Observatorio.

Esperando pacientemente a que los pasillos se librasen de boros o chicos del servicio, aquel enorme palacio, casi divino, hizo que Flastio, entre espera y espera y entre escondrijo y escndrijo, apareciese, sin saber muy bien como, en el Observatorio.

¡Ay! Ese lugar le encantó. Bajo su picudita capucha negra y con su menudo y rápido cuerpo, inspeccionó la sala, abrió libros y visualizó mapas geográficos, ensimismándose durante bastante tiempo, pero al final, su agudo y esquizofrénico cerebro le hizo levantar la vista y, al ver semejante obra de ingeniería óptica, tan brillante y a la vez espeluznante que con su único ojo apuntaba al cielo, el cual, tembloroso, intentaba taparse con la noche, como si de las enaguas de una mujer se tratasen con estrellas, de la mirada indiscreta de semejante telescopio.

Sólo al verlo, únicamente con verlo, su miembro viril reaccionó con una palpitación.
Bien es sabido por todos que el espía, junto con otros desórdenes mentales, se caracteriza por sufrir erecciones incluso orgasmos cuando algo le entusiasma enormemente, captandolo mediante cualquiera de sus sentidos, por lo que tiró todo lo que tenía entre manos al suelo y se acercó a paso ligero al telescopio para abrazarse a el y acariciarlo, del mismo modo que una madre acaricia lentamente la cabeza de su hijo, lo que hizo que un escalofrío de placer recorriese su espalda. - Que bonito eressss... le susurró en bajo, para, sin más dilación, empezar a babear sobre el, de una manera desorbitada, para pasar su estrambótica lengua por la superficie de metal. Salado, frío, yermo y lleno de restos de las manos de otras personas. ¿Qué puede haber más excitante?
Por lo que su miembro comenzó a reaccionar ante tanto placer.
No paraba de frotarse contra el, de lamerlo, incluso llegó a encaramarse a el para lamer el enorme objetivo, lo que, ante tal explosión de sabor (debido al cúmulo de sustancias que se depositaban el el: marcas de dedos, polvo, pólen... un latigazo de feromonas recorrió todo su cuerpo, produciéndole tal orgasmo que le hizo mojar su ropa interior sin ni siquiera tocarse. Mientras lo hacía, mordía con fuerza el metal, con los ojos abiertos, viendo la luna y la luna, escandalizada, viendo lo que ocurría en Brontë.

Se bajó del enorme telescopio y un poco sonrojado por lo que acababa de pasar (pues rara vez perdía el control... bueno, para qué mentir? Flastio siempre perdía el control).

Se ajustó la ropa, ahora húmeda y de textura extraña para, con un vistazo de soslayo atrás, con la mirada cargada de pena, decidióabandonar a su amado de metal en el Observatorio, para continuar su macabra y tenebrosa inspección.


*se va*

4 Jerseys 2 gorros y 3 bufandas era todo lo que he tejido en este tiempo. Venir al observatorio para tejer tranquilamente después de un infatigable día de trabajo, cocina, charlas y divertimento general era una fantástica idea.
Un candelabro, junto con decenas de antorchas y por supuesto, la luz de la luna que esta noche estaba inmensa, eran la luz que lograban hacerme ver las puntadas.
La verdad es que tengo pensado irme al pueblo de paso a vender mis prendas de ropa, así, tendría un buen dinero ahorrado, para gastarme en cualquier chorrada.

Hace un par de días he recibido una carta de mi vecina. Decía que me hechaba de menos, y es que, ya llevo un año en palacio y ha sido un año fantástico pero... la verdad, me encunentro un poco cansada de un ritmo de vida tan agetreado, quizás... quizás nunca debí hacerle caso a la llamada de Brontë. Además, el rubito ha desaparecido... las cosas se están complicando in extremix... pobre jovencito. Le he rezado a Mithos desde que me enteré de su desaparición todos los días, pero a estas alturas, dudo mucho que aún siga con vida.


Suspiro y sonrío. Bueno, rápidamente recogeré las cosas y me iré a dormir... quizás estar en Brontë una temporada ha estado bien, pero... una parte de mí cree que mi sitio está en mi casa, para vivir mi retiro con tranquilidad... no se. Mañana deliberaré si me quedo o me voy.

