Observatorio.

Mantengo la sonrisa y, relajada, me estiro un poco, desperezándome. No ha tenido éxito. No es importante, tampoco.

-No hay una forma concreta. Con normalidad. Puede que se te haga difícil al principio, raro, pero si se repite acabarás encontrando un patrón. Hay gente que habla y gente que calla. Algunos se ponen de mal humor, otros se relajan…-. Termino por encogerme de hombros. Hoy, por ejemplo, estoy hablando demasiado. Demasiado-. Relájate. Deja que fluya.

Termino por sentarme en la mesa, de nuevo, aunque ya vestida. Lo miro, curiosa. Me falta algo, ahora mismo, y aunque en parte es evidente qué es, he de admitir que, a la vez, no tengo claro de qué se trata.

Así que no se trataba de nada en particular. Corbin se frotó los dedos, manchados de tinta. Permaneció en silencio, pensativo, y acabó por asentir. Al cabo de un momento, alzó la vista de nuevo, mirándola con curiosidad. Seguía siendo demasiado complicado para él, pero hacer una pregunta le daba ocasión de hacer otras. Así pues, procedió.

-No estás satisfecha -señaló. Eso era un hecho, ella lo había dicho. A Corbin no le molestaba admitirlo. Pese a que sabía que se esperaba algo de él, no acababa de sentirse responsable-. Y es la segunda vez. ¿Qué te mueve, entonces?

Era algo que lo intrigaba. Estaba seguro de que existían muchísimas opciones más aptas que él, que partía del total desconocimiento. Quizás fuese eso. Sabía que algunos disfrutaban del desconocimiento. Corbin no entendía, entonces, el por qué de la insatisfacción. Quizás en aquel momento no estuviera siendo del todo natural, pero en el acto, desde luego, no había hecho más que seguir sus instintos. Y, para él, no había resultado tan complicado como parecía para ella.

Su comentario, su afirmación, me hace alzar las cejas. Espero a que diga algo más antes de dar una respuesta que para muchos sería una sentencia. Porque es cierto que no lo estoy. Pero para él, imagino, eso no será un atentado contra su orgullo.

-Me resultas atractivo –explico, con naturalidad-. Me gusta esa fuerza bestial que se desencadena en ti. Me excita-. Tremendamente. No obstante…-. He encontrado en ti algo que esperaba encontrar. Me gusta eso. Pero sabía desde que empecé a buscarte que, dada tu inexperiencia, tendría que mostrarte el camino en primer lugar. Quiero enseñarte porque me atraes, porque esperaba que hicieses lo que hoy has hecho.

Despertar ese instinto dormido no resulta fácil, exactamente. Pero sí tremendamente atractivo.

Corbin no estaba muy seguro de que le gustara la respuesta. Predecible. Sabía lo peligroso que podía ser ser predecible. Lo sabía muy bien, lo llevaba grabado en el cuerpo como si le hubieran clavado un hierro al rojo. Fijó los ojos en la chica, estudiándola con atención. ¿Le parecía a él predecible? Bueno, más bien tenía la sensación de que ella se esforzaba en parecérselo, en no hacer ningún movimiento que a Corbin pudiera tomarle por sorpresa. Aquello tampoco era precisamente una buena señal.

-Comprendo -respondió en un murmullo, taciturno.

¿Estaría minándolo aquello? ¿Estaría bajando la guardia? Confiaba en Alehyss, sí, pero eso no quería decir que no le importase ser vulnerable ante ella. Parte de su confianza en Alehyss se basaba en que sabía que era fuerte y eficiente. Eso significaba que podía ser una poderosa aliada, pero también que valía la pena guardarse de estar a su alcance.

Lo miro un momento más, de reojo, curiosa, esperando una respuesta más larga que la que da. Al final me quedo con una sonrisa tranquila, resignada de alguna forma. Me levanto de la mesa, finalmente. Supongo que lo mejor es que se aclare las ideas. Parece algo tenso ahora mismo.

-Voy a darme una ducha –le digo entonces-. Te recomiendo que hagas lo mismo. Te despejarás un poco –añado tranquila, dando un par de pasos vagos en dirección a la puerta.

Me he quedado con una sensación rara en el cuerpo, pero vale más no pensar mucho en ello. Tengo que buscar a Jun para hablar sobre el viaje a Aqua, para poder salir pronto. Ese es el objetivo que tengo en mente a corto plazo.

