Pasillos

Tras escribir todas las cartas, caminaba de vuelta a las habitaciones, pensativo. Si la tormenta no amainaba pronto, me iba a pasar una buena temporada sin correspondencia. Y, ahora que ya me había librado de la que tenía pendiente, aquello era un verdadero alivio. A partir de aquel momento, era libre de dedicarme a lo que quisiera sin aquel leve resquemor en la conciencia. Todo estaba en orden.

O, tal vez, simplemente mis problemas habían cambiado de forma. Eso fue lo primero que me vino a la mente en el momento en el que, al doblar un recodo, vi a una joven piscis que avanzaba en dirección contraria a la mía por los pasillos. Cargando con Gerald.

Fruncí el ceño y avancé hacia ellos, resuelto. En cuanto llegué a su altura, tomé a Gerald por el otro brazo y me lo cargué, dirigiendo una mirada severa a la cría. No era que ella tuviera la culpa, pero no tenía tiempo para guarderías.

-Vete a dormir, niña -ordené, en un tono que no admitía réplica. Después, ignorándola, eché a andar con Gerald por los pasillos-. En qué berenjenal te has metido ahora, rubia... -gruñí.

A mitad de camino, un flamma de aspecto bastante curioso apareció por los pasillos, diciendo hacerse cargo. En un momento, se había cargado a Gerald a hombros y me mandó marcharme. Fruncí el ceño. Ni siquiera me había dado tiempo de decir nada. Aún así, no me atreví a replicar. Bajé la cabeza, sintiéndome un tanto humillada. ¿Quién era aquel hombre y qué se había creído?

-Buenas noches -murmuré, antes de cambiar de dirección y marcharme. Primero me arruinaban la cena y ahora ni siquiera podía ayudar. ¿Cuándo me iban a dejar tranquila?

Pensé en volver al comedor, pero al final decidí no hacerlo. Con el susto, se me había pasado el poco apetito que tenía.

*Se va*

Pronto la piscis se marchó, y yo eché a andar arrastrando a Gerald. En un primer momento, había pensado que tal vez estuviera borracho, pero ahora estaba seguro de que no era ese el problema. Pensé por un momento en aquel maldito tatuaje, preguntándome si tendría algo que ver.

Una vez más, agradecí haberme librado de las alas. En un momento como aquel, habrían sido una auténtica tortura.

Ante los murmullos de Gerald, solté un gruñido.

-No sabría decirte si ahora mismo es mutuo -refunfuñé-. Siento tener que decirte que no es momento para ponerse cariñoso. Tenemos prisa.

Y, tratando de apurar todo lo posible, casi llevándolo en brazos, lo llevé hasta la enfermería.

*se van*

Después de no haber comido nada consistente desde el mediodía anterior, mi estómago no dejaba de quejarse del poco caso que le estaba haciendo. Y, desde luego, iba siendo hora de dejar de ignorarlo.

Pensando en qué me vendría bien comer (o más bien, en lo que más me apetecía comer), me dirigí al comedor directamente. Había desaprovechado toda la mañana durmiendo, así que debía prepararme para compensarlo por la tarde.

*Se va al comedor*

Atravieso los pasillos, bostezando. Aunque ya empiezo a sentirme cómoda en este horario. Y con la tormenta al lado apenas entra luz por las ventanas, así que se está bien. Mejor que en una soleada tarde veraniega, por lo menos.
Empezaré el día con un buen desayuno. Luego una ducha y a calentar, que a las siete me veo con Gerry para patearle el trasero. No está mal. Es un buen plan.

Me llevo las manos a la nuca, despreocupada, estirándome y desperezándome, cómoda. La verdad es que estoy de buen humor hoy.

*se va*

Espero en los pasillos, cerca de la enfermería. Le he traído un trozo de bizcocho de chocolate que espero que le guste. La verdad es que por culpa de la lluvia se me ocurren pocas cosas que hacer, pero creo que es un buen día para que le cuente de una vez por todas lo del ala. No puedo ser un cobarde para siempre, y si el tiempo pasa y pasa irá siendo más difícil de decir. Las cosas suelen ser así.

