Observatorio.

Corbin sabía interpretar cuándo sus gestos eran acertados, y aunque el roce de caderas llegaba a resultarle insatisfactorio, comprendió pronto la intención del mismo, y se aseguró de que continuara. Alehyss colaboraba activamente, pero Corbin prefería dejar claro que no se sentía dominado por el hecho de tenerla encima, y marcaba con la mano las ondulaciones del cuerpo de ella, tratando de mantener el control.

Su ataque consiguió algo de terreno, así que Corbin se incorporó un poco, clavando la cadera contra la de ella y manteniéndola sujeta, y aprovechó el retroceso de la chica para remarcar su avance. Se mantuvo sobre su boca un tiempo, tratando de imponer su fuerza, pero no podía evitar entender que los movimientos de ella eran mucho más hábiles. Le faltaba mucho para poder competir con ella.

Así, decidió dar por finalizado ese contacto. Había otras maneras, y Corbin apretó el puño en torno a los mechones y tiró de la cabeza de ella hacia atrás, obligándola a alzar la cara. El cuello, al menos, no respondía, y atacarlo tenía un matiz de especial agresividad. Corbin apretó los dientes y se contuvo un momento, buscando un perfume que aspirar que apenas encontró, y decidió entonces que los dientes podían tener su función allí. Manteniéndola sujeta, paseó los labios, arañó con los dientes, prestando especial atención a la yugular, palpitante, tan vulnerable en aquel momento. Acabó por recorrer de nuevo hacia la mandíbula, hasta llegar a los labios, comenzando él el contacto en aquella ocasión, manteniendo aquella tensión extraña de cazador. Quería comprobar si, con iniciativa, podía marcar un poco más el ritmo.

Al dejarle algo de espacio, al darle pie al domino, desencadeno algo. Lucho contra él sin dejarlo avanzar más, pero noto cómo forcejea. He de mantener también mi posición dominante, y el estar sobre él me ayuda. También mi evidente superioridad en lo que a destreza respecta.
Pero no en fuerza.

Dejo ir un jadeo, sorprendida por el tirón, y dejo ir la cabeza, oponiendo la resistencia justa para mantener el control, pero no tanta como para salir herida. Siento el aumento de tensión de pronto, y llego a pensar, de alguna forma, que si me muerde lo hará con fuerza, que de verdad desgarrará la carne. Y, sin embargo, no es así.
Mantengo la respiración un instante, en lo que lo siento tantear, consciente de mi situación. No tengo miedo, pero estoy alerta. Termino, sin embargo, por dejar ir el aire con suavidad, al comprobar que sus intenciones son otras, y acabo por aferrar de nuevo sus mechones sin fuerza, en una caricia, tratando de guiar un poco sus gestos.

Es como una especie de momento de bajada de ritmo, aunque la tensión no permite que sea un descanso. Y, sin embargo, cuando vuelve a los labios la situación explota de nuevo, y dejo que vaya delante pero respondo, agresiva, marcando la diferencia entre intensidad y violencia. No se trata de hacer daño, aunque esa actitud que tiene, admito, me resulta de lo más atractiva.
Creo que puedo sacar mucho de él. Y me muero por comprobarlo.

El movimiento de cadera, la presión que realizo contra él, se hace más evidente. Sé que la ropa de por medio no ayuda mucho, entorpece, pero espero que “levante expectativas”, de todas formas.

Corbin actuaba según lo que la situación le sugería. En un principio, se trataba, sencillamente, de un proceso de acción reacción. Ella daba unas muestras, unos indicios, una actitud, y Corbin respondía. Pero el instinto iba ganando terreno, y al tiempo que lo hacía, Corbin se iba sintiendo feroz. Y cuando se tuvo que enfrentar de nuevo a su boca, se sentía algo más desenvuelto, algo más flexible para presentar batalla.

No sabía muy bien cómo entenderse con la ropa. Corbin tendía a pensar que cuanta menos ropa, más agilidad podía presentarse en batalla. Solía entrenar semidesnudo, y había crecido luchando con apenas un taparrabos. En un momento como aquel, en que parecía que la lucha requería tanto dominio sobre la piel ajena como fuera posible, la ropa le parecía un estorbo mayor incluso que en otras ocasiones. Pero por debajo del cuello todo parecía ser ropa, y Corbin no tenía la resolución para acabar con el problema sin romper con una situación que no quería abandonar.

