Pasillos

Con la vuelta de as lluvias no me siento muy animado. Estudiar está bien, y es algo que tengo que hacer si quiero acabar mi nuevo prototipo de ala, pero sin la ayuda de Heylel, al que no he podido encontrar hoy, se me va a hacer difícil avanzar. El líder Abaddom también me dijo que acudiese a él si fuese necesario, pero un hombre como él debe de tener más cosas que hacer que ocuparse de los proyectos de un niño, por lo que no lo molestaré por cualquier cosa.

Me llevo las manos a la cadera y doblo la espalda hacia atrás, estirándome un poco, rotando el cuello a los lados. No estoy haciendo demasiados avances, la verdad. Quizás el enfoque sea el incorrecto...

Tras despejarme con un breve paseo por los pasillos regreso al cuarto que uso para estudiar, pensativo. No espero mucho del día de hoy...

*se va*

Creo que he pillado algo por culpa de la lluvia, o al menos estoy en ello, porque llevo un día entero con dolor de garganta, pero todavía es como incipiente. Además me duele un poco la cabeza. Quizás sea por mi nuevo cuarto, que no me abriga tanto... Al dormir con mucha gente es normal que se pasen virus, o semejantes... Como sea así... ¿Y si me voy otra vez? Que siento mi intimidad tan reducida de pronto... Y, además, yo me despierto con nada, y tanto entrar y salir me acaba haciendo pasar unas noches horribles...

Suspiro y me acerco a una ventana entreabierta por la que entra algo de lluvia y un viento poco agradable. Tiro con fuerza, pero parece que se ha atascado y no soy capaz de moverla...

*se queda*

Todo estaba tan tranquilo que empezaba a ser aburrido. De Allie no había vuelto a saber nada, de Follow, evidentemente, menos aún, y por algún motivo la lluvia me hacía reticente a salir. Ni que nunca hubiera sido un problema. En fin.

Empezaban a darme ganas de comentarle a Alehyss si quería darse otra vuelta por el pueblo, aunque, de nuevo, el tiempo parecía impedimento suficiente. O la pereza, tal vez. Un entrenamiento con ella también era algo que me apetecía desde hacía algún tiempo, pero dudaba mucho que se sintiera de la misma forma.

Y, con semejante actitud que llevaba, el ver a Jun ante una ventana resultó hasta un alivio. Incluso se me dibujó una sonrisa. Avancé silenciosamente, como ignorándolo, y al pasar por su lado me detuve, dándole desde la derecha un par de toquecitos en el hombro izquierdo.

-Hola, princesito -saludé cuando se hubo girado-. ¿Qué tal todo?

De pronto, parece que la ventana cede, y de forma abrupta, violenta, se cierra, asustándome. Estoy a punto de pillarme los dedos, pero logro evitarlo, y me encojo un poco con el topetazo, cerrando los ojos. Justo entonces siento un par de toques en el hombro y doy un pequeño respingo, girando rápidamente la cabeza hacia el hombro izquierdo, buscando... a nadie. Miro entonces al otro lado, al derecho, y me llevo un nuevo sobresalto, que me hace retroceder, casi pegándome a la ventana, al ver a Massen a mi espalda. Frente a mí, ahora.

<<Muy gracioso>>, informo, frunciendo levemente el ceño, con gesto sarcástico.

Pues suerte que no se ha roto la ventana, porque a ver cómo explicaba eso. No quiero causar problemas. Ya bastante poco hago.

<<Buenas tardes>>, compongo, apresurándome luego a descolgarme el amuleto del cuello para tendérselo. Una vez se lo ha puesto, procedo a la comunicación más directa, aunque sin esforzarme por reproducir más que el sonido.

-Debo de estar pillando una gripe, que siento que me arde un poco la garganta, pero lo demás va sin novedades. ¿Y tú qué tal?

Bueno, se me ocurre una novedad que podría interesarle... Y puede que sea el origen de mis problemas de garganta.

La fuerza con la que se cerró la ventana hizo que hasta yo compusiera una mueca. De todas formas, mi sonrisa no hizo sino ampliarse ante su reacción, divertida. Reírme ya me parecía un poco excesivo.

-Lo sé, soy maravillosa -bromeé, componiendo una mueca.

