Pasillos

La miro, nervioso, incómodo. No puedo evitar ponerme en lo peor, y así es... Enseguida pregunta, y eso me hace tener que decir la verdad o callar. Pero si me callo seré el cobarde de siempre, y no podré decir que no se me ocurrió porque Massen me lo dijo...
Tomo aire, profundamente. Aunque no puedo hablar, así que por coger aire no voy a hablar más tranquilo. Al final es todo una cuestión de pulso...
Tomo la pizarra y escribo. Borro. Escribo. Corrijo. Borro... Y así varias veces. Al final escribo de un tirón y le doy la vuelta a la pizarra antes de poder arrepentirme. Si es que soy un cobarde. No sé qué hago aquí y no en la Torre bajo las faldas del abuelo...

"Voy a hacerte un ala."

Tengo los ojos cerrados. Así no podré ver su cara.
Ojalá me tragasen las piedras del suelo.

FdR- Jun sufriendo. Es todo un hombretón.

Asentí con convencimiento, como si fuera algo evidente.

-Creía que eso había quedado claro desde el principio -expuse, con tono sorprendido.

Pareció ponerse incómodo en cuanto saqué el tema de nuevo. Suspiré, pasándome una mano por la cara y esbozando una mueca cansada que pretendía, malamente, parecer una sonrisa.

-Sí, eso imagino -repuse, encogiéndome otra vez de hombros-. No voy a meterme en tu vida, desde luego. Tú sabrás lo que haces. Pero más te vale saberlo, cabronazo.

Una cosa era no intervenir y otra cargar luego con las consecuencias. Y una noche sin dormir me parecían consecuencias más que suficientes.

Lluvia contemplaba al muchacho con curiosidad, expectante. Era la primera persona que conocía que quisiese encantar objetos; no sabía qué esperarse, y a la vez estaba segura de que la respuesta le sorprendería.
La aether esperó y esperó, pero conforme los segundos pasaban, la expectación se iba transformado en una ligera preocupación, una vaga tensión. ¿Por qué el claritas dudaba tanto al responder? ¿Qué estaba escribiendo? Lluvia se preguntó si aquel invento sería algo malo, si era algo que no debía hacer, pero acabó desterrando esa idea: Jun era un buen chico; no haría daño a nadie.

Cuando la respuesta finalmente llegó, la aether parpadeó. Releyó después varias veces el mensaje, tratando de asimilarlo. Un ala. Pretendía construirle un ala. Volvió a parpadear, y bajó la vista al suelo. Había evitado pensar en su ala, en la ausencia de esta. No le gustaba recordarlo.

—Oh. Gracias.

De pronto no sabía qué decir. Se esforzó por dibujar una sonrisa.

Termino por mirarla, cuando habla, aunque no sé bien qué interpretar en su gesto. Dice que gracias, pero sigo sintiéndome incómodo. Borro el mensae con el puño, manchándome el puño de tiza. Suspiro y alterno la mirada entre ella, las paedes y el suelo. No sé qué decirle ahora mismo, y agradezco, de repende, ser mudo. Así no puede decir que es mi culpa no llenar este silencio incómodo.

Termino por mirarla y, como ella, componer una sonrisa para que esta situación no sea desagradable. Más desagradable.
Solo sabes meter la pata, Jun. Mal.

FdR- Pobres XD

Asentí despacio.

-No, claro -respondí, algo distraído.

Me volví a mirarlo, con una ceja de nuevo arqueada y el ceño algo fruncido, mirándolo con curiosidad. Miré luego alrededor.

-¿Ah, no? -pregunté-. ¿Y qué era lo que pensabas?

Parecía que, efectivamente, no era un tema que se pudiera tocar sin más. Visto desde fuera, no parecía una buena resolución, pero yo no era nadie para hacer comentarios al respecto. Le di un par de palmaditas en el hombro.

-Eso es evidente -repliqué-. Está bien, ya lo he dicho. Tú sabrás mejor que cualquier otro cuántas vueltas hay que darle al asunto. Confío en tu criterio.