Por mantenerla sujeta, por dejar clara la fuerza que esa mano podía imponer, arrugaba la camiseta de ella, que lo entorpecía. Llegó a liberar algo de piel, y el momento en que la sujetó le pareció que dejaba mucho más clara su posición, su presencia y su capacidad de dominio. Y atrapó su labio entre los dientes y tiró hacia así, obligándola, también con la mano que la sujetaba por el pelo, a avanzar al tiempo que se recolocaba bajo ella, en un roce más evidente. Empezaba a ver la situación con otros ojos.

Apremia. Empieza a hacerse fuerte. Tanto que llego a pensar que no podré dominarlo si se descontrola más, que él me dominará a mí.
Él me dominará a mí.

Viendo cómo se enfrenta a mi ropa en lo que nuestras bocas luchan termino por apartarme un momento, con la respiración ya acelerada, para quitarme la camiseta y echarla a un lado. Regreso pronto, sin embargo, a los labios y los dientes, a la cadera que lo presiona, que sube un poco el ritmo, aunque sepa a poco, y lucho al mismo tiempo con su camiseta para estar en igualdad de condiciones.
He cedido, pero quiero que ceda. Quiero que ejerza esa presión más cerca, contra mi piel, con la suya. Una amenaza más directa. Se nota que es un depredador, a fin de cuentas. Resulta evidente.

La lucha de fuerzas no acaba, pero de nuevo busco cierto dominio, echándome sobre él, incitándolo, o quizás incitándome a mí misma.

A Corbin no le hacía demasiada gracia conceder, así que cuando Alehyss intentó alejarse la afianzó sobre sí, remarcando que no iba a dejar que le llevara la contraria. Tardó un momento en entender que eso no tenía del todo sentido, que no era el objetivo, y aflojar un poco el agarre, permitiéndole movilidad. Cuando se separó, Corbin sentía la garganta extrañamente seca, y fue consciente de forma más evidente de la respiración acelerada y el calor del cuerpo. De verdad era como un combate.

La contempló un momento, ahora con más piel a la vista, preguntándose, en parte, cómo proceder. Parecía evidente, y al mismo tiempo, no veía la respuesta. Pero ella, desenvuelta, reclamaba, y su iniciativa guió a Corbin a recuperar su actitud. Acompañó los gestos de ella y los adelantó, deshaciéndose por sí mismo de la prenda. Después, la atrajo de nuevo, ya con algo de urgencia.

Aunque no tanta como para permitir que se alzase. A Corbin no lo intimidaba tenerla sobre sí, y no iba a permitir que ella lo creyera. Se incorporó un poco en la silla, ganando con ello cierto espacio, y la atrajo con cierta brusquedad contra sí, contra la dureza cada vez más palpable. El roce aliviaba un tanto las sensaciones, aunque también creaba una sensación de extraña necesidad.

Corbin le mordió el labio un instante, antes de introducirse en su boca, agresivo, demostrando, remarcando el poder que le correspondía. Utilizó las manos para aumentar un momento más el contacto contra su cadera, y luego subió por sus costados, repasando la piel, suave, tersa, blanda. No daba ninguna sensación de fuerza, pero Corbin sabía que no podía fiarse por algo así. Alcanzó un pecho sobre el sujetador y lo mantuvo en la mano, sujetándolo con firmeza, mientras su izquierda se trasladaba a la espalda de ella, haciendo presión en las yemas para, de nuevo, guiarla hacia abajo, contra sí.

Es interesante. Quizás deba lidiar más tarde con las explicaciones. No sé cómo se enfrentaría a una mujer que no fuese yo, pero en caso de ser una civil lo tendría complicado. Pero no es mi caso y no le dedico un pensamiento demasiado profundo.

Lo más satisfactorio de esto es que pide. Corbin nunca pide cuando la situación es neutra. Quizás un combate, como ha sido el caso, o algo semejante, relacionado con trabajo. Pero por mucho que lo haya buscado él no lo hace. Y una parte de mí, traviesa, o más bien cruel, tiene ganas de irse ahora para ver sus reacciones a partir de este momento, las reacciones de aquel que ha visto sus instintos interrumpidos.
Pero no lo haré. Ni parece, viéndolo, una buena idea.

Hago más presión contra su pelvis cuando así me reclama, entretenida, correspondiendo a su ansia, a la explosión de la situación. Afianzo, a la vez, una mano sobre su izquierda, haciéndola descender más, invitándolo a abarcarme y tomarme con ella. La derecha, en mi pecho, llega a arrancarme una sonrisa. Pero supongo que esa clase no es la que toca hoy. Está demasiado agresivo.

Me aparto de sus labios, recorriendo su mandíbula con un roce hasta llegar al oído y atrapo el lóbulo un instante antes de detenerme pegada a él y tomar aire para hablar. Y cuando hablo lo hago con suficiente serenidad como para que quede claro que es una indicación, no una opción a seguir.

