Pasillos

-¿Muerte?- Digo asustado.- No entiendo lo que quieres decir.
Sin embargo, todas mis dudas se disipan en cuanto se quita la máscara: ES PRECIOSO.
Qué cara, qué ojos, qué boca...
No es mi estilo de hombre para nada, pero desearía parecerme a él... Tantas cicatrices... me afean. Sin embargo él tiene unos rasgos atrayentes.
-Gue...guerrero... -Digo embobado.- ¿Y... tú? -Digo sonrojado.

Es el jovencito perfecto.
Desde que me sacaron de aquel lugar y pese al corte de pelo, me veo demacrado y el año de cautiverio ha dejado marcas en mí. La profunda cicatriz que me cruza la cara es mi identificador principal. Sin embargo, hay muchas más que no fueron hechas por Aren, ergo, me afean...
Tengo algo de complejo...

Entorno los ojos. -Eres... raro, ¿lo sabías?- digo señalándolo con el índice.

-Ah...- respondo pensativo.- ¿Y qué es lo que todo hombre debe hacer? ¿Plantar un arbol, tener un hijo y escribir un libro?- pregunto curiosón.- Eso lo había escuchado en algún lado. Yo... aún no he hecho ninguna de esas tres.- Río azorado. - Y no creo que haga ninguna... -completo.

-Por desgracia, ninja, yo... no tengo ningún arma.- Digo con pena.- Únicamente la magia me acompaña. De todas formas, espero conseguir alguna pronto...- añado recuperando la sonrisa.- El médico me ha prohibido entrenar, pero... yo me siento bien. Si algún día nos volvemos a encontrar, podríamos entrenar juntos. Pareces una buena prueba. -Río.

Su respuesta me entristece... Su comentario ha sido poco acertado.
Avergonzado, me llevo una mano a la oreja que me fata y me tapo, azorado.-Eso ha sido cruel...- Me sincero.


El chico desaparece con un nairea, quedando patente nuestro posible y futuro entrenamiento. Le ganaré. Estoy seguro.

^se va*

El chrysos vagaba sin rumbo por los pasillos, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Al igual que ayer, y que el resto del mes, había dedicado su día a leer, dar vueltas por palacio y a cocinar (dado lo poco que podía hacer, había decidido empezar a prepararse él mismo los almuerzos; pensaba, por algún motivo, que eso mitigaría su aburrimiento). Las quemaduras que se había hecho en su último entrenamiento ya habían desparecido, pero como todavía sentía cierto dolor sordo a la hora de caminar, no había vuelto a pasar por la sala de entrenamiento, ni había buscado a las chicas de las jornadas intensivas (a pesar de que ya había pasado un mes, y de que tomaba las infusiones que el médico le había recetado, todavía no se había recuperado de los golpes que había recibido en el costado derecho). Y tal vez fuese el aburrimiento, o la soledad, pero en momentos como aquel, en los que andaba sin rumbo por los pasillos, pensaba que sería agradable volver a entrenar con las chicas, aunque sólo fuese una vez más.

Lyam torció a la derecha y se detuvo; hastiado, se acercó a una de las ventanas. Fuera había empezado a llover. Suspiró.

Atavieso los pasillos con el pelo chorreando. Hay un tipo de pinta bastante normal, pero tiene pinta de triste... Mira por la ventana como si... ¡Nada va a empañar mi energía hoy!

-¡¡Anima esa cara, joder!! Fuera llueve, pero si quieres mojar te recomiendo, mejor, que busques una buena mujer -exclamo, dando una palmada en su espalda-. O un hombre, que con ese cuerpito que tienes... -añado, más tranquila, encogiéndome de hombros.

Sonrío, mostrando toda la dentadura, y me despido con la mano.

-Ya me contarás.

Sin decir nada más, continuo andando. A todo esto... ¿Adónde estaba yendo yo...?

*se va*

El chrysos frunció el ceño al notar cómo alguien (alguien desconocido y estruendoso) le golpeaba la espalda. Confuso, apartó la mirada de la lluvia y la posó en la desconocida, una caeruleus que no tardó en seguir su camino. Lyam frunció más el ceño, ligeramente molesto y más confuso que antes, pero no se molestó en intentar decirle algo a la muchacha. Ya se la encontraría otro día y ya le preguntaría quién era y por qué se tomaba tantas confianzas con los desconocidos.

De nuevo solo, volvió la vista a la ventana. No tardó, no obstante, demasiado en volver a desviar su atención. Al escuchar unas risas y, esta vez, una voz familiar, el chrysos se alejó de la ventana y observó el lugar del que procedían los sonidos. Heylel, el dueño de la voz familiar, avanzaba hacia él acompañado por una aether a la que no recordaba haber visto antes y con Masslow en los brazos, en una hermosa estampa familiar. El chrysos cruzó los brazos y ladeó la cabeza hacia la derecha, curioso. Suponía, por lo que había escuchado, que la aether sería la esposa de Heylel. Se preguntó por qué seguía ella ahí. Por qué seguían ambos en Brontë, realmente.