Me pongo de pie y me estiro, pero de repente, Bred, mi querido, viejo y maleducado boro, salta del sitio para entornar los ojos y dirigirse hacia la entrada, que comunica con las escaleras de caracol, con una mirada de enfado y desconcierto.

-Bred? que te pasa?- digo dando un par de pasos en la misma dirección.

Después de darse aquella fría ducha, el trastornado flamma había decidido abandonar el palacio aquella misma noche, pero antes quería visitar el sitio que más le había gustado del palacio: aquel maravilloso telescopio que tantos orgasmos le había proporcionado a su desequilibrada mente, pero al llegar, se encontró con una seria e incómoda situación, pues un boro y una anciana que había visto de lejos en una ocasión hace un par de días, estaba ahora, viéndole de lleno.
Se quedó muy quiero y en blanco. ¿Qué hacer? Sabía que era una guerrera, pues pese a que era chrysos y tenía un boro de limpieza, su rodillo le había delatado en la sala de entrenamiento, durante estos días, mientras espiaba a todos los guerreros.

¿Qué hacer? No podría vencerla con magia si no quería ser descubierto, pero... no tenia ningún tipo de arma encima ni a mano.

Ocurre en ocasiones que las situaciones de tensión o simplemente "poco controladas" la enferma y podrida mente del joven ejecutivo se trastocaba ella sola debido a la situación y entraba en un grado de locura mayor y esta, por desgracia, era una de estas situaciones, por lo que sus pupilas se dilataron y, como si de una máquina automática se tratase, encorvó la espalda, quedando con una forma extraña y doblada, con la cabeza echada hacia delante, y de su boca, como si de un trozo de carne pesada y muerta, dejó caer una larguísima lengua, babosa y caliente, cuya punta temblaba sin ningún control de su dueño, provocado, dicho tembleque, por la gran cantidad de daño cerebral que tenía.

Comenzó, sin dar ni una sola palabra, a caminar en círculos alrededor de la mujer y de su boro, con los ojos llorosos de no pestañear, haciendo ruidos extraños con la boca, entre rugido y ronroneo extraño, mientras sus ojos se abrían más de la cuenta mientras una sonrisa macabramente asesina se dibujaba en su boca.

Hacía tiempo que no mataba y... esta sería su última noche en Brontë... ¿Porqué no iba a darse el lujo de irse por la puerta grande con un asesinato? ¿Qué le iba a hacer una vieja?

Ante tal goce para sus sentidos, un tic nervioso comenzó a mostrarse en su cuello. Estaban solos... si era una muerte limpia, todo sería fabuloso, por lo que, cegado por la visión de tal premio y saboreando ya la sangre de su víctima antes de probarla, se agazapó aún a 4 patas, para ráudo como una cobra, dar un salto treméndamente rápido al cuello de la mujer.

Todo esto en el más absoluto silencio, sin decir nada.
Mientras se caza, no se habla y mientras no utilizase magia, nadie los detectaría.

Frunzo el ceño. ¿Quién es este tipo? -Buenas noches-digo con el ceño fruncido, pero al no obtener respuesta, me tenso. -¿Se puede saber quien eres? - digo molesta, ya que, de repente se ha encorvado como un animal y comienza a andar en círculos, a lo que yo, asustada, retrocedo un par de pasos. Estoy nerviosa, pero no por ello voy a aperder los estribos.
Llevo una mano al rodillo y con un giro de muñeca lo desenrosco, para poder sacar mi espada si fuera necesario en cualquier momento.
Bred está furioso, pero el miedo puede con el, lo que hace que se refugie bajo mi kimono, tirando de una de mis chanclas con sus tentáculos para que nos fuésemos de allí, pero yo no estoy por la labor.

-Bred, no te asustes ¿quieres? No se quien eres ni porqué no me hablas ni porqué has adquirido esta actitud contra mi, pero si eres un enemigo, lucharé sin dudarlo.- digo lo más serena posible, poniéndome en guardia, con los puños cerrados, preparada para asestar un buen puñetazo.

