y luego me la enrollo a una pierna para que la fuerza no tire directamente del nudo de la cintura. Así habrá menos posibilidades de que se suelte.

Una vez listo me acomodo la máscara y miro por la ventana. Es algo peligroso, pero ya casi no me preocupo de la muerte. Entre mis conocimientos de la tribu y los que llevo aprendido de estas personas mi escapada de ella es casi perfecta.

Me subo al borde, miro al interior y entonces me dejo caer hacia atrás tratando de ir lo más recto posible para no chocarme contra la fachada en el salto.

Siento el primer escalofrío de la altura y la velocidad unido al desconcierto inicial del equilibrio. Cierro los ojos un momento. Esto debe de ser lo que llaman "relajarse y disfrutar". Empiezo a girar rápidamente en torno al segundo piso desde arriba, mientras la sábana se desenrolla de mi pierna. Finalmente siento un último tirón y preparo el cuerpo para tenerlo erecto e impedir lesiones.

Cuando me detengo aparezco boca abajo con las manos agarrando la sábana que nace de mi cintura y los pies unidos en triángulo. Delante de mi cara hay alguien.

—Buenas noches —.

La tranquilidad se rompe cuando algo cae del cielo. Soy incapaz de mantener la compostura en el momento, y el sobresalto, además de hacerme apartarme de la baranda con los ojos muy abiertos tras las gafas, me hace dejar ir un grito agudo, no muy estridente pero reconocible. Escucho mi propio corazón en los oídos, y centro los ojos, que brillan un poco, en la figura que acaba de aparecer.
No he sabido reconstruir el rostro, normalmente sosegado o amable. Ahora muestro una sorpresa evidente, y mi cuerpo no parece saber qué actitud adoptar. Si hubiese sido un ataque sorpresa...

-Buenas noches... -respondo arrastrada por sus palabras, casi sin saber qué digo.

No recuerdo su nombre. Es como si no lo hubiese sabido nunca, aunque sé que lo he visto antes.
Sigo con la vista las telas que lo atan, como buscando una explicación al repentino evento.

-Eso... No es una tela muy resistente -termino por decir, con la garganta algo cerrada todavía, pero más entera-. Deberías tener cuidado.

El corazón se tranquiliza, pero sigue retumbando en los tímpanos.

Me sorprendo un poco cuando salta hacia atrás y da un grito y apuro a desatar el nudo de mi cintura y girarme para ponerme en cuclillas en la baranda y mirarla. Creo que la he visto antes, hace mucho. Sí, su cara es redonda y reconocible. Parece que pueda cazarla porque tendría buen sabor.

Miro la tela cuando me dice que no es resistente y tiro un poco de ella. Es verdad, pero era la más flexible que tenía a mano. Aunque con los ruidos que ha hecho al descender creo que no bajará muchos más pisos. Asiento.

—Suficiente para emergencias. Tú sabes eso, ¿es que ya te tiraste por el balcón con ella? ¿O lees libros? —Son las dos formas de saber cosas. Yo sé que no puedo usar estas sábanas para dormir colgando de un árbol porque las he usado, pero muchos aquí saben cosas porque las leen en los libros.

Estiro una pierna para ponerme de pie en el suelo.

—No te asustes, no vengo a traerte la muerte —Le digo. He aprendido que es útil para evitar problemas. Sobre todo con los chrysos que limpian.

En lo que se desata y se pone del derecho voy recuperando la compostura por completo. No sonrío, sin embargo. No luzco una mueca, pero la sonrisa parece algo reticente a salir.
Niego con suavidad, más desenvuelta.

-Sé de telas -le explico, cauta-. No porque haya leído, aunque lo he hecho, sino porque las trabajo. Y una tela de sábana como esa...-. La miro de nuevo, sin descubrir nada inesperado. Llego a extender los dedos para rozarla-. Si se rasga en un extremo se romperá enseguida.

No viene a traerme la muerte. Algo me suena, algo de lo que dijo la otra vez, al escuchar esas palabras. Formo, al fin, una sonrisa leve, que muestra un gesto más relajado.

-Entrenabas, supongo -le digo, mirando hacia arriba de nuevo, como si calculase la altura que ha caído-. No sé de dónde sacáis el valor para hacer eso -confieso-. Debes de tener mucha experiencia-. Callo un momento, como si me mordiese la lengua, como si pensase-. Creo que no sería capaz de saltar desde ahí ni con una buena cuerda. Me fallarían las fuerzas -termino por decir.