Acepté el colgante en el momento en que me lo tendió, alzando ambas cejas con reconocimiento. Sí, así sería mucho más fácil. Ya casi se me había olvidado. Al ponérmelo, noté el mismo cosquilleo de la última vez, y entonces comencé a oír aquella voz extraña que utilizaba. ¿La elegiría él? Probablemente.

-Vaya, ¿has probado leche con miel? No vayas a ponerte afónico... -comenté, entretenida-. La verdad es que no me hace mucha gracia que me digas eso. Yo que iba a proponerte un entrenamiento... -Me encogí de hombros, resignada-. La verdad es que me aburro un montón, y teniendo en cuenta que estoy saliendo de mi trance de alma en pena, resulta un poco frustrante... Bueno, porque creo que estoy saliendo de mi trance de alma en pena, tampoco nos confiemos, no sea que vuelva a la carga.

Me crucé de brazos, apoyándome en la pared junto a la ventana.

De nuevo, un comentario mordaz que me arranca una sonrisa exageradamente forzada, sarcástica. Me aseguro de elegir una voz algo más ronca la siguiente vez, antes de proyectarla a su cabeza, para que el efecto sea mayor. Al fin y al cabo, ahora mismo mi voz es la más versátil de todas, ¿no?

-Buena idea. Ahora mismo voy -respondo, haciendo enseguida el amago de ponerme en marcha hacia el comedor. Dejo ir una risa, muda, y hundo una mano bajo mi flequillo para rascarme la cabeza, negando suavemente un par de veces, mirándola de nuevo. Enarco las cejas, algo más extrañado, al escucharla hablar-. ¿Quieres que entrenemos? No veo problema, aunque encontrarás poco que pueda hacer por ti. Secarte el sudor, quizás, maravillosa Massen Dew.

Lo cierto es que se la ve mejor hoy. Pero no quiero hurgar mucho en eso, que no creo que lo de su hermana sea algo que se olvide así como así. Mejor aprovechar para ayudarla a mantener el buen humor alto.

Negué con la cabeza y extendí una mano hacia él, con la palma abierta hacia arriba, señalándolo.

-¿Ves? -indiqué-. Lo que yo te decía. Vamos, vamos. El comedor está aquí al lado, así que...

Eché a andar junto a él, dándole un par de palmaditas, como animándolo a apurar un poco, aunque tampoco corriendo. La verdad era que el tiempo y la hora animaban a un tazón de algo caliente, eso no se podía negar.

En lo que caminábamos, continuaba nuestra conversación.

-Oh, venga, no seas tan modesto. ¿No era que ya te habías consumado como guerrero? ¿Qué ha sido del poderoso Jun que volvió victorioso de misión? No seas tan halagador -negué de nuevo-. La verdad, tengo que serte sincera. Por bien que me pueda manejar con la magia, no tengo un arma que me ayude mucho a mejorar en otras cosas. Es casi como un juguetito, y eso me da mucha rabia. Y bueno, teniendo en cuenta que de puntería no ando mal, he pensado que quizás si me enseñaras un poco con el arco... -Desvié la mirada, como quien no quiere la cosa.

Al llegar, abrí la puerta del comedor y ambos entramos.

*Se van*

Zacharyas prácticamente arrastraba los pies por los pasillos, y una fina capa negra tras ellos, a ras de suelo, recorriéndolos sin un rumbo aparente, como acostumbraba a hacer. A ratos se detenía ante alguna puerta, como cavilante, dudando un instante, pero terminaba por seguir su marcha, decidiendo que, por algún motivo, aquella no era la indicada para seguir su rumbo. Lo mismo hizo incluso cuando dio con la que descendía a las mazmorras, que tachó de inapropiada en algún momento, y llegó a posar la mano en el pomo de la biblioteca, crispando los largos dedos sobre el mismo, sintiendo su frío sin moverlo al final.

Zacharyas estaba cansado, en aquel instante, y no encontraba, sin embargo, un lugar que llamase su atención para enfrentarse a aquello. Finalmente unas escaleras ascendentes lo hicieron alzar la vista. No tenía claro si había oído voces o si no lo había hecho, viniendo de aquel lugar, pero de todas formas las siguió, con una extraña sonrisa, curioso.