*fin de escena*

No sé por que he subido aquí, pero llevo un buen rato sentado en una esquina, en el suelo, haciendo como que leo un libro cuando realmente solo estoy dejando que el tiempo pase. Supongo que quería estar solo, y ese me pareció buen sitio. Estoy agobiado últimamente. Y hoy ha vuelto a llover y quería salir de aquí. Me siento algo agobiado aquí dentro. No sé qué me paso.
Descanso mal por las noches. Es como si soñase, pero no tengo claro qué. Nunca me acuerdo cuando me despierto.

A veces es como si no fuese yo. Me ha pasado una vez hace diez días lo de no recordar cómo he llegado a un sitio. Llevo un tiempo apuntándolo, pero no me atrevo a decirlo. me asusta que si lo hago me obliguen a irme de aquí o que no me dejen irme a Aqua.

Me froto la cara con la mano, cansado. Hoy casi no he dormido. Sí he dormido, bueno, pero a ratos y mal. No dejo de pensar en muchas cosas.
No sé qué me pasa. Pero nadie parece notarlo o entenderlo, porque todos se comportan continuamente como si todo estuviese bien.

*se queda "leyendo"*

El fajo de cartas era especialmente grueso aquel día, pero no era eso lo que me llamaba la atención, sino una carta en concreto. Era raro pensar que Nýa volviera a escribirme. Y, en cierto modo, me preocupaba. Normalmente, en aquellos casos, era señal de que quería algo, pero después de la última vez no sabía cómo podía querer pedir siquiera.

Tardé un momento en darme cuenta de que había alguien más en la sala. Y, la verdad, ¿a quién se le ocurría ponerse así? Qué incómodo y qué estúpido. Ni que estuviera acechando a quien fuera a entrar. Desde luego, en Brontë no faltaban los raritos.

-Disculpa -dije cuando lo vi-. Creí que no había nadie. ¿Molesto?

Alzo la vista cuando se abre la puerta. No podía faltar, claro. Al final aquí somos muchos. Supongo que hay alguien en todas partes, siempre. Puede ser un guerrero o alguien del servicio...
No tardo en reconocerlo. Es un guerrero. No he hablado mucho con él, pero lo he visto alguna vez. Es Cierzo. Lluvia me habló de él alguna vez, también.

Trato de sonreír enseguida, aunque me sale una sonrisa algo cortada. Al menos soy educado, creo. Me apresuro a negar.

¿Y no seré yo el que molesta? El viene aquí a estar solo o a hacer algo. Y yo estoy aquí, como una presencia sombría que "lee" en una esquina.
¿Le habrá dicho Lluvia que se iba, a él? ¿Lo sabrá? Quizás sí, si eran amigos. O tal vez la busque un tiempo y luego decida que si no la encuentra es que no está.
A lo mejor ni siquiera le importa. Nadie parecía muy triste.

Lo miro con gesto algo ausente, pensativo.

La verdad era que aquel chico, sin ánimo de ofender, resultaba bastante perturbador. Su constante silencio y esos ojos rojos, ese aire ausente... Pero en fin, no era más que un chaval. No tenía ni idea de qué hacía en Brontë, ya que apenas lo había visto trabajar, pero tampoco era algo que me importara demasiado.

Asentí con suavidad.

-Con permiso.

Quizás no estaba muy bien decir que aquel día el chaval estaba poco conversador, pero era cierto. No sería la primera vez que me interrumpiera para curiosear, pero aquel día no parecía demasiado interesado. Mejor, porque yo tenía trabajo. Tomé asiento, me acerqué el material de escritura y abrí, en primer lugar, la carta de Nýa. De las otras ya tenía una idea de lo que podía esperar.

Lo sigo con la mirada un momento, asintiendo para darle a entender que no me opongo a que esté. Ni que pudiese, por otra parte. Esto no me pertenece.

Al final termino por volver al libro. No pasa nada si no lo saludo. Parece ocupado.
Este libro es un aburrimiento. Todo lo que dice ya lo sé. Es demasiado básico. En vez de haber cogido uno al azar debí haber buscado algo concreto.

Lo miro de nuevo. ¿Qué estará haciendo? Tiene cartas, ¿no?
Recuerdo cuando volví a la Torre. Allí tenía que escribir a Massen y Lluvia, porque estaban muy lejos. Ahora tendría que hacer lo mismo... Tendría que tomar papel y pluma y escribir... Pero no parece tan sencillo como lo fue en su momento. No sé por qué.

¿Le habrá escrito él? ¿Será eso una carta de Lluvia, que ya le ha escrito a él?
No lo creo de verdad, y sin embargo siento que la idea me asfixia.