Bajó la vista, incómoda, sin saber qué decir para llenar el silencio. La respuesta de Jun la había cogido completamente por sorpresa; no había barajado las opciones, porque no se le había ocurrido nada, pero aún así, aquello la había sorprendido por completamente.

Tragó saliva. Y observó primero las paredes, luego una ventana, y finalmente al claritas de nuevo. Le devolvió la sonrisa.

—Gracias... —repitió.

Su nuevo gracias me reconforta un poco. La miro fijamente, apretando la mandíbula. Siento que quiero decirle muchas cosas, pero escribirlas en la pizarra es demasiado desesperante. Empezaría a mover las manos ahora mismo, aquí, pero eso tampoco es válido porque no me iba a entender. Necesito enseñarle más, desde luego.

"Solo soy un crío que apenas puede usar magia." "No puedo hablar, no soy fuerte ni valiente." "Pero quiero ser capaz de hacer algo por la gente." "Aunque sea muy poco."

Ayudar. Quiero ser de ayuda.
Eso es. Pero soy tan cobarde que no me atrevo a arriesgarme. Al final, allá donde voy me refugio.

Lluvia le mantuvo la mirada al muchacho, curvando las comisuras de los labios en un intento de sonrisa. Realmente agradecía su gesto. Agradecía que se preocupara por ella, que quisiera ayudarla. Realmente lo hacía, pero tenía que asimilarlo, pensar cómo estaría con un ala diferente. Se había hecho a la idea de que siempre tendría ese hueco en la espalda, y ahora tenía que pensar que, tal vez, no estaría ahí para siempre. No obstante, no quería hacerse ilusiones. Tenía que controlarse.

Cuando leyó el mensaje del claritas, borró la sonrisa, y se apresuró a negar. Ella no creía que sirviese para pocas cosas, ni que con su ayuda sólo ayudaría poco. A ella le ayudaba mucho, y le gustaba estar con él por eso: se lo pasaba bien, se olvidaba de dónde estaba y dónde querría estar realmente. Le ayudaba a soportar su estancia en Brontë, y por eso se había alegrado tanto al verle.

—Yo creo que sí haces cosas por la gente. Que nos ayudas. A mí me ayudas. Me enseñaste a usar el arco, y a entender el lenguaje de signos, y vienes a visitarme y hablas conmigo y te preocupas por mí. Y no eres sólo un crío, eres Jun, y eso es mucho. Eres mi persona favorita de Brontë, y me ayudas a soportar que ya no tenga ala y que esté aquí en vez de en casa. Por mí haces mucho.

Frunzo el ceño. Cuando empieza a hablar, sin embargo, empiezo a notar que me arde la cara. Si no hago más por ella que visitarla de vez en cuando. Y lo del arco fue apenas un par de veces. Ni siquiera yo soy un maestro. Y lo del lenguaje de signos no es que le haga falta... Es más por que no se aburra, y para ser capaz de hablar con ella de forma más fácil. No tiene que decirme esas cosas.

Como estoy algo nervioso... No sé qué decirle. Niego rápido, con la cabeza. Que no es nada, vamos.

"Esas cosas las hago porque quiero", me apresuro a escribir, con letra nerviosa.

Me acuerdo de pronto del bizcocho de chocolate. ¡Llevo con él envuelto en la mano todo el rato! Qué cabeza tengo para algunas cosas...
Se lo tiendo, a ver si así pienso en otra cosa y dejo de sentir esta vergüenza...

Jo. Ahora tengo que conseguir un ala preciosa, sin duda.

Lluvia sonrió. No dudaba en que hacía esas cosas porque quería; sabía que al muchacho no le movía una obligación. Su afirmación resultaba redundante. Además, si las hiciese por algún tipo de deber moral, si las hiciese por ella, se sentiría bastante mal.

