Pasillos

Tras rozarla, Zacharyas apartó la mano, guardándola bajo la larga manga de su túnica, en una especie de gesto tímido, retrayéndola.

-Al tocarlo, se encendió -dijo, ausente, el caeruleus, casi sin notar las palabras abandonando su garganta.

Seguramente, pensó por un instante, si mirase durante horas aquel farol encendido sus retinas terminarían por quemarse. Aunque aquello le atraía, la perspectiva de recibir luz en los ojos nunca le resultaba agradable, de modo que el mago terminó por suponer que no lo haría.

-Hacía mucho que... -. Zacharyas carraspeó- no te veía...

Las manos le transpiraban ligeramente. No comprendía, pese a todo, el motivo, pues la situación no era irregular.

Asentí con un gesto.

-Claro -respondí-. Como hice yo. Pero cansa un poco.

Volví a colgarme la guadaña a la espalda y recogí el farol, que brilló hasta que lo solté, dejándolo colgado de mi arma. Giré un momento la cabeza, tratando de mirarlo sin demasiado éxito. Luego me volví hacia el chiquillo.

De nuevo, asentí.

-Sí -afirmé-. Eso.

Zacharyas se llevó una mano a la cabeza, hundiéndola en su cabello para llegar al cráneo, que rascó algo nervioso. Esbozo, entonces, una sonrisa, que trató de ser lo más agradable que su rostro ojeroso y pálido le permitía.

Zacharyas carraspeó.

-Estaba pensando en ir a casa -murmuró de pronto, contemplando el vacío que había entre la cara y el hombro de Stalon, como si acabase de tener la idea, y no de acordarse.

Parpadeé un momento y sacudí la cabeza, como si acabara de despertar de un extraño letargo, y miré al chiquillo a los ojos, con aspecto curioso. Ladeé la cabeza, intrigada.

-¿Sí? -pregunté, abriendo mucho los ojos y estirando las cejas, con gesto impresionado-. ¿Eso es muy lejos?

Me quité a Amatista y el farol de la espalda de nuevo y los apoyé contra la pared. Después, me senté con las piernas cruzadas, apoyándome yo también en la pared. Desde mi nueva posición, volví a sonreír al chiquillo, esperando su respuesta.

Zacharyas la contempló sentarse, cavilando sobre su pregunta. La respuesta era obvia, sin embargo tardó un momento en asentir, y al hacerlo fue parcialmente, como si dudase de ello. La miró fijamente.

-Lejos... Aunque no tanto como otros sitios -. Carraspeó-. Tendría que ir en barco, como vine.

Zacharyas recordó su viaje. Hacía ya mucho de aquello. Añoraba, de algún modo, su lugar de nacimiento, la oscuridad de Caligo. Al fin y al cabo, también era humano.

Una vez más, el caeruleus extendió un brazo, alcanzando con él el cabello de la pequeña.

Hice una exagerada mueca de desagrado y me froté un ojo, tratando de apartar una imagen que en realidad no estaba allí. Casi me mareaba el solo pensarlo.

-En barco -murmuré, casi con repugnancia.

Compuse una especie de puchero y alcé de nuevo la vista, justo para ver bajar sobre mi cabeza la mano del chiquillo. Con un suave impulso, me estiré para acelerar el contacto, y bajé de nuevo cuando su mano entró en contacto con mi cabeza.

-En barco. Por el mar -cavilé para mí.

Zacharyas asintió lentamente, aunque parecía más interesado en la textura del cabello de la parvus que en sus propias palabras o que en la expresión de desagrado que ella había compuesto al escucharlo hablar de barcos.

-Es la forma más simple -. Carraspeó -de ir... Supongo que es un engorro, pero creo que debería hacerlo.

Zacharyas guardó silencio, sellando los labios. ¿Lo creía de verdad? ¿O solo había aprendido que aquello era lo que debía creer? Desde luego, se le antojaba complicado diferenciar aquellos dos sentimientos tan similares.

Encogiendo las piernas, apoyé en ellas los brazos, cruzándolos, y descansé la cabeza en el nido que formaban. Cerré los ojos, sintiendo la especie de masaje que el chiquillo me hacía en la cabeza. Dormía un poco.

Permanecí en silencio un rato, masticando lo que decía.

-Hum -fue todo lo que comenté al final. Tras otro rato de silencio, me decidí a añadir algo más-. Yo no vuelvo nunca.

Y menos en aquel momento.

Zacharyas la observó relajarse, apacible. Sin embargo, cuando ella habló pareció perturbada. Ella, al parecer, no volvía a casa. Aunque tampoco él lo hacía, pensó el mago, pues aquella propuesta que se hacía a sí mismo apenas estaba en su mente.

De todos modos, tras dudarlo un instante, se atrevió a pedir información. La comunicación era común en las personas, aunque quizás en ellos lo era menos.