*se va*

El chrysos avanzaba por los pasillos en dirección a la sala de entrenamiento, aburrido, casi arrastrando los pies. A pesar de que había salido varias veces de Palacio, y de que había paseado no solo por los exteriores de Brontë, sino también por el pueblo, el mal tiempo que había desde hacía varias semanas empezaba a afectarle. Lyam odiaba la lluvia, y la odiaba porque la consideraba un incordio: pese a que no hacía frío, de hecho, todo lo contrario, aquella maldita lluvia coaccionaba bastante sus planes, haciendo que estuviese dentro de Palacio más tiempo del que le gustaría, entrenando, leyendo o perdiendo el tiempo tirado en cama. Si no lloviese, probablemente ahora estaría en los tejados, o paseando por el bosque o el lago, pero llovía, y parecía que llovería durante muchos más días, así que se limitaba a vagar por los pasillos, sin saber qué hacer. Ahora mismo, había decidido que podía aprovechar todo ese tiempo perdido y ese aburrimiento en entrenar, y por eso llevaba ropa más cómoda, menos ajustada de la que acostumbraba a llevar, y el pelo recogido en una pequeña coleta.

Lyam suspiró, y se detuvo un instante frente a una ventana. Frunció levemente el ceño, escudriñó el paisaje y chasqueó la lengua.

*se queda*

Camino. Cada paso es un nuevo y doloroso pinchazo, pero la expresión de mal humor, de frustración, me da algo de la dignidad que me quita la cojera, creo. Me ayudo de la pared para avanzar cuando es necesario, aunque, en general, me resulta posible pisar si lo hago despacio, pese al dolor que representa cada paso.

No tardo demasiado, en mitad de mi recorrido, en toparme con alguien: Lyam. Me detengo un momento, con gesto hosco, y apoyo el hombro izquierdo contra la pared, recostando un poco el cuerpo, liberando un poco el peso del pie derecho.

-Buenas tardes -saludo, esforzándome mínimamente por no sonar enfadada-. Considero que faltaré a los entrenamientos de esta semana, al menos -informo, terminando la frase con un suspiro algo agobiado, frustrado.

El chrysos apartó la mirada de la ventana y continuó su camino, aunque no tardó demasiado en detenerse al ver a Alehyss acercándose. Lyam frunció el ceño al ver su forma de caminar, y se acercó a ella cuando la muchacha se apoyó en la pared.

—¿Te encuentras bien? —preguntó. Luego, después de escuchar a la muchacha, asintió—. Eh, sí, no te preocupes.

La miró, parpadeó. Parecía que acaba de volver de la sala de entrenamiento, o al menos, que había estado entrenando en algún sitio de Palacio. Ladeó la cabeza.

—¿Necesitas ayuda...? ¿Dónde te duele?

Lo miro fijamente cuando pregunta, tardando en responder varios segundos, y haciéndolo con un escueto "no es nada" cuando finalmente hablo. Por supuesto, no pone ningún impedimento a mi información.

-Puedes seguir en solitario si lo ves conveniente -añado, sin más, algo seca.

Me siento humillada. No es la primera vez que me caigo entrenando, pero hacerlo hasta el punto de tener que detener el entrenamiento por ello me resulta incluso risible. Me hierve la sangre. Debería ser capaz de soportar mejor mis propios errores.

-No es necesario -respondo, escueta de nuevo-. Solo es una torcedura -. Espero. Sinceramente, lo espero-. Si quieres, ve a la sala de entrenamiento y recoge un muñeco que he dejado en medio. Si no, lo harán los del servicio. No creo que tenga importancia el detalle, realmente.

Maldita sea.

Negó con la cabeza.

—Con el mal tiempo que hace, creo que pasaré hasta que estés bien. Últimamente ya entreno por mi cuenta dentro de Palacio, así que. —Se encogió de hombros—. No creo que me afecte demasiado.

La miró. La muchacha parecía molesta, y probablemente lo estuviese por la lesión que debía de tener en uno de los pies. El chrysos bajó la vista, observando durante un segundo las piernas de la muchacha, y luego suspiró. Volvió a mirarla cuando habló.

—Y aunque sea una torcedura, si te cuesta caminar, que es lo que parece, ¿de verdad no quieres ayuda? —Se acercó a ella—. Imagino que vas a la enfermería... Puedo acompañarte, desaparecer y recoger el muñeco que has dejado. Si quieres, claro.