—Ya, y eso te hace buena persona—respondió, ensanchando la sonrisa. Luego añadió—: No me gustaría que fuese por otro motivo. Me sentiría culpable.

Muy culpable, de hecho.

Cuando el muchacho le tendió el pedazo de bizcocho, Lluvia alzó las cejas. Sonriente, tomó el pastel.

—¡Gracias! —Lo partió a la mitad, y le tendió una parte al claritas—. Para ti.

Bueno, parece que el tema difícil ha finalizado. Supongo que necesitaré volver a sacarlo en algún momento: requeriré de su altura, peso y demás para fabricar el primer prototipo, pero para eso aún queda, y por el momento va siendo hora de que saque a Lluvia a dar un paseo, que es lo que ella necesita.

Acepto el trozo de bizcocho, correspondiendo a su sonrisa con la propia y le doy un bocado. Lo traje para ella, pero si no lo acepto es capaz de ponerse triste. Y ni me había dado cuenta del hambre que tengo.

<<Gracias>>, digo, mientras mastico.

Bien pensado, estar aquí quietos no es dar un paseo. Hago una señal hacia el pasillo, interrogante, proponiéndole caminar un poco. Que estará harta de no mover las piernas, supongo.
Este bizcocho está bueno...

Como Lluvia asintió, empezamos nuestro paseo. Mientras tanto, seguí dándole clases de lenguaje de signos, pasando a más palabras comunes. Poco a poco deberíamos poder comunicarnos.

*se van*

Tras su comentario de "dejarnos a solas" Massen se llevó una mirada de odio considerable y cinco minutos sin amigos. Sin embargo no tardó en pasárseme, porque buscar en silencio era un rollo, más que nada. Abrimos muchas puertas sin éxito, aunque molestando a bastante gente. Finalmente aquí estamos, en los pasillos.

-Quizás se haya ido a descansar -propongo como opción, mirando de reojo a Massen-. Tampoco es que sea tan importante encontrarlo. Está vivo y ya está. Lo sabemos.

El muy cabrón es capaz de marcharse sin despedirse, pero con este tiempo, por suerte, lo dudo. No sería tan imbécil. Estará planchando la oreja o jodiendo en algún sitio. Eso es más su rollo.

La búsqueda continuó un buen rato, pero al final Frikka acabó por cansarse. Me encogí de hombros cuando propuso dejarlo.

-Como tú quieras -ofrecí, sin mucho que aportar-. Tampoco se me ocurre mucho más, después de todo. Todo lo que puedo decirte es que, si hoy no estaba en la enfermería, es probable que mañana esté por ahí otra vez y te lo encuentres.

No había mucho más que pudiera decirle. Yo, normalmente, me tomaba con bastante calma las desapariciones de Follow, aunque me imaginaba que la cosa cambiaría si alguien me viniera a decir que había estado como yo había encontrado a Gerald. De todas formas, a falta de encontrarlo, quizá lo que Frikka necesitaba era distraerse.

Suspiro. No puedo dejar de estar preocupada porque soy una blanda, pero la verdad es que es la opción más factible, siendo realistas. Esa mala hierba no se largaría sin tocar los huevos un poco más. Aparecerá cuando menos quiera verlo, y entonces se llevará una bronca descomunal por gilipollas o algo así.
Suspiro, llevándome las manos a la nuca. Ahora tengo que disimular para recuperar un poco mi dignidad, que estas últimas horas la he ido perdiendo poco a poco. Disimula. Disimula.

-Pues ya está. Decidido. Que le den a Gerald -. Me vuelvo hacia ella, con una sonrisa un tanto forzada-. ¿Te apetece darte un baño? Que no sé si con la moquera esa te sentirás a gusto.

Al final con las tonterías hoy no me he duchado. Es una buena solución. Y una forma de cambiar drásticamente de tema, por otro lado.

Frikka parecía firmemente decidida a dejar estar el asunto por aquel día, así que no traté de convencerla de lo contrario. Lo ideal era que se relajara un poco. Por eso, cuando propuso que nos fuéramos a dar un baño, respondí con la mejor sonrisa, perfectamente sincera. No había podido tener una idea mejor.