-¿Por -. Carraspeó-. ¿Por qué?

Apretó las manos, incómodo. Se arrepentía de haber preguntado al instante.

Me quedé un momento más en la misma postura, con los ojos cerrados. Al final, casi con pereza, me decidí a abrirlos y alzar la cabeza. Lo miré, seria y pensativa.

-¿Por qué...? -repetí, haciéndome a mí misma la pregunta-. Pues... no sé. ¿Por qué no? ¿Por qué sí? ¿Para qué sí? -Negué con la cabeza-. No hay nada, ¿no?

Volví a estirarme para aumentar el contacto con su mano un momento. Luego, de nuevo, apoyé la cabeza en mis brazos, relajada.

-Mi casa no es mi casa -razoné.

Zacharyas bajó la vista, algo contrariado. Al menos había obtenido una respuesta, pues temía que, como la última vez que había tenido el arrojo para preguntar acerca de algo, de aquel "Sodeth", en aquella ocasión, la respuesta fuese negativa. No tenía ningún problema con que lo hubiesen rechazado toda la vida, o no al menos ninguno especial, pero que ella lo hiciese hacía sentir a Zacharyas bastante incómodo.

-A veces mi casa no parecía mi casa, pero considero que debo regresar.

Seguramente muchos allí no lo echaban en falta, lo contrario incluso, pero llegado aquel momento, el caeruleus sentía una extraña llamada del deber.

Asentí lentamente, sin demasiado convencimiento.

-Hum -murmuré, adormilada por el masajeo.

Me llevé una mano a la oreja para rascarme, y luego me puse el pelo por delante, tapándola. Me llevé la misma mano a los labios y me los repasé con el dedo, pensativa.

-¿Cuándo? -pregunté.

Zacharyas apartó la mano del cabello de la parvus, deslizándola por su mejilla y recorriéndola hasta llegar a su barbilla, terminando, finalmente, por separar el contacto.

-Todavía no lo he decidido -comentó, pensativo.

El caeruleus relajó las piernas, sentándose, abandonando finalmente su posición acuclillada. Carraspeó, pero no habló. Parecía nervioso, como si pensase en decir algo y no lo hiciese.

Una vez más, un suave asentimiento. Permanecí en silencio, quieta, sin hacer ningún comentario más. No más preguntas.

Sentí cómo el chiquillo cesaba el contacto, y luego cómo se movía. Dirigí la vista hacia él y lo vi sentarse. Sentí entre mis dedos el movimiento de mis labios, curvándose en una sonrisa.

Con un suspiro de esfuerzo, me levanté y me acerqué a él. Con total naturalidad, me senté sobre sus piernas y, apoyándome en su pecho, recuperé mi posición de reposo, cerrando los ojos.

-Ya soy mayor -recordé de pronto.

Cuando Stalon se acomodó sobre él, Zacharyas, casi con timidez, la envolvió torpemente con los brazos. Se sentía inseguro. Aquello no era una novedad para el caeruleus, que solía toparse a menudo con aquella sensación, que no dejaba de ser incómoda ni poco práctica.

-¿Mayor? -. La miró, entre confuso y curioso.

Aquello era extraño para Zacharyas. El comportamiento de la parvus, y su propia talla, hacía complicado para él el verla mayor o menor. Era algo que no se planteaba, simplemente.

-¿A qué te -. Carraspeó- refieres?

Extendí ante mí dos dedos, el índice y el corazón, y los miré con atención. Golpeé el pecho del chiquillo con ambos dos veces. Índice, corazón, índice, corazón. Luego alcé la vista.

-Mayor -corroboré.

Rebusqué en mis bolsillos y saqué un sobre sin abrir, que hice añicos con total tranquilidad. Una vez me hube asegurado de que los cachitos de papel eran lo suficientemente pequeños para mi gusto, los lancé al aire sobre nosotros.

Aplaudí sin mucho entusiasmo.

-Ahora son veintidós -me dije.

Zacharyas enarcó ambas cejas al mismo tiempo, sorprendido.

-Veintidós... -repitió. Ladeó entonces la cabeza, clavando los ojos en la cabeza de la parvus, que desde su perspectiva solo podía ver desde arriba-. ¿Es tu cumpleaños? Veintidós... -repitió.

Aquella lluvia de papel había llenado el pelo de Zacharyas de trocitos blancos, pero el caeruleus ignoró su aspecto y esbozó una sonrisa. Debería, supuso, guardar aquella fecha en su cabeza para años posteriores.

El mago carraspeó.

-Felicidades.

Negué con la cabeza, enérgica.

-No, no -negué-. Ya no es. Fue. Ahora ya no.