-Quieto.

Hago amago entonces de separarme un poco, de ir a ponerme en pie para deshacerme del pantalón.
Dedico un vistazo al suyo, recorriendo la forma que se dibuja bajo la tela, y en cuanto me he deshecho de la prenda me acerco de nuevo, pero esta vez es la mano derecha la que se acerca directamente a la zona, y no mi cuerpo, para palpar, recorrer, aquello que se alza por mí.
Primero lo hago sobre la ropa, calibrando lo preparado que se encuentra, mirándolo con curiosidad, atenta a sus reacciones. Resulta tremendamente básico, y es algo a lo que no pongo pegas. Al cabo de poco tiempo, sin embargo, mi mano busca ya colarse bajo el pantalón, dejando una caricia descendente de las yemas de los dedos en su vientre, para hacer el contacto más directo, aunque las caricias siguen siendo lentas, como un tanteo.

No voy a permitir que se desgaste tan pronto.

Corbin siguió el gesto al que Alehyss le invitaba, pero lo hizo despacio, de forma reticente, dejando los dedos clavados en la piel clara de ella en todo su descenso. De todas formas, cuando llegó a la nalga la agarró con fuerza, encontrando cierta satisfacción en la firmeza del músculo y, sobre todo, en tenerlo en su poder. Corbin solía buscar las zonas duras del cuerpo en sus ataques, el hueso más superficial, para acabar cuanto antes. Pero, de todas formas, mantenía un instinto que le hacía apreciar la forma en que la carne cedía a la fuerza, la forma en que se moldeaba intentando evitar daños, la ternura débil que la caracterizaba.

Con una mano sobre el pecho y otra sobre la nalga, Corbin tenía una sensación de control que le resultaba muy interesante. La aprovechó para, de nuevo, moverla sobre sí, controlando los movimientos de ella a su gusto, utilizando su situación de captor para imponer su fuerza sobre ella.

Y, probablemente por eso, no le hizo ninguna gracia que ella se tomara la libertad de separarse. Sentía cómo le latían las sienes mientras, con la mandíbula apretada y cierta impaciencia, se contenía para dejarla avanzar hacia su oído. Mantenía la actitud agresiva, y la movió de nuevo sobre sí, señalándole que, aunque pretendiera alejarse, seguía sujeta.

Y entonces llegó esa palabra. Corbin habría apretado los dientes, pero ya los tenía apretados. Quieto. De acuerdo. Se quedaría quieto, pero eso no cambiaba nada. Ella seguía sujeta. Y, cuando pretendió separarse, se lo demostró con creces, manteniéndola inmóvil sobre sí, mirándola con una expresión fiera, tensa, incluso algo nublada. Tardó un momento en comprender que aquello no era un combate, que ella no era su presa, que, de hecho, aunque él tuviera poder, seguía siendo ella la que guiaba.

Cuando la soltó sintió los dedos entumecidos, como si no acabaran de asimilar que ya no la sujetaban. Mantuvo la expresión sombría y el cuerpo tenso en lo que ella se entretenía, mientras sentía cómo toda su adrenalina quedaba cortada de golpe. A Corbin no se le daba bien dar la acción por terminada.

Cuando ella acercó la mano, Corbin la interceptó con la propia. La sujetó por la muñeca, decidido, y dio un tirón hacia sí, tomándola de nuevo. Porque podía hacerlo. No tardó en alzarla, atraerla de nuevo sobre su cuerpo, recuperar una postura que, en aquel momento, resultaba diferente. Porque de nuevo había menos protección para ella, que dejaba casi toda la piel a la vista, y la humedad entre sus piernas parecía querer colarse en el tejido de la ropa del claritas.

Corbin dejó ir un gruñido sordo con el nuevo contacto.

No parece muy dispuesto a dejarse llevar, aunque en cierto modo permite mis iniciativas. Me deja quitarme la ropa, pero no acceder a él. Parece tener otros intereses por delante. De hecho, eso no es un problema. En absoluto. Es mucho mejor si me guía, pese a su inexperiencia. Es mejor que sucumba de tal modo a su yo animal que no me permita obrar por mi cuenta. Si él no sabe amoldarse a mí tendré que amoldarme a él. Y con ese comportamiento tan brusco parece decidido a obligarme a obedecer. Y eso me resulta de lo más excitante.

Me muevo un poco sobre él, y aunque el objetivo principal es satisfacerlo la poca ropa que llevo ahora hace que sea plenamente consciente de la fricción, y que busque en ella, en parte, una satisfacción para mí misma. Es al cabo de un momento que soy consciente de cómo debo proceder. No merece la pena perder el tiempo si hasta mi cuerpo lo pide. No me gusta hacerme sufrir.