—Buenas noches —murmuró. Miró a la aether—. Encantado.

Estrechó la mano de la mujer. Luego miró a Masslow y se acuclilló frente a él. Curvó los labios.

—¡Buenas noches a ti también! —exclamó, tendiéndole una mano—. ¿Cómo estás?

Ensanchó la sonrisa. La última vez que se habían visto, el crío apenas había hablado, pero esperaba que esta vez dijese algo más.

Al escuchar la voz de Heylel, alzó la vista, pero no se incorporó.

—Estoy —respondió, seco. Torció el gesto—. Aunque no tan bien como tú, ¿eh?

Volvió a mirar al piscis.

El chrysos asintió al escuchar la respuesta del piscis.

—Me alegro —susurró.

Con cuidado, se incorporó, notando un pinchazo en el costado derecho al hacerlo. Compuso una mueca.

—Realmente no me he recuperado. —Miró al aether. Esbozó una sonrisa sesgada—. Todavía me duele bastante el costado derecho, pero, como ya he dicho, estoy.

Se encogió de hombros. Como le había dicho a Alehyss, aquello podía ser peor. Podía tener más huesos rotos. Podía, por ejemplo, tener las costillas izquierdas igual que las derechas, magulladas. Eso, sin duda, sería peor, y entonces ya no simplemente estaría, sino que estaría mal, probablemente en la enfermería, debajo de un montón de sábanas.

—¿Era algo grave? —preguntó, mirando la frente del piscis. Miró de reojo al aether—. Si puede saberse, claro.

Torció una sonrisa. En otro momento tal vez hubiese hecho más preguntas, tal vez hubiese preguntado qué le pasaba, quién le había visto la frente y qué había dicho, pero ahora mismo no encontraba nada interesante en las heridas del chaval.

Guardó las manos en los bolsillos. Asintió.

—Yo también lo espero, la verdad. —Asintió de nuevo—. A ver.

Bajó la vista al suelo, sin saber qué más decir. Se sentía extraño hablando con el aether. Hacía tanto que no lo veía que no sabía qué decirle. Y lo que había descubierto de él no le gustaba; aunque podía entender su comportamiento, no le hacía gracia que lo hubiesen tratado como una cabeza de turco.

Alzó levemente la vista y observó a Gabrielle durante unos segundos, antes de volver a contemplar el suelo. Mientras, escuchaba las palabras del aether, sin demasiado interés. Por lo que decía, el crío había tenido un conjuro de espionaje en la frente. Con toda seguridad, el hechizo lo tendría ya cuando abandonaron la guarida de Ignis, así que, básicamente, la organización había, de alguna manera, entrado otra vez en Brontë.

—Espero que no hayas dicho nada confidencial delante del chaval —respondió, con un deje jocoso en la voz.

Asintió. Si lo que decía era cierto, tampoco tenían por qué preocuparse demasiado. Los miembros de la guarida sabían de dónde venían, así que, existiese o no el hechizo, sabían dónde estaba Masslow ahora mismo. Y aquello, si lo que había dicho Heylel era cierto, era lo único interesante que podían sacar. A no ser que les interesase la fantástica vida familiar del aether. O cómo había cambiado la vida del piscis. Quién sabía, a lo mejor el jefe de aquella banda se interesaba por lo que hacían sus esclavos cuando abandonaban esa condición. Tal vez sentía curiosidad.

—Entonces no creo que sea muy problemático.

Miró al piscis durante unos segundos, con un amago de sonrisa en los labios. Luego alzó la vista para mirar a Gabrielle, que acababa de coger al niño en brazos. Frunció levemente el ceño.

—Claro... —murmuró. Volvió la vista al aether—. Buenas noches.

A pesar de que Heylel le había tendido la mano, el chrysos decidió no estrechársela. En su lugar, asintió con la cabeza, en un gesto de despedida. Al escuchar el último comentario del aether, no pudo evitar torcer una sonrisa, irónica.

—No creo que haya mucho que aclarar —respondió. Ensanchó la sonrisa, sesgándola más—. Disfruta.

Después de que la feliz familia abandonase el pasillo, el chrysos comenzó a avanzar en dirección contraria.

*se va*

La sombra atravesaba los pasillos silenciosa, como solía serlo, sin dejar en el ambiente más que la leve perturbación del aire que provocaba su capa con cada nuevo ondear. La noche era tranquila y joven, por lo que todavía planeaba qué haría.