Pero su lengua... esa enorme lengua me pone tan nerviosa... es hipnótica... es... asquerosamente vibrante.

Pero como si fuera una somba embutida en su capa negra, salta a una velocidad de vértigo, sintiéndolo ráidamente contra mi cuello, para luego, que un pinchazo de dolor me recorra el cuerpo entero de ies a cabeza al sentir sus dientes clavándose en mi cuello. Ya siento mi sangre brotar, pero esto no me detendrá. Ahora, enfadada, le asesto un profundo y perfectísimamente puñetazo concetrando todas mis fuerzas en él, dirigido hacia la boca de su estómago.

Bred corre nervioso alrededor de nosotros, en silencio.

Rió gravemente al ver como la lenta vieja no pudo evitar su mordisco de cobra hambrienta de sangre, por lo que ahora, mordía lo más fuertemente posible su cuello para con las pupilas clavadas en la luna, saborear la sangre que manaba de su cuello, mientras su lengua ensangrentada relamía sus propias mejillas para automancharse de sangre enemiga.
Eso le excitaba.

Pero su excitación se vio cortada por un certerísimo y poderoso puñetazo revientaintestinos que hizo que su cuerpo convulsionase y se retorciese cual culebra para retroceder a duras penas hacia atrás, bufando y rojo como un tomate, debido al semejante golpazo.
De hecho, calló de rodillas y comenzó a respirar agitadamente, la vieja sabía lo que se hacía y ese golpe le había hecho caer desconcentrado y completamente aturdido, ante el dolor agudo que su estómago acababa de sufrir.

Un arrebato de furia le instó a utilizar la magia, pero ante todo, era un buen espía y solo la utilizaría para huir o si su vida estuviese en grave peligro, pero de momento, aguantaría sin ella.

Desde mi posición herguida, puedo ver como el andrajoso este retrocede ante mi buen golpe. Aunque ante semejante ataque, no sé como no se ha desmayado ya... es uno de mis mejores golpes y le he dado de lleno... por lo que se ve, es un enemigo que, para mi desgracia, se escapa a mi poder... o por lo menos, digamos que es bastante fuerte... es el primero que no cae sin sentido ante mi puñetazo de estómago.
Desenfundo al fin mi espada y con una mano la sujeto, dando una vuelta sobre sí misma para quedar apuntando a mi enemigo, mientras con la otra, arranco un trozo de tela de mi vestido para, en unos pocos y rápidos segundos, vendarme la herida del cuello, que palpita salvajemente. Espero que no haya sido muy grave...


Pero ahora no estoy para pensar en heridas. Tengo a un enemigo que eliminar y no creo que haya mejor ocasión que esta, por lo que me acerco a el lo más rápido que puedo y le propino una fuerte y seca patada en la cabeza, haciendo que mi propia pierna tiemble ante tal golpe.
Incluso yo me hago daño.

-Joder- musito. Si no le he matado con eso... no sé que demonios puedo hacerle, pro me preparo para darle la estocada final y el golpe de gracia, por lo que cojo mi espada y, con una precisión milimétrica, la dejo caér en parábola para cortarle la cabeza de una vez por todas.

-Esto se ha acabado, loco- le escupo con furia mientras bajo mi arma justiciera.

Aún de rodillas en el suelo, y con las manos en el abdomen, el ejecutivo intentó recuperarse de tal golpe, pero ese golpe, no solo le había hecho daño, sino que también había dañado su orgullo y por ello, hecho crecer sus fuerzas para vengarse de tal ataque, pero justo cuando iba a alzar una rodilla para levantarse y continuar la pelea, una patada que le vino desde su derecha se estampó en su cuello, haciendo triscar al mismo de una manera muy extraña y preocupante al mismo tiempo que su oído comenzó a emitir un pitido muy dañino y molesto.

Cayó de lado y medio inconsciente, pero al sentir el filo de la espada caer ante su cuello, el ejecutivo hizo gala de su inmenso poder, por lo que abrió los ojos y estos eran completamente rojos.

Al fin se había decidido a utilizar la magia para terminar con todo esto.

