Observatorio.

Estar despierto recorriendo el palacio a las seis de la tarde era prácticamente trasnochar. Sin embargo, no quedaba ya mucho para el atardecer ahora en invierno y el líder no solía dormir durante demasiadas horas.

Se dirigió al observatorio y corrió los telones del ventanal que se abría para la utilización del telescopio para mantener una mayor penumbra y estar a gusto. Luego tomó asiento en una de las pequeñas mesas de estudio y quedó allí, en silencio. Repasó alguno papeles referentes a su país y luego otros tantos sobre las últimas noticias internacionales. Debía volver en breve, con el cáliz todo sería más sencillo. Debía repasar la situación, renovar instrucciones y preparar Caligo para lo que pudiera venirse encima. No estaba tan saturado como la última vez, ni de lejos. Pero mejor así.

Recordó un momento al piscis con cierta molestia. Teóricamente iba a llevarlo con él, pero tras su comportamiento lo que restaba era dejarlo atrás a modo de represalia. Si creía que iba a poder campar a sus anchas montando follones, hablando de lo que no debe y metiéndose en las habitaciones de los soldados, estaba bastante equivocado. Había pensado que sería más fácil de educar tras su maduración frente a su secuestro, pero al parecer había cosas del muchacho que no podían cambiarse. Lo que debía hacer era abandonarlo por ingrato y punto. Suficientes problemas tenía como para estar haciéndose cargo de un muchacho molesto. Sin embargo, su capricho era difícil de controlar y el muchacho le había caído demasiado en gracia. Aren Darvenwish no soltaba a sus vasallos sólo porque fuesen un poco molestos. Quizá debería mellar su moral encerrándolo en un cajón oscuro durante treinta noches ya que no parecía valer ningún tipo de castigo medio para controlar su estúpido genio.

Dejó de darle vueltas al tema y se recostó en la silla, cerrando los ojos para tomar aire. Luego fijó su vista en el enorme telescopio. Le parecía una máquina magníficamente precisa. Sin duda, como buen hijo de su sangre, su mente se deleitaba con los avances, con la búsqueda de las mejoras tecnológicas y las prioridades más oportunas para realizar un trabajo óptimo. Repasó cada uno de sus biseles y esquinas, cada placa, cada junta, cada tuerca... Por donde su vista pasaba lentamente, su mente iba desmenuzando el aparato para montarlo pieza a pieza y dar explicación a su funcionamiento. La reflexión de las lentes, la ampliación de la imagen y la luz escasa y necesaria para la visión. Los movimientos de los haces y los cálculos necesarios para que la deducción de los satélites fuera efectiva.

Se llevó la mano a la frente, evitando seguir aquel gratuito ejercicio. Al fina se lo lelvaría de todas formas y acabaría perdiendo la paciencia y entonces el muchacho acabaría metido en un barril...

*se queda*

El líder trató de ignorar la presencia tras de sí, pero como no tardó en indicarle que traía algo para él no tuvo más remedio que hacerse cargo. Se tomó unos segundos en silencio y finalmente levantó la mano derecha -triscando los dedos-, indicando a la muchacha que le diera la carta que traía, sin siquiera detenerse a mirarla o darse la vuelta para prestar atención. Por la magia que había utilizado para aproximarse a él ya tenía claro de quién se trataba.

Cuando tuvo la carta no tardó en leerla, pues sólo había una frase en ella. El líder alzó las cejas, casi molesto por semejante tontería. ¿Qué pretendía? ¿Es que quería algún tipo de permiso? ¿Se trataba de alguna clase de amenaza? ¿Esperaba, por un mísero momento, que fuese a prestar atención a un juego de pilla-pilla como ése? Él la había ignorado desde aquella conversación insustancial, ¿es que ahora pretendía hacerse la interesante, la poderosa? El líder arrugó la carta, resoplando, y la tiro al suelo.

—Tu señora tiene demasiado tiempo libre —Se levantó de la silla, silencio, imponente, y se dio la vuelta hacia la muchacha ciega. La había visto junto a las demás, rodeando o siguiendo a Flavia.  Sin duda era la más interesante para él. Silenciosa, discreta, hija de la noche y con unas cualidades mágicas nada desdeñables. Siempre iba cubierta con aquella enorme túnica negra y ahora por fin tenía la oportunidad de comprobar quién era ella en profundidad. Se acercó un paso y medio, la poca distancia que a ella la separaba de la silla.

—Eres Eld, la mestiza de caeruleus que sigue a Flavia —Concretó con un tono aterciopelado, no muy alto, pero tampoco bajo, lo suficiente para que le sonase arropado y sencillo de comprender. Tenía aquel acabado ligeramente ronco, como un arrumaco y un sutil deje zalamero que se perdía en lo agradable general. La muchacha era ciega con lo que no podía capturar los encantos del líder en un primer vistazo, pero tampoco los tonos discordantes. Así pues, el líder debía transmitir toda su fuerza, todo su encanto y sensualidad a través de lo que ella pudiese percibir. Su olor era siempre impecable, atrayente y fresco como el polen para las abejas, con lo que era en la voz sobre todo donde debía hacer hincapié.

—Hace tiempo que me tienes intrigado, pareces una mujer impecable, nada que ver con el resto de tus compañeras... —El líder continuó con un tono acompasado, casi como una melodía de encantador de serpientes. Su tono guiaba el ritmo que debía llevar el tiempo de la discusión y tanto la oscuridad como el silencio acompañaban su melodía.

-Mi señora simplemente tiene todo el tiempo que quiere.- Corrigió, muy acertadamente.

Le escuchó y asintió en silencio.- Lo soy. Nací en Caligo, pero por lo visto era demasiado imperfecta.- Dijo sin ningún tipo de reproche. Simplemente: la objetividad de sus vivencias.

-Las débiles han muerto. - Dijo encogiéndose de hombros ligeramente.- Claro que no tengo nada que ver con ellas.- Dijo con un deje mínimamente satisfactorio. No se alegraba de que hayan muerto. No suponían ninguna amenaza para ella. Sin embargo ahora tenía menos presión de grupo. Aunque no eran las muertas quienes le preocupaban. - Vatra es impecable, señor.- Cedo. Teóricamente y sólo teóricamente, Branne estaba por encima de ella. Sin embargo, aquel hurto de puesto jamás sería reconocido por la actual tercera.

-Tengo que irme.- Dijo sin más.

Ya había hecho su trabajo.

El líder reprimió una risa ante la defensa de su señora y la sustituyó por una ligera media sonrisa, pero no hizo ningún tipo de comentario. Luego la mujer continuó hablando y el líder no la interrumpió, quería saber qué tipo de mujer era y cuáles eran sus reacciones a sus palabras.

—Espera —Sentenció con tono de orden, sin llevar la mana a ella. Él era un líder y debía obedecer a sus órdenes sin necesidad de mayores retenciones, de todas formas, no dejaría que se fuera tan pronto.

—¿Eso te ha dicho la que es ahora tu líder? ¿Que eras demasiado imperfecta? —Preguntó con tono suave nuevamente, acercándose a ella. —Vatra no es más que una mujer que ha perdido su sentido como ser magnífico. Es una guerrera sin elegancia, sin gracilidad, su fuerza es similar a la de un minero incontrolado —Indicó, quitando importancia a la primera. —Y esa parvus a la que han nombrado segunda... Sin duda Flavia no sabe apreciar la verdadera excelencia. No ve más allá de sus propios rasgos... —Añadió con tono de aliento, de comprensión. Queriendo ganarse su confianza, su camaradería.


—Permíteme —Y sostuvo sus manos con las de él, apenas acariciando sus palmas con los dedos. —Tus manos son sutiles y femeninas... —Entonces las abrió con lentitud y cuidad, mimo, para poder observar su cuerpo. —Tus piernas son esbeltas y fuertes... —Repasó sus manos, pasando de la palma al dorso y ascendió por sus brazos, apenas sin rozarla, hasta tocar ligeramente sus hombros, como si la ayudase a erguirse llevándolos hacia atrás. —Tu figura, sinuosa tras estas holgadas prendas, no llega a pasar desapercibida... —Acarició sus hombros hacia el cuello con la misma lentitud y cuidado, manteniendo su tono suave, un susurro ligeramente elevado. Sostuvo con suma delicadeza los bordes de su capucha y los separó apenas unos milímetros hacia abajo, dejando ver mejor el cuello y torso de la mujer. —Tu presencia es sutil y misteriosa —Indicó. Aspiró silenciosamente, cerrando los ojos durante un momento. —Y esa fuerza etérea que emana de ti mostrando la pura energía viva... —Entonces llevó su diestra, lenta pero decidida, hasta rozar el mentón de la muchacha. Sus movimientos eran tan gráciles y cuidadosos como aquel que acerca su mano a un animal asustado del que quiere conseguir su confianza. Se agachó ligeramente hasta ella, para poder bajar su tono de voz en un susurro mayor.

—A mí me parecéis una de las criaturas de mayor perfección que he visto. Un caeruleus capaz de encontrar la oscuridad es un milagro que sólo los necios son capaces de ignorar —Paladeó a poca distancia de ella, pero tratando de mantener respetar su espacio.

El líder volvió a sonreír para sí ante la frialdad de la muchacha en sus palabras. Así que tenían el cerebro tan lavado como para asimilar todo aquello de la perfección del que está por encima. Al líder le resultó patético y estúpido, pues las chicas -como bien había presenciado- cambiaban de puestos según el capricho de su soberana.

Ante las últimas palabras de la chica, el líder entornó os ojos con cierta maldad. Mal sabía ella de disfrutes en el cuerpo.

—Eres mal entonces. Eres tú, Eld, la que debe deleitarse con su propio ser —Indicó, de nuevo con aquel tono hipnótico. —¿Quién sino va a conocerte? Si tú misma no eres consciente de tu hermosura. Eres inigualable, aunque te niegues a creerlo —Indicó, llevando la mano que rozaba su mentón hacia su mejilla para acariciar su fina y pálida piel. Con su mano libre sostuvo la de la caeruleus y la llevó a su propio rostro. Luego llevó la suya también a la mejilla de la chica, sosteniendo su cara con ambas manos y levantándola para que alzase la cabeza.

—Puedes conocerme como sepas, Eld. El conocimiento es nuestra mejor arma y escudo. No temas al descubrimiento. Siente, descubre, investiga... —Susurró mientras sentía la mano de la chica en la suya y acariciaba la cara de ella, llevando los dedos hasta su nuca en un suave masaje.

Lentamente, fue acariciando la cara de la mujer, evitando acercarse a sus ojos por si eso le producía algún tipo de reparo y, en cuanto llegó a su frente, acarició su pelo utilizando el movimiento de sus manos para apartar la capucha de la chica y dejar su rostro al descubierto.

El líder entreabrió los labios y cerró las mano con suavidad en cuanto la chica desapareció para alejarse de él. Sí, aquella era una zona delicada. Pero ella no se había ido. El líder amplió su sonrisa. Su comentario era casi lapidario. Pobre criatura atormentada

Respetó la distancia que ella había impuesto durante unos segundos, dando a entender que no pretendía presionar más allá de lo que ella pudiese soportar. Entonces escuchó su pregunta y se humedeció lo labios antes de responder.

—La vida que uno tiene no siempre es la que espera —Inició. —No obstante, uno siempre puede elegir qué va a sacar en beneficio de esa vida —El líder se quedó mirando sus manos, todavía saboreando el tacto de la piel de la muchacha mientras hablaba.

Entonces apareció de nuevo muy cerca de la muchacha. Puso su índice en su labio inferior.

—Me preguntas si eres bella —Susurró. —Y yo te digo que por tu hermosura se destruirían imperios —Se acercó a ella y acabó por besarla, sosteniendo su cabeza y su cintura contra él, en un contacto apasionado pero no agresivo, sino sutil y cálido. Se separó y suspiró sobre ella —Sólo aquellos que te temen querrían ocultarla —

Ella sonrió, halagada, y el líder pudo ver como su pequeño muro de frialdad había caído poco a poco. En cuanto la besó ella pareció dudar al principio, pero la satisfacción del líder se vio colmada en cuanto le correspondió. El líder se supo ganador, la muchacha ya era suya.

Sin embargo, sintió una fuerte perturbación entre ellos y de pronto la muchacha desapareció frente a él. Se irguió y frunció el ceño. Sabía que ella no se había marchado por cuenta propia. Paladeó con la lengua un instante y sintió algo parecido a un calambre. Sonrió con cierto rencor. Así que la vieja las mantenía atadas como esclavos encadenados a sus pies. Así que aquel era el nivel de confianza que tenía sobre ellas, ja. El líder rió silenciosamente, dirigiéndose al pupitre para recoger sus cosas. Flavia era débil e insegura y, lo mejor de todo, se sentía tan sola que seguramente ahora mismo estaría aterrada.

Recogió sus cosas y se dispuso a abandonar el lugar por las escaleras. Posiblemente la caeruleus se llevaría un gran disgusto con su castigo, ahora él debía ser el amante dolido por la injusticia.

Subo al observatotio con pasos enérgicos, saltando de dos en dos los escalones hasta llegar arriba del todo. No por prisa, sino porque e siento animado.

Silbo tranquilamente mientras miro a mi alrededor, tratando de encontrar a la mujer que me ha llamado, pero no encuentro a nadie. Me meto las manos en los bolsillos y me pongo a pasear por la sala, todavía silbando. El tono es animado, una cancioncilla popular con un par de obscenidades, pero nada del otro mundo.

Me quedo mirando las estanterías y toqueteando algunas cosas mientras espero. Si me ha hecho llamar, no podrá tardar mucho.

Entre toqueteo y toqueteo mi mente me para en seco en cuento huelo un aroma peculiar y envolvente, deteniendo cualquier otro interés que hasta ahora pudiera haber tenido. Es como cuando un animal está comiendo y huele algo rentino, sintiendo deseos de correr en esa dirección.

Me giro hacia el arco de las escaleras y la veo aparecer más elegante que la última vez e igual o más hermosa y hechizante. Me tomo unos segundos para observarla y sonrío con calma, todavía perdido en sus detalles antes de responder.

—No importa nada si vale la pena —Comento con tono galante y más respetuoso que halagador, caminando unos pasos hacia ella para luego hacerle una ligera reverencia con la cabeza y el pecho, llevándome la diestra al mismo. Me gustaria poder sostenerle la mano como hacen los hombres de mayor posición, pero sé que resultaría incluso ofensivo debido a mi rango respecto a ella. Apenas la he visto un par de veces y me siento como si fuese el fiel caballero de una soberana.

Me quedo en silencio, esperando a que hable.