Seguro que le decía que no, igual que se lo había dicho no sabía cuántas veces durante el tiempo en el que estuvo con las muletas. Parpadeó.

—¿Cuál de los dos pies es el que te duele?

Asiento, sin darle mayor importancia. Yo me he esforzado bastante por mejorar su forma física. Ahora, no voy a ir detrás de él. Y, de todos modos, como ha mencionado, no está haciendo un tiempo demasiado propicio para salir fuera a hacer nada. Para colmo, claro.

De nuevo, me ofrece su ayuda. Aprieto los dientes un instante, incómoda, y vuelvo a tardar en responder, mientras pienso. Me cuesta concentrarme, ahora mismo.

-De acuerdo -acepto, finalmente, con la misma expresión dura, intransigente. Necesito estar en prefectas condiciones para la misión de Madame Desmarais, y forzar el pie por orgullo es una soberana muestra de infantilismo-. Llévame. A la espalda -indico, sin variar el tono inflexible. Me encuentro extremadamente descontenta, ahora mismo. Hacía tiempo-. Es el derecho -indico, señalando con un gesto el que tengo menos apoyado de los dos.

¿Por qué muestro torpeza en los peores momentos posibles? Qué afortunada.

El chrysos curvó un poco los labios mientras esperaba, en silencio, todavía mirándola a los ojos, la respuesta de la muchacha, que, intuía, probablemente sería de nuevo un "no, no necesito ayuda". Por eso, cuando Alehyss finalmente respondió, no pudo evitar alzar las cejas, sorprendido, y tardar unos segundos en asentir.

—Vale, te llevo —murmuró. Le dedicó un rápido vistazo al pie derecho de la muchacha, suspiró. Luego volvió a sonreírle—. Y a la espalda.

Tras observarla un segundo más, el chrysos le dio la espalda y se agachó para que la chica subiera. Si a su yo del pasado le hubiesen dicho que algún día iba a llevar a Alehyss Lester a su espalda, probablemente se hubiese echado a reír.

Será un viaje corto, algo humillante, debido a los motivos, pero me asegurará que no empeoraré el daño del tobillo. No me duele, ni de lejos, tanto como la herida que me hice en Ignis. No tengo claro cómo soporté aquello. Incluso me mareaba el simple hecho de sentirlo. Y los días que pasé en la casa de aquel médico... Pocos momentos como aquel recuerdo en mi vida, pero incluso con los calmantes me era difícil contener las muestras de dolor. Y, comparándolo, no es nada, pero admito que me duele, pese a todo. Y el hecho de que me duela es lo que más preocupante de todo me resulta.

No me hago demasiado de rogar, cuanto antes llegue mejor, y me subo a su espalda, apoyando los antebrazos sobre sus hombros y sujetándome a mi propio brazo con la mano opuesta.
Espero que nadie tenga que verme en una situación como esta, o me arrepentiré, por mi orgullo, de no ir a pie pese a todo. Pero, sinceramente, reitero, la salud va por encima del orgullo, y más cuando necesito disponer de mi cuerpo de manera inminente.

-Venga -apremio, con tono algo duro, dejando ir un suspiro frustrado, como contención de un gruñido.

Cuando la chica se subió a su espalda, el chrysos comenzó a caminar, con los antebrazos bajo las rodillas de ella, dando pasos lentos, con cuidado de que a la muchacha no le pasase nada. Lo último que le faltaría sería que la chica se hiciese daño por cualquier motivo y le gruñese cualquier cosa. Con el mal humor que tenía ahora mismo, no veía improbable que se enfadase si, qué sabía él, se cruzaban con alguien a mitad de camino, y tampoco veía improbable que acabase enfadándose con él porque "si la hubiese dejado tranquila ahora nadie la hubiese visto en esa situación tan ridícula y humillante".

—Ya estoy yendo —murmuró, como respuesta a su pregunta, girando un segundo el cuello para mirarla. Le sonrió, y luego volvió la vista al frente.