Giró su cuerpo en un giro por el suelo, de modo que la espada de la mujer seccionó de cuajo uno de sus brazos, arrancando un grave quejido de dolor del flamma, que ahora, con un miembro menos, hacía que perdiese mucha más sangre y el dolor lo embargase.
Ya no mostraba una sonrisa en su rostro, solo ira.

Sus ojos eran rojos y sus manos comenzaron a brillar, pronto desataría todo su poder y pronto también le localizarían, por lo que debía actuar muy rápido y siendo el mejor, que por algo era el mejor ejecutivo de "La Sombra del Fuego", pero ahora su brazo muerto yacía en el suelo y el dolor de la herida le corroía las entrañas.
Se estaba desconcentrando por el dolor,

Se levantó de un salto y se agarró el cuello con su ahora única mano, para que, con un sonoro "Crac!" este volviese a su su sitio. Ya no iba a perder más el tiempo. Rápidamente apretó su puño para comenzar a arder todo él en llamas y sin ningún remordimiento y con velocidad impasible, saltó en el aire y le propinó un soberano empujón con ambos pies en el pecho de la mujer chrysos que, sin poder hacer nada por evitar tan mortal golpe, fue directa debido al empujón de un guerrero mucho más poderoso y loco que ella, al hueco a de las escaleras.

Envuelto en fervientes y asalvajadas llamas rojas y naranjas, el flamma dio muerte al boro de un solo pisotón ardiente, y comenzó ya su huida.

Extendió su extremidad en cruz, y su cuerpo comenzó a ser engullido por las llamas que lo rodeaban para así, poder trasnportarse fuera de Brontë, pero cuando ya medio cuerpo estaba calcinado, es decir, transportado, un haz de magia le atravesó de adelante atrás, haciendo que el fuego que lo envolvía se volviese contra el y a parte de transportarle le quemase vivo también, por lo que el flamma, ya sin brazo, se le añadía ahora un siguiente daño: su propio fuego se estaba volviendo contra el y quemando las partes de su cuerpo que aún estaban en Brontë, mientras se retorcía de dolor y chillaba, mientras tanto, otro hechizo protector del palacio, hizo que su cuerpo a medio huir y ardiendo, comenzase a sufrir punzantes dolores internos, como si quisiese explotar, y todo esto acompañado de la magia de las plantas protectoras del palacio, las Duradurras que hacían que su magia se viese menguada.

Y para finalizar, una corriente eléctrica le sacudió, seguramente un hechizo de la dueña del palacio, que hizo que su cuerpo se estremeciese de dolor durante unos segundos.

Entre este caos mágico, el flamma vio su cuerpo fenecer casi, pero no en vano era el mejor hechicero de la organización, por lo que pudo, pese a todos los hechizos que le atacaron de golpe, teletrasnportarse a un lugar lejano y seguro, bastante alejado de Brontë.

Los hechizos protectores habían terminado prácticamente con la vida del ejecutivo loco, de hecho, prácticamente habían podrido el brazo del enemigo, que estaba medio calcinado, quemado, negro, podrido, sin vida ya...

El silencio se hizo en el observatorio, donde un doble asesinato se había cometido: el de un boro y su dueña, pero ella había luchado bien, pues despojar a Flastio de un brazo había sido una de sus peores heridas.

...


El Ejecutivo se apareció a unos cuantos kilómetros de Brontë, poco más lejos de la jurisdicción del mismo, aún envuelto en sus propias llamas evanescentes que había utilizado para combustionarse fuera del lugar, rondando su rostro y cuerpo, completamente quemado y desfigurado, con la cara marchita, la lengua abrasada y el pecho aún humeante y ardiente.
Le había salvado que era flamma y resistía el fuego mejor que otras razas, sino, quizás no habría podido sobrevivir.

Intentó ponerse de pie, pero no consiguió nada, ya que al no tener un brazo, le constaba levantarse solo con uno: estaba hecho una pena. Descansó unos segundos, retorciéndose de dolor, llevándolo casi al borde de la locura más absoluta.

Esta huida había sido determinante para acabar con la cordura del ejecutivo, pues el dolor le había hecho perder el poco juicio que tenía y su cuerpo marchito, no pudo hacer otra cosa que desmayarse, entre convulsiones mágicas y carnales del mismo.