Procedo con habilidad, sin titubear, apartando un poco la pelvis, elevándola un instante, asiéndome con una mano a su espalda, rodeándolo desde un hombro, para conseguir el apoyo necesario. Con la derecha, entonces, procedo a bajarle la ropa lo suficiente como para descubrir lo que llevaba tiempo esperándome bajo ella. Pego la palma al miembro, frotándolo un instante, comprobando una dureza ya evidente antes de haberlo hecho. Me apoyo entonces de nuevo, aún con mi última prenda de por medio, aunque siendo esta tan fina que puedo sentirlo de todos modos, y me muevo un poco sobre él, iniciando una nueva caricia, un roce evidente, esta vez directamente contra su piel, permitiéndome, una vez más, incitarme a mí misma.

Mi respiración no es sonora, pero sí está acelerada de forma evidente. Lo estoy probando, o eso me repito, pero no puedo dejar de pensar, a estas alturas, que he dado demasiada rienda suelta a la situación y tengo unas expectativas muy claras.

Alehyss seguía sin ceder del todo a sus deseos, pero a Corbin no le importaba luchar para imponerse. Sabía que no se enfrentaba a alguien fácil de doblegar. Incluso, en una pequeña parte de su ser, sabía que le convenía atender a lo que ella hacía. Pero, siendo sinceros, resultaba muy difícil escuchar a esa parte de sí mismo en una situación como aquella.

Como respuesta al movimiento de la chica, que de nuevo intentaba apartarse, apretó el agarre de las nalgas que mantenía sujetas. Había concluido que era mejor forma de sujetarla que las caderas. Al menos, en aquel momento.

Pese a todo, no la empujó de nuevo contra sí, y no lo hizo tan deprisa como podría haberlo hecho. Apretó los dientes de nuevo un instante, y acabó por encontrar en su cuello una distracción, así que se lanzó a morderla de nuevo. El gesto vino acompañado de un gruñido cuando sintió la caricia de su mano, y de nuevo trató de cerrar las manos en torno a la carne de los glúteos. Corbin sentía un extraño zumbido en la cabeza, y le costaba respirar con normalidad.

La humedad de ella, su calor, mucho más evidentes de pronto, no ayudaron a paliar el problema. Corbin abrió los ojos y, con más fuerza, la empujó contra sí. La sensación lo hizo cerrarlos de nuevo. Una idea se perfilaba en su cabeza con más claridad de la que hubiera pensado posible, y alzó la pelvis a su encuentro, tan solo para descubrir la frustración de la tela entre ambos. Y Corbin, en aquel momento, no tenía tiempo para murallas, ni siquiera para murallas tan finas.

Abandonó la mano de su nalga izquierda, apurado, y dio un fuerte tirón a la fina prenda, desgarrándola, para apartarla de su camino. Sin esperar permisos ni respuestas, Corbin la penetró, y de entre los dientes apretados se escapó otro ronco gruñido.

No da posibilidad de jugar. Cualquier intento por prolongar nada es inútil. Busca algo, y es posible que ni él mismo sepa de qué se trata, pero no ve más allá de ello. Su cuerpo lo guía, lo noto. Se debate, se enfrenta a mí, se va desatando y se vuelve cada vez más difícil de controlar.
¿Y quién quiere controlar?
No obstante, llega algo más lejos de lo esperado. Alzo las cejas, dejando ir un jadeo sorprendido, cuando reacciona de forma tan violenta, encontrándome de pronto sin ropa. Ni siquiera he sentido el desgarro. Ha sido tan abrupto que no he tenido tiempo a reaccionar. Y entonces me encuentra y el jadeo se convierte en un gemido, sorprendido todavía debido a la rápida actuación. Me he aferrado a él de forma involuntaria, buscando sostén debido a la repentina agresividad de sus movimientos, viendo mi estabilidad en peligro.

No tardo en acomodarme a la situación. Si uno no sabe adaptarse debe morir. Este no es el caso, pero pese a todo no dudo. Enseguida comienzo a moverme arriba y abajo, valiéndome de las manos aferradas a su espalda, en movimientos cortos y enérgicos, dejando que la cadera siga ese trayecto ondulante tantas veces repetido, tan aprendido, que vuelve el vaivén más exacto, más placentero.
Busco encontrar en él lo que deseo ahora mismo. Quiero complacerme en todo lo posible, y acomodo mi cuerpo con cada acometida buscando ese punto que logra una mayor respuesta por mi parte, esa zona exacta que hace que me estremezca.