-A mí un baño siempre me hace sentirme a gusto -remarqué-. Bajo cualquier circunstancia.

Y, visto que no había mucho más que hablar al respecto, echamos a andar hacia los baños. Lo ideal hubiera sido salir al lago o a las termas, pero a falta de eso, la bañera parecía una opción maravillosa. Y, si veía que me acaloraba mucho, me daría después una ducha fría y listo.

Esperaba que Gerald apareciera pronto, de todas formas. Me daba algo de angustia ver a Frikka tan preocupada.

*Se van*

Al final no había vuelto a saber nada de Gerald, ni con Frikka ni sin ella, aunque confiaba en que mi amiga no tardase en dar con él. Y, si me lo encontraba yo, le diría que ella lo estaba buscando y fin del problema.

Después del baño de ayer me había quedado muy relajada, y había dormido muy bien por la noche. En consecuencia, hoy me encontraba bastante mejor. Tenía la sensación de que la fiebre casi había desaparecido, ya no me dolía la cabeza y la garganta me molestaba menos. Sin embargo, seguía con la nariz taponada y aquella tos horrorosa. Aún así, parecía que pronto me pondría bien.

Como no tenía nada que hacer, había comido temprano y me parecía un poco pronto para entrenar, me estaba limitando a dar un paseo por los pasillos. En mi paseo, me detuve delante de una puerta al reconocerla. Aquella era la habitación en la que Jun había instalado su "taller". Sonreí. Tal vez estuviera allí. Con intención de comprobarlo, abrí la puerta.

*Entra*

Atravieso los pasillos junto a Jun, silencioso a mi lado. Contempla contento el bote que lleva entre las manos, y yo lo miro a él, más serio que de costumbre.

-Has de seguirr tomándola como hasta ahora -explico, sereno-. Siento habérrtela trraído tan al límite.

Apenas he tenido tiempo. Llevo sin parar una buena racha. Necesito hablar con Aren pronto, y también hacer otras cosas que tengo en mente, que poco tienen que ver con él. Tras haberme reunido con los Ancianos, he tomado una determinación. Ya he tardado demasiado. Si quiero que lleguen a escucharme, esos viejos conservadores...
Me atuso la barba, pensativo.

Jun me da las gracias cuando me despido de él, y se marcha animado por el pasillo. Parece que va a la biblioteca.
Este es otro tema. Jun... He recibido la carta del Señor de la Torre junto con su medicina. Me está empezando a disgustar la situación. Pero, por supuesto, no ha pasado nada extraño que motive mi desagrado. Son simples impresiones.
Hurgo en un bolsillo y saco un bote lleno de píldoras, unas pastillas iguales a las que Jun llevaba en su bote. Lo pongo contra la luz y contemplo su interior, escrutador.

Va siendo hora de que me ponga en marcha.

*desaparece*

Lo siento detrás de mí. Y saltar por la ventana no es una opción. Yo solo quiero beber algo caliente, o leer un libro banal... O... No sé. Algo. Pero viene detrás a seguir siendo de lo más molesto. Como vuelva a pronunciar la palabra princesa creo que voy a ponerme francamente de malas. Muy de malas.

Inspiro profundamente y me detengo, volviéndome hacia él.

-¿Qué quieres, Lyam?

¿También un chocolate? Si quieres un chocolate haré que te lo lleven allá donde te encuentres, tranquilo. Dímelo y lo haré.