*se van*

Me he despertado hace un poco con ganas de ir al baño, y el salir por los pasillos me ha desvelado. Para colmo, he cenado hace tanto, por la hora tan temprana a la que me acuesto, que ahora no puedo evitar sentir hambre... Vaya desastre estoy hecho. Cualquiera diría que no ha sido un ataque en cadena a mi estómago...
Al menos el comedor no está demasiado lejos, y habiendo caeruleus en el palacio no espero ser el único despierto, así que quizás tengan algo para que me vaya a dormir sin problemas de apetito.

Suspiro, al llegar ante la puerta.
Y a estas horas...

*entra*

El chrysos no tardó demasiado en llegar a Palacio, molesto. El trayecto entre la capilla y la entrada de Palacio no había servido para mitigar su mal humor, sino que se había agravado. Que la caeruelus fuese una puta dramas no iba a hacer que él se sientiese mal por haberse querido ir. Tenía sus motivos. Y también tenía sus motivos como para no querer ver a la Frikka esta. Uno de ellos, y tal vez el más importante, era que la caeruelus era una tocapelotas, y él, ahora mismo, no tenía ningunas ganas de aguantar ningún tipo de comentario jocoso. Tal vez en otra ocasión sí hubiese hablado con ella, pero hoy tenía un mal día.

Lyam avanzó por los pasillos, con las manos en los bolsillos y cara de pocos amigos. Si era sincero, desde su encuentro con la líder flamma había estado bastante malhumorado. Le parecía increíble que después de todo lo que había pasado todavía hubiese gente que pensase que era un terrible espía, un posible traidor a Brontë. Hacía un año que había decidido quedarse en Brontë, que había escogido Brontë sobre Dena, y ahora venía una señora a decirle que sospechaba de él. Era increíble. Y aún por encima iba a contarle no sé qué a los líderes.

El chrysos gruñó. Qué más necesitaba hacer para que la gente confiase en él. Porque la líder flamma no era la única: el líder Brumm le había insinuado algo similar hacía tiempo, durante la reconstrucción de Palacio.

Maldijo por lo bajo.

*se va*

La regordeta joven corría tan rápido como podía por los pasillos, y su rostro mantenía un extraño contraste entre la palidez que su expresión le otorgaba y el color sonrosado de sus mejillas, fruto del esfuerzo al correr. Sus ojos, en cualquier caso, parecían coincidir más con el primero de los aspectos.

Avanzó a mayor velocidad, con las manos por delante, cuando vio a lo lejos a uno de sus compañeros.

-¡Alhen! ¡Alhen! ¡¿Te has enterado?! ¡Es terrible! ¡¿Qué va a ser de nosotros?! -En su avance, la muchacha resollaba, y al llegar a la altura de su compañero, se le echó a los brazos, temblorosa-. ¿Es que nunca van a dejar de ocurrir estas barbaridades...? Quiero marcharme de aquí...

Su compañero, algo impresionado por tanta expresividad, se limitó a sostenerla, perplejo. Era un hombre recién entrado en la treintena, de aspecto espigado y rasgos morenos. Carraspeó, incómodo, temiéndose lo peor.

-¿Qué ha pasado? -preguntó con voz prudente.

La joven lo miró con ojos llorosos, y al momento reanudó sus aspavientos y gritos.

-¡Entonces de verdad no lo sabes! ¡Acaban de traer a dos muertos del pueblo! ¡Dos! ¡Y del pueblo! ¡¡Y dicen que son guerreros de Brontë!! Ni siquiera he tenido tiempo de verlos, he echado a correr de la impresión... Ay, Alhen, ¿qué vamos a hacer? Este lugar está maldito, no hay más que desgracias por todas partes. Y yo que creí que por fin habíamos recuperado la paz...

Sin poder evitarlo, la joven rompió a llorar. Su compañero, pálido de la impresión, parecía no tener muy claro qué hacer, y se limitaba a darle golpecitos en la espalda, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él.

*Fin de escena*

AVISO: Desde este momento y a lo largo de los próximos días, es normal que los guerreros oigan rumores respecto a este asunto, de mayor o menor exactitud. Dada la gravedad del suceso, es lógico pensar que esta noticia se extenderá con rapidez por todo el palacio.