Y Alehyss dejó de resistirse. Corbin apenas podía llegar a asimilar las oleadas de placer antes de verse acometido de nuevo. No le importaba demasiado. Ni siquiera pensaba en ello. No tenía tiempo para pensar en nada en aquel momento. Su cuerpo pensaba por él, y su cuerpo le decía que era aquello lo que buscaba, así que afianzó las manos contra la carne de ella y la acompañó en sus movimientos, ignorando el aire que se le escapaba en gruñidos por la boca entreabierta.

Corbin tenía tan solo una experiencia más de la calidez y la humedad en torno a sí, pero no tenía que prestar mucha atención para ver que las situaciones eran distintas, como lo eran las sensaciones. Eso no lo hacía menos urgente, y como en otra ocasión sujetaba la cabeza de Alehyss para impedir que se alejara de su miembro, en aquel momento sujetaba sus caderas, esperando cada nuevo descenso con impaciencia, acortando cada escasa espera con una embestida, yendo a su encuentro.

No tardó en comprobar las desventajas de su posición. De nuevo, de ella dependía el movimiento, y Corbin poco podía hacer al respecto. Pero no dudó en poner remedio a aquel detalle. De un impulso, aprovechando una nueva acometida de la chrysos, Corbin embistió con mayor fuerza, llegando a levantarse de la silla, sosteniéndola en el aire. No era especialmente pesada, y Corbin podía con ella, pero no era su objetivo mantenerla suspendida.

Apenas necesitó un paso para dar con la mesa. Barrió el material de escritura con un gesto de desprecio y dejó caer la espalda de la chica sobre la mesa, echándose sobre ella con ansia feroz. Con sus caderas en las manos, comenzó sus propias embestidas, atrayéndola hacia sí al tiempo que avanzaba contra ella, en un ritmo creciente que no daba opción a la tregua.

Al principio puedo dedicarme a complacerme a mí misma, a moverme como sé que dará resultado, porque sé que además de resultarme satisfactorio tampoco lo dejará indiferente. Y parece funcionar. Puedo concentrarme en el placer, en los jadeos, mientras lo escucho a él y lo noto responder, colaborar en cada penetración. Pero, de nuevo, se rebela.
Abro mucho los ojos cuando embiste, ahogando un gemido agudo provocado por la inesperada profundidad y violencia de su gesto. No obstante, pronto estoy preparada para lo que viene a continuación, acomodando el cuerpo a la mesa que me recibe para impedir hacerme daño, adoptando enseguida una posición que resulta cómoda, dejando la cadera más alzada que el resto del cuerpo para volver el movimiento que vuelve más cómodo y sencillo. No obstante, pronto resulta evidente para mi cuerpo que él, pese a lo atractivo del ansia animal que lo mueve, sus gestos no son tan exactos como lo eran los míos. Pero eso no debe ser un problema en sí mismo.
Por suerte o desgracia, a lo largo de mi vida me he topado con muchos hombres  que no eran igual de capaces entre sí. Pero ninguno tenía tantas ganas de aprender.

Dejo ir un jadeo algo más grave en lo que acomodo el cuerpo. La agilidad y la flexibilidad no sirven solo para luchar, desde luego.
Paso las piernas en torno a su cintura, clavando, acomodando, los talones en la parte baja de su espalda, justo sobre sus nalgas, constriñéndolo. Me valgo de ese apoyo para seguir sus movimientos y aportar los míos, guiar los cuerpos, para aportar de nuevo esa precisión que a él le falta, pero sin renunciar a la brutalidad que me ofrece. Asimismo, apretando o aflojando el agarre de las piernas puedo ayudar a que las penetraciones sean más intentas, apartándome un poco más cuando se aleja y ayudando a que se clave en mí cuando me busca. El cuerpo, apoyado en la mesa, junto con sus manos que me atraen, afianzan mi posición, haciéndola estable.

Aprieto los ojos y respiro por la boca en inspiraciones y espiraciones breves. Es la única forma de lograr tener el aire que necesito. Además, una respiración acelerada, los jadeos, sus gruñidos... Todo ello ayuda a crear un ambiente más adecuado.
Desde luego, no puedo negar que resulta más atractivo cuanto más descubro.

Corbin no tardó demasiado en sentir el calor que lo ahogaba, la piel húmeda por el sudor que lo empapaba. No era algo que lo preocupara en absoluto. En cierto modo, aquella parte sí la conocía. Puede que no estuviera acostumbrado a aquel ejercicio, pero estaba acostumbrado al ejercicio. No tenía problemas en embestir una vez tras otra, ni sentía que se le cansara el cuerpo. Más bien, el cuerpo le pedía continuar, seguir adelante, aumentar el ritmo, y cada vez que salía de ella era solo para entrar de nuevo, tratando cada vez, prácticamente, de atravesarla, de obtener tanto de ella como la física le permitiera.