Cuando finalmente la muchacha se detuvo, volviéndose hacia él, el chrysos frunció el ceño, claramente molesto. Se detuvo a un par de pasos de ella, y la miró, pero no permaneció demasiado tiempo en silencio

—¿Que qué quiero? ¡Mithos, quiero cientos de cosas! —Estiró los brazos, también las manos, señalándola—. ¡Pero realmente, realmente me encantaría que dejases de terminar todas las malditas conversaciones pirandote! Si intento explicarte que no te considero mala persona, huyes. Si me muestro como un capullo integral, te piras. Si digo algo medianamente agradable, algo que roce lo demasiado agradable, huyes también, porque debe resultar incómodo. Si en vez de discutir intento comprender por qué demonios te enfadas, te vas, y no vuelves a hablarme en no recuerdo cuántos días fueron. Si me ves con Inger en los pasillos, huyes, o pretendes hacerlo, no sé aún cómo no te piraste aquella vez, de verdad que no me lo explico, porque tu solución para todo lo que hago, todo lo que debo hacer mal contigo, es huir. Huir y luego evitarme, o evitar el tema por el que te fuiste. ¡Por favor, hubiese preferido que me hubieses dado una hostia antes de ver como te piras de nuevo, hubiese sido no sólo irreprochable, sino justo, porque dudo que me mereciese menos! ¡Si sacas tú, porque fuiste tú la que sacó el tema, de qué demonios somos o dejamos de ser o pretendo que seamos o pretendes que seamos, agradecería que en vez de huir porque respondo que no espero nada nos detuviésemos y hablásemos! ¿Te ofendió que dijese que no esperaba nada? ¿Qué imaginase que aunque lo quisiese no serías fiel? ¡Pues lo siento! ¡Realmente lo siento! ¿Qué querías que dijese? ¿Que sí, que sí lo esperaba? ¿Para qué? Si realmente lo esperase, ¿qué harías? ¡Mithos! Siento que soy completamente indiferente para ti. Me pides que me quede, pero tu primera reacción al verme es irte. ¿Por qué? Creo que estás preocupada, y te pregunto cómo estás, y a pesar de que luego sí me cuentas cosas, siempre que es evidente que algo te ha pasado te limitas a negarlo, y no me dejas hacer nada para ayudarte. Que no digo que tengas que hacerlo, no te creas, pero me encantaría, realmente me encantaría, que considerases que puedo escucharte, y que no me va a molestar escucharte y que no te consideraré una floja por tener un mal día. Y sin embargo, luego, otro día completamente diferente, sí que me hablas de tus padres, e imagino que eso será un paso hacia delante, pero cuando te enteras de que le he dicho a Gerald que tal vez seamos algo, parece que te enfadas, pero no dices nada, ni lo niegas ni lo aceptas, ¡no haces nada! No sé si te enfada la idea o no, y tal vez sea culpa mía por evitarlo también, pero cuando finalmente sacas el tema te vas, y yo me quedo con un montón de cosas sin decir y francamente, no entiendo nada. No te entiendo. ¡A veces no te entiendo! Y realmente me gustaría entenderte, y me encantaría que no solucionases todo yéndote, y si tienes que mandarme a la mierda, lo hagas. Y si tienes que darme con la muleta en la frente, lo hagas. Y sé que no puedo exigirte nada, y que no tengo ningún derecho, y que probablemente debería haberte dejado tranquila, pero aún así quiero intentar entenderte porque para mí tú no eres para nada indiferente ¡y ya no sé cómo hacértelo ver!

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Durante un instante tengo la sensación de que voy a arrepentirme de haber preguntado, y casi me doy la vuelta y me largo, pero termino por quedarme para que hable. Y entonces coge carrerilla y parece que no vaya a parar nunca.
Mientras habla no reacciono, quedándome inmóvil, mirándolo, con los labios cerrados, sin intención de detenerlo ni interrumpir. Trato incluso de memorizar la información, aunque está diciendo tantas cosas que comienza a resultar complicado quedarse con todo. De todas formas, creo que el concepto es más que evidente.
No comprendo por qué hemos tenido que llegar a esta situación.

También cuando acaba me quedo callada unos segundos, mirándolo. No tengo claro si es porque estoy asimilándolo, pensando qué decir, esperando a que diga algo más o, simplemente, porque no quiero decir nada. Aunque cuando queda patente que él no va a decir más, supongo que es evidente que tendré que hablar... Así que, finalmente, despego los labios.