Aún se podían ver restos de magia en su cuerpo, que lo habían cortado y electrocutado, pero, demostrando su grán habilidad mágica (pues era la única que poseía) había logrado escapar de tal horripilante lugar.

Al cabo de unos pocos minutos, un Strell apareció surcando los cielos de la noche. En el: un hombre. El más importante de todos, el mejor. Un número. 43.

El líder descendió del Strell aún en el aire y justo antes de tocar el suelo y convertirse en fosfatina por el golpe, sus pies se volvieron negro y chamuscado humo que amortiguaron la caída.

Se acercó al prácticamente cuerpo muerto y mutilado del ejecutivo, de su mejor hombre de... su hijo.
Lo vio con pena y horror, pero ahora no había tiempo para nada, no ahora.
Se puso de rodillas a su lado y convocó hechizos sanadores para calmar las hemorragias y las heridas más superficiales. De curación, sabía lo básico, pero algo sabía y, con la mayor de las preocupaciones, le recogió en brazos, manchándose de cenizas, de restos de magia y de sangre, mucha sangre, le envolvió en el harapo negro que fue su capa negra y puntiaguda, lo cargó cuidadosamente en el Strell y, azuzando al mismo, ambos volaron hacia Ignis.
No dijo ni una sola palabra. Se le había encogido el estómago al ver de lo que le habían hecho a su ejecutivo. Esto era serio y, sin quererlo, se había convertido en algo personal.

*SE VAN*

No pude con su cabeza, pues era rápido, pero su brazo cayó ante mi espada, que sabiamente, rebana el miembro superior, haciendo que dibuje una sonrisa en la cara, que rápidamente borro al ver sus ojos, cunaod los abre y que son todos ellos de un rojo intenso.
Retrocedo un poco y desclavo mi espada del suelo, y veo, como si de una sombra se tratase, como me propina una patada en el pecho que me hace caer por las escaleras abajo.
-¡¡Ahhh!!

La presión, el vértigo y el miedo se apoderan de mí al verme caer por las empinadas y puntiagudas escaleras de caracol que comunican el observatorio con el resto del palacio.

*CAE*

Al llegar arriba comprendo que lo que sucedió debío de ser un combate. La sangre, el caos, el desorden... El lugar ha sido, claramente, escenario de una batalla. Tengo poco tiempo, por lo que dedico mi atención a reconocer el terreno. Un par de bultos calcinados se encuentran en el suelo. Uno de ellos, mayor y algo aplastado, parece ser el cadáver de un boro (que alguien me explique, por favor, qué ha venido a hacer esta pobre criatura a este lugar). Al acercarme al otro, quizás más amorfo y extraño, no puedo sino sorprenderme. ¿Acaso no es la calcinada forma de un brazo? Las quemaduras que posee lo hacen difícil de reconocer, pero diría que los apéndices que hay en uno de sus expremos son cinco dedos calcinados.

Fuego... Los chrysos poseemos electricidad, la cual puede llegar a quemar debido al aumento de temperatura que puede causar en un cuerpo, pero no a este nivel. Sin duda el causante del fuego ha debido ser el otro (u otros) combatiente.

Fuego y sangre en medio del desorden. Ha debido haber, por lo menos, un flamma o una bestia de fuego en este lugar. ¿Tendrá esto algo que ver con la desaparición de Silvanus? Quizás tenga que ver con la persona a la que he venido a neutralizar...

Al escuchar mi nombre desde abajo me asomo a la puerta. El lífer parvus, Nagorr Brumm, me observa desde las escaleras. Mi tiempo para investigar llega a su fin.

*se va*

Vagando por el palacio, llegamos a una escalera de caracol. Había llegado un momento en que había dejado de saber dónde estaba, pero no me preocupaba. El palacio resultó ser más grande de lo que esperaba, mucho más que el palacete de los Cogo. No nos paramos mucho ante la escalera, sino que, casi por acuerdo, decidimos subir por ella.

Llegamos entonces a lo que parecía un observatorio. En el centro, un enorme telescopio apuntaba al techo, cuya parte central era de cristal. La habitación, siguiendo la forma de la torre, era circular, con el muro de piedra forrado de estanterías aquí y allá, repletas de libros. Había también algunas mesas y material de escritura sobre ellas. En general, era un lugar bastante grande y llamativo.