No tardó en inclinarse hacia adelante, sujetándose con una mano al borde de la mesa, sintiendo que ningún impulso era suficiente. Y la mesa no tardó en sufrir las consecuencias, hundiéndose a la presión de su fuerza descontrolada. Pero Corbin no era consciente de su entorno, y nada de eso le importaba. Solo le importaba el siguiente movimiento, la próxima embestida, la nueva oleada de satisfacción insatisfecha que lo recorría y le pedía que continuara, que lo repitiera, que fuera más rápido. Ni siquiera era del todo consciente de si Alehyss colaboraba o de si era él mismo quien la hacía colaborar.

Aquello, por supuesto, no podía durar mucho, y entre sus gruñidos empezaron a colarse jadeos secos, y empezó a invadirlo la sensación de que estaba a punto de alcanzar lo que buscaba. Las embestidas seguían con apremio, y Corbin apretaba los dientes, concentrado únicamente en aquello. Hasta que, finalmente, un sonido extraño, ronco, se escapó directamente de su garganta, y se sacudió dentro de ella con movimientos secos, encontrando por fin el alivio a la tensión que había acumulado.

Resulta satisfactorio ver hasta qué punto está desesperado por seguir. Mantengo los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, y estoy pendiente por el resto de sentidos, especialmente por el tacto, de cómo debo obrar para maximizar los resultados. Llego a abrirlos, sin embargo, con el crujido de la madera, y le dedico a ese detalle una breve mirada desinteresada, aunque llego a esbozar una sonrisa. No me entretengo con ello, sin embargo, ni me distraigo, y continúo moviéndome cuanto puedo, ayudándolo a complacerme, buscando mi disfrute como él busca el suyo.

Pero pronto cambia la cadencia de su respiración, y también varía sutilmente la forma en que se mueve. Y yo lo apremio, o me apremio, aferrándome como puedo a cada embestida, buscando en todas ellas prolongar mi disfrute un poco más, contrayendo los músculos para atraparlo dentro de mí y aumentar la fricción, apretando la mandíbula por la tensión que acumulo.
Y entonces el ritmo baja y termina por detenerse. Mantengo las piernas en torno a él y el pecho sube y baja cada vez que respiro, tendida sobre la mesa. Abro los ojos esta vez, mirándolo, con la vista levemente desenfocada por la excesiva respiración.

He de contenerme un momento para evitar fruncir el ceño o demostrar algún tipo de desaprobación. Ha estado bien, estrictamente, y era algo esperable.
Trago saliva y me aparto el pelo de la cara un momento, inspirando con suavidad, pero más profundamente.

-¿Te sientes completamente incapaz de seguir? -pregunto entonces, con la voz algo tomada, aún con el rastro de lo que hace poco eran jadeos.

Corbin tenía la respiración entrecortada, y cuando Alehyss habló, tardó un momento en enfocarla, como tardó un momento en comprender que seguía atrapado entre sus piernas. Que, de alguna forma, aquello no había terminado. Pero había terminado. Al menos, así era para Corbin. Y la pregunta de ella era tan directa que Corbin ni siquiera supo cómo responder.

Todavía no se había reblandecido, y la sentía a su alrededor, contrayéndose una vez tras otra. No era del todo desagradable, pero la urgencia se había deshecho. Corbin probó a embestir de nuevo, más despacio, quizá con más tiento, tratando de deshacerse de la niebla que tenía en la cabeza.

Pero, tras un par de embestidas, se detuvo.

-¿Cómo...? -La voz le salió un gruñido.

Ni siquiera tenía muy claro qué era lo que quería preguntar.

No es necesario que responda, ni siquiera es necesario que haya acabado de preguntar, para comprender la respuesta. O la sé de antemano. Esa pregunta es casi una súplica. Pero es evidente en su actitud que la situación ha terminado.
Esbozo una sonrisa y niego con suavidad, dejando que las piernas resbalen por su espalda un instante. Lo libero, finalmente, incorporándome, sentándome en la mesa, dejando ir un sutil jadeo cuando abandona mi cuerpo, sintiéndome vacía, de alguna forma, insatisfecha.
No siempre es posible llegar hasta el final. No es el único que ha pecado de no hacerlo. En su caso al menos hay una excusa.

-Está bien -lo tranquilizo, con un tono que transmite lo propio.

Y lo ha estado. La pena es que no haya durado más. Pero sabía a lo que me arriesgaba y decidí buscarlo de todas formas.