Quiero salir y llueve. No me encuentro demasiado bien.
Bajo la vista hacia el libro. No sé qué pasa. Es como si debiese saberlo, eso es lo peor. Como si tuviese un pensamiento atascado que no logra salir.

No sabía muy bien cómo tomarme aquella carta. Por un lado, resultaba un alivio comprobar que Nýa estaba bien y no tenía ningún problema conmigo. Ya iba siendo hora de dejarlo claro. Por otra, el tono en que trataba las cosas seguía teniendo aquel deje entusiasta y soñador que tan nervioso me ponía. Esperaba que Fumä estuviera teniendo cuidado de mantenerla vigilada, porque aquello no sonaba bien del todo.

Junto con la carta venía un pequeño retrato. Obra de Nýa, por supuesto. Siempre se le había dado bien aquello. Era un retrato de la niña, mi sobrina. La verdad, debería ir pensando en ir por allí. Lo estaba dejando pasar demasiado.

Con un suspiro, guardé la carta y el retrato en el sobre y lo dejé a un lado. No tenía ganas de escribir a mi hermana en aquel momento. Quizás cuando hubiese acabado con el trabajo. Por el momento, tomé otro sobre, uno que me resultaba bastante más familiar. Un informe de tantos. Pero, por supuesto, requería de mi supervisión.

FdR- Pausa

Las letras me bailan en la cabeza. No soy capaz de concentrarme en ninguna de ellas. Suelo ser capaz de hacerlo, de leer o estudiar lo que sea aunque sea sumamente aburrido, pero hoy no me consigo concentrar. Hace tiempo que me cuesta un poco más. Y me duele un poco la cabeza: No sé si tendrá que ver con el tiempo, con el aburrimiento o con qué. Pero duele.

Me llevo una mano a la frente, justo sobre el ojo derecho. De hecho, me arde. Me estoy agobiando. ¿Será eso? Sugestión. Me hago pensar que estoy mal y entonces lo estoy. Cuando alguien escucha toda la vida una misma cosa, cuando hay algo que se repite una y otra vez hasta que lo asumes como real...
¿A qué viene esto? ¿Qué estoy pensando?

Hace calor. Es verdad. Como en el más caluroso de los veranos. En Lumen los veranos cuentan con un sol infernal, pero a mí me gusta salir al jardín a jugar con Jabhe. O quizás a mí me gustaba él y a él le gustaba el sol. También puede ser. Siempre estuvimos muy unidos. Él me cuidaba. Era un poco más alto que yo, de piel tostada, pelo plateado y... Lo ojos no los recuerdo. Y eso que lo tengo delante ahora mismo, a escasos metros. Pero está de espaldas.

Hace algo de calor. Debería decirle a Jabhe que hay que volver dentro. Si nos duele la cabeza y no queremos estudiar el Abuelo se enfadará.
Pero Jabhe no siempre se porta bien.

Me cuesta un poco respirar.

La correspondencia era la de siempre. Empecé por las tierras de Ventus, que cada vez me resultaban más tediosas. Mi madre, con los años, iba delegando más y más poder administrativo en mí, y eso suponía más trabajo cada vez. De todas formas, daba una sensación buena, porque el trabajo funcionaba y el producto era cada vez mayor. Por supuesto, tenía que lidiar con las trabas del gobierno, pero hacía ya tiempo que había aprendido cómo proceder.

En algún momento, quizás buscando despejarme del texto, alcé la vista y me encontré con el chico. Desde luego, era perturbador, pero en aquel momento era más que eso. Fruncí el ceño. Tenía mala cara.

-¿Todo bien, chico?

Silencio. Ni siquiera una mirada. Podía tomarlo como mala educación, pero no parecía el caso. Además de que, aunque no había interactuado mucho con él, sabía lo suficiente como para entender que algo no marchaba como siempre.

-Jun -llamé, levantándome. Me acerqué adonde estaba y apoyé una mano en su hombro, buscando hacerlo reaccionar.

Algo me toca el hombro. Bajo la vista a la mano, oscura, ya algo arrugada, y luego busco los ojos de mi interlocutor. "Jun". Me llama. Me conoce, claro. Aquí casi todos me conocen, aunque no sepa quiénes son.

-Jun, no puedes estar aquí.

Estaba buscando a Jabhe. He bajado a uno de los sótanos buscándolo. La puerta que siempre estaba cerrada estaba abierta esta vez, así que he podido avanzar más que de costumbre. Las paredes son grises, dan algo de miedo. Se escuchan sonidos extraños, como gemidos, y golpes metálicos, pero no he visto de qué se trata. Porque este hombre me ha parado antes de que pudiese asomarme al pasillo del fondo.