-No hace falta que me lo hagas ver -respondo, finalmente, empezando por su último comentario-. Creo que resulta evidente-. Bajo la vista un instante, incómoda. Me cuestan este tipo de cosas-. Empecemos de nuevo -termino por decir, alzando la vista, con gesto algo más condescendiente-. Poco a poco, ¿vale?

Esto es frustrante, pero supongo que la explosión determina que no puedo ignorarlo más. Al menos que sea de forma ordenada. Ha dicho tantas cosas que ya no sé qué decir y qué no. No sé por dónde empezar.
Me masajeo la frente, con aspecto cansado.

-¿Podríamos ir a otro sitio? -inquiero.

El pasillo no es el mejor lugar para hablar.

El chrysos notó cómo sus hombros se relajaban, cayendo, y observó al suelo, sin saber qué decir y esperando por la respuesta de la muchacha, más impaciente de lo que hubiese pensado. Tragó saliva, nervioso, casi desanimado, y suspiró. Luego se pasó las manos por la cara, echándose el flequillo, ya negro, hacia atrás. A lo mejor no debió haber dicho nada. De hecho, no debió haber dicho nada; debió haberse ido hacia el otro lado, ignorándola, o quedarse en la biblioteca, leyendo. Si lo hubiese hecho, no hubiese dicho ninguna tontería y ahora no estaría esperando una respuesta que parecía no llegar nunca. A lo mejor la chrysos se iba; a lo mejor estaba yéndose ahora. Alzó la vista un poco, sólo para comprobar que seguía ahí enfrente, con los labios cerrados, mirándolo, probablemente pensando cómo decirle que era imbécil. Y si se lo dijese, él no se lo reprocharía, porque había cosas que uno no podía reprochar y esa era una de ellas.

Pero la chica no se fue, y habló, y no lo llamó imbécil, y él asintió y suspiró más tranquilo, apreciando el gesto. Alzó entonces la vista del todo, y volvió a asentir. No le sorprendía lo que decía; ella misma había sido quién le había dicho que parecía obvio que sentía algo por ella. Probablemente había sido la primera en darse cuenta, y probablemente no había sido la única que se había fijado. De hecho, sabía que no era la única que se había dado cuenta: por mucho que intentase negarlo, era algo evidente. Hasta Rick Dehnel, si lo viese, se daría cuenta.

El chrysos dio un par de pasos hacia ella y asintió. Irse a un lugar diferente era una buena idea. De hecho, ahora que lo pensaba fríamente, haber gritado semejantes cosas en mitad de un pasillo no era lo que se denominaba un acto inteligente.

Por el rabillo del ojo, vio como Gerald aparecía y saluda, pero no le devolvió el saludo. En su lugar, frunció el ceño y deseó que ojalá, ojalá se atragantase con el palo que llevaba en la boca. A lo mejor se le quedaba atorado en la garganta y se callaba para siempre.

—Vámonos —murmuró, volviendo a mirar a la muchacha.

*se van*

Sin embargo, cuando llegué a los pasillos Lea ya no estaba. Fruncí el ceño, desanimado, contemplando la tabla de nuevo. A lo mejor no era un regalo, sino... ¿Me estaba echando? Deseaba que fuese a los establos para no estar en el mismo edificio que yo.
¡No! Ella no haría aquello porque los animales eran mejor que las personas.

Me apoyé contra la pared, pensativo, cruzándome de brazos muy cavilador. Tenía que encontrar un motivo.
Yo estaba en el recibidor. Lea había aparecido. Ni había saludado, pero, eso sí, había puesto una cara poco recomendable... Y tras darme aquello, dentro de nuevo. ¿Ux lozano? ¿Cuál era el mensaje oculto?
Quizás tomando la primera letra de cada una de sus acciones...

-Anscd...dt...

Negué. Era imposible. Entonces otra cosa.

*piensa*

*"piensa"*