Alzo la vista hacia él. Me siento apacible, de alguna forma, como relajada. El único problema sería el rastro amargo de insatisfacción que no logro evitar tener. Termino por dejar que la diestra descienda a la zona, pruebo a acariciarme yo misma, y aunque el cuerpo no lo rechaza sí es exigente, y a veces no quiere conformarse cuando ha recibido más de lo que le ofrecen.
El tanteo termina quedando solo en eso, y pronto abandono el intento y busco mi ropa con la mirada, dando con los jirones junto a la silla y dejando ir un resoplido, una suerte de risa.

Interesante, cuanto menos.

Corbin se apartó un poco cuando ella dejó de mantenerlo apresado, soltándola del todo y dándole espacio y libertad de movimiento. Se subió el pantalón, con la firme sensación de que algo no iba como debía. Y, aunque la actitud de ella era tranquila, Corbin era capaz de entender que algo fallaba. Carraspeó.

Ser consciente por vez primera de la prenda desgarrada, y un poco después, de la mesa estropeada, e incluso del pergamino y la tinta echados a perder no mejoró la sensación. De hecho, Corbin empezaba a pensar que cuanto más parecía volver a la realidad más irreal esta le parecía. Además, no tenía muy claro qué hacer con su cuerpo o su postura, y eso le resultaba especialmente incómodo.

En otras circunstancias, probablemente no habría pensado en ello. Era, creía, aquella pregunta, aquel comentario, lo que lo llevaba a plantearse una manera premeditada de proceder. La actitud desenvuelta de ella, frente a la suya, tampoco conseguía guiarlo en aquel momento.

Termino por observarlo, pasado un rato, con curiosidad, de alguna forma. Observo sus gestos, su expresión, y también sigo su mirada, que va revisando la habitación. Poco a poco el deseo se apaga, aunque siempre quede un resquicio incómodo que tardará en desaparecer. Pese a todo, me siento perezosa, como es habitual: esa pereza agradable.

-¿Buscas algo? –termino preguntando, con un tono que llega a resultar sinuoso, entretenida, con los ojos clavados en los suyos, buscando esa respuesta muda que a veces transluce cuando la verbal no lo hace.

¿Está inquieto, quizás? ¿O es mi impresión? Parecía más tranquilo la última vez.

Corbin volvió la vista a ella, sintiéndose un poco perdido. Se quedó un momento mirándola, serio, taciturno. Finalmente, negó con un gesto suave de cabeza.

-No -añadió, sereno, pese a todo.

Pero seguía sin saber qué hacer. Acabó por encontrar refugio en lo que él mismo había echado a perder. Recogió el pergamino empapado, en el que apenas se leía ya nada de lo que había escrito, y lo dobló con un cuidado poco necesario. Sobre él colocó el bote de tinta, medio vacío después de haber sido volcado. Recuperó la pluma, que había caído al suelo, y la colocó junto con lo demás. Tomó, entonces, el papel secante, y lo extendió sobre las manchas de tinta, tratando al menos de retirar la humedad de las manchas.

Se movía en silencio, entre otras cosas, porque no sabía qué podía decir.

El silencio se extiende. Al final, como él se pone en marcha, hago lo mismo. Dejo al fin la mesa y voy en busca de mi ropa, o lo que queda de ella. Tengo que resignarme a ponerme el pantalón directamente, y recojo los trozos de tela ya inservibles. Ya me encargaré más tarde de deshacerme de ellos.

Al terminar me vuelvo hacia él, observándolo con curiosidad un par de segundos, y termino por acercarme, buscando algo que hacer para ayudarlo, aunque ha acabado con la mayoría de tareas. A su lado, termino por apoyarme un momento contra él, haciendo ínfimo contacto, mirándolo de reojo con una sonrisa suave.

-Estás muy callado –comento primero, entretenida-. ¿No te ha gustado?

Me siento algo rara, todavía. Es normal, supongo. Mi cuerpo todavía reclama, de alguna forma, la atención que no ha recibido. Aún aceptaría de buena gana que recuperase las fuerzas y repitiese esas embestidas contra mí, pero ya es tarde para pedirlo. Pero sigue siendo como si el subconsciente mantuviese esa expectativa.

Corbin continuó con lo que hacía hasta que Alehyss lo reclamó, con palabras, con un gesto suave. El gesto recordó a Corbin que no había recogido su camiseta. Las palabras, que se enfrentaba a un contexto desconocido. La miró un momento, llegando a parpadear, sintiéndose un tanto perdido.

-Sí me ha gustado -respondió, seguro. De eso estaba seguro, al menos-. Es solo...