Me siento en el suelo, leyendo un libro mientras espero.
La lluvia y el granizo chocando contra los cristales llega a ser incluso relajante. No me resulta desagradable del todo.

*se queda*

Lluvia salió de la enfermeria sonriente, animada. Había estado leyendo desde que se había despertado, una historia sobre un príncipe encerrado en una torre y una mercenaria que tenía que salvarlo de un malvado rey. Le estaba gustando; siempre le gustaron esa clase de cuentos, a pesar de que se alejaban de aquello que sus padres esperaban que leyese.
Al llegar a la mitad, decidió abandonar el lugar, dispuesta a reunirse con el claritas. Ayer había quedado con Jun para dar un paseo, para charlar. Le gustaba la compañía del muchacho; era agradable, simpático. Y siempre se reía mucho con él.

Al salir a los pasillos, tras dar un par de pasos, se topó con él. Rápidamente, se acercó, animada.

—¡Hola!

Estoy enfrascado en la lectura. No podía imaginar que ese tipo de objetos pudiesen encantarse de verdad, y llegar a hacer cosas tan increíbles... ¿Cuánto habrá sobre magia que desconozco? E incluso que nadie conozca... Ni llegue a conocer... El mundo es un verdadero misterio. No puedo ni imaginar cómo hemos llegado a existir nosotros, u otros seres... ¿De dónde salió todo? ¿Cómo apareció el primer ser vivo? ¿Siempre estuvo ahí Mithos? ¿O hubo algún momento en el que no había planeta alguno? ¿Y de dónde habrían surgido entonces?

Estoy tan abstraído que Lluvia me asusta, y la miro alarmado, como si esperase un ataque. Cuando el abuelo me pillaba haciendo cosas que no debía siempre me caía una buena reprimenda...
Pero Lluvia no es el abuelo. Ni parecida, vamos. Diría, más bien que Lluvia es la anti-abuelo. Aunque seguro que sería una abuela dulce si tuviese nietos. Y la edad para tenerlos.

La saludo, enseguida, recuperando la sonrisa y alzando la mano, apresurándome a ponerme en pie. No tardo en componer unos gestos con las manos. Son bastante básicos y ya se los he enseñado. Espero que se acuerde.

<<¿Cómo estás?>>

Lluvia se sorprendió al ver la reacción del chico, que parecía asustado por su aparición. Supuso que, efectivamente, lo había pillado por sorpresa, y cuando se fijó en el libro que tenía el muchacho, se convenció de ello.

—Siento haberte asustado —murmuró, con un amago de sonrisa. Para la próxima debería tener más cuidado, se dijo.

Observó cómo se levantaba, ensanchando la sonrisa al ver la suya, y lo saludó también con la mano. Luego lo contempló con más seriedad, el ceño fruncido u una expresión pensativa, tratando de averiguar qué intentaba decirle con los gestos. El claritas le había enseñado algunos, hacía tiempo, pero tenía que hacer memoria para recordarlos. Finalmente, logró comprender el mensaje y, tratando de hacerlo lo mejor posible, respondió de la misma forma.

<< Bien. ¿I tú? >>


Fdr. PERO POR QUÉ NO SALE EL,MENSAJE??.

Niego, suavemente, risueño, quitándole importancia. Ni que haya sido culpa suya. Soy yo, que no estoy acostumbrado a que la gente me haga tanto caso y a veces me enfrasco tanto que ni me doy cuenta.
Verla responder me arranca una sonrisa. Veo que se acuerda. Si es tan buena alumna quizás deba pasar pronto a cosas más difíciles.

Tomo la pizarra, esta vez sí, y escribo en ella.

"Tú puedes hablar si quieres", escribo, con una sonrisa.

Entiendo que quiera practicar. Pero no quiero que se sienta presionada a usar las manos si no le apetece.

"¿Has empezado los libros?", pregunto entonces, animado.

Al final escogimos un par, pero no sé si habrá leído esos, otra cosa o, simplemente, habrá pasado el día ocupada en otro tipo de actividades. Descansando, sin más.