-No conocía este sitio -comenté, más para mí que para mi acompañante.

Su reacción parecía incluso más asombrada que la mía. Ni siquiera pronunció una sola palabra. Sin embargo, no permaneció quieta. Rápidamente se puso a estudiar todo lo que había a su alrededor, aunque sin tocar nada. Parecía especialmente interesada en el telescopio, que subió a investigar en seguida.

La observé en silencio, sin moverme demasiado. Tan solo me acerqué un momento a una de las estanterías y pasé un dedo por la superficie de uno de los estantes. Ni una mota de polvo. A pesar de que el lugar no parecía muy frecuentado, los boros hacían también allí bien su trabajo.

Me volví hacia mi compañera, que seguía estudiando el telescopio sin tocarlo.

-No creo que le saques mucho partido de día -comenté, por llenar el silencio-. Aunque sería interesante estudiar el cielo desde aquí.

Tomé un libro de la estantería y lo hojeé sin mirarlo, pues tenía la vista fija en Fier. Estaba tan fascinada con aquel aparato que casi me dieron ganas de ofrecerle una explicación sobre cómo usarlo. Los que yo había utilizado a lo largo de mi vida no eran tan completos como aquel parecía, pero sí lo suficiente para que me sintiera capaz de manejar aquel con cierta habilidad. Sin embargo, terminó por renunciar y bajar las escaleras, con lo que no llegué a decir nada.

Su forma de bajar las escaleras me llamó la atención. Casi parecía una anfitriona bajando a recibir a los invitados a una fiesta al salón. Ponía mucho cuidado en su postura y gestos, sin olvidar detalle. De pronto, todo eso cambió cuando utilizó la barandilla para deslizarse en el último tramo, con una sonrisa casi traviesa. Por un instante, casi me pareció una niña, y se me escapó una pequeña sonrisa divertida.

Cuando se acercó, cerré el libro de golpe y contemplé la portada. Era un pequeño tratado sobre las principales constelaciones visibles desde Fulmen. Volví a mirarla a ella.

-Un buen sitio donde esconderse sin ser molestado -concluí.

Alcé una ceja interrogante. Ya estaba tardando mucho en presentar batalla. Sin embargo, y aunque no vi venir la cuestión, tengo más marge de maniobra. Con lentitud premeditada, devolví el libro a la estantería que tenía justo detrás y me volví hacia ella, sin ninguna expresión en particular en el rostro. Apenas podía verle la cara, con los ojos bajos y aquella cascada de pelo ocultándola. Me humedecí los labios un momento antes de hablar, y medí cada palabra con cuidado.

-No, no cometiste ningún crimen -decidí comenzar-. Ni tampoco hiciste nada molesto.

Me quedé un momento en silencio, y por un instante casi creí que eso era todo, que no añadiría nada más. Sin embargo, era probable que no lo considerara suficiente, por no decir seguro, por lo que me aventuré un poco más allá.

-No tengo nada que decir al respecto. Dentro de unos límites, eres libre de hacer lo que quieras. Ni siquiera sabía que el gesto hubiera tenido importancia.

Aquello no era del todo cierto. Sí me había desconcertado, y tampoco acababa de entender el por qué de aquello. Además, ahora que había sacado el tema parecía estar indicando, de alguna forma, que tenía motivos para haberme fijado en ello. Sin embargo, decidí guardar para mí todo eso. Aunque no podía ver bien su cara, intentaba escrutar su expresión a través de su melena, sin demasiado éxito, para mi frustración.

No respondió. Se limitó a separarse de la columna y separarse un poco, y una parte de mí se pregunto si habría hecho mal, si habría "roto" algo. Me obligué a permanecer yo también en silencio, sin embargo. De espaldas a mí, podía estudiar sus alas en detalle. En un leve movimiento para recolocárselas, un plumón cayó de la parte alta de una de ellas y descendió suavemente hasta posarse en el suelo. Contemplé sus suaves movimientos en el aire en silencio, y después alcé la vista de nuevo hacia ella.