Escucho cuando me dice que sabe de tels y miro la sábana como si fuese a descubrir algo nuevo. En la tribu había muchas mujeres que trabajaban los tejidos y las pieles. También algunos hombres. Era necesario para cubrirse.

—¿Viniste a trabajar las telas? —Le pregunto. Me gusta que sepa tener mucha información con un solo vistazo.

Asiento a su pregunta y miro arriba con ella, esperando encontrar lo que parece que busca. La miro de nuevo.

—Siempre escalo. Saltar no es difícil y tampoco va a alcanzarme la muerte —La miro con desconcierto, aunque para ella siga diendo una máscara que la mira fijamente. —¿Por qué fuerza? Es como tumbarse en el agua. Hay que colocar el cuerpo y dejarse ir —Me echo un poco hacia atrás, abriendo los brazos, imitando el gesto de flotar en el agua de espaldas.

Ya estoy más relajada.
Niego a su primera pregunta, pero entonces dudo y ladeo un poco la cabeza, como si estuviese sola y simplemente pensase. Luego, de nuevo, niego, algo mas insegura esta vez.

-Vine a unirme a Brontë -le explico, y aunque no titubeo la voz tampoco es firme. Simplemente es franca, calma-. En la ciudad estudié costura, y también aprendí por mi cuenta. Aquí soy guerrera, pero además de eso confeccionó corazas de cuero para aquellos guerreros que lo deseen. Y cualquier otro accesorio de tejido si me traes los materiales -añado, ganando emoción en la voz-. Si deseas una coraza estaré encantada de encargarme.

La otra vez también nos vimos aquí, recuerdo. También escalaba. Quizás ahora tema menos a esos saltos que parecen tan peligrosos.

-No fuerza -explico-. Me refería al valor para hacerlo. No tengo la habilidad que tú tienes. Estoy segura de que si saltase terminaría por dar con la muerte yo misma -explico sim estremecerme, pero con una sonrisa algo amarga.

Dice que viene a unirse a Brontë y no dudo en mirarla un momento con atención. Incluso me muevo un poco para rodearla. Busque por donde busque no encuentro nada parecido a un guerrero, pero aquí hay mucha gente que no parece lo que es.

Mi atención se centra en eso que dice de que hace corazas y me miro el pecho para luego tocármelo un momento. No estaría mal. Asiento.

—Sí, sería útil. Pero tiene que ser ligera —Le pido.

Su explicación me aclara su respuesta anterior y miro desde el balcón abjo perdiendo la vista en la oscuridad del suelo.

—Puedes avisarme si alguna vez tienes que saltar. Muchas veces cargo con comida mientras escalo —Ella dijo que me haría una coraza así que puedo agradecérselo enseñándole un salto.

Lo sigo con la cabeza, con los ojos, cuando me rodea. No llego a decir nada, y la inspección dura poco. Para entonces ya sonrío tranquila, contenta, como casi siempre que trato este asunto.

-Puede ser ligera -corroboro, con un asentimiento-. Tengo algunas en proceso, pero puedo encargarme de la tuya también. Si me acompañas al cuarto en el que tengo mi taller tomaré las medidas de tu torso para poder encargarme -le propongo educada, con tono suave.

Alzo las cejas entonces, cuando dice lo de saltar, y la sonrisa se vuelve algo nerviosa. Bajo la vista al suelo un momento, me recoloco las gafas y lo miro de nuevo.

-Me lo pensaré. No es que tenga muchos motivos para saltar, pero...-. Dejo ir una risa suave, breve, algo tensa-. He escuchado por los pasillos que nunca se sabe qué pasará.

Asiento contento cuando dice que puede ser ligera y me sorprende un poco cuando me propone ir ahora mismo a tomarme medidas para hacerla. Me gusta cuando las cosas son rápidas.

—Bien, vamos entonces —No me desvito al momento porque ha dicho que vayamos a su taller, donde seguramente tendrá las herramientas necesarias. Esperaré a estar allí entonces.

Luego la miro con curiosidad cuando me responde mientras ya vamos andando hacia adelantro.

—El destino es incierto, pero uno puede encontrar el camino que... —Le voy explicando mientras entramos en los pasillos. Ya no me resulta tan raro caminar con alguien en lugar de saltar por los techos. Todavía no soy capaz de recordar el nombre de esta chrysos, pero tampoco creo que sea necesario.

Me acerco a uno de los balcones porque antes había gente corriendo por todas partes. Ahora parecen haberse calmado, pero se sigue viendo el movimiento preocupado por el interior.