Lluvia asintió después de leer el mensaje de la pizarra.

—Ya. Pero también puedo practicar.

Sonrió ampliamente, y movió los dedos, sin llegar a formar ningún mensaje. Si practicaba mucho, pensó, aprendería antes, y cuanto antes aprendiese, antes podría comunicarse con Jun sin pizarras de por medio.

—He estado leyendo hasta ahora —respondió, acercándose al claritas. Ensanchó la sonrisa—. ¿Y tú qué has estado haciendo?

Asiento, efusivo. Una chica con ganas de aprender es una chica que aprovecha el tiempo. Desde luego, Lluvia sabe esforzarse. Siempre la he visto con ganas de mejorar, con el arco, con los signos... Seguro que es una chica aplicada.

"En ese caso, quizás deberíamos hablar solo así", sugiero, aunque algo de broma. Todavía no sabe lo suficiente como para hablar. Y diciendo solo que tiene hambre, sueño y que está bien no podríamos hablar de mucho.

De modo que ha estado leyendo. Eso también es bueno. La lectura ejercita la memoria y la imaginación, además de estimular al cerebro. Es una buena práctica.

"¿Cuál de los dos?", pregunto, risueño. "Yo también he estado leyendo esto", añado, tras borrar y reescribir, mostrándole mi libro.

No creo que este le gustase.

FdR: Vosotros a lo vuestro, que hay muchos pasillos ene XD

Lluvia rió con suavidad y negó. Por mucho que le gustaría aprender, no se veía capaz de hablar de esa forma. No todavía. Apenas sabía un par de frases; asì no podían comunicarse.

—No me veo capacitada aún para eso, maestro —respondió, risueña.

Tal vez en un par de meses podrían hablar así, pero no ahora. De hecho, esperaba ser capaz de comunicarse con signos en unos meses. Se esforzaría para conseguirlo, se dijo.

—He estado leyendo el del príncipe en una torre. —Sonrió—. Y me gusta; es entretenido.

Observó el libro cuando Jun se lo mostró. Ensanchó la sonrisa.

—¿De qué va? ¿Te gusta?

Asiento, animado, pero comprensivo. Aprender un idioma nuevo es difícil. No le voy a exigir tanto a mi alumna tan pronto. No soy uno de esos maestros severos. Se me daría mal, considero. Tiendo a ser difícil de enfadar. Y a veces no sé si es virtud o defecto, pero me gusta ser así de tranquilo.

De modo que el del príncipe... Me vi más interesado por el otro, pero supongo que a ella le pasó al revés. Lo importante es que le guste, da igual si lo lee de primero, de último o solo lee eso. Que aquí nadie quiere obligar a los demás a divertirse.

"Es un libro sobre magia aplicada" "al encantamiento de objetos.", explico, encogiéndome de hombros con sencillez. "Es interesante. Aunque solo es teoría."

Uno de esos libros densos y aburridos de teoría de cosas. Solo que a mí me gustan de verdad porque soy así de aburrido.

Salimos de la enfermería en un silencio que empezaba a ponerme de mal humor. Sin embargo, como tampoco estaba de humor para sacar un tema de conversación, me limité a avanzar al lado de Gerald.

Él, por su parte, parecía mucho más animado. Me pregunté hasta qué punto podía estarlo fingiendo. Por poca importancia que quisiera darle al asunto, yo no recordaba haberme encontrado tan bien cuando salí de la enfermería la última vez. Aunque, en mi caso, la situación era un tanto diferente, hasta el punto de que había requerido bastante más tiempo. Veríamos cuando las cosas se pusieran peores.

Me limité a encogerme de hombros, restándole importancia a su comentario.

-Un poco tarde para decir eso -repliqué-. Con lo encantado que parecías ayer con la idea de que viniera al rescate. Solo a ti se te ocurre pedirle que te arrastre a una niña. Si es que no se te puede dejar solo.