Aquí huele como huele dentro de los cajones que no uso.
Este hombre me dice que me llevará arriba otra vez, y como no puedo hablar solo puedo asentir. Pero miro atrás un momento más, porque me quedaban solo unos pasos para ver qué había en ese pasillo, y quizás Jabeh esté ahí.

Me tiembla algo el cuerpo. Tengo calor, pero escucho de fondo el sonido de la lluvia.

Parecía responder, pero no a mí. Estaba ausente, con la mirada perdida. ¿Estaba delirando? ¿Sonámbulo? ¿Soñando despierto? Le puse una mano en la frente y la encontré abrasadora. Suspiré. ¿Por qué siempre me tenía que encontrar yo con estas cosas? ¿Por qué siempre me tocaba cuidar de los críos?

-Jun, vamos a la enfermería -informé.

Traté de ayudarlo a ponerse en pie. Si podía caminar, lo llevaría así. En caso contrario, lo cargaría. Pero, desde luego, al chaval le pasaba algo.

No parecía mantener demasiado bien el equilibrio, pero me acompañó sin oponer resistencia. Dejé todo allí. Ya tendría tiempo después de volver a por las cosas. Lo primero era el crío. Y parecía bastante urgente.

*Se van*

Zacharyas y Ayne habían recorrido las estancias de Brontë con Julia, mostrándole todas las que habían podido. La pequeña había conocido también a algunos guerreros, aunque el caeruleus seguía sin estar muy seguro de hasta qué punto ella comprendía dónde estaba o frente a quien. Reaccionaba a los estímulos, era evidente, y a ellos dos, al menos, los diferenciaba perfectamente.

Aquella noche estaba él solo. Subió con la niña en brazos al observatorio. Ella era caeruleus, como él, y la noche, por tanto, le gustaba más que el día. Desde aquel lugar podría mostrarle el cielo nocturno mientras la lluvia chocaba contra los vidrios sin tener que preocuparse por la salud de ninguno. Llevaba una manta, de todos modos, por si ella tenía frío, aunque a Zacharyas no le preocupaban aquellas cosas para sí.
Terminó por echarla en el suelo de aquel cuarto para poner a Julia encima, en vez de directamente sobre el suelo, y allí se dedicó a recitar con su voz rasposa algunos nombres de constelaciones, o historias extrañas que una vez había escuchado, aunque seguía sin poder evitar pensar que ella no entendía apenas dos palabras de aquello.
Eran estímulos para que aprendiese, a fin de cuentas.

*se quedan un rato y luego se van*

Si el día anterior Ben había sido capaz de explicar con palabras, aunque solo fuera para sí misma, en qué consistía lo que quería hacer, aquel día fue capaz de demostrarse que podía. Después de su experiencia en las escaleras, había concluido que necesitaba un sitio alto para practicar, y se había ido corriendo al observatorio, que estaba vacío. Le gustaba la enorme maquinaria que se alzaba en su centro, así como le gustaba aquel techo abovedado de cristal. Y ambos podían ayudarla.

Ben no podía saltar tan alto, ni siquiera si hacía un salto el doble de alto de lo habitual, como para llegar tan arriba, pero podía ponerse a prueba. Ya preparada por su calentamiento, que había hecho trotando desde el baño hasta allí, subió por la pequeña escalinata hasta dar de frente con el telescopio. Dio un par de saltitos para relajar el cuerpo, y subió entonces, de un ágil impulso, a la barandilla que delimitaba la plataforma en la que estaba. Se subió de pie con soltura, manteniendo fácilmente el equilibrio. Miró abajo, y luego arriba. Y saltó.

El impulso que se dio con las piernas la hizo ascender un poco en el aire, pero ahí no terminaba el ejercicio. Ben se concentró en el movimiento, en la forma de su cuerpo contra el aire, en impulsarse de una forma diferente. Solo tenía un instante para encogerse y propulsarse a sí misma más arriba, y eso hizo. El movimiento la ayudó a ascender un poco más, pero perdió fuerza casi al momento y cayó de nuevo, para aterrizar en el suelo con las rodillas semiflexionadas.