Estiré el cuello, intentando mirar por la ventana. Las nubes intentaban tapar la luna, pero esta estaba alta en el cielo y muy gorda. Me llevé la mano a la barriga, pensativa. Seguro que la luna había comido mucho.

-Creo que ya no -murmuré.

Zacharyas frunció el ceño.

-¿Fue ayer? -inquirió, basándose como pudo en la información que ella le daba.

Pese a todo, Zacharyas ya no sabía en qué día vivía, de modo que, independientemente de qué día había sido el cumpleaños de la parvus, tendría que investigar si quería conocer la fecha.

-Felicidades -repitió el mago, acariciando con suavidad la cabeza de Stalon-. No sé si acostumbras a realizar algún tipo de ritual de cumpleaños...

La gente acostumbraba a intercambiar regalos, incluso a celebrar fiestas como había hecho el señor Brumm. Quizás los parvus hiciesen aquellas cosas.

Me apoyé más contra él, de forma que cuando habló, oí su voz más grave, a través del cuerpo. Sonreí, divertida.

-Sí, sí -afirmé-. Ayer.

Estaba cómoda, y también adormilada. Arrullada por las caricias y el calor, bostecé. De nuevo, volvió a hablar, y esta vez reí. Su pecho vibraba cuando hablaba, haciéndome cosquillas en la oreja.

Negué con la cabeza.

-No, yo no.

FdR- Rol pausado

Zacharyas se sintió aliviado al saber que no acostumbraba a festejar nada, pues él tampoco lo había hecho demasiadas veces a lo largo de su vida y le costaba intervenir en aquel tipo de situaciones, a las que no estaba habituado.
Más relajado, dejando ir un suspiro calmo, el caeruleus se puso en pie, plisando con las manos las arrugas que se habían formado en su ropa. Luego carraspeó pesadamente, esbozando una sonrisa algo oscura.

-¿Nos desplazamos a otro sitio? -inquirió, considerando que un cambio de lugar le resultaría adecuado.

El viento se escuchaba silbar a través de los muros de Brontë. Desde luego, el tiempo no estaba pasando por sus mejores momentos.

Cuando Zacharyas hizo amago de ir a levantarse, me separé de él y me incorporé, mirándolo. Me rasqué la oreja, mirándolo atentamente.

Cuando propuso que nos fuéramos, asentí con energía.

Fui hasta la pared y tomé a Amatista, colgándola a mi espalda, y el farol, que abracé con un brazo. Volviendo junto al chiquillo, busqué su mano con la mía libre y comencé a tirar de él en una dirección al azar.

*Se van*

El invierno se había apoderado de todo, y con él el frío y la lluvia, y aunque generalmente estos no eran impedimentos para mí, lo cierto es que no me encontraba tan animada como para salir al aire libre. Me sentía algo cansada, perezosa y sensible, y ya no tenía ganas de corretear por todas partes tan a menudo como antes.

Pese a ello, tampoco me veía capaz de quedarme quieta en un sitio. Y, aunque ya no me dedicara a corretear por los pasillos a toda velocidad, sí paseaba por ellos con frecuencia. Lo que antes parecía un juego ahora me daba sensación de paseo insatisfecho. De un lado a otro, daba vueltas por todo el palacio, mirando al exterior o asomándome a las estancias, sin decidirme a acceder a ningún sitio.

*Vagabundea*

El caeruleus llevaba varios días más ausente de lo normal, lo cual no era extraño. Cada año solía repetirse aquello en la época en la que el frío se acrecentaba, como si sus articulaciones, tanto las de su cuerpo como las que movían su extraño cerebro, poblándolo de ideas enfermizas, se hubiesen oxidado y girasen más despacio. También había recuperado dos capas más, mostrando un aspecto más encorvado y acolchado. Al vagar parecía entonces, para aquellos que lo veían doblar una esquina en la oscuridad, una especie de ánima oscura buscando una víctima a la que asediar.

Al ver a la muchacha curioseando, el caeruleus sonrió con torpeza. Ella le daba la espalda, pero sintió la seguridad suficiente como para alzar la voz y llamar su atención.

-Sta... Yne -murmuró, torpe, carraspeando nada más terminar de pronunciar aquella palabra mezcla de dos nombres.

Me volví ante la llamada, y no tardé en componer una sonrisa relativamente alegre. Extendí una mano hacia el chiquillo y giré la muñeca de un lado a otro, en un saludo silencioso. De nuevo, me volví al cristal de la ventana, donde estaba apoyada. Tenía la nariz aplastada contra el mismo, y al respirar se formaban alrededor de las fosas nasales un par de manchas de vaho. Si me daba prisa, podía dibujar algo en ellas antes de que desaparecieran, pero el caso es que no me apetecía demasiado.

Me giré completamente, dando la espalda a la ventana y la cara al chiquillo.

-Ya hace frío, ¿sabes? -informé, como si fuera algo que él no supiera.