Estaba cansado, pero también yo tenía hambre. En la enfermería me habían ofrecido tomar algo por la mañana, pero ni siquiera me apetecía entonces. Ahora, en cambio, empezaba a acusar las horas de ayuno.

Me encogí de hombros.

-Di lo que quieras, pero el aire de agobio no se lo quitaba nadie a la niña -repliqué-. Casi me daba más pena que tú, cargándote como un saco. Podías limitar un poco tu rango de edades, en vez de colgarte siempre de la primera que pasa.

Poco a poco, sin embargo, la pelea entre mal humor y cansancio iba cayendo más hacia el segundo, así que acabé, pese a todo, por relajarme un poco. Avanzaba junto a Gerald en silencio, sumido en mis pensamientos. Cuando volvió a hablar lo miré de reojo, alzando una ceja.

-¿Ahora intentas conquistarme con versos? -ironizo.

Hago un gesto de apuro, hundiendo un poco la cabeza entre los hombros y enseñando los dientes. No tengo remedio a fin de cuentas.

A su pregunta, niego, entretenido.

—A ti ya te tengo conquistado. Pero un caballero como yo debe de estar a la vanguardia de la complacencia. Por eso de que las relaciones hay que cuidarlas con cariño y palabras bonitas, señor palo de escoba —Comento, haciendo hincapié en mis demandas para poner de relieve su carácter gruñón.

Lluvia leyó con interés el mensaje del claritas. Magia aplicada sobre objetos. Era curioso; Lluvia sólo hubiese cogido un libro así si tuviese que estudiar, no para ocupar su tiempo libre. Miró al claritas, sonriente.

—¿Buscas encantar un objeto? —inquirió, sonriente. Se preguntaba si era cierto y, en caso de serlo, qué buscaba hechizar. A lo mejor quería encantar las lámparas, o a lo mejor las mesas para que volasen. O las sillas. Tal vez quisiese revolucionar todo el comedor, aunque no se le ocurría un buen motivo por el que el claritas quisiese hacer algo así.

Me ruborizo con su pregunta. Qué incómodo es esto.
Bajo la vista, nervioso, clavando los ojos en el suelo. Sin querer estoy hasta apretando los puños. Es que por mucho que Massen diga, es difícil sacar un tema así como así, aunque la mitad del trabajo la haya hecho ella.
Termino por asentir, mirándola con nerviosismo. ¿Y si se enfada? ¿y si le molesta? ¿Y si no quiere hablar del tema? ¿Y si no consigo crear ese objeto nunca y la decepciono? Hay demasiados fallos.

"Algo así. Por ahora solo quiero entender cómo funciona."

Sé que es difícil. Pero he empezado a plantearme que me gustaría hacer eso. ¿Podría ayudar a más personas, quizás?

Lo miré un momento de hito en hito, aún con una ceja arqueada. Al final, negué con la cabeza, al tiempo que me llevaba una mano al pecho, como si estuviera muy dolido con sus palabras. Hice un gesto teatral con la otra mano, como pidiéndole espacio para mi dolor.

-Oh, así que ya no soy suficiente para ti -repliqué, dramático-. Creí que me querías por lo que era, con la dureza de mis palabras. Tal vez no sea el hombre para ti.

Le dirigí entonces una cierta mirada de reprobación.

-Ir por ahí sin decirle a nadie que de vez en cuando hay que recogerte porque te vas cayendo por las esquinas tampoco parece muy buena forma de cuidar una relación, chispitas -apunté, aunque sin intención de ahondar demasiado en el tema.

Lluvia alzó las cejas, sorprendida. A pesar de que ella misma había preguntado, no se esperaba que el claritas buscase encantar algo. La curiosidad no tardó mucho en aparecer. ¿Qué quería encantar? No se le ocurría nada, nada factible, nada propio del claritas. La idea de hechizar todo el comedor era absurda.

—¡¿Sí?! —preguntó, entusiasta, acercándose más—. ¿Y qué quieres encantar? Seguro que te sale. ¡Es genial!

Si Jun podía encantar objetos, entonces podría hacer muchas cosas. Como una silla voladora. A lo mejor se convertía en un famoso inventor.