La idea de expresarlo en voz alta lo incomodaba. Aunque no se trataba exactamente de eso, a Corbin le sentaba de la misma forma que si estuviera admitiendo una debilidad. Pero, pese a todo, pese a que conocía las burlas, que se daban, sabía, más veces de las que él era capaz de detectar, pese a que veía el desequilibrio patente entre la resolución de ella y su inexperiencia, pese a todo, sabía que, de todas formas, no tenía ninguna posibilidad mejor de avanzar que preguntando.

¿Y qué era lo que quería preguntar?

-No ha quedado resuelto -aventuró, tratando de sonar seguro, pese a que no lo estaba-. No acabo de entender cómo proceder.

No, no se quedaba más cómodo después de haberlo dicho.

No interrumpo cuando ha hablado por primera vez, dando rienda suelta a mi ego. Esas cosas han de guardarse para uno, o pierden todo el valor. Y es cuando termina de hablar cuando comprendo sus preocupaciones. O parte de ellas. No sé qué lo mueve, exactamente, a tener esa preocupación. Pero supongo que no es la necesidad de complacer a otros. Parece tirar más a esa necesidad de cumplir como se debe.

-El hombre suele ser más fácil de “contentar” que la mujer –le explico, con suavidad-. No lo has hecho mal. Has sucumbido a tus instintos. Pero todavía no eres consciente del pleno funcionamiento de las cosas. Es como si aprendieses a luchar con un arma que desconoces: aún tienes que ir averiguando las claves-. Sé que no se trata de un combate, pero en parte es fácil hacer la analogía-. Haz lo que tu cuerpo te pida. Con el tiempo ganarás resistencia y destreza, si lo practicas. Y, en caso de que no seas capaz de aguantar el asalto entero –añado, con una sonrisa entretenida- siempre puedes valerte de otras herramientas. Realmente se trata de dar rienda suelta. El desempeño mejora con el tiempo, como suele pasar.

Qué comprensiva estás hoy, Alehyss Lester. Es extraño en alguien como tú.
Pero al fin y al cabo soy yo la que insistió en enfrentarse a alguien que solo estaba aprendiendo.

Corbin escuchó en silencio, sin interrumpir en ningún momento. Era cierto que nunca se había parado a examinar aquel tema en profundidad, ni tampoco se había visto en situación de vivirlo hasta el momento, pero sí tenía una ligera idea de qué estaban hablando. De todas formas, supuso, no le venía mal escuchar lo que Alehyss tuviera que decir al respecto. Por lo visto, llevaba una larga experiencia a sus espaldas.

Asintió, pensativo.

-¿Y ahora, qué? -preguntó entonces.

Porque no contaba con esas herramientas ni, por lo visto, había aguantado el asalto, como ella decía. No sentía vergüenza ni insatisfacción. Pero, sin embargo, sí sentía mucha curiosidad por todo lo que giraba en torno a aquello. Y, a mayores, tenía un cierto reparo con respecto a su propio comportamiento. Un hecho extraño, ya que Corbin solía sentirse seguro de lo que hacía.

Recogió su camiseta, poco preocupado de mancharla de tinta, y volvió a ponérsela.

Escucha en silencio. Luego, una única pregunta. Llego a ladear mínimamente la cabeza, como si con ese nuevo punto de vista esperase ver algo diferente en él. No puedo evitar una sonrisa suave, curiosa, pero en ningún momento burlona. Siento curiosidad, como él la siente, aunque sea una curiosidad diferente.

-Bueno, lo que quieras. Podemos ir a tomar una ducha. Sienta bien después de esto. ¿O quieres saber cómo hubiese actuado otro en tu situación?-. La sonrisa se agudiza un poco. Sigue habiendo un rastro depredador en el fondo de mis palabras, que me veo forzada a apagar-. ¿O quieres saber cómo satisfacerme?

Noto cómo se me eriza suavemente el vello de la nuca a hacer la pregunta, como con cierta expectación.
No es un ejercicio tan interesante, realmente, si partimos de que no parece sentir más atracción hacia mí que el deseo. Ahora que ese se ha apagado, quizás nada lo mueva con el mismo ímpetu.

Corbin no tardó en ver que su pregunta no había sido suficientemente clara. Y lo cierto era que no sabía muy bien cómo expresarse mejor. Normalmente, expresarse era relativamente sencillo, pese a que se sabía escueto en palabras. Pero, en aquel momento, sentía que tanteaba un terreno resbaladizo, y el tiento le trababa la lengua.

-Me refería a cómo me corresponde actuar -explicó, aunque no tenía muy claro si su pregunta estaba más clara así o si simplemente estaba repitiendo lo mismo.

No preguntó más. Si costaba obtener una respuesta, prefería no acribillar a preguntas.