Lo que había conseguido fue suficiente para animarla a sonreír, radiante, y disparar su entusiasmo y adrenalina. En seguida echó a correr de nuevo a la escalinata, se impulsó para subir una vez más y saltó desde ella, buscando permanecer un momento más de lo habitual en el aire, encogiéndose, estirándose y ascendiendo de nuevo, para luego caer al suelo. La segunda vez, Ben sintió con más claridad que había tenido éxito, que había conseguido llegar bien arriba, que aquello funcionaba. Sin embargo, podía mejorarse. Siempre podía mejorarse. Y Ben estaba más que dispuesta a mejorar.

Echó a correr de nuevo a la barandilla, subió, saltó una vez más. De nuevo, calcular el momento, encoger el cuerpo, estirarse para subir más. Servirse a una misma como punto de apoyo. Y, una vez más, estaba bien alta, bien arriba, antes de descender de nuevo. Eufórica, volvió a probarlo, dispuesta a estudiar su nueva habilidad hasta el detalle. Necesitaba perfeccionar sus capacidades para quedar congelada en el aire, en suspensión, porque eso le daba más tiempo para reorganizar su cuerpo y conseguir el segundo impulso que necesitaba. No servía cualquier tipo de salto, ni cualquier posición del cuerpo. Además, Ben quería aprender a reaccionar rápido con aquello, ya que así le sacaría más partido.

Una vez tras otra, subía a la barandilla, saltaba, se impulsaba tratando de alcanzar aquella cúpula de cristal, y caía de nuevo al suelo. Aquello también era importante, claro. La caída era desde más arriba, así que tenía que cuidarse de no hacerse ningún daño. Ben necesitaba que aquel ejercicio funcionara a la perfección, y para ello tendría que practicar hasta dominarlo. Y, en aquel momento de tanta emoción, se sentía con fuerzas para intentarlo eternamente.

Por supuesto, era solo su impresión. Al cabo de un tiempo estaba exhausta, y no tuvo más remedio que retirarse. De todos modos, quizás un descanso fuera suficiente, y pudiera seguir más tarde.

*Se va*

No hacía la mejor noche que uno pudiera imaginar, pero tampoco estaba mal del todo. El frío empezaba a dar señales de aparecer, así que yo había empezado a sacar las capas de invierno, aunque todavía de forma moderada. Por otra parte, el tiempo no era malo realmente, así que no había motivos para sentirse molesto.

En otro orden de cosas, se había quedado una noche bastante tranquila. Y, dado que no era especialmente tarde, decidí que no estaría de más subir un rato al observatorio. Por alguna razón, me resultaba relajante.

*Se queda*

Me volví hacia la puerta al ver que se habría y me encontré con que era Anna quien estaba entrando. Incliné ligeramente la cabeza como saludo a la chica. Sí hacía tiempo que no coincidíamos.

-Buenas noches -respondí-. Sí, esto suele estar bastante tranquilo. Espero no ser una molestia. ¿Venías a trabajar?

Sabía que se llevaba sus labores prácticamente a cualquier sitio, así que no lo descartaba. Al que sí traía era a su pájaro, al que parecía que, si me quedaba mirando, lo vería crecer segundo a segundo.

Negué con la cabeza, y tras observarlos un momento tanto a ella como al animal, que se había puesto a explorar, volví la vista a la cúpula de cristal. No era la mejor noche para venir aquí, y eso lo sabía de sobra. Pero tampoco era muy exigente con aquellas cosas.

-En absoluto -repliqué-. Yo también estaba aprovechando para descansar, pero no me disgusta la compañía.

Subí los peldaños de la escalera central, camino del telescopio. A pesar de que a menudo subía a aquella torre, hacía mucho que no miraba a través de los cristales. Comencé a regularlo, con calma, más como un entretenimiento que con seriedad.

Desvié un momento la mirada del cristal a ella, y negué un momento. Lo cierto era que las cosas habían vuelto completamente a la normalidad. Gerald se estaba adaptando a la situación y había vuelto a su rutina, independientemente de su carácter, humor, o actitud ante su nuevo aspecto. No había vuelto a haber crisis en el palacio, ni habíamos tenido noticias de ninguna novedad con respecto a los últimos acontecimientos. En general, todo se había quedado en calma. Eso me daba la posibilidad de hacer las cosas a mi ritmo, a mi manera. Podía dedicarme exactamente a lo que viera más conveniente, sin tener en cuenta necesidades externas.

-No lo diría así -respondí, volviendo a mirar por el telescopio y ajustándolo para definir el cielo-. Tengo la sensación de que las cosas vuelven a estar estables. Eso me permite organizarme a mi manera sin necesidad de excederme. ¿Qué tal ha sido el tuyo?

Una vez definida la imagen, comencé a explorar el cielo en busca de zonas sin nubes.

FdR- Pausa