El exterior parece totalmente opuesto. El dragón de la entrada me ha sorprendido mucho. Me gusta. Pero no parece caótico como todos los de dentro antes.

A fin de cuentas ya parece que se hayan calmado las cosas así que no se trata de ningún enemigo.

Subo de nuevo para ver al dragón desde una de las torres. Voy a acercarme. Tiene montura así que tiene que ser de alguien. Yo quiero montarlo.

Poso los pies en la barandilla con suavidad, quedándome un instante de cuquillas sobre ella ahora que nadie me ve. Cierro los ojos y disfruto de la brisa un último instante antes de dejarme caer. Ha estado bien, pero se acabó...
Hasta yo sabía que no me podía pasar el día volando y huyendo de todo, aunque la libertad de poder hacerlo en Brontë seguía causándome un cosquilleo. Alargué las piernas con las manos apoyadas en la barandilla y me dejé caer de un salto, quedando de pie. Me sacudí el polvo que pudiera haber quedado y me giré para contemplar las vistas.
Volar me daba tiempo de pensar en todo o de no pensar en nada. Solté el aire en un suspiro y me apoyé sobre el borde del balcón.

Una voz a mi espalda me hace girarme. Sonrío al encontrarme con un rostro familiar al que hacía mucho que no veía y el propio Zacharyas no tarda en remarcar ese punto.

-Buenas tardes. -Contesto con mi sonrisa habitual. -Sí, es verdad. Hacía mucho que no te veía por Brontë. ¿Cómo te ha ido?

Un par de ojos más de los esperados me miran fijamente y mi sonrisa desaparece un poco debido a la sorpresa. Evito abrir la boca sorprendido aunque sí me toma un instante reaccionar.

-Vaya, parece que has tenido un buen motivo para haberte ausentado. ¿Quién es tu acompañante? -Añado sonriendo al bebé en sí.

La forma de hablar del caeruleus y su aura en general, como no tardo en comprobar, siguen teniendo ese aura extraño, si bien ya sea por el bebé o por otra cosa no me transmite la misma sensación de peligro.
Un escalofrío me recorre las alas cuando sonríe, pero mantengo la entereza. Lo contrario sería una estupidez, pienso, simplemente que sonría raro no quiere decir nada. Una idea me cruza la cabeza, ¿parece especialmente feliz? No es como si no hubiera motivo, pero se me hace especialmente difícil interpretar sus gestos. Sin aquella capucha parece más normal al menos...
Asiento a lo que dice y dirijo mi mirada una vez más hacia el bebé cuando menciona su nombre.

-Hola, Julia, soy Adain. Encantado de conocerte. -Añado sonriendo, y alargo una mano para acariciarle la mejilla con un dedo. No es que me gustaran especialmente los niños, prefería los animales, pero el sentimiento era parecido. Además había que ser educado.

-Sí, Brontë puede estallar en cualquier momento, estas cosas son mejor en sitios más tranquilos. -Añado simplemente. -¿Cómo llevas la paternidad? Aunque...Bueno...No sé si es tu primer hijo.

Aparto la mano sonriendo algo avergonzado al padre. Supongo que los animales también son más fáciles. Supongo que "tranquilo, no muerde" y cosas por el estilo no pegan hablando de un humano, así que es un poco más fácil meter la pata.

El cambio de tema me pilla algo de imprevisto aunque siendo un guerrero querrás estar informado de lo que pasa por aquí. Me muerdo el labio por dentro, sin que se note, aunque la sonrisa se suaviza en el exterior.

-Hubo una misión que salió peor de lo esperado. -Bastante peor. -La líder flamma era un traidora. Asesinó a un compañero, Silvanus, no sé si lo conoces, nadie pudo hacer nada. Por suerte un compañero logró encerrarla, aunque salió malherido. Otro, Gerald, un chico chrysos, perdió un brazo. Aunque se debe a algo anterior por lo que sé... -Bueno, había logrado mantener las frases en orden y decirlo todo en voz alta. Hablar de ello era raro.

Alzo las cejas ligeramente cuando responde, sin poder evitarlo. Le miro a los ojos con curiosidad y sonrío ligeramente. Je. Parece que está muy emocionado con todo ello.

-A pesar de las cosas que pasan aquí...Sí que tiene que haber sido aterrador. Pero verás como podrás con ello. -Le digo mientras se me curva la comisura de los labios. Es hasta gracioso, ¿no?