No sabía si esperaba que hiciera algo, pero no me acerqué ni le hablé. A veces, y eso lo sabía mejor que nadie, la gente necesitaba que la dejaran un rato en paz. Así lo hice yo. El problema era que el silencio resultaba tan pesado que me sentía mal por romperlo aunque fuera con mi respiración.

Tuve que obligarme a mí mismo a sobreponerme a esa sensación para avanzar, ahora yo, hacia el gran telescopio que tanto le había llamado la atención. Una vez arriba, miré al cielo. Las nubes se habían despejado un poco, y estaba terminando de oscurecer. A simple vista, podían verse ya las primeras estrellas.

Regulé el telescopio a mi medida con cuidado de seguir los pasos correctos, y apliqué la vista. Aunque todavía no estaba suficientemente oscuro para ver bien del todo, empezaba a percibirse cada vez más elementos en el cielo. Las nubes no facilitaban las cosas, pero se iban disipando. Busqué la luna hasta dar con ella, apenas una pequeña rendija allá arriba, que probablemente mañana habría desaparecido. Siempre había sentido una fijación especial por la luna, en cualquiera de sus fases. Era probable que se debiera a que era el único elemento diferente en la bóveda nocturna.

-Ahora sí que podrías utilizarlo a tu gusto, Fier -comenté en voz alta, de pronto, casi sin darme cuenta.

Volví la vista a la habitación entonces, con gesto serio, y la busqué con la mirada. Había cambiado su ubicación, pero yo ni siquiera lo había percibido. La encontré en un sillón orejero, cómodamente sentada, leyendo, y me sentí un poco extraño. No acababa de entender la situación del todo. Se me hacía imposible entender su forma de pensar.

Bajé un tramo de escalera, pero me detuve a mitad de camino, mirándola.

Tardó un poco en responder, pero finalmente se volvió, y parecía recuperada. Me encogí de hombros ante su pregunta, sin saber muy bien si se refería a que ya no le apetecía o más bien a lo contrario. No obstante, se levantó al instante, recogió el libro y avanzó hacia la escalera. Se detuvo al pie, y me pregunté si mi gesto la habría frenado.

Me puse de lado, como para dejarle más espacio para pasar si subía.

-Ahora es de noche y no hay tantas nubes -expliqué, sin saber muy bien qué decirle. Finalmente, le hice un gesto y comencé a subir las escaleras yo de nuevo -. Adelante.

Volví junto al telescopio y lo bajé un poco para ella, sin saber si ella sabía regularlo ni atreverme a preguntarlo.

Mi pregunta no fue necesaria, ya que ella misma se preocupó de informarse. Rápidamente accedí a ilustrarla.

-Como yo lo he usado ahora, la mayoría de las partes ya están reguladas, así que debes centrarte en estas tres -señalé tres partes cercanas entre sí-. El lugar por el que miras es el ocular; junto a él está el buscador de estrellas, que te ayuda a centrarte en un punto concreto. Pero antes de eso, tendrás que regular el foco -lo giré para desenfocarlo y que viera cómo manejarlo-. El ojo en el ocular, la mano derecha en el foco y la izquierda en el buscador -tras una vacilación, tomé sus manos muy suavemente y las llevé a los lugares indicados, colocándole los dedos alrededor de los dos elementos de la forma más cómoda para su uso-. Tienes ante ti la luna. Como es muy grande, te será más fácil enfocarla. Juega con el foco hasta que veas con nitidez -moví su mano sobre las ruedecillas, para que viera que podía manejarlas sin miedo. Estaban un poco duras por falta de uso.

Dejé la mano apoyada sobre la suya, pero era ella quien manejaba ahora la rueda. Esperé un rato para que se acostumbrara.

-¿Lo tienes? -pregunté finalmente-. Ahora el buscador. Cada vez que usas el telescopio tienes que alinearlo, pero ahora ya está alineado -comencé a mover su mano sobre el instrumento-. Con él escoges el objetivo antes de enfocarlo. Juega un poco con él hasta que lo tengas, pero procura no moverlo demasiado o te perderás.

Una vez terminé mis explicaciones me eché un paso hacia atrás para dejarle más espacio.