Mi sonrisa todavía brillaba cuando al salir del baño me sorprendí por un gran alboroto. Se oían gritos, voces; no recordaba la última vez en la que los pasillos se hubiesen llenado de tanto movimiento. Observé cómo dos se detenían delante de mí, las dos mujeres, y con aspecto emocionado. Miré hacia ambos lados y, un poco dubitativa, me acerqué hasta ellas.

- Perdonad ¿Ha pasado algo? - El tono lleno de duda en mis palabras era real, haciendo juego con mi cara, que buscaba con la mirada respuestas rápidas.

Las dos jóvenes se giraron hacia mí al mismo tiempo, una de ellas bajando la vista rápidamente, convirtiendo su emoción en pena. La que seguía con la mirada alta comenzó a hablar, explicando lo que había ocurrido. No dejaba de mover su mano derecha a la vez que dejaba salir las palabras de su boca, y aún sin dejar de prestar atención a sus palabras, mi mirada sólo era capaz de posarse en su descontrolada extremidad.

- Dos muertos... - Susurré con tono apagado, al parecer aún no se conocía la identidad de ninguno. Me mordí un labio durante un segundo; la única razón por la que debía preocuparme era por el peligro que podría existir sobre nosotros, los guerreros de Brontë. No tenía motivo para entristecerme -fueran quiénes fueran, no serían amigos míos-.

Me giré tras una leve reverencia con la cabeza en señal de agradecimiento por la información, y con la mirada perdida me dí media vuelta y comencé a caminar por los pasillos, un poco desorientada.

- Amigos...

Recorro los pasillos con prisa y el rostro tenso. Me cruzo, en algún punto, con una parvus rubia: Elektra, la conocí hace tanto que creí que ya no estaría aquí. Me detengo frente a ella, seria.

-¿Sabes algo de lo que ha sucedido? -inquiero, sin saludar siquiera-. Apenas he recibido información. ¿Dónde ha sucedido? ¿Quienes son?

La fulmino con la mirada, casi como si cada segundo que tardase en responder fuese algo que reprochar. Termino por forzarme a calmarme un poco, pero sigo alerta, tensa.
Sabía que algo así se acercaba. Todo estaba demasiado calmado.

El chrysos avanzaba con paso apurado por los pasillos, inquieto. Había oído, saliendo del comedor, a varios miembros del servicio mencionando algo que había sucedido no sabía cuándo, anoche; al acercarse, y tras preguntarles qué demonios pasaba, el chrysos se había enterado: habían encontrado dos muertos, no sabía dónde, y supuestamente, ambos eran guerreros.

Lyam no permaneció mucho tiempo allí: después de hacer todas las preguntas que en el momento se le ocurrieron, el chrysos había comenzado a moverse, en busca de información. Lo primero, sin duda, era saber quiénes eran los fallecidos. Si decían que podían ser guerreros, tal vez él los conociese. Frunció el ceño. Podía ser cualquiera, realmente. Durante un segundo, se preguntó si Alehyss estaría bien, pero no tardó demasiado en negar: era Alehyss, a fin de cuentas; no había motivos para preocuparse.

Al girar por una esquina, Lyam vio, a lo lejos, a la propia Alehyss y a una guerrera, parvus, a la que no recordaba haber visto antes. Apurando el paso, el chyrsos se acercó.

—¿Sabéis algo? ¿Quiénes son, dónde ha pasado? ¿Cómo? ¿Cuándo fue? ¿Anoche? —preguntó, mirando primero a la parvus, luego a la chrysos—. Me alegra que estés bien. —Volvió a mirar a la parvus—. ¿Qué os han contado?

Aparezco con una sonrisa de superioridad detrás de todos ellos, apoyando mi única mano en el hombro de mi gran "amigo"- Yo puedo contaros lo ocurrido.- Dijo con un movimiento de cuello fascinante.
-Cuanto tiempo...- Les observo a todos. - Es... un placer.- Dijo apretando el hombro de Lyam.

Su amputación estaba oculta tras su espalda.

- No las conocía a ninguna, pero una era piscis y la otra flamma. Eso me han dicho mis comp... digooo la gente del servicio.- Habló con chulería. - Por lo visto les han encontrado en el pueblo y los han traído. Dicen que una de ellas era realmente poderosa pero la han abierto cual cerdo.- Me explico.

- Qué vergüenza. Llego y lo que me encuentro son dos fiambres...