Pasillos

Asiento con él, permitiéndome una sonrisa. No es que todo vaya perfectamente, pero el pesimismo no me llevará a ninguna parte ahora, así que es mejor tirar para adelante y decir que sí, que todo va bien. Y...
¿Qué coño hace? Aparto un poco la cabeza, aunque acabo por abrir la boca, no sé bien por qué.

-No soy un caballo... -murmuro, estrechando los ojos-. Todo va bien, tranquilo-. Imaginaré que está preocupado. Eso lo hará un poco más tierno que si pienso que es un tío raro buscando caries.

Dragón.
Lo entiendo entonces, y me desinflo un poco. Asiento, algo ausente, bajando la vista un momento. Al siguiente lo vuelvo a mirar.

-Así que ese es Nobu... Sí que lo vi, desde un balcón -comento. Como para no haberlo visto-. Era el dragón de Silvanus, ¿no? El chico que vino con nosotros aquella vez, a Lumen-. Lo recuerdo, aunque parece que haya pasado una eternidad. Fuimos a buscar un amuleto a una casa enorme. Lo vi un par de veces después de aquello, no mucho más-. Es el chico que murió hace poco -le digo. No sé si lo sabe.

No me alegro de la muerte, aunque no fuéramos amigos. Solo me alegro de que Gerald no se subiese al carro, nada más. Y ni siquiera creo que se pueda decir que "me alegro".

Recuerda a Silvanus, pero no parece que hayan trabado una amistad muy fuerte, tampoco. De todas formas, imagino que ya no hay que pensar en ello. Ahora no tendrá tiempo para hacerlo.

-Mucha suerte -le deseo, cuando se despide. Supongo que también va siendo hora de que me ponga en marcha. Podría entrenar un rato, o así. Es buena hora-. Buenas tardes. Ya nos veremos, eh.

A lo mejor solo se aburría conmigo. Entiendo que no puedo competir contra un dragón gigante. A los tíos siempre les pierden esas cosas. Son un poco imbéciles la mayor parte del tiempo.
Y hablando de eso, ¿dónde está Thor? Me levanto y me sacudo la ropa; miro a los lados. Tendré que buscarlo antes de nada, que ese aún se habrá metido en algún lío...

*se va*

La pareja iba por los pasillos cargando con varios enseres de limpieza, seguida por un boro distraído que a ratos limpiaba algo de polvo. El muchacho dio un pequeño golpe a la chica con la cadera, y luego se adelantó algunos pasos, dedicándole una sonrisa divertida.

-Venga, no es tiempo para jugar–lo advirtió ella, aunque tenía una sonrisa cómplice-. Como uno de los líderes te vea hacer el vago tendrás que limpiar los establos.

El muchacho se dio la vuelta, relajado, y continuó caminando de espaldas varios pasos por delante de ella, tranquilo.

-Con lo ocupados que están no creo ni que tengan tiempo para esa clase de cosas. Apenas son cuatro-. Se le acercó, confidente, y acercó la boca a su oído-. Si me mandan a los establos haré que vengas conmigo para…

Ella no lo dejó acabar, aunque seguía sonriendo. Empujó su rostro con la izquierda, alejándolo un poco de ella, y negó un poco, sonriéndose.

-Ya han sustituido a la líder piscis –le dice, manteniendo el equilibro entre compostura y diversión-. El nuevo líder llegó ayer con su mujer y su hija.

-¿Ah, sí?-. El chico frunció el ceño-. ¿Cómo te enteras siempre de esas cosas?

-A Carla le mandaron ayer preparar un juego de cama y llevárselo –respondió ella, orgullosa de su información.

El chico sonrió de nuevo, deteniéndose ante ella, triunfal.

-Si quieres ver juegos de cama, yo…

Pero ella lo rebasó, sonriendo y negando, sin mirar atrás.

-Venga, Silas, que tenemos que acabar esto.

El muchacho hizo una mueca. No tardó en ponerse a la altura de la chica, con expresión de fastidio, aunque no muy bien lograda.

-¿Y qué sabemos de Lumen y de… Ignis? –preguntó, pronunciando la última palabra con un deje misterioso, como si algo fantasmal la envolviese.

-Yo nada –respondió ella, divertida-. A ver si viene alguna líder guapa y vas a enseñarle a ella tus juegos de cama.

-Como te oiga alguien…

-Venga, a trabajar.

FdR- Hoy y los próximos días se podrás escuchar por los pasillos que el líder piscis ha llegado, aunque aún no se haya presentado formalmente.

Las gotas seguían cayendo con fuerza, pero aquel día Ayne no llevaba a Julia para enseñárselas. Iba ella sola, en persecución de un boro que había encontrado pululando por los pasillos en busca de un poco de polvo que comer.

De todas formas, no tardó en encontrar algo mucho más interesante que el pequeño boro. Unas alas blancas y grandes que le tapaban la vista del pasillo. Ayne miró arriba, pero se encontró con que no eran las alas de la chica bonita. La chica bonita no estaba por ninguna parte, y de eso hacía ya mucho tiempo.

Aún así, eran alas tentadoras. Tratando de ser sigilosa, avanzó a hurtadillas hacia ellas y rozó una pluma con el dedo, recorriéndola.

El respingo, la reacción en general, provocaron en Ayne una sonrisa divertida. Era un chico de pelo blanco, como el mudito, pero, por lo demás, no se parecía en nada a él. Cuando se presentó, ella asintió, con ojos muy abiertos, dando muestras de estar dedicándole toda su atención.

-¡Tienes plumas en la cabeza! -señaló entonces, emocionada-. ¿Me das una? Es que tuyas no tengo ninguna, y así nunca voy a tener un tesoro más grande. Si no está bien una de esas -. Añadió, señalando el ala con el índice-. Esas son muy grandes, irán genial para el tesoro. Y necesito otra para Julia. Son casi casi como su cara, blancas y suaves, así que le gustará.

Mientras el dedo señalaba aquí y allá, mientras ella observaba las posibilidades sin decidirse, Ayne mantenía la vista fija en el chico como un depredador en su presa. Como si con ello lo fuera a mantener inmóvil. Y, por su puesto, una sonrisa emocionada le bailaba en los labios.

Ayne parpadeó un par de veces, permaneciendo inmóvil de pronto. Entonces se llevó el dedo que señalaba a los labios y los repasó un par de veces, con aire ausente. De pronto, pareció volver en sí.

-Claro -respondió, con un tono que indicaba que el aether había dicho una absoluta obviedad.

La siguiente pregunta le gustó a Ayne, y no tuvo el menor reparo en demostrarlo. Se echó de rodillas al suelo y comenzó a hurgar en sus bolsillos. Y, de pronto, fue como si tuvieran alguna especie de doble fondo, o triple o cuádruple. En cualquiera de los casos, pronto quedó expuesta sobre el suelo toda una colección de plumas, piedras, cintas, mechones de pelo y otros tantos objetos absurdos.

-El tesoro -presentó Ayne con orgullo.

Los ojos de Ayne se iluminaron con ilusión, y llegó incluso a dar un saltito y soltar un pequeño grito emocionado.

-¡Con el chiquillo! -exclamó, con la voz teñida de ternura. Entonces carraspeó, abrió las piernas para tener un mayor apoyo, puso los brazos en jarras y se inclinó ligeramente hacia adelante-. ¡Son míos! ¡Los dos!

Asintió un par de veces para sí, convencida.

Se dedicó a recolocar su tesoro una y otra vez, minuciosa y detallista. Las palabras del aether hicieron que hinchase el pecho con orgullo.

-O dos -sugirió ella, sutilmente.

La pequeña parvus mostró una sonrisa emocionada, que casi podía calificarse también de tímida. Asintió con suavidad y enumeró con los dedos.

-Mira, mira: el chiquillo es el papá, Julia es el bebé, y yo soy la mamá -lo miró, triunfal-. Familia.

Ayne observó cómo se quitaba el pelo y se levantó también para recibirlo, encantada. No tardó en acuclillarse de nuevo y miró sus tesoros, evaluándolos. Al final, le escogió un hueco en la exposición y lo depositó allí con todo cuidado.

-Pero es para el tesoro -respondió a su comentario, afanada en su colección.

Ayne rió, divertida.

-¡Claro! -confirmó, mirándolo con sus ojos de gato-. ¡Es que no te lo he dicho!

Atesorando. Era una palabra que Ayne no escuchaba a menudo, pero decidió en aquel momento que le gustaba. Sonaba bien. Ayne atesoraba mucho, y por eso tenía una colección tan grande de tesoros. Los reorganizó, pensativa, mientras asentía con la cabeza. Al final, empezó a recoger.

-Mucho, mucho -corroboró-. Años. Muchos años. No sé cuántos, pero muchos. Muchos, ¿eh?

-Sí -coincidió Ayne.

Ayne continuó recogiendo, al tiempo que empezaba a tararear para sí. Parecía tener muy claro dónde guardar cada cosa, como si todo aquel conjunto de objetos absurdos estuvieran meticulosamente etiquetados en su cabeza. O al menos, así lo hacían ver los gestos con los que se movía.

-Me gusta llevarlo -respondió-. Tanto como puedo. Sobre todo aquí, porque a los gigantes de aquí les gusta mucho verlo. Es normal, porque es bonito, ¿a que sí? Pero es mío, así que no me lo cojas.

Cuando terminó de recoger, Ayne se levantó y lo miró, satisfecha.

Ayne negó con decisión. Un tesoro no era cualquier cosa. Él mismo había podido comprobarlo viendo lo preciosa que era su colección.

-Solo si tienen cosas bonitas -explicó-. O si son importantes. Aunque las cosas importantes también son bonitas, claro. Los tesoros son tesoros, no cualquier cosa que uno encuentre por ahí. Hay que saber.

Se cruzó de brazos y asintió con fuerza, seria y solemne. Luego sonrió de nuevo.

-Así que si encuentras cosas bonitas me lo tienes que decir. Tienen que estar con mis tesoros.

Ayne mostró una enorme sonrisa, encantada.

-¡Sí! -exclamó-. Es que es de plumas. Hay que enseñárselo a Julia.

Ladeó la cabeza cuando Adain preguntó. Entonces se agachó y se llevó un dedo a los labios, repasándoselos, pesativa.

-Pero los has visto. Ya los conoces. Son bonitos, son importantes... Son regalos -se irguió de nuevo y lo miró fijamente-. Me gustan los regalos.

¿Cómo no le iban a gustar?

Ayne mostró los dientes al sonreír, mirando las plumas con ojos brillantes, casi con codicia. Tratando de que no se le notase, alzó la vista para mirar al chico de las alas bonitas.

-Una chica me dio muchas plumas una vez -explicó-. Y me gustan. Las tuyas también. Cuando tengas alguna, me la das.

Correteó en torno a él, para ponerse a su espalda. Con expresión respetuosa pero gesto rápido, echó la mano sobre la parte baja del ala y la pasó en una rápida caricia. Dio un respingo y saltó un par de veces hacia atrás, con gestos nerviosos.

-Me voy a ver a Julia -anunció-. Tiene que ver tu pluma. Y luego más.

Y, sin más dilación, echó a correr a toda velocidad por el pasillo.

*Se va*