Zacharyas se detuvo, llegado el momento, frente a una ventana y contempló la noche. Una sonrisa ausente rajaba su rostro en dos mientras observaba el exterior, embelesado por la belleza de la oscuridad. Quizás, pensó, debería volver a casa. Hacía mucho que no lo hacía, y se suponía, pensó el caeruleus, que era normal que los guerreros mantuviesen el contacto de vez en cuando.

*se queda*

Había pasado tanto tiempo que ya no sabía cuánto, y por eso se me olvidaba a veces pensar en ello. Otras, en cambio, me acordaba y me hacía preguntas que no contestaba nunca. Además, luego se me volvían a olvidar.

Aquella noche, sin embargo, sí me acordaba un poco, pero muy poco. Poco porque, como ya estaba oscuro, y aunque había luz en el pasillo, había sacado el farol para jugar. Lo llevaba abrazado contra el pecho y, aunque estaba cansada, sonreía mientras corría.

Hice parpadear la luz un par de veces al verlo al fondo del pasillo, pero no logré llamar su atención. Así pues, seguí correteando hasta llegar a su altura, y cuando lo hice recoloqué el farol en mis brazos para dejar una mano libre. Con esta mano, agarré un pliego de su túnica.

Sin decir nada, miré por la ventana.

Al notar el tirón, Zacharyas bajó la cabeza, ensanchando su sonrisa ausente al toparse con la pequeña parvus, que observaba el exterior. Una extraña sensación lo invadió, haciéndolo sentirse como tímido, o algo semejante que no supo interpretar. También llamó su atención el extraño artefacto que ella portaba.

-¿Qué llevas ahí? -inquirió, seco, pero divertido, acuclillándose para poder mirarla cara a cara.

Era un farol... El caeruleus no comprendía para qué necesitaba nadie un farol en Brontë, pues allí dentro, según sabía, la luz era suficiente para ellos, incluso.

Se agachó y me volví a mirarlo, sonriente. Le ofrecí el farol para que lo cogiera.

-Es un farol de luz -respondí con entusiasmo y un deje de orgullo-. Me lo regalaron unos ladrones por matar a un gusano azul de cara de cortado. Es chulo. Y da luz.

Me mordí el labio inferior, tratando de moderar mi sonrisa y de no reír. El farol era grande y cansaba, pero era muy divertido.

Zacharyas aceptó el farol que le tendrían, tomándola con su huesuda mano derecha y cerrando sus dedos largos alrededor de la argolla. Una especie de cosquilleó comenzó a bullir en los dedos del caeruleus, que vio como, efectivamente, aquel artefacto parecía nutrirse de su magia para emitir luz, lo que le resultó tremendamente contraproducente para él. Aunque, al mismo tiempo, se quedó contemplando la luz curioso, notando el escozor en los ojos, deslumbrado.

-¿Gusano azul? -inquirió de pronto, como volviendo en sí, dirigiendo la vista a la parvus interrogante, aunque la especie de niebla que cubría ahora sus ojos no dejaba que la viese bien.

Asentí con entusiasmo, abriendo mucho los ojos. Estiré los dedos y aparté mucho un brazo de otro, tratando de estirarme en la medida de lo posible.

-¡Era muy grande! -exclamé con entusiasmo-. Y tenía babas raras. Y chillaba, y se movía, y...

Sacudí la cabeza. Cogí a Amatista y se la mostré a Zacharyas.

-Tenía tantas ganas de morder que luego no lo quería soltar -expliqué-. Y me lanzaba por el aire y sangraba.

Entonces bajé la vista al farol, fijándome en un detalle.

-Se ha apagado -comenté.

Zacharyas atendió a la confusa explicación de la parvus. Sin embargo, cuando ella mencionó que la luz se había apagado, volvió en sí, extrañado. Dio un par de vueltas al farol, contemplándolo extrañado. La luz que emitía era nítida, molesta para él, pero presente. De hecho, pensó, se había encendido, en todo caso, pues antes de haberlo tomado estaba apagado.

Dejó el farol sobre el suelo, con cuidado. Al soltarlo, se apagó. Sus pupilas se relajaron un poco.

-Ahora se apagó -dijo con voz ronca, contemplando a la muchacha a la espera de alguna respuesta.

Extendió la mano derecha y rozó, apenas un instante, la mejilla de la parvus con las yemas de los dedos, abstraído.

Negué enérgicamente con la cabeza.

-Si ya estaba apagado... -repuse.

Lo miré un instante, abstraída, y extendí una mano para cogerlo. Llegué a rozarlo con los dedos y ver un fogonazo de luz antes de que un gesto del chiquillo me distrajese e hiciera apartar la mano.

Lo miré